¿Cómo se podría entender, o hacer entender a algunos de mis lectores, la sorprendente decisión del Generalísimo
Francisco Franco sobre quién le sucedería tras su muerte? En un
país gobernado durante más de cuarenta años por una dictadura fascista, sometido
por entero al Movimiento Nacional ¿de dónde surgió y por qué se implantó una
monarquía? Esta es, a grandes trazos, la narración de un proceso enrevesado y
lleno de sorpresas.
Don Juan de Borbón y
Battenberg, nacido en Segovia en 1913, hijo tercero de Alfonso XIII, el que fuese rey de
España de 1902 al 1931 vivió desde niño en el
exilio, obligado por la deserción de su padre y la posterior proclamación en
España de la II República. Siendo heredero por derechos dinásticos de la Casa
Real Española, en 1941 encabezó la causa monárquica en el extranjero y desempeñó, desde Estoril, una parte muy activa en la oposición al franquismo.
Juan Carlos de niño Foto de archivo de Willy Uribe |
A pesar de esto, años
más tarde y tras varias inusitadas entrevistas con Franco, por razones que tan
solo las grandes cabezas políticas pueden entender, Juan de Borbón consintió en que su hijo
Juan Carlos, un niño en esos momentos, fuera educado en España.
Así que aquí tenemos, ya a mediados de los cuarenta, en pleno auge de la dictadura, a nuestro actual rey, hijo de un monarca sin corona, cursando todos sus estudios bajo la tutela del Generalísimo.
Los años pasaron. Y
muchas cosas sucedieron en la vida de nuestros protagonistas, demasiadas y
demasiado farragosas para caber en este capítulo.
Juan Carlos y Francisco Franco |
La cuestión es que el muchachito Real se convirtió en un hombretón muy listo y su protector en un decrépito anciano empecinado en que en España, tras su muerte, se instaurara de nuevo la monarquía de los Borbones. Todo atado y bien atado en virtud de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de 1947 que Franco hiciese ratificar por las Cortes Españolas en el año 69.
Finalmente, después
de una larga agonía, el veinte de noviembre de 1975 moría el hombre que con mano de hierro había tenido al pueblo español sometido a sus caprichos.
El 22 de ese mismo mes Juan Carlos, aquel que había aceptado tiempo atrás los
términos franquistas de sometimiento a los Principios del Movimiento Nacional
destinados a perpetuar el franquismo,
era investido Rey. Por supuesto rodeado del escepticismo tanto de los
adeptos al régimen como de la oposición democrática.
El tiempo aclararía
estas dudas, por fortuna con resultados positivos para el bien del país y
de la democracia. Pero de eso ya se hablará.
Tras este resumen algo chapucero, regreso a la narración de “Las aventuras y desventuras
de Yolanda Farr”, devolviendo la política a las manos de nuestro, en aquellos
días, flamante Rey Juan Carlos I y dejando al pueblo español sumido en el
desconcierto.
Ojo por ojo y cuerno por cuerno, el delicioso vodevil
de Feydeau que estábamos interpretando en el teatro Arniches, no volvió a
levantar cabeza tras estos drásticos acontecimientos. La gente tenía miedo a salir, sobre todo de
noche. Las defraudadas tripas de la derecha, sobre todo las de Fuerza Nueva y
su mano ejecutora, los Guerrilleros de Cristo Rey, sonaban con tanta violencia como
las de un volcán que augurara una inminente erupción. Las primeras semanas tras
la muerte de Franco fueron amedrentadoras.
Franco en su ataúd |
Durante las 50 horas que permaneció expuesto en el Palacio de Oriente, su cuerpo fue visitado por más de 300,000 personas que hacían gala de su dolor. Había muerto Francisco Franco, adorado caudillo de una España y verdugo de la otra y el pueblo estaba convulso, unos por la esperanza y otros por el dolor. “Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”, había predicho años atrás el gran poeta Antonio Machado. La duda era si, tras aquellos momentos de tensión extrema que estábamos viviendo, las dos Españas, desdiciendo esos versos, aprenderían a olvidar, a convivir transformando este fraccionado país en la patria de todos, en una gran madre que abrazara por igual a sus hijos, sin hacer distinciones políticas ni religiosas.
La cuestión es que los
teatros, tras mantenerse cerrados durante varios días, reabrieron sus puertas
para una audiencia tan pequeña que era desolador. Tanto los empresarios de compañía
como los actores nos veíamos en el paro y sin cercanas perspectivas de
trabajo. Pero la historia nos había demostrado que era imposible aniquilar a
una ciudad como Madrid, una ciudad que, incluso durante el asedio y los
bombardeos de la Guerra Civil, había logrado mantener viva su actividad
artística y alto el espíritu de sus ciudadanos. Así que España en pleno decidió
aguantar el chaparrón de pérdidas económicas a la espera de tiempos mejores.
En cuanto a los
eventos de mi vida he de decir que,
tras la injusta y prematura desaparición de Ojo por ojo, me surgió un nuevo trabajo
que enriquecería mi trayectoria artística enormemente.
Mari Carmen Calleja,
que hacía tiempo había dejado de ser mi representante para convertirse en mi amiga,
me presentó a un tal Jordi, un misterioso francés que vivía en España desde
hacía años. En la sesera de este soñador bullía un proyecto, tan bello como
ambicioso y en apariencia inadecuado para el momento que estábamos viviendo.
Pero él estaba dispuesto a llevarlo a cabo. Hacer un music hall en
Madrid de la calidad de L'Ange Bleu, El Crazy Horse o de L’Alcazar
de Paris. Y yo debía ser presentadora, estrella y, en gran parte, alma del
espectáculo. Así que, un buen día, acompañada de Mari Carmen y de Jordi, me encontré en la “ciudad de la luz”, viendo
espectáculo tras espectáculo y entablando relación con artistas
de la talla de Zizi Jeanmaire, a la que había admirado en grandes películas musicales
como Hans Cristian Andersen o
Folies-Bergère, o con nuevos talentos como Jean Marie Riviere, Jean Français
y Pascal. Por cierto que este trío, durante aquel viaje a Francia,
quedaría ya contratado para nuestro estreno madrileño. Todo iba a una velocidad de vértigo, y además con una precisión que no dejaba duda alguna sobre lo importante e
inminente del proyecto. Pero yo sentía que algo misterioso estaba sucediendo durante
nuestra estancia en París.
Por el día Mari
Carmen y yo hacíamos las inevitables visitas turísticas, lugares que mi amiga
me mostraba con admirable paciencia, teniendo en cuenta que para ella la ciudad
era como de la familia. Por supuesto la Torre Eiffel, el Barrio de Montmartre con su plaza de los pintores, tan cercana al Sacré Coeur, y por la que me parecía ver deambular a Van Gogh, Toulouse, Gauguin y a un sinnúmero de
talentos, muchos de los cuales jamás llegaron a la posteridad pero que, sin
duda, disfrutaron de aquella gloriosa época de bohemia. La hermosísima catedral
de Notre Dame, el barrio de Pigalle, donde Lautrec tuvo su estudio, eterno
centro de la “vida alegre” de la urbe y cuyo corazón húmedo y palpitante era, sin duda,
el cabaret Moulin Rouge.
Pero jamás Jordi participó de estos paseos diurnos. Mari Carmen lo justificaba diciendo que todos aquellos lugares tan emotivos para mi eran archiconocidos para él y que, además, padecía de insomnio nocturno y, a causa de ello, tenía la costumbre de dormir de día. Pero eso sí, al llegar la noche despertaba de su sueño y de su abulia, se vestía sus mejores galas y nos llevaba a cenar a maravillosos restaurantes en los cuales éramos recibidos con calidez y especial familiaridad y acomodados en lugares selectos y reservados. Todo esto antes del diario, y ya mencionado, tour por los cabarets de la ciudad. El comportamiento de aquel hombre me resultaba extraño pero, sin querer meterme en demasiadas intimidades con el que iba a ser “mi jefe” decidí aceptar su actitud "vampírica" sin hacer preguntas indiscretas.
Nada más regresar a
Madrid comenzamos las audiciones. La cosa no fue fácil, pues el que era nuestro
director, Jean Marie, había creado un estilo donde la destreza
de los bailarines o de los cantantes era tan solo una parte de lo requerido. Los
elegidos debían tener tipos físicos muy definidos y estar dispuestos, ellos a
travestirse y ellas a semidesnudarse. Por ejemplo, se contrató a un actor obeso
y gracioso, Emilio Aguado y a un enano, J.J. Espinosa, que desde hacía años pertenecía al
mundo del espectáculo ya que estaba casado con una famosa cupletista, Perlita de Hueva. Entre las
varias bailarinas escogidas una era
altísima, Isi, mientras que otra era pequeña y frágil, Martina. Contábamos con un transformista, Raúl, y una hermosa mujer, Didi, de raza negra y que cantaba como los
ángeles. También contábamos con Micki Gener, cantante y actor… En cuanto a los bailarines unos
eran recios y musculosos y otros delicados y amanerados, es decir, que cuando el
show se estrenara, el público podría ver un amplio
muestrario de la humanidad.
Además de los
extenuantes ensayos, el reparto en pleno debíamos hacer cada día una hora de barra convencional tras
la cual Pascal, ex bailarín de L’Alcazar de Paris, nos daba lecciones de
estilo, de un estilo tan innovador que atrajo a nuestras sesiones
a decenas de bailarines. Con el generoso permiso de Jordi, el empresario, la
diaria clase, que debía estar compuesta por los veintidós componentes de la
compañía, llegó a abarrotarse de profesionales deseosos de conocer la nueva
escuela nacida en el parisino cabaret creado por Jean Marie Riviere.
Miguel Bosé en 1976 |
Una mañana, en el
salón dedicado a nuestra preparación y calentamiento, vi aparecer un joven, un efebo tan bello que una luz especial lo
rodeaba. Su cuerpo estilizado y su rostro imberbe y ambiguo, poseían un encanto al cual era imposible resistirse. Aquel muchachito tímido
era un personaje ideal para la estética de nuestro
espectáculo. Así que decidí entablar conversación con él y averiguar de quién se trataba. Poco pude sacar en claro de nuestra primera charla,
tan solo que se llamaba Miguel y que la meta de su vida era convertirse en
artista. Ante mi pregunta sobre si pretendía entrar a formar parte de la
compañía su respuesta fue negativa. Tan solo quería enriquecer sus
conocimientos asistiendo a esas clases de las que tanto se hablaba en el mundo de
la farándula madrileño.
En días sucesivos
nuestras chácharas se hicieron más largas, llegando a convertirse en un agradable
intercambio de vivencias. Su trato era tan educado que esos momentos estaban
llenos de encanto. Así supe que su nombre completo era Luis Miguel González
Bosé, aunque tenía decidido que el artístico sería Miguel
Bosé, que su padre era el famoso torero Luis Miguel Dominguín y su madre la
hermosa actriz italiana Lucía Bosé, que había nacido, casi por accidente, en
Panamá y que su padrino era el cineasta italiano Luchino Visconti.
Desgraciadamente no solo nuestro trato nunca se extendió fuera de aquel recinto
si no que, en los días de los agotadores ensayos generales, sin tiempo ya para
clases ni calentamientos, dejamos de vernos y
nuestra comunicación se cortó casi del todo. Y digo casi, por algo que
sucedió poco más adelante y que contaré en su momento.
La cuestión es que ni por un momento
dudé que ese encantador muchacho llegaría a ser una estrella. Lo llevaba en
la sangre y tatuado por todo su ser.
Foto Jesús Alcántara |
Y para terminar esta
parte de mi relato, sólo me queda contaros cómo, durante uno de los últimos
ensayos generales, una desagradable sorpresa nos tuvo a todos en vilo durante
un par de días.
Tras haber pasado más de un mes del fallecimiento de Franco, con un Rey ya sentado en el trono de
España, descubrimos que aún existían los temidos censores de espectáculos. Una mañana nos notificaron que debíamos hacer
para ellos, aquella misma noche, un pase íntegro del show. Un gran golpe ya que
todos creíamos que “muerto el perro, se acabó la rabia”. ¿Qué iba a ser
de aquel libérrimo invento nuestro del cual travestismo, desnudo e imaginación desbocada, ( todas cosas prohibidas hasta aquel momento) eran parte indispensable? ¿Sabrían esos zopencos apreciar la clase, sutileza y pericia
con que estos temas eran tratados? ¿Qué pasaría con los millones que Jordi
había gastado en acondicionar el local, en proveer al escenario de escaleras
mecánicas y giratorios, en un vestuario tan caro que solamente el número del grand finale había costado tres millones de
pesetas?
¿Qué sería del
flamante Music-Hall Topless y de su hermoso espectáculo El ángel azul?
Próximo capítulo. El Music-Hall Topless.
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