Tres años efervescentes.

Homenaje a Analía Gadé.


Analía Gadé

En  este capítulo  quiero hablaros sobre todo de cuando conocí a María Esther Gorostiza, hermosa mujer y ser humano admirable. Aunque tal vez debo empezar diciendo que  me refiero a Analía Gadé.

Analía Gadé
Nacida en Córdoba, Argentina, el mes de octubre del año 1931, siendo una adolescente   ganó un concurso de belleza. En mi opinión podía haber ganado todos los certámenes a los que se presentara. Tal es su belleza. Poseída por el duende de la farándula, años más tarde contrajo matrimonio con un conocido actor de aquel país, Juan Carlos Torry y juntos formaron una exitosa compañía teatral. Por fortuna para  los españoles el matrimonio no duró mucho y Analía, huyendo de malos recuerdos, decidió venirse a una “madre patria” que la recibió con los brazos abiertos, situándola desde el principio en el lugar privilegiado que se merecía gracias a su físico maravilloso, su simpatía y su buen hacer. Aquí se unió sentimentalmente a otro actor reconocido y admirado hasta la hora de su muerte, acaecida  en noviembre del 2007: Fernando Fernán Gómez. Tampoco esa pareja duró mucho. Yo creo que Analía era demasiada mujer para que un hombre pudiera evitar convertirse a su lado  en algo más que el “marido de…” Y ya se sabe lo mal que los señores aceptan esa condición. Sería agotador intentar enumerar su filmografía ni sus trabajos teatrales. Además, ese no es mi propósito. Lo que deseo es hablaros de aquel Asesinato entre amigos y de mi inmejorable relación con la famosa y hermosísima Analía Gadé.

Ella era la protagonista de la obra y yo la antagonista. El galán era un Ramiro Oliveros del que no tengo mucho que contar  porque su trato fue siempre distante y al mes de estrenar dejó la compañía. Algo nada lamentable,  ya que entró a sustituirle un ser encantador, famoso por haber hecho para la televisión una serie sobre la novela El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. Tal fue la aceptación del programa que el pobre se quejaba de que, a consecuencia de aquello, le colgaran para siempre el apodo de “el conde”. Se trata de José Martín, un caballero, un hombre culto donde los haya, me temo que una “rara avis” en el ambiente teatral.

Pepe Lara, un apuesto y joven actor malagueño, ex compañero en mi debut madrileño del año 1970 con El Escaloncito, (ver Instantánea 66), formaba parte del elenco junto con el  genérico Alberto Fernández.

También en el reparto  estaba Paco Marsó, al que conocía desde la época del restaurante-espectáculo La Fontana. (Ver Instantánea 74).Todo un personaje, Paquito. Para comenzar diré que aquel soltero y mujeriego empedernido que yo había conocido tiempo atrás, en el momento en que compartíamos escena en Asesinato… era ya un hombre casado nada más y nada menos que con la gran Concha Velasco.
Concha Velasco y Paco Marsó
en Las Arrecogidas....

Según Paco contaba ambos se habían conocido en  el año 77 durante los ensayos y posterior puesta en escena de Las arrecogidas del beaterío de Santa María la Egipciana, de José Martín Descalzo, resultando de inmediato víctimas del fulminante flechazo de Cupido. Concha por aquellos días estaba soltera y embarazada y guardaba,  aun guarda, la identidad del padre de su hijo en  secreto. Un secreto que no lo es para algunas personas de la profesión. Pero cómo ni por asomo deseo levantar públicamente un velo tendido con tanto ahínco, ella sabrá por qué, su nombre no será revelado por mí. La cuestión es que a la pareja le vino de perlas el mencionado flechazo; Concha consiguió un cariñoso padre para su hijo y Paco un prestigio que se convertiría en fortuna cuando, poco más adelante, fuese  el eficaz mánager de la estrella.  

Pero regreso a las representaciones de Asesinato entre amigos.

Analía, Marsó y yo en
Asesinato entre amigos


Aquella obra, destinada en apariencia a ser el gran éxito teatral de 1979, por uno de esos insondables misterios teatrales, no lo fue. El texto era divertido, el final impactante, la dirección de Catena irreprochable, el decorado suntuoso, los actores estaban brillantes en sus papeles, pero de alguna manera el producto, a pesar de las estupendas críticas,  no interesó al público. En cuanto a Analía, no podía estar más hermosa y acertada en su interpretación. Desde los ensayos supe que nuestra relación sería inmejorable.

A pesar de ser una gran estrella se ofreció para asesorarme en el vestuario y para enseñarme truquitos de maquillaje que nadie como ella y Sara Montiel dominaban en este país. Durante  las representaciones, mientras compartíamos la escena,  intentaba en todo lo posible permanecer desapercibida mientras yo sostenía mis diálogos, es decir que procuraba no atraer  la atención del público, algo que ni remotamente los divos y los  pretendientes a serlo están dispuestos a hacer.

Era tal su dominio de la escena que, siendo yo testigo,  dejó esta anécdota para los anales del teatro.


De izquierda a derecha Analía, Alberto Fernández, yo, Ramiro Oliveros y Pepe Lara
Sucedió casi al final de la obra, en un momento en que su personaje debía disparar contra el mío. Es sabido que el sonido de los disparos se simula haciendo chocar dos tablas en medio de las cuales se ha colocado un detonador y que el regidor, entre cajas, es el encargado de sincronizar el sonido con la acción del actor. Pues bien, la noche del estreno, en la escena en que  ella alzaba su `pistola contra mí mientras decía  “y por eso, te mato” ningún sonido acompañó a su movimiento de apretar el gatillo. La situación no podía ser más tensa e inoportuna. Aquel era el momento crucial de la trama. Su primera reacción fue repetir la frase y el movimiento, pensando que el regidor había tenido un despiste, pero con el mismo resultado: el silencio. Entonces, en un arranque de espontaneidad y sin perder su personaje dijo, “pum, pum, y por eso TE MATÉ”. En ese momento yo me desplomé, según estaba marcado,  al tiempo que intentaba contener la risa. Mientras  del patio de butacas subía una clamorosa ola de bravos y aplausos. Así reacciona ante un imprevisto una verdadera actriz. Y así se lo agradece su público. Más tarde supimos que el detonador se había humedecido impidiendo su detonación.


Analía, yo y Marsó
Asesinato entre amigos tan solo tuvo una duración en cartel de tres meses, y eso gracias a que nuestra fe en la función nos hizo bajarnos nosotros mismos los sueldos, atendiendo a la sugerencia del productor, Julio Kaufmann. Pero lo único que conseguimos fue alargar un poco la agonía. A finales de abril la compañía se disolvía con infinita tristeza general y con la confirmación de que al público no había quién lo entendiera. RIP Asesinato entre amigos.

Muchos años más tarde, en 1999, Analía sufriría un infarto cerebral que, aunque no le dejó secuelas físicas, sí mermó algo sus facultades. Aún así, poco después, volvió a la escena interpretando, en el teatro Albéniz, Las mujeres sabias, de Moliere. Cuando la visité en su camerino se arrojó a mis brazos al tiempo que me confesaba las dificultades que había tenido para volver a memorizar el texto de esa obra que ya había protagonizado, unos años atrás, en el teatro Nuevo Apolo. También me contó que llevaba tiempo trabajando pertinazmente con una logopeda pues temía que su vocalización hubiese perdido fluidez. No era así. Su belleza y su dicción seguían siendo perfectas y estoy segura de que el público nunca pudo  adivinar sus esfuerzos . He aquí un ejemplo de lo que un espíritu fuerte y una férrea devoción pueden conseguir.


Escena de Las mujeres sabias. Año 1984
De izquierda a derecha Alfonso del Real, Analía Gadé. Amparo Baró y Laly Soldevilla
Foto Jesús Alcántara
Analía continuó algún tiempo sobre el escenario, siendo una de las últimas obras que interpretó El dulce pájaro de la juventud, de Tennesse Williams. Con tanta profundidad había horadado su alma el gusanillo del teatro que consideraba  la vida, fuera de las tablas, como algo sin sentido. Por desgracia sufrió un nuevo accidente vascular y, aunque esta vez se trató tan solo de un micro infarto, sin duda aquello hizo brotar en ella tantas dudas e inseguridades que ese anélido que la devoraba desde la adolescencia resultó definitivamente noqueado.

Analía, yo y el periodista Jesús María Amilibia, otra gran persona y amigo. 

Hace ya años que Analía Gadé se vio  forzada a retirarse de las tablas. A pesar de esto sigue manifestando su afición con una continua asistencia a los estrenos, y su bondadoso carácter con  visitas y felicitaciones a los actores en sus camerinos. Esa mujer es un ejemplo de que la belleza interior y la exterior pueden convivir dentro del mismo cuerpo.

En el próximo capítulo os contaré, entre otras cosas, como unos meses después de terminar Asesinato entre amigos sufriría en mis carnes, durante meses, el "malévolo invento" de Los Festivales de España.



Los Festivales de España.




Foto Jesús Alcántara
En España muchos parques y lugares históricos se transforman, durante la temporada de verano, en teatros al aire libre . Durante el año 79, en el cual también se desarrolla esta parte de mi narración,  existían  aquellas giras llamadas Festivales de España las cuales, a precios módicos, permitían disfrutar de grandes montajes, tanto de clásicos como de autores contemporáneos, a los habitantes de ciudades y pueblos del interior.  Además, y muy importante,  ofrecían trabajo al gremio teatral  en unos meses en los que, tanto la producción televisiva como la escénica, casi desaparecía en un Madrid “cerrado por vacaciones”.

Manuel Fraga Iribarne
El auge de estos Festivales fue durante la década de los 60 y los 70, gracias al empuje de un hombre que en esos momentos era Ministro de Información y Turismo: Manuel Fraga Iribarne. Aunque famoso por haber creado y promocionado los populares Paradores de Turismo, era también un reconocido aficionado al teatro.

Personaje controvertido dentro de la política,   por unos visto como una promesa de aperturismo y por otros como un gallego derechista y despótico. Lo cierto es que fue un hombre fiel a sus ideas hasta la hora de su muerte, acaecida en 2013.  Se cuentan de él mil historias, por ejemplo que, gallego hasta la médula, era capaz de recitar de memoria los nombres de cada caserío, villorrio, pueblo o ciudad de Galicia. Sin duda fue un político adelantado a su época que poseía un talento especial para las relaciones públicas.  Será por siempre recordada su forma de enfrentarse a un peligroso suceso acaecido en 1966. 

Dos aviones americanos, un B-52, portador de cuatro bombas de hidrógeno, y un avión de aprovisionamiento KC-135, chocaban sobre la provincia de  Almería cayendo los artefactos sobre territorio español.  Tres de ellos fueron a dar a tierra y uno  se hundió en las aguas de Palomares.  A pesar de que las bombas caídas en  tierra firme fueron inmediatamente recuperadas por el ejército norteamericano y de que ambos gobiernos, americano y español, aseguraban que no había surgido ninguna fuga radiactiva, (información que ahora se sabe fue falsa) aquello provocó el natural espanto en la población. Sobre todo entre los habitantes de Palomares, ya que la bomba caída en el mar cercano no se lograba localizar.

La reacción de Fraga fue organizar una gran campaña informativa en la cual se le veía, junto al embajador norteamericano, bañándose    en esa playa  con el propósito de demostrar al pueblo que aquello no conllevaba ningún peligro.  (Esa cuarta bomba tardó muchos días en ser recuperada).

Todo esto que he contado sucedió durante la dictadura de Francisco Franco. Tras la muerte del "generalísimo" Fraga fue nombrado vicepresidente y Ministro de Gobernación por Carlos Arias Navarro, el primer presidente de gobierno bajo el reinado de Juan Carlos I.

Con posterioridad, en el 76,  fundó el partido Alianza Popular al que definió con estas palabras; “este partido pretende  que una gran parte de las fuerzas conservadoras del país formen un grupo que acepte las reglas democráticas y del sufragio". Y en el 78 fue uno de los colaboradores en la redacción de la Constitución Española, es decir uno de los “padres de la constitución”.

 Y ahora os voy a contar cómo y porqué, un día de abril de aquel año 79, poco después de los “funerales” por Asesinato entre amigos, la muerte intentó hacerse conmigo.

Jesús había dado por terminada su etapa de  Milán, esos meses que pasó pintando bajo el mecenazgo de Doménico Rainieri. (Ver Instantánea 84). Gracias a Dios aquella noche él me acompañaba.  Habíamos ido al cine, como siempre que teníamos tiempo y oportunidad. A la salida un fuerte cólico me atacó de repente pero, ya que el estómago había sido desde la adolescencia mi punto flaco, en un principio no le hicimos mucho caso. El problema era que el dolor no se calmaba. Muy por el contrario se iba intensificando hasta llegar a convertirse en algo insoportable. Entonces decidimos ir a urgencias. Me realizaron un análisis de sangre que salió normal y, supongo que teniendo en cuenta mis antecedentes clínicos, no me hicieron más caso. Me diagnosticaron un cólico por ingestión de algún alimento en mal estado, me mandaron tomar un fuerte calmante, Nolotyl, y me enviaron a casa. Ante el asombro de Jesús no obedecí aquella indicación.   Quería seguir la evolución del dolor así que pasé una noche que no deseo ni a mi peor enemigo.

Jesús y yo celebrando
su vuelta de Italia
Al llegar la mañana llamé a mi médico de familia, como por entonces se le decía a aquel entrañable médico de cabecera que todos hemos conocido, ese que era doctor,  psiquiatra y hasta muchas veces adivino. Cuando le conté por teléfono mis síntomas, "don Carlos", pues ese era el nombre del muy bendito, me dijo que volviese de inmediato a urgencias y que no me moviese de allí hasta que me hicieran caso pues lo que yo tenía era un ataque de apendicitis. Así lo hicimos y en el nuevo análisis de sangre ya mis leucocitos se habían disparado a cifras astronómicas y en consecuencia fui ingresada con el fin de operarme  de urgencia. Cuando vinieron a prepararme para entrar en quirófano, el joven enfermero me preguntó con una amplia sonrisa. “¿tú no eres Yolanda Farr? Pues díselo al doctor Rodríguez Requena, el cirujano que te va a operar. Él tratará tu precioso cuerpo con mucha delicadeza". Maldito lo que a mí me importaba en esos momentos el tamaño de la herida. Yo tan solo quería salir de aquel sufrimiento.

Lo último que recuerdo una vez en el quirófano, tras sentir como por la vía que me habían puesto en el brazo entraba un líquido caliente, fue una voz que decía. “Oye, Requena, es Yolanda Farr, la artista, esmérate con ella”. Luego vino una oscuridad acogedora, 

A la mañana siguiente todo había pasado. El cirujano me contó que la operación había salido bien, a pesar de lo dificultoso de extraer un apéndice que estaba necrosado y escondido tras un riñón. Luego dijo  que estaba viva por milagro. La septicemia había estado a la distancia de minutos.

Y menos de un mes después  estaba ya ensayando para esos Festivales de España  que me someterían a un auténtico tour de force.





Antonio Díaz Merat,  me ofreció protagonizar tres obras de Alfonso Paso con los actores Fernando Delgado, José María Guillén, Carmen Robles y Luis Rojo. Como ya sabéis, acepté. No sabía yo en lo que me estaba metiendo.

Aunque he calificado los Festivales como malévolos, la realidad es que tuvieron una parte hermosa. A excepción de en algunos teatros mal conservados o desangelados polideportivos, la mayoría de las representaciones se hacían al aire libre en las ruinas de teatros romanos o en los patios de semiderruidos castillos donde el público se sentaba sobre rocas o en asientos que se traían de sus casas. Era sorprendente verlos entrar al recinto cargados con sillas, mantas y cojines.

Estos lugares solían abarrotarse y la concurrencia era agradecida y atenta. Gracias a Dios, pues trabajar en esas condiciones, con poquísima megafonía, cuando la había, y soportando, incluso en pleno estío, el aire más que fresquito de las noches castellanas, era muy duro. 


En esos momentos comprendía la razón por la cual la mayoría de los asistentes acudían provistos de unas acogedoras mantas. Allí, bajo el fulgor de la luna,  podía vérseles compartiendo sobre sus regazos cobertores de todas clases. En otras ocasiones, como la vez que trabajamos en las ruinas del teatro romano de Sagunto, las emanaciones de aquellas antiquísimas  piedras y la belleza del  entorno, hacían olvidar las incomodidades. Aquel lugar no estaba aún remozado en su totalidad lo cual hacía más intensa la sensación de inmersión en el pasado. Pensar que en esas gradas, (caveas) se habían sentado, muchos siglos atrás, personas amantes del teatro, que sobre el escenario que pisábamos (scena frons) tal vez se habían representado, recién saliditas del horno, obras de Séneca, Plauto o Terencio, nos llenaba de emoción.

La peor parte de los Festivales era cuando tocaba trabajar en medio de un recinto ferial. Imaginad esta película; de fondo musical el vocerío de la multitud, el ruido de los carricoches, la pachanguera  música que brotaba de los altavoces y en imagen, una tarima levantada aquella misma mañana en una esquina  sobre la cual los actores, con unos gritos que frustraban cualquier esfuerzo por realizar un buen trabajo, intentaban  hacerse oír. Las funciones debían comenzar una vez oscurecido el día y terminar antes de las 12 P.M., hora de las brujas y de la acostumbrada andanada de tracas y cohetes.  Aquello sí que era deprimente y estresante.


Con Fernando Delgado y José María Guillén en ¿Conoce usted a su mujer?

Mis compañeros no podían ser más encantadores. Carmen Robles, que en otros tiempos había sido una primera actriz, no era mi madre sólo en escena si no que había extendido, amorosamente,  ese papel a la vida cotidiana.

De izquierda a derecha Guillén, Fernando, Carmen Robles y yo en Vivir es formidable.
José María Guillén era un conocido galán joven y un chico lleno de vitalidad. Siendo tan pocos de compañía, el director y productor no alquiló un autocar para los viajes, así que solíamos hacerlo en los coches particulares de los miembros de la compañía.  Díaz Merat y Luis Rojas lo hacían en el de Fernando Delgado, los técnicos en el de Joaquín Martos, el regidor,  Carmen y yo íbamos en el de José María, al que todos llamábamos Chema, y entreteníamos las horas del tedioso desplazamiento jugando a las películas,  a los personajes o a las adivinanzas. Así el tiempo y los kilómetros se hacían más llevaderos.




En cuanto a Fernando Delgado, eso era harina de otro costal. Actor en aquellos días muy popular por su continuo trabajo en T.V.E., era un ser  poseedor de no se sabe qué misterioso poder que te forzaba  inevitablemente a quererle,  hiciese lo que hiciese. Y señalo esto pues, a veces, había motivos para arrearle más de un buen "cocotazo". Este hombre tenía la costumbre de gastar bromas en escena a sus compañeros, bromas ingeniosas en ocasiones pero otras sangrantes. Una  de sus ocurrencias, que voy a narrar a continuación, estuvo a punto de buscarnos un gran problema.


Con Fernando en la escena del cuchillo de ¿Conoce usted a su mujer?
En los laterales de los escenarios  solía haber unas mangueras anti incendios, enrolladas y colgadas sin más en la pared, con el fin de que cualquiera tuviese fácil acceso a ellas en caso de necesidad. Una noche, durante una representación de ¿Conoce usted a su mujer? en el teatro de Torrelavega, Cantabria, en medio de una escena en la que yo, “poseída por mis demonios” le atacaba con un cuchillo, Fernando abandonó el escenario durante unos segundos pero tan solo  para volver con una de dichas mangueras y arrearme un corto pero efectivo “manguerazo” que me dejó empapada. El público quedó encantado, el escenario hecho un asco y yo hube de hacer el resto de la función furiosa y mojada de pies a cabeza. Por supuesto el empresario del teatro montó en cólera pero, a los cinco minutos, tanto él como yo, estábamos de nuevo conquistados por el encanto de Fernando y riéndole las gracias. Desde luego no era normal su poder para embrujar a la gente. De todas las personas que soportaron sus a veces pesadas bromas,  a ninguna he oído hablar mal de él. Fernando Delgado era un gran actor y un individuo encantador, pero en extremo peligroso en escena.

El fin de aquel verano del 79 fue para mi   el de los Festivales de España.



La Farr, ¿transexual?



Foto Jesús Alcántara
En octubre de  1979, Juan José Alonso Millán, el ingenioso autor,  decidió volver a escribir teatro. Tras estrenar Compañero te doy, en diciembre del 78, se había tomado un año sabático. Para su regreso  quiso que yo participara en el nuevo proyecto, y no tan solo como actriz. Pretendía hacer una obra dividida en tres historias, todas relacionadas con la actitud de distintos individuos ante el sexo:  Los misterios de la carne. Las dos primeras estaban ya  escritas pero le faltaba una idea original y epatante para el último acto, del cual yo sería protagonista. Así que pidió mi colaboración.   Se me ocurrió entonces un tema sobre el cual estaba bastante informada desde mi participación en el ambiguo espectáculo del Music-Hall Topless. Mi muy cercana relación con gays y transexuales, entre los que se encuentran gran número de mis amigos y mis más devotos fans, me había hecho interesarme profundamente por sus problemas, tanto frente a la sociedad como en lo referente a sus inquietudes personales, así que pensé que el tema sería interesante y novedoso en el teatro.  

Yeda Brown
Desaparecido el Topless Music Hall, gran parte de la profesión solía asistir a un cabaret llamado Gay Club donde se representaba con mucha dignidad,  a pesar de los escasos medios, un espectáculo de travestismo. Varios fueron los presentadores, los bailarines,   y hasta los transexuales que trabajaron en él. Y digo HASTA pues fue por esa época cuando se comenzaron a realizar en España las operaciones de cambio de sexo. Algunos homosexuales decidieron, con admirable valentía, pasar por un trance que, en este país, aún estaba en “proceso experimental”. Yeda Brown, vedette del mencionado Gay Club, fue una de las primeras en tomar esa drástica decisión. Tras su cirugía sostuve con ella largas conversaciones al respecto y, aunque me describió con todo detalle en qué había consistido el proceso, las imágenes son demasiado truculentas para plasmarlas en mi blog. Desde entonces he podido aquilatar la cantidad de valor y desesperación  precisos  para que alguien llegue a ese extremo.

Con Carla Antonelli

Pero fue una persona encantadora y bella la que en realidad me abrió los ojos ante el terrible conflicto que implica tener un alma de mujer prisionera dentro de un cuerpo masculino. Ella es Carla Antonelli, en aquellos tiempos travesti y en la actualidad mujer reconocida legalmente como tal, actriz, activista de los derechos de los LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y personas  transgénero) y diputada a la asamblea de Madrid por el PSOE.  Un día, en una reunión con sus amigos más íntimos, nos confesó que estaba considerando someterse al cambio de sexo y se me abrieron las carnes. Pero se me rompió el corazón cuando, ante mi pregunta sobre si su pene no cumplía sus funciones y por eso quería prescindir de él, me respondió que aquel no era el problema en absoluto, que la cuestión era que su espíritu se sentía ultrajado al ver su pubis invadido por ese insolente colgajo, para más humillación, poseedor de vida independiente.  Que aquello hería  su sensibilidad femenina. Nunca olvidaré esas palabras suyas ni las sinceras lágrimas que brotaban de sus ojos al tiempo  que las pronunciaba.

Bibiana Fernández
Un caso muy semejante es el de Bibiana Fernández, antes Bibí Anderson y antes aún, Manuel Fernández. Fue en su  condición  de precioso muchachito que la conocí en Málaga a principios de los 70.  Esta persona, hoy hermosa mujer donde las haya, comenzó a trabajar como vedette hormonada a mediados de la misma década. Esa ha sido, durante mucho tiempo, la única profesión a la que travestis y transexuales han tenido  acceso. Bibí llegó a realizar en escena un número de desnudo integral en el que no se advertían en absoluto sus atributos masculinos gracias al truco, me imagino que doloroso, de introducir  sus genitales entre los muslos, esconderlos entre nalgas y allí sujetarlos con esparadrapos. Aquel final de su striptease provocaba un estallido de clamores. Fue su participación en la controvertida película de Vicente Aranda Cambio de sexo lo que la lanzó al estrellato. Esto ocurrió en 1977.  En la actualidad, sometida desde hace años a una vaginoplastia, ha conseguido encauzar su vida como mujer,  participando en numerosos films y programas de televisión e incluso contrayendo matrimonio con un cubano. Pero también ella, en sus inicios, sufrió la terrible dicotomía y hasta las burlas de aquellos que no podían aceptar que, a veces, la naturaleza comete terribles e injustos errores.

Menciono estos casos porque, al pertenecer sus protagonistas al mundo del espectáculo, son notorios.  Pero sin duda muchas personas sin imagen pública han pasado por este trance, seres que  soportaron durante su vida la marginación de una sociedad, y hasta de una familia, que les rechazaba llegando incluso a catalogarles como “monstruos pervertidos”. Precisamente sobre un caso así versaría  el rodaje de un capítulo de la serie televisiva Tristeza de amor, del cual   yo sería protagonista. Como el suceso era real, llevé mi labor de investigación previa hasta el punto de pedir que me fuese facilitado el conocer en persona a los protagonistas de la historia. Fue una experiencia sangrante ver como aquel padre  empecinado se negaba  a aceptar que su “hijo” era en esos momentos su “hija”, así como la tristeza de ella al sentirse rechazada por su propia sangre. Gracias a la gran audiencia que tuvo el programa, a la popularidad que ese medio proporciona y al respeto con el que traté el tema, recibí formidables críticas y se reafirmó, en una parte del público aquella duda, aquella pregunta que desde mi trabajo en el Music-Hall había estado pululando por ahí. “¿Es Yolanda Farr una transexual?” He de aceptar que mi voz grave, la frecuencia con la que, durante una época, interpreté esos papeles y mis facciones angulosas podían, con unos gramos de imaginación o unas gotas de mala leche, apoyar esa suposición.

Mi nombramiento como madrina de los homosexuales en el Gay Club.
De izquierda a derecha Pierrot, Jorge Aguer, yo y Perla Cristal
Hasta tal punto llegó mi popularidad dentro de ese mundillo que  el mencionado Gay Club  me brindó un homenaje, nombrándome Madrina de los Homosexuales de Madrid. Pierrot, sin duda alguna el mejor y más culto de los presentadores que pasaron por aquella sala, fue el organizador del evento.

Pierrot era un muchacho catalán, inteligente y con tanta clase que sorprendía verle inmerso en ese ambiente. A pesar de tener los estudios de magisterio y la carrera de periodismo se había sentido atraído por el marabú y la lentejuela hasta el punto de abandonar todo lo demás.

Grande fue nuestra afinidad desde que nos conocimos. Siendo periodista,  como única concesión a su pasado publicaba una revista dedicada al mundo gay  llamada como él,  Pierrot, y en su portada y páginas interiores salí con frecuencia, tratada cada vez con mimo y gran respeto. Siempre recordaré a ese hombre con un afecto que, estoy segura, es recíproco, aunque tras su regreso a Barcelona nunca volviéramos a vernos.

Y ahora regresemos al momento en que alguien se ponía en la piel de un transexual por primera vez en el teatro español. O sea, volvamos al comienzo de este capítulo y a  “Los misterios de la carne”, la obra de Alonso Millán que estrenábamos en el teatro Valle Inclán en enero de 1980.

En el primer cuadro del tercer acto de Los misterios de la carne

Los tres actos de que se componía estaban protagonizados por el mismo actor; el gran Rafael Alonso. En cada uno de ellos su personaje era distinto y la actriz acompañante también. El primero versaba sobre un señor maduro que intentaba conquistar a una jovencita. Ella era Carmen Roldán. El segundo describía el tedio y la monotonía que muchas veces corrompe el matrimonio y la esposa era Marisol Ayuso, y  el tercero trataba sobre un individuo que se llevaba a la cama a una vedette de cabaret sin sospechar que se trataba  de una transexual. El final era sorprendente, ya en la habitación de un hotel, tras confesarle ella su condición, él reconocía por primera vez en la vida sus ocultas tendencias homosexuales, estableciéndose así entre ellos una divertida complicidad.

Con Rafael Alonso en el segundo cuadro del tercer acto de Los misterios de la carne

Nos mantuvimos varios meses en cartel, celebrados por críticos y público.  Lamento decir que, en este caso, el fallecimiento de la función no fue por causas naturales. Un buen día, a teatro lleno, el dueño nos anunció que no nos renovaría el contrato pues había vendido el local. Una sala de espectáculos menos para un Madrid que aún no había superado el difícil trance de la transición. A pesar de ese abrupto final, me llevé de Los Misterios de la carne una de mis más gratas experiencias teatrales y una gran admiración  por ese estupendo actor que era Rafael Alonso.

 Y como  la vida y mi carrera continuaban,  en el mes de Mayo de 1980 iba a tener la oportunidad de hacer la deliciosa comedia de Woody Allen Play it again, Sam bajo el absurdo título de Aspirina para dos. Más adecuado hubiese sido el que se utilizó para  la versión cinematográfica, Sueños de un seductor, pero su adaptador, Juan José Arteche, tuvo esa genialidad algo surrealista.

Si queréis saber más sobre mi agitada existencia tendréis que esperar a un próximo capítulo. Chao, amigos.


1980

 
Foto Jesús Alcántara

Interpretar Aspirina para dos (Play it again, Sam) fue una experiencia maravillosa. La obra de Woody Allen era una gozada. Aquellas situaciones en las que se mezclaba lo real con lo onírico eran a la vez inteligentes y divertidas. La disociación del personaje protagonista, Allan, ese individuo tierno, angustiado y débil que en sus ensoñaciones se convertía en su ídolo, Humphrey Bogart, daba oportunidad para mucho juego. El resultado era que los personajes se desenvolvían en un mundo entre la realidad y la fantasía lleno de ese ingenio mordaz del famoso autor, director y actor.


Nicolás Dueñas, Yolanda Farr, Antonio Iranzo
En el elenco estábamos Nicolás Dueñas, como Allan-Woody, yo, como Nancy-Deane Keaton y Antonio Iranzo, en una estupenda caricatura del “duro galán” Bogart.
Otros que formaban el reparto eran Andrés Resino, África Prat y Loreta Tovar. La delicada y acertada dirección estuvo a cargo de Ángel Montesinos y el estreno fue en el teatro Marquina el 9 de mayo de 1980.



Feliz de romper el encasillamiento en papeles de travestí o transexual que había interpretado durante los últimos meses,  era enorme mi disfrute  encarnando a esa mujer tan humana que era Nancy y enorme mi goce al observar la reacción del público ante unos textos tan llenos de ingenio.


Una de las más conmovedoras anécdotas teatrales de mi vida tuvo como fondo esa función.

Una noche, mi compañero  Dueñas y yo vimos como por el pasillo central del patio de butacas se iba acercando una figura que portaba algo en la mano. Por supuesto eso nos inquietó. Cualquier  intento de invadir el espacio actoral siempre inquieta y hay que admitir que yo era, en esos momentos, un personaje bastante controvertido, recién nombrada “Madrina de los gays” en un país que aún guardaba recelos y animadversiones contra los homosexuales. Pero nuestro temor duró poco.



Con Iranzo-Bogart en Aspirina para dos
Una vez llegado el hombre al pie del escenario vimos que la mano alzada hacia mí iba armada tan solo con una hermosa rosa roja, en una ofrenda respetuosa y en silencio. Algunas veces había sido objeto, durante mis actuaciones, de entusiastas lanzamientos de flores, pero la visión de aquel sonriente muchacho, solo y erguido en medio del patio de butacas  mientras me ofrecía una rosa de tan intenso color que parecía relumbrar entre la penumbra, pareció detener  el tiempo. Así que, en medio de un silencio expectante, hice algo  prohibido por las leyes del teatro convencional: me acerqué al proscenio y, rompiendo la “cuarta pared”, recogí aquella flor. Una ovación premió el momento y la rosa me acompañó,  acurrucada en mi escote, el resto de la representación.
Con Nicolás Dueñas y Antonio Iranzo en Aspirina para dos

Aquel año estuvo plagado de buenos estrenos en Madrid y de grandes acontecimientos mundiales.

En marzo pudimos ver Kramer vs. Kramer, película dirigida por Robert Benton e interpretada por Dustin Hoffman, Meryl Streep y un niño que cautivó al público: Justin Henry. También en ese mes un film de ciencia ficción provocaría  una fiebre que estaba destinada a contagiar al mundo entero: Star Trek I.

En mayo, Stanley Kubrick nos conmocionó con El resplandor, (The shining). Jack Nicholson,  en su imagen de  poseso, protagonizó durante tiempo las pesadillas de un público aterrado. Por fortuna y en contraposición,  los cinéfilos tuvimos la opción de gozar con la deliciosa Fama (Fame) y las vivencias de aquellos jóvenes estudiantes de la New York City High School of Performing Arts.

Un jovencito Pedro Almodóvar
En el mes de octubre se exhibía la Opera Prima de  un jovencísimo manchego;  Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón. El director, que llegaría con los años a ser ganador de dos Oscar e infinidad de otros premios cinematográficos, era Pedro Almodóvar. Las protagonistas, tres jóvenes actrices, Carmen Maura, Olvido Gara (Alaska) y Eva Siva, lograron gran popularidad gracias a esta película.

Y en el mes de noviembre se estrenaba en Madrid el controvertido e ingenioso film  La vida de Brian, (Brians life). Los protagonistas y guionistas  eran los Monty Phyton, un grupo de comediantes ingleses. Esta parodia sobre la vida de un joven contemporáneo de Cristo, Brian, víctima de la intolerancia, el sectarismo y el dogmatismo, llena de una obvia semejanza con la vida del Mesías, estuvo a punto de no ser nunca filmada. La productora Emi Film, al serle presentado el guión, lo vetó calificándolo de “obsceno y sacrílego”. Fue el beattle George Harrison quién hipotecó su casa y su estudio de grabación para crear su propia productora y financiar el altísimo coste de esa película inolvidable.

Al tiempo que nosotros representábamos Aspirina para dos  en el Marquina,  la función más innovadora y deliciosa que había en la cartelera era una comedia musical de título El diluvio que viene. Sus autores, los italianos Garinei, Giovannini y Trovaioli lograron un espectáculo encantador basándose en la hipótesis de un nuevo diluvio universal. Su final, incluida una original aparición celestial en forma de blanca paloma, era todo un hallazgo que arrancaba ovaciones y  bravos. (Sobre esta escena y su paralelismo con el famoso aterrizaje de dos palomas sobre el hombro de Fidel Castro durante su primer discurso televisado en La Habana, aquel hecho que los espectadores tomamos entonces como una señal divina, escribo, desmitificándolo, en mi Instantánea 26. Leedla y descubriréis el truco.)



En cuanto a las efemérides mundiales de aquel 1980, una en especial me conmocionó como todo lo que tenía que ver con mi querida “patria de adopción”, Cuba.  Aunque a retazos, la noticia del abrumador “éxodo del Mariel” logró traspasar la espesa “cortina de caña” con la que la dictadura castrista intentaba incomunicar a la isla con el resto del mundo.

Todo comenzó cuando el 1 de abril seis cubanos estrellaban un autobús contra la verja de la Embajada del Perú y pedían un asilo político que les fue concedido. Como represalia el gobierno retiró la custodia externa a esa delegación diplomática propiciando así  que un enjambre de personas saltara las verjas y ocupara los jardines, negándose a abandonar el lugar hasta que les fuesen entregados salvoconductos para salir del  país. 10.800 seres humanos se mantuvieron a la intemperie y en las más precarias condiciones durante días.

El gobierno del país andino estaba angustiado ya que le resultaba imposible atender a tan desorbitado número de demandas. Aquel dramático espectáculo dañaba la imagen de Fidel y de su supuesto “paraíso socialista”. Así que, encolerizado y en uno de sus frecuentes arranques de soberbia, Castro anunció la apertura del Puerto del Mariel para los que quisieran irse, con la condición de que tendrían que ser sacados de la isla en barcos enviados desde ultramar.
Una de las 1600 embarcaciones que salieron del Mariel
Nunca imaginó el sátrapa que, durante los 5 meses que el puente estuvo abierto, 1600 embarcaciones trasladarían a más de 125.000 cubanos principalmente a Miami. Un nuevo éxodo masivo que sufría mi querida isla, sólo comparable con el que, entre 1960 y 1962 habían protagonizado  14.000 niños cubanos, entre los que estaba mi admirada cantante Marisela Verena. Operación Peter Pan.

Marisela Verena
 Por supuesto otras cosas importantes sucedieron en el mundo en aquel 1980.

En Guatemala varios disidentes políticos españoles tomaban la embajada de España. La policía guatemalteca, en un acto de tremenda crueldad, quemaba vivos en su interior a 36 de ellos.

En junio y en EE.UU. tenía lugar el peligrosísimo incidente del “chip defectuoso”. Los centros de mando militares habían recibido un aviso de alerta sobre un ataque nuclear. Supuestamente 200 misiles lanzados desde la URSS se dirigían hacia ellos. Los ordenadores, enloquecidos, pasaban en instantes de unas cifras a otras, haciendo esto dudar a los técnicos. Por fortuna, tras consultar a los satélites, se pudo comprobar que aquello era un error cibernético. Un error que estuvo a punto de desatar una guerra nuclear.

En septiembre Saddam Hussein, presidente y dictador iraquí, ordenaba la invasión de Irán a consecuencia de las continuas disputas fronterizas, acto que traería, como todos sabemos, gravísimas consecuencias.


Y a mediados de noviembre de ese 1980, vuestra narradora y amiga Yolanda Farr, Manolo Otero y Pastor Serrador estrenaban en Valladolid, como parte de una  gira de rodaje, una obra que, por su temática, debería haber levantado ronchas en el Madrid de aquellos tiempos: Lady Mariposa.


 Una enrevesada historia de desafueros.





foto Jesús Alcántara

Desde el momento en que Víctor Andrés Catena puso en mis manos el libreto de Lady Mariposa, del escritor novel Víctor Fernández Antuña, pensé que era una comedia de humor negro llena de posibilidades. Tres únicos personajes, ambientación lujosa y una trama inusual y atrevida. Tan solo necesitaba un buen “peinado” e impregnarla de un ritmo y un aroma de alta comedia. Así que, en el mezzanine del teatro Fígaro, ante una mesa de trabajo, Catena y yo nos dedicamos durante días a quitarle algo de paja, limar un poco los diálogos y trasladar la acción al liberal Londres del momento, para evitar herir la sensibilidad de algún españolito de moral demasiado estricta. Por supuesto con la autorización del autor. Los tres personajes eran el marido, su mujer y el amante de ella.  El argumento, a primera vista, era este; un maduro y sofisticado lord inglés, (Pastor Serrador) utilizaba a su bella esposa (Yolanda Farr) para atraer a jóvenes incautos que debían acabar sirviendo de alimento a la libido homosexual del marido. (El joven, en este caso sería Manolo Otero).
Manolo Otero, Yolanda Farr y Pastor Serrador en Lady Mariposa
Esto ya de por sí era bastante atrevido de cara a  la mojigatería que aún reinaba en España. Pero, a medida que se  desarrollaba la acción, la cosa se  iba complicando; el lord resultaba ser un asesino contumaz, la esposa una transexual y la supuesta víctima ocasional, un experimentado chulo cuyo modus vivendi era el robo y el chantaje. Como supondréis, con estos personajes la historia llegaba a enredarse  endiabladamente  y el final resultaba sorprendente y amoral.

Desde el comienzo de los ensayos el trío de actores nos convertimos en cómplices de aquella enrevesada trama que tanto nos divertía.   Catena, el infravalorado y culto director al cual nunca me cansaré de alabar,  nos dio carta blanca en la construcción de nuestros tipos, con lo que cada día surgían nuevos gags que enriquecían la obra.  Estábamos entusiasmados con “poner sobre las tablas” algo novedoso y polémico.



Pastor Serrador, Manolo Otero y Yolanda Farr en Lady Mariposa
Pastor Serrador era un actor estupendo, nacido en Argentina pero desde hacía años ciudadano español.  Su curriculum, amplio y exitoso, abarcaba desde los clásicos hasta los vodeviles, pasando por el cine y la televisión. Un auténtico caballero en la vida real, el rol del lord inglés le sentaba como un traje hecho a medida.

Manolo Otero era un chico encantador. A principio de los 70, antes de que viajara hacia América y allí afianzara su carrera de cantante, nos habíamos tratado con frecuencia, sobre todo en aquella cafetería de Televisión Española a la que los artistas acudíamos con la finalidad de “pescar” algún contrato. Disfrutábamos de una afectuosa relación que, cuando coincidíamos en un trabajo, como durante el rodaje, en el año 76, de la película El libro del buen amor se reavivaba y fortalecía.
Manolo Otero y María José Cantudo

Casado con María José Cantudo en el 73, el divorcio llegó en el 78. Tras esa separación,  Jesús y yo intentamos consolarle mientras lloraba como un niño porque su ex le amenazaba con no dejarle ver al hijo de ambos, Manuel. Aquel fue un divorcio tormentoso del que la sosita andaluza salió, para sorpresa de todos, convertida en una vedette de revista, y Otero, el admirado galán y cantante, hecho un trapo, destrozado y buscando una nueva vida en una ciudad de Miami que le acogió con cariño, abriéndole de inmediato las puertas a un merecido prestigio.

La cuestión es que, en uno de los frecuentes viajes que hacía a España con la intención de ver a su adorado hijo, le ofrecieron Lady Mariposa y, al decirle quiénes serían sus compañeros, no dudó en aceptar entusiasmado.

Otero y yo en Lady Mariposa
Comenzamos la corta gira de rodaje en Valladolid a mediados de noviembre y el 28 de ese mismo  mes debutábamos en el teatro Fígaro de Madrid. El famoso modisto canario, Antonio Nieto se ofreció a realizar mi vestuario y  el resultado fue epatante. En verdad la imagen de los tres actores vestidos con las mejores galas y desenvolviéndose en un elegantísimo decorado de W. Burmann era algo poco visto en los escenarios de aquellos días. Prometedor, ¿verdad?

Pues no señor. El gran público dijo no. A pesar de las estupendas críticas, de lo poco corriente del tema, de la prestancia de los dos galanes, de la impecable dirección, de mi éxito personal de cara a la prensa y del reverdecer de mis laureles entre mis “ahijados” gays, (recordad que el año anterior había sido nombrada “Madrina de los Homosexuales”), en escasas ocasiones logramos tener un aforo decente. Aquello nos deprimía. ¡Tanto esfuerzo personal y tanto dinero invertido en el montaje para tan poco aprecio! Pero no podíamos ni sospechar que nuestra  desilusión, a los dos meses del estreno, se iba a convertir en auténtica indignación.

Y antes de continuar la historia, incluyo un poco de información indispensable para que los desconocedores de  los intríngulis del teatro puedan comprender  y aquilatar lo sucedido.

 Fotos Banús March
A la hora de montar un espectáculo el “empresario de compañía” debe ponerse en contacto y llegar a un acuerdo económico con un “empresario de paredes”. Este último suele ser el dueño del teatro o el inquilino fijo y el acuerdo varía entre un tanto por ciento de las entradas o un alquiler semanal, generalmente desorbitado. También el tanto por ciento fluctúa. Según el prestigio de la compañía y la buena voluntad del “empresario de paredes”, este suele oscilar entre el leonino setenta por ciento para el teatro hasta bajar al cincuenta, es decir, a partes iguales con la compañía. Sin duda el reparto no es justo pues una producción debe amortizar grandes gastos de montaje y cubrir los sueldos de cada día.  Y no solo los de los actores. También está el equipo técnico, sonidista, iluminador, regidor, muchas veces maquinista y hasta sastra. En cambio los gastos del local se limitan al de la electricidad y a las miserables pagas que reciben los acomodadores y la persona que se ocupa de la taquilla.

Si la obra va bien no hay grandes problemas pues entra dinero para todos. Pero cuando el veleidoso público parece ponerse de acuerdo para no acudir, surgen los graves problemas. El empresario de compañía aduce no tener dinero para pagar a su equipo y el de paredes considera, si va a tanto por ciento, dice que a causa de la poca entrada diaria, no está ganando lo suficiente. Y, según nos enteramos más tarde, esa fue  la causa del drama que nos tocó vivir a mediados de febrero de 1981.

Yolanda Farr y Pastor Serrador en Lady Mariposa
Pastor, Manolo y yo solíamos reunirnos para tomar un café antes de dirigirnos a nuestro “centro de trabajo”. Una tarde, al acercarnos al edificio, notamos que las luces interiores y las de las carteleras estaban apagadas. Sorprendidos nos abalanzamos hacia la taquilla buscando un cartel que indicara al público lo que sucedía, temiendo enterarnos de que alguna catástrofe dentro del teatro impedía su apertura, algo muy grave de lo que no habíamos sido informados. Pero no encontramos ni aviso puesto en la ventanilla  ni  ser viviente alguno tras los cristales. Aturdidos nos dirigimos a la puerta de actores y comenzamos a golpearla intentando que alguien nos explicara por qué tres actores se encontraban en la calle, a la hora de la función, imposibilitados de entrar al local. Pero nadie respondió.

De pronto nos dimos cuenta de que la cosa podía tener graves consecuencias para nosotros. Estando aún vigente la Ley de Alteración del Orden Público, según la cual la suspensión de un acto debía ser notificada a la policía con un día de anticipación, bajo pena de multa y hasta encarcelamiento, como he contado con anterioridad, decidimos llamar a un notario para que levantara acta de que los actores estábamos presentes pero sin forma de acceder al interior del teatro para realizar nuestra labor.

Aquella fue la situación más desconcertante a la que me he enfrentado en la vida. El público que iba llegando nos rodeaba pidiéndonos una explicación que no podíamos darle. La noche se fue cerrando sobre tres figuras encogidas de frío y asombro, sobre tres cerebros cuyos engranajes parecían chirriar a causa de lo desordenado y ya furioso de los pensamientos. Y allí nos mantuvimos hasta que se presentó la policía y pudimos poner la correspondiente denuncia.

Era ya madrugada cuando nos fuimos a nuestras respectivas casas. Durante dos días continuamos acudiendo al teatro a la hora del trabajo, en compañía de Fernández Antuña, el autor, de Catena y de un abogado, por si las moscas. Dos días en los cuales ni Julio Matías, el  empresario de paredes y directo responsable de lo que nos ocurría, ni nuestro empresario, al que ni siquiera conocíamos personalmente, tuvieron la cortesía de presentase y darnos una justa explicación. Se nos ocurrió la idea de hacer “una sentada” para lo cual conectamos con algunos de esos compañeros tan “contestatarios” a los que, tiempo atrás, habíamos apoyado durante la huelga de actores, jugándonos el tipo. Pero nadie se dignó aparecer ni por las cercanías del teatro. ¿Dónde estaba la tan cacareada solidaridad del gremio?

Al tercer día por fin encontramos la puerta de actores abierta y, como ladrones en nuestra propia casa, entramos en los camerinos y recogimos nuestros efectos personales. Al pasar por el escenario y ver el decorado casi desmontado, los hermosos ventanales arrancados sin misericordia,  los negros agujeros de tristeza que su ausencia dejaba sobre las paredes, los muebles yaciendo en una esquina, como niños huérfanos y abandonados tras el paso de un tifón, mi corazón se estremeció.


Manolo Otero, Yolanda Farr y Pastor Serrador en Lady Mariposa
Para finalizar esta larga historia os diré que, como es comprensible, la compañía  se disolvió. Otero volvió a las Américas, Pastor puso una demanda judicial contra Julio Matías que, bastante tiempo más tarde, para nuestra sorpresa, fue desestimada, y yo decidí que, sin darle más vueltas,  almacenaría el suceso en mi baúl de las malas experiencias. Pero eso sí, enriquecida  con el aprendizaje. Habían quedado patentes tres cosas; la falta de solidaridad que reinaba en esa profesión mía tan necesitada de ella, la incomprensible  carencia de rigor  de la justicia española y sobre todo la ausencia total de ética y consideración del “señor empresario de paredes” que, sin una palabra de aviso para los actores, sin una explicación, había tomado la drástica decisión de dejarnos literalmente en la calle. En cuanto a nuestro improvisado empresario de compañía, una de esas despistadas estrellas fugaces que a menudo pasan por esta profesión, salió de su primera experiencia teatral como gato escaldado y  nunca más se supo de él.

Pero ni por asomo aquello era lo peor que ese mes de febrero de 1981 nos tenía deparado. Tan solo unos días más tarde ocurría algo que pondría a España y a su frágil proceso de democratización al borde del abismo.

  España al borde del abismo.


Primera parte
(23 de febrero de 1981. Los preliminares)





Foto Jesús Alcántara
 “Algo debe estar sucediendo en Carrera de San Gerónimo. Están pasando muchos coches de policía hacia Paseo del Prado”. Era la voz de Johnny, el camarero del café Dorín, en el cual nos encontrábamos. Como casi cada tarde la clientela estaba formada  por alguna pareja que disfrutaba de esa merienda tan castellana compuesta por chocolate con churros y por actores en paro o jubilados.  Ya que nadie  prestó atención a sus palabras, Johnny abandonó su puesto de observación a la puerta del local y pasó por nuestro lado, reintegrándose   a su trabajo tras la barra. Pasado un  rato alguien penetró agitado en la cafetería y lanzó esta aplastante noticia: “¡Los militares han tomado el Congreso de los Diputados y hay tremendo follón de policía y prensa en la puerta!”.  Sin duda algo gordo estaba pasando y nosotros, que solíamos reunirnos por esa zona cercana al Congreso, nos encontrábamos sin quererlo en el meollo de la acción. Las opiniones del grupo se dividieron entre acudir a ver qué sucedía o dirigirnos para cenar a nuestro acostumbrado restaurante Hylogui, situado en un calle transversal a escasos metros del Congreso,  y desde allí irnos enterando de los acontecimientos entre ricas sopas de pescado, escalopines, boquerones fritos o cualquier otro sencillo manjar regado con el acostumbrado vino de Rioja. Con toda la inconsciencia del mundo eso fue lo que hicimos y, debo decir que no fuimos los únicos. Varias mesas del restaurante estaban ocupadas por los clientes habituales. 

Creo que la mayoría del pueblo español tardó horas en aquilatar la gravedad de lo que estaba ocurriendo.  El maitre nos iba pasando la información obtenida a través de una radio que había en la cocina. Así nos enteramos de que la cosa tenía todos los visos de ser un golpe de estado. Y aquello era muy inquietante. Por lo tanto  el grupo se disolvió y cada cual se fue a su casa con intención seguir los acontecimientos por los medios informativos. Al parecer el futuro de España se estaba jugando en esos momentos. Aunque parezca increíble,  las calles de Madrid estaban tranquilas, tal vez demasiado tranquilas, sumidas en ese estado de paz que suele preceder a los grandes acontecimientos. Una vez llegados a nuestro hogar, Jesús, mi madre y yo, como la inmensa mayoría de los españoles, pasamos aquella noche en vela, sentados con avidez frente a un televisor que hasta las 10 de la noche, cuando el director de los informativos de TVE Iñaki Gabilondo dió el primer parte oficial, tan solo emitía música militar sobre la carta de ajuste. Únicamente la cadena radiofónica Ser  trasmitía la poca información de la que se disponía fuera del Congreso. De ahí que esa noche sea conocida como “la noche de los transistores”. Ante aquella aterradora desinformación solo se podía rogar para que la intentona fracasara y nadie nos robara esa democracia que estábamos comenzando a disfrutar.

Segunda parte.
(Dentro del hemiciclo)

Tejero en la tribuna. La foto más emblemática del golpe de estado

A las 6 y 22 de la tarde del 23 de febrero de ese 1981, irrumpía en el abarrotado Hemiciclo del Congreso de los Diputados de Madrid, ante el total desconcierto de las personas allí reunidas,  un grupo de guardias civiles armados con subfusiles y al mando del teniente coronel Antonio Tejero.  La  primera acción del individuo fue dirigirse a la tribuna, pistola en mano, y desde allí lanzar un  grito de “¡quieto todo el mundo!”, seguido de un  “¡al suelo!” que incrementó el desconcierto de la asamblea.

Gutiérrez Mellado de espaldas, zarandeado, y de pie
a la izquierda Adolfo Suárez, intentando ayudarle
La reacción del Vicepresidente del Gobierno, Teniente General Gutiérrez Mellado, fue levantarse de un salto y, basándose en su mayor rango militar, dirigirse hacia Tejero conminándole a entregarle su arma y abandonar su actitud belicosa. Muy por el contrario aquello originó el momento de mayor peligro y tensión de la tarde. Tras un inicial disparo de Tejero  siguieron largas ráfagas salidas de los subfusiles que los excitados golpistas portaban. Por fortuna todas dirigidas al aire. Gutiérrez Mellado, haciendo gala de verdadero coraje se mantuvo incólume bajo el tiroteo, repitiendo la orden  de que depusiesen las armas. Esto provocó que el anciano fuera zarandeado con vileza y forzado con violencia a sentarse. 
"¡Todo el mundo al suelo!", a excepción de Suarez,
sentado en primera fila y Gutiérrez Mellado,
de traje negro y erguido entre los asaltantes

El grito de “¡todo el mundo al suelo!” que siguió a ese gran descontrol fue, como es de suponer,  esta vez obedecido. Pero no por la totalidad de los presentes. Tres hombres se negaron a aceptar esa humillación. El aún presidente del gobierno Adolfo Suárez, que con valentía había intentado defender a su compañero Gutierrez Mellado mientras estaba siendo agredido, el  líder del recientemente legalizado Partido Comunista, Santiago Carrillo y el propio Gutiérrez Mellado. Esos tres hombres siguieron con toda dignidad en pie y ajenos a las amenazas.

En el suelo  hubieron de permanecer el resto de los congresistas por largo tiempo, sumidos en un tenso silencio, mientras guardias civiles subían y bajaban  por las escaleras que conducen a los escaños, empuñando sus fusiles, vigilando no se sabe qué, pues es archi conocido que nadie puede entrar  en el Congreso llevando arma alguna. Minutos más tarde, minutos que a ellos debieron parecerles horas, se les comunicó que estaban esperando a un alto mando del ejército con información detallada sobre lo que estaba sucediendo. Pero el anunciado militar no llegaba. (De hecho, nunca llegó). Poco a poco las cabezas de los diputados fueron asomando tras los respaldos de los sillones.  En un momento determinado, supongo que harto de tanta agresiva arbitrariedad, la voz de Adolfo Suárez se alzó exigiendo que aquello terminase, gesto apoyado por otros diputados.  Ese hecho aportó a la historia la más famosa y triste frase pronunciada durante  aquel suceso, algo que definía el talante de Tejero y sus golpistas: “¡Se sienten, coño!”. Es innumerable el número de viñetas, chistes y parodias que se han hecho basándose en ella, hasta llegar a convertirse, a nivel del pueblo, en lo más identificativo de aquel chapucero intento de golpe de estado.


Santiago Carrillo, Adolfo Suárez y Gutiérrez Mellado
Los asaltantes ignoraban que dos cámaras, colocadas en el último piso del hemiciclo, estaban grabando todo lo que acontecía. Durante 35 minutos, hasta que fueron descubiertas y destruidas, las imágenes se trasmitieron a los estudios centrales de  TVE, y lograron ser ocultadas y así salvadas para la posteridad antes de que, a las 7 y media de la misma tarde, un grupo de soldados tomaran las instalaciones de Radio Nacional y de TVE. (Esa grabación, el mejor testimonio de aquel grave incidente, está en Youtube a disposición de todo el que desee verlo).

Tercera parte.
(El porqué).

Varios fueron los factores que generaron un malestar creciente entre gran parte de los militares: el partido comunista había sido legalizado, para irritación del sector más conservador de los españoles, y  el gobierno de UCD, Unión de Centro Democrático,  no logró durante su mandato solucionar los problemas de la crisis económica, viéndose obligado a dimitir su líder y presidente del gobierno, Adolfo Suárez. También  había grandes dificultades para articular una nueva organización del Estado ya que, tras la muerte del dictador Franco su gran eslogan “España, una, grande y libre” había empezado a perder valor. Por otra parte las acciones de ETA, el grupo terrorista vasco, se incrementaban  y ciertas facciones del gobierno, que no aceptaban un sistema democrático, presionaban hacia un regreso al regazo de la ultraderecha.

Los golpistas, Antonio Tejero, Alfonso Armada y Jaime Miláns del Bosch

Se supone que esos fueron los detonantes para que el General Alfonso Armada y el capitán General de la III Región Militar de Valencia, Jaime Miláns del Bosch, orquestaran un golpe militar.

Dos horas después de la burda toma del Congreso de los Diputados, éste último declararía el estado de excepción en dicha ciudad, lanzando a la calle 1800 efectivos y 40 tanques que durante casi un día entero recorrieron la ciudad, sembrando el desconcierto y el pánico. Hay que decir que, pese a las llamadas efectuadas por Miláns de Bosch en petición de apoyo, la inmensa mayoría de los mandos militares españoles se negaron a cooperar.


El día 24 de febrero, cuando la normalidad estaba restaurada, se supo que, en un principio, varios tanques habían entrado en Madrid por la Castellana, pero que el avance se había suspendido de súbito y la retirada efectuada de   inmediato.


Esto sucedió mucho antes de que, a la 1 de la madrugada, el Rey Don Juan Carlos, con su uniforme de Capitán General de los Ejércitos, hiciera su primera declaración televisada instando a la calma, asegurando su rechazo a cualquier acto que atentase contra la constitución y condenando con rotundidad aquella intentona. Es decir, dejando claro que no iba a apoyar en ningún momento a los golpistas. Aquello tiró por los suelos definitivamente ese endeble golpe de estado. 
Guardias civiles intentando escabullirse
 Es muy posible que los golpistas confiaran en un apoyo de la Corona que no tuvieron. A la mañana siguiente Miláns del Bosch retiraba las tropas de las calles de Valencia y en el Congreso, los diputados retenidos durante esas largas  y angustiosas horas eran puestos en libertad. Tejero  fue arrestado y condenado a 30 años por delito de rebelión militar, de los que cumplió 15. Miláns del Bosch  y Armada tuvieron la misma condena pero el primero tan solo pasó 8 en prisión y el segundo 5, ambos por “motivos humanitarios”. En cuanto a los guardias civiles  acompañantes de Tejero, nunca se supo qué fue de ellos, pero en este capítulo incluyo una divertida foto en la que se ve a varios escaqueándose por una ventana del Congreso la mañana del gran fracaso.

Hasta aquí la sucinta crónica de un suceso que pudo cambiar de forma drástica la historia de España. Por fortuna, como todos sabéis, la  democracia aún pervive en este  país mío, con todo lo bueno y malo que eso conlleva. Mi querido padre decía que la democracia era el “menos malo de todos los sistemas”. Y yo estoy de acuerdo.

La próxima semana volveremos a cotillear por el mundo de la farándula. ¡Hasta entonces!


 Un año de resaca.




Foto de Jesús Alcántara


Me ha sorprendido la reacción de algunos de mis lectores, sobre todo los españoles, ante mi capítulo anterior, esa síntesis del intento de  golpe de estado sucedido en este país en septiembre de 1981. “Pues, no me di cuenta de que la cosa fuese tan seria”,  “no estaba enterado de tantos detalles” o incluso “¿puedes creer que ni me acordaba?” Es increíble la facultad que tenemos los seres humanos de pasar por las más espesas junglas, plagadas de fieras y alimañas, sin mirar a nuestro alrededor, sin tener verdadera consciencia del peligro que nos rodea, como caracoles  metidos en esa casita que habitamos y que convertimos en nuestro único mundo. Sí, señor, estoy sorprendida. Aunque en verdad no debería.  No tras haber vivido en Cuba la Crisis de los Misiles, esos días en los que se estuvo jugando con el futuro del mundo sin que una gran parte del pueblo cubano tuviese noción de lo cercana que tuvimos esa tercera guerra mundial, y sobre todo, de lo aniquiladora que podía haber sido. Cierto que nuestra extrema juventud de entonces y el aislamiento al que el gobierno castrista nos tenía sometidos nos anestesiaba, pero, en mayor o menor medida, pienso que la tendencia humana a desvincularse de toda realidad que no sea la de su acomodaticia cotidianidad es una constante. Aunque, pensándolo bien, es muy posible que esto, en lugar de un defecto, sea un regalo Divino.

España salió victoriosa de  la  intentona golpista, pero con una resaca que tardó tiempo en desaparecer. Eran frecuentes y bulliciosas las manifestaciones callejeras en contra de una involución política y el partido socialista se fortalecía ante el escarmiento sufrido por la extrema derecha. 

El nuevo presidente del gobierno Leopoldo Calvo Sotelo, investido 2 días después del fallido golpe, tan solo estuvo en su cargo de septiembre del 81 a diciembre del 82. Tal vez por la tensa situación que le tocó vivir o quizá a  causa de la descomposición de su partido, UCD, es este un personaje gris, como demuestra la poca duración de su  presidencia. Nada importante se puede decir de él ni de su mandato, excepto la presentación ante el congreso, y posterior aceptación, de la ley del divorcio.

Dejando a un lado la política os contaré que, en ese año, mi vida  siguió el difícil rumbo que marcaba el país,  bailando, como todo el mundo, al ritmo de la crisis. Ningún empresario se atrevía a iniciar grandes proyectos y las subvenciones estatales para el cine y el teatro comenzaron a escasear. Dicen que los artistas siempre nos quejamos de nuestra situación, que llevamos proclamando la muerte del teatro casi desde sus inicios, pero es innegable que, en los malos momentos, es el sector cultural el que sufre los mayores recortes en las ayudas del estado. Por otra parte los problemas económicos siempre redundan en una menor asistencia a los espectáculos. Ya se sabe que la cultura no es un artículo de primera necesidad. Al menos así dicen.


O sea que salvo por el estreno de la película Los hijos de papá, que había rodado el año anterior, y un muy grato reencuentro con Pepe Sacristán en la filmación del cortometraje  Guzmán el bueno, los primeros meses del año fueron bastante estériles para mí.

De Los hijos de papá guardo la maravillosa experiencia de haber trabajado con mis dos actores más admirados; Irene Gutiérrez Caba y Pepe Bódalo, auténticos “monstruos” de la interpretación. La película, dirigida por Rafael Gil y basada en un best seller  de  Fernando Vizcaíno Casas, fue un gran éxito para la productora, y a mí me aportó la satisfacción de interpretar en cine,  por primera vez, el papel de una señora “normal”, es decir, de una esposa, madre y ama de casa. Como ya dije en un capítulo anterior, estaba un poco harta de que solo se me concibiera en personajes sensuales y provocativos. Tenía que conseguir que aceptaran mi salto hacia la madurez o a mi carrera frente a las cámaras le quedaba poco tiempo.


En cuanto a Guzmán el bueno, dirigida por Raimundo García, ganadora del Colón de Oro en el Festival Cinematográfico de Huelva bajo el nombre de ·Coplas de Don Guzmán, se trataba de una sátira, de una desmitificación de la historia de Alfonso Pérez de Guzmán, militar del siglo XIII que, durante la defensa de la ciudad de Tarifa, prefirió ver a su hijo asesinado, a los pies mismos de su castillo por los moros,  antes que rendirse. Mi papel era una divertidísima parodia de su mujer, María Coronel. Aquel fue  un rodaje en el que disfruté trabajando de nuevo codo a codo con Pepe Sacristán. 



Foto fija de Guzmán el bueno.
Jesús, por su parte, comenzaba a ser considerado “el fotógrafo de los artistas”,  sobre todo las mujeres llamaban “Lourdes” por los milagros que hacía utilizando tan solo una iluminación perfecta. Os contaré que a mediados de la primavera, inauguró su estudio en la calle Príncipe, justo en los altos del Teatro de la Comedia . No exagero un ápice si aseguro que la crema y nata de la profesión pasó por allí para ser retratada. Desde jóvenes starlets como Rosa Valenty hasta magníficas veteranas como Mary Carrillo. Y todas salían encantadas de verse rejuvenecidas o favorecidas, según lo que fuese necesario.

Ya que menciono a la Valenty os diré que en el mes de agosto de ese 1981 me embarqué, por primera vez en mi vida, en la aventura de participar en una cooperativa. De ella también formaban parte Pepe Ruiz,  Fabio León y ella.

La escasez de empresarios dispuestos a jugarse el dinero,  había forzado a los actores a reunirse en pequeños grupos, autofinanciarse el montaje de alguna obra de pocos personajes y entre todos compartir los gastos y   las       ganancias. Víctor Andrés Catena nos facilito un divertido texto, Piensa mal y acertarás, de la escritora inglesa Joyce Reinbourn y se ofreció a participar con nosotros en el proyecto. La obra cumplió de sobra con su propósito de entretener al público madrileño durante los meses del verano. Pero económicamente la experiencia fue un enorme fiasco.

Puesto que nuestro acuerdo era repartir el dinero en cinco  partes iguales el asunto no debía haber sido demasiado complicado. Pero, a consecuencia de nuestra nula experiencia al respecto, nos resultaba imposible controlar el taquillaje por lo cual, aunque viéramos el teatro bastante concurrido,  el dinero que llegaba a nuestras manos, tras haber previamente descontando  el 50 por ciento perteneciente al empresario de paredes del Maravillas, era una miseria. Y si protestábamos siempre surgía una justificación; que si el teatro tenía un número de butacas reservadas para su uso  exclusivo, que si los vales de favor y las invitaciones habían sido muchas, en fin,  nos tomaron el pelo sin misericordia.  Huelga decir que salimos de aquella experiencia como gatitos escaldados, y decididos a no meternos más en “camisas de once varas".





 Con Pepe Ruiz en Piensa mal y acertarás

Ningún otro trabajo importante surgió en todo ese año. Por fortuna Jesús lo  tenía en abundancia y su prestigio crecía exponenciálmente. Mi madre, que envejecía con gran dignidad, disfrutaba de mi presencia en la casa y, para satisfacción de ambas, seguía gozando con sus traguitos de vino tinto acompañados por unas patatas a la brava que mi estómago,  ni en mis años más mozos, hubiese podido soportar.



No puedo terminar este capítulo sin recordar dos terribles atentados cometidos durante ese año.
Reagan introducido en el coche tras el atentado

El 30 de marzo, el presidente de EE.UU., Ronald Reagan, recibía un disparo en el pecho mientras salía de un hotel en Washington. La rocambolesca historia es esta: John Hinekley Jr., obsesionado con la actriz Jodie Foster, llevaba años intentando infructuosamente establecer contacto con ella. Creyéndose rechazado a causa de su anonimato, decidió hacerse famoso matando al presidente del país. Por fortuna Reagan se recuperó con celeridad del balazo que le atravesó un pulmón y pudo reanudar su mandato.

Juan Palo II tras su atentado

Y el 13 de mayo, en la Plaza de San Pedro de la ciudad del Vaticano, el papa Juan Pablo II resultaba gravemente herido por Ali Agca, miembro de la extrema izquierda turca. Durante largo tiempo se temió por su vida y, en España, devotos y menos devotos vivimos angustiados su larga convalecencia. Aunque después de un tiempo reanudó las funciones papales, nunca llegó a recuperarse del todo.

Y hasta aquí lo referente al año 1981. En el próximo capítulo mis recuerdos serán un año más jóvenes y yo un año más vieja, pero aún con muchas vivencias que contar. Entre otras la historia de cómo un nuevo y adorable “personajillo”  hizo su entrada en nuestra vida.









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