Foto Jesús Alcántara |
Los días transcurrían con una suavidad a la que no estaba
acostumbrada, como veleros deslizándose por aguas mansas. Mis pies, por primera
vez, pisaban sin miedo ni ansiedad, creando el sendero hacia un futuro que me
parecía cálido y seguro. El frecuente reencuentro con amigos cubanos hacía que me sumergiera en
el recuerdo de mi querida Cuba pero, como en un milagro, solo los gratos
momentos prevalecían; la belleza de su naturaleza, el afecto que tantas personas me habían demostrado, mis descubrimientos del amor, de la cultura, de la
amistad, de esa sensualidad que cubría hasta los más insospechados aspectos de la vida cubana...
En Cuba en el año 56 |
Rememoraba mis paseos por el malecón, las templadas y nítidas aguas de Varadero, la entrañable esquina de 70 y 13, Ampliación de Almendares, que había visto a una tímida galleguita de nueve años convertirse en la estrella de los Cabarets Capri o Tropicana y en una de las protagonistas de las películas Memorias del Subdesarrollo, Por cuanto o Desarraigo, testigo también de mis casi diarios viajes de ida y vuelta a la academia de Ballet de Alicia Alonso… Hasta el recuerdo de mis zapatillas de punta, manchadas siempre con la sangre que brotaba de ampollas que salían en mis demasiado largos dedos, poco adecuados para los menesteres del ballet, traía a mi boca el dulzón sabor de la nostalgia.
Por supuesto que pensaba a veces en Homero Gutiérrez, mi primer y
trágico amor. Lo hacía como se piensa en
un héroe, en un patriota, con los
contornos carnales de nuestra relación difuminados entre el fulgor glorioso con
que había rodeado su memoria. Sobre todo venían a mi mente mis paseos “Rampa
arriba, Rampa abajo” durante los cuales intentara unas veces desahogar dolores
y otras saborear éxitos, pues para todo servía el deslizarse hacia el mar por
aquella hermosa ruta, pletórica de vida
y actividad. Sus amplias aceras de granito, cubiertas por mosaicos salidos de
la imaginación de los más grandes pintores cubanos, eran un lujo, un derroche
de arte puesto a nuestros pies. Por ejemplo las coloridas creaciones de Amelia
Peláez, alguno de los famosos gallos de Mariano, abstracciones de Raúl
Martínez, muestras de la inquietante pintura ritual de Wifredo Lam y muchas
más hermosas piezas alfombraban de creatividad y belleza aquella calle. Sé que he hablado con anterioridad de La Rampa (ver Instantánea
45) pero la falta de documentación gráfica me había impedido mostrar imágenes.
Ahora, gracias a la generosa aportación de fotos realizadas “in situ” por
Eduardo Arias-Polo, hermano del periodista del Nuevo Herald de Miami, Arturo Arias-Polo, podréis comprobar mis palabras.
Parte de los mosaicos que alfombran las aceras de La Rampa. La Habana. Fotos de Eduardo Arias-Polo |
En realidad no había motivo alguno para que me dominara la nostalgia. Tenía a mi lado lo que restaba de mi familia, sentía que mi relación con
Jesús se seguía fortaleciendo con el paso del tiempo y podía disfrutar
de mis nuevos amigos, a los que se habían unido sus propios amigos, así que mis
días y mis noches estaban llenas de actividad artística, familiar y, por
primera vez en mi vida, algo frívolas.
Salvador Vives, Marisol Ayuso, Luis, yo y Norberto Sosa en los carnavales |
Jesús y yo |
Tomás Picó, Salvador Vives, Jesús, yo, Norberto Sosa y Luis formábamos una troupe incansable e invencible. Aquellos carnavales del 75, los primeros de mi vida, no hubo baile o ágape en el que no batiéramos records de atención por nuestros disfraces y nuestra apostura. Era maravillosa la forma en que, a veces con tres trapos y mucha imaginación, nos inventábamos epatantes vestuarios. En otras ocasiones, como la que se muestra en la foto, recurríamos a unos amigos que poseían un taller con la más variada ropa de teatro y entonces sí que armábamos “la marimorena”.
Como contraste estaban las “madrugadas esotéricas” en las cuales
hablábamos de nuestro convencimiento sobre la existencia de vida
extraterrestre, compartíamos nuestras experiencias extrasensoriales y en general divagábamos sobre el mundo de lo paranormal. A ellas asistían personas como la bellísima artista argentina Perla Cristal, Beatriz
Carvajal, que tiempo después se convertiría
en una importante actriz, personajes como el fecundo novelista Vázquez Montalván
o personajillos como Rappel, quien en la cercana década de los ochenta asumiría el papel de “gran médium y vidente” de la burguesía madrileña
y al que, en aquellos días, Tomás Picó y yo habíamos enseñado incluso cómo
interpretar el tarot. Y así pasó la primera mitad de aquel año.
Beatriz Carvajal, Perla Cristal, Vázquez Montalván y Rappel |
En el mes de Junio el teatro Arniches me requirió de nuevo. Ricardo Lucia iba a dirigir un vodevil de George Feydeau, Le Dindon, al que habían rebautizado con el título de Ojo por ojo, cuerno por cuerno. La función era deliciosa, ejemplo de la maestría del autor, y el amplio reparto de 1ªA. Luis Prendes, Clara Suñer, Pepe Calvo, Juan José Otegui, Mercedes Barranco y yo éramos los protagonistas dentro de un elenco mucho más nutrido de estupendos secundarios.
Pero algo espantoso ocurrió durante los primeros ensayos de esa función . Un mediodía, estando en casa a la hora del almuerzo, oí por teléfono la desesperada voz de mi madre que decía; “Yolincita, ven corriendo Arsenio se siente mal”. Fueron mínimos los minutos que tardamos Jesús y yo en abrir la puerta de su apartamento. La visión de mi padre sentado en su sillón favorito, con el rostro contraído y pálido, duplicó el ya acelerado ritmo de ese corazón mío que parecía querer explotar. Decía tener un fuerte dolor en el pecho. No hacía falta ser un facultativo para sospechar de qué se trataba. Inmediatamente llamé al servicio de urgencias de una Seguridad Social que por aquel entonces ya incluía a los padres del titular como beneficiarios.
Mi adorado padre en su juventud |
No recuerdo cuánto tardaron en llegar el médico y la ambulancia, lo que nunca olvidaré es el tiempo que pasé intentando darle sosiego con mis palabras mientras oía los sollozos que mi madre trataba de disimular inútilmente. Lo siento. No puedo extenderme en esta narración. A pesar de los largos años pasados desde aquel agosto de 1975 mi mano tiembla y mis ojos se nublan.
Mi padre, Arsenio Mariño, el incansable luchador, mi caballero
andante, mi ejemplo frente a la adversidad, ese importantísimo trozo de mi vida fallecía en el hospital aquella
misma tarde. Había sufrido un infarto masivo. Mi adorado gallego se fue hacia
la muerte igual que había vivido, como un auténtico caballero, sin alharacas,
como no queriendo molestar.
Casi sin hacer ruido y de puntillas emprendió el
camino hacia el cielo dejando escrita en mi alma la más perfecta oda de cariño
y dedicación que rapsoda alguno pudo crear. Una lección de vida, amor y muerte
inigualables.
Durante mucho tiempo tan solo la presencia de mi madre y de Jesús me ataron a un mundo que me parecía inhóspito sin él. Inevitablemente, poco a poco fue llegando la aceptación, pero el puñal de la parca, hundido por segunda vez en mi corazón, me provocaba ráfagas de un dolor insoportable.
Mi padre en 1973 |
Durante mucho tiempo tan solo la presencia de mi madre y de Jesús me ataron a un mundo que me parecía inhóspito sin él. Inevitablemente, poco a poco fue llegando la aceptación, pero el puñal de la parca, hundido por segunda vez en mi corazón, me provocaba ráfagas de un dolor insoportable.
Aquel terrible día Jesús había llamado al director de Ojo por Ojo, Ricardo Lucia, para
informarle sobre lo sucedido y comunicarle que yo no podía asistir al ensayo, a
lo que el hombre respondió; “por Dios, dile que se tome dos o tres días de descanso”. Pero
la tarde siguiente Yolanda, estaba en el teatro dispuesta a
continuar su trabajo, no por disciplina, no, más bien porque sabía que tan solo sobre el escenario y
rodeada de los compañeros podría sobrevivir a una angustia que le corroía el alma. La mía no fue una reacción anómala. La
mayoría de los artistas han superado estos trances sumergiéndose aún más
en su trabajo. Creédme que es la mejor terapia.
El 13 de Septiembre se estrenaba con gran éxito aquel
vodevil. Muchas fueron las glorias y los bravos.
A pesar de mi tristeza, hubo momentos de gozo durante las representaciones que siguieron, instantes en los que el alma de la divertida “Maggy” lograba poseer la mía dolorida, días en los que las ovaciones del público disipaban las brumas dentro de las que ultimamente vivía. Aquella primera etapa de dolor hubiera sido casi imposible de superar sin el amor y la entereza de Jesús, quien de nuevo se había hecho cargo de todos los absurdos rituales que seguían a la muerte. También fueron un bálsamo para mi tristeza la dulzura de Mercedes Barranco, el afecto de Clara Suñer, la amistad de Juanjo Otegui y sobre todo, las bromas de Pepe Calvo, todo un carácter. Mis compañeros.
Siendo un “cómico a la antigua” este hombre disfrutaba
con la maldita costumbre de hacer trastadas a los compañeros en escena y se
jactaba de que nadie había podido evitar la risa ni logrado hacer que él se riera.
Teníamos ambos un momento en la trama durante el cual, intentando
conquistarlo, yo le servía con obsequioso amor un té con azúcar. Pues bien, con un
acento americano que el director me había marcado, y que me quedaba muy gracioso, según señalaron los críticos, debíamos sostener ambos este
pequeño diálogo; Yo.- ¿Tea, honney? Él.- Bueno, hija. Yo, (tomando la azucarera llena de terrones).- ¿Un “tierron”, dos “tierrones”?, pregunta a la que
un día comenzó a contestarme con cifras absurdas como veinte o treinta o lo que
en ese momento se le ocurriera. Por supuesto eso arrancaba las carcajadas del
público. De pronto se me ocurrió darle a probar su misma medicina así que
tras echarle azúcar y hundir la
cucharilla en su taza le pregunté con la más ingenua de las inflexiones y la
más dulce sonrisa, “¿Te lo meneo, darling?”.
Aquello fue una explosión de risas tanto del respetable como de Pepe. Era hilarante ver como su rostro, al tiempo que intentaba contenerse, iba tomando un hermoso color rosa intenso.
Esta vez le tocó a él pasar el mal rato.
Mercedes Barranco, su esposa desde hacía años, soportaba
estoicamente el a veces agresivo sentido del humor de su marido. En una
ocasión, mientras la compañía casi en pleno cenábamos entre función y función
en esa tasquita que nunca falta al lado de la puerta de actores de los teatros,
le oímos decir a voz en cuello; “Mercedes, sin duda eres frígida. Abrirte las
piernas es como abrir las puertas de un congelador, lo que sale de ahí es puro
vapor de agua helada”. Mercedes, acostumbrada a estas salidas, sonrió
apaciblemente mientras los demás reíamos ante la soez pero ingeniosa
ocurrencia. Ese era Pepe Calvo.
El 14 de octubre de ese 1975 comenzó definitivo deterioro
físico del dictador Francisco Franco. Ya no había forma de ocultárselo al
pueblo. Se le había administrado la extremaunción y la noticia de su inminente
muerte alegraba a una parte de los españoles, entristecía a otra y nos
angustiaba a todos los que tuviésemos dos dedos de frente. En los camerinos del
Arniches las radios estaban encendidas, ya que, una vez anunciado
oficialmente su fallecimiento, todo espectáculo debía cesar, todo teatro, toda
discoteca, pub, cabaret o music-hall debía
cerrar sus puertas en señal de luto.
Arias Navarro anunciando por TVE la muerte de Franco. |
Y esa estresante situación se extendió durante más de un
mes, hasta que, el 20 de noviembre, mientras hacíamos la función de la tarde, el presidente del gobierno Arias Navarro pronunciaba
estas palabras ante todos los medios de comunicación del país; “españoles,
Franco ha muerto”.
Próximo capítulo: Sí, Franco ha muerto.
Mi querida Yolanda, nuevamente un amargo y conmovedor capitulo hace que deje mi comentario de apoyo y gratitud por permitirnos entrar en tus Memorias.
ResponderEliminarContar las cosas buenas de la vida, siempre es gratificante; pero estas otras, sin duda te son lacerantes. Como la vez anterior, piensa únicamente que en los últimos años les diste la gran alegría del rencuentro y todo tu amor. Debiste y debes sentirte híper-satisfecha.
Un beso y todo mi cariño y admiración.
Tony Pisani
Que grande eres, Yolanda Farr! Que Dios te bendiga!
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