Cuba. De nuevo en el candelero.

 Las vacas comienzan a engordar.




“Tierra baja”, aquel drama rural catalán que representamos en Prometeo fue, para mí,  el mayor éxito que imaginarse pueda. No por el número de espectadores que asistieron, los cuales solían ser escasos aunque entregados en cuerpo y alma a aquella sala, no por las críticas que  nos lapidaron, tachando la obra de “absurdamente anodina  y  desposeída del espíritu revolucionario que debe impregnar todo proyecto teatral”. Aquel fue para mí, repito,  el mayor éxito  puesto que me devolvió el sonido de mis pasos sobre el escenario, el eco de mi voz rebotando entre butacas y telones, la confirmación de que aún podía ejercer la magia de mentir con tanta sinceridad que nadie pudiera intuir la existencia de  la máscara tras la máscara, de la felicidad tras el desgarro, del miedo tras el arrojo. Es decir, me devolvió la condición de actriz.
Nadie interrumpió mis parlamentos con gritos de “¡contrarrevolucionaria!”, ni me esperó al terminar mis actuaciones para conducirme a las mazmorras del G2. En fin, nada de aquello con lo que había sido amenazada sucedió y eso a la vez que me producía  un tremendo alivio me llenaba de indignación. La sensación cada vez más firme de que había perdido, sin justificación alguna, dos años de mi vida me enfurecía. Solía pensar, y aún ahora lo hago, que solo en medio del surrealismo y el terror que reinaban en Cuba podía haberse dado un caso como el mío.
Programa Intermezzo.
Jorge Pais y Yolanda Farr
La cuestión es que gracias a los bien puestos atributos masculinos de Morín y de Mitjans, mi vida renacía. De pronto me convertí en la mascota de Morín y en la carta de ajuste del programa músico-cultural de T.V. Intermezzo que dirigía Mitjans. En él canté desde boleros hasta fragmentos de operetas, me acompañé al piano canciones internacionales, interpreté  dúos con Jorge Pais, Armando Pico, con José LeMatt, recité hermosos poemas de amor junto a mis queridos “parnasianos” Roberto Cazorla y Carilda Oliver Labra… Sí, cada miércoles salía al aire, en el más riguroso directo, uno de aquellos programas que con tanta sensibilidad creaba su director. Y ya que menciono lo del “riguroso directo” os voy a relatar una anécdota que, aunque divertida de recordar, no lo fue en absoluto de vivir.
Mi madre y mi tía, entusiasmadas con mi resurgimiento personal y artístico, me confeccionaban para cada programa un traje distinto. No sé cómo se las arreglaban, teniendo en cuenta las carestías de todo tipo que sufría Cuba. Al parecer adaptaban uno ya usado, logrando como por magia que pareciera otro,  o compraban a alguna clienta un trapito que tuviese en desuso convirtiéndolo, gracias al arte de sus manos, en un “modelito francés”.
Yolanda Farr Televisión Cuba

Un día me hicieron un precioso vestido “strapless” o “palabra de honor”. La ausencia en el mercado de las “ballenas” necesarias para sostenerlo en su honesto sitio no supondría obstáculo, pues mis jóvenes senos ignoraban aún los problemas de la ley de gravedad. Para esta ocasión Mitjans me había colocado, a la manera de la Maja de Goya, tumbada en un sofá Luis XV desde el que entonaba  una canción.  En medio de mi actuación, para mi desconcierto, noté  un "correcorre" de gentes y cámaras y un soterrado murmullo que salía de la penumbra del plató. En tales condiciones, a duras penas logré terminar  ese número que cerraba el programa.  Al escuchar el “estamos fuera”, indicador de que  ya no estábamos en el aire, observé que los cámaras, el sonidista y demás componentes del staff evitaban mirarme. Lo que no podían evitar era la sonrisita maliciosa que se dibujaba en sus rostros.


Programa El Gran Amor de Becker. Canal 4
Con Humberto Diez
Entonces, ¡horror! me di cuenta de que uno de mis senos se había escapado del escote y estaba insolentemente al descubierto. No exagero un ápice si digo que, en esos momentos, hubiese querido convertirme en una bibijagua para escabullirme de aquel plató del Canal Cuatro. Cualquier cosa menos ser la desvergonzada mujer que había yacido en el sofá, durante interminables minutos, mostrando a la teleaudiencia un trozo tan íntimo de su anatomía. Entonces apareció Mitjans y me aseguró que no debía preocuparme, que en el momento del “desliz”, la cámara estaba conmigo en un primer plano y que él se ocupó de mantenerla así durante toda la actuación. O sea que nadie, fuera del estudio, había sido testigo del percance. 
Sala Prometeo. Antígona

En la faceta teatral, tras terminar Tierra Baja,  Morín me dio la oportunidad de interpretar a un torturado pero “corajudo” personaje, Antígona, en la versión de Jean Cocteau.  Esta vez tuvimos  buenas críticas, sobre todo la de Alejo Beltrán, al que siempre hube de agradecer palabras de estímulo y apoyo. Tanto él como Montes Huidobro hacían esas “críticas constructivas”   que tanto se agradecían.

Sala Prometeo. La Endemoniada.
Carlos de León, Yolanda Farr y Roberto Cabrera

Después, para mi absoluto disfrute, Morín puso en mis manos ese “bombón” con el que todo interprete sueña, el papel de La Mujer en la obra de Carl Schoenherr La endemoniada. Se trataba de un intenso melodrama austriaco, erótico y brutal, que daba la oportunidad a sus tres protagonistas, La Mujer (Yolanda Farr), El Marido, (Carlos de León) y El Gendarme (Roberto Cabrera), de recorrer toda la escala de los sentimientos más violentos y primitivos. Una de las críticas, en este caso de mi admirado Virgilio Piñera, extensa y pormenorizada, comenzaba con este título; “Morín sigue teniendo demonio, y elogiaba "el trabajo del director, la maestría de Schoenherr y la excelente labor de los actores. Morín, sacando del fondo de su talega las mejores monedas de su taumaturgia, supo extraer de la pieza, y de  los actores, todo el jugo". Este trabajo me valió ser elegida la mejor actriz del año 1963.

Entonces llegó el Festival de Música Popular en el Teatro Amadeo Roldán la dirección del cual, para mi fortuna, encargaron también a Francisco Morín. Se escogió  para la ocasión reponer dos piezas del teatro bufo-cubano que habían sido estrenadas en las primeras décadas de 1900  y en el famoso Teatro Alhambra. Estas eran La casita criolla y La Isla de las cotorras, ambas con amplísimos repartos en los cuales yo participé con papeles muy lucidos, la Caña de Azucar en La Casita…y La Abeja Reina en La Isla…Gladys Puig, Celeste Mendoza, Armando Pico,  Idalberto Delgado, Carlos Badías, Reinaldo Miravalles y María de los Ángeles Santana eran  algunas de las figuras que componían los lujosos repartos.
El crítico Calvert Casey resaltó mi trabajo en La isla de las cotorras con una "mención aparte" y con la afirmación de que mi Abeja Reina era uno de los números más conseguidos.
José Urfé
Y fue durante los ensayos musicales de estas obras que conocí a quién  se iba a convertir en uno de mis mejores amigos: José Urfé. Él llevaba la parte musical del espectáculo y, como siempre me sucedía con los músicos, el hecho de que habláramos el mismo idioma de arpegios, sostenidos y bemoles, hizo que nos sintiéramos, desde el primer ensayo, identificados. Pero con Urfé la cosa iría mucho más lejos. José escribía hermosas y difíciles corales polifónicas a las que yo me dediqué a poner letra durante años. Así ganamos varios premios nacionales y el prestigioso Concurso de Canciones Polifónicas de Karlovy Vary. Nuestra relación se volvió tan personal y afectuosa que, años más tarde, estando yo ya en España, él solía mandarme nuevas partituras suyas. “Galleguita” me decía, “nunca encontraré alguien que sepa plasmar mis sentimientos como lo haces tú.  Para siempre serás mi letrista”. Una vez fuera de Cuba seguimos comunicándonos con asiduidad  así que, cuando sus cartas dejaron de llegar, supe que solo la muerte podía haber roto el hermoso hilo de nuestra amistad.

Aprovecho este capítulo para rendirle un homenaje a este gran músico y amigo que siempre estará en mi corazón. José Urfé.


Al fin, años de bienes.
(Primera parte. Tropicana)


Estreno de la revista Tentaciones en Tropicana. 1964

Aquel segundo Festival de Música Popular y mi celebrado trabajo en los sainetes La Casita Criolla y La Isla de las Cotorras iban a marcar mi futuro artístico. Una mañana de finales del 63 recibí una llamada tan sorprendente como apetitosa; Armando Suez me proponía trabajar con él  en el show Tentaciones que  iba a montar para el prestigioso cabaret Tropicana. Se trataba de un viaje a través de los siglos, un collage sobre la presencia perturbadora de la mujer en hechos relevantes de la historia. Todo comenzaba en el paraíso, con los bailarines disfrazados de divertidos animales, Norma Reyes como Eva y Nancy Rubiert como la Tentación. Mi cuadro tendría lugar en el siglo XVIII y mi personaje sería María Antonieta. Por supuesto, acepté entusiasmada la propuesta.

¡Pero el número del Edén era  mi preferido! Durante los  largos meses de ensayos solía sentarme y observar la  coreografía de Armando Suéz. Los animalitos evolucionaban sobre la pista durante sus buenos diez minutos, manipulando a una Eva que casi no tocaba el suelo. Difícil secuencia que acabé aprendiéndome de tanto verla llena de envidia,  pues mi adicción al ballet ni siquiera a estas alturas  ha sido del todo superada.

Yo en el número del Edén de Tentaciones.
Tropicana.
Y resultó que la vida me regaló la oportunidad de colocarme en la piel de aquella Eva de mis envidias. Una noche, antes de empezar el segundo show, compuesto por números aislados,  Normita dijo sentirse  mal y pidió que la dejaran irse a casa. Sus intervenciones  se eliminaron y no pasó  nada. La cuestión es que a la mañana siguiente Armando Suéz me llamaba pidiéndome que la sustituyera, pues el número del Paraíso era  imprescindible para   el primer show y ella seguía sintiéndose enferma. Minutos tardé en llegar a Tropicana y horas y horas en coordinar con los bailarines, amables y cooperativos, tanta “cargada”. Por suerte, a pesar de estar aterrada ante la posibilidad de que en un desliz propio o ajeno mi cuerpo fuese a parar a las abarrotadas mesas, Eva-Yolanda llegó con éxito al final del arriesgado número. Tales y tantas fueron las felicitaciones recibidas que, al día siguiente, la gravedad de Norma se había esfumado y la vedette se apresuró a recobrar su lugar en un paraíso que yo tan solo había conseguido disfrutar una noche. Una milagrosa curación. Luego supe que ella había intentado ejercer presión sobre “la parte contratante” para conseguir un aumento de sueldo. La pobre, en su juventud e inexperiencia, no comprendía que en el  mundo del espectáculo NADIE es indispensable. Una de las primeras y más dolorosas lecciones que te da la farándula.
Con Nancy Rubiert,
La Tentación
Bajo el abrumador protagonismo de Celeste Mendoza, Nancy Rubiert, Norma Reyes, Mayda Limonta y yo intentábamos que nuestro trabajo no se viera del todo eclipsado  por la avasalladora personalidad de aquella tremenda mulata y sus guaguancós. Celeste era una persona muy difícil, imbuida como estaba  en el mundo de la santería. Solo los que hablaban o al menos entendían ese lenguaje podían comunicarse con ella. Así que la Farr, detractora de todas esas prácticas desde la espantosa experiencia tenida muchos años atrás con su temible abuela Jenny Yeck de Orozco, (ver instantánea 18), no cruzó más de cuatro frases con ella durante el año que  
duró el espectáculo. Aún así, son maravillosos los recuerdos que tengo de aquel show y de aquel fastuoso cabaret.

Los Arcos de Cristal, el salón cerrado con capacidad para 500 personas, que se usaba en caso de lluvia o actos privados, el impresionante Salón Bajo las Estrellas con aquellas pasarelas que dibujaban filigranas entre los frondosos árboles tropicales y por las cuales desfilaban las más hermosas modelos, el estupendo cuerpo de baile,  la orquesta del Tropicana, bajo la dirección de Armando Romeu Jr. y  nada menos que Felo Bergaza al piano, componían un conjunto artístico formidable.

Recital de canciones,
 con Felo Bergaza,
en la Sala Idal
Como siempre, en mi especial y grata conexión con los músicos,  hice buenas migas con Romeu pero, sobre todo, establecí una entrañable relación con el ocurrente y sofisticado Felo. Su entusiasmo por mí le llevó a organizar y acompañarme en varios recitales y fue él quien me convenció para que me especializase en canción internacional, es decir en baladas francesas e italianas, cualquier cosa menos americanas ya que interpretar música de USA, aunque parezca mentira, estaba totalmente prohibido.  Estoy segura que una gran parte de Cuba guarda la imagen impactante de Felo que voy a describir a continuación.

Manolo Rifat, famoso e imaginativo director de televisión, durante un acto celebrado en la Plaza de la Revolución, decidió incluir a Felo Bergaza sentado en un gran piano de cola y ejecutando La danza del fuego, de Manuel de Falla mientras la cola del pobre piano comenzaba a arder. Una imagen impactante en la noche caribeña. Lo que el buen hombre no pudo prever fue que una alegre ventolera pondría fuera de control aquel fuego. Felo "aguantó el tipo" con bravura mientras las llamas iban devorando el piano, hasta que, ya de pie e intentando alejarse lo más posible  de la quema, con sus pestañas y sus cejas chamuscadas, lanzó un grito de “¡coño, la loca coge candela!” y salió corriendo del escenario entre el clamor del público presente y el aleteo de sus divinas plumas. Por fortuna sus palabras no salieron en antena pues, a pesar de ser quien era, sin duda se hubiera buscado un problema por reconocer su homosexsualidad. Así me lo narró Felo al día siguiente durante nuestras  charlas antes de empezar el show de Tropicana, adornado todo por su encantador sentido del humor.
Entrada al Tropicana
Cuando cada noche yo evolucionaba por aquella legendaria pista me parecía poder oler aún el dulce perfume francés que, sin duda, destilaba la dorada piel de Josephine Baker, contagiarme de la exultante sonrisa y simpatía de Libertad Lamarque,  o ser poseída por el inquieto diablillo carioca que habitaba en Carmen Miranda. Aquel gran cabaret, ubicado en Marianao, en lo que fuese una gran finca particular, se había inaugurado en el año 1939. Su nombre, Tropicana, se inspiró en una melodía homónima que el compositor Alfredo Brito había creado para que fuese estrenada en el primer gran show. Como la canción hablaba de hermosas mujeres y frondosa vegetación decidieron que su título era el  ideal para designar a esa lujuriosa sala de fiestas recién inaugurada.  En Tropicana el disfrute visual del visitante comienza incluso antes de penetrar en el local. La más hermosa arboleda rodea una fuente llamada “De las Musas” realizada en el año 1952 por el italiano Aldo Gamba, así como una escultura de  Rita Longa   que pasaría a ser la imagen mundial de Tropicana. Una estilizada bailarina de ballet.

La fuente de las Musas.
Tropicana
Tan solo teniendo en cuenta mis 22 años, mis amplios estudios y la energía contenida durante aquellos años de mi veto, esa que ahora se liberaba a chorros, se puede comprender que, tras el arduo trabajo en el cabaret, seis horas de permanencia en el lugar y dos shows diarios, pudiera mantener una fecunda actividad diurna.  Pero así era.
A pesar de los grandes cambios surgidos en mi vida en el último año y medio, de eremita melómana y devota “ateniense” a cabaretera, yo intentaba conservar aquellas amistades que tanto habían hecho por mí. Aunque ya no podía acudir a los entrañables actos del Ateneo y a pesar de que poco a poco las reuniones del grupo de poetas se fueron haciendo más escasas, mis visitas a casa de Mario Luque, presidente del Ateneo, y mis reuniones con mis queridos bardos eran lo más frecuentes que me era posible.




Uno de ellos, Roberto Cazorla me dijo  en una ocasión que había escrito una obra en un acto ¡para mí¡ y me rogó que la leyese. Eran tan solo dos personajes  y Ricardo Román ya se había comprometido para interpretar al galán. El director sería Miguel Montesco. Si yo aceptaba, ya tenían apalabrada la Sala Talía y el estreno, en función única,  sería dentro de un mes. Fueron dos los motivos que me impulsaron a renunciar a mis horas de asueto diurnas y a mi  día de descanso en Tropicana, todo en honor a una sola representación teatral.  El primero fue el poético y subyugador texto de Cazorla, que de inmediato me cautivó, y el segundo ver abrirse de nuevo ante mí aquellas puertas que, tras el encarcelamiento de Homero,  se me cerraran a cal y canto. Las de las  salas Talía, Idal, Arlequín, El Sótano. La cuestión es que en ningún momento me arrepentí de mis esfuerzos físicos pues el éxito de Esta carne que habitamos fue rotundo para todos, las críticas muy buenas y mi amistad con Roberto se fortaleció haciendo que durase hasta los momentos actuales, aquí en Madrid.

Con Gladys Triana. 1964

Al tiempo, mi entrañable Gladys Triana, la cual había adoptado desde el 62 al pobre perrillo asustado que yo era en aquel entonces, me iba introduciendo en el mundo de la intelectualidad. Su condición de estupenda pintora y su don de gentes la habían convertido en amiga de grandes figuras que, gracias a ella, tuve la oportunidad de conocer en persona: Portocarrero, Amelia Peláez, Antonia Eiriz, Wifredo Lam, Víctor Manuel.

                            Portocarrero                                 Wifredo Lam                    Amelia Peláez
Fue una gran suerte poder entrar en sus “templos”, verles en plena faena y aprender a apreciar, de sus propias bocas,  el mundo de la pintura, tan  desbordante en la Cuba de aquellos años.
Al mismo tiempo mi amiga, que apreciaba mi poesía, me impulsaba a escribir y me hacía format parte de grupos donde reinaban Alejo Carpentier, Nicolás Guillén o Guillermo Cabrera Infante. En una ocasión, con la ayuda de su hermano Pepe Triana, reunimos una serie de mis poemas con el fin de intentar publicarlos.


"Homenaje a mis padres"
original de  Gladys Triana

Los Triana decidieron que la presentación del libro debería hacerla Virgilio Piñera así que, guardando en secreto la autoría, le entregamos al gran escritor una copia de mis manuscritos. Días después Gladys y yo nos dirigimos a su casa para saber su opinión. “Gladys, cariño, me tienes que presentar a este hambriento muchachito, a ver si modero su apetito y le ayudamos a encontrarse”. Mis poemas de aquella terrible época de la adolescencia estaban realmente cargados de una torturada sexualidad pero aquellas palabras me parecieron tan superficiales y faltas de sensibilidad que echaron por el suelo mis planes de publicación  al  tiempo que  disipaban una parte de mi admiración por Virgilio-persona. Y nos fuimos de su casa sin aclararle el misterio de quien era el "hambriento muchachito".


Marlene Dietrich en
El Ángel Azul
El descubrimiento de la Cinemateca fue algo que llenó de ensoñación mis pocas horas libres. El acorazado Potemkim, El gabinete del Doctor Galigari, Nosferatum, El Ángel Azul y aquel personaje, Lola, interpretado por Marlene Dietrich, ese que muchos años más tarde sería mi gran éxito en el show L’ange Bleu, aquí en Madrid, fueron hallazgos impactantes. Me encantaba el cine mudo y fue precisamente durante la proyección de una sesión doble, El Beso, de Greta Garbo, 1929 y Madame Mystery, de Theda Bara, 1926, cuando mi vida tomó   un nuevo y apasionante derrotero.
Mi versión de El Ángel Azul. 1975


En el intermedio entre ambos films, mientras la sala se iluminaba para dar a los espectadores la oportunidad de moverse e intercambiar comentarios, un atractivo muchacho se me acercó y, con  una deslumbrante sonrisa, me dirigió unas palabras que ni en mis más locos sueños hubiera creído llegar a escuchar. “Sé que eres Yolanda Farr,  te he visto en Tropicana y quisiera proponerte algo, ¿te gustaría…?" (Continuará)






Al fin, años de bienes.

(Segunda parte. La Cinemateca.)






“Sé que eres Yolanda Farr, te he visto en Tropicana y quisiera proponerte algo, ¿te gustaría hacer cine? Estoy preparando un medio metraje y desearía que fueses la protagonista junto a Juan Cañas. Si te interesa, búscame mañana temprano en el ICAIC y te daré más detalles.” Estas fueron las sorprendentes palabras que me dirigió aquel muchacho en el patio de butacas de la Cinemateca de La Habana. Su nombre era Pastor Vega y el film que me ofrecía era En la noche. Por supuesto acepté la propuesta. A pesar de lo que significaba tener que rodar cada día al terminar mi trabajo en Tropicana, es decir de madrugada, el cine había sido una asignatura pendiente para mí. El director consideraba que yo era la persona idónea y el resto del equipo aceptaba las incomodidades de trabajar a esas horas intempestivas, ¿qué más se podía pedir? Fue algo agotador para todos y el tiempo rendía poco ya que la trama transcurría en la noche habanera y casi siempre en exteriores. Así que trabajábamos contra reloj. Pero éramos tan jóvenes y entusiastas que, al llegar los hermosos amaneceres cubanos y tener que desmontar el equipo de rodaje, nuestro entusiasmo por la labor realizada era muy superior a nuestro agotamiento. Huelga decir que durante los  días de filmación yo no conseguí dormir más de tres horas diarias.
Pero todo aquel esfuerzo y sacrificio habían quedado olvidados aquella noche de noviembre en la Cinemateca, con la presencia de Pastor Vega y su esposa, Daisy Granados, Juan Cañas, el director del ICAIC, Alfredo Guevara,  amigos del alma como Gladys Triana, Gilberto Álvarez, Sergio Salom y José Urfé, mi hermana de chocolate, Lucy, con su reciente esposo, Tomás y el grupo en pleno de mis bardos. Ahí estaban también  Felo Bergaza con sus azules canas, Don Mario Luque, aquel entrañable anciano que me había apadrinado en mis momentos más negros, las orgullosas “Pfarry Sisters” y un Arsenio henchido de satisfacción, en fin la flor y nata de los moradores de mi corazón, aguardando que las luces se apagaran y mi imagen “hiperdimensionada” ocupara todo el ámbito de la pantalla.  ¡Qué noche inolvidable! ¡Qué impresión  ver evolucionar por el celuloide a aquella mujer tan diferente a la que yo veía reflejada en mi espejo hogareño! La cuestión es que al finalizar la proyección todo fueron felicitaciones y buenos augurios, incluso  de algunas  personas que, tiempo atrás, me habían negado sin misericordia hasta el saludo.
Legos e intelectuales solían reunirse en aquella Cinemateca que Héctor García Mesa había fundado en el año 1960 con el estreno en Cuba de El acorazado Potemkin. Más de una “escaramucilla” me toco vivir en esa sala emblemática. En una ocasión, mientras esperábamos el comienzo de una proyección, ya sentados pero con las luces aún encendidas,  noté que, viniendo del asiento de atrás,  algo me golpeaba  en las pantorrillas y oí una voz que me decía quedamente, “pásalo”.  Con todo sigilo recogí "el testigo" y tras darle una ojeada lo pasé a la butaca delantera.
Era el más reciente LP de los Beatles, A Hard Days Night, cuya posesión y escucha estaban archi prohibidas. Aunque no lo creáis, aquel era el tremendo objeto subversivo causante de tanto sigilo. 

En los años 60 se había iniciado en Checoslovaquia un moderado movimiento de aperturismo político que, se vio reflejado en su cine. Aquel momento creativo fue denominado “la nueva ola”. Grandes directores, la mayoría de los cuales, comenzando por Milos Forman,  acabarían exiliándose y trabajando en EE.UU. Hermosas películas nacieron en aquellos años anteriores a que las tropas del Pacto de Varsovia, en agosto del 1968, aplastaran con brutalidad la “primavera de Praga”. Con la estricta prohibición de exhibir películas norteamericanas, en Cuba tan solo podíamos visionar films europeos y, sobre todo, aquellos rodados en la Europa de Este.

Entre mis preferidos estaban los suecos de Ingmar Bergman, y en segundo lugar los checos, como por ejemplo  El helecho de oro, de Jiri Weiss, una película llena de poesía y cuyos director y protagonista casualmente estaban en esos momentos en  Cuba. Habían venido con el propósito de presentar su film y de gozar de lo que ellos creían que era un sistema de gobierno nacionalista, progresista y valiente. Porque esa, señores, fue durante muchos años la imagen que el mundo en general tenía de aquel régimen que lleva más de 50 años estrangulando nuestra amada Isla. La protagonista de este film, Karla Chadimova era una encantadora y sencilla muchacha y su director, Weiss, un joven entusiasta que viajaba en compañía de su gran amigo, un maduro personaje de portentosa personalidad: el escritor Juraj Spitzer.
El hecho de que yo acabara de rodar En la noche y que ellos hubiesen asistido como invitados de honor al "previo"  nos convirtió en amigos y a mí, con frecuencia, en su cicerone.

   Yo, Gilberto Álvarez y Gladys Triana en Varadero

Siempre juntos, Gladys, yo y Gilberto, también pintor e íntimo amigo de aquellos años,  los llevábamos a descubrir una ciudad de La Habana y unas playas que les dejaban conmocionados. Muy pronto comprendimos que el jefe de la manada era aquella especie de oso a medio civilizar;  Juraj.

Nuestra primera cita fue en la piscina del Habana Libre, donde ellos se hospedaban. Estando todo el grupo reunido bajo una sombrilla, y mientras intentábamos mantener una conversación en nuestro francés elemental, ya que aquellos checos no hablaban ni español ni inglés, de pronto Gladys y yo nos sentimos arrebatadas del suelo. Juraj  nos había tomado a cada una bajo un brazo, lanzándose a continuación con su doble carga a la piscina, entre un geiser de espuma y los grititos histéricos  de todos los presentes.
Juraj Spitzer
Así era él de impulsivo. Había nacido en Eslovaquia en 1919, (por favor, no confundir con Checoslovaquia, pues eso le ofendía). Poeta y disidente lideró el levantamiento eslovaco contra los nazis en 1944 y su espíritu libre soportaba muy mal el comunismo que estrangulaba su país. Nos habló del cambio hacia la liberalización que su patria estaba poco a poco experimentando. En su cuerpo llevaba grabadas antiguas heridas de la segunda guerra mundial y en su alma los muchos meses pasados en un campo de concentración nazi. A pesar de su macarrónico francés y del nuestro tan elemental, acabábamos siempre fascinados con sus historias. Su energía, a los 50 años, doblaba en mucho la nuestra, su alegría de vivir era contagiosa y creo poder asegurar que, cada uno de nosotros a su manera, tanto Gladys como Gilberto o como yo, estábamos enamorados de aquel personaje de leyenda.


Siendo un devoto admirador de Hemingway lo primero que hicimos fue llevarle a la casa del escritor, la Finca la Vigía, ubicada en San Francisco de Paula, a 12 kilómetros de La Habana. Fue maravilloso el infantil entusiasmo que demostró al encontrarse dentro del que había sido el hogar de su ídolo y más aún cuando, paseando por Cojimar, pueblo costero donde el escritor solía acudir a pescar y fuente de su inspiración para “El viejo y el mar”, tropezó con un anciano que afirmaba haber conocido y tomado más de un ron con Hemingway en el bar cercano.


Cojimar. La pesca del tiburón

Fue entonces que Juraj pronunció unas palabras premonitorias; “cuando sienta mermar mis facultades físicas o psíquicas, allí en  mi  montaña eslovaca, una escopeta introducida en mi boca y un ligero apretón en el gatillo acabarán limpiamente con los sufrimientos propios y ajenos, tal como hizo Hemingway”. Aquello, por el paralelismo que guardaba con mi propia idea de la vida, la muerte y el valor del suicidio, se quedó grabado en mi cerebro.
Tanques rusos en Praga



Muchos años después y ya en España, perdido   el contacto con él, supe por un amigo escritor que había visitado Praga y al cual pedí hiciera unas averiguaciones, que las palabras de Juraj no habían sido vanas. Tras la terrible entrada en el país de los tanques del Pacto de Varsovia, había sido arrestado, unos meses después puesto en libertad pero  sus publicaciones o cualquier forma de actividad pública le fueron prohibidas para siempre. Poco más tarde su cuerpo fue hallado sin vida, exactamente como aquella tarde en Cojimar nos describiera. 

En el año del que he estado hablando, el 64,  Spitzer venía muy a menudo a ver el espectáculo de Tropicana, por lo general con amigos del ICAIC.  Pero una noche se me presentó solo entre show y show diciendo que teníamos que hablar   con urgencia. Nos dirigimos a la cafetería donde los artistas solíamos pasar los intermedios y, sentados en una mesa, me alargó un sobre en el cual había dos pasajes para Praga y ¡un permiso de salida para mí! “Mañana tengo que irme. No he querido hablar de esto ante nuestros amigos pues es algo muy íntimo y que solo nos incumbe a nosotros. Quiero que vengas conmigo y he hecho todos los trámites para tu viaje. Alfredo Guevara y algunos miembros del partido me deben favores y he decidido cobrármelos. No sabes lo mucho que te amo y quisiera tener la oportunidad de demostrártelo en mi mundo”, y pasó a describirme las montañas de su Eslovaquia adorada, su cabaña en medio de la nieve, sus emocionantes cacerías y la forma en que, durante meses,  gozaba de total autonomía en su enorme y salvaje reino, en fin, que ni intentándolo hubiese podido ofrecerme un futuro más bello y a la vez más ajeno a mis deseos. Añadámosle a esto que él y yo nunca habíamos tenido relaciones sexuales, que mi alma aún guardaba luto por Homero, que la relación afectiva con mi familia era de hierro galvanizado  y que en mi vida acababan de brotar un sinfín posibilidades, así que  mi rechazo a su romántica oferta era algo más que inevitable. Con toda la delicadeza que Juraj se merecía, pero sin dejar opción a duda alguna, rechacé su proposición.  Esta fue nuestra  novelesca historia de amor. Y así fue nuestra definitiva despedida.

Siempre que venía a Cuba algún personaje checo se reanudaba el contacto entre ambos. Tanto Valentina Thielova como Eva Linmanova, actrices invitadas por el gobierno cubano, me trajeron sendos sobres con fotos y se llevaron de vuelta unos similares. Y así siguió siendo, durante un tiempo.

(En el recorte de periódico que se muestra a propósito del homenaje brindado a estas actrices en el escenario de la Cinemateca podéis ver, con un poco de esfuerzo, de izquierda a derecha, a Tete Blanco, a mí, a Norma Martínez, a Valentina , a Eva  y a  la querida y bella Mequi Herrera).

Pero volviendo a mi primer film, En la noche; a pesar del entusiasmo puesto por todo el equipo, de la hermosísima fotografía de Jorge Haydú y del interesante argumento, nunca llegó a estrenarse en público. La censura lo consideró de "mensaje político altamente dudoso" y en los archivos del ICAIC envejeció sin pena ni gloria. Solo muchos años más tarde, aquí en España y en la Casa de América, tuve  la oportunidad de verlo completo. Pastor Vega y su mujer, Daisy Granados, habían conseguido  una copia y el permiso para presentarla en Madrid.  Fue  un momento emocionante.


Al fin, años de bienes.

(Tercera parte. Desarraigo.)




Y entonces llegó a mi vida otro jovencito  talentoso y osado. Venía también del ICAIC, con un guión del argentino Mario Trejo bajo el brazo. La historia versaba sobre un ingeniero pseudo revolucionario que llegaba a Cuba con una idea romántica sobre la revolución, un hombre  que no lograba entender  sus contradicciones y que finalmente desistía y abandonaba la isla, incapaz de superar su propia inseguridad… Mi papel debía ser el de una arquitecto con firmes raíces en su país y en la revolución.Y entre tan dispares personajes nacía un amor con obvio  final trágico. El joven cineasta era Fausto Canel, el cual tan solo traía como bagaje de experiencias  la realización de dos documentales, “Carnaval” y “Hemingway” y del cuento “El Final”. 













Mi antagonista, si yo aceptaba la propuesta, sería el célebre galán Sergio Corrieri, el director de fotografía, mi ya conocido y admirado Jorge Haydú, que había conseguido imágenes maravillosas en el medio metraje de Pastor Vega “En la noche”, y completarían el reparto Reinaldo Miravalles, Julio Martínez, Helmo Hernández, José Taín, es decir, un selecto grupo de actores de prestigio. El rodaje se realizaría casi totalmente en las minas de níquel de Nicaro, Oriente, pero aquello no era problema. Como el espectáculo de Tropicana estaba a punto de finalizar solo tendría que rechazar el reenganche que me proponía Armando Suéz y quedaría libre para seguir ese camino cinematográfico que desde niña me había fascinado. Y eso fue lo que hice.

Sergio, Fausto y Haydú vinieron varias veces a Tropicana con el fin de que tuviéramos más  contacto antes de comenzar la filmación. Recuerdo un jocoso comentario de Corrieri referente a mí y al “grand finale” del espectáculo, el cual consistía en una  rueda aspada en la cual  todos los integrantes del show giraban en el escenario a ritmo de rumba. “Yolanda, perdona, pero pareces una sueca bailando”. Sin duda era cierto, entre tanta “mulata sabrosona”. Era cierto que, a causa de  los años de ballet y  los genes alemanes, no se me daba nada bien lo del “saborrrr” cubano y ni de lejos olía lo que era “tener la cintura montada en una caja de bolas”, como solían decir.
A pesar de este no demasiado grato inicio de nuestras relaciones Sergio y yo compusimos, en Desarraigo, una pareja tan convincente que poco después se repetiría a petición de Tomás Gutiérrez Alea.

Ya he comentado en la instantánea 26 lo arduo que fue el trabajo en ese lugar perdido del mundo, Nicaro, y en el cual  abundaban el calor, el polvo y los mosquitos,  pero para mí aquella fue una experiencia inigualable.
El estreno del film, unos meses más tarde, fue algo decepcionante. El hecho de que fuésemos premiados en el Festival de Cine de San Sebastián y que las críticas generales, cubanas y españolas, alabaran tanto el trabajo de los actores como el de dirección, limitándose a dar un justo varapalo al pretencioso guión de Mario Trejo, no fue obstáculo para que los suspicaces y despiadados miembros de la censura del ICAIC decidieran que la película se retirara de la programación por contener un “mensaje subversivo”. Sin duda habían escenas que criticaban al sistema burocrático, pero  eran esos momentos los más interesantes y novedosos. Fausto fue instado a realizar algunos cortes a lo cual se negó. Así que, ya que la incipiente  “autocrítica socialista” aún no había sentado sus reales en Cuba, la "peli" desapareció del mercado. Tiempo más tarde supe que, a causa de su negativa a obedecer las directrices de Guevara, Canel había sufrido tantas presiones, persecuciones y hasta detención que hubo de abandonar la isla. Otro talento desperdiciado por las injusticias de aquel régimen totalitario.

Escena de Desarraigo. En Nicaro, con
Corrieri y Reinaldo Miravalles
A veces esta profesión es muy complicada. Tener que compartir escena con alguien que nos cae mal, besar con pasión a un galán con halitosis, hacer que salgan de  nuestras bocas textos que odiamos o conceptos que despreciamos forma parte de nuestro trabajo. No me era fácil decir, ante la cámara, cosas contrarias a mi ideología  con la suficiente entereza para hacerlas creíbles,  o vestir con naturalidad aquel uniforme verde olivo que con tanto encono había rechazado en mi vida real, pero el protagonizar Desarraigo dio un impulso gigantesco a mi carrera.


Me nombraron Mejor Actriz del 65 por mi trabajo en la película,  además la revista Cuba me dedicó una portada y varias páginas interiores a todo color, con fotos de Osvaldo Salas.  La Revista Romances, que milagrosamente aún existía, cada dos por tres me colocaba en su portada o me ofrecía amplios reportajes interiores.
Con Jorge Pais en  Música y Estrellas

La televisión me llamaba con insistencia. Manolo Rifat y su programa Música y Estrellas, en el que dedicó íntegro a mí y a Jorge Pais, nos hizo el honor de nombrarnos la Pareja Musical del Año… Famosos directores como Cardentey o Joaquín M. Condal, solicitaban mi presencia, Luego llegó la emisión de la comedia musical de Cole Porter Bésame, Catalina (Kiss me Kate), con Rosita Fornés, José LeMatt y Puño Valle, un exitazo por el que tuve unas críticas estupendas.

Foto y crítica de Bésame Catalina

Era increíble lo que mi vida había cambiado en los años que mediaban del 1960 al 65 y, en medio de tanta euforia, de tanta angustia superada, de tanta gloria, mi visión de lo que sucedía en el mundo y sobre todo en Cuba, estaba totalmente mediatizada. Había pasado de un mundo de tinieblas y terror a una vida iluminada por focos de colores, proyectores, cañones y seguidores que me mantenían  deslumbrada. Cada nuevo amigo, cada nuevo éxito era como un cegador destello que comenzaba a  impedirme distinguir los contornos de las injusticias y barbaridades que se cometían contra el pueblo cubano. La miseria, el temor, las carencias de todo tipo  iban devorando la isla pero todo eso estaba fuera de mi capacidad de percepción. en aquellos momentos. 

Mis admiradores y  amigos incluso me conseguían zapatos y vestidos de los almacenes de Recuperación de Bienes Malversados, esos lugares donde se guardan objetos incautados a todo el que abandona el país, desde nimiedades como bolsos, bisutería, recuerdos familiares, a cuadros de pintores insignes o valiosísimas joyas. Ese Ministerio fue creado y dirigido por el comandante rebelde Faustino Pérez el 3 de enero de 1959, tres días después del triunfo de la revolución. El gobierno aseguraba que su objetivo era actuar “contra los bienes de Batista, los de las personas o sociedades responsables de delitos contra la hacienda pública o individuos enriquecidos ilícitamente al amparo del corrompido poder público” pero la labor de incautación fue extendiendo sus tentáculos hasta abarcar a cada cubano que abandonara la isla, haciendo presa de todas y cada una de sus posesiones materiales, por muy humildes que estas fueran.
La cuestión es que el estar trabajando para el INIT,  me abría las puertas de esos restaurantes y cabarets en los cuales yo ni siquiera sospechaba  que la entrada para los “cubanitos de a pie” estaba prohibida y me convertía, sin yo darme cuenta, en una privilegiada. Si, vivía obnubilada. Y así estuve hasta que descubrí, de la forma más cruda, que el gobierno había inventado, ese año 1965, un horror llamado UMAP.


Próximo capítulo: Hablemos de la UMAP.



1 comentario:

  1. Descubri hoy a esta gran actriz Yolanda Farr,de quien pensaba era cubana y a la cual segui en los 60 en teatros y cabaret de La Habana.
    Que alegria saber que tiene una vida plena tanto personal como artistica
    Felicidades

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