sábado, 26 de enero de 2013

Instantánea 60 - Al fin, se alza el telón.




El año 1969  no pareció empezar con buen pie. Durante los primeros días de enero estuve, con cabezonería, intentando lo imposible; conectar con Cuba desde nuestro teléfono de Eduardo Benot. Necesitaba perentoriamente oír las voces amadas de mi familia, hacerles partícipes, sin incurrir en detalles, de mi felicidad. Por pudor no quería contarles como su “niña” se había convertido en una mujer gracias a esa pasión compartida que logró reabrir, esta vez sin remordimientos ni culpas,  las puertas de mi sexualidad.

Hacía ya casi un año, desde que abandonase la Residencia para Estudiantes Iberoamericanas, que no había dispuesto de un teléfono personal. Ahora era distinto, pero las malas comunicaciones con la “isla cautiva” se empeñaban en impedírmelo, sin sospechar la tozudez de la que era capaz una cubana-gallega-alemana. Al fin , una noche, la telefonista de larga distancia tuvo a bien conseguirme una línea con La Habana y de repente el espacio de nuestro apartamento se llenó de risas y llantos, de voces entrecortadas por la emoción y de las palabras de cariño contenidas durante aquellos meses de silencio. En esos momentos el pobre Jesús, que me observaba conmovido me vio  pasar, en un segundo,  de la risa al llanto.
Nana y yo. 1955

Mi madre me estaba comunicando que mi perrita Nana también había fallecido. Aunque no tan intensamente como la noticia de la muerte por amor de mi Laura, aquel  ángel de cuatro patas que yo había salvado, recién nacido, de entre los manglares en Nicaro, la noticia me conmocionó. 
Laura y yo. 1967

Mi Laura, aquella perra que nunca tuvo consciencia de serlo, había muerto al mes y pico de mi partida, bajo mi cama, abrazada a una de mis viejas zapatillas y negándose a aceptar mi ausencia. (Ver Instantánea 23). Nana, en cambio,  falleció a los 18 años, todo un récord,  y tras una mimada vida en el seno una familia que adoraba a los animales.  Ninguna de mis niñas llegaría a viajar a España, tal y como lo tenía planeado. Y a pesar de la inmensa alegría que me causaba haber conseguido  el contacto familiar, a pesar de la información de que mi padre y las mellizas estaban todo lo bien que se podía esperar,  aquellas muertes enturbiaron el gozoso momento.

Por otra parte la situación política en España estaba bastante convulsionada. Contagiados por un Mayo Francés, que ni siguiera las poderosas fuerzas de la censura franquista pudieron ocultar, en las universidades los estudiantes protestaban por la falta de libertades. Eran continuas las “tomas” de dichos centros  por los antidisturbios (los grises), tanto a pie como a caballo. Las algaradas estudiantiles tuvieron como represalia  un “estado de sitio” que estaría en vigor desde el 24 de enero  hasta el 25 de mayo de ese año 69. Durante esos meses  se desmantelaron los sindicatos estudiantiles y 20 profesores fueron condenados a penas de confinamiento.

Una tarde Jesús llegó de la universidad con un señor chichón en la frente y la narración de una de esas salvajes e indiscriminadas persecuciones policíacas. Y no es que me sorprendiera, pues ya corrían rumores en Madrid sobre estos hechos, pero el ver lacerada la carne de un ser amado me hizo recordar situaciones análogas y preguntarme cómo era posible  que yo hubiera salido huyendo de una tiranía, la cubana, tan solo para caer en otra, de distinto color, pero también castradora. Es decir también una tiranía. Mi amante, que siempre se proclamaba apolítico, comenzó ese día a sopesar su verdadero interés por una carrera universitaria. Aquello obró de detonante para que decidiera abandonar esos estudios de ingeniería aeronáutica que no le interesaban demasiado y, de paso, integrarse en el mundo recién nacido de la informática; el Cobol, al que se le auguraba tan gran futuro. El problema era cómo comunicárselo a su familia. Los dos años de estudios universitarios que ya le habían pagado estarían perdidos,  pero nosotros necesitábamos la asignación mensual que recibía para sufragar sus nuevos estudios y cooperar en los gastos de nuestro “flamante hogar”. Estaba claro que en esta ocasión no valían subterfugios ni medias verdades así que, tomando al toro por los cuernos, en una rápida llamada telefónica a Málaga, Jesús hijo le espetó a Jesús padre su decisión. La inmediata reacción fue el anuncio, para el día siguiente, de una visita paterna a Madrid.

Yo me alegré, pues aquella era la perfecta ocasión para aclararles a sus familiares, entre otras cosas,  el asunto de nuestra  convivencia.

Y el veintinueve de febrero de 1969 Jesús salió de Eduardo Benot con el firme propósito de desvelar el secreto sobre nuestro amor y con la intención de  aclarar y confirmar su decisión de abandonar sus presentes estudios e iniciar los de informática. Padre e hijo iban a cenar juntos y solos  y tan pronto la reunión terminase él me llamaría para ponerme al tanto de la reacción paterna. Y yo me quedé sola en aquel apartamento interior que, a causa de la incertidumbre,  por primera vez me pareció oscuro y desolado, sin semejanza alguna con el “castillo flotando sobre hermosos cúmulos”  en el que mi desbordada pasión había vivido durante meses . (Ver Instantánea 59).


Joaquín Sabina
Aquella noche pasó, como dice Sabina  en su canción, dándome  "las diez, y las once, las doce y la una, las dos y las tres “, y cada hora  sin noticias mi corazón se encogía un poco más, hasta llegar a convertirse en un estrujado guiñapo prácticamente incapaz de latir.  ¡La cantidad de pensamientos lúgubres que azotaron mi cerebro! Jesús había resultado muerto en algún accidente. Su padre había sufrido un infarto al saber las noticias. El tiempo se había detenido, en una jugarreta paranormal, y yo había quedado suspendida  en un agujero negro donde nada era verdad  o mentira, donde nada existía  en realidad. O peor aún, Jesús me había abandonado.

Cuando a las 3 de la madrugada del sábado 1 de marzo sentí abrirse la puerta de la casa no sabía si lanzarme a los brazos de mi amado o abrir su cabeza a golpes para ver que había en ella, es decir cómo había sido capaz de mantenerme en la angustia durante tantas horas. Pero nada hecatómbico  había pasado. Su padre y él se habían ido de copas tras cenar y Jesús, buscando el momento más propicio, había esperado hasta el final para exponerle las novedades pero yo sentía como si sobre mí, durante esas horas de espera, hubiese pasado un arrasador ciclón tropical. Aquella madrugada Madrid sufrió un inusual terremoto de 6.4 grados del cual ninguno de los dos nos dimos cuenta. ¡Cómo estaríamos!

La cuestión es que al llegar a conocimiento de la familia malagueña que Jesús y yo nos habíamos mudado juntos, es decir, “juntado los baúles”, según el argot teatral, se armó la “marimorena”.

Hay que tener en cuenta que, en esos tiempos y en España,como he señalado con anterioridad,  la reputación de los artistas era más que dudosa y aquellos pequeñoburgueses de provincias, tenían una imagen distorsionada de mi profesión. Nuestro “affaire”, como aventurilla, hubiese sido perdonable, pero no estaban dispuestos a consentir que se convirtiese  en algo serio.  Con la obvia intención de que volviera al redil, le suprimieron de inmediato la ayuda económica mensual, dejándonos con los únicos ingresos de mis actuaciones. Por fortuna estas  se habían incrementando durante las galas navideñas y  Giannini me pintaba un futuro  prometedor. Aun así, lamentándolo con toda el alma, los ahorros para el viaje de mis padres  sufrieron un pequeño espolio. Así es el amor pasional, como digo en el capítulo anterior, “un potro desbocado”, una fiera capaz del mayor egoísmo y a la vez de la más absoluta generosidad. Nada era, en aquellos momentos, más importante que  nuestra unión y su continuidad . 

En julio del 69 un evento acaparó toda la atención mundial: el controvertido alunizaje del Apolo XI. Los astronautas americanos Armstrong, Neil y Collins se convirtieron en los ídolos de aquel siglo de grandes efemérides.

Ramón, yo, Jesús y Mariana.
En casa de Mariana Bobadilla y familia Ramón, Jesús y yo vimos como Armstrong ponía el primer pie sobre nuestro satélite y escuchamos emocionados sus palabras, “es un pequeño paso para el hombre pero un gran paso para la humanidad”. La luna había dejado de ser un astro  dedicado en exclusiva a los amantes, a los poetas y a los licántropos para convertirse en algo sólido y  accesible. Fue conmovedor a la vez que un poco desmitificador.

Días después Carlos Rodríguez, actor que yo había conocido en Cuba, exiliado como tantos otros y amigo que lo sería “per sécula”, nos convenció para mudarnos, juntamente  a un par de conocidos suyos, también cubanos, a un mayor apartamento en el cual  compartiríamos los gastos. Aquello, a la vez que nos saldría   más barato, sin yo imaginarlo, se iba a convertir en una de las etapas más felices de mi vida. Así que en agosto de ese  año estábamos Carlos Álvarez, José Escarpanter, Álvaro Marrero, Carlos Rodríguez, Jesús y yo viviendo en una “comuna” de la que hablaré más tarde.  Con todo el detalle que merece.

Y a principios de agosto, aquel productor teatral, Leonardo Echegaray, “el zorro plateado”, que me había ofrecido, meses atrás, trabajar en el proyecto fallido del montaje de la comedia musical Los fantásticos, me llamó para brindarme la oportunidad de participar en la Segunda Campaña Nacional de Teatro. Así que , formando parte parte del Grupo Teatro 70 y con tres obras dirigidas por el prestigioso Adolfo Marsillach, Águila de blasón, Después de la caída y Tiempo del 98,  el 2 de octubre de 1969, en el teatro Rosalía de Castro de La Coruña,  el telón se alzaba ante mí por primera vez en mi patria, dándome el pistoletazo de salida para lo que sería una estimulante y fructífera carrera.



Foto del grupo dirigido por Adolfo Marsillach, Teatro 70
1- Maruchi Fresno. 2-Juan Jesús Valverde. 3-Vicente Cuesta. 4-Luis Prendes. 5-Esther Farré. 6- Carlos Canut.
7- Concha Hidalgo. 8- Yolanda Farr. 9- Payás. 10- José Hervás. 11- Angel Terrón. 12- Ángela Rosal. 13- Eusebio Poncela.
14- Jesús Sastre. 15- Arturo López. 16- Terele Pávez. 17- Julia Tejela. 18- Emilio Berrio. 19- Marisa de Leza. 





 Próxima Instantánea. La Segunda Campaña Nacional de Teatro.

sábado, 19 de enero de 2013

Instantánea 59 - De cómo el amor es, sin duda, “un potro desbocado”



En octubre de 1968 Jesús y yo tomamos una drástica decisión: nos fuimos a vivir juntos. Él ocultaría el hecho a sus padres. Considerábamos que, entre lo que le enviaban para su manutención y lo que yo ganara en mis actuaciones esporádicas, podríamos mantener un apartamento. Al igual que a todos los amantes, el tiempo que permanecíamos separados se nos hacía un infierno y, con esa urgencia y esa ceguera propias del amor, no nos dábamos cuenta de que un secreto así no podía ser mantenido por mucho tiempo.


Pero aquella fue una época de avasalladora plenitud. Cada mañana, al abrir los ojos, una oleada de pasión me convulsionaba de tal manera que parecía  brotar de mí a borbotones, perfumando cada cosa que me rodeaba. Amaba aquel bajo interior de la calle Eduardo Benot que habíamos alquilado como si fuera un castillo flotando en el más hermoso y cristalino de los cúmulos, amaba su poca luz, que calificaba de romántica e incitadora, amaba  aquellas húmedas paredes que nos daban cobijo e intimidad.  Pero sobre todo adoraba a aquel joven de  ojos de cielo, con manos artífices de mi felicidad, y el descubrimiento de ese amor me golpeaba hasta aturdirme. Tal era mi estado de éxtasis que llegué a preguntarme cómo había creído estar viva antes de llegar él.

A medida que íbamos descubriendo nuestros cuerpos yo sentía que nuestras  almas se fundían convirtiéndose en una. Y no era el viajar ascendente de sus dedos por mis muslos, ni el manjar de su lengua, no era la forma en que mis senos se henchían buscando sus labios, no era el estremecerse de mi carne  lo que más me conmovía, era la forma en que aquello colmaba mi espíritu. Los días pasaban como minutos plenos de felicidad. Mi reloj biológico me despertaba diariamente casi al amanecer pues cada hora de sueño me parecía una hora de gozo perdida. ¡Había tantas cosas que ver con esos nuevos ojos que me daba la pasión…!


Jesús solía llevarme a la  Casa de Campo donde árboles, erguidos y orgullosos, me deslumbraban con una orgía de rojos y ocres otoñales, como alardeando, antes del inevitable y cercano desnudo total que les esperaba. Aquello se me antojaba  una gloriosa exhibición  dedicada a mi en exclusiva .

Hacía un par de meses, el rumor de que “el niño” estaba liado con “una artista”, es decir, con una “pilingui”, había llegado a oídos de su familia y aunque a todo “buen machote” español eso no sólo le estaría perdonado, sino hasta celebrado, los padres de Jesús consideraron que el asunto estaba entorpeciendo sus estudios de aeronáutica, esa profesión que con indudable esfuerzo le estaban costeando. El caso es que enviaron  un “espía” a  Madrid, alguien que les informara de lo que en realidad estaba sucediendo;  Pedro, el novio de Meli, la hermana de Jesús. Pero con tanta fortuna  que desde el primer momento aquel guapo y simpático muchacho y yo congeniamos.  Sin duda él, hombre enamorado, había identificado el fulgor de auténtico amor que me nimbaba. Así que la información sobre mí, de la que fue portador a su regreso a Málaga, hizo el efecto de tranquilizar  a la familia y durante un tiempo no surgieron más problemas al respecto.

Pero en lo artístico, aquel otoño de 1968 tenía indicios de ser una estación de fiascos laborales, de posibilidades frustradas. Mariano Méndez Vigo, un importante hombre del mundo de la música y con grandes influencias en la discográfica Phillips,  me ofreció hacer una maqueta para esa firma. Él me presentó a un trío de guitarristas con los cuales ensayé y grabé tres temas; dos boleros cubanos, Nosotros, del pinareño Pedro Junco y Lágrimas negras, de Miguel Matamoros. No es que fueran  mis favoritos pero aquello era a lo más que llegaba el conocimiento bolerístico de una España ignorante de las ricas  nuevas tendencias del filin. Y para mi desgracia, a petición de Méndez Vigo, incluí en la grabación  la ranchera Que seas feliz, de la mejicana Consuelo Velázquez.

Pedro Junco, Consuelo Velázquez y Miguel Matamoros

Esa fue mi perdición. Los directivos de la Phillips, al oír la maqueta y conocerme personalmente,  quedaron encantados con mi voz y mi físico y me ofrecieron un contrato de un año para cantar en exclusiva canciones mejicanas.  De nada valió mi insistencia en "presentarles" las nuevas tendencias del bolero cubano o en ofrecerme como cantante de jazz. Nada innovador les interesaba. 


Detrás de aquella oferta estaba el hecho de que una firma discográfica competidora acababa de lanzar al mercado, con gran éxito, rancheras cantadas por una famosa actriz española, María Dolores Pradera, y ellos vieron en mí alguien con voz más potente que podía hacerle la competencia. Aquello me molestó. Yo había oído a María Dolores cantar y me parecía que su mayor acierto era interpretar las rancheras con su dulce e intimista voz.  Así que, ante la imposibilidad de hacerles cambiar de opinión,  rechacé la importante oferta. 

  
Aquello   eliminó mi nombre de la lista de candidatas a grabar con Phillips y me granjeó la enemistad de Mariano Méndez Vigo, ese hombre  que me había dado la oportunidad más apetitosa que cantante alguna pudiese desear y que nunca entendió mi rechazo. Muchas veces he dudado hasta qué punto mi albedrío jugó una parte importante en mis inicios artísticos en España o  si  mi destino estaba ya  marcado.

Un día Giannini me concertó una cita con un nuevo productor de teatro que tenía la intención de estrenar “Los Fantásticos”, un musical con gran éxito en Broadway. “El zorro plateado”, al cual  bauticé así por sus cabellos grises y su sofisticada actitud zorruna. Nada se había sabido de él hasta el momento, siendo como era  un recién llegado a este mundillo, pero solo por tener el valor de enfrentarse a una empresa tan arriesgada ya merecía toda mi admiración. Enorme fue nuestra ilusión al saber que había superado la audición y que el papel principal femenino sería para mí. Eso colmaba mis sueños. ¡Un musical de Broadway! Se nos dijo que los ensayos comenzarían en el plazo de un mes y que muy pronto nos notificarían las fechas, pero como  los ingresos pecuniarios eran una necesidad perentoria, hube de seguir esos meses otoñales recorriendo la geografía española, de caseta de ferias  a cabaret donde aceptaran  que “LA CANTANTE NO ALTERNA”, condición que continuaba siendo  irrebatible.

Días más tarde, “El zorro plateado”  llamaba a mi representante comunicándole que el proyecto de hacer “Los fantásticos” se había caído, al menos por un tiempo, pero que su intención era seguir en el mundo del teatro y que contaba conmigo para próximos montajes. Una enorme desilusión.


Cuando  mi representante me ofreció un contrato con las ventajas  de ser en Madrid y de tener la duración de un mes prorrogable vi los cielos abiertos. Un mes entero en mi nidito de amor y recibiendo un sueldo diario era un regalo de los dioses.

El lugar, situado en la calle de La Palma y que iba a ser inaugurado por mí, se llamaría El último cuplé en homenaje a las películas de Sara Montiel y a los deliciosos cuplés de finales del siglo 19 y principios del 20. No hay que olvidar que España había sido, en aquellos años,  fértil cuna de cupletistas como Raquel Meyer o Concha Piquer y de las sicalípticas   La Chelito, que enloquecía a su público masculino mientras se buscaba "la pulguita", La Fornarina o La Bella Otero, causantes todas de la ruina de muchos hombres y hasta de algún que otro suicidio. 

Era aquel un sitio abovedado mezcla de cave existencialista parisiense y “café cantante” español con un pequeño escenario, sobre el que un viejo y destartalado músico aporreaba un piano de sus mismas características. Cada noche, durante dos meses,  me subí a ese tablado como si la vida me fuese en ello, cantando La boheme, La vie en rose  o dramáticos cuplés como El Relicario o Nena que alternaba con otros pícaros y divertidos como el Ven y ven o La regadera. Allí debuté  el mes de octubre del 68, en un homenaje a los modistos españoles. Dos meses más tarde terminé mis actuaciones allí y en mi lugar entró Olga Ramos, una conocida cupletista con muchos más años de experiencia que yo en ese campo y a la que aquel entorno le venía, indiscutiblemente, mejor que a mí. (De hecho fue,  durante más de 30 años, la auténtica reina de El último cuplé).
La Bella Otero y La Fornarina

Raquel Meyer, Concha Piquer y Estrellita Castro

Casi sin darme cuenta llegaron las navidades. Nochebuena en casa de los Ortega y un acogedor fin de año con Ramón y los Bobadilla, enturbiado tan solo, y tan mucho,  por la ausencia de mis seres más queridos; mi familia y mi Jesús, quien, como cada año, hubo de pasar esas fiestas en Málaga con los suyos.

Y con aquellas doce campanadas emitidas desde el reloj de la Puerta del Sol se despidió de mí un 1968 lleno de experiencias contrapuestas y me saludó un 1969 en el que se alzaría para mí, por primera vez, el telón de la escena española.


Necrológica:
Anna Lizarán

Me temo que esta semana el obituario es extenso y muy doloroso.
Hace un par de días se apagó en el firmamento de Barcelona una fulgurante estrella, una actriz que dedicó al mundo del espectáculo toda su vida y energías, mi estimada amiga Anna Lizarán. Nunca olvidaré la entrega que depositaba en sus trabajos ni la minuciosidad con que elaboraba sus personajes. Poseedora de infinidad de premios sólo mencionaré el Gaudí, por su trabajo en el film Forasteros y el Max de teatro por su labor en aquella versión de Esperando a Godot  de la que disfruté con absoluta admiración. Una gran pérdida para el teatro pero sobre todo para nosotros, sus amigos, y para todos aquéllos que alguna vez tuvieron el placer de ver como iluminaba los escenarios con su presencia.  Anna estará para siempre con nosotros.

Fernando Guillén
Mientras escribo esta necrológica, escucho por la televisión la noticia de la muerte, tras una larga enfermedad y  aunque prevista no por eso menos lastimosa, de Fernando Guillén, ese eterno seductor y prolífico actor. Marido de la actriz Gemma Cuervo y padre de Fernando Guillén Cuervo y de Cayeta Guillén Cuervo, ambos también famosos actores. Recuerdo la última y gratísima experiencia teatral que compartimos hace unos años, Pantaleón y las visitadoras, que su autor, Mario Vargas Llosa adaptó al teatro para la ocasión, y la emoción me sacude. Su trabajo en ella, como siempre, fue estupendo y su recuerdo para el público y la profesión será eterno.

Armando Roblán
Desgraciadamente, como me comunicó hace unos días mi admirado amigo Juan Cueto-Roig, también falleció esta semana en Miami  un gran actor y estupenda persona. Armando Roblán. Su imitación crítica de Fidel Castro le valió inmensa popularidad en el exilio. Habiendo coincidido con él en algunas ocasiones  en la CMQ., lo recuerdo como un hombre amable y simpático. Que Dios le tenga en su seno.



Próxima instantánea. Al fin, se alza el telón.

sábado, 12 de enero de 2013

Instantánea 58 - Nunca llovió que no escampara (2ª parte).

La guerra de Vietnam
Comprensiblemente, ese año 1968 pasó casi desapercibido para mí en lo que a sucesos mundiales se refiere. Por ejemplo, no me enteré de que el ataque de soldados del Vietcom a la embajada americana en Saigón había encendido aún más el fuego de aquella guerra que duraba ya desde el año 64, enardeciendo al límite los ánimos patrióticos de los norteamericanos, o de que en Checoslovaquia se estaba desarrollando la hermosa  Primavera de Praga.  En esos momentos todos mis esfuerzos se centraban en intentar sobrevivir y en digerir los múltiples nuevos acontecimientos que me golpeaban desde los cuatro puntos cardinales de mi nueva vida.  Estos sucesos habían tenido lugar  en el mes de enero, uno de los periodos más negros de mi existencia.

En el mes de febrero, en la Biblioteca Nacional de España se había descubierto un volumen de 700 páginas con anotaciones y dibujos realizados por el propio Leonardo da Vinci. Pues bien, a pesar de la cercanía y la importancia cultural del hecho, tampoco me había enterado. Problemas de mi absoluta concentración en superar el día a día.
Martin Luther King

En abril y en EE.UU., un tal James Earl Ray asesinaba al líder negro Martin Luther King  provocando una reacción mundial de rechazo. Mis   circunstancias me hicieron no darle la justa importancia a tan tremenda noticia ni  detenerme a contemplar sus posibles consecuencias.

Pero cuando en abril la cantante Massiel ganaba el festival de Eurovisión con el La La La, de Ramón Arcusa y Manuel de la Calva, fue tal la repercusión nacional del hecho que resultó imposible no enterarse. Sobre todo por lo rocambolesco de la historia. Resulta que el artista escogido para acudir al festival había sido Juan Manuel Serrat, un cantautor catalán.  Según se comentaba, el cantante había exigido interpretar la canción en el idioma de su comunidad, Cataluña, a lo que los organizadores españoles se negaron, decidiendo pasarle la gran oportunidad a una vocalista  nada exigente en esos momentos; Massiel. 
París. Mayo de 68

En Francia, una revolución universitaria, seguida de huelgas generales, conduciría al famoso Mayo Francés que iba a conmocionar al mundo y pondría de moda frases como “prohibido prohibir” o “la imaginación al poder”. Tan solo  leves murmullos de esto llegaron a España, pues  a la dictadura de Franco no le interesaba hacer públicas  noticias libertarias. Como estaba descubriendo, en este país también existía la diabólica censura.

En junio, en Norteamérica, Shirhan Shirhan disparaba al senador Robert Kennedy, hermano del también asesinado J.F.K. Robert moriría al día siguiente, dando esto  inicio a la leyenda sobre la "maldición de los Kennedy", en España la banda terrorista ETA cometía su primer asesinato en la persona de J. A. Pardines Arcay. (El primero en una lista  de crímenes que llegaría a ser  abrumadora).

En agosto las tropas soviéticas invadían Checoslovaquia, poniendo así un drástico fin a la Primavera de Praga. Otro sueño de libertad aplastado por los tanques.

Invasión de Checoslovaquia
Y en diciembre el Apolo VIII entraba en órbita lunar convirtiendo a sus tripulantes, los astronautas F. Borman, J. Lovell y W. A. Anders, en los primeros seres humanos que veían la cara oculta de la luna.  También en ese mes fallecía el gran escritor John Steinbeck, ganador del premio Pulitzer y autor de novelas que tanto me habían impactado como Las uvas de la ira o De ratones y hombres.



El dúo dinámico y Juan y Junior
Pero me temo que, por  aquellos tiempos me sentía obligada a estar  informada sobre todo del mundo musical en España, Había en esos momentos  estupendos grupos como Los canarios, Los Pop Tops, Los bravos o Los pekenikes, dúos como Juan y Junior o Manolo y Ramón, de nombre artístico El dúo dinámico, cantantes de esplendidas voces como Mikaela o Rosalía y jovencitas entrañables como Karina, Marisol o Rocío Durcal.

Karina, Marisol y Rocio Durcal

Las canciones que arrasaron en ese año fueron Hey Jude, de los Beattles, Light my fire, de José Feliciano,  Delilah, de Tom Jones y una Guantanamera que yo incluía en mis actuaciones siempre que podía y a la que incorporaba, para delicia del público, varios de los Versos Sencillos de José Martí.

Y en el cine, el séptimo arte,  se estrenaban películas memorables como El apartamento, con Jack Lemmon y Shirley Maclain, Belle de Jour, con una bellísima Catherine Denueve, la sobrecogedora La semilla del diablo (Rosemay´s baby), con Mia Forrow, la revolucionaria Barbarella, con Jane Fonda o la conmovedora Charly, protagonizada por un magnífico Cliff Robertson. En España el cine, salvo en el caso  del musical lleno de buenas intenciones de los Bravos, Dame un poco de amor, seguía siendo de una mediocridad aplastante. Raphael, ese cantante de hermosa voz que tanto habíamos admirado los cubanos, rodó un film, El golfo, que resultó un éxito de público pero un fracaso a nivel de crítica.


Mi vida seguía en su proceso de mejoría. Las relaciones humanas y laborales con Giannini funcionaban muy bien y el círculo de mis amistades se iba ampliando. (Ver instantánea 57). Durante ese año Ramón (ver instantánea 53) me había presentado a Mariana Bobadilla, hija del dueño de las bodegas del Coñac 103, una mujer hermosa en todos los sentidos de la palabra, con tres preciosos hijos y un marido belga por desgracia demasiado aficionado al elixir familiar. No todo iba a ser perfecto. Estoy segura que nuestra amistad seguiría vigente si no hubiese sido por la absurda y desorbitada inclinación que aquel individuo desarrolló por la “artista cubana”.   Ese fue el motivo por el cual, para evitar un conflicto familiar que ni Mariana ni sus hijos merecían,  en cierto momento  decidí poner distancia de por medio, corriendo el riesgo de que por ello me tacharan de  ingrata. Ramón y Jesús, conocían mis motivos pero les hice prometer absoluto silencio al respecto. Y así fue.

El día 24 de diciembre llegó y, siendo una fecha familiar y religiosa, la pasé con los Ortega. (Ver instantánea 50). El hecho de que estuviese trabajando y manteniéndome sin ayuda de nadie había logrado granjearme su respeto y justificado mi renuencia a aceptar cualquier opción laboral no relacionada con mi profesión.  Mi primo Oscar y su novia brillaban por su ausencia, lo cual, confieso,  no me causó disgusto alguno. Ese año, para él, las navidades correspondía pasarlas con sus padres en Costa Rica.

El fin de año de 1968 estuve en casa de los Bobadilla y, entre risas y bromas, Mariana, sus dos hermanas y su marido, que aún no había enseñado las garras, los tres preciosos niños, Ramón y yo,  nos atragantamos, como es menester, con las doce uvas.  Aunque mi corazón  lloraba de añoranza por mis seres queridos de Cuba, siendo nuestra correspondencia bastante frecuente y percibiendo en sus cartas la alegría que mis pequeños éxitos les causaban, aquella noche mi pena fue más llevadera. Ellos sabían, sin duda alguna,  que mi empeño en traerlos a España era cada día más fuerte.

Si en mi desglose de aquella noche  echáis en falta algún nombre importante no os preocupéis. En mi próximo capítulo os narraré los eventos y aventuras que ese año viví con un Jesús Alcántara que cada día era más importante para mí..
Foto de la obra Genusie, (Lola y la campana). Cuba 1966

PD. Acabó de recibir, de Jorge Cao, actor cubano  que se ha convertido en estrella de telenovelas latinoamericanas,  compañero y querido amigo en Cuba, una foto entrañable, constancia de mis  tiempos en la isla. La función, Genusie, (Lola y la campana)  de René de Obaldía, dirigida por Rubén Vigón para su sala Arlequín, había contado con un espléndido reparto, Miguel de Grandy, Jorge Cao y yo, en la foto, así como con la maravillosa María de los Ángeles Santana como primera actriz. Aunque extempore quiero incluirla en este blog en homenaje a tan grandes actores y a ese devoto y culto hombre de teatro; Rubén Vigón.
Gracias, querido Jorge.

´Próximo capítulo: De como, verdaderamente,  "el amor es un potro desbocado".

sábado, 5 de enero de 2013

Instantánea 57 - Nunca llovió que no escampara (1ª parte).




Quiero dedicar este capítulo a uno de los hombres más humanos y generosos que he conocido: “Gianinni, Representante Artístico”

Aquella gélida mañana  de febrero de 1968, al descubrir ese letrero sobre la fachada de la Calle del Desengaño 14, y a pesar de la mala experiencia sufrida hacía poco con el peligroso mánager señor B, presentí que algo bueno estaba a punto de ocurrirme. Al fin. A pasos agigantados deshice el corto trayecto de vuelta a mi hospedaje en busca del sufrido álbum de recortes en el cual, como ya he dicho antes, estaba reflejada toda mi trayectoria artística cubana. Mientras ascendía los escalones que me conducían al despacho de Gianinni, mi ansiedad se incrementaba en progresión geométrica.  Con la historia de mi vida  apretada contra mi pecho, toqué a esa puerta que, confirmando mi presentimiento me iba a dar acceso a la esperanza, a la calidez y al inicio de mi recuperación profesional.

Frente a mí, sentado tras un gran buró de caoba, me recibió una imagen llena de ternura; un hombre de unos sesenta años, grande y rollizo, de mejillas adornadas por  saludables rosetones, vivarachos ojos azules y que devoraba, con el entusiasmo de un niño, una enorme ración del cake de chocolate más apetitoso que había visto en mi vida. Nunca olvidaré sus primeras palabras, “jovencita, ¿ya has desayunado?” Tal vez había notado el invisible hilillo de saliva que  mis jugos gástricos debían estar deslizando  por mi barbilla. “Sírvete un café con leche de ese termo y comparte conmigo este pecado de gula que va a acabar con mi salud.” Así comenzó nuestra relación.


Una vez dimos cuenta del improvisado desayuno, comenzaron una serie de preguntas a las que respondí como si ese hombre y yo nos conociéramos de siempre. Le hablé de mi vida en Cuba, de mi hispanidad, le conté el exilio de la familia hacia la isla en el año 48, del tiempo pasado por mi padre en un campo de concentración franquista, de mis planes de traérmelos a todos en cuanto las posibilidades económicas me lo permitieran…  Por su parte, él me dijo que su padre, a causa de sus ideas liberales, había sido fusilado durante la guerra civil y me habló de los esfuerzos de su madre por sacar a la familia adelante, allá en Galicia, tras ese suceso.
 
Pero fue cuando mencioné a las “Pfarry Sisters” que su rostro se iluminó con una increíble sonrisa. “¿Que tú eres la hija de las Pfarrys? ¡Pero si siendo yo un adolescente me colaba en los teatros para verlas bailar..! Ellas fueron mis dos primeros amores platónicos. Tal era mi adoración que nunca me hubiese atrevido a acercarme  a las mellizas alemanas. ¡Y ahora tengo ante mí a su hija, tan bella y resplandeciente como ellas! Esto es un milagro.” Esas palabras sellaron nuestra amistad.


Gianinni se especializaba en el mundo de las variedades y tan solo días después me consiguió la primera actuación. Fue  en el hotel Samil-Vigo, situado en la maravillosa playa del mismo nombre, con las bellas islas Cies de fondo, pero cuyas heladas aguas atlánticas no me permitieron ni siquiera introducir en ellas mis pies ávidos de mar.  Allí en  Galicia, de donde procedía el 50 por ciento de mi sangre, me sentí conmovida y aceptada por un público y unos periodistas  que me recibieron con entusiasmo.

A pesar del obstáculo que entrañaba la irrebatible condición que figuraba  en los contratos,“la cantante NO ALTERNA”, Gianinni me procuró un invierno bastante ocupado. Canté en  El Dragón Rojo, de Pamplona, en la Sala Marruecos, de Villena, Valencia, en el Rio Club, Murcia, en Las Redes, de Santurce, al que volví en más de una ocasión, en Los Tres Peces, de Alicante, donde tuve la agradable sorpresa de coincidir con un antiguo y querido amigo de la familia; el gran cantante Pepe Blanco. En ese club fui contratada por una semana y me quedé tres “a petición del público”.
Con Pepe Blanco en Los Tres Peces

Aquello de "alternar" en las salas de fiesta era casi obligatorio. Solo las grandes figuras se libraban de ello y yo no estaba en ese grupo. Incluso los cabarets importantes solían tener, como reclamo, a bonitas y jóvenes muchachas que, sentadas en la barra, esperaban pacientes a que algún cliente las solicitase como acompañante. Su labor consistía en consumir y hacer consumir a su compañero la mayor cantidad posible de bebidas, de lo que ellas obtenían un tanto por ciento.  Lo que hiciesen con el “caballero” al finalizar el espectáculo era de su libre albedrío. Fuese como fuese, tan solo el tener que ingerir cada  noche grandes cantidades de alcohol mientras soportaba a algún baboso individuo, era algo que me negaba a hacer. Mucho más hubiese podido trabajar en aquella época sin esa traba pero Gianinni no solo aceptó mis condiciones sino que me  apoyó.

Nuestra relación artística ya duraba más de un mes cuando, en una de mis casi diarias visitas a su despacho, me preguntó preocupado a qué se debía el empecinado catarro con el que "cargaba" desde hacía largos días. Entonces le conté la historia de mi casera, esa ahorrativa “viuda respetable” que parecía querer conservarse en hibernación entre las paredes de su gélida casa, de su rotunda negativa a que pusiera en mi habitación aquel pequeño calefactor que Ramón me regalara y de como  yo dormía arrebujada entre papeles de periódicos mientras el vaho de mi respiración empañaba los cristales del balcón. Su reacción fue inmediata. Frente por frente a su despacho Gianini tenía un apartamento que usaba como desván y archivo de viejos papeles. Me ofreció que lo utilizara gratis por el tiempo que quisiera, y, puesto que aquel edificio poseía calefacción central tendría garantizada una grata temperatura y una absoluta libertad, ya que  me entregaría las llaves para mi uso único y personal. ¿Era posible una oferta más generosa y apetecible?

Así que, tras consultarlo con mis protectores Ramón y Jesús, volví a recoger mis pertenencias y me dispuse a tomar posesión de la habitación más atiborraba de trastos que imaginarse pueda. Viejos archivos polvorientos, desmantelados sillones apilados unos sobre otros, una antigua mesa de despacho y un catre de 80 centímetros  ocupaban la  totalidad del espacio. La encantadora esposa del representante y su  hija adolescente me trajeron, ese mismo día,  una pequeña lámpara y la colocaron sobre una caja que haría las veces de mesilla de noche. Trajeron también sábanas, una almohada y una gruesa manta de divertidos dibujos con lo que lograron mitigar la aridez de aquel camastro que, sin ellos sospecharlo,  a partir de ese momento se iba a convertir en el reino de mi más total felicidad.


Allí, por la noche, tras cerrarse la oficina del representante, Jesús y yo iniciamos una relación amorosa que duraría hasta hoy. ¡Fue increíble el provecho que supimos sacar a esos 80 centímetros de superficie!  De contorsionistas o funámbulos fueron las variaciones que nuestros jóvenes cuerpos lograron  componer sobre tan pequeño espacio. Nuestras uniones solían terminar al amanecer,  encajados ambos en posición fetal, como dos piezas de rompecabezas. Entonces Jesús partía hacia facultad de Ingeniería Aeronáutica donde estudiaba y yo intentaba borrar de mi rostro los signos de la avasalladora pasión nocturna.

Tan solo algunas veces, cuando por algún motivo Jesús no era mi  compañero de catre, yo cobraba consciencia de mi tremendo desamparo y las oscuras siluetas de los trastos que me rodeaban adquirían agresivas formas que alteraban mi sueño. Hasta una madrugada en la que descubrí que mi soledad no era absoluta, que tenía un tímido compañero de habitación: un ratoncillo. Aunque parezca increíble, aquel ser y yo terminamos teniendo una muy buena relación. Yo le traía restos de mi cena que él devoraba silenciosa y educadamente cuando se apagaba la luz. La cuestión es que, en esas eventuales vigilias, el ruido de sus patitas correteando en la oscuridad, siempre a una prudente distancia, me servían de  compañía. Nunca conté lo de su existencia. Nadie hubiese comprendido nuestra “amistad”.


En cuanto al trabajo, llegado el verano la cosa se animó aún más. Maleta en mano y en vetustos trenes  recorrí las ferias de gran parte de los pueblos de Castilla y Levante. En cada pueblo una sola actuación.  Siempre en improvisados escenarios montados al aire libre y acompañada por pequeños combos compuestos casi siempre por músicos “de oído”, es decir que no sabían leer ni una nota de mis partituras. Ese problema de trabajar con músicos “iletrados” se solucionaba comparando, antes del primer pase, las canciones que todos nos sabíamos y adaptándome  al tono que me daban. Aun así, muchos buenos recuerdos tengo de aquellos días. Como también algunos intentos de agresión de un público masculino borracho al que mis minifaldas excitaba, un pianista que no apareció a la hora del espectáculo, motivo por el cual yo hube de ocupar su puesto y al cual finalmente encontró la policía,   drogado hasta las cejas, en una esquina del recinto ferial. También en una ocasión sufrí el chasco de que un alcalde  se negara a pagarme tras mi actuación, aduciendo que le habían vendido a una cubana, que él supuso  negra, y que le habían endilgado a una insulsa walkiria.

O esta otra surrealista anécdota. Una tarde, en una de mis experiencias feriales, tuve la precaución de preguntar al organizador del evento si los componentes de la orquesta que me acompañaría eran profesionales, a lo que, con actitud ofendida, el hombre me contestó, “¡naturalmente”! Así que cogí varios de mis arreglos, seleccioné las partes para los seis instrumentos que componían la orquestina, y con ellas me dirigí al parque donde íbamos a actuar. Nunca había hecho ese experimento y me corroía la duda de cómo sonaría la cosa. Pero alguna vez tenía que probarlo. Era una tarde cálida y de sol esplendoroso. Un hermoso día de verano. Al llegar al escenario vi cinco atriles, lo cual me tranquilizó, y a un joven muy rubio y con gafas de sol, sentado a un  piano vertical. “Hola, soy el director y pianista”, me dijo, “el resto de los músicos no puede acudir al ensayo porque el horario de sus  trabajos se lo impide. Dime qué piensas cantar”. Aquello comenzaba a ser inquietante pero el verdadero mazazo lo recibí cuando, tras entregarle las partituras, el rubiales me dijo: ”mira, muchacha, es inútil. Soy albino y no veo nada durante el día. Déjame los papeles y yo se los entregaré a los compañeros cuando lleguen esta noche. Date una vuelta por el recinto y diviértete. Nos veremos a las 10”. El resultado, como supondréis, fue un desastre. Sin un ensayo, con partituras escritas a mano, cosa a la que no estaban acostumbrados, y con canciones para ellos desconocidas,  la actuación resultó la más espantosa de mi vida. Aunque, por fortuna,  la bulliciosa, excitada y poco atenta audiencia no pareció advertirlo.  (Había en Madrid una casa que editaba y vendía pequeños y sencillos arreglos de las canciones más conocidas y con ellos solía trabajar la mayoría de los cantantes)

Pero lo importante de aquella intensa etapa era que el dinerito empezaba a entrar engordando poco a poco el apartado para los viajes de mi familia 

Próximo capítulo: Nunca llovió que no escampara. (2ª parte).