sábado, 31 de mayo de 2014

Instantánea -119 - ¡Dios mío, llegó el euro!



Foto Jesús Alcántara

El 1 de enero del 2002 el euro, la moneda oficial de la eurozona formada por 18 de los 28 miembros de la Unión Europea, entró en vigor en 12  países. Entre ellos figuraba España. (Diez países habían rehusado adoptarla: Bulgaria, Croacia, Dinamarca, Lituania, Hungría, Polonia, Reino Unido, República Checa, Suecia y Rumania).

Como es natural la equivalencia con la moneda vigente hasta aquel  momento en cada lugar era distinta  y el obligatorio cambio resultó una auténtica debacle, causando durante mucho tiempo interminables colas en los Bancos dedicados a  tal menester.


Tintados en azul, los países
de la eurozona
En España cada euro representaba 166.386 de nuestras pesetas. No creo que muchos españoles de a pie comprendieran en un principio lo que aquello significaba para nuestra economía. Las calculadoras de bolsillo se vendieron como rosquillas. Suponiendo, con supina ingenuidad, que el cafecito de la mañana por el que acostumbraban pagar 100 pesetas  ahora les costaría  0.60 céntimos de euro, la sorpresa fue morrocotuda a la hora de pagar. Los comerciantes habían decidido, ante la impasibilidad del gobierno,  que eso de los céntimos era mucha complicación y que resultaba más sencillo partir de un número redondo; el café ahora costaba un euro.  


Es decir que, de la noche a la mañana, con esa equiparación, la vida del español encareció en más de un sesenta por ciento. Incluso aquellas tiendas de chinos, surtidoras de misceláneas, que se habían puesto tan de moda y en cuyas puertas aparecía en grandes letras el reclamo de “todo a cien”, lucían ahora, con todo descaro, este nuevo letrero: “Todo a un euro”. Es decir que aquella velita por la que en diciembre del 2001 habíamos pagado como mucho cien pesetas  ahora costaba la absurda cantidad de166.386 pesetas.


Poco tardó en llegar este desmesurado aumento a  compras más importantes como ropa, comida, gasolina,   gastos domésticos de luz, teléfono,  agua y a los bienes inmuebles. De esta  arbitraria manera los egresos se desbocaron. Para más escarnio los ingresos, los sueldos, en ningún caso  se elevaron consecuentemente. ¡Pero España era rica, como no,  y el español era descendiente a medias de Sancho Panza y de don Quijote por lo que no había dragón que le amedrentase ni desgracia de la cual no poder sacar alguna chanza! Así que pocas o ninguna voz se levantaron advirtiendo del agravio que aquel cambio de moneda iba a significar para el país. Tanto empeño teníamos en borrar de la opinión general la frase de que “Europa empieza en los Pirineos” que estábamos dispuestos a pagar cualquier precio con tal de ganarnos una plaza en nuestro viejo continente.

Así la vida fue haciéndose más cara para los españoles  a la vez  que alejaba a esos turistas para los que nuestra divisa anterior, al efectuar el cambio con la suya, había convertido España en “la tierra de Jauja”.

Pero dejemos el tema de la economía e internémonos de nuevo en mis experiencias artísticas y personales, que es lo nuestro.

En la vida de todo ser humano hay cosas que no apetece nada recordar…Sucesos luctuosos, fracasos profesionales, amores no correspondidos, enfermedades…Dramáticos eventos que inevitablemente tienen un lugar y un momento en nuestra existencia, por muchas velas que pongamos a los santos o muchos pensamientos positivos que nos esforcemos en cultivar. 

Es tan aleatoria y frágil la línea entre la felicidad y la desgracia que, en dos segundos, un día esplendoroso puede convertirse en un enfurecido huracán de penalidades.


De izquierda a derecha Eva Higueras, Elena Maurandi, Karola Eskarola, Elvira Travesi
Gemma Cuervo, Yolanda Farr, Pepa Sarsa, Alfredo Alba  y Ana Soriano
Algo así se gestaba esa mañana de junio del 2002 mientras, ignorantes de la maléfica sombra que nos acechaba entre cajas, ensayábamos, por primera vez en el escenario del Teatro Fígaro, ¡Hay motín, compañeras!, la obra del autor, ganador de varios premios literarios,  Alberto Miralles  y que dirigía  Ángel García Moreno.

En realidad nada vaticinaba la tragedia. En el reparto estábamos de nuevo Elisenda Ribas, Pepa Sarsa, Eva Higueras y Elena Maurandi, reencontrándonos felizmente tras aquella maravillosa experiencia que había sido trabajar juntas en Ocho mujeres un año y pico atrás. 

Con Pepa Sarsa

Puesto que nuestra amistad continuaba en su plenitud la oportunidad de volver a compartir escenario nos encantaba. Trabajar con personas afines centuplica  el ya de por sí enorme placer de actuar frente al público. Gemma Cuervo, Alfredo Alba, Ana Soriano y Elvira Travesi se incorporaban al montaje de esta árida pero interesante pieza que se adentraba en la compleja psicología de sus personajes al tiempo que  describía los entresijos de una cárcel de mujeres. Yo estaba entusiasmada con poder lograr una caracterización en la  que ni mi  mejor     amigo       pudiera     reconocerme, algo totalmente distinto a las señoras sofisticadas o estupendas y a los musicales que en general se me adjudicaban. Era este papel el de una dura lesbiana, instigadora de un motín carcelario, un ser lleno de ácida filosofía y enferma, a consecuencia de mentiras y malos tratos recibidos,  de rencores hacia el macho en particular y hacia la sociedad en general y que sostenía auténticos duelos verbales con el personaje de Gemma Cuervo, una periodista de la prensa amarilla que venía a cubrir la noticia y que, según la visión del autor, debía representar todos los tópicos y la superficialidad del mundo que nos rodea.


Con Eva Higueras

Aquella tarde de marras, García Moreno comenzó a distribuirnos por el escenario; unas en la chácena, tras unas imaginarias rejas y otras reteniendo a Elvira, la carcelera a la que habíamos sometido. Gemma, Alfredo y Ana, es decir la periodista, su ayudante y un fotógrafo de prensa se integarían a la acción al entrar al salón en el cual estábamos reunidas las presas amotinadas. Yo estaría esperándoles con la actitud hostil que se merecen los intrusos mientras que Elisenda, que encarnaba  a otra de las presas, los vigilaría sentada en una silla situada en el proscenio, peligrosamente cerca del borde y de espaldas al público.

Todo parecía ir sobre ruedas, a pesar de estar trabajando bajo esa espantosa luz de ensayos que sume a los actores en una enfermiza y amarillenta semipenumbra a la que  cuesta acostumbrar la vista.

Y de pronto el escenario se llenó de gritos y lamentos cuyo significado, metida como estaba en uno de mis intensos parlamentos, no llegué a descifrar. Tan solo  al  fijarme en que la silla de Elisenda estaba volcada al mismo borde del abismo un doloroso relámpago de comprensión me atravesó. Mi  amiga se había precipitado al vacío, yendo a caer al patio de butacas. Efectuando un salto muy poco propio de mi edad en un segundo me encontré a su lado y de inmediato  me di cuenta de la gravedad del asunto. La cabeza de Elisenda, durante la caída, había golpeado tanto contra el borde del escenario como sobre el brazo de una de las butacas, dejándola esto  inconsciente.

Ante la angustia de no verla volver en sí algunos de los compañeros nos auto asignamos  una actividad dirigida a ayudar, Pepa Sarsa llamando al servicio de urgencias, el SAMUR, Ana Soriano intentando localizar por teléfono a su marido médico para que nos diera instrucciones sobre cómo aplicarle unos primeros auxilios y Alfredo Alba a mi lado tratando de reanimarla con palabras y suaves masajes en brazos y piernas, eso sí, sin moverla por temor a empeorar cualquier posible fractura. Nuestras queridas niñas, Eva Higueras y Elena Maurandi y la encantadora anciana Elvira Travesi se limitaban a sollozar en una esquina del patio de butacas, procurando hacer lo más acertado en esos momentos; no estorbar. Tanto al director, García Moreno como a Gemma Cuervo les perdí la vista inmediatamente.

Gemma Cuervo, Alfredo Alba de espaldas, yo y Ana Soriano
La cosa iba yendo a peor.  Eli comenzaba a ponerse morada y a tener unos extraños estertores. No podría decir de dónde me vino la inspiración,  cómo intuí que se estaba tragando la lengua.  El caso es  que ni corta ni perezosa, mientras Alfredo le abría las mandíbulas, metiendo mis dedos en su boca conseguí tirar de ella para despejar la tráquea y poder hacerle de inmediato un boca a boca. 
Con Eva Higueras. Detrás Karola Eskarola

Aunque seguía inconsciente Alfredo y yo conseguimos regular su respiración y que recuperase un ritmo cardíaco que, momentos antes, aterrados, no lográbamos hallarle. Estoy segura de que durante unos segundos mi querida amiga estuvo muerta. 20 minutos habían transcurrido cuando llegó la ambulancia del SAMUR. ¡20 interminables y angustiosos minutos en los que ya no sabíamos que más hacer!

Una vez en urgencias le fueron diagnosticados  tres hematomas subdurales que la mantuvieron en la UCI al borde de la muerte durante varios días.

Para finalizar esta primera y dramática parte de los ensayos de ¡Hay motín, compañeras! y sobre todo para dar de nuevo constancia de que los toreros y los actores estamos hechos de una pasta distinta al resto de los humanos, os diré que esa maravillosa persona, Elisenda Ribas, un par de meses más tarde estaba llevando una vida normal,  recuperada del todo y ansiando subirse de nuevo a un escenario. Pero en la situación en que se encontraba nuestro director y productor esperar a su recuperación resultaba imposible.

Así que la obra de Miralles, atendiendo al despiadoso dicho de “the show must go on”, siguió ensayándose con Karola Eskarola en el papel de la accidentada. Podréis imaginar lo que nos costaba borrar de nuestra mente la imagen de su cuerpo desmadejado en el patio de butacas. El intento de recitar nuestros diálogos sobre ese escenario desde el que trágicamente se había precipitado se convirtió durante días en una labor llena de angustia.

Pepa, Elvira, Yo, Karola, Eva y Gemma
Como ya habréis supuesto la inflexible disciplina de la farándula se fue imponiendo y  la obra se estrenó en julio de  ese año 2002. Pero fiel al  refrán popular de que “lo que mal empieza, mal acaba”, tanto los ensayos como el corto tiempo que duró la obra en cartel fueron para todos, pero en especial para mí, una continua tortura. ALGUIEN  se empeñó en hacernos la vida imposible. Pero para más jugosos detalles tendréis que esperar a mi próxima Instantánea.

Necrológica
Luis Carbonell en su juventud


El 26   de  mayo de este 2014, a los noventa años de edad, ha fallecido en La Habana, Cuba, el que sin duda fue el más popular de todos los declamadores cubanos, conocido también como “El acuarelista de la poesía antillana”. Nunca olvidaré su interpretación de los poemas de García Lorca y sobre todo los de Nicolás Guillén, tan plenos de cubanidad.También hay que mencionar su menos conocida pero prestigiosa labor como pianista acompañante de grandes figuras.

Confío en que su arte emocione o haga reír a los que ahora le rodeen con la misma intensidad con la que conmovió a varias generaciones de cubanos.



Próximo capítulo: Una mente desequilibrada

sábado, 24 de mayo de 2014

Instantánea 118 - “Sorpresas nos da la vida”. Segunda parte.



Foto Jesús Alcántara

Sin duda aquella reunión a la que Narciso Ibáñez Serrador nos convocó, allí en el escenario del teatro Infanta Isabel, resultó dramática y conmovedora. Todos quedamos anonadados por las palabras que salieron de la boca de ese personaje famoso por su creatividad y vitalidad: “Muchachos, me ha sido diagnosticada una hidrocefalia. Y como ya se han intentado conmigo tratamientos menos agresivos sin resultado alguno, los médicos han decidido que la única solución es una complicada y urgente operación cerebral. Por ello, muy a mi pesar, las representaciones de Aprobado en castidad quedarán suspendidas al finalizar este mes de enero.” Podréis imaginar la impresión que aquello nos causó. Las únicas dos personas de la compañía que estaban al tanto de su problema,  

Susana Canales, Ibáñez Serrador y yo en el restaurante
Casa Cándido de Segovia. Año 2001

Tras los primeros segundos de desconcierto, en mi mente se fueron esclareciendo detalles que desde el principio me habían llamado la atención: su empeño en montar, tras tantos años, la obra que había sido su primer estreno como escritor, seguramente buscando el milagro de retroceder a un tiempo para él mucho más feliz,  su insistencia en decir que aquel sería su regreso y despedida del teatro, sus  a veces tambaleantes pasos en escena, que yo había achacado al reuma o a la artrosis, su deseo de buscar la compañía de gente muy joven y animosa  y los  ratos que pasaba, antes de la función, encerrado en su camerino con Carlos Urrutia y que, ahora veía claro, estaban dedicados a recibir esos maravillosos masajes de los que, durante mi ataque de ciática, yo también había resultado beneficiada. Chicho, temiendo cercana la muerte, tenía la necesidad de rodearse de cosas agradables que distrajeran su mente. Pero a veces la angustia vencía a su entereza haciendo  que su carácter se agriara y provocando esas  oscilaciones que yo había notado en su por lo general amable talante.

Aquella triste tarde de su confesión, la súplica de Ibáñez Serrador  de que no difundiéramos la noticia de su enfermedad e inminente cirugía, debe haber sido  atendida con rigor por todos ya que, ni siquiera en las actuales búsquedas en Google,  se menciona ese angustioso momento de su vida. La cuestión es que el final de Aprobado se pareció mucho más al de una tragedia griega que al de una comedia.

Ante mi completo desconocimiento sobre la afección que le aquejaba, me dediqué en los días siguientes a recopilar datos que ahora os trasmito, por si algunos de vosotros sois tan legos en el tema como yo lo era.

Ibáñez Serrador en la actualidad con las actrices
Maira Gómez Kent y Fedra Lorente.
La hidrocefalia es una acumulación de líquido dentro del cerebro que causa su inflamación y provoca consecuencias tales como discapacidades intelectuales, motrices y neurológicas, llegando a causar algunas veces el fallecimiento del paciente.

El tratamiento habitual es la derivación. Esto consiste en introducir en el cerebro un catéter encargado de conducir el exceso de líquido a través del cuello, el tórax y el abdomen, hasta el peritoneo, donde puede ser absorbido nuevamente por el flujo sanguíneo.

(Este sistema, riesgoso y que, incluso en el mejor de los casos, requiere revisiones de por vida ha salvado a muchos enfermos, por ejemplo a Chicho quien, a pesar de una desgraciada caída sufrida años después y que le tiene amarrado a una silla de ruedas, sigue, en este 2014, vivito y coleando y gozando de unas buenas aptitudes mentales.)

En este capítulo, más que a todas las virtudes intelectuales de ese gran creador, quiero dejar constancia de mi admiración al hombre que, ya avanzada su enfermedad, salía cada día al escenario dándonos lecciones de fortaleza, entusiasmo y amor por la profesión y por la vida.

Jesús y yo

Pero no todo fueron disgustos y problemas durante las representaciones de Aprobado en castidad. El día de mi sesenta y un cumpleaños, 22 de diciembre de aquel 2001, recibí una conmovedora sorpresa.


Con los directores Mara Recatero y Gustavo Pérez Puig
Jesús había organizado una cena en un exclusivo restaurante de Madrid a la que algunos íntimos amigos y todos los miembros de la compañía estaban invitados. Fue un ágape emotivo. La asistencia masiva y el sincero afecto que todos me demostraron tuvieron mi alma al borde de las lágrimas.


 De izquierda a derecha  Sandra Barneda, alguien que no reconozco, yo Carlos Urrutia y Belén, su esposa.

Pero ni imaginar podía que esa era solo la primera parte de mi regalo. Estando todos reunidos alrededor de una larga mesa, la sala se inundó de la perfecta armonía de unas voces  que inmediatamente reconocí. Era el grupo Elé, septeto que, como narro en mis capítulos 112 y 113, mi querida Lucy montara allá en Cuba  y cuyo virtuosismo Jesús y yo habíamos descubierto durante ese primer contrato que el Intercambio Cultural les había conseguido en España el año 1998.


Con mi admirada Susana Canales
Mi primera impresión fue que estaban pasando por megafonía un CD de sus canciones que ellos me habían regalado y el cual en casa se escuchaba con frecuencia, sobre todo cuando asistían a nuestras reuniones personas amantes de la buena música. Pero mi corazón se arrebató  al ver a mis amigos cubanos entrar en carne y hueso al salón, emocionados mientras entonaban mi canción favorita: Alfonsina y el mar. Esa era la gran sorpresa que Jesús me deparaba y, sin duda, el mejor regalo que  podía haberme ofrecido.

El día anterior, mientras yo hacía mi labor cotidiana en el teatro, Lucy había llamado diciendo que estaban en Madrid de nuevo contratados. Entonces urdieron esta trama: Jesús no me diría nada  de su llegada y ellos se presentarían de improviso en el restaurante para darnos un pequeño recital. 


El momento del pequeño recital. De pie yo, Lucy, Tamara, Tatiana y Pedro.

Fue una noche gloriosa.  Una opípara cena seguida por un Manisero y un Siboney ejecutados a capela entusiasmó a mis invitados e hicieron que esas lágrimas de emoción que amenazaban brotar de mis ojos se desbordaran al tiempo que abrazaba a mi querida “niña de chocolate” ante los conmovidos ojos de los presentes.


Rodeados de la compañía y los amigos, el conmovedor abrazo de Lucy y mio

Por desgracia, esta vez la estancia del grupo en España resultó mucho menos grata que la anterior. Aunque contratados por el mismo organismo zaragozano, su gira peninsular resultó desmesuradamente apretada y el trato recibido por la empresa mucho menos complaciente. Los abrumaban de trabajo y cada día descuidaban más las  condiciones de los lugares donde debían actuar. Como auténticos jabatos, aquellos cubanos aguantaban las presiones y sinsabores,  e incluso alguna que otra demora en el cobro de sus salarios, con esa resignación a la que tantos años de tiranía les tenía acostumbrados.  

Y todo desembocó en un terrible, aunque no sorprendente final: al cumplirse el tiempo de su contrato, forzado como estaba su regreso a Cuba en una fecha  fijada por el gobierno castrista, bajo pena de una sanción tan grave que podía llegar hasta el encarcelamiento o la definitiva prohibición de entrada a la isla, se toparon con que sus contratantes españoles afirmaban no poder abonarles sus últimas nóminas. Aducían pérdidas y aseguraban no haber recibido aún de los ayuntamientos el pago por sus actuaciones. Les proponían que abandonaran el país, prometiéndoles que en fecha próxima la cantidad adeudada les sería enviada a Cuba por medio del INIT. (En mi Instantánea 111 hablo conextensión sobre lo que era en Cuba el Instituto Nacional de la Industria  Turística y su absoluto control sobre  los artistas, así como de ese leonino sistema de contratación del mal llamado Intercambio Cultural que por aquellos años el gobierno de Fidel puso de moda.)

Lucy y yo en la Puerta del Sol

Aquello era un verdadero drama para mis amigos. Aun confiando en la buena fe de esa promesa, entre el burocratismo y la corrupción reinante en la isla temían no ver, de aquella postrera  semana de arduo trabajo, ni una sola peseta. (He de recordaros que el sueldo de los artistas que salían por vía del Intercambio era cobrado  en dólares directamente por el INIT, mientras que las "nóminas" que aquí recibían estaban compuestas por el escaso dinero de las dietas y les eran entregadas en nuestra moneda nacional vigente hasta el 2002, es decir, la peseta).

El último día que tenían de plazo para tomar el avión lo pasaron los siete en nuestro chalet de Madrid, destrozados, varios de ellos derrumbados en colchonetas que se les colocaron en el suelo de nuestro sótano. Ningún español puede aquilatar el valor que  algunas pesetas tenían para ese pueblo que vivía en la miseria y que tan solo podía encontrar solución a las graves carencias de la Libreta de Racionamiento en una moneda extranjera que les daba acceso al mercado negro y en él  a muchas de las cosas más elementales. 

Lucy y yo dedicamos  esa jornada a hacer llamadas de presión a los morosos empresarios españoles y a intentar localizar en el consulado cubano alguien que pudiera dar a aquellos muchachos estafados una solución a su problema  o al menos que les facilitaran una prórroga en la fecha de regreso. Pero sin resultado alguno. Era alucinante comprobar la total indiferencia de los funcionarios y el consecuente  desamparo que sufrían los cubanos, aunque, como en el caso del grupo Elé, hubiesen venido legalmente contratados por el INIT. No conseguí que el cónsul se pusiese al teléfono, ni con suplicas ni con la amenaza de hacer llegar a la prensa de este país su actitud, ¡y para qué hablar de la displicencia con que fui tratada por su secretaria!  Así que, puesto que nos fue imposible encontrar solución alguna, al día siguiente Jesús y yo nos encargamos de llevarlos al aeropuerto.


Y hacia la isla volaron, agotados y decepcionados, esos siete excelentes cantantes, Tamara, Tatiana, Lucy, Luis, Franquel, Denis y Pedro,  doloridos sobre todo al comprobar la arbitrariedad de las  leyes cubanas, incluso para con sus propios ciudadanos Comprenderéis que en esta ocasión la despedida con mi Lucy fue aún más dolorosa, avergonzada como estaba por el comportamiento de mis compatriotas, indignada por el desidioso comportamiento del Consulado Cubano y sin saber si alguna vez mi amiga del alma y yo podríamos volver a reunirnos.

(Por cierto que según he sabido con posterioridad el dinero adeudado al grupo  por los contratantes españoles jamás llegó a manos de los interesados).



Próximo capítulo. ¡Dios mío, llegó el euro!

sábado, 10 de mayo de 2014

Instantánea 117 - “Sorpresas nos da la vida…” (1ª parte)


Foto Jesús Alcántara

A principios de septiembre del 2001 ya estábamos  ensayando Aprobado en castidad, esa obra de Narciso Ibáñez Serrador escrita hacía muchos años en Argentina y que la censura había maltratado en su estreno madrileño durante la época del franquismo, como narro en mi capítulo anterior. El autor, director y actor estaba eufórico y encantado con el reparto escogido minuciosamente por él. Haber convencido a Susana Canales, su amiga desde tiempos pretéritos, para que volviera a las tablas lo llenaba de ilusión. Por cierto que aquella mujer, retirada desde hacía años, no solo resultó una formidable actriz sino que como persona y como compañera era incluso  mejor. 


Con Susana Canales en Aprobado en castidad

Antes de comenzar la obra, con el telón aún cerrado pero ya ocupando nuestros puestos en el escenario,  yo me dedicaba a relajarla con amenas charlas y algún que otro chiste, intentando reafirmar su seguridad perdida durante tantos años de ausencia teatral. Esos momentos, que siempre suelen ser tensos, eran angustiosos para ella. Si no pertenecéis a la profesión seguramente ignoráis lo que significa ser los protagonistas de la primera escena de una obra. Ver alzarse o abrirse la cortina  y tener que comenzar la representación a tono brillante y plenamente dentro del personaje es una de las cosas más difíciles para un actor. 

Transcurrido un corto lapsus se va cogiendo el ritmo y ya todo suele ir sobre ruedas. Naturalmente así pasaba con la gran Susana. Desde el primer día, después de esos primeros minutos desconcertantes, su actuación era impecable.  Pero la humildad con que pedía mi apoyo antes de comenzar resultaba algo tan conmovedor en quien había sido una estrella  que me hizo cogerle un gran cariño.


Andrés Resino y Susana Canales

Contar con Andrés Resino, con el que durante trabajos anteriores ya había mantenido una excelente relación, era una gozada, pues su especial sentido del humor y su buen hacer me encantaban.

Sandra Barneda, en su primer y último trabajo teatral, resultaba un ser tierno y ansioso por aprender con el cual era fácil y agradable trabajar y Nieves Aparicio, también debutante, encajaba   a la perfección en el papel de pizpireta doncella. Es conocido que a Chico le gustaba dar “primeras oportunidades” a gente joven.

Yo con Sandra Barneda
Hasta Mari Begoña, que comenzó su carrera como vedette en los años 50, convirtiéndose posteriormente en una eficaz actriz, sobre todo en la línea de la comicidad, esa mujer que tenía fama de resabiada, resultó una buena compañera. En realidad Chico poseía la capacidad de domesticar hasta a las fieras.

Pero mi gran descubrimiento fue un joven galán de nombre Carlos Urrutia, una de las personas más amables que he conocido. Y puedo certificarlo por propia experiencia. Un par de meses después del estreno, sufrí un agudo ataque de ciática que prácticamente me impedía caminar. Pues bien, ese muchacho, teniendo estudios de medicina rehabilitadora, se ofreció a venir a mi camerino antes de cada función y darme exhaustivos masajes. Os aseguro que gracias a él pude continuar con mi trabajo, dolorida pero en pie, durante el tiempo que me duró el ataque. Como comprenderéis el agradecimiento y la amistad que le profeso  serán eternas.


Nieves Aparicio, Carlos Urrutia y Susana Canales
En cuanto a Ibáñez Serrador es tanto lo que se podría escribir sobre él que prefiero ir dosificándolo de acuerdo con los acontecimientos.

Así que daré un salto atrás hacia esos primeros días de nuestros ensayos y al terrible hecho del que el mundo entero fue testigo y que estuvo a punto de suspender nuestro estreno.

Foto del segundo avión a punto de estrellarse
contra las Torres Genelas

El día 11 de septiembre del 2001 la humanidad se conmocionó con la noticia del más cruento atentado de la historia. Prácticamente en directo, milagros de la tecnología, a lo largo y ancho del planeta los televidentes pudimos observar como dos aviones chocaban contra esas Torres Gemelas de Nueva York que eran una característica fundamental en la fisonomía de Manhattan. El primero impactaba en la torre norte a las 8.46 de la mañana (2.46, hora española), momento en que la inmensa mayoría de los españoles estábamos comiendo  en nuestras casas frente al televisor. La impresión inicial fue que aquello había sido un espantoso accidente. Pero mientras el anonadamiento y el dolor nos sacudían, en medio de una absoluta conmoción veíamos, a las 9 A.M., tan solo unos minutos más tarde, un segundo avión estrellándose esta vez contra la torre sur. Aquella imagen dantesca, que tan solo sería superada por la visión posterior del derrumbamiento de esos dos colosos, está sin duda clavada a fuego en la mente de millones de personas que, en medio del caos informativo de los primeros momentos, se estrujaban el cerebro y el corazón intentando aceptar tanta tragedia. No faltaron personas que llegaron a creer que se trataba de un desafortunado montaje semejante al que Orson Welles había organizado con su emisión radiofónica de La guerra de los mundos, tantos años atrás.

Alicia Esteve
(Alias Tania Hea
Como detalle escabroso y, en mi opinión, no lo suficientemente difundido, os contaré la historia de Tania Head.  Durante 6 años esta retorcida mujer vivió en EE.UU. haciéndose pasar por una superviviente. Hasta tal punto fue elaborada con minuciosidad la supuesta historia de su odisea que llegó a  ser nombrada presidenta de la Red de Supervivientes del World Trade Center. Años después, gracias a las arduas pesquisas del diario The New York Times, se descubrió su fraude y  el periódico español La Vanguardía investigó y desveló su verdadera identidad: era una barcelonesa llamada Alicia Esteve que ni remotamente había estado dentro de las Torres en el momento de los atentados.

Pero como en mi Instantánea 90 ya hablo con extensión sobre esta barbarie, incluidos el posterior atentado contra el pentágono y el sublime acto de heroísmo realizado por los viajeros del vuelo 93 de United Airlines, me limitaré a narrar lo que eso significó para nosotros, los ocho actores que en ese momento ensayábamos Aprobado en Castidad.

Por supuesto durante un par de días los ensayos se suspendieron. No creo que nadie estuviese en condiciones de reiniciar una vida normal. Aparte del lado inhumano de los hechos, todos temíamos que la subsiguiente crisis económica de ese gran país que es Norteamérica paralizase la economía mundial.

Pero para nuestra sorpresa la vida, aunque a trancas y barrancas, continuó.


Yo, Susana e Ibáñez Serrador

Así que el 4 de octubre, en medio de una España aún conmocionada y temerosa ante las posibles consecuencias políticas de la masacre del 11 de septiembre,  se estrenaba,  sobre el escenario del Teatro Infanta Isabel, la nueva versión de Aprobado en castidad. Los medios se volcaron ante la reaparición como actor de Ibáñez Serrador. Los invitados, al final de la representación, abarrotaron los pasillos y camerinos durante más de una hora. He de confesaros que hace ya tiempo no me fío en absoluto de los comentarios y felicitaciones de ese público “estrenista”. A consecuencia de haber estado tanto en el patio de butacas como en los camerinos durante muchas de esas primeras representaciones, demasiadas veces he sido asombrado testigo de cómo, por las mismas bocas que minutos antes manaban despreciativos y hasta injuriosos comentarios, una vez en presencia de los interesados salían los más grandilocuentes halagos. Me temo que la hipocresía es algo consustancial con gran parte de nuestra profesión. En fin que,  como es costumbre tras un estreno, aquella madrugada hubo un pequeño ágape con los ¿amigos?

Yo con amigos de los buenos; Pepe Rubio y Paco Marsó

Con Marga Herrera y Juanito Navarro
Sin duda, y como siempre, habría que esperar  la opinión de los críticos y  la futura asistencia del público para aquilatar nuestro posible éxito.

A medida que avanzaban las representaciones me fui enterando de cosas, algunas muy importantes, sobre Chicho, aquel  personaje tan admirado.

Por ejemplo, le encantaba estar rodeado de gente joven que  le mimase y su camerino estaba en general lleno de nuestros jóvenes compañeros y de alguna admiradora  que reuniera esas mismas condiciones. A pesar de no pertenecer yo a ese grupo he de admitir que siempre trató con respeto mi trabajo y que en muchas ocasiones le lanzó piropos a mi profesionalidad y hasta a mi persona.

Pero aquella puesta parecía haber nacido bajo una mala estrella. Fueron varios los problemas e incidentes de los que fuimos víctimas durante su estancia en cartel.  


Foto de los saludos. De izquierda a derecha Nieves Aparicio, Sandra Barneda, Andrés Resino,
Narciso Ibáñez Serrador, Susana Canales, Yolanda Farr, Carlos Urrutia y Mary Begoña

Nuestra primera sorpresa fue que aquel teatro Infanta Isabel no se viniera abajo ante la reaparición y anunciada despedida teatral de un personaje como Narciso Ibáñez Serrador. Tras los primeros días de natural euforia el aforo del local tan solo se cubría discretamente. Los actores nos preguntábamos cómo era posible que alguien de su prestigio pasara tan casi desapercibido para el público y la prensa.

En cuanto a los accidentes e incidentes que saturaron esa obra estos son los más notables: un corto circuito provocó un pequeño pero peligroso incendio en el foro, tras el decorado, durante una representación, llenando de humo sobre todo la zona de los camerinos lo cual nos obligó a suspender la función mientras los actores y el público salíamos huyendo. Por cierto que la tragedia no fue devastadora gracias a Carlos Urrutia y a Daniel, ayudante de Chico quienes, extintores en mano, lograron contener el fuego antes de que llegaran los bomberos. Por fortuna el decorado no resultó dañado y pudimos realizar la función de la noche.

En otra ocasión el espectáculo fue  interrumpido a causa de una algarabía que subía desde el patio de butacas. Un espectador estaba sufriendo un ataque y su esposa pedía ayuda a gritos. Y otra vez fue Urrutia quien, gracias a sus conocimientos médicos, lanzándose ni corto ni perezoso desde el escenario, controló la situación hasta que llegó la ambulancia.  Entonces supimos que el hombre sufría tan solo un ataque de ansiedad pero el daño para la representación ya estaba hecho.

Y en medio de todos esos percances, estuvo el dolorosísimo ataque de ciática por el cual casi hube de ser sustituida o sacada a escena en silla de ruedas. Lo que resultaba increíble era como, tras necesitar incluso ayuda para bajar a “la pata coja” las escaleras desde mi camerino, al pisar las tablas lograba moverme con un casi imperceptible renqueo. Ay, esos extraordinarios milagros de curación tan frecuentes en los artistas al momento de enfrentarnos con el público.

Y para colmo, la taquilla del teatro fue atracada una noche, llevándose los ladrones los ingresos de un fin de semana.

Pero cuando, en el mes de enero, Chicho reunió a la compañía en el escenario para darnos una “mala noticia”, aquello que algunos tomamos como el aviso de rescisión del contrato, resultó algo mucho más terrible. Algo realmente dramático.


Fotos de la función, Jesús Alcántara.

Necrológica.

Gabriel García Márquez

La semana pasada se me pasó incomprensiblemente por alto mencionar la muerte de Gabriel García Márquez. Es mucha la información que en estos días me ha llegado sobre su persona. Cosas chocantes, actitudes viles increíbles de congeniar con el brillante, humano y poético mundo del escritor. Así que, con vuestro permiso me limitaré a dedicar este adiós al genial autor de, entre tantas obras geniales, Cien años de soledad. Enterrémosle en Macondo, entre sus hermosos personajes y obviemos al ser humano cuyas actitudes tanto nos han herido a veces.


Impactante foto del  avión terrorista
a punto de estrellarse contra la segunda torre

Hoy, 11 de septiembre, es el aniversario del más terrible acto de terrorismo cometido por Al-Qaeda. Aunque la cifra de fallecidos se estima en 3.700 el pueblo entero de Norteamérica sintió que ese día algo moría en su interior y el resto  del mundo civilizado se estremeció ante tamaño horror. El ataque suicida contra el corazón de Manhattan, las hermosas Torres Gemelas, la mortal agresión al Pentágono, en el estado de Virginia y el heroico sacrificio de la totalidad de los pasajeros del vuelo 93 de United Airlines que se enfrentaron a los secuestradores, haciendo que el avión se estrellara en Pensilvania sin que llegara a alcanzar ningún objetivo estratégico, han dejado una huella indeleble en la historia. A todas estas víctimas va dedicada mi necrológica de hoy y una oración en la que, sin duda, participan todas las personas sensibles de este vapuleado mundo.

Julia Trujillo
Julia Trujillo

El 8 de agosto moría, en Madrid, una gran compañera y actriz: Julia Trujillo. Persona positiva y vital, donde las haya, llevaba sus 81 años con la alegría de una jovencita. Su curriculum abarcaba todos los géneros pero su gran amor era el teatro, al que literalmente dedicó su vida. Poseedora de varios galardones, entre ellos el de Mejor Actriz de Habla Hispana que se entrega en  los EE.UU, la sencillez fue la mayor característica de esta “actriz camaleónica”. Su muerte deja un nuevo hueco irrellenable en el ámbito del teatro español.



Próximo capítulo. “Sorpresas nos da la vida”. (Segunda parte).