viernes, 27 de enero de 2012

Instantánea 13 - El camino hacia el adiós (primera parte)



“Érase un vez una madre tan desesperada por no tener con qué alimentar a sus hijos que, cierta oscura noche, después de mucho meditarlo y tras lograr reunir el coraje necesario, se dirigió al cementerio del pueblo con el macabro fin de obtener comida para sus vástagos de algún cadáver recién enterrado. Al cabo de un rato de buscar, y creyendo haber tenido suerte, descubrió una tumba cuya tierra se veía recién removida. Sacando fuerzas de flaqueza comenzó a escarbar con sus escuálidas manos hasta ensangrentarlas y al llegar al endeble féretro de madera lo golpeó con todas sus fuerzas, haciendo saltar, hecha pedazos, su frágil tapa. La oscuridad y la soledad reinante la amparaban. Su conciencia y su mente estaban anestesiadas por la necesidad de salvar a sus hijos del hambre más atroz. Así que, al descubrir el cuerpo, con una fuerza sacada de su angustia, hundió sus manos en el abdomen y de un brusco tirón le arrancó el hígado. Como perseguida por todos los demonios del infierno corrió hacia su casa con el botín, sosteniendo contra su seno aquella víscera cuya tibieza intentaba reinstaurar.

Esa noche sus hijos lograron recuperar una satisfacción perdida hacía tiempo; dormir con el estómago lleno. Pero poco duró la placidez de su sueño. De madrugada se comenzaron a oír extraños ruidos en la casa, como de pies arrastrándose por el pasillo, pasos que se acercaban de forma lenta pero inexorable al miserable cuarto que madre e hijos compartían. Hasta que finalmente, en el umbral  de la puerta, se oyó una voz quejumbrosa pero de aterradora presencia que decía, “ladrona, devuélveme mi híííígado, devuélveme mi híííígado, devuélveme mi híííígado…”



Aquel primer “devuélveme mi híííígado” bastaba para que la reunión se desbaratase y el grupito de niñas corriéramos  gritando de horror. Sin  sospechar en absoluto que la necrofagia había llegado a ser, en algunos casos, un hecho comprobado, el simple pensamiento nos llenaba de espanto. Este es un buen ejemplo de cómo la miseria reinante había contaminado hasta los sencillos cuentos de terror que, en aquellos pasillos de Alonso Cano y reunidas en apretado corro, las niñas nos contábamos. Ese relato llegó a convertirse en una especie de leyenda urbana.


Aunque el ambiente del mundo del espectáculo siempre fue  especial, muchas veces apenas rozado por la realidad de la vida, el otro mundo, el de la España de la posguerra estaba habitado por demonios invisibles que poseían a los humanos,  devorando sus corazones con la misma ansia con que los humanos devoraban la escasa comida que el gobierno nos suministraba. La miseria exacerba los instintos más animales. No era un buen país para crecer, no, aquella España herida y rencorosa.


Cuatro habían sido las figuras que, en una fría mañana de 1946, cargadas de maletas e ilusión, habían abandonado el portal de Alonso Cano 4 para comenzar la larga gira de seis meses con Irma Vila. Cuatro habían sido las figuras que habían partido y cinco las que regresaban, mi madre, mi padre, mi tía, yo y ¡Mariquita Pérez!  La gran diva.



Sujetando  amorosamente su manita decidí quedarme en la acera haciendo de orgullosa anfitriona para el enjambre de moscones que, en cuanto la noticia se corriese, acudirían a rendir pleitesía a la nueva reina del barrio. Mariquita, mi envidiada muñeca, esa que a mi lado viajó durante meses en un destartalado autobús, la que conmigo  había compartido  la visión de una  veleidosa Madre Naturaleza, ora ornada con púrpuras, rojos, verdes y amarillos, en una orgía primaveral de amapolas, margaritas y lilas,  ora cubierta hasta los ojos por la albura de la nieve.   



Solo dos amigos tenía yo en el barrio que realmente deseara volver  a ver. Uno era Pepín, un regordete y tímido niño. Ese muchachito que durante nuestros divertimentos   femeninos con muñecas,  generalmente hechas de tela y estopa por nuestras madres,  nos miraba desde la distancia con envidia mal disimulada. Las niñas no lo aceptaban en sus juegos por aquello de “las niñas con las niñas, los niños con los niños” y estos últimos solo lo usaban como objeto de mofa.

Pero el caso es que a mí siempre me había caído bien y en esas tardes veraniegas en las que nuestro Madrid nos obsequiaba con temperaturas de más de cuarenta grados, en esas horas en las que la ciudad observaba rigurosamente el sagrado ritual de la siesta, ambos salíamos  a hurtadillas de nuestras respectivas casas y juntos dábamos largos paseos. Generalmente íbamos a un edificio cercano, semiderruido por las bombas de la reciente guerra o llegábamos hasta  un Paseo de la Castellana, que en aquellos tiempos y por nuestra zona,  era simplemente un proyecto lleno de divertidos escombros.  Entre ellos corríamos y soñábamos al unísono Pepín y yo.



Mi otra amiga, Elenita, era un caso muy especial y según los mayores “la única niña buena del barrio”. Su piel de un níveo deslumbrante y sus  largos tirabuzones la hacían parecer un auténtico ángel.  Como era buena y buena católica rezaba cada noche el Padrenuestro, el Ave María y otras cosas mucho más complicadas. En familia, junto a su pequeño padre contable y a su diminuta y sonriente madre, desgranaban  cada día el rosario. Y seguramente por eso  de sus manos parecía emanar un brillo de santidad y de sus cabellos un embriagador aroma a incienso. Desconozco la razón  pero fui la única niña del vecindario que traspasé los filtros de la confianza familiar y, siendo ella una irreprochable estudiante, nuestros juegos se solían centrar en la lectura de  cuentos y fábulas o en algún que otro repaso a mis renuentes tablas de multiplicar. Todo esto, por supuesto, en su hogar,  pues Elenita tenía prohibido juntarse con la chiquillería del barrio. La cuestión era que yo adoraba a aquella silenciosa y frágil criatura.

De repente la acera de mi casa comenzó a llenarse de curiosos y amiguitas que habían acudido ante las palabras mágicas: Mariquita Pérez. Por supuesto Pepín estaba allí, mirándola con ojos arrobados y conteniendo a duras penas su instinto maternal. Entonces, para mi asombro vi, acercarse a Elenita. Sin duda era la primera vez que la veía en la calle, mezclándose con los otros niños. Pensé que el reclamo de mi muñeca, cuyo nombre, coreado por la chiquillada, debía haber llegado hasta su balcón, la había impulsado  escaleras abajo, así que, sin dudarlo un momento, corrí hacia ella y deposité mi preciado tesoro en sus brazos. Lo que sucedió después fue más horripilante que todos los cuentos de terror que había oído en mi vida. Con un rostro aun más níveo que de costumbre, tras mirar estáticamente  y con un extraño brillo a mi Mariquita, alzó la mano y hundió con saña sus dedos en los preciosos ojos de mi muñeca. Así, por sorpresa.  En aquel  instante fue como si yo misma hubiese sido cegada,  como si por los horribles agujeros que quedaron en su carita se hubiese ido mi vida. Entonces Elenita, tras dejar caer al suelo aquel amado cuerpo,  volvió a entrar en el portal, con una parsimonia inexplicable.

El grupo, como por ensalmo, se disolvió. Solo quedó Pepín, agarrando mi mano con lágrimas en el rostro y una solidaridad llena de cariño. Nunca he podido comprender ni olvidar este crimen y, por supuesto, jamás volví a tener trato con aquella niña, a pesar de las sinceras disculpas de sus padres.

Pero ese era solamente el comienzo de la serie de infortunios que plagaron los siguientes meses.


Las Pfarrys en la Danza Apache.
Un tiempo después, mi querida tía Jenny desapareció de la casa durante una semana. Mis padres decían que estaba en San Sebastián cuidando a una amiga enferma. Pero fueron días angustiosos,  y puesto que ella nunca se había separado de nosotros, incluso las inhóspitas paredes de la casa la extrañaban. Las mellizas vivían hasta tal punto  unidas que solo a la hora de ir a la cama se convertían en seres independientes. Cuando al fin Jenny volvió estaba demacrada y con una tristeza que, a pesar de sus inmensos esfuerzos por disimularla, mi corazón percibía inequívocamente. Solo muchos años más tarde supe que le había sido realizada una mastectomía total. A la parte más femenina y frágil de las Pfarry Sisters le habían amputado un seno en la flor de la vida y de su carrera. Si alguien cree que ese dramático hecho cambió su existencia es que no valora la entereza de aquella alemana. Una vez repuesta físicamente, la solución al problema consistió en subir los escotes de sus vestidos y en hacerse varios postizos rellenos de algodón con los cuales disimulaba la parte huérfana de sus sujetadores. Solo un número hubieron de suprimir de su repertorio, aquella espectacular  Danza Apache en la cual Jenny era zarandeada y arrastrada por su “gigoló”, Dora. Mi tía nunca se atrevió a bailarlo de nuevo. Entonces no existían ni prótesis, ni estéticas, ni tratamientos postoperatorios pero Jenny superó su amputación y el mismo cáncer, según me confesó tiempo después, gracias al amor que por nosotros sentía.


        Gigliola Cinquetti                      Stephen King               Cecilia                        Arnold Schwarzenegger  
En aquellos tiempos el mundo entero estaba sumido en el recuerdo de los  bombardeos de Hiroshima y Nagasaki y en la resaca de esa arrasadora Segunda Guerra Mundial. Sobre nuestros corazones gravitaban aún los millones de muertos que la misma había causado y la incertidumbre sobre el futuro de una Europa que los vencedores  se estaban repartiendo con iniquidad    Creo que  ni siquiera aquellos que  habían nacido en el 47, bastante después de que el conflicto armado finalizase, lograron librarse de ese lastre. Aquel año vinieron al mundo  Cecilia, malograda cantautora española, Stephen King, famoso autor de novelas de terror, Arnold Schwarzenegger, actor austriaco que llegó a ser gobernador de California, Meat Loaf, actor y cantante norteamericano de "hard rock"  o Gigliola Cinquetti, italiana, ganadora dos veces del Festival de San Remo.  Así mismo en aquel año  morían personajes importantes como el  escritor y poeta español Manuel Machado, hermano y en una época colaborador del gran Antonio Machado, el cineasta alemán  nacionalizado norteamericano Ernst Lubitch,  director de joyas como Ser o no ser, Henry Ford, revolucionario de la industria del trasporte en USA y, quizá para equilibrar la balanza, el gangster más famoso de su época, Al Capone, creador en los años treinta del Sindicato del Crimen.



         Al Capone                   Manuel Machado               Ernst Lubitsch
Pero, como dije antes, estas eran solamente una parte de la serie de infortunios que plagaron para nosotros la segunda mitad de 1947.  Así pues me temo que las historias tristes continuarán.

Próximo capítulo: El camino hacia el adiós (segunda parte)

NOTA. Un lector, Ovejo, me ha enviado este Gif tan divertido que quiero compartirlo con vosotros. Gracias, Ovejo.

sábado, 21 de enero de 2012

Instantánea 12 - Virgen Guadalupana.

El estanque del Retiro y el Palacio de Cristal. Madrid.
Todos de paseo  
Desde muy pequeña, en los días en que mis amados Dora, Jenny y Arsenio estaban en Madrid, ya por tener trabajo en la ciudad o por falta absoluta del mismo, me llevaban a lugares que yo adoraba. Por ejemplo  al Parque del Retiro, con su  estanque artificial y tantas otras bellezas.   Recuerdo mi asombro al observar por primera vez el Palacio de Cristal, ese idílico edificio en el cual Azaña, presidente de la Segunda República, autor de teatro y gran orador, había tomado, en el año 36, posesión del gobierno . Su arquitectura de ensueño, los blancos y negros cisnes que nadaban por el pequeño lago que le sirve de espejo  me hacían sumergirme en los cuentos de hadas que desde hace tiempo amaba y leía.
Puerta del Sol años 40


Y cuando era el día de las compras o de las reuniones con compañeros o amigos, nuestro destino era la Puerta del Sol, el Kilómetro Cero de España.  Allí,  con Jacinto, mi padrino, visitábamos mayormente la Calle de la Cruz y sus tascas. Una en particular me encantaba ya que aquel hombre entrañable acostumbraba sentarme en una esquina de la barra y pedir para mí algo que hacía mis delicias;  la ensaladilla rusa. Mientras, ellos disfrutaban de la especialidad del lugar, las gambas a la plancha regadas con chatitos del vino de la tierra. Este bar, que aún existe, se llama “El Abuelo”.

El continuo viajar me impedía  asistir a un colegio en el que se exigía, naturalmente, una r
egularidad. Eso no era obstáculo para que a los 6 años leyese con fluidez y ya tuviese unas nociones básicas de aritmética, asignatura que mi padre decía era imprescindible en la vida.  Me conocía todos los teatros de Madrid y buena parte de los de provincias. Había viajado a Marruecos, Tetuán y Portugal. Tenía un amplio surtido de vestidos de teatro. Era la mimada mascota de cada compañía en la que las "Pfarry Sisters" trabajaban. En fin, como veréis, mi vida era sui generis pero,  a la vez, maravillosa..
Irma Vila y su Mariachi.

Un día de mediados de 1946 mi familia me dijo que habíamos sido contratados para una turné de seis meses, ¡qué maravilla!, por una tal Irma Vila que venía a España acompañada de sus mariachis. Me explicaron que era una gran estrella mejicana y  los mariachis, unos músicos con guitarras y guitarrones, siempre viajaban con ella. Y en ese momento se comenzaron a ampliar mis nociones de geografía. De pronto me enteré que Europa no estaba sola en el mundo, que existía una tierra muy grande llamada América y que Méjico era una pequeña pero importante parte de ella. Supe que la tal América había sido desde hacía siglos el sueño de muchos europeos, El Dorado, la "tierra de jauja",  un generoso continente  donde, en el pasado y en el presente, recibían  cobijo todos aquellos que en su patria sufrían hambre, persecuciones políticas o religiosas.
Toda la compañía de gira.



El primer encuentro con Irma Vila y sus mariachis fue impactante. Ellos eran  guapos chicarrones  que llevaban escondido parte de sus rostros tras unos  bigotes como alas de cuervo. Ella, en cambio, era de una fragilidad conmovedora. Pequeña y delgada, con larguísimas trenzas de azabache y  grandes ojos risueños que resultaban una invitación a quererla imposible de rechazar. Había nacido en Sinaloa, Méjico, en 1916. Ya adolescente Irma coincidió en una tertulia con un individuo llamado Genaro, relacionado con el mundo del espectáculo,   quien al oírla cantar quedó prendado por su falsete. Al poco tiempo era su mánager, luego su amante y acabó siendo su expoliador ya que, años después, cuando  ella era una figura triunfadora, la abandonó arramplando con las pingües ganancias de muchos años y dejándola  en la más absoluta de las ruinas. Aún  hay más negra información sobre este siniestro individuo. Un día, durante la gira, Irma llegó al teatro con un gran moratón en la cara. Ante la pregunta de mi familia sobre qué había sucedido  Irma se negó a responder. Mi tía Jenny la acompañó entonces  a su camerino y cubrió la injuriosa señal con varias gruesas capas de maquillaje. Así hizo la cantante aquella tarde la función, sin una queja y sin que su maravillosa voz  delatara su sufrimiento. El tal Genaro desapareció durante un tiempo, lo que no hizo más que corroborar las sospechas sobre su villanía y estupidez. ¿A quién se le ocurre maltratar a la “gallina de los huevos de oro?"
Virgen de Guadalupe

Bien, la cuestión es que la familia  Mariño-Pfarr al completo había sido contratada. Las mellizas como figuras y coreógrafas, Arsenio de regidor y representante de compañía y yo como indita portadora de flores a la Virgen de Guadalupe, número que a Irma se le ocurrió al momento de conocerme. ¡Por fin, a punto de cumplir los seis años, iba a reanudarse  mi carrera artística! ¡Ella cantaría en off Virgen guadalupana mientras yo atravesaba el escenario, flores en mano, e iba a arrodillarme ante un pequeño altar!
Arsenio, Dora, Irma, yo y Jenny.



Desde el principio las relaciones entre nosotros fueron inmejorables. A una voz impactante y una belleza exótica Irma unía un carácter amistoso y un corazón de oro. Era estupendo oírla cantar sus corridos y sobre todo aquella Malagueña en la que hacía alarde de los más nítidos falsetes. O la canción Dos arbolitos que tantas veces me hizo llorar.

Solo tuvimos un problema y este fue con esa inexorable censura a la que todo espectáculo, musical o de comedia, debía someterse antes de su estreno. Estaba previsto incluir la cumbia Se va el caimán, del maestro colombiano Peñaranda,  la cual estaba siendo un éxito en buena parte del mundo. Los señores censores se sacaron, no sé de donde,  la paranoica idea de que la letra satirizaba los falsos anuncios de retirada de Franco y se nos obligó a retirarla del espectáculo.  Mientras en el mundo se entonaba esa inofensiva canción, en España fue totalmente prohibida. ¡Ay, la maldita censura que martirizó a los españoles hasta el año 77, increíblemente hasta bastante después de la muerte del Generalísimo!
Estreno de "Divinas Palabras", con Margarita Xirgu
y Enrique Borrás en 1933.
Son interminables las anécdotas acaecidas durante la vigencia de esa ley, tanto en el cine, el teatro o la novelística como en la prensa. No había límite para el poder de esos lobos castradores: los censores. No solamente se enjuiciaba en base a la política.  Las vedettes, modelos y bailarinas fueron cruelmente victimizadas. Ni un centímetro de nalga podía escapar de los shorts ni una fracción de los senos asomar por los “tops” que forzosamente sustituyeron a los “pecaminosos” dos piezas. Los autores de teatro vieron examinados con lupa y “peinados” sus textos y su creatividad drásticamente encorsetada. Incluso alguno, ya fallecido en aquellos días, como el genial Valle Inclán, padeció sus rigores. Su obra Divinas palabras que había sido estrenada  en el Teatro Español en el 33, es decir, durante la República, por Margarita Xirgu y Enrique Borrás, fue tachada  de “repugnante, inmoral e irreverente” y prohibida su representación.  No fue  hasta 1961  que José Tamayo, tras años de lucha, logró el permiso para su reposición, eso sí, con la condición de que solo se representase en Barcelona y en Madrid.
Buñuel                  Picazo                     Berlanga
En el cine, directores como Berlanga, Buñuel o Picazo sufrieron la guadaña de una censura que estuvo a punto de lacerar joyas como El verdugo, Viridiana o La tía Tula.
Grace Kelly y Clark Gable

Todos los besos cinematográficos algo efusivos eran cortados antes de la proyección. Gracias al obligatorio doblaje eran innumerables las barbaridades que se cometían con los diálogos originales, llegando hasta el famoso caso de Mogambo. En ese film Grace Kelly  representa a una esposa con problemas conyugales provocados por la aparición en su vida de Clark Gable, el tercero en discordia,  y como hasta la mención del adulterio estaba prohibida,  en la versión española la Kelly y su esposo, Donald Sinden,  fueron convertidos, gracias al doblaje, en  unos hermanos francamente incestuosos ya que, durante gran parte de la película, la relación entre ambos es de una intimidad evidente.
Weissmuller

Hasta el infeliz de Tarzán pasó de ser cine “para todos los públicos” a “solo para mayores” con esta justificación textual: “la admiración física hacia el arquetipo masculino puede dañar psíquicamente a los adolescentes escasamente diferenciados”. Eso sí que era “poner el parche antes de que aparezca la herida”. De  la prensa, máxima víctima de la censura, se cuenta una divertida anécdota. Había una famosísima revista satírica, “La Codorniz” que cada dos por tres era secuestrada por su humor “políticamente incorrecto”. En una ocasión, en la sección de pasatiempos, salió publicada esta supuesta ecuación; “Regla de Tres. Bombín es a bombón lo que cojín es a X. Nota de Redacción. Nos importa tres X que nos secuestren la edición.”

En cuanto a lo que ocurría en el resto del mundo,  señalaré que, en el mes de enero   el      
Consejo de Seguridad de las Naciones se reunía por primera vez condenando, en su resolución 32, al gobierno de Francisco Franco y prohibiendo su ingreso en la organización.

El 24 de febrero Juan Domingo Perón era elegido por primera vez presidente de Argentina.


En Julio, Louis Reard, diseñador de moda francés, lanzaba el biquini, prenda que fue prohibida en España e Italia durante años.



En septiembre se celebraba el Primer Festival de Cine de Cannes tras la posguerra. Realmente había sido inaugurado en septiembre de 1939 solo para ser cancelado al día siguiente debido el inicio de la guerra. En ese año 46 y en el 47 se premiaron  seis películas entre las que destacan “María Candelaria”, del mejicano Emilio Fernández  y “Roma, ciudad abierta”, de Roberto Rossellini.

En Junio del 47 Estados Unidos iniciaba el Programa de Reconstrucción Europea, conocido como “El Plan Marshall”, que, por cierto, pasó sobre España sin siquiera rozarla.
Manolete.


Y en agosto, estando la familia Mariño Pfarr de bolos por la península y sentada en una terraza cercana a la plaza de toros de Linares, Andalucía, escucharon una tremenda algarabía. El gran torero Manolete, ídolo de los aficionados,  había sido empitonado por un toro de Miura de nombre Isleño. Poco después, supieron que el matador, en esta ocasión, había resultado ser el  "matado". Este hecho trajo el luto a una España tan aficionada a la tauromaquia.

Mariquita Pérez y yo.

Pero volvamos a nuestra historia.  En los principios de 1947,  finalizó   aquella maravillosa experiencia mejicana.  Irma Vila me había hecho un maravilloso regalo; una Mariquita Pérez articulada, aquella muñeca que era un fenómeno social del que solo la élite podía disfrutar   y que había tenido gran acogida en Portugal y América Latina, llegando en Cuba a ser llamada “La Reina de Cuba”. No tengo palabras para describir la adoración que sentía Yolanda por aquella pequeña niña de cartón piedra, cabello natural  y hermosos ojos azules que se abrían y cerraban orlados por espesas pestañas.  El día de la despedida de compañía la cantante me hizo un segundo obsequio; una cadena y una medalla de oro de la Virgen de Guadalupe, “como recompensa por los cientos de veces que te has arrodillado ante su altar”, según sus palabras.

Aquellos seis meses de gira no solo no habían mermado mi entusiasmo artístico sino que reforzaon mi afición. La certeza de que las galaxias que viera allá en el cielo del escenario, durante mi debut teatral  en  los brazos de Estrellita Castro, marcarían inexorablemente mi vida se había confirmado. El veneno del teatro, en estado latente en mí desde aquel día de 1942, había eclosionado infectando cada milímetro de mi alma y para siempre.  Nada menos que la propia Virgen Guadalupana había confirmado  mis votos con el mundo del espectáculo.
Despedida de la compañía de Irma Vila.
La enana del centro soy yo. 



NECROLÓGICA.

Justamente, mientras escribía en este blog la parte dedicada a la censura en España, la televisión daba la noticia de la muerte de Manuel Fraga Iribarne, ese polémico político.
 Manuel Fraga Iribarne

Fundador del Partido Popular,  presidente electo de Galicia durante 16 años y uno de los llamados padres de nuestra actual constitución,  en los años 60, siendo Ministro de Información y Turismo, impulsó la nueva ley de prensa que abolía la censura previa y las consignas, iniciando un pequeño aperturismo, un tímido acercamiento a la democracia  que finalizó con su destitución en 1969. A su iniciativa se deben los Paradores de Turismo, hoteles construidos en lugares privilegiados y que tanto favorecieron el auge del turismo, o las Campañas Nacionales de Teatro que llevaron la cultura por las ciudades y pueblos de la nación y que dieron trabajo a tantos actores y técnicos teatrales. De él proviene la famosa frase “Spain is different” y solo durante su ministerio los artistas pudimos gozar del “Régimen Especial de Artistas” que nos contemplaba ante Hacienda como un gremio totalmente diferenciado, cosa que sin duda somos. Y si alguien tiene dudas sobre esta diferencia le emplazo a planteármelas. Con muchísimo gusto intentaré aclararlas.
Os contaré una pequeña anécdota: al asistir yo a una entrega de premios en el desaparecido periódico El Pueblo, justo en el momento de entrar al recinto, veo una figura que se me acerca con la mano extendida mientras me dice “Hola, Yolanda, gracias por tu presencia”. Era Fraga. Huelga decir que no nos conocíamos personalmente pero aquello me demostró sus dotes diplomáticas, esas que, para mí, deben acompañar a todo buen político. Nunca volvió a sucederme algo igual, ni cuando conocí a Aznar, presidente del gobierno en aquellos momentos, ni en mi encuentro con sus Majestades, los Reyes de España.
Hasta aquí lo positivo que de él quiero recordar. Como la persona lega en política que siempre he sido y querido ser y tras recibir estos días varios, muy extensos y explicativos emails sobre este personaje, he descubierto actos y facetas de su vida política con las que mis tendencias liberales no están nada de acuerdo, pero yo deseo dar un póstumo adiós a la persona que conocí, al Manuel Fraga Iribarne fan de todas las artes, fiel a sus ideales hasta la muerte, el hombre que nunca se enriqueció con los poderes que su extensa vida política le proporcionó.
La parte sórdida de su vida prefiero obviarla y dejar a los que la conocen o quieran buscarla en Wikipedia, refocilarse en ella. Porque haberla sin duda “hay la”.

Próximo capítulo: Camino hacia el adiós. (Primera parte).

 






sábado, 14 de enero de 2012

Instantánea 11 - El veneno del teatro




El veneno del teatro, ese que administrado en dosis correctas puede inmunizarte contra muchos males de la existencia pero que consumido con desmesura consigue alienarte irremisiblemente. (Ay, pobres actores que han sido succionados por la potente personalidad de los personajes que interpretaban llevándoles esto a la locura). Esa toxina de infinita adicción cuyos síntomas oscilan entre creerte poseedor de una verdad absoluta o convertirte en un ser tan inseguro que deambulas por la vida buscándote en cada personaje que te toca interpretar. Me temo que no hay términos medios. Al menos para los que estamos verdaderamente infectados. Pero, en mi opinión, esos no son los casos más tristes. Existe el “adicto circunstancial”, ese que pasa por el teatro sin que el teatro pase por él. Luego hay un grupo, esencialmente femenino, que utiliza la escena como escaparate para su verdadera profesión, personas a las que no envidio pues solo en la absoluta devoción y entrega está la  compensación de tanto sacrificio como el que esta profesión exige.  La mayor parte de los actores vocacionales vivimos con la noción de que “nada es verdad ni mentira, todo es según el deseo del director que les mira”, y sobrevivimos a tanta inseguridad gracias a las intensas descargas de adrenalina que el terror al público  produce. .
Un ensayo de la época


Las condiciones en que los artistas debían trabajar, en la época de las "Pfarry Sisters",  eran poco menos que infrahumanas. Teatros deteriorados, escenarios de corroídas maderas que crujían lastimosamente al peso de las coreografías, telones que se sostenían gracias a la espesa capa de polvo que casi los almidonaba, escaleras de madera, sin iluminación ni protección para acceder a los camerinos,  camerinos sin agua corriente, con iluminación insuficiente y espejos rotos …Así eran, en los años 40,  los teatros de provincias y también una buena parte de los de las capitales españolas.



Las compañías, tanto de varietés como de comedia, solían efectuar   giras o bolos. ¡Y en esos casos,  qué se puede decir de los medios de transporte! Los autobuses, que se utilizaban, en el caso de turnés más o menos extensas, eran auténticos cachivaches, por supuesto sin calefacción ni más ventilación que la de las ventanillas las cuales, como protección contra el polvo de los desastrosos caminos, solían mantenerse cerradas. A consecuencia  de     esto  los cristales se empañaban con  la respiración de sus ocupantes y se cubrían de un vaho que en el invierno se helaba y precisaba ser raspado. Esta labor se realizaba durante unas paradas en medio del campo  aprovechadas para estirar las entumecidas piernas o para hacer un pis.  Por cierto que, en más de una ocasión, en invierno y con el helor reinante, el chorrito se congelaba, es posible que aún antes  tocar la tierra.



Vagón de tercera clase

Los trenes eran otra cosa. Los trenes tenían primera, segunda y tercera clase. La primera,  prohibida para el nivel adquisitivo del pueblo llano,  de los “cómicos de la legua” o de los pequeños empresarios, se componía de lujosos compatimientos con cómodos sillones tapizados en tela y poseía además un  lujoso vagón restaurante. La segunda, con asientos corridos forrados de plástico, capacitados para tres personas pero casi siempre ocupados por cuatro, no incluía el derecho al uso del comedor. A consecuencia de esto se solía compartir con los compañeros de viaje, por lo general completos desconocidos, en un gesto de  generosidad muy de agradecer teniendo en cuenta la hambruna general,  la clásica tortilla de patatas, la bota de vino, el queso de pueblo y el embutido casero con los que algunos previsores viajeros se habían pertrechado. Esto mismo sucedía en tercera, usualmente la clase más utilizada. La tercera estaba provista de unos bancos de láminas de madera que se clavaban en las posaderas como ramas de sarmiento. Las infinitas horas de suplicio que  sufrían los cuerpos en estos viajes resultaban dignas de la Santa Inquisición.



Mención aparte merece el coraje de aquellas viejas locomotoras de carbón que, a base de escupir constantemente esa famosa “carbonilla” que impedía, bajo amenaza de asfixia,   abrir las ventanillas y de los dolientes y estrepitosos bufidos que brotaban de sus entrañas, lograban con gran trabajo escalar las montañas que abundan en la orografía española. En ocasiones, a la paliza recibida por el traqueteo durante el trayecto, había que sumar la caminata, tal vez  de kilómetros, entre el apeadero y el pueblo al que el viajero se dirigía. Curiosamente parecía que mientras más fría era la temperatura ambiente más largos eran estos paseos. ¡La cantidad de torturas de este tipo que soporté yendo de gira  con mi gente!
Yo




En cuanto a mí,  infectada  ya por el veneno del teatro, me fui convirtiendo en un “monstruito”. Casi siempre disfrazada de “artista”, gracias a los trajes que las mellizas, o sus eventuales compañeras, me hacían de ropa desechada, entretenía gran parte de las horas que pasaba en los teatros intentando imitar las sombras chinescas que cantantes y bailarines  proyectaban sobre  el telón de fondo.



Pero el tiempo pasaba y yo me iba haciendo mayor, tan mayor que ya tenía cuatro años y medio cuando, en aquel verano de 1945,  por primera y terrible vez, tuve el aplastante conocimiento de la muerte y de la crueldad que dominaba el mundo.

 
Un día estando en Madrid,  el  7 de Agosto,  en mi matutina salida para jugar en la calle con mis amiguitas del barrio, sentí como si la mañana se hubiese fugado. Las aceras sudaban soledad y de las pocas radios de mi edificio, en lugar del alegre Titoliroliro de Bonet de San Pedro, de Mi jaca, de Estrellita Castro o de alguna de esas divertidas canciones de moda, salían voces estupefactas   entonando una letanía de “¡horrores inimaginables!”,   “¡todos muertos!”, “¡oh, Dios mío!”, “¡el fin del mundo!”…Con el corazón encogido subí a saltos los cuatro pisos que me separaban del regazo de mi padre. Puesto que no teníamos radio, ante mis asustadas e incoherentes palabras, mis padres salieron de la  casa en búsqueda de información.



Mejor  habría sido no tenerla nunca, mejor no haber sabido que, a las 8 y cuarto de la mañana del día anterior una ciudad había desaparecido como por arte de magia diabólica, que allí nunca más crecería la hierba, que los niños se habían evaporado de repente, que los adultos se habían desintegrado, que los árboles ya no existían y los pájaros se habían convertido en dolientes montoncitos de ceniza. Sí, el 6 de agosto de 1945, en Japón, un avión norteamericano, el B29 Enola Gay, había lanzado sobre Hiroshima la primera arma nuclear de la historia, la bomba Little Boy, provocando una masacre de consecuencias inimaginables.


Churchil, Truman y Stalin.


El 26 del anterior mes de Julio, el presidente de los Estados Unidos, Truman, y sus aliados firmaron la Declaración de Potsdam, un ultimátum a Japón, país con el que estaban en guerra desde el ataque nipón a Pearl Harbor, amenazándoles con bombardeos e instándoles al rendimiento. Los japonés hicieron oídos sordos a las advertencias y los americanos decidieron acabar con la guerra  pero al mismo tiempo con la vida de un número indeterminado de cientos de miles de civiles japoneses. Tres días más tarde de lo de Hiroshima,  el 9 de Agosto,  increíblemente se repetía la horripilante masacre en la ciudad de Nagasaki.  Aquellos criminales actos cambiaron para siempre el mundo conocido. En la historia, en mi alma infantil, y estoy segura  que en la de  millones de seres humanos, se  había abierto una herida incurable,  despertándose  la "psicosis nuclear". Pero muchas otras cosas sucedieron  el año de mi “debut escénico”.  1942. ¡Algunas incluso buenas!

Recordatorio de la boda de mis padres.

En octubre de ese año se había recibido, en casa de la familia Mariño-Pfarr, una misiva desde Cuba. La esposa de Arsenio le enviaba finalmente los papeles del divorcio. Espoleada Amanda por un rico norteamericano que insistía en contraer matrimonio con ella, decidió, al fin, enterrar el hacha de guerra. Nada tuvo que decir al respecto el hijo de ambos, Arseñito, pues para él, y según la información que su madre le diera, su padre había muerto años atrás. Así que en el mes de marzo del 43, tras los inevitables trámites que duraron meses, Arsenio y Dora contraían finalmente matrimonio. En este caso tampoco nada tuvo que decir al respecto la niña Yolanda Gloria Rocío ya que hasta más de una década después vivió ignorando el “terrible hecho” de que sus padres vivieran en pecadodurante años. Supongo que ellos lo celebrarían secretamente, con la euforia provocada por  tanto tiempo de espera, pero en la vida de Yolanda nada cambió. Su padre siguió siendo el hombre más hermoso y bueno del mundo y Dora y Jenny sus dos madres, como había sido desde el principio, desde antes de que unas   firmas legalizaran el amor que reinaba en la familia. Dora, María Dora después de su obligada conversión al catolicismo, había tenido que someterse durante meses a largas sesiones de catequesis para poder ser rebautizada en la religión católica, renegando así de su fe luterana. No creo que eso fuese traumático para ella pues nada era más importante en su vida que su adorado Arsenio. El caso es que tras la boda la pareja estaba en la gracia de Dios y Yolanda había dejado de ser una “bastarda”. Milagros de la religión.

En abril  de 1943 se publicaba en Francia por primera vez El principito, de Antoine de Saint Exupèry, aviador perteneciente a las Fuerzas Francesas Libres y  cuyo aeroplano se perdió en un lugar desconocido durante una operación en solitario, sumiendo su muerte en el misterio. Y en julio caía el régimen fascista italiano y Mussolinni  era apresado por orden de Víctor Manuel III.

La milagrosa penicilina, descubierta por Alexander Fleming en el 29,  que tantas vidas había salvado durante la segunda guerra mundial pero imposible de obtener en la España de la posguerra, se podía encontrar ya, aunque de “extraperlo” , en el bar Chicote de Madrid y es de suponer que en otros lugares estratégicos de la península. El Bar Americano Chicote,  famoso por sus cócteles y aún en activo en la Gran Vía de Madrid, era en aquellos días centro de encuentro de intelectuales y “chicas de compañía”.

En abril del 1944 las mujeres obtenían el derecho al voto en Francia. Un poco tarde para el país de la “libertad, fraternidad e igualdad”  ya que en Cuba, donde Ramón Grau San Martín llegaría  a la presidencia en el mes de mayo, aquel derecho existía desde el año 1934. También en  mayo, Ghandi era puesto en libertad en la India tras 21 meses de arresto. Roma era liberada por los Aliados y se producía el desembarco de Normandía en junio.
Marilyn Monroe
En el mismo mes de junio, la que sería en un futuro cercano ídolo de multitudes, Norma Jean Morteson, posteriormente rebautizada por su madre como Norma Jean Baker, en definitiva, Marilyn Monroe, contraía su primer matrimonio. Ella tenía entonces 16 años y su marido, el policía James Dougherty, 21. Y también nacían importantes artistas internacionales. Entre otros el roquerol Miguel Ríos, la bellísima Jaquelin Bisset, Michael Douglas y la mejor voz española de los últimos años, Rocío Jurado.

Rocío Jurado                                 Michael Douglas                                 Jaquelin Bisset



Los cuerpos de Mussolinni y Petacci, el segundo y tercero
de izquierda a derecha, colgados en Milán.

El 28 de abril de 1945 Benito Mussolinni y su amante Clara Petacci fueron fusilados en Dongo, al norte de Italia y sus cadáveres colgados, junto a los de varios de sus esbirros, el día 29 en la plaza Loreto  de Milán. Allí los cuerpos fueron sometidos por la muchedumbre a toda clase de vejaciones. Como colofón, el día 30 de abril, ante la constancia inminente de su derrota total,  Adolf Hitler y Eva Braun se suicidaban en el Furërbunker.  A petición propia sus cadáveres fueron inmediatamente quemados con gasolina y el 2 de Mayo Alemania se rendía definitivamente a los Aliados.

Y aquí en España, mientras yo crecía,  el trabajo menguaba. Con la reciente implantación del  documento nacional de identidad, magnífica estratagema para tener a todos los ciudadanos controlados,  y una cartilla de racionamiento instaurada en 1939 que ni remotamente conseguía cubrir las necesidades alimenticias de la población, la situación no parecía tener visos de mejorar.
Entre otros: Tina de Jarque, Conchita Piquer, Mercedes Serós,Amalía Isaura,
Pastora Imperio, La Yanky y Las Pfarry Sisters, en un homenaje a Ramper.  

Las Pfarry Sisters hacían esporádicas actuaciones por todo el territorio nacional, ahora con Gracia de Triana, luego con Ramper o Amalia Isaura, innegables figuras del momento que compartían los problemas laborables, las presiones sociales y las carencias que azotaban la España de la posguerra.


En una ocasión  ocurrió algo que voy a contaros: mientras trabajaban en  la revista Las tentaciones, con música de Jacinto Guerrero y textos de Antonio Paso, las mellizas hicieron  amistad con la joven y prometedora “vedette” Anita Lasalle. Y sucedió que, durante una función,  estando Ana en escena vestida con un aparatoso miriñaque, en un momento de despiste se acercó demasiado a las candilejas, rozando con la varilla de hierro de su falda uno de los focos y provocando un cortocircuito que rápidamente incendió la sintética tela de su ropa. Al verla envuelta en llamas y gritando, el regidor y mi madre, que estaba en escena, corrieron a socorrerla y, al lograr arrancarle el vestido, le salvaron la vida. Por  desgracia las graves quemaduras que sufrió la vedette en las piernas truncó para siempre su carrera. Muchos años más tarde, en circunstancias que narraré cuando llegue el momento, en otro país y siendo Ana Lasalle una actriz importante, nos reencontraríamos y ella se convertiría en mi profesora de dicción. Pero para detalles más extensos tendréis que esperar la llegada de aún lejanos capítulos. Si os apetece.


Próximo capítulo: Virgen Guadalupana