sábado, 15 de febrero de 2014

Instantánea 110 - Pantaleón y las visitadoras.



Foto Jesús Alcántara

¡Qué gran regalo me hicieron Gustavo Pérez Puig, director, y Salvador Collado, productor, al ofrecerme el papel de La Chuchupe en la obra de Vargas Llosa, Pantaleón y las visitadoras!

En esos años de “carestía laboral” había comprobado que tan solo me sentía  viva cuando podía sumergirme en la ardua labor de memorizar, a base de horas y concentración, unos textos que de entrada siempre resultaban tan ajenos. O durante los ensayos, ese campo de batalla  donde se desarrollaban  mis luchas a brazo partido con el personaje, mis intentos por meterme en la piel de una desconocida hasta conseguir que no hubiera secreto alguno entre nosotras. Pero lo mejor llegaba cuando, lograda una simbiosis que algunas veces se resistía, podía mostrar ante el público  las virtudes y defectos de aquella mujer que, tan solo días atrás, me había parecido un misterio impenetrable. Aquello era un gran triunfo. (Como ya he dicho en algún momento de mis Instantáneas, ningún  placer me es comparable al de abandonar mi cuerpo y mi mente durante unas horas y convertirme hoy en una santa, mañana en un ama de casa y pasado en una ramera. Sin duda ese es un privilegio que tan solo los actores tenemos y, para mí, el mayor atractivo de esta profesión).

Aquel montaje me proporcionó, aparte de estos placeres, la ocasión  de conocer y tratar a un ser humano excepcional: Mario Vargas  Llosa.

La Chuchupe (Yolanda Farr) con el chino Porfirio (Alberto Magallares) en Pantaleón y las visitadoras

Este insigne escritor, poseedor del Premio de Literatura Príncipe de Asturias desde 1986, con su producción traducida a casi todos los idiomas del mundo, admirado por el público y la crítica, había querido, no solo asistir al estreno mundial de su novela  teatralizada, sino presenciar algunos de los ensayos. Y así fue.  Esta situación, que conociendo la actitud de soberbia que otros autores demostraban en ocasiones similares podía haberse convertido en un agobio, resultó todo lo contrario. Su presencia siempre era portadora de parabienes, estímulos y sobre todo de esa radiante sonrisa con que iluminaba nuestros inseguros corazones 
Casi toda la compañía el día de la primera lectura. De pie, marcado con una flecha, Mario Vargas LLosa

El día de la primera lectura Vargas Llosa había solicitado conocer a todos los miembros de la compañía y desde entonces cada uno de nosotros recibió, en algún momento, su atención personal. Recuerdo con toda claridad las primeras palabras que me dirigió: “Yolanda, tu físico no concuerda con la visión que tengo de La Chuchupe, esa mujer destruida por la vida, amargada. En la versión cinematográfica que codirigí en Perú el año 1975, por cierto, protagonizada por un gran actor español, José Sacristán,  escogí para tu papel a la mejicana Katty Jurado, bastante mayor que tú y con obvias diferencias físicas. Pero me dicen que eres una gran actriz, así que espero que me sorprendas  con tu visión de ese personaje tan especial”.

 Katty Jurado
Aquello, que podía haber resultado descorazonador, se convirtió para mí en un reto, haciendo que pusiera todo el empeño en crear una madame  completamente distinta a la que la gran Katty Jurado había hecho en el cine.

Para evitar esas comparaciones de las que nunca se salía bien parado, según mi versión  Chuchupe, la  dueña del burdel donde transcurría gran parte de la acción, sería una mujer vapuleada por la vida pero en absoluto destruida. Por el contrario estaría rodeada por el aura  de la sensual languidez del trópico y  se movería acompañada por el melancólico fantasma de glorias pasadas. No sería una déspota  amargada sino una tierna protectora de “sus niñas”. Era una apuesta arriesgada para la que necesitaba la anuencia de los directores, Pérez Puig y su esposa Mara Recatero. Por fortuna, al contarles mi plan y estudiar con ellos las posibilidades, estuvieron de acuerdo en que siguiera adelante con el intento. Era estimulante ver,  al ir pasando los días,  el rostro siempre amable pero en un principio escéptico de Vargas Llosa, iluminarse ante la identidad que iba tomando nuestra Chuchupe.


La Chuchupe, Porfirio, Pantaleón (Fernando Guillén) y algunas de las "visitadoras"

En realidad no resultó un trabajo demasiado complicado. Sin  cambiar ni una palabra de lo escrito, por medio de la intención que ponía en mis parlamentos y mi expresión corporal, brotó un personaje que poseía ahora un alma lastimada pero tierna. Poco a poco fue tomando forma una mujer distinta pero que había estado  siempre ahí,  a la espera de ser descubierta y  sacada a la luz.


Con los compañeros Jordi Soler, Nacho de Diego, Carlos la Rosa, Fernando Guillén,  Ricardo Lucia y Luis Lorenzo.
Con amigas y compañeras. Entre ellas  María Jesús Sirvent, , Carmen Grey, María Abradelo,  Encarna Abad
 y África Prat. Fotos en los camerinos

La compañía estaba compuesta por la enorme cantidad de 20 personas, casi todos primeros actores. Aunque el gran protagonista era “Pantaleón”, es decir Fernando Guillén, yo, “Chuchupe”, María Jesús Sirvent, “Pochita”, Encarna Abad, “Leonor”, Alberto Magallares, “el chino Porfirio”, María Abradelo, “Olga la brasileña”, José Caride, “el general Scavino”, Ricardo Lucia, “el general Collazos”, y Jordi Soler, “el teniente Bacacorzo” éramos lo que en el mundo del espectáculo  se cataloga como “reparto de lujo”. Siendo el mismo tan amplio  espero que me excuséis por no enumerarlo al completo, pero os aseguro que todos, en especial las prostitutas de mi burdel, bautizadas por Pantaleón como “las visitadoras”, hacían un estupendo trabajo en sus respectivos papeles.

Magallares, yo y Guillén  en el burdel de la Chuchupe
Los ensayos generales en el teatro Centro Cultural de la Villa no pudieron ser más conflictivos. El decorado se componía de tres grandes carras que, desde la oscuridad del fondo del escenario, debían avanzar hacia el proscenio y la luz, según la acción transcurriese en un lugar  u otro de la trama. Pero, como casi siempre, la técnica y los decoradores parecían trabajar en contra de los actores. Las ruedas de hierro que movían las pesadas carras, al deslizarse sobre los rieles, producían un chirrido insoportable, tanto para el público como para los que debíamos actuar  sobre ellas. Los técnicos nos dijeron que esos artilugios, una vez en el escenario, habían sido satisfactoriamente probados pero, asombraros, ¡sin el peso extra de los decorados y de los actores! Total; la única solución que se pudo dar al asunto fue dejar las tres plataformas en posición de proscenio e intentar conseguir los cambios de ubicación a base de oscuros y luces. Es decir que mientras en una transcurría la acción las otras dos se mantenían en muy relativa penumbra.  Aquello, aparte del enorme gasto inutil que significó para la empresa, nos dejó a todos con la moral al nivel de nuestros zapatos y deslució la función de tal forma  que el estreno de la divertida y aguda obra de Vargas Llosa se convirtió en un fracaso. Aun así el espectáculo se mantuvo en cartel durante un tiempo y el prestigio de su autor nos permitió hacer cada función al menos con suficiente público como para no superarles en número.

De izquierda a derecha. De pie Carmen  Grey, María Barroso, Lola del Páramo, Maribel Martínez y yo.
María Abradelo en las piernas de Fernando Guillén y en el suelo Gabriela Roy y África Prát

Y ¿cuál fue la reacción del prestigioso autor ante la debacle?



Mario Vargas Llosa y yo durante un ensayo
La noche del penoso estreno, mientras los actores en pleno deambulábamos por la zona de camerinos, cabizbajos, intentando superar la depresión que nos habían causado los  tibios, y  forzados, aplausos finales vimos llegar a Mario Vargas Llosa luciendo, para nuestra sorpresa, la fulgurante sonrisa a la que nos tenía acostumbrados. Tras repartir abrazos y ánimos se dirigió a mí con unas palabras que aliviaron la desagradable sensación de fracaso que me dominaba; ”Yolanda, me has abierto los ojos a la humanidad de una Chuchupe que ni yo había imaginado. Ha sido un gran acierto. Gracias”. Sin duda, teniendo en cuenta que aquel fiasco le afectaba mucho más que a nosotros, ese hombre demostró hasta el final su talante de gran caballero y su esmerada educación.

Como imaginareis, también en este caso duraron poco mis días de plenitud.  Si algo bueno saqué de mi vuelta a casa y de mis subsiguientes largas horas frente a ese aparato que aquí llamamos “la caja tonta”, mi único entretenimiento, fue tener una amplia información de lo que pasaba en el mundo.

Y estos son algunos de los sucesos, acontecidos entre  1993 y 1996,  que más me impactaron.

En febrero del 93, el World Trade Center y las Torres Gemelas de N.Y. sufrían un atentado con camión bomba que causaba la muerte a seis personas y una gran inquietud en la ciudad.

Y en septiembre, con Bill Clinton de presidente, israelíes y palestinos firmaban, en la Casa Blanca, un tratado de paz tras casi 100 años de conflictos.

En el mes de abril de 1994 comenzaba, en la región africana de Los Grandes Lagos, uno de los más feroces genocidios de la historia al asesinar los extremistas de la etnia Hutu, en el lapsus de 3 meses, a casi un millón de ruandeses tutsis.

En diciembre del mismo año, sin declaración de guerra previa, tropas rusas invadían Chechenia con dos columnas de tanques, iniciando una cruenta guerra que duraría hasta julio de 1996.


Durante el mes de marzo del 95, el estado de Mississipi acató la XIII enmienda constitucional ¡130 años después de su promulgación! Solo entonces quedó abolida la esclavitud en todos los Estados Unidos de Norteamérica.

En marzo y en Japón, la secta religiosa Aum Shinrikyo reivindicaba un atentado con gas sarín que tuvo  un saldo de 13 víctimas mortales,  500 gravemente heridas  y más de mil con problemas de visión crónicos.  Esta incalificable acción había tenido lugar en el metro de Tokio en hora punta.

José María Aznar
Y en Marzo de 1996 el centro-derecha español llegaba de nuevo al poder. El PP, Partido Popular, había ganado las elecciones por muy estrecho margen y nuestro presidente era José María Aznar. La izquierda, que durante años ocupara el poder,  se consoló con  ser el primer partido de la oposición. Mientras, la mayoría de los españolitos de a pie nos dedicamos a rogar que, estuviese quien estuviese en la presidencia, en España se consolidaran los valores de la democracia.

Fotos de Pantaleón y las visitadoras, Jesús Alcántara.

Necrológica.
Shirley Temple

La niña prodigio de Hollywood que conquistó al mundo durante toda la década  de los 30, esa muñeca de rizos dorados que, teniendo solo cuatro años, comenzó a robarnos el corazón con sus bailes, sus canciones y su espontaneidad, ha muerto a los 85 en su mansión de Woodside, California. Contando con notables éxitos infantiles, incluyendo un Oscar a la mejor actuación infantil, al llegar a la adolescencia, el público la fue marginando. De nada le sirvió su participación posterior en grandes películas como El solterón y la menor, (The Bachelor and the Booby-Soxer), con Gary Grant, o Fort Apache, dirigida por John Ford. Tras abandonar el cine en 1949 Shirley Temple se dedicó a lo que proclamaba como su verdadera vocación: la política. Llegó a ocupar importantes cargos diplomáticos, siendo incluso embajadora y delegada de Estados Unidos ante Las Naciones Unidas en 1969.
Otro gran mito de Hollywood que desaparece. ¡Qué cruel es el paso del tiempo!

Próximo capítulo: Cuba y el "intercambio cultural".




sábado, 8 de febrero de 2014

Instantánea 109 - Los días grises



Foto Jesús Alcántara

Lo que narro a continuación es una etapa de mi vida que he dudado mucho en plasmar. Pero teniendo en cuenta que mi blog ha pretendido desde el principio ser algo más que un recuento de mis éxitos artísticos, creo necesario compartir también con vosotros los momentos difíciles y penosos.

Al regreso de Miami encontré que mi madre había experimentado un evidente bajón.  Es conocido que la vejez nos retrotrae a la infancia, a todo lo que eso implica de inconsciencia y egoísmo, y mamá no se estaba librando de ese proceso. Su deterioro comenzaba a ser no solo físico sino anímico. Rechazaba injustamente a Ana su cuidadora, quejándose de nimiedades como que a veces llegaba unos minutos tarde, que no le cocinaba lo que ella quería, que no había tema de conversación entre ambas… Estaba claro que tras todos esos reproches subyacía una exigencia: quería mis mimos y mi dedicación absoluta. Y poco a poco fui cayendo en la trampa.

En un principio me ofrecieron algunos  trabajos que rechacé; una temporada de seis meses en el teatro Goya de Barcelona, una película que se rodaría en varios países de Sudamérica, en fin, cosas muy tentadoras pero que me mantendrían fuera del hogar durante demasiado tiempo. Y por lo tanto imposibles de compaginar con esa “dedicación absoluta” que mi madre quería más que necesitaba.  Como consecuencia, aquel lobo cuyas orejas llevaba algún tiempo entreviendo, intentó tragarse  de un bocado mis muchos años de profesión. Casi todos los productores y directores dejaron de contar conmigo. Y era en cierto modo comprensible. Cuando un actor firmaba un contrato de trabajo este incluía unas cláusulas según las cuales se comprometía a permanecer en la producción mientras  esta se mantuviera en cartel y  a realizar, durante un  tiempo indefinido, la gira que el productor señalase. Se había  propagado entre  la profesión el comentario:“Yolanda Farr se niega a hacer giras” convirtiéndose, seguramente con algo de mala leche, en “Yolanda Farr YA NO QUIERE TRABAJAR”. Debido al dramático desequilibrio que existía en nuestra profesión entre oferta y demanda laboral, aquello era como una sentencia de muerte.

Resultado:  comprobé que ser enfermera, buena hija y artista en activo eran tareas incompatibles. Pero no era solo esa inactividad profesional lo que me corroía. Ver como el cuerpo de mi madre iba empequeñeciendo, observar que sus piernas, cuya fuerza y destreza habían cautivado al público en su época de bailarina, se consumían hasta llegar a convertirse casi  en guiñapos, me hacía pensar en lo triste e injusta que era muchas veces la vida. Y poco a poco  caí en una depresión que no fue profunda porque no me lo podía permitir. Mami necesitaba de todas mis energías. En medio de una tristeza morbosa, me pasaba las horas y los días sumergida en recortes de periódicos, en entrevistas que se me habían hecho y que lograban, de momento, regresarme a un mundo de cuya realidad  a veces hasta llegaba a dudar. Me "bebía" aquellos reportajes, tanto cubanos como españoles, que demostraban la existencia de una Yolanda Farr llena de actividad, fulgor y rodeada de personajes importantes. Leía y releía críticas teatrales, a las que en su momento confieso no haber prestado su justa atención, en un intento por revitalizar mi autoestima. Fueron unos años castrantes.



Para mi sorpresa, un día de 1995 llegó una oferta de trabajo que pude aceptar; Salvador Collado, productor  teatral y amigo de siempre, me ofreció una colaboración especial en la obra Tres sombreros de copa, de Miguel Miura, bajo la dirección de Gustavo Pérez Puig. Al tratarse tan solo de una serie de bolos en grandes ciudades, esas funciones esporádicas que yo llamo “de ida y vuelta”, decidí aceptar, sabiendo que podía  recurrir de nuevo a la encantadora Ana para cubrir mis ausencias diurnas y que Jesús se ocuparía con fidelidad de las noches de mi madre.  Debo confesar que mi aceptación se debió en gran parte a su insistencia. El pobre veía como yo iba languideciendo sin poder hacer nada para evitarlo.

Y aquella decisión  fue un milagroso remedio para mi agonía. Cada día de función me tonificaba como si alma y cuerpo ingiriesen una gran copa de ambrosía servida  por los dioses del Olimpo.

Con Manuel Galiana
Para colmo de bondades el amplio reparto estaba compuesto por compañeros entrañables que convertían en placenteros los momentos en escena y fuera de ella. Manuel Galiana, estupendo actor y la joven y buena actriz Lola Baldrich eran la pareja protagonista de esa conmovedora obra de Miura.






Con Juanito Navarro en el camerino
Con Jordi Soler caracterizado de Bubby

















En el resto del reparto participaban grandes actores como Juanito Navarro, José María Escuer, Paco Peña, Franky Huesca, Pascual Martín y un largo número de  prometedores jóvenes entre los cuales debo señalar, tanto por su estupenda interpretación del “negro Bubby” como por la amistad que se estableció entre nosotros, a Jordi Soler.


Como la Mujer Barbuda en el primer acto de Tres sombreros de copa

Confieso que hacer el papel de La mujer barbuda, interpretado años atrás por  Elvira Quintillá en el Teatro Español, en vez de resultarme incómodo por lo grotesco, me divertía enormemente. (En realidad todo el texto de Tres sombreros de copa  es un dechado de poesía y tierna imaginación).


Con Manolo Galiana en el segundo acto

La compañía de Tres sombreros de copa en pleno

Pero poco tiempo duraron mis alivios. Tan solo durante la escasa veintena de plazas que hicimos sentí que en mi cuerpo vivía de nuevo  aquella Yolanda Farr realizada y vital. El decorado era demasiado costoso de mover, el reparto excesivo para que pudiese ser rentable. Así que tres meses después del estreno,  la compañía se disolvió y yo hube de regresar a mis nuevas profesiones de acompañante, enfermera y buena hija. 

Alfredo Kraus en la ópera Rigoletto. Foto Jesús Alcántara

 Puesto que mi madre gozaba de una claridad mental envidiable, algunos días podía dejarla, durante unas pocas horas,  sentada frente a ese televisor que habíamos colocado en su cuarto para su exclusivo “uso y disfrute”. Horas que yo aprovechaba para ir con Jesús a alguna de las óperas o zarzuelas que él  retrataba en el Teatro de la Zarzuela o disfrutando de refrescantes charlas con nuestros amigos. Pero tampoco aquello era demasiado satisfactorio ya que mi preocupación por mami y mi premura por regresar a casa le restaba placer a cualquier evento. Aun así, os aseguro que sin esas  escapadas habría enloquecido.

Monserrat Caballé en Tristán e Isolda. Foto Jesús Alcántara

Pero como “no hay mal que dure cien años”, en el año 1996, esa vida que parecía haberse olvidado de mí, me trajo un estupendo y revitalizante regalo. Nada menos que participar en el estreno mundial, como obra de teatro, de Pantaleón y las visitadoras, la famosa novela del escritor peruano, Premio Príncipe de Asturias y Nobel de Literatura,   Mario Vargas Llosa.

Necrológica.
Philip Seymour Hoffman

El gran actor de 46 años Philip Seymour Hoffman, varias veces nominado a los Oscar y finalmente ganador por su trabajo en el film Capote, fue encontrado muerto en su apartamento de New York. Según se comenta, su cadáver tenía, clavada en el brazo, una aguja conteniendo heroína. Resulta increíble que alguien tan importante, con toda una encomiable carrera y un prometedor futuro, se dejase dominar tan totalmente por  las drogas. Cuesta comprender hasta qué punto, contra toda lógica, un ser humano admirado y valorado puede vivir sumergido en un mundo de soledad e inseguridades capaz de conducirle a  tan oscura muerte. Los artistas de todos los gremios  parecen ser proclives  a caer en  dependencias patológicas, lo cual con frecuencia nos priva de sus vidas y consecuentemente de sus talentos. Algo lamentable.  Espero que Philip Seymour Hoffman al fin haya encontrado la paz.

Próximo capítulo: Pantaleón y las visitadoras.

sábado, 1 de febrero de 2014

108 - Entre desconciertos y elucubraciones.


                                                                      Foto Juan76

Al día siguiente de mi cita con Homero Gutiérrez, tal y como estaba planeado, mis amigos Julio, Gilberto, Roselén y yo estábamos reunidos en casa de mi anfitriona, Mequi. Todos esperaban  informes sobre el “acontecimiento”, en especial Julio y Gilberto, conocedores desde Cuba del proceso de repudio e incapacitación laboral al que había sido sometida por oponerme a renegar públicamente de Homero tras su encarcelamiento.  Así que, al oír mi narración sobre nuestro "añorado reencuentro", el asombro del grupo fue total y  variadas las interpretaciones sobre  lo sucedido. (Ver Instantánea 107).

De izquierda a derecha, yo, Mequi Herrera y Roselén

Julio, con su intrínseca bondad, alegaba que tantos años de cárcel, injusticias y malos tratos podían destruir la esencia de una persona hasta límites insospechados; Roselén, de cuyo corazón tan solo brotaban cosas buenas y hermosas, aducía que la emoción había sido en Homero igual a la mía, solo que la intensidad de la suya y su fragilidad le forzó a disfrazarla de displicencia y Gilberto, con los pies tan firmes en la tierra como siempre, me dijo, “es lo mejor que podía haberte sucedido, así al fin se abrirán tus ojos”. Según él, yo fui para Homero una bonita muñeca, un juguete, un objeto que, cuando resultó molesto, no dudó en desechar. “Esto suturará cualquier pequeña herida de amor que pudiese quedarte en el corazón”, aseguraba.

Debido a la incapacidad para moverme sola por Miami, Mequi no solo me había llevado al lugar de mi desastrosa cita, sino que me esperó a la salida, ansiosa por conocer los detalles. Eso la convirtió en la primera persona en compartir conmigo el desconcierto y la desilusión de aquel momento, así que esa tarde de la reunión con los amigos, tras un largo y estrecho abrazo, solo pronunció unas palabras: “Ese hombre no merece todo lo que por él has sufrido. O sea que basta ya”. Y en eso último estábamos todos de acuerdo; era hora de cerrar para siempre las páginas de un libro que durante demasiado tiempo permaneció abierto.

Nunca he podido encontrar justificación para el  triste final de mi historia amorosa. Ninguna de las explicaciones que mis amigos me daban sobre el porqué Homero había reaccionado de esa extraña manera me convence del todo. Aunque quizá la verdad sea tan sencilla como admitir que, en el momento de nuestro encuentro, en su alma  demasiado vapuleada por la vida coexistían partes  de todas aquellas opiniones.

Se anuncia la tormenta  
La cuestión es que, mientras fuera de la casa una cortina de agua azotaba Miami, como primer aviso de la tormenta tropical que se acercaba, mis cuatro amigos me hacían compañía, solidarios, en el velatorio dedicado a los recuerdos de un amor idealizado por mi romanticismo. Cerca de la medianoche Gilberto y Julio se marcharon, y durante toda la madrugada el sonido de la lluvia y el ulular del viento nos hizo a Mequi, a Roselén y a mí sumirnos en un desagradable  duermevela. 

Al amanecer,  comprobar que el salón estaba anegado en agua desbarató todos nuestros planes. Las futuras citas con mis queridos amigos y un más amplio conocimiento de la ciudad quedaban anulados. La calle Carlyle, donde estaba ubicado el chalecito, parecía un auténtico río que impedía  el tráfico y hasta el tránsito.

El domingo y gran parte del lunes los pasamos achicando el agua que penetraba con bravura e insolencia por debajo de la puerta. No sé cómo Mequi y Roselén lo consiguieron pero, cubo va cubo viene,  logré divertirme con la faena y hasta llegué a reírme de mi mala suerte.

Por fortuna el martes, día fijado para mi regreso a España, el agua y el viento amainaron, así que logré tomar mi vuelo en un Aeropuerto Internacional de Miami que había permanecido cerrado toda la jornada anterior.  En el alma llevaba dos sensaciones contradictorias; la frustración de no haber podido disfrutar más de mis grandes amigos y la satisfacción del deber cumplido. Ya no existían en mi vida más “asignaturas pendientes” y estaba deseando llegar a Madrid para encontrarme con  Jesús. 


Jesús y yo con nuestro labrador Alex
Ansiaba narrarle mis experiencias y escuchar sus conclusiones, abrazar a mi madre y también recibir el desbordante cariño de un nuevo miembro familiar  del que no os he hablado con anterioridad; Alex, un hermoso  y tierno labrador negro que desde hacía dos años habitaba en nuestra casa y en el corazón de todos los que lo conocían.

Alex rodeado de sus mascotas: mi madre, yo y Jesús.
A partir de mi regreso la vida retomó su cotidianeidad. Las fechas navideñas estaban muy cerca y no era el momento apropiado para intentar contactos de trabajo. Hay dos épocas en las que España está “cerrada por descanso del personal”; las Navidades y el mes de agosto; las vacaciones.  Así que decidí alargar mi descanso sabático y brindarle a mi madre esas alegrías con las que, a pesar de ir en silla de ruedas, aún disfrutaba. Íbamos muy a menudo “de tapas” y asistíamos al teatro casi a diario.

Toni Cantó y Ana Belén en El mercader de Venecia
Entre todos los espectáculos que vimos, dos fueron  los que más me gustaron. El primero, El Mercader de Venecia, se representaba en el Teatro María Guerrero. en aquel escenario· donde tiempo atrás yo había tenido uno de mis mayores éxitos, El rey de Sodoma. Casualmente, Miguel Narros, que me dirigiera en aquella función, era también director de la obra shakespeariana. Los actores principales, Ana Belén y José Pedro Carrión, estaban magníficos en sus interpretaciones, y Toni Cantó, demasiado joven e inexperto para tamaño intento, era en compensación poseedor  de una buena voz y de una estupenda planta.  Se trataba del primer montaje en España con  técnica escénica computarizada, ya que se utilizaban ordenadores para programar luces y mover “carras” en el decorado. Esto, al ser un sistema  experimental, añadía nervios e incertidumbre al trabajo de los actores y técnicos, según me comentó Ana al finalizar la función.


Concha Velasco en La truhana. Foto Jesús Alcántara

La otra obra que nos encantó fue el musical, con textos de Antonio Gala y dirección también de Miguel Narros, La truhana, que Paco Marsó había producido para glorioso lucimiento de su esposa Concha Velasco. Según nos contó nuestro amigo Paco, él había propuesto contratarme para un importante papel en el reparto, pero Concha discrepó aduciendo que yo era demasiado alta para estar en el escenario a su lado. (Reacción absurda viniendo de una estrella a quien resulta imposible hacer sombra. Concha es una mujer de baja estatura pero poseedora de una energía tan desbordante que la hace parecer enorme a los ojos del espectador). También nos comento que el vestuario y los decorados habían resultando exageradamente costosos pero que, según sus propias palabras, “todo es poco para apoyar a mi Concha y asegurarle el éxito que merece”.  

De Paco Marsó y sus avatares habría para llenar todo un capítulo.  De momento me limitaré a mencionar dos  virtudes poco conocidas en un hombre del cual solo se han señalado los defectos. En primer lugar, esa  total entrega a la carrera de su mujer que le hizo abandonar la suya, como prometedor galán, para convertirse en su mánager y productor y en segundo su generosidad y fidelidad  para con sus amigos, virtudes tan exacerbadas que a veces llegaban a convertirse en defectos.


El dúo de la africana.  Foto Jesús Alcántara
En aquel mes de diciembre nuestro recorrido por los teatros fue incesante. Jesús nos llevó al Teatro Madrid de la Vaguada para ver dos zarzuelas que él también había retratado ; La gran vía, de Federico Chueca y Joaquín Valverde y El dúo de la africana, de Manuel Fernández Caballero y Miguel Echegaray, con estupendos montajes y grandes voces. Estos espectáculos estaban abarrotados a diario.

Zarzuela La Gran Vía. Foto Jesús Alcántara
Al llegar las navidades de 1992, como solíamos hacer cuando yo no tenía trabajo en Madrid, nos fuimos a Málaga para celebrarlas en compañía de la familia de Jesús, una familia engrandecida con la llegada de preciosos nietos pero tristemente mermada por la muerte del cabeza de familia, Jesús padre.


Foto de familia. De izquierda a derecha y de pie, Jesús, yo,  los hermanos de Jesús,
Salvador y Melita y Mavi, la esposa de Salvador.´Sentados Pedrito, hijo de Meli, Jesús, el patriarca,   Carmen, la matriarca y Pedro, marido de Meli. Abajo los otros sobrinos Esther y  Miguel , hijos de Salvador y Mavi
y Gemma, hija de Meli y de Pedro.
  
En fin,  para cerrar esta narración y este año 92  solo me queda contaros algo que había pasado por alto.  A mi regreso a España, estuve días dedicada a buscar en mi biblioteca teatral las obras que Homero Gutiérrez, casi al finalizar nuestro decepcionante reencuentro en Miami,  me había pedido. Piezas donde un actor maduro pero gallardo tuviese protagonismo. Encontré cinco o seis comedias de autores españoles que le irían como anillo al dedo y, cumpliendo mi promesa,  se las envié por correo.

Nunca tuve siquiera un acuse de recibo. Algo más para guardar en mi álbum titulado “Homero: la caída de un ídolo”.

Próximo capítulo: Los días grises