sábado, 31 de agosto de 2013

Instantánea 88 - 1980


 
Foto Jesús Alcántara

Interpretar Aspirina para dos (Play it again, Sam) fue una experiencia maravillosa. La obra de Woody Allen era una gozada. Aquellas situaciones en las que se mezclaba lo real con lo onírico eran a la vez inteligentes y divertidas. La disociación del personaje protagonista, Allan, ese individuo tierno, angustiado y débil que en sus ensoñaciones se convertía en su ídolo, Humphrey Bogart, daba oportunidad para mucho juego. El resultado era que los personajes se desenvolvían en un mundo entre la realidad y la fantasía lleno de ese ingenio mordaz del famoso autor, director y actor.



Nicolás Dueñas, Yolanda Farr, Antonio Iranzo
En el elenco estábamos Nicolás Dueñas, como Allan-Woody, yo, como Nancy- Deane Keaton y Antonio Iranzo, en una estupenda caricatura del “duro galán” Bogart.
África Prat, Andrés Resino, Loreta Tovar
Otros que formaban el reparto eran Andrés Resino, África Prat y Loreta Tovar. La delicada y acertada dirección estuvo a cargo de Ángel Montesinos y el estreno fue en el teatro Marquina el 9 de mayo de 1980.


Feliz de romper el encasillamiento en papeles de travestí o transexual que había interpretado durante los últimos meses,  era enorme mi disfrute  encarnando a esa mujer tan humana que era Nancy y enorme mi goce al observar la reacción del público ante unos textos tan llenos de ingenio.

Una de las más conmovedoras anécdotas teatrales de mi vida tuvo como fondo esa función.

Al finalizar una complicada escena que había trabajado arduamente con el director, ya que mi personaje debía mostrar el proceso desde la sobriedad hasta la embriaguez sin caer en excesos u obviedades,  mi compañero  Dueñas y yo vimos como por el pasillo central del patio de butacas se iba acercando una figura que portaba algo en la mano. Por supuesto eso nos inquietó. Cualquier  intento de invadir el espacio actoral siempre inquieta y hay que admitir que yo era, en esos momentos, un personaje bastante controvertido, recién nombrada “Madrina de los gays” en un país que aún guardaba recelos y animadversiones contra los homosexuales. Pero nuestro temor duró poco.



Con Iranzo-Bogart en Aspirina para dos
Una vez llegado el hombre al pie del escenario vimos que la mano  alzada hacia mí iba armada tan solo con una hermosa rosa roja, en una ofrenda respetuosa y en silencio. Algunas veces había sido objeto, durante mis actuaciones, de entusiastas lanzamientos de flores, pero la visión de aquel sonriente muchacho, solo y erguido en medio del patio de butacas  mientras me ofrecía una rosa de tan intenso color que parecía relumbrar entre la penumbra, pareció detener  el tiempo. Así que, en medio de un silencio expectante, hice algo  prohibido por las leyes del teatro convencional: me acerqué al proscenio y, rompiendo la “cuarta pared”, recogí aquella flor. Una ovación premió el momento y la rosa me acompañó,  acurrucada en mi escote, el resto de la representación.
Con Nicolás Dueñas y Antonio Iranzo en Aspirina para dos
Siempre pensé que más tarde o más temprano aquel muchacho se identificaría, que intentaría establecer un contacto personal.  Pero me equivocaba. Jamás supe quién fue el entrañable admirador que, a partir de ese día dejaba cada martes para mí una hermosa rosa roja en la taquilla del teatro  El caso es que ese hecho, por su sencillez y belleza, se ha quedado grabado en mi memoria con más fuerza que muchos de los  honores que se me dispensarían en un futuro.

Aquel año estuvo plagado de buenos estrenos en Madrid y de grandes acontecimientos mundiales.

En marzo pudimos ver Kramer vs. Kramer, película dirigida por Robert Benton e interpretada por Dustin Hoffman, Meryl Streep y un niño que cautivó al público: Justin Henry. También en ese mes un film de ciencia ficción provocaría  una fiebre que estaba destinada a contagiar al mundo entero: Star Trek I.

En mayo, Stanley Kubrick nos conmocionó con El resplandor, (The shining). Jack Nicholson,  en su imagen de  poseso, protagonizó durante tiempo las pesadillas de un público aterrado. Por fortuna y en contraposición,  los cinéfilos tuvimos la opción de gozar con la deliciosa Fama (Fame) y las vivencias de aquellos jóvenes estudiantes de la New York City High School of Performing Arts.

Un jovencito Pedro Almodóvar
En el mes de octubre se exhibía la Opera Prima de  un jovencísimo manchego;  Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón. El director, que llegaría con los años a ser ganador de dos Oscar e infinidad de otros premios cinematográficos, era Pedro Almodóvar. Las protagonistas, tres jóvenes actrices, Carmen Maura, Olvido Gara (Alaska) y Eva Siva, lograron gran popularidad gracias a esta película.

Y en el mes de noviembre se estrenaba en Madrid el controvertido e ingenioso film  La vida de Brian, (Brians life). Los protagonistas y guionistas  eran los Monty Phyton, un grupo de comediantes ingleses. Esta parodia sobre la vida de un joven contemporáneo de Cristo, Brian, víctima de la intolerancia, el sectarismo y el dogmatismo, llena de una obvia semejanza con la vida del Mesías, estuvo a punto de no ser nunca filmada. La productora Emi Film, al serle presentado el guión, lo vetó calificándolo de “obsceno y sacrílego”. Fue el beattle George Harrison quién hipotecó su casa y su estudio de grabación para crear su propia productora y financiar el altísimo coste de esa película inolvidable.

Al tiempo que nosotros representábamos Aspirina para dos  en el Marquina,  la función más innovadora y deliciosa que había en la cartelera era una comedia musical de título El diluvio que viene. Sus autores, los italianos Garinei, Giovannini y Trovaioli lograron un espectáculo encantador basándose en la hipótesis de un nuevo diluvio universal. Su final, incluida una original aparición celestial en forma de blanca paloma, era todo un hallazgo que arrancaba ovaciones y  bravos. (Sobre esta escena y su paralelismo con el famoso aterrizaje de dos palomas sobre el hombro de Fidel Castro durante su primer discurso televisado en La Habana, aquel hecho que los espectadores tomamos entonces como una señal divina, escribo, desmitificándolo, en mi Instantánea 26. Leedla y descubriréis el truco.)



En cuanto a las efemérides mundiales de aquel 1980, una en especial me conmocionó como todo lo que tenía que ver con mi querida “patria de adopción”, Cuba.  Aunque a retazos, la noticia del abrumador “éxodo del Mariel” logró traspasar la espesa “cortina de caña” con la que la dictadura castrista intentaba incomunicar a la isla con el resto del mundo.
Visión parcial de los jardines de la embajada del Perú

Todo comenzó cuando el 1 de abril seis cubanos estrellaban un autobús contra la verja de la Embajada del Perú y pedían un asilo político que les fue concedido. Como represalia el gobierno retiró la custodia externa a esa delegación diplomática propiciando así  que un enjambre de personas saltara las verjas y ocupara los jardines, negándose a abandonar el lugar hasta que les fuesen entregados salvoconductos para salir del  país. 10.800 seres humanos se mantuvieron a la intemperie y en las más precarias condiciones durante días.

El gobierno del país andino estaba angustiado ya que le resultaba imposible atender a tan desorbitado número de demandas. Aquel dramático espectáculo dañaba la imagen de Fidel y de su supuesto “paraíso socialista”. Así que, encolerizado y en uno de sus frecuentes arranques de soberbia, Castro anunció la apertura del Puerto del Mariel para los que quisieran irse, con la condición de que tendrían que ser sacados de la isla en barcos enviados desde ultramar.
Una de las 1600 embarcaciones que salieron del Mariel
Nunca imaginó el sátrapa que, durante los 5 meses que el puente estuvo abierto, 1600 embarcaciones trasladarían a más de 125.000 cubanos principalmente a Miami. Un nuevo éxodo masivo que sufría mi querida isla, sólo comparable con el que, entre 1960 y 1962 protagonizaron 14.000 niños cubanos, entre los que estaba mi admirada cantante Marisela Verena.

Marisela Verena
 Por supuesto otras cosas importantes sucedieron en el mundo en aquel 1980.

En enero el presidente norteamericano Jimmy Carter decretaba un embargo de cereales contra la URSS al tiempo que, en Moscú, era arrestado el eminente físico nuclear y activista de los derechos humanos Andrei Sajarov.

En Guatemala varios disidentes políticos españoles tomaban la embajada de España. La policía guatemalteca, en un acto de tremenda crueldad, quemaba vivos en su interior a 36 de ellos.

En junio y en EE.UU. tenía lugar el peligrosísimo incidente del “chip defectuoso”. Los centros de mando militares habían recibido un aviso de alerta sobre un ataque nuclear. Supuestamente 200 misiles lanzados desde la URSS se dirigían hacia ellos. Los ordenadores, enloquecidos, pasaban en instantes de unas cifras a otras, haciendo esto dudar a los técnicos. Por fortuna, tras consultar a los satélites, se pudo comprobar que aquello era un error cibernético. Un error que estuvo a punto de desatar una guerra nuclear.

En septiembre Saddam Hussein, presidente y dictador iraquí, ordenaba la invasión de Irán a consecuencia de las continuas disputas fronterizas.


Y a mediados de noviembre de ese 1980, vuestra narradora y amiga Yolanda Farr, Manolo Otero y Pastor Serrador estrenaban en Valladolid, como parte de una  gira de rodaje, una obra que, por su temática, debería haber levantado ronchas en el Madrid de aquellos tiempos: Lady Mariposa.

 Una enrevesada historia de desafueros.

sábado, 10 de agosto de 2013

sábado, 3 de agosto de 2013

Instantánea 87 - La Farr, ¿transexual?


Foto Jesús Alcántara
En octubre de  1979, Juan José Alonso Millán, el ingenioso autor,  decidió volver a escribir teatro. Tras estrenar Compañero te doy, en diciembre del 78, se había tomado un año sabático. Para su regreso  quiso que yo participara en el nuevo proyecto, y no tan solo como actriz. Pretendía hacer una obra dividida en tres historias, todas relacionadas con la actitud de distintos individuos ante el sexo:  Los misterios de la carne. Las dos primeras estaban ya  escritas pero le faltaba una idea original y epatante para el último acto, del cual yo sería protagonista. Así que pidió mi colaboración.   Se me ocurrió entonces un tema sobre el cual estaba bastante informada desde mi participación en el ambiguo espectáculo del Music-Hall Topless. Mi muy cercana relación con gays y transexuales, entre los que se encuentran gran número de mis amigos y mis más devotos fans, me había hecho interesarme profundamente por sus problemas, tanto frente a la sociedad como en lo referente a sus inquietudes personales, así que pensé que el tema sería interesante y novedoso en el teatro.  

Yeda Brown
Desaparecido el Topless, gran parte de la profesión solía asistir a un cabaret llamado Gay Club donde se representaba con mucha dignidad,  a pesar de los escasos medios, un espectáculo de travestismo. Varios fueron los presentadores, los bailarines,   y hasta los transexuales que trabajaron en él. Y digo HASTA pues fue por esa época cuando se comenzaron a realizar en España las operaciones de cambio de sexo. Algunos homosexuales decidieron, con admirable valentía, pasar por un trance que, en este país, aún estaba en “proceso experimental”. Yeda Brown, vedette del mencionado Gay Club, fue una de las primeras en tomar esa drástica decisión. Tras su cirugía sostuve con ella largas conversaciones al respecto y, aunque me describió con todo detalle en qué había consistido el proceso, las imágenes son demasiado truculentas para plasmarlas en mi blog. Desde entonces he podido aquilatar la cantidad de valor y desesperación  precisos  para que alguien llegue a esos extremos.

Con Carla Antonelli

Pero fue una persona encantadora y bella la que en realidad me abrió los ojos ante el terrible conflicto que implica tener un alma de mujer prisionera dentro de un cuerpo masculino. Ella es Carla Antonelli, en aquellos tiempos travesti y en la actualidad mujer reconocida legalmente como tal, actriz, activista de los derechos de los LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y personas  transgénero) y diputada a la asamblea de Madrid por el PSOE.  Un día, en una reunión con sus amigos más íntimos, nos confesó que estaba considerando someterse al cambio de sexo y se me abrieron las carnes. Pero se me rompió el corazón cuando, ante mi pregunta sobre si su pene no cumplía sus funciones y por eso quería prescindir de él, me respondió que aquel no era el problema en absoluto, que la cuestión era que su espíritu se sentía ultrajado al ver su pubis invadido por ese insolente colgajo, para más humillación, poseedor de vida independiente.  Que aquello hería  su sensibilidad femenina. Nunca olvidaré esas palabras suyas ni las sinceras lágrimas que brotaban de sus ojos al tiempo  que las pronunciaba.

Bibiana Fernández
Un caso muy semejante es el de Bibiana Fernández, antes Bibí Anderson y antes aún, Manuel Fernández. Fue en su  condición  de precioso muchachito que la conocí en Málaga a principios de los 70.  Esta persona, hoy hermosa mujer donde las haya, comenzó a trabajar como vedette hormonada a mediados de la misma década. Esa ha sido, durante mucho tiempo, la única profesión a la que travestis y transexuales han tenido  acceso. Bibí llegó a realizar en escena un número de desnudo integral en el que no se advertían en absoluto sus atributos masculinos gracias al truco, me imagino que doloroso, de introducir  sus genitales entre los muslos, esconderlos entre nalgas y allí sujetarlos con esparadrapos. Aquel final de su striptease provocaba un estallido de clamores. Fue su participación en la controvertida película de Vicente Aranda Cambio de sexo lo que la lanzó al estrellato. Esto ocurrió en 1977.  En la actualidad, sometida desde hace años a una vaginoplastia, ha conseguido encauzar su vida como mujer,  participando en numerosos films y programas de televisión e incluso contrayendo matrimonio con un cubano. Pero también ella, en sus inicios, sufrió la terrible dicotomía y hasta las burlas de aquellos que no podían aceptar que, a veces, la naturaleza comete terribles e injustos errores.
Menciono estos casos porque, al pertenecer sus protagonistas al mundo del espectáculo, son notorios.  Pero sin duda muchas personas sin imagen pública han pasado por este trance, seres que  soportaron durante su vida la marginación de una sociedad, y hasta de una familia, que les rechazaba llegando incluso a catalogarles como “monstruos pervertidos”. Precisamente sobre un caso así versaría  el rodaje de un capítulo de la serie televisiva Tristeza de amor, del cual  tiempo más tarde yo sería protagonista. Como el suceso era real, llevé mi labor de investigación previa hasta el punto de pedir que me fuese facilitado el conocer en persona a los protagonistas de la historia. Fue una experiencia sangrante ver como aquel padre  empecinado se negaba  a aceptar que su “hijo” era en esos momentos su “hija”, así como la tristeza de ella al sentirse rechazada por su propia sangre. Gracias a la gran audiencia que tuvo el programa, a la popularidad que ese medio proporciona y al respeto con el que traté el tema, recibí formidables críticas y se reafirmó, en una parte del público aquella duda, aquella pregunta que desde mi trabajo en el Music-Hall había estado pululando por ahí. “¿Es Yolanda Farr una transexual?” He de aceptar que mi voz grave, la frecuencia con la que, durante una época, interpreté esos papeles y mis facciones angulosas podían, con unos gramos de imaginación o unas gotas de mala leche, apoyar esa suposición.

Mi nomramiento como madrina de los homosexuales en el Gay Club.
De izquierda a derecha Pierrot, Jorge Aguer, yo y Perla Cristal

Hasta tal punto fue grande mi popularidad dentro de ese mundillo que  el mencionado Gay Club  me brindó un homenaje, nombrándome Madrina de los Homosexuales de Madrid. Pierrot, sin duda alguna el mejor y más culto de los presentadores que pasaron por aquella sala, fue el organizador del evento.

Pierrot era un muchacho catalán, inteligente y con tanta clase que sorprendía verle inmerso en ese ambiente. A pesar de tener los estudios de magisterio y la carrera de periodismo se había sentido atraído por el marabú y la lentejuela hasta el punto de abandonar todo lo demás.
Pierrot

Pero no le imaginéis vestido con plumas y lamé. Su indumentaria, su sello de presentación, consistía en un impoluto smoking blanco que favorecía su estilizada figura al tiempo que le hacía resaltar en la pista, aun estando en medio de vedettes semi desnudas y provocativos y amanerados boys.

Grande fue nuestra afinidad desde que nos conocimos. Siendo periodista,  como única concesión a su pasado publicaba una revista dedicada al mundo gay  llamada como él,  Pierrot, y en su portada y páginas interiores salí con frecuencia, tratada cada vez con mimo y gran respeto. Siempre recordaré a ese hombre con un afecto que, estoy segura, es recíproco, aunque tras su regreso a Barcelona nunca volviéramos a vernos.

Y ahora regresemos al momento en que alguien se ponía en la piel de un transexual por primera vez en el teatro español. O sea, volvamos al comienzo de este capítulo y a  “Los misterios de la carne”, la obra de Alonso Millán que estrenábamos en el teatro Valle Inclán en enero de 1980.

En el primer cuadro del tercer acto de Los misterios de la carne


Los tres actos de que se componía estaban protagonizados por el mismo actor; el gran Rafael Alonso. En cada uno de ellos su personaje era distinto y la actriz acompañante también. El primero versaba sobre un señor maduro que intentaba conquistar a una jovencita. Ella era Carmen Roldán. El segundo describía el tedio y la monotonía que muchas veces corrompe el matrimonio y la esposa era Marisol Ayuso, y  el tercero trataba sobre un individuo que se llevaba a la cama a una vedette de cabaret sin sospechar que se trataba  de una transexual. El final era sorprendente, ya en la habitación de un hotel, tras confesarle ella su condición, él reconocía por primera vez en la vida sus ocultas tendencias homosexuales, estableciéndose así entre ellos una divertida complicidad.

Con Rafael Alonso en el segundo cuadro del tercer acto de Los misterios de la carne
El tema, como ya he dicho, fue idea mía. Los diálogos fueron  saliendo durante los ensayos a base de improvisaciones, por supuesto con la cooperación de mi compañero, y para total satisfacción de Alonso Millán que en esa época estaba pasando por un momento de vagancia creativa. El resultado  fue que Rafael Alonso estaba genial en sus tres papeles, Carmen y Marisol estupendas en los suyos y yo había ideado para mí  un brillante personaje y una situación en la cual, tanto el actor como yo, tuvimos amplias posibilidades de lucirnos.

Nos mantuvimos varios meses en cartel, celebrados por críticos y público.  Lamento decir que, en este caso, el fallecimiento de la función no fue por causas naturales. Un buen día, a teatro lleno, el dueño nos anunció que no nos renovaría el contrato pues había vendido el local. Una sala de espectáculos menos para un Madrid que aún no había superado el difícil trance de la transición. A pesar de ese abrupto final, me llevé de Los Misterios de la carne una de mis más gratas experiencias teatrales y una gran admiración  por ese gran actor que era Rafael Alonso.

 Y como  la vida y mi carrera continuaban,  en el mes de Mayo de 1980 iba a tener la oportunidad de hacer la deliciosa comedia de Woody Allen Play it again, Sam bajo el absurdo título de Aspirina para dos. Más adecuado hubiese sido el que se utilizó para  la versión cinematográfica, Sueños de un seductor, pero su adaptador, Juan José Arteche, tuvo esa genialidad algo surrealista.

Si queréis saber más sobre mi agitada vida tendréis que esperar a un próximo capítulo. Chao, amigos.


Necrológicas.
Fernando Alonso

Fernando Alonso
Así, más o menos con esta imagen, conocí a Fernando Alonso, el hombre que, en Cuba, me abrió las puertas al sueño de ser ballerina, aceptándome en la famosísima Academia de Ballet de Alicia Alonso allá por los lejanos finales de 1950. Mis recuerdos de él y de sus lecciones magistrales están tan vívidos en mí como si aquella época de battements y pas de bourrées hubiese tenido lugar ayer. Nuestra relación alumna-profesor fue lo suficiente cercana como para permitirme apreciar su generosidad y condescendencia hacia mis problemas técnicos, provenientes de una mala escuela previa. Sus palabras de ánimo, en los momentos en que Yolanda-adolescente se venía abajo ante la dificultad de corregir su viciada técnica, adquirían un valor superlativo al ser pronunciadas por una persona tan importante. Nunca olvidaré el día en que, tras mi accidente de columna y al ir a despedirme de él y de mis sueños de Copelias y Giselles, me dijo, “mira, gallega, mientras Alicia viva, en Cuba no habrá otra prima ballerina. Y tú, sea en lo que sea, estás destinada a ser la primera”. Mucho he leído en estos días, por internet, sobre su curriculum, pero aquí he querido plasmar un  rasgo de su gran humanidad. Nunca he olvidado, y nunca olvidaré, a ese estupendo profesor y cálido ser humano.

Para finalizar este pequeño homenaje citaré unas palabras, acertadísimas, de Yuris Norido: “Los maestros mueren sólo en una dimensión física. Los alumnos son garantía de su supervivencia.”



Guillermo Álvarez Guedes
Guillermo Álvarez Guedes.
Famosísimo actor cubano, uno de los primeros en abandonar Cuba tras el nefasto triunfo de la revolución, falleció en Miami, su patria de adopción, el día 31 de este mes de Julio. Mi amigo Arturo Arias Polo, periodista de El Nuevo Herald, publicó la noticia acompañada de estas palabras; “con su partida el mundo del espectáculo hispano pierde una de sus estrellas más versátiles, alguien que supo traducir el “cubaneo” de sus chistes a un idioma universal.” Poco puedo añadir a esto, salvo mi personal recuerdo de aquella entrañable persona con la que alguna vez tuve el gusto de compartir pantalla cuando ambos trabajábamos en Cuba para Gaspar Pumarejo. Que en paz descanse ese joven de 86 años.

Quiero aprovechar para agradecer a mis amigos de esa cubanísima ciudad de Miami su gentileza al informarme de lo que en ella sucede, tanto festivo como luctuoso. En especial a Juan Cueto-Roig, a Mequi Herrera, a Gelasio Rosales y a Nancy Fernández Novo,  quienes, con gran gentileza, se preocupan de mantenerme al día. Gracias, amigos.


Próxima Instantánea. Especial Vacaciones.