sábado, 30 de junio de 2012

Instantánea 35 - Al fin, años de bienes. (Primera parte.Tropicana)

Estreno de la revista Tentaciones en Tropicana. 1964

Aquel segundo Festival de Música Popular y mi celebrado trabajo en los sainetes La Casita Criolla y La Isla de las Cotorras iban a marcar mi futuro artístico. Una mañana de finales del 63 recibí una llamada tan sorprendente como apetitosa; Armando Suez me proponía trabajar con él  en el show Tentaciones que  iba a montar para el prestigioso cabaret Tropicana. Se trataba de un viaje a través de los siglos, un collage sobre la presencia perturbadora de la mujer en hechos relevantes de la historia. Todo comenzaba en el paraíso, con los bailarines disfrazados de divertidos animales, Norma Reyes como Eva y Nancy Rubiert como la Tentación. Mi cuadro tendría lugar en el siglo XVIII y mi personaje sería María Antonieta. Por supuesto, acepté entusiasmada la propuesta.

¡Pero el número del Edén era  mi preferido! Durante los  largos meses de ensayos solía sentarme y observar la  coreografía de Armando Suéz. Los animalitos evolucionaban sobre la pista durante sus buenos diez minutos, manipulando a una Eva que casi no tocaba el suelo. Difícil secuencia que acabé aprendiéndome de tanto verla llena de envidia,  pues mi adicción al ballet ni siquiera a estas alturas  ha sido del todo superada.

Yo en el número del Edén de Tentaciones.
Tropicana.
Y resultó que la vida me regaló la oportunidad de colocarme en la piel de aquella Eva de mis envidias. Una noche, antes de empezar el segundo show, compuesto por números aislados, Normita dijo sentirse  mal y pidió que la dejaran irse a casa. Sus intervenciones  se eliminaron y no pasó  nada. La cuestión es que a la mañana siguiente Armando Suéz me llamaba pidiéndome que la sustituyera, pues el número del Paraíso era  imprescindible para   el primer show y ella seguía sintiéndose enferma. Minutos tardé en llegar a Tropicana y horas y horas en coordinar con los bailarines, amables y cooperativos, tanta “cargada”. Por suerte, a pesar de estar aterrada ante la posibilidad de que en un desliz propio o ajeno mi cuerpo fuese a parar a las abarrotadas mesas, Eva-Yolanda llegó con éxito al final del arriesgado número. Tales y tantas fueron las felicitaciones recibidas que, al día siguiente, la gravedad de Norma se había esfumado y la vedette se apresuró a recobrar su lugar en un paraíso que yo tan solo había conseguido disfrutar una noche. Una milagrosa curación. Luego supe que ella había intentado ejercer presión sobre “la parte contratante” para conseguir un aumento de sueldo. La pobre, en su juventud e inexperiencia, no comprendía que en el  mundo del espectáculo NADIE es indispensable. Una de las primeras y más dolorosas lecciones que te da la farándula.
Con Nancy Rubiert,
La Tentación

Bajo el abrumador protagonismo de Celeste Mendoza, Nancy Rubiert, Norma Reyes, Mayda Limonta y yo intentábamos que nuestro trabajo no se viera del todo eclipsado  por la avasalladora personalidad de aquella tremenda mulata y sus guaguancós. Celeste era una persona muy difícil, imbuida como estaba  en el mundo de la santería. Solo los que hablaban o al menos entendían ese lenguaje podían comunicarse con ella. Así que la Farr, detractora de todas esas prácticas desde la espantosa experiencia tenida muchos años atrás con su temible abuela Jenny Yeck de Orozco, (ver instantánea 18), no cruzó más de cuatro frases con ella durante el año que  duró el espectáculo. Aún así, son maravillosos los recuerdos que tengo de aquel show y de aquel fastuoso cabaret.

Salón los Arcos de Cristal del Tropicana
Los Arcos de Cristal, el salón cerrado con capacidad para 500 personas, que se usaba en caso de lluvia o actos privados, el impresionante Salón Bajo las Estrellas con aquellas pasarelas que dibujaban filigranas entre los frondosos árboles tropicales y por las cuales desfilaban las más hermosas modelos, el estupendo cuerpo de baile,  la orquesta del Tropicana, bajo la dirección de Armando Romeu Jr. y  nada menos que Felo Bergaza al piano, componían un conjunto artístico formidable.
Recital de canciones,
 con Felo Bergaza,
en la Sala Idal
Como siempre, en mi especial y grata conexión con los músicos,  hice buenas migas con Romeu pero, sobre todo, establecí una entrañable relación con el ocurrente y sofisticado Felo. Su entusiasmo por mí le llevó a organizar y acompañarme en varios recitales y fue él quien me convenció para que me especializase en canción internacional, es decir en baladas francesas e italianas, cualquier cosa menos americanas ya que interpretar música de USA, aunque parezca mentira, estaba totalmente prohibido.  Estoy segura que una gran parte de Cuba guarda la imagen impactante de Felo que voy a describir a continuación.

Manolo Rifat, famoso e imaginativo director de televisión, durante un acto celebrado en la Plaza de la Revolución, decidió incluir a Felo Bergaza sentado en un gran piano de cola y ejecutando La danza del fuego, de Manuel de Falla mientras la cola del pobre piano comenzaba a arder. Una imagen impactante en la noche caribeña. Lo que el buen hombre no pudo prever fue que una alegre ventolera pondría fuera de control aquel fuego. Felo "aguantó el tipo" con bravura mientras las llamas iban devorando el piano, hasta que, ya de pie e intentando alejarse lo más posible  de la quema, con sus pestañas y sus cejas chamuscadas, lanzó un grito de “¡coño, la loca coge candela!” y salió corriendo del escenario entre el clamor del público presente y el aleteo de sus divinas plumas. Por fortuna sus palabras no salieron en antena pues, a pesar de ser quien era, sin duda se hubiera buscado un problema por reconocer su homosexsualidad. Así me lo narró Felo al día siguiente durante nuestras  charlas antes de empezar el show de Tropicana, adornado todo por su encantador sentido del humor
Entrada al Tropicana

Cuando cada noche yo evolucionaba por aquella legendaria pista me parecía poder oler aún el dulce perfume francés que, sin duda, destilaba la dorada piel de Josephine Baker, contagiarme de la exultante sonrisa y simpatía de Libertad Lamarque,  o ser poseída por el inquieto diablillo carioca que habitaba en Carmen Miranda. Aquel gran cabaret, ubicado en Marianao, en lo que fuese una gran finca particular, se había inaugurado en el año 1939. Su nombre, Tropicana, se inspiró en una melodía homónima que el compositor Alfredo Brito había creado para que fuese estrenada en el primer gran show. Como la canción hablaba de hermosas mujeres y frondosa vegetación decidieron que su título era el  ideal para designar a esa lujuriosa sala de fiestas recién inaugurada.  En Tropicana el disfrute visual del visitante comienza incluso antes de penetrar en el local. La más hermosa arboleda rodea una fuente llamada “De las Musas” realizada en el año 1952 por el italiano Aldo Gamba, así como una escultura de  Rita Longa   que pasaría a ser la imagen mundial de Tropicana. Una estilizada bailarina de ballet.

La fuente de las Musas.
Tropicana
Tan solo teniendo en cuenta mis 22 años, mis amplios estudios y la energía contenida durante aquellos años de mi veto, esa que ahora se liberaba a chorros, se puede comprender que, tras el arduo trabajo en el cabaret, seis horas de permanencia en el lugar y dos shows diarios, pudiera mantener una fecunda actividad diurna.  Pero así era.

A pesar de los grandes cambios surgidos en mi vida en el último año y medio, de eremita melómana y devota “ateniense” a cabaretera, yo intentaba conservar aquellas amistades que tanto habían hecho por mí. Aunque ya no podía acudir a los entrañables actos del Ateneo y a pesar de que poco a poco las reuniones del grupo de poetas se fueron haciendo más escasas, mis visitas a casa de Mario Luque, presidente del Ateneo, y mis reuniones con mis queridos bardos eran lo más frecuentes que me era posible.



Uno de ellos, Roberto Cazorla me dijo  en una ocasión que había escrito una obra en un acto ¡para mí¡ y me rogó que la leyese. Eran tan solo dos personajes  y Ricardo Román ya se había comprometido para interpretar al galán. El director sería Miguel Montesco. Si yo aceptaba, ya tenían apalabrada la Sala Talía y el estreno, en función única,  sería dentro de un mes. Fueron dos los motivos que me impulsaron a renunciar a mis horas de asueto diurnas y a mi  día de descanso en Tropicana, todo en honor a una sola representación teatral.  El primero fue el poético y subyugador texto de Cazorla, que de inmediato me cautivó, y el segundo ver abrirse de nuevo ante mí aquellas puertas que, tras el encarcelamiento de Homero,  se me cerraran a cal y canto. Las de las  salas Talía, Idal, Arlequín, El Sótano. La cuestión es que en ningún momento me arrepentí de mis esfuerzos físicos pues el éxito de Esta carne que habitamos fue rotundo para todos, las críticas muy buenas y mi amistad con Roberto se fortaleció haciendo que durase hasta los momentos actuales, aquí en Madrid.

Con Gladys Triana. 1964

Al tiempo, mi entrañable Gladys Triana, la cual había adoptado desde el 62 al pobre perrillo asustado que yo era en aquel entonces, me iba introduciendo en el mundo de la intelectualidad. Su condición de estupenda pintora y su don de gentes la habían convertido en amiga de grandes figuras que, gracias a ella, tuve la oportunidad de conocer en persona: Portocarrero, Amelia Peláez, Antonia Eiriz, Wifredo Lam, Víctor Manuel.

                            Portocarrero                                 Wifredo Lam                    Amelia Peláez

Fue una gran suerte poder entrar en sus “templos”, verles en plena faena y aprender a apreciar, de sus propias bocas,  el mundo de la pintura, tan  desbordante en la Cuba de aquellos años.

Al mismo tiempo mi amiga, que apreciaba mi poesía, me impulsaba a escribir y me hacía format parte de grupos donde reinaban Alejo Carpentier, Nicolás Guillén o Guillermo Cabrera Infante. En una ocasión, con la ayuda de su hermano Pepe Triana, reunimos una serie de mis poemas con el fin de intentar publicarlos.

"Homenaje a mis padres"
original de  Gladys Triana

Los Triana decidieron que la presentación del libro debería hacerla Virgilio Piñera así que, guardando en secreto la autoría, le entregamos al gran escritor una copia de mis manuscritos. Días después Gladys y yo nos dirigimos a su casa para saber su opinión. “Gladys, cariño, me tienes que presentar a este hambriento muchachito, a ver si modero su apetito y le ayudamos a encontrarse”. Mis poemas de aquella terrible época de la adolescencia estaban realmente cargados de una torturada sexualidad pero aquellas palabras me parecieron tan superficiales y faltas de sensibilidad que echaron por el suelo mis planes de publicación  al  tiempo que  disipaban una parte de mi admiración por Virgilio-persona. Y nos fuimos de su casa sin aclararle el misterio de quien era el "hambriento muchachito".

Marlene Dietrich en
El Ángel Azul
El descubrimiento de la Cinemateca fue algo que llenó de ensoñación mis pocas horas libres. El acorazado Potemkim, El gabinete del Doctor Galigari, Nosferatum, El Ángel Azul y aquel personaje, Lola, interpretado por Marlene Dietrich, ese que muchos años más tarde sería mi gran éxito en el show L’ange Bleu, aquí en Madrid, fueron hallazgos impactantes. Me encantaba el cine mudo y fue precisamente durante la proyección de una sesión doble, El Beso, de Greta Garbo, 1929 y Madame Mystery, de Theda Bara, 1926, cuando mi vida tomó   un nuevo y apasionante derrotero.
Mi versión de El Ángel Azul. 1975


En el intermedio entre ambos films, mientras la sala se iluminaba para dar a los espectadores la oportunidad de moverse e intercambiar comentarios, un atractivo muchacho se me acercó y, con  una deslumbrante sonrisa, me dirigió unas palabras que ni en mis más locos sueños hubiera creído llegar a escuchar. “Sé que eres Yolanda Farr,  te he visto en Tropicana y quisiera proponerte algo, ¿te gustaría…?" (Continuará)






NECROLÓGICA:


Esto parece que se está convirtiendo en una sección fija, que dolor.


Gustavo Pérez Puig


Ha fallecido en Madrid una “rara avis”, un espécimen en vías de extinción, ¡un director y productor de teatro y televisión!: Gustavo Pérez Puig. Es imposible pensar en un actor, joven o veterano, al que Gustavo no diera una oportunidad durante los  catorce años que llevó las riendas del Teatro Español o durante su larga época de independiente. Él se jactaba, y con razón, de que el Español era el único teatro subvencionado que le aportaba al estado beneficios. Sus obras eran amenas, aparte de grandes espectáculos. La amistad de Jesús y mía con él y con su mujer, también directora, Mara Recatero, comenzó en 1970 cuando hice bajo su batuta un divertido vodevil Una noche en su casa, señora. Hace unos años, con dirección de Mara y producción y asesoramiento de Gustavo, trabajé en una de sus últimas producciones: Un marido de ida y vuelta, de Jardiel Poncela. Como veréis, toda mi vida artística ha corrido cercana a esta pareja tan especial. Fue larga y penosa su depauperación así que todos estábamos preparados para este final. Su puesto en el teatro no podrá ser ocupado pues ya no quedan seres como él pero, tras tantos años de lucha por las artes escénicas, su cuerpo y su siempre inquieta alma se han ganado el descanso eterno. RIP.



Mara Recatero, yo , Gustavo Pérez Puig. 2001


Próximo capítulo - Al fin, años de bienes.  (Segunda parte. La cinemateca)

sábado, 23 de junio de 2012

Instantánea 34 - Un caso muy misterioso


                                                                     

Allí en Ciudad  de Méjico, Lee recorrió por tercera vez en dos semanas las calles que le conducían a la embajada cubana. No estaba dispuesto a cejar en su empeño de viajar   al país que tanto admiraba, aquella pequeña pero valerosa isla de Cuba que le estaba plantando cara al “maldito imperialismo Yanki”. ¡Cuantas veces había renegado de su nacimiento en New Orleans, USA, de los gobernantes de su nación, de sus adocenados compatriotas  y cuantas había visto en Fidel Castro la imagen, valiente y justiciera, del líder, del progenitor que no llegó a conocer!

Lee Harvey Oswald
Mientras se encaminaba a la embajada, en aquel 1963, tenía la seguridad de que, más tarde o más temprano, los funcionarios cubanos comprenderían cuan enorme era su admiración por Fidel y lo beneficiosa que  podría resultar su presencia en Cuba. No en vano llevaba años en Dallas desarrollando esa intensa actividad procastrista que le había ocasionado problemas y hasta detenciones, injustas por supuesto, ya que su objetivo había sido tan solo  abrir los ojos de sus conciudadanos ante las absurdas calumnias que   los desagradecidos exiliados cubanos lanzaban contra Castro.


Durante los años que sirvió en los marines, es decir, del 56 al 59, Oswald tuvo la sensación de haber vivido realmente en “las entrañas del monstruo”. El conocimiento de las injusticias capitalistas había ido penetrando poco a poco en su cerebro hasta que, finalmente,  decidió pedir la baja voluntaria y dirigirse hacia el único faro de luz que veía en ante él: la Unión Soviética. 


En los años que vivió en Rusia nunca comprendió  por qué el gobierno  que tanto admiraba le había negado repetidamente la ciudadanía.   Aquello acabó provocando  que, herido en su amor propio, abandonara un día el país en compañía de su esposa rusa, Marina, y de su hijita recién nacida. Por fortuna para él su regreso a América fue determinante. Fidel Castro y la reciente revolución cubana penetraron en su alma con la intensidad de un dogma.


Como dije al principio, aquel día de 1963 Lee Harvey Oswald se dirigía a la embajada cubana por tercera vez,  seguro de que al fin obtendría el visado de entrada a la isla. Al salir del edificio con una nueva negativa, la furia y la desilusión lo invadían. Dicen que a las puertas de la embajada exclamó; “pues muy bien, tendré que matar a Kennedy para que me hagan caso”.



                                                                       II


J.F.K.



John comenzó a preparar su estrategia para la reelección a mediados de 1963. Desde que fuera   elegido el segundo presidente más joven de la historia de USA, después de Theodore Roosevelt,  muchas cosas había pasado. Gobernar el país más poderoso del mundo no era “moco de pavo” y además,  aquella islita en medio del Caribe le estaba dando muchos problemas…Los comunistas intentaban infiltrarse en el continente americano usando Cuba como trampolín y él no podía permitir que el enemigo se instalase cómodamente frente a su casa.  Así que decidió tomar cartas en el asunto apoyando a la  contrarrevolución  en aquel desafortunado desembarco de Bahía de Cochinos. Aquello provocó que su imagen de estadista fuerte y coherente resultase debilitada. Los cubanos de la Brigada 2506, que habían confiado en su promesa de apoyo, viéndose luego abandonados a su suerte y finalmente canjeados por alimentos y combustible, se convirtieron, no en una mácula, sino en un virulento sarampión  que infectaba su prestigio y la fiabilidad de los sistemas informativos norteamericanos. Por su parte, los cubanos que en la isla habían visto frustrados sus sueños de libertad, nunca iban a olvidar lo que ellos consideraban, no sin justificación, una innegable traición. Solo 13 meses después Kennedy hubo de “ajustarse bien los machos” ante su pueblo y ante el orbe. La crisis de los Misiles, aquellos días que conmovieron al mundo poniéndonos al filo de una guerra nuclear, necesitaron de toda la diplomacia y a la  firmeza de su gobierno. (Ver instantáneas 29 y 30) John sabía bien que no había sido un triunfo personal, sino un triunfo de la humanidad. Las imágenes de lo que podía haber sucedido si Nikita y él no hubiesen logrado llegar a un acuerdo en aquellas arduas negociaciones, lo atormentaban diariamente.




Jacqueline Kennedy
Ahora, en noviembre de 1963, mientras realizaba la campaña para su reelección, siempre en compañía de su elegante esposa Jacqueline Lee Bouvier, su estado de ánimo era eufórico y combativo. Se preveían unas de las elecciones más reñidas desde 1919 pero él, como buen miembro de la familia Kennedy, como fiel hijo de la inflexible matriarca Rose, estaba dispuesto a luchar con todas las armas que tuviese a su disposición. Con todas. Su oponente era Richard Nixon.







La última imagen de John F. Kennedy vivo
Entre los vítores del pueblo, mientras avanzaba por las calles de Dallas en un coche descapotable, rozó afectuosamente la mano de su compañera. Ella, sentada a su lado y siempre sonriente, le aportaba la clase y la imagen de estabilidad que el pueblo norteamericano aprecia tanto en sus políticos. Jackie, que había sabido, a lo largo de los años, soportar su inestable carácter , su mal estado de salud, y sobre todo, esa tremenda inseguridad que le impelía a buscar en amoríos y devaneos la confirmación continua de su masculinidad.

Sí, él, católico practicante, sabía perfectamente que la idea generalizada de su perfección espiritual era tan falsa como unos diamantes de 2 quilates en las orejas de una prostituta callejera.


                                                              III

                                                           
Eran las 12.30 cuando se escucharon los disparos. El policía Marion Baker, de la comitiva presidencial, miró aterrado hacia el coche del presidente, pero la algarabía general le impedía apreciar detalladamente lo que pasaba en su interior. Instintivamente buscó el lugar de donde provenían  las detonaciones, el edificio de la TSBD, Almacén de Libros de Texto de Texas,  situado justo delante de la comitiva. Hacia él se dirigió a toda velocidad y al inspeccionar un salón del segundo piso vio a un joven que entraba nerviosamente y se comportaba de forma extraña mientras sacaba un refresco de una máquina expendedora. Se informó con el intendente del edificio, Mr. Truly, sobre quién era el individuo y cuál era su nombre; “se llama Lee Harvey Oswald y trabaja aquí desde hace tiempo” fue la respuesta.


Pero Marion Baker no hizo nada por detenerle, tan solo puso el hecho en conocimiento de sus superiores.  Unas horas más tarde la policía local detenía a Oswald a la salida de un cine,  acusándolo de magnicidio. Se le dijo que se había hallado un rifle, con una huella palmar suya, en una oficina del edificio donde trabajaba y de donde se presumía habían salido los disparos. Oswald negó  insistentemente haber participado en ese atentado. Pero nuevas huellas aparecían en cajas y cartones encontrados en el supuesto lugar de tiroteo. Más pruebas incriminatorias.
Jack Ruby disparando contra Oswald


Dos días más tarde, mientras era trasladado por los estacionamientos subterráneos de la comisaría a la prisión del condado, Jack Ruby, propietario de un bar nocturno y antiguo correo de la mafia de apuestas en Cuba, (según averiguaciones del Comité Selecto de la Cámara sobre Asesinatos) se le acercó pistola en mano y, delante de los policías que lo custodiaban, le disparó con un Colt  a quema ropa en el estómago. La herida resultó mortal. Al ser preguntado por la prensa sobre cuál ha sido el motivo de su acto Ruby  dijo, “quería evitar a Jacqueline Kennedy el dolor de tener que testificar ante una corte frente a frente con el asesino de su esposo”. Lee Harvey Oswald nunca llegó a ser juzgado por este atentado. Jack Ruby fue juzgado y condenado por el asesinato de Oswald, falleciendo en la cárcel, de forma misteriosa, un tiempo después.

                                                          IV

J.F.K. muerto
John Fitzerald Kennedy fue llevado al Hospital Parkland con tres heridas de bala. La tercera había atravesado su cabeza haciendo estallar su cerebro. A las 13 horas el equipo médico lo declaraba muerto y a las 13.30 del 22 de noviembre de 1963 se anunciaba oficialmente su fallecimiento.






Aunque los detalles y las diversas versiones de este hecho son de sobra conocidos no he podido evitar incluirlo en mis narraciones a causa de su impacto mundial y, en particular, por lo que afectó a Cuba. Entre las distintas opiniones sobre quiénes fueron los ejecutores de ese asesinato, la mafia italiana, el propio FBI, las compañías petroleras, el gobierno cubano, era esta última la más popular en esos días.

Una vez más las calles de La Habana se llenaron de armas y de sus tensos manipuladores, y el hermoso malecón volvió a sembrarse de cañones y ametralladoras antiaéreas. Los Comités de Defensa hacían guardia las 24 horas del día y más de una tropelía e injusticia se cometió en la isla bajo la justificación del temor a un ataque norteamericano. Se decía que lugares y calles emblemáticas de la ciudad habían sido socavadas y rellenadas de dinamita. Realmente hasta en Cuba se daba por sentada la responsabilidad del gobierno de Castro en el magnicidio de J.F.K.

No osaría ni siquiera opinar  sobre de quién fue la mano ejecutora o la voluntad impulsora. Son tantos y tan disímiles los resultados de las innumerables investigaciones que se han llevado a cabo que este acto siniestro permanecerá por siempre como uno de los grandes secretos de la historia.


El más obvio sospechoso, Fidel Castro, juró y perjuró no conocer a Oswald, el supuesto magnicida, ni tener noticia alguna de sus varios intentos de viajar a Cuba desde Méjico. Curiosamente Castro se encontraba, en el momento del asesitato, con el periodista Jean Daniel, director de La Nouvel Observateur, el cual afirmó que, en el momento de enterarse ambos de la noticia del asesinato de Kennedy la expresión corporal y las palabras de sorpresa de Castro le parecieron de total sinceridad. Pero sin duda Cuba entera conocía ya las facultades histriónicas del “máximo líder”.



Dicen que la gente recuerda ese día  con toda clase de detalles “¿Recuerdas dónde estabas cuando mataron a Kennedy?”. He querido hacer una pequeña encuesta entre algunos de mis amigos para comprobar hasta qué punto esto es cierto y,  con el permiso de ellos, paso a haceros un resumen de sus respuestas.

Pepa Sarsa. (España)

Imagino que el día 22 de Noviembre de 1963 estaba en el colegio, con mis trenzas y calcetines a juego con el uniforme; no tenía ni idea de quién era John F. Kennedy; sólo veía en la tele, que ese año entró en mi casa, la programación infantil. Siento no poder decirte más.

                                           
                               Francisca Munuera. (España).

Estar, estar, supongo que aprendiendo cuanto son dos más dos. Mi impresión, ninguna, por entonces no sabía ni donde estaban los EE.UU y mucho menos quién era su presidente.   Y mi profesora, que era la típica falangista solterona institutriz del más rico del pueblo y que cada mañana nos hacía cantar las “Montañas nevadas…..”, comentó que algo malo habría hecho el americano ese para que le pegaran tres tiros.

Manolo Sánchez Arillo. (España)

Yo concretamente estaba en el colegio el 22 de noviembre de 1963. El profesor nos mandó a casa, tras contarnos por encima quién era JFK. Estuvimos tres días sin clase. Sí que lo recuerdo.


José Taín. (Miami)

Yo había ido a La Habana vieja  a una tienda de antigüedades en la calle Obispo con mi amigo, el fallecido actor Wilfredo Casal y regresábamos a casa en un autobús que iba muy lleno, pasando por un costado del teatro Payret. Al hacer la parada en la esquina de Prado y Zulueta, se monta un hombre que recuerdo era bajito y calvo con gafas y anuncia a todos lo del asesinato de John F. Kennedy. Yo recuerdo que eso ocurrió unos minutos pasadas las 3:00 PM. Comenzaron las especulaciones entre los pasajeros y Wilfredo comenzó a hablar en voz alta, como era su costumbre, haciendo vaticinios de represalia hacia Cuba porque él sospechó, instantáneamente, que los responsables de ese asesinato tenían que ser del bloque soviético y posiblemente de Cuba. Las opiniones continuaron divididas durante el resto de la trayectoria. Yo me mantuve en silencio puesto que me di cuenta de la magnitud de ese suceso y las repercusiones que podría tener para Cuba. Y ya en esos momentos yo estaba tratando de encontrar una vía para lograr salir de Cuba, información que no había compartido con nadie absolutamente y  no quería verme envuelto en ningún tipo de investigación ideológica, no sabiendo quienes pudieran ser los otros pasajeros.

Sergio González. (Méjico)
Si, recuerdo bien que estaba en Méjico, (al igual que ahora)… En el D.F. en la UNAM, en la facultad de Ciencias políticas y Sociales, donde cursaba en  ese momento el segundo semestre de diplomacia… Que en un final fue el camino preparatorio para mi carrera con el Ministerio de Relaciones Exteriores de Méjico…Bueno, basta de anuncios histórico-políticos y vamos a tu pegunta.
La primera reacción general, si recuerdo bien, fue de gran  incredulidad…Seguida por los aspavientos estudiantiles de justicia anti-yanki. Al llegar a casa, al igual que por todo el mundo, supongo,  la gente estaba pegada a la tele, sin moverse, tal vez por incredulidad, esperando que dijeran que había habido un error y que J.F.K. estaba vivo. En mi caso sé que me causó un gran dolor pues lo consideré un atentado contra la democracia, las libertades individuales y de las naciones y que había sido un golpe muy bajo pues el que había pagado por ello era un hombre muy carismático.

Nancy Algazi (USA)
Yo llevaba ya un tiempo casada, pero me parecía que nunca iba a ser mamá. Cuando dieron la noticia, al menos en La Habana, donde yo vivía, en ese mismo momento yo salía a cumplir con un turno con el médico que me estaba ayudando a quedar embarazada. La sirvienta de mi casa me dio tremendo grito para detenerme y darme la noticia. (Hasta recuerdo la ropa que llevaba puesta, increíble después de tanto tiempo). Nunca me ha gustado la política, así que los políticos menos, pero un asesinato  siempre es penoso y doloroso. Primero sentí pena, después de unos minutos pensé en las consecuencias para este gran país en el que ahora vivo, por último pensé en su joven esposa y en sus pequeños niños.

José M. Salmerón. (Cuba)
Lo recuerdo como si fuese hoy. La noticia de la muerte de Kennedy me llegó estando en la guagua mientras volvía de mi trabajo. Un individuo subió y nos informó. Recuerdo que la tensión que se formó en el interior de la guagua se podía cortar con un cuchillo. Nadie se atrevió a hacer un comentario al respecto y como por milagro el vehículo se quedó casi vacío. Al llegar a casa me pegué a la radio intentando obtener más información al respecto. Los miembros del Comité de Defensa iban para arriba y para abajo conmocionados y esperando la invasión.

Bobby Jiménez. (Bélgica)
Yo era muy joven y había cosas de la política que no entendía .Yo estaba en casa de Mary Shepperd una señora muy querida que era como mi madre, escuchaba la radio americana como era costumbre y oí la noticia en vivo en el momento que sucedían los hechos, llamé a Mary y le dije, “Mary acaban de matar al presidente Kennedy” y me dijo, “¿estás loco Nene? Eso no puede ser, y después repitieron la noticia y ella se puso muy mal pues lo admiraba mucho....

Miriam Barredo (N.Y.)
Yo estaba en la cafetería del Hospital donde trabajaba. Recuerdo hasta lo que estaba comiendo aquel día. Cuando dieron la noticia el hospital en pleno se paralizó. Creo que hasta los quirófanos. Solo se oían voces de “imposible, no puede ser” y muchos llantos.
Fausto Canel (Miami)
Salía con Laura Yussem del ascensor en el quinto piso del ICAIC, a eso de las 7 de la noche, camino de la sala de proyección donde estaba previsto ver “ Vivre sa vie”, de Jean Luc Godard... Fue entonces que alguien nos lo informó... No recuerdo si se suspendió la proyección o no... Creo que no...

Guido G. del Valle.(España)
Yo estaba en la Isla, metido de lleno en sacar adelante el grupo Danza Contemporánea que las UMAP se llevó por delante en el 65. A mi alrededor saltaron muchas opiniones sobre la posible mano castrista en el asunto, pero yo, a pesar de saber la calaña de estos hermanos, siempre creí que era una cuestión interna de los USA o  bien relacionada con la mafia y el gansterismo. Todavía hoy sigue habiendo puntos oscuros en el asunto.

Alfredo Brito. (España)
Querida Yolanda, lo único que recuerdo es que estaba en La Habana y mi impresión fue de estupor.


Inés (Argentina)
Hola Yolanda, estaba caminando por la Av. Santa Fe en buenos aires, creo que buscando comprar un par de zapatos,  y fue una impresión enorme. Como toda la gente de los alrededores, quede pasmada, helada y alelada.




Estos son los recuerdos que algunos de mis amigos guardan de ese momento histórico. Un crimen tan sumido en los ardides políticos que jamás será totalmente aclarado. Me temo.


NECROLÓGICA:


Juan Luis Galiardo

Ayer, día 22 de Junio falleció en Madrid un estupendo actor: Juan Luis Galiardo. Nuestra coincidencia en varios trabajos, a lo largo de 40 años de profesión, me dieron la oportunidad de conocerle personal y profesionalmente y en ambos campos era un ser muy especial. Su sentido del humor, ácido y agresivo, su poderoso físico hicieron de él una persona y un actor de gran fuerza. En el año 2007 interpretó a Fidel Castro en el film de A. González Padilla “I Love Miami”, (Dios o el demonio). Uno de sus trabajos más señalados fue en la película “El Caballero Don Quijote”, donde hizo una muy personal interpretación del Hidalgo Caballero. Su lucha contra el cáncer ha finalizado. Descansa en paz, amigo.



Próximo capítulo. Al fin años de bienes.


martes, 12 de junio de 2012

Instantánea 33 - Las vacas comienzan a engordar.



 “Tierra baja”, aquel drama rural catalán que representamos en Prometeo fue, para mí,  el mayor éxito que imaginarse pueda. No por el número de espectadores que asistieron, los cuales solían ser escasos aunque entregados en cuerpo y alma, no por las críticas que  nos lapidaron, tachando la obra de “absurdamente anodina  y totalmente desposeída del espíritu revolucionario que debe impregnar todo proyecto teatral”. Aquel fue para mí, repito,  el mayor éxito  puesto que me devolvió el sonido de mis pasos sobre el escenario, el eco de mi voz rebotando entre butacas y telones, la confirmación de que aún podía ejercer la magia de mentir con tanta sinceridad que nadie pudiera intuir la existencia de  la máscara tras la máscara, de la felicidad tras el desgarro, del miedo tras el arrojo. Es decir, me devolvió la condición de actriz.



Nadie interrumpió mis parlamentos con gritos de “¡contrarrevolucionaria!”, ni me esperó al terminar mis actuaciones para conducirme a las mazmorras del G2. En fin, nada de aquello con lo que había sido amenazada sucedió y eso a la vez que me producía  un tremendo alivio me llenaba de indignación. La sensación cada vez más firme de que había perdido, sin justificación alguna, dos años de mi vida me enfurecía. Solía pensar, y aún ahora lo hago, que solo en medio del surrealismo y el terror que reinaban en Cuba podía haberse dado un caso como el mío.
Programa Intermezzo.
Jorge Pais y Yolanda Farr

La cuestión es que gracias a los bien puestos atributos masculinos de Morín y de Mitjans, mi vida renacía.  De pronto me convertí en la mascota de Morín y en la carta de ajuste del programa músico-cultural de televisión Intermezzo que dirigía Mitjans. En él canté desde boleros hasta fragmentos de operetas, me acompañé al piano canciones internacionales, interpreté  dúos con Jorge Pais, Armando Pico, con José LeMatt, recité hermosos poemas de amor junto a mis queridos “parnasianos” Roberto Cazorla y Carilda Oliver Labra… Sí, cada miércoles salía al aire, en el más riguroso directo, uno de aquellos programas que con tanta sensibilidad creaba su director. Y ya que menciono lo del “riguroso directo” os voy a relatar una anécdota que, aunque divertida de recordar, no lo fue en absoluto de vivir.

Mi madre y mi tía, entusiasmadas con mi resurgimiento personal y artístico, me confeccionaban para cada programa un traje distinto. No sé cómo se las arreglaban, teniendo en cuenta las carestías de todo tipo que sufría Cuba. Parece ser que adaptaban uno ya usado, logrando como por magia que pareciera otro,  o compraban a alguna clienta un trapito que tuviese en desuso convirtiéndolo, gracias al arte de sus manos, en un “modelito francés”.

Un día me hicieron un precioso vestido “strapless” o “palabra de honor”. La ausencia en el mercado de las “ballenas” necesarias para sostenerlo en su honesto sitio no supondría obstáculo, pues mis jóvenes senos ignoraban aún los problemas de la ley de gravedad. Para esta ocasión Mitjans me había colocado, a la manera de la Maja de Goya, tumbada en un sofá Luis XV desde el que entonaba  una canción.  En medio de mi actuación,  para mi desconcierto, noté  un "correcorre" de gentes y cámaras y un soterrado murmullo que salía de la penumbra del plató. En esas condiciones, a duras penas logré terminar  ese número que cerraba el programa.  Al escuchar el “estamos fuera”, indicador de que  ya no estabamos en el aire, observé que los cámaras, el sonidista y demás componentes del staff evitaban mirarme. Lo que no podían evitar era la sonrisita maliciosa que se dibujaba en sus rostros.


Programa Estampas de España. "El gran amor
de Becquer" con Humberto Diez.

Entonces, ¡horror! me di cuenta de que uno de mis senos se había escapado del escote y estaba insolentemente al descubierto. No exagero un ápice si digo que, en esos momentos, hubiese querido convertirme en una bibijagua para escabullirme de aquel plató del Canal Cuatro. Cualquier cosa menos ser la desvergonzada mujer que había yacido en el sofá, durante interminables minutos, mostrando a la teleaudiencia un trozo tan íntimo de su anatomía. Entonces apareció Mitjans y me aseguró que no debía preocuparme, que en el momento del “desliz”, la cámara estaba conmigo en un primer plano y que él se ocupó de mantenerla así durante toda la actuación. O sea que nadie, fuera del estudio, había sido testigo del percance. 
Sala Prometeo. Antígona

En la faceta teatral, tras terminar Tierra Baja,  Morín me dio la oportunidad de interpretar a un torturado pero “corajudo” personaje, Antígona, en la versión de Jean Cocteau.  Esta vez tuvimos  buenas críticas, sobre todo la de Alejo Beltrán, al que siempre hube de agradecer palabras de estímulo y apoyo. Tanto él como Montes Huidobro hacían esas “críticas constructivas”   que tanto se agradecían.

Sala Prometeo. La Endemoniada.
Carlos de León, Yolanda Farr y Roberto Cabrera

Después, para mi absoluto disfrute, Morín puso en mis manos ese “bombón” con el que todo interprete sueña, el papel de La Mujer en la obra de Carl Schoenherr La endemoniada. Se trataba de un intenso melodrama austriaco, erótico y brutal, que daba la oportunidad a sus tres protagonistas, La Mujer (Yolanda Farr), El Marido, (Carlos de León) y El Gendarme (Roberto Cabrera), de recorrer toda la escala de los sentimientos más violentos y primitivos. Una de las críticas, en este caso de mi admirado Virgilio Piñera, extensa y pormenorizada, comenzaba con este título; “Morín sigue teniendo demonio, y elogiaba el trabajo del director, la maestría de Schoenherr y la excelente labor de los actores. Morín, sacando del fondo de su talega las mejores monedas de su taumaturgia, supo extraer de la pieza, y de nosotros, los actores, todo el jugo. Este trabajo me valió ser elegida la mejor actriz del año 1963.

Entonces llegó el Festival de Música Popular en el Teatro Amadeo Roldán la dirección del cual, para mi fortuna, encargaron también a Francisco Morín. Se escogió  para la ocasión reponer dos piezas del teatro bufo-cubano que habían sido estrenadas en las primeras décadas de 1900  y en el famoso Teatro Alhambra. Estas eran La casita criolla y La Isla de las cotorras, ambas con amplísimos repartos en los cuales yo participaba con papeles muy lucidos, la Caña de Azucar en La Casita…y La Abeja Reina en La Isla…Gladys Puig, Celeste Mendoza, Armando Pico,  Idalberto Delgado, Carlos Badías, Reinaldo Miravalles y María de los Ángeles Santana eran solamente algunas de las figuras que componían los lujosos repartos.

El crítico Calvert Casey resaltó mi trabajo en La isla de las cotorras con una "mención aparte" y con la afirmación de que mi Abeja Reina era uno de los números más conseguidos.
José Urfé

Y fue durante los ensayos musicales de estas obras que conocí a quién  se iba a convertir en uno de mis mejores amigos: José Urfé. Él llevaba la parte musical del espectáculo y, como siempre me sucedía con los músicos, el hecho de que habláramos el mismo idioma de arpegios, sostenidos y bemoles, hizo que nos sintiéramos, desde el primer ensayo, identificados. Pero con Urfé la cosa iría mucho más lejos. José escribía hermosas y difíciles corales polifónicas a las que yo me dediqué a poner letra durante años. Así ganamos varios premios nacionales y el prestigioso Concurso de Canciones Polifónicas de Karlovy Vary. Nuestra relación se volvió tan personal y afectuosa que, años más tarde,estando yo ya en España, él solía mandarme nuevas partituras suyas. “Galleguita” me decía, “nunca encontraré alguien que sepa plasmar mis sentimientos como lo haces tú.  Para siempre serás mi letrista”. Una vez fuera de Cuba seguimos comunicándonos con asiduidad  así que, cuando sus cartas dejaron de llegar, supe que solo la muerte podía haber roto el hermoso hilo de nuestra amistad.

Recital de canciones en el Ateneo.
José Urfé y Yolanda Farr

Aprovecho este capítulo para rendirle un homenaje a este gran músico y amigo que siempre estará en mi corazón. José Urfé.








Próximo capítulo. Un caso muy misterioso