sábado, 27 de julio de 2013

Instantánea 86 - Los Festivales de España.



Foto Jesús Alcánta
En España muchos parques y lugares históricos se transforman, durante la temporada de verano, en teatros al aire libre . Durante el año 79, en el cual también se desarrolla esta parte de mi narración,  existían  aquellas giras llamadas Festivales de España las cuales, a precios módicos, permitían disfrutar de grandes montajes, tanto de clásicos como de autores contemporáneos, a los habitantes de ciudades y pueblos del interior.  Además, y muy importante,  ofrecían trabajo al gremio teatral  en unos meses en los que, tanto la producción televisiva como la escénica, casi desaparecía en un Madrid “cerrado por vacaciones”.


Manuel Fraga Iribarne
El auge de estos Festivales fue durante la década de los 60 y los 70, gracias al empuje de un hombre que en esos momentos era Ministro de Información y Turismo: Manuel Fraga Iribarne. Aunque famoso por haber creado y promocionado los populares Paradores de Turismo, era también un reconocido aficionado al teatro.

Personaje controvertido dentro de la política,   por unos visto como una promesa de aperturismo y por otros como un gallego derechista y despótico. Lo cierto es que fue un hombre fiel a sus ideas hasta la hora de su muerte, acaecida en 2013.  Se cuentan de él mil historias, por ejemplo que, gallego hasta la médula, era capaz de recitar de memoria los nombres de cada caserío, villorrio, pueblo o ciudad de Galicia. Sin duda fue un político adelantado a su época que poseía un talento especial para las relaciones públicas.  Será por siempre recordada su forma de enfrentarse a un peligroso suceso acaecido en 1966. 

Dos aviones americanos, un B-52, portador de cuatro bombas de hidrógeno, y un avión de aprovisionamiento KC-135, chocaban sobre la provincia de  Almería cayendo los artefactos sobre territorio español.  Tres de ellos fueron a dar a tierra y uno  se hundió en las aguas de Palomares.  A pesar de que las bombas caídas en  tierra firme fueron inmediatamente recuperadas por el ejército norteamericano y de que ambos gobiernos, americano y español, aseguraban que no había surgido ninguna fuga radiactiva, (información que ahora se sabe fue falsa) aquello provocó el natural espanto en la población. Sobre todo entre los habitantes de Palomares, ya que la bomba caída en el mar cercano no se lograba localizar.


Saliendo de las aguas de Palomares

La reacción de Fraga fue organizar una gran campaña informativa en la cual se le veía, junto al embajador norteamericano, bañándose    en esa playa  con el propósito de demostrar al pueblo que aquello no conllevaba ningún peligro.  (Esa cuarta bomba tardó muchos días en ser recuperada).

Todo esto que he contado sucedió durante la dictadura de Francisco Franco. Tras la muerte del "generalísimo" Fraga fue nombrado vicepresidente y Ministro de Gobernación por Carlos Arias Navarro, el primer presidente de gobierno bajo el reinado de Juan Carlos I.

Durante su mandato en ese Ministerio ocurrieron varias cosas que debilitaron su imagen de reformista y hombre de centro. Entre ellas los sucesos de Vitoria, donde la policía armada mató a cinco obreros e hirió a otras cien personas; también  su radical negativa a permitir que los trabajadores se manifestasen el Primero de Mayo de 1975.


Con posterioridad, en el 76,  fundó el partido Alianza Popular al que definió con estas palabras; “este partido pretende  que una gran parte de las fuerzas conservadoras del país formen un grupo que acepte las reglas democráticas y del sufragio". Y en el 78 fue uno de los colaboradores en la redacción de la Constitución Española, es decir uno de los “padres de la constitución”.

Como he dicho, un personaje controvertido al que no se le puede negar su preponderancia en el mundo político y su buena disposición para con el mundo de las artes.

 Y ahora os voy a contar cómo y porqué, un día de abril de aquel año 79, poco después de los “funerales” por Asesinato entre amigos, la muerte intentó hacerse conmigo.

Jesús había dado por terminada su etapa de  Milán, esos meses que pasó pintando bajo el mecenazgo de Doménico Rainieri. (Ver Instantánea 84). Gracias a Dios aquella noche el me acompañaba.  Habíamos ido al cine, como siempre que teníamos tiempo y oportunidad. A la salida un fuerte cólico me atacó de repente pero, ya que el estómago había sido desde la adolescencia mi punto flaco, en un principio no le hicimos mucho caso. El problema era que el dolor no se calmaba. Muy por el contrario se iba intensificando hasta llegar a convertirse en algo insoportable. Entonces decidimos ir a urgencias. Me realizaron un análisis de sangre que salió normal y, supongo que teniendo en cuenta mis antecedentes clínicos, no me hicieron más caso. Me diagnosticaron un cólico por ingestión de algún alimento en mal estado, me mandaron tomar un fuerte calmante, Nolotyl, y me enviaron a casa. Ante el asombro de Jesús no obedecí aquella indicación. Puesto que  el  dolor que sentía no se parecía en nada a los experimentados con anterioridad,   quería seguir su evolución. Por lo cual pasé una noche que no deseo ni a mi peor enemigo.

Jesús y yo celebrando
su vuelta de Italia
Al llegar la mañana llamé a mi médico de familia, como por entonces se le decía a aquel entrañable médico de cabecera que todos hemos conocido, ese que era doctor,  psiquiatra y hasta muchas veces adivino. Cuando le conté por teléfono mis síntomas, "don Carlos", pues ese era el nombre del muy bendito, me dijo que volviese de inmediato a urgencias y que no me moviese de allí hasta que me hicieran caso pues lo que yo tenía era un ataque de apendicitis. Así lo hicimos y en el nuevo análisis de sangre ya mis leucocitos se habían disparado a cifras astronómicas y en consecuencia fui ingresada con el fin de operarme  de urgencia. Cuando vinieron a prepararme para entrar en quirófano, el joven enfermero me preguntó con una amplia sonrisa. “¿tú no eres Yolanda Farr, la artista? Pues díselo al doctor Rodríguez Requena, el cirujano que te va a operar. Él tratará tu precioso cuerpo con mucha delicadeza". Maldito lo que a mí me importaba en esos momentos el tamaño de la herida. Yo tan solo quería salir de aquel sufrimiento.

A pesar de estar drogada a base de calmantes insistí en que me dejarán bajar al quirófano por mis propios pies y así poder entrar en él erguida y decidida, como los cristianos penetraban en la arena del circo romano, dispuesta a enfrentarme a los leones, a los bisturís o a lo que se terciara. Se me concedió el capricho y andando fui hasta la aterradora mesa de operaciones. Eso sí, sostenida por mi amable enfermero. Lo último que recuerdo, tras sentir como por la vía que me habían puesto en el brazo entraba un líquido caliente, fue una voz que decía. “Oye, Requena, es Yolanda Farr, la artista, esmérate con ella”. Luego vino una oscuridad acogedora, tan solo rota por otra voz que repetía mi nombre y por la paulatina consciencia de un brumoso rostro desconocido al que bordeaba una luz mortecina. 

 A la mañana siguiente todo había pasado. El cirujano me contó que la operación había salido bien, a pesar de lo dificultoso de extraer un apéndice que estaba necrosado y escondido tras un riñón. Luego dijo  que estaba viva por milagro. La septicemia había estado a la distancia de minutos.

 Veinticuatro horas más tarde daba mi primer paseo por los pasillos de la clínica y a los tres días dejaba esa habitación llena de las flores que mis amigos me habían llevado.  A modo de epílogo: don Carlos y el doctor Rodríguez Requena me salvaron la vida. 

Y menos de un mes después, en plena convalecencia,  estaba ya ensayando para esos Festivales de España  que me someterían a un auténtico tour de force.



Antonio Díaz Merat, ese muchacho que en el año 1968   era ayudante de dirección de Tamayo y que, como tal, me recibiera en el teatro Bellas Artes para mi primera y fallida audición en España, (ver Instantáneas 51 y 52),  no siendo ya tan muchacho, se había convertido en director de prestigio y me ofreció protagonizar tres obras de Alfonso Paso con los actores Fernando Delgado, José María Guillén, Carmen Robles y Luis Rojo. Como ya sabéis, acepté. No sabía yo en lo que me estaba metiendo.

Aunque he calificado los Festivales como malévolos, la realidad es que tuvieron una parte hermosa. A excepción de en algunos teatros mal conservados o desangelados polideportivos, la mayoría de las representaciones se hacían al aire libre, en ferias, en las ruinas de teatros romanos o en los patios de derruidos castillos donde el público se sentaba sobre rocas o en asientos que se traían de sus casas. Era sorprendente verlos entrar al recinto cargados con sillas, mantas y cojines.

Estos lugares solían abarrotarse y la concurrencia era agradecida y atenta. Gracias a Dios, pues trabajar en esas condiciones, con poquísima megafonía, cuando la había, y soportando, incluso en pleno estío, el aire más que fresquito de las noches castellanas, era muy duro. Recuerdo que en los intermedios o entre escena y escena, algún compañero me solía esperar para calmar la tiritera que me dominaba, provocada por Eolo y por la nula protección que me ofrecía mi inevitable vestuario veraniego.
El tratamiento entonces era un traguito de coñac,  golpecitos en la espalda y masajes en brazos y cuello. Así la sangre volvía a circular a temperatura normal.

 Esperando el comienzo en las ruinas de un castillo.  Escenario bajo un torreón.  Foto picada de los improvisados camerinos

En esos momentos comprendía la razón por la cual la mayoría de los asistentes acudían provistos de unas acogedoras mantas. Allí, bajo el fulgor de la luna,  podía vérseles compartiendo sobre sus regazos cobertores de todas clases. En otras ocasiones, como la vez que trabajamos en las ruinas del teatro romano de Sagunto, las emanaciones de aquellas antiquísimas  piedras y la belleza del  entorno, hacían olvidar las incomodidades. Aquel lugar no estaba aún remozado en su totalidad lo cual hacía más intensa la sensación de inmersión en el pasado. Pensar que en esas gradas, (caveas) se habían sentado, muchos siglos atrás, personas amantes del teatro, que sobre el escenario que pisábamos (scena frons) tal vez se habían representado, recién saliditas del horno, obras de Séneca, Plauto o Terencio, nos llenaba de emoción.

La peor parte de los Festivales era cuando tocaba trabajar en medio de un recinto ferial. Imaginad esta película; de fondo musical el vocerío de la multitud, el ruido de los carricoches, la pachanguera  música que brotaba de los altavoces y en imagen, una tarima levantada aquella misma mañana en una esquina  sobre la cual los actores, con unos gritos que frustraban cualquier esfuerzo por realizar un buen trabajo, intentaban  hacerse oír. Las funciones debían comenzar una vez oscurecido el día y terminar antes de las 12 P.M., hora de las brujas y de la acostumbrada andanada de tracas y cohetes.  Aquello sí que era deprimente y estresante.


Con Fernando Delgado y José María Guillén en ¿Conoce usted a su mujer?
Aunque llevábamos tres obras, El cielo dentro de casa, Vivir es formidable y ¿Conoce usted a su mujer?, esta última era la de más éxito y  por lo tanto la que más se representaba.   Me encantaba mi personaje, esa mujer de doble personalidad, Isabel-Acacia, que me ofrecía la oportunidad de mudar, en minutos, de la piel de una devota esposa a la de una peligrosa psicópata.

Mis compañeros no podían ser más encantadores. Carmen Robles, que en otros tiempos había sido una primera actriz, no era mi madre sólo en escena. Había extendido ese papel a la vida cotidiana y juntas llevábamos la carga de los larguísimos viajes y las malas experiencias. Incluso llegamos a compartir varias veces esa habitación de hotel tan difícil de encontrar, en los días de fiestas, en ciudades y pueblos.

De izquierda a derecha Guillén, Fernando, Carmen Robles y yo en Vivir es formidable.
José María Guillén era un conocido galán joven y un chico lleno de vitalidad. Siendo tan pocos de compañía, el director y productor no alquiló un autocar para los viajes, así que solíamos hacerlo en los coches particulares de los miembros de la compañía.  Díaz Merat y Luis Rojas lo hacían en el de Fernando Delgado, los técnicos en el de Joaquín Martos, el regidor,  Carmen y yo íbamos en el de José María, al que todos llamábamos Chema, y entreteníamos las horas del tedioso desplazamiento jugando a las películas,  a los personajes o a las adivinanzas. Así el tiempo y los kilómetros se hacían más llevaderos.




En cuanto a Fernando Delgado, eso era harina de otro costal. Actor en aquellos días muy popular por su continuo trabajo en T.V.E., era un ser  poseedor de no se sabe qué misterioso poder que te forzaba  inevitablemente a quererle,  hiciese lo que hiciese. Y señalo esto pues, a veces, había motivos para arrearle más de un buen "cocotazo". Este hombre tenía la costumbre de gastar bromas en escena a sus compañeros, bromas ingeniosas en ocasiones pero otras sangrantes. Una de esas chanzas, según dicen bastante habitual en él, era colocarse de espaldas al público, frente a su interlocutor masculino y, con una extraordinaria habilidad para no ser visto por los espectadores, apretar con una mano los testículos de su víctima mientras esta intentaba hablar. Esta bromita era famosa entre los actores que habían trabajado con él. Otra de sus ocurrencias, que voy a narrar a continuación, estuvo a punto de buscarnos un gran problema.


Con Fernando en la escena del cuchillo de ¿Conoce usted a su mujer?
En los laterales de los escenarios  solía haber unas mangueras anti incendios, enrolladas y colgadas sin más en la pared, con el fin de que cualquiera tuviese fácil acceso a ellas en caso de necesidad. Una noche, durante una representación de ¿Conoce usted a su mujer? en el teatro de Torrelavega, Cantabria, en medio de una escena en la que yo, “poseída por mis demonios” le atacaba con un cuchillo, Fernando abandonó el escenario durante unos segundos pero tan solo  para volver con una de dichas mangueras y arrearme un corto pero efectivo “manguerazo” que me dejó empapada. El público quedó encantado, el escenario hecho un asco y yo hube de hacer el resto de la función furiosa y mojada de pies a cabeza. Por supuesto el empresario del teatro montó en cólera pero, a los cinco minutos, tanto él como yo, estábamos de nuevo conquistados por el encanto de Fernando y riéndole las gracias. Desde luego no era normal su poder para embrujar a la gente. De todas las personas que soportaron sus a veces pesadas bromas,  a ninguna he oído hablar mal de él. Fernando Delgado era un gran actor y un individuo encantador, pero en extremo peligroso en escena.

El fin de aquel verano del 79 fue para mi   el de los Festivales de España.

Necrológica.

Myriam Acevedo
El día 23 de julio murió en Roma, Myriam Acevedo, actriz cubana de grato recuerdo para mí y para la mayoría de los habitantes de aquella rutilante ciudad de La Habana de los años 50 y 60. La admiré como la protagonista de Las Criadas, de Genet, de La ramera respetuosa, de Sartre y de La madre, de Gorki, pero nuestra relación se estrechó durante los ensayos de La noche de los asesinos, de PepeTriana, esa obra cuyo proceso de creación pude seguir, desde las primeras notas del autor, gracias a mi amistad con esa familia de artistas. Todos trabajos magníficos de Myriam, pero que, en mi opinión, quedaron eclipsados por su imagen existencialista, banqueta y ropa negra, mientras entonaba, con voz grave y sensual,  su inimitable versión de La Macorina en el pub El Gato Tuerto. Y con esa maravillosa visión de la Acevedo me quedo para despedir su presencia física en este mundo. Su recuerdo pervivirá siempre en la memoria y el corazón de todos los que disfrutamos de su trabajo o de su amistad.

Próximo capítulo. La Farr, ¿transexual?

sábado, 20 de julio de 2013

Instantánea 85 - Homenaje a Analía Gadé



Analía Gadé

En  este capítulo  quiero hablaros sobre todo de cuando conocí a María Esther Gorostiza, hermosa mujer y ser humano admirable. Aunque tal vez debo empezar diciendo que  me refiero a Analía Gadé.

Analía Gadé
Nacida en Córdoba, Argentina, en octubre del año 1931, siendo una adolescente   ganó un concurso de belleza. En mi opinión podía haber ganado todos los certámenes a los que se presentara. Tal es su belleza. Poseída por el duende de la farándula, años más tarde contrajo matrimonio con un conocido actor de aquel país, Juan Carlos Torry y juntos formaron una exitosa compañía teatral. Por fortuna para  los españoles el matrimonio no duró mucho y Analía, huyendo de malos recuerdos, decidió venirse a una “madre patria” que la recibió con los brazos abiertos, situándola desde el principio en el lugar privilegiado que se merecía gracias a su físico maravilloso, su simpatía y su buen hacer. Aquí se unió sentimentalmente a otro actor reconocido y admirado en aquel entonces y hasta la hora de su muerte, acaecida  en noviembre del 2007: Fernando Fernán Gómez. Tampoco esa pareja duró mucho. Yo creo que Analía era demasiada mujer para que un hombre pudiera evitar convertirse a su lado  en algo más que el “marido de…” Y ya se sabe lo mal que los señores aceptan esa condición. Sería agotador intentar enumerar su filmografía ni sus trabajos teatrales. Además, ese no es mi propósito. Lo que deseo es hablaros de aquel Asesinato entre amigos y de mi inmejorable relación con la famosa y hermosísima Analía Gadé.

Ella era la protagonista de la obra y yo la antagonista. El galán era un Ramiro Oliveros del que no tengo mucho que contar  porque su trato fue siempre distante y al mes de estrenar dejó la compañía. Algo nada lamentable,  pues entró a sustituirle un ser encantador, famoso por haber hecho para la televisión una serie sobre la novela El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. Tal fue la aceptación del programa que el pobre se quejaba de que, a consecuencia de aquello, le colgaran para siempre el apodo de “el conde”. Se trata de José Martín, un caballero, un hombre culto donde los haya, una “rara avis” en el ambiente teatral.

Pepe Lara, un apuesto y joven actor malagueño, ex compañero en mi debut madrileño del año 1970 con El Escaloncito, (ver Instantánea 66), y amigo íntimo desde antes de que Jesús y yo donáramos sangre para una operación que hubieron de practicarle a corazón abierto, formaba parte del elenco, junto con el  genérico Alberto Fernández.

También en el reparto  estaba Paco Marsó, al que conocía desde la época del restaurante-espectáculo La Fontana. (Ver Instantánea 74).Todo un personaje, Paquito. Para comenzar diré que aquel soltero y mujeriego empedernido que yo había conocido tiempo atrás, en el momento en que compartíamos escena en Asesinato… era ya un hombre casado nada más y nada menos que con la gran Concha Velasco.
Concha Velasco y Paco Marsó
en Las Arrecogidas....

Según Paco contaba ambos se habían conocido en  el año 77 durante los ensayos y posterior puesta en escena de Las arrecogidas del beaterío de Santa María la Egipciana, de José Martín Descalzo, resultando de inmediato víctimas del fulminante flechazo de Cupido. Concha por aquellos días estaba soltera y embarazada y guardaba,  aun guarda, la identidad del padre de su hijo en  secreto. Un secreto que no lo es para algunas personas de la profesión. Pero cómo ni por asomo deseo levantar públicamente un velo tendido con tanto ahínco, ella sabrá por qué, su nombre no será revelado por mí. La cuestión es que a la pareja le vino de perlas el mencionado flechazo; Concha consiguió un cariñoso padre para su hijo y Paco un prestigio que se convertiría en fortuna cuando, poco más adelante, fuese  el eficaz mánager de la estrella.  

Pero regreso a las representaciones de Asesinato entre amigos.

Analía, Marsó y yo en
Asesinato entre amigos


Aquella obra, destinada en apariencia a ser el gran éxito teatral de 1979, por uno de esos insondables misterios teatrales, no lo fue. El texto era divertido, el final impactante, la dirección de Catena irreprochable, el decorado suntuoso, los actores estaban brillantes en sus papeles, pero de alguna manera el producto, a pesar de las estupendas críticas,  no interesó al público. En cuanto a Analía, no podía estar más hermosa y acertada en su interpretación. Desde los ensayos supe que nuestra relación sería inmejorable.

A pesar de ser una gran estrella se ofreció para asesorarme en el vestuario y para enseñarme truquitos de maquillaje que nadie como ella y Sara Montiel dominaban en este país. Durante  las representaciones, mientras compartíamos la escena,  intentaba en todo lo posible permanecer desapercibida mientras yo sostenía mis diálogos, es decir que procuraba no atraer  la atención del público, algo que ni remotamente los divos y los  pretendientes a serlo están dispuestos a hacer.

Era tal su dominio de la escena que, siendo yo testigo,  dejó esta anécdota para los anales del teatro.


De izquierda a derecha Analía, Alberto Fernández, yo, Ramiro Oliveros y Pepe Lara
Sucedió casi al final de la obra, en un momento en que su personaje debía disparar contra el mío. Es sabido que el sonido de los disparos se simula haciendo chocar dos tablas en medio de las cuales se ha colocado un detonador y que el regidor, entre cajas, es el encargado de sincronizar el sonido con la acción del actor. Pues bien, la noche del estreno, en la escena en que  ella alzaba su `pistola contra mí mientras decía  “y por eso, te mato” ningún sonido acompañó a su movimiento de apretar el gatillo. La situación no podía ser más tensa e inoportuna. Aquel era el momento crucial de la trama. Su primera reacción fue repetir la frase y el movimiento, pensando que el regidor había tenido un despiste, pero con el mismo resultado: el silencio. Entonces, en un arranque de espontaneidad y sin perder su personaje dijo, “pum, pum, y por eso TE MATÉ”. En ese momento yo me desplomé, según estaba marcado,  al tiempo que intentaba contener la risa. Mientras  del patio de butacas subía una clamorosa ola de bravos y aplausos. Así reacciona ante un imprevisto una verdadera actriz. Y así se lo agradece su público. Más tarde supimos que el detonador se había humedecido impidiendo su detonación.


Analía, yo y Marsó
Asesinato entre amigos tan solo tuvo una duración en cartel de tres meses, y eso gracias a que nuestra fe en la función nos hizo bajarnos nosotros mismos los sueldos, atendiendo a la sugerencia del productor, Julio Kaufmann. Pero lo único que conseguimos fue alargar un poco la agonía. A finales de abril la compañía se disolvía con infinita tristeza general y con la confirmación de que al público no había quién lo entendiera. RIP Asesinato entre amigos.

Muchos años más tarde, en 1999, Analía sufriría un infarto cerebral que, aunque no le dejó secuelas físicas, sí mermó algo sus facultades. Aún así, poco después, volvió a la escena interpretando, en el teatro Albéniz, Las mujeres sabias, de Moliere. Cuando la visité en su camerino se arrojó a mis brazos al tiempo que me confesaba las dificultades que había tenido para volver a memorizar el texto de esa obra que ya había protagonizado, unos años atrás, en el teatro Nuevo Apolo. También me contó que llevaba tiempo trabajando pertinazmente con una logopeda pues temía que su vocalización hubiese perdido fluidez. No era así. Su belleza y su dicción seguían siendo perfectas y estoy segura de que el público nunca pudo  adivinar sus esfuerzos . He aquí un ejemplo de lo que un espíritu fuerte y una férrea devoción pueden conseguir.


Escena de Las mujeres sabias. Año 1984
De izquierda a derecha Alfonso del Real, Analía Gadé. Amparo Baró y Laly Soldevilla
Foto Jesús Alcántara
Analía continuó algún tiempo sobre el escenario, siendo una de las últimas obras que interpretó El dulce pájaro de la juventud, de Tennesse Williams. Con tanta profundidad había horadado su alma el gusanillo del teatro que consideraba  la vida, fuera de las tablas, como algo sin sentido. Por desgracia sufrió un nuevo accidente vascular y, aunque esta vez se trató tan solo de un micro infarto, sin duda aquello hizo brotar en ella tantas dudas e inseguridades que ese anélido que la devoraba desde la adolescencia resultó definitivamente noqueado.

Analía, yo y el periodista Jesús María Amilibia, otra gran persona y amigo. 

Hace ya años que Analía Gadé se vio  forzada a retirarse de las tablas. A pesar de esto sigue manifestando su afición con una continua asistencia a los estrenos, y su bondadoso carácter con  visitas y felicitaciones a los actores en sus camerinos. Esa mujer es un ejemplo de que la belleza interior y la exterior pueden convivir dentro del mismo cuerpo.

En el próximo capítulo os contaré, entre otras cosas, como unos meses después de terminar Asesinato entre amigos sufriría en mis carnes, durante meses, el "malévolo invento" de Los Festivales de España.

Próximo capítulo. Los Festivales de España




















































 

sábado, 13 de julio de 2013

Instantanea 84 - Un año de gloria


Foto Jesús Alcántara
Fue un regreso triunfal. El Music-Hall Topless me abrió de nuevo sus puertas con entusiasmo. Jordi y mis compañeros celebraron mi regreso con una gran tarta, besos y hasta alguna que otra lagrimita de emoción. Los medios de comunicación publicaron la noticia afirmando “ha vuelto el alma del Music-Hall”. Los nuevos números montados hacían que mi protagonismo fuese aún mayor.

Mi fiesta de bienvenida
Ya que los franceses Jean Marie Riviere, Jean Françoise, Pascal, Ingrid y Didier, los verdaderos creadores del espectáculo, habían vuelto a su patria con la intención de no interrumpir por demasiado tiempo su carrera allí, a mi cargo quedó la coreografía de algunos nuevos cuadros . En uno de ellos interpretaba con tanta eficacia a un chulo parisino, Richie, que cuando me despojaba de la peluca y de buena parte del vestuario masculino, mostrando al público por un instante, y entre una protectora nube de humo,  esa inequívoca constancia de mi sexo que son los senos, el público reaccionaba  con una andanada de aplausos. “¡Pero si es la Farr!”

Hacía tiempo  que el pudor de mostrar mi cuerpo se había esfumado en aras del consabido, “por exigencias del guión” y, sobre todo, en este caso por el buen gusto con que el espectáculo estaba creado. La plástica era de tal sutileza y el público tan respetuoso que uno sentía el desnudo como algo natural. Lo curioso es que en la vida diaria la vergüenza reaparecía. Más apuro sentía ante una revisión médica, por ejemplo, que mostrándome “casi en cueros” en el escenario y frente una audiencia de doscientas  personas.

Al fin volvía a sentirme en lo mío, aprovechando al máximo y fusionando los conocimientos a cuyo estudio había sacrificado mi adolescencia allá en Cuba; el ballet, el canto y la actuación.

Casi un año duró esta segunda etapa de glorias, pero una mañana se me conminó telefónicamente para que fuese de inmediato al Music-Hall ya que algo terrible había pasado. ¡Y vaya si era terrible! Durante la noche un incendio se había cebado con el local. Al llegar al lugar los bomberos ya se habían ido pero un nauseabundo olor lo inundaba todo. El ambigú,  donde se iniciase el fuego,  estaba irreconocible. Las llamas, llegando hasta la sala, habían dejado bastantes mesas y sillas convertidas en chicharrones.


Aunque por milagro el fuego respetó el escenario y la zona de los camerinos, el humo había teñido de luto esos espacios que fuesen todo esplendor y alegría. La visión de tamaño desastre rompía el corazón. Jordi y sus socios estaban allí desde la madrugada, observando el proceso de la extinción con caras contritas. Poco a poco fueron llegando los artistas, y aquella luctuosa reunión se convirtió en un funeral que duró todo el día, llenando el viciado aire de incontenibles  llantos y gemidos. Sin duda,  más que la pérdida del trabajo, lo que nos destrozaba era pensar en el tiempo, el sudor y los aplausos de los que aquellas paredes, ahora llagadas y doloridas,  habían sido testigos.

El número Vien en el Music-Hall
Foto Jesús Alcántara
Nunca se supo el origen del incendio, pero teniendo en cuenta la pertenencia, tiempo atrás,  de los socios del local al grupo terrorista OAS, la versión de un sabotaje era la más plausible. Seguramente la muerte del  Franco había debilitado  la protección gubernamental de  la que disfrutaran los pied noires exiliados. (Ver Instantánea 79). Llegó también a correrse el malévolo rumor de que aquello había sido provocado por los mismos dueños del local. Pero, siendo yo testigo privilegiado del amor y dedicación de Jordi hacia el  Music-Hall, estoy dispuesta a jurar que esa es una suposición absurda donde las haya.  Por supuesto aquello dictaminó el final de Topless. Una hermosa época de mi vida llegaba a su fin. 


Con mami y Bobby
Así que durante el  tiempo de asueto que vino después de la desgracia, dediqué todas las horas de mis días a mi casa, a mi Jesús y a mis amigos. 

Me ocupé de llevar a mi madre a espectáculos y a esos paseos por el campo, acompañados por nuestro Fox Terrier Bobby,  que tanto le gustaban. A partir de la muerte de mi padre, Jesús y yo llegamos al acuerdo de que ella viniese a vivir con nosotros. Tan destrozada como quedó y no habiendo estado jamás sola, nos pareció que permanecer en una casa carente de sus dos eternos amores la aniquilaría.  Sin su hermana Jenny y sin su adorado Arsenio su existencia tenía visos de convertirse en un infierno, así que desde 1975, año de la triste defunción de mi padre, compartía con nosotros nuestro hogar.

Fue maravillosa la actitud de Jesús al respecto. A pesar de la inevitable falta de intimidad que eso significaba, llevó siempre su presencia con una resignación que llegaba a parecerse mucho a la  alegría. 
Pero un día de aquel otoño del 78 surgió en la vida de Jesús una persona que iba a dar un gran empujón a su trabajo como pintor, al tiempo que provocaría nuestra primera larga separación.

Doménico Rainieri era todo un personaje. Italiano de pura cepa, coincidir con él en algún lugar era sumergirse en un mundo de voceríos y ampulosa gesticulación, tarantelas y pizzicatos que resultaba divertidísimo. Como además de ser  representación fidedigna de la más alegre cara de Italia era un conocido marchante de arte, quedó prendado del estilo pictórico de Jesús y se lo llevó a Milán para participar en el Incontro con L'arte  di Oggi e di Domani en Erba.



Al observar la buena acogida de su obra, Doménico le invitó a quedarse en Italia durante unos meses bajo su mecenazgo y pintar en exclusiva para él, con la promesa de colocar todos los cuadros que realizara. Y así fue cómo y  por qué  mi querido Jesús y yo hubimos de pasar cinco meses lejos el uno del otro.

Con Jesús en Venecia
Un día de noviembre, aprovechando mi falta de trabajo  e invitada por Doménico, quien resultó un espléndido anfitrión,  tomé un avión hacia Milán. ¡Tan solo un mes llevábamos separados y la ausencia se nos hacía insoportable! Por desgracia menos de una semana pude permanecer allí. La presión de saber a mi madre sola y una oferta de trabajo para principios del año siguiente condicionaron el tiempo de mi estancia en ese país maravilloso y el disfrute de aquella improvisada “luna de miel”. Pero declaro con solemnidad que disfruté de cada minuto. Sexual y turísticamente. Pude visitar el Lago di Como, Florencia, con su piazza della Signora o il duomo di Santa María dil Fiore,  Portofino, tan hermoso y colorido que parecía sacado de  un cuadro de algún pintor fauvista, Génova y Venecia, la increíble y tan cinematográfica ciudad de los canales.  A mi regreso a Madrid quedé con la miel en una boca ni  remotamente saciada de los besos de mi amor y con unos ojos hambrientos de más belleza italiana.

Aquellas navidades de 1978 fueron mucho menos solitarias de lo que me había temido, pues los diarios ensayos de Asesinato entre amigos a los que asistía, lograron que las fechas pasaran con bastante fluidez.

Asesinato entre amigos. De izquierda a derecha Yolanda Farr, Ramiro Oliveros, Paco Marsó y Analía Gadé

La pieza, escrita por Bob Barry, prometía ser el éxito de la temporada. Una obra entre thriller y comedia, con un final sorprendente y sensacionalista, tenía todos los ingredientes para conseguirlo. Eso sin contar con el impresionante reparto; Analía Gadé, Ramiro Oliveros, Pepe Martín, Yolanda Farr,  Paco Marsó, Pepe Lara y Alberto Fernández. Los ensayos, bajo la dirección de mi admirado Víctor A. Catena,  que comenzaron en el mes de diciembre con un magnífico ambiente entre compañeros, finalizarían  en febrero de 1979, fecha fijada para el estreno.
Asesinato entre amigos. 

Es decir que, aunque  sin Jesús a mi lado pero con el paliativo para mi tristeza de saberle en buena compañía y trabajando en su futuro como pintor,  el nuevo año se presentaba ante mis ojos con  una inmejorable pinta.

Adolfo Suárez

PD. En 1976, Adolfo Suárez  había enviado a las Cortes el proyecto de ley para la Reforma Política, el cual, al ser aceptado, abrió las puertas para la creación de un sistema democrático-constitucional. La nueva Constitución Española fue aprobada por las Cortes el 31 de octubre del 78 y ratificada por referéndum el 6 de diciembre de ese mismo año. España era ahora una Monarquía Parlamentaria. Entre los avances más señalados estaba que las elecciones por sufragio universal de los representantes del pueblo en las Cortes estaban permitidas.
Y esas primeras elecciones tras la llamada Transición Española se celebraron en 1979, siendo elegido presidente Adolfo Suárez, personaje fundamental en los cambios políticos de esos momentos pero al que, para asombro de muchos, aún no se han reconocido sus justos valores. 




Próximo capítulo. Homenaje a Analía Gadé.

sábado, 6 de julio de 2013

Instantánea 83 - Adioses, bienvenidas y en el medio, ¡uffff!


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Foto Jesús Alcántara
Arturo Fernández, Ventura Oller y yo en
Una percha para colgar el amor

Durante mi permanencia en la obra de teatro Una percha para colgar el amor, Arturo Fernández resultó ser una persona de trato agradable en la vida cotidiana pero un compañero de escena muchas veces insoportable. Tenía algunas costumbres que atacaban los nervios de los que con él trabajaban. Por ejemplo en plena actuación, volviéndose de espaldas al público y hablando entre dientes, daba indicaciones y a veces regañaba a los actores por los motivos más peregrinos; el pantalón no estaba  planchado con esmero, el nudo de la corbata estaba chapuceramente hecho, la melena no lucía bien peinada…Aunque no lo creáis  esto lo hacía a menudo.

Yo nunca recibí una de esas regañinas pero sí me tocó a menudo ser testigo. Lo cual ya era  harto desagradable. Otras  veces, durante una escena, su mirada se perdía hacia un punto fijo del decorado, es decir que mientras uno intentaba hablarle,  Arturo se ausentaba de tal manera que era como tener enfrente a un maniquí. En esos casos, en su próximo mutis, se podía escuchar la bronca que les estaba echando, entre cajas, al regidor o al utilero. Les reprochaba, por ejemplo, que en los listones de cobre que bordeaban la puerta del decorado se vieran huellas de dedos o que en los grandes colmillos de elefante que adornaba el salón hubiese trazas de polvo.
Juan José Otegui, Arturo Fernández y yo en
Una percha para colgar el amor
Una percha para colgar el amor
Lo más irritante para mí era, durante aquel emocionante monólogo  en el cual le confesaba entre lágrimas mi amor y todas las miserias de mi vida, oírle "jalearme" con palabras como “¡eso es, chatina, hazles llorar, a por ellos, dales fuerte”. Aquello era capaz de desorientar al más pintado. Resignada ya a que Arturo hubiese convertido  su emotivo personaje  en otro de sus estereotipos, mi afán era solamente conservar inmaculado el espíritu del mío.

Pero las soporté con estoicismo. No era cuestión de jugarse seis meses de trabajo y,  tras aquel rapapolvo que me había dedicado, como relato en mi capítulo anterior, estaba claro que mi permanencia en la compañía dependía de mi sumisión y de que en escena “cruzara las piernas y sonriera, que eso nadie lo hacía como yo”. Ah, y que “me olvidara de Stanislavsky”.

Estábamos preparándonos para la función cuando, el 21 de diciembre de ese 1977, un pequeño grupo de actores entró en los camerinos conminándonos a secundar la huelga que, a partir de ese mismo día, habían convocado. Naturalmente nos sumamos y aquel día el teatro Beatriz no abrió sus puertas al público.

Albert Boadella
Todos  estábamos al tanto de que el catalán Albert Boadella, director del grupo teatral Els Joglars, había sido arrestado en Barcelona bajo la acusación de “injurias al ejército”, y que amenazaban  con someterle a un consejo de guerra. La razón era el contenido de su puesta en escena más reciente, La torna, una dura sátira del ejército y del despotismo. Esto  indignó a toda la profesión y se planeó una acción conjunta para hacer ver al gobierno la protesta unánime de los actores españoles por esa actitud tan en contra de la libertad de expresión. Una huelga.  Pero la inminencia de suspender las funciones ese mismo día nos encogió el corazón.

Aún estaba en vigor en España, la Ley de Orden Público, dictada durante el franquismo en julio de 1959, y en la cual  rezaba que serían castigados los que  participaran en,  "manifestaciones y reuniones públicas ilegales o  los que alteren la paz pública o la convivencia social”, estipulando en el artículo 28 que la facultad de las autoridades gubernativas iba desde las detenciones sin intervención de los órganos judiciales hasta la censura previa de los medios de información. Y suspender un espectáculo sin previo aviso era considerado alteración del orden público y, por lo tanto, un delito grave.  

Cartel de La Torna
Ahora haré un resumen de este importante hecho que tuvo lugar en medio de la incipiente transición española: doce teatros en Madrid se sumaron a la huelga. Tan solo tres abrieron sus puertas, el Calderón, el Barceló y el Centro Cultural. Otro tanto sucedió en Barcelona y grupos teatrales de toda España se solidarizaron realizando  actos de protesta. Albert Boadella efectuó una espectacular y misteriosa fuga el día anterior a su juicio. No se tomaron represalias contra los huelguistas y cuatro miembros de Els Joglars, también arrestados, fueron puestos en libertad. Todo un éxito para nuestra movida, para la recién nacida democracia Española y para la libertad de expresión.

Pero esa huelga de marcado tinte político me hizo recordar y apreciar más aquélla anterior, en febrero del 75, con Franco aún gobernando el país y con los actores también como protagonistas.

Es cierto que en los últimos tiempos del franquismo ya se notaban ciertos  aires de apertura, pero sólo para los que aceptasen las “reglas del juego” del régimen. Y entonces los actores decidimos “jugárnosla” para reivindicar nuestras leoninas condiciones laborales. Esa sí fue una bella y pacífica huelga a la cual se unieron, en apoyo de nuestras reivindicaciones, técnicos, bailarines y músicos de todo el país. Lo que comenzó como una canica de nieve rodando  por la cuesta de una montaña acabó convirtiéndose en un alud de tal magnitud que ni las autoridades se atrevían a contenerlo. Al menos en un principio. Creo que les tomamos por sorpresa.
Fotos de actores intentando entrar en el sindicato con nuestras reivindicaciones.
En la primera se reconoce a Tina Sainz, a Juan Diego y a Paco Guijar.
En la segunda Ana Belén y Jesús Sastre entre otros compañeros
Nuestras peticiones no podían ser más sensatas; conseguir el día de descanso semanal, el cobro de los ensayos y el pago de dietas en los desplazamientos. Pero ante la actitud de rotundo rechazo por parte de  los empresarios y de nuestro Sindicato Vertical iniciamos unas pacíficas manifestaciones frente a la puerta del sindicato. Yo estuve en ellas, y puedo asegurar que el espíritu reinante era de una hermosa y pacífica solidaridad y de un compañerismo ejemplar.

Como por ensalmo aquel pequeño número de manifestantes iniciales que éramos  fue incrementándose hasta llegar a abarrotar día y noche la calle. Estábamos dispuestos a no movernos hasta que nuestras peticiones fuesen oídas. Miembros de grupos de aficionados de toda España se habían desplazado a la capital para apoyarnos y engrosaban   nuestro inicial número de profesionales. Y de pronto surgió la osada idea de la huelga. Aún no comprendo bien de donde sacamos la valentía para enfrentarnos con tanta rotundidad a las fuerzas policíacas pero el caso es que, desde el 2 de febrero  hasta el 14, veintiuno de  los teatros y salas de fiesta de Madrid tuvieron este cartel colgado en la taquilla: “Por incomparecencia de los artistas se lamenta informar que la sesión de hoy queda suspendida”. Prácticamente la totalidad de la oferta cultural de Madrid. El coup de grace fue cuando Televisión Española, estamento oficial y el único canal que existía en esos tiempos, se unió a nosotros suspendiendo sus trasmisiones. ¡Qué gran triunfo! Pero pronto comenzaron las represalias.

Ocho compañeros actores fueron arrestados en nombre de la ya mencionada Ley de Orden Público. Nuestras manifestaciones frente al Sindicato se fueron llenando de policías de la secreta infiltrados que intentaban armar jaleo para justificar la intervención de las fuerzas armadas. Así que, tras 12 días de huelga, se decidió volver al trabajo, sobre todo en consideración a los actores encarcelados y a que nuestra rebeldía provocara el empeoramiento de su situación. El día 15 de febrero cada uno de nosotros se reintegró a su puesto de trabajo, con el corazón apretado por  temor a la venganza de nuestros empresarios. Gracias a la intervención de una comisión formada por grandes figuras como Adolfo Marsillach, Fernando Fernán Gómez, José María Rodero, Sara Montiel, Rocio Durcal y algunas prominentes personalidades del mundo de la cultura en general, los ocho actores que continuaban en prisión fueron puestos en libertad, pero no sin antes ser obligados a pagar altísimas multas.
Tina Sainz, Pedro Mari Sánchez, Rocío Durcal y José Carlos Plaza
Estos eran Rocío Durcal,  Enriqueta  Carballeira, Tina Sainz, Yolanda Monreal, Pedro Mari Sánchez y los directores Antonio Malonda y José Carlos Plaza. Y la vida, poco a poco,  regresó a la normalidad.

Casi nula  fue la información que llegó al público sobre aquella huelga. La censura impidió un seguimiento periodístico. Pero al menos una parte del pueblo dejó de ver a los artistas como seres privilegiados, viviendo en un mundo de lujos y disipación. Incluso en muchos casos hasta logró sacarnos de las pantallas o bajarnos del escenario para convertirnos a sus ojos en seres de carne y hueso y politicamente concienciados.

 En cuanto a Una percha para colgar el amor, seis meses duró en cartel, dos de gira y cuatro en Madrid. Pero como todo lo que empieza tuvo su final,  y no puedo decir que el de aquella obra me entristeciera demasiado. Aunque debo admitir que había sido una gran lección trabajar junto al gran divo Arturo Fernández, luchando en cada representación para no ser aplastada por su arrolladora personalidad y por la devoción de su público. 

Y como, sinceramente, aquella experiencia había sido bastante dolorosa para mi amor propio, decidí acceder a las continuas ofertas de Jordi y del Music Hall Top Less y reintegrarme al espectáculo que tantos éxitos y prestigio me había dado tiempo atrás. (Ver Instantáneas de la 78 a la 81) Estábamos ya en 1978. Un año y pico había pasado desde mi nefasta experiencia con la película Gulliver y la sensación de aquellos veinte cuerpos deformes, de aquellas pequeñas pero malévolas manos ultrajando mi cuerpo, comenzaba a convertirse tan solo en el recuerdo de un mal sueño. (Ver Instantánea 81).



Próximo capítulo: Un año de glorias.