España de 1939 al 49.




Los Desastres de la Posguerra


Los Fusilamientos de la Moncloa de Goya


En ese mes de abril de 1939, aquella comunicación sobre el final de la guerra, hecha por el Generalísimo Francisco Franco y que debería haber sido motivo de regocijo para toda España, no resultó en absoluto una bendición. De hecho en ese momento empezaba lo peor para una gran parte del pueblo. El hambre era atroz. Con los campos asolados por las batallas la producción agrícola era muy escasa . Además, pocos campesinos conservaban sus tierras. La guerra había dislocado todo el sistema económico y social.


Por otra parte las venganzas y los odios minaban las ciudades, creando fracturas en miles de familias  que jamás llegarían a soldarse.  Los vencedores entraban a saco en pueblos de reconocido carácter republicano y los expolios, fusilamientos y desapariciones eran el pan nuestro de cada día.

Al llegar las tropas nacionales a Madrid  los vencidos hubieron de presentarse en el Campo de fútbol de Chamartín.   Pocos salieron de allí libres o por sus propios pies. La mayoría pasaron a cárceles y campos de concentración. Incluso  algunos fueron sumariamente  ejecutados. En los pueblos y pequeñas ciudades la situación era aún peor pues bastaba el chivatazo de algún vecino resentido o envidioso para que las tropas asaltaban la casa de la víctima y arramplaran con quien se pusiera por medio. ¿Qué maléfica capacidad tienen las guerras, sobre todo las civiles, para corromper las almas de los hombres hasta el punto de hacer aflorar todo lo perverso que subyace en ellas? Cosas que muchas veces ni el mismo sujeto sospechaba que se estuviesen cocinando en sus entrañas.  ¿Qué aniquiladora violencia desata sentirse   poseedor   de un poder absoluto?  



Una de las primeras leyes implantadas por el franquismo fue que todos los matrimonios, divorcios y nacimientos que habían tenido lugar durante la contienda quedaban  anulados. Así que el revuelo de papeleo que esto provocó fue inmenso: los juzgados se vieron por largo tiempo colapsados y un nuevo desconcierto asoló a los españoles.

En aquellos tiempos, algunos excombatientes republicanos,   no creyendo en la paz prometida, huyeron a las sierras y montañas de Toledo, Asturias, Extremadura y León. Estos hombres  fueron  conocidos como “maquis”, guerrilleros que desde 1938    hasta 1965,  apoyados en su mayoría por la Tercera Internacional*, intentaron “recuperar España de las garras del dictador”.  Esa era su  proclama. Esta justa insurrección  fue sin duda corrompida por  fuerzas comunistas y anarquistas que, en forma de ayuda exterior, se infiltraron entre las tropas, llegando a convertir las buenas intenciones republicanas en una lucha de radicalismos izquierdistas contra radicalismos de derecha.

Mi tía Mercedes
Terminada la guerra, Arsenio y su cuñado Manolo, que habían pasado aquellos años bélicos en los frentes de batalla ejerciendo sus labores de médico y enfermero respectivamente, como ya he narrado con anterioridad, regresaron al sufrido Madrid ansiosos por reencontrarse con sus familias después de tanto tiempo de dolorosa separación. Manuel, el estupendo galeno que con su  adopción de Arsenio como ayudante le había salvado la vida, al alejarle  de las primeras líneas del campo de batalla,  regresó a un hogar vacío.  Su esposa Mercedes, la hermana de mi padre, aquella bella e inestable mujer, había traicionado su matrimonio en aras de enloquecidas aventuras eróticas.   Manolo, destrozado, regresó a su terruño, a la Galicia de su nacimiento, lo cual  le libró de los odios y revanchas  que vendrían después.

Por otra parte puedo suponer la emoción de mi padre al reunirse con su amada Dora y la felicidad de las mellizas ante la recuperación del hombre de sus vidas. Como jabatas habían aguantado la larga ausencia, los bombardeos, las penurias, los desmanes de algunas personas que,  antes de la guerra,  proclamaran adorar sus delicados modales germanos y que,  tras aquellos ataques a las ciudades por los devastadores bombarderos alemanes Junkers, habían cambiado  su favorable opinión sobre Alemania y sus hijos. Puedo  imaginar el reencuentro y la euforia que, por desgracia, solo duró lo que un suspiro. Cuatro días más tarde, una patrulla llegó a la casa y cargó, sin explicación alguna, con el recién recuperado Arsenio, llevándose con él la efímera felicidad y dejando en su lugar  un nuevo  mundo de angustia y desasosiego. Muchas eran las tremebundas historias que corrían por aquel Madrid conquistado a fuerza de sangre, munición y tiempo. Historias de venganzas y muerte, de personas cuyo rastro se perdía con la complicidad de las autoridades.

Pero las "Pfarry Sisters" eran las "Pfarry Sisters" y, aun en esos tiempos de odios y desconfianzas, conservaban fieles admiradores y algún que otro entrañable amigo. Uno de esos admiradores, en este caso de Jenny, mi tía, era un vecino que había huido de Madrid en los comienzos de la guerra para unirse al bando de los nacionales,   regresando convertido en un galardonado capitán. Ni corta ni perezosa a él se dirigió aquella mujer, dispuesta a rogar sus favores como años atrás él había rogado, infructuosamente,  los suyos.


No quiero saber el precio que Jenny hubo de pagar por ello pero el caso es que, gracias a ese hombre, mi padre fue localizado en un campo de concentración cercano a la provincia de Madrid pero al que, conforme a la ley general  impuesta,  nunca tuvieron acceso. Aquel capitán las mantuvo al tanto del estado de Arsenio y de las gestiones que  iba realizando para acelerar un juicio que, aunque mi padre jamás había empuñado un arma, nada garantizaba.

Pero la vida en las calles debía continuar. Algunos teatros, cerrados durante la guerra, , comenzaron a reabrir sus puertas. Lugares emblemáticos como el “Calderón”, inaugurado en 1917 bajo el nombre de Odeón, el “María Guerrero”, inaugurado en 1885, “La Latina” inaugurado en 1919, el “Apolo” apodado en aquellos días “la catedral del genero chico”,  “La Comedia” inaugurado en 1875 y donde, en 1940, Enrique Jardiel Poncela estrenó su famosísima comedia Eloísa está debajo de un almendro. Pero los teatros especializados en musicales, debido a la escasez económica, continuaron con las variedades y los fines de fiesta consistentes en presentar, al finalizar la exhibición de una película, algunas atracciones en vivo. Sin duda el dinero era poquísimo pero el talento abundante. Grandes figuras surgieron o sobrevivieron gracias a esto. Cantaores como Pepe Marchena o Pepe Blanco, cómicos como Ramper o Pompof y Teddy...

          Concha Piquer            Pastora Imperio       Luisita Esteso
Sin embargo aquellos años fueron gloriosos para las actrices-cupletistas. Figuras como Conchita Piquer, nacida en Valencia en 1906, no solo triunfaban en España. La Piquer había pasado cinco años cantando en EE.UU. Tras su regreso a España en los años treinta rodó aquí y luego en París varias películas de gran éxito. Estrellita Castro, nacida en Sevilla en 1908,  fue la auténtica creadora de la canción española y también celebrada actriz de cine.  Pastora Imperio, sevillana, nacida en 1889, impenitente viajera, triunfó en Cuba, Méjico y Argentina en su gira de 1914, y a su vuelta a la patria fue lanzada definitivamente al estrellato con el estreno mundial de El amor brujo de Falla. No puedo dejar de mencionar a  la salerosa Luisita Esteso, de la prolífica familia  los Esteso, para la que Jardiél Poncela escribió  Usted tiene ojos de  mujer fatal...
     Raquel Meller     Imperio Argentina



Párrafo aparte merecen Raquel Meller, quien fue entre los veinte y los treinta la más internacional de las cupletistas (ella estrenó La violetera, vivió en Paris y Argentina,  regresando a España al finalizar la guerra) y la polémica Imperio Argentina,   persona de dudoso pasado.  Esta mujer  fue tachada de nazi y fascista por la confusa relación personal que mantenía con Hitler y Mussolini, los feroces dictadores de  Alemania e Italia respectivamente. Imperio,  en sus muy posteriores memorias, afirmó incluso poseer un dibujo a lápiz de ella realizado por el mismísimo Fidel Castro. (¿)

Pocas cosas  buenas se pueden contar de ese 1939.
Mahatma Gandhi

Mientras el sublime Gandhi, bautizado por su pueblo como Mahatma, del hindú majas, grande y atma, alma, luchaba por la descolonización de la India con sus teorías de la resistencia pasiva, en marzo Hitler tomaba con sus ejércitos Checoslovaquia y Polonia. Inglaterra, que tenía un tratado con ese país eslavo,  envió un  ultimátum a Hitler instándolo a que abandonase la nación ocupada. Ante su negativa y con la adhesión de Francia, ambos países declararon la guerra a Alemania, siendo este el comienzo de la más asoladora de todas las guerras: la segunda guerra mundial.

Y España, en la que algunos creían inminente una recuperación milagrosa y otros  pensaban que nada podía ir peor, se encontró rodeada de una guerra y disfrazada de una supuesta neutralidad que obligó al pueblo a ceñirse aún con más fuerza   los cinturones.

Finalmente el juicio de mi padre se celebró y en Febrero de 1940 fue declarado inocente y excarcelado. Los testimonios de los muchos soldados heridos  a los cuales había socorrido en el frente, fuese cual fuese su bando, sirvieron para exonerarle. Volvió, pues, a su casa lleno de abrumadoras vivencias de guerra y campo de concentración, con las terribles experiencias del sabor de las ratas, que a veces cazaban en las celdas para tener algo que comer, del gusto de su propia orina, que alguna vez hubo de beber ante la desidia o la crueldad de sus carceleros, del olor de la sangre, la pólvora y la muerte reinante en los campos de batalla. Pero Arsenio logró conservar el corazón tan puro y la capacidad de amar tan intactas como cuando, siendo un galleguiño de 15 años, desembarcara en el puerto de La Habana en busca de un futuro mejor.

Documento de liberación de Arsenio Mariño, mi padre.

* La Tercera Internacional (en ruso Komintern) fue una organización comunista internacional fundada en 1919 por Lenin cuya finalidad era el eliminar el sistema capitalista, es decir, extender por el mundo el comunismo. Supuestamente fue disuelta en 1943 ante los cambios políticos originados por la Segunda Guerra Mundial, pero sus ideales y fines expansionistas siguieron vivos en miembros e hijos de miembros que continuaron infiltrándose en países europeos, africanos, asiáticos y latinoamericanos hasta prácticamente nuestros días. Al menos así se sospecha.

 ¡Ya estoy aquiiiiiiiii..!




22 de diciembre de 1940. Una oscura habitación interior del apartamento al que mis padres se habían mudado  con objeto de evitar  los resquemores  que, sin duda,  provocarían en el anterior vecindario el encarcelamiento y posterior liberación de Arsenio. Pero esto ya está descrito en mi anterior capítulo: tristes historias de venganzas y muerte durante la posguerra. No reincidiré en ello. 


Alonso Cano 44, Madrid, España. Eran las 11 de la noche cuando la matrona auguró, “no os hagáis ilusiones que este bebé no pasa de las 48 horas”. Algo menos de dos kilos de piel y huesos era todo lo que en ese momento acababa de  ser arrancado del útero de mi madre. Cuál no sería mi aspecto y hasta qué punto resultarían creíbles aquellos negros pronósticos que mi familia tardó dos días, hasta el 24 de diciembre, para inscribirme en el registro civil con estos "bonitos nombres": Yolanda, por capricho de mi madre, Gloria, como homenaje de mi padre hacia su progenitora y Rocío, por  mi tía Jenny, la cual adoraba todo lo que oliese a Andalucía.



Nadie me cree cuando digo que mis primeros recuerdos musicales son los de algunas notas de “El Danubio Azul” de Strauss, retazos del tango “Cambalache” de Santos Discépolo, jirones de la música de algún danzón o rumba cubana que las mellizas habían elevado al nivel de arte enriqueciéndolas con estilizadas coreografías, y las cuales yo bailé dentro de mi madre hasta sus siete meses de gestación. Sin duda los bailes más tranquilos del repertorio de las Pfarry Sisters, escogido para la “embarazosa” ocasión.  Con frecuencia, durante mi infancia, se despertaban en mí  pensamientos como, “¡basta ya de tantos zarandeos!”, o “¡vaya manera de estrujarme!”, sensaciones que yo seguramente había pretendido, en el útero materno, convertir en palabras y que resultaron asfixiadas  por las apretadas vendas con las que mi madre intentaba esconder su preñez ante el público. 

La cuestión es que una vez en este mundo, aquel escuálido bebé se encontró con que los pechos de Dora se negaban a alimentarle. Nada brotaba de esas fuentes de las que debía manar su supervivencia. Parece que la vida no me lo iba a poner nada fácil. Pero ni ellos ni yo estábamos dispuestos a darnos por vencidos. Yo me obstiné en seguir respirando y ellos en buscar una solución a nuestro problema.


Y la hallaron. Había en el mercado negro una leche en polvo suiza llamada Matermax, carísima y difícil de conseguir pero, como la muy bendita demostró, “perfecta sustituta de la leche materna”. Y fue en ese momento cuando entraron en juego los pocos pero buenos amigos que mi familia conservaba. Ellos descubrieron y ayudaron a subvencionar la compra, por supuesto de estraperlo, de ese producto que me brindó la oportunidad de estar, en estos momentos, escribiendo estas líneas. 


Luego llegó mi vaca Paca, aquel adorable ser que en una vaquería cercana a nuestra casa,  cuyo acceso estaba  prohibido al pueblo, llegó a convertirse, hasta bien cumplidos yo los dos años, en mi más entrañable amiga. Mi padre, por medio de soborno y coraje, nos había conseguido permiso extraoficial para el “uso y disfrute de esas instalaciones”, es decir, para la ingestión in situ y a escondidas de aquella leche que sustituiría el zumo de amor que Dora no podía brindarme. 



Allí, sentada sobre el regazo materno, mientras el lechero manipulaba  el manantial de vida que eran sus ubres, yo  sostenía con Paca balbuceantes e infantiles charlas que ella celebraba con dulces mugidos y alegres coletazos, al tiempo que me miraba con sus cálidos y enormes ojos. ¡Cómo recuerdo el espeso y dulzón sabor de ese blanco líquido que, conservando aún el calor de su cuerpo y mezclado con el potente olor del estiércol, componían una experiencia gustativa inigualable! Sí, con qué claridad y amor recuerdo mis infantiles relaciones con mi vaca Paca…


Y así, poco a poco, aquel arrugado y esquelético bebé se fue cubriendo de carne y los largos huesos fueron adquiriendo la dureza necesaria para sostenerle. La macabra predicción de la matrona perdió credibilidad y mi padre y las mellizas se permitieron  el lujo de aceptar y disfrutar de la constancia de mi existencia. Los tres habían tenido una hija.
Retrato de familia. Mi madre, yo Arsenio y Yenny


Con la música en mis genes y los aplausos en mi memoria prenatal poco tardé en formar parte activa del mundo artístico. Con ellos iba allá donde el trabajo les reclamara y sobre más de un baúl dormí, cuando el cansancio me vencía, en la chácena de algún teatro, con Terpsícore  y Euterpe velando mi sueño y arrullada por repiqueteos de castañuelas, coplas o taconeos.


Y fue Estrellita Castro, una de las más grandes figuras  de variedades que han existido en España, quien me sacó por primera vez al escenario. Yo debía aparecer en sus brazos, encogiendo algo las piernas con el fin de disimular mi "excesiva" edad de casi dos años.  Ese fue el primer rol de mi carrera: un bebé envuelto en una mantita al que Estrellita Castro cantaba una aflamencada nana. Tampoco nadie me ha creído nunca cuando  afirmo recordar  sus palabras: “Yoly, no abras los ojos ni te muevas demasiado pues debe parecer que estás dormida”. Ese fue el día en que el virus del teatro me fue inoculado, el día en que descubrí, entre mis ojitos semicerrados, en el cielo del escenario, aquellas pequeñas constelaciones que de inmediato comprendí me estaban marcando un destino inexorable. Yo también sería artista. Esto ocurría en 1942.

           Rodaje de Casablanca                              Bambi                                    Carátula del NO-DO

Por esos tiempos,   se estrenaba una película que pocos años más tarde me haría llorar y reír: “Bambi”, de Walt Disney. Otro film de estreno fue “Casablanca”, con Ingrid Bergman, Humphrey Bogart y dirigida por Michael Curtiz. Este film, rodado con el fondo de la guerra europea, causó un impacto tal que se convirtió en un clásico intemporal.   En los cines de España se comenzaba a exhibir con obligatoriedad el noticiero No-Do “con el fin de mantener, con impulso propio y dirección adecuada, la información nacional,” según expuso la vicesecretaría de Educación Popular del gobierno franquista  
Suicidio de Stefan Zweig y esposa

En febrero de 1942 el gran escritor judío Stefan Zweig, nacido en Viena, desesperado ante la visión  de una Europa que creía abocada sin remedio al nazismo, se suicidaba, junto con su esposa, en su exilio de Brasil.
El campeón del mundo de ajedrez, José Raúl Capablanca, nacido en  Cuba el año 1888, moría en Nueva York   de una hemorragia cerebral. Había comenzado a jugar en el “Club de Ajedrez de La Habana” a la edad de cinco años y fue llamado “el Mozart del Ajedrez” por su  precocidad.

En abril, los bombarderos B5 norteamericanos descargaban sus entrañas sobre la ciudad de Tokio como venganza por el ataque a Pearl Harbor que habían efectuado los japoneses el 7 de diciembre del 1941, sin previa declaración de guerra. Aquel devastador bombardeo que causó la destrucción de la flota naval norteamericana en el Pacífico y la propagación de la guerra a nivel mundial.
Nobuto Fujita

Y en septiembre un hecho insólito  provocaba la más sorprendente historia bélica de la Segunda Guerra Mundial. Un solitario avión  despegaba de un descarriado submarino japonés y, tripulado por Nobuto Fujita, llegaba a Brookings, Oregón, EE.UU. con la intención de bombardear e incendiar los grandes bosques del parque nacional Mount Emily. A causa de las copiosas lluvias recientes los árboles y la tierra rezumaban humedad lo que impidió la propagación de las llamas causadas por   bombas incendiarias. Pero este es solo el comienzo de la historia. 

En 1962, convertido Nobuto en comerciante y residiendo en su patria, Japón, por uno de esos extraños designios del destino, entabló excelentes relaciones comerciales con la ciudad de Brookings, a consecuencia de  lo cual fue invitado por su ayuntamiento a visitar  Oregón. Movido quizá por un sentimiento de culpa decidió aceptar. Pero, temiendo que, una vez allí, su secreto pasado fuese descubierto y procediesen a juzgarlo por crímenes de guerra, llevó con él su sable familiar con el propósito de hacerse el haraquiri en caso necesario.  La cuestión es que, al ser recibido con afecto inesperado por el pueblo, al comprobar que su acto de guerra pasaba inadvertido, decidió donar el arma al ayuntamiento de la ciudad donde está expuesto desde entonces. Varias veces volvió Nobuto a Brookings llegando a sembrar un árbol en el lugar donde otrora cayera una de sus bombas. Finalmente fue nombrado ciudadano honorario de la ciudad. Tras su muerte, ocurrida en Japón en el año 1997, por expreso deseo del fallecido, su hija enterró parte de sus cenizas en el mismo bosque que años atrás su padre intentara incendiar. Y esta es la simpática historia del  único ataque aéreo al territorio continental norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial.

Así era, a grandes trazos, el mundo que me rodeaba.

Mientras, en un teatro de Madrid, en los brazos de Estrellita Castro y con las emblemáticas luces de las diablas abriéndose paso a empujones por mi ojitos entrecerrados, a los casi dos años de edad me reencontraba con aquel sonido ensordecedor y excitante, aquel estrépito que, estando aún en  el vientre de mi madre, me había parecido como de cascos de caballos ligeros o como el aleteo de congregaciones de ángeles. Un sonido que ahora reconocía como el maná de los artistas: los aplausos. Desde ese mismo momento supe que había sido abducida  por el voluble e imprevisible ser  de mil cabezas que regiría para siempre mi vida  desde el patio de butacas. El público.

Patio de butacas del Teatro de la Zarzuela. (Madrid)




El veneno del teatro


El veneno del teatro, esa pócima que administrada en dosis correctas puede inmunizarte contra muchos males de la existencia pero que consumida con desmesura consigue alienarte sin remedio. (Ay, pobres actores que han llegado a ser succionados por la potente personalidad de los personajes que interpretaban, hasta llevarles esto a la locura). Esa toxina de infinita adicción cuyos síntomas oscilan entre creerte poseedor de una verdad absoluta o convertirte en un ser tan inseguro que deambulas por la vida buscándote en cada personaje que te toca interpretar. Me temo que no hay términos medios. Al menos para los que estamos verdaderamente infectados. Pero, en mi opinión, esos no son los casos más tristes. Existe el “adicto circunstancial”, ese que pasa por el teatro sin que el teatro pase por él, es decir casi por casualidad. Luego hay un grupo de advenedizos que utiliza la escena como escaparate para su verdadera profesión, personas a las que no envidio, pues solo en la absoluta devoción y entrega está la  compensación al inmenso sacrificio que esta profesión exige.  La mayor parte de los actores vocacionales vivimos con la inquietante sensación de que “nada es verdad ni mentira, todo es según el deseo del director que nos mira”, y sobrevivimos a tanta inseguridad gracias a las intensas descargas de adrenalina que el enfrentarse al público  produce. .


Las condiciones en que los artistas trabajaban, en la época de las "Pfarry Sisters",  eran poco menos que infrahumanas. Teatros deteriorados, escenarios de corroídas maderas que crujían lastimosamente al peso de las coreografías, telones que se sostenían gracias a la espesa capa de polvo que casi los almidonaba, escaleras de madera sin iluminación ni protección para acceder a los camerinos,  camerinos sin agua corriente, con paupérrima iluminación  y espejos rotos …Así eran, en los años 40,  los teatros de provincias y también una buena parte de los de las capitales españolas.



Las compañías, tanto de varietés como de comedia, solían efectuar   giras o bolos. ¡Y   qué se puede decir de los medios de transporte de la época! Los autobuses, que se utilizaban, en el caso de turnés más o menos extensas, eran auténticos cachivaches, por supuesto sin calefacción ni más ventilación que la de unas ventanillas que, como protección contra el polvo de los desastrosos caminos, solían mantenerse cerradas. A consecuencia  de     esto  los cristales se empañaban con  la respiración de sus ocupantes y se cubrían de un vaho que en el invierno se helaba y precisaba ser raspado.


Vagón de tercera clase
Los trenes eran otra cosa. Los trenes tenían primera, segunda y tercera clase. La primera, prohibida para el nivel adquisitivo del pueblo llano,  de los “cómicos de la legua” o de los pequeños empresarios, se componía de lujosos compartimientos con cómodos sillones tapizados en tela y poseía además un  lujoso vagón restaurante. La segunda, con asientos corridos forrados de plástico, capacitados para tres personas pero casi siempre ocupados por cuatro, no incluía el derecho al uso del comedor. 

A consecuencia de esto se solía compartir con los compañeros de viaje, por lo general completos desconocidos, en un gesto de generosidad muy de agradecer teniendo en cuenta la hambruna general,  la clásica tortilla de patatas, la bota de vino, el queso de pueblo y el embutido casero con los que algunos previsores viajeros se habían pertrechado. Esto mismo sucedía en tercera,  la clase más utilizada. La tercera estaba provista de unos bancos de láminas de madera que se clavaban en las posaderas como ramas de sarmiento. Las infinitas horas de suplicio que  sufrían los cuerpos en estos viajes resultaban dignas de la Santa Inquisición.


Mención aparte merece el coraje de aquellas viejas locomotoras de carbón que, a base de escupir sin cesar esa famosa “carbonilla” que impedía, bajo amenaza de asfixia,   abrir las ventanillas, y de los dolientes y estrepitosos bufidos que brotaban de sus entrañas lograban escalar las montañas  abundantes en la orografía española. En ocasiones, a la paliza recibida por el traqueteo durante el trayecto, había que sumar la caminata, tal vez  de kilómetros, entre el apeadero y el pueblo al que el viajero se dirigía. En realidad parecía que mientras más fría era la temperatura ambiente más largos eran estos paseos. ¡La cantidad de torturas de este tipo que soporté en mi infancia yendo de gira  con mi gente!

Yo



En cuanto a mí,  infectada  ya por el veneno del teatro, me fui convirtiendo en un “monstruito”. Casi siempre disfrazada de “artista”, gracias a los trajes que las mellizas, o sus eventuales compañeras, me hacían de ropa desechada, entretenía gran parte de las horas pasadas en los teatros intentando imitar las sombras chinescas que cantantes y bailarines  proyectaban sobre  el telón de fondo.



Pero el tiempo corría y yo me iba haciendo mayor, tan mayor que ya tenía cuatro años y medio cuando, en aquel verano de 1945,  por primera y terrible vez, tuve el aplastante conocimiento de la muerte y de la crueldad que dominaba el mundo.

 
El  7 de Agosto de ese año, estando en Madrid,  en mi matutina salida para jugar en la calle con mis amiguitas del barrio, sentí como si la mañana se hubiese fugado. Las aceras sudaban soledad y de las pocas radios de mi edificio, en lugar del alegre Titoliroliro de Bonet de San Pedro, de Mi jaca, de Estrellita Castro o de alguna de esas divertidas canciones de moda, salían voces estupefactas   entonando una letanía de “¡horrores inimaginables!”,   “¡todos muertos!”, “¡oh, Dios mío!”, “¡el fin del mundo!”…Con el corazón encogido subí a saltos los cuatro pisos que me separaban del regazo de mi padre. Puesto que no teníamos radio, ante mi asustado e incoherente relato de lo oído, mis padres salieron de la  casa en búsqueda de información.



Mejor  habría sido no tenerla nunca, mejor no haber sabido que, a las 8 y cuarto de la mañana del día anterior una ciudad había desaparecido como por arte de magia diabólica, que allí nunca más crecería la hierba, que los niños se habían evaporado de repente, que los adultos se habían desintegrado, que los árboles ya no existían y los pájaros fueron convertidos en dolientes montoncitos de ceniza. Sí, el 6 de agosto de 1945,  un avión norteamericano, el B29 Enola Gay, había lanzado sobre Hiroshima. Japón,  la primera arma nuclear de la historia, la bomba Little Boy, provocando una masacre de consecuencias inimaginables.


El 26 del anterior mes de Julio, el presidente de los Estados Unidos, Truman, y sus aliados habían firmado la Declaración de Potsdam, un ultimátum a Japón, país con el que estaban en guerra desde el ataque nipón a Pearl Harbor, amenazándoles con bombardeos e instándoles al rendimiento. Los japonés hicieron oídos sordos a las advertencias y como respuesta los norteamericanos decidieron acabar con la guerra, si,   pero al mismo tiempo con la vida de un número indeterminado de cientos de miles de civiles nipones. Tres días más tarde de lo de Hiroshima,  el 9 de Agosto,  se repetía la horripilante masacre en la ciudad de Nagasaki.  Aquellos criminales actos cambiaron para siempre el mundo conocido. En la historia, en mi alma infantil, y estoy segura  que en la de  millones de seres humanos, se  había abierto una herida incurable, despertándose al tiempo la "psicosis nuclear". Pero muchas otras cosas sucedieron  en los primeros años de 1940. ¡Algunas incluso buenas!

Recordatorio de la boda de mis padres.

En octubre de 1942 se había recibido, en casa de la familia Mariño-Pfarr, una misiva desde Cuba. La esposa de Arsenio le enviaba finalmente los papeles del divorcio. Espoleada Amanda por un rico norteamericano que insistía en hacerla su esposa, decidió enterrar el hacha de guerra. Nada tuvo que decir al respecto el hijo de ambos, Arseñito, pues para él, y según la información que su madre le diera, su padre había muerto años atrás. Así que, tras los inevitables trámites que duraron meses, Arsenio y Dora, en marzo de 1943, contraían matrimonio. Tampoco nada tuvo que decir al respecto la niña Yolanda Gloria Rocío ya que hasta más de una década después vivió ignorando el “terrible hecho” de que sus padres vivieran en pecado” durante años. Supongo que ellos lo celebrarían en secreto, con la euforia provocada por  tanto tiempo de espera, pero en la vida de Yolanda nada cambió. Su padre siguió siendo el hombre más hermoso y bueno del mundo y Dora y Jenny sus dos madres, como había sido desde antes de que unas   firmas legalizaran el amor que reinaba en la familia. Dora, María Dora después de su obligada conversión al catolicismo, había tenido que someterse durante meses a largas sesiones de catequesis para poder ser rebautizada en la religión católica, renegando así de su fe luterana. No creo que eso fuese traumático para ella pues nada era más importante en su vida que su adorado Arsenio. El caso es que tras la boda la pareja estaba en la gracia de Dios y Yolanda había dejado de ser una “bastarda”. Milagros de la religión.

En el mes de julio de ese año caía el régimen fascista italiano y Mussolinni  era apresado por orden de Víctor Manuel III.

La milagrosa penicilina, descubierta por Alexander Fleming en el 29,  que tantas vidas había salvado durante la segunda guerra mundial pero imposible de obtener en la España de la posguerra, se podía encontrar ya, aunque de “estraperlo” , en el bar Chicote de Madrid y es de suponer que en otros lugares estratégicos de la península. El Bar Americano Chicote,  famoso por sus cócteles y aún en activo en la Gran Vía de Madrid, era en aquellos días centro de encuentro de intelectuales y “chicas de compañía”.

En abril del 1944 las mujeres obtenían el derecho al voto en Francia. Un poco tarde para el país de la “libertad, fraternidad e igualdad”  ya que en Cuba  aquel derecho existía desde el año 1934. También en  mayo, Ghandi era puesto en libertad en la India tras 21 meses de arresto. Roma era liberada por los Aliados y se producía el desembarco de Normandía en junio.
Marilyn Monroe
En el mismo mes de junio, la que sería en un futuro cercano ídolo de multitudes, Norma Jean Morteson,  rebautizada por su madre como Norma Jean Baker, en definitiva, Marilyn Monroe, contraía su primer matrimonio. Ella tenía entonces 16 años y su marido, el policía James Dougherty, 21. Y también nacían importantes artistas internacionales. Entre otros el roquero Miguel Ríos, la bellísima Jaquelin Bisset, Michael Douglas y la mejor voz española de los últimos años, Rocío Jurado.



Los cuerpos de Mussolinni y Petacci,
el segundo y tercero de izquierda a derecha,
colgados en Milá
El 28 de abril de 1945 Benito Mussolinni y su amante Clara Petacci fueron fusilados en Dongo, al norte de Italia y sus cadáveres colgados, junto a los de varios de sus esbirros, el día 29 en la plaza Loreto  de Milán. Allí los cuerpos fueron sometidos por la muchedumbre a toda clase de vejaciones. Como colofón, el día 30 de abril, ante la constancia inminente de su derrota total,  Adolf Hitler y Eva Braun se suicidaban en el Furërbunker.  A petición propia sus cadáveres fueron  quemados con gasolina y el 2 de Mayo Alemania se rendía  a los Aliados.


Y aquí en España, mientras yo crecía,  el trabajo menguaba. Con la reciente implantación del  documento nacional de identidad, magnífica estratagema para tener a todos los ciudadanos controlados,  y una cartilla de racionamiento instaurada en 1939 que ni en el mejor de los sueños conseguía cubrir las necesidades alimenticias de la población, la situación no parecía tener visos de mejorar.

Entre otros: Tina de Jarque, Conchita Piquer, Mercedes Serós,Amalía Isaura,
Pastora Imperio, La Yanky y Las Pfarry Sisters, en un homenaje a Ramper.  

Las Pfarry Sisters hacían esporádicas actuaciones por todo el territorio nacional, ahora con Gracia de Triana, luego con Ramper o Amalia Isaura, innegables figuras del momento que compartían los problemas laborables, las presiones sociales y las carencias que azotaban la España de la posguerra.



En una ocasión  ocurrió algo que sorprenderá a mis amigos y lectores cubanos: mientras trabajaban en  la revista Las tentaciones, con música de Jacinto Guerrero y textos de Antonio Paso, las mellizas hicieron  amistad con la joven y prometedora “vedette” Anita Lasalle. Y sucedió que, durante una función,  estando Ana en escena vestida con un aparatoso miriñaque, en un momento de despiste, se acercó demasiado a las candilejas, rozando con la varilla de hierro de su falda uno de los focos y provocando un cortocircuito que rápidamente incendió la sintética tela de su ropa. Al verla envuelta en llamas y gritando, el regidor y mi madre, que estaba en escena, corrieron a socorrerla y, gracias a que lograron arrancarle el vestido, le salvaron la vida. Por  desgracia las graves quemaduras que sufrió la vedette en las piernas truncó para siempre su carrera. Muchos años más tarde, en circunstancias que narraré cuando llegue el momento, en otro país y siendo Ana Lasalle una actriz importante, nos reencontraríamos y ella se convertiría en mi profesora de dicción. Pero para detalles más extensos tendréis que esperar la llegada de aún lejanos capítulos. Si os apetece.



Virgen Guadalupana

El estanque del Retiro y el Palacio de Cristal. Madrid.
Todos de paseo  
Desde muy pequeña, cuando mis amados Dora, Jenny y Arsenio estaban en Madrid, ya por tener trabajo en la ciudad o por falta absoluta del mismo, me llevaban a lugares que yo adoraba. Por ejemplo  al Parque del Retiro, con su  estanque artificial y tantas otras bellezas.   Recuerdo mi asombro cuando me encontré, por primera vez, frente al Palacio de Cristal, ese idílico edificio en el cual Azaña, presidente de la Segunda República, autor de teatro y gran orador, había tomado posesión del gobierno en el año 36. Su arquitectura de ensueño, los blancos y negros cisnes que nadaban por el pequeño lago que le sirve de espejo  me hacían sumergirme en los cuentos de hadas que desde hace tiempo amaba y leía.


Y cuando era el día de las compras o de las reuniones con compañeros o amigos, nuestro destino era la Puerta del Sol, el Kilómetro Cero de España.  Allí,  con Jacinto, mi padrino, visitábamos mayormente la Calle de la Cruz y sus tascas. Una en particular me encantaba ya que aquel hombre entrañable acostumbraba sentarme en una esquina de la barra y pedir para mí algo que hacía mis delicias;  la ensaladilla rusa. Mientras, ellos disfrutaban de la especialidad del lugar, las gambas a la plancha regadas con chatitos del vino de la tierra. Este bar, que aún existe, se llama “El Abuelo”.


El continuo viajar me impedía  asistir al colegio. 
 Eso no fue obstáculo para que a los 6 años leyese con fluidez y ya tuviese unas nociones básicas de aritmética, asignatura que mi padre decía era imprescindible en la vida.  Me conocía todos los teatros de Madrid y buena parte de los de provincias. Había viajado a Marruecos, Tetuán y Portugal. Tenía un amplio surtido de vestidos de teatro. Era la mimada mascota de cada compañía en la que las "Pfarry Sisters" trabajaban. En fin, como veréis, mi vida era sui generis pero,  a la vez, maravillosa.

Irma Vila y su Mariachi.
Un día de mediados de 1946 mi familia me dijo que habíamos sido contratados para una turné de seis meses, ¡qué maravilla!, por una tal Irma Vila que venía a España acompañada de sus mariachis. Me explicaron que era una gran estrella mejicana y  los mariachis, unos músicos con guitarras y guitarrones, siempre viajaban con ella. Y en ese momento se comenzaron a ampliar mis nociones de geografía. De pronto me enteré que Europa no estaba sola en el mundo, que existía una tierra muy grande llamada América y que Méjico era una pequeña pero importante parte de ella. Supe que la tal América había sido desde hacía siglos el sueño de muchos europeos, El Dorado, la "tierra de jauja",  un generoso continente  donde, en el pasado y en el presente, recibían  cobijo todos aquellos que en su patria sufrían hambre, persecuciones políticas o religiosas.
Toda la compañía de gira.



El primer encuentro con Irma Vila y sus mariachis fue impactante. Ellos eran  guapos chicarrones  que  escondían parte de sus rostros tras unos  bigotes como alas de cuervo. Ella, en cambio, era de una fragilidad conmovedora. Pequeña y delgada, con larguísimas trenzas de azabache y unos grandes ojos risueños que resultaban una invitación a quererla imposible de rechazar. Había nacido en Sinaloa, Méjico, en 1916. Ya adolescente Irma coincidió en una tertulia con un individuo llamado Genaro, relacionado con el mundo del espectáculo,   quien al oírla cantar quedó prendado por su falsete. Al poco tiempo era su mánager, luego su amante y acabó siendo su expoliador ya que, años después, cuando  ella era una figura triunfadora, la abandonó arramplando con las pingües ganancias de muchos años y dejándola  en la más absoluta de las ruinas. 
Bien, la cuestión es que la familia  Mariño-Pfarr al completo había sido contratada. Las mellizas como figuras y coreógrafas, Arsenio de regidor y representante de compañía y yo como indita portadora de flores a la Virgen de Guadalupe, número que a Irma se le ocurrió al momento de conocerme. ¡Por fin, a punto de cumplir los seis años, iba a reanudarse  mi "carrera artística"! ¡Ella cantaría en off Virgen guadalupana mientras yo atravesaba el escenario, flores en mano, e iba a arrodillarme ante un pequeño altar!
Arsenio, Dora, Irma, yo y Jenny.



Desde el principio las relaciones entre nosotros fueron inmejorables. A una voz impactante y una belleza exótica Irma unía un carácter amistoso y un corazón de oro. Era estupendo oírla cantar sus corridos y sobre todo aquella Malagueña en la que hacía alarde de los más nítidos falsetes. O la canción Dos arbolitos que tantas veces me hizo llorar.

Solo tuvimos un problema y este fue con esa inexorable censura a la que todo espectáculo, musical o de comedia, debía someterse antes de su estreno. Estaba previsto incluir la cumbia Se va el caimán, del maestro colombiano Peñaranda,  la cual estaba siendo un éxito en buena parte del mundo. Los señores censores se sacaron, no sé de donde,  la paranoica idea de que la letra satirizaba los falsos anuncios de retirada de Franco y se nos obligó a retirarla del espectáculo.   ¡Ay, la maldita censura que martirizó a los españoles  hasta bastante después de la muerte del Generalísimo!
Estreno de "Divinas Palabras", con Margarita Xirgu
y Enrique Borrás en 1933.

Son interminables las anécdotas acaecidas durante la vigencia de esa ley, tanto en el cine, el teatro o la novelística como en la prensa. No había límite para el poder de esos lobos castradores: los censores. No solo se enjuiciaba en base a la política.  Las vedettes, modelos y bailarinas fueron cruelmente victimizadas. Ni un centímetro de nalga podía escapar de los shorts ni una fracción de los senos asomar por los “tops” que forzosamente sustituyeron a los “pecaminosos” dos piezas. Los autores de teatro vieron examinados con lupa y “peinados” sus textos y su creatividad  encorsetada. Incluso alguno ya fallecido en aquellos días, como el genial Valle Inclán, padeció sus rigores. Su obra Divinas palabras que había sido estrenada  en el Teatro Español en el 33, es decir, durante la República, por Margarita Xirgu y Enrique Borrás, fue tachada  de “repugnante, inmoral e irreverente” y prohibida su representación.  No fue  hasta 1961  que el gran hombre de teatro José Tamayo, tras años de lucha, logró el permiso para su reposición, eso sí, con la condición de que solo se representase en Barcelona y en Madrid.
Buñuel                  Picazo                     Berlanga
En el cine, directores como Berlanga, Buñuel o Picazo sufrieron la guadaña de una censura que estuvo a punto de lacerar joyas como El verdugo, Viridiana o La tía Tula.
Grace Kelly y Clark Gable

Todos los besos cinematográficos algo efusivos eran cortados antes de la proyección. Gracias al obligatorio doblaje eran innumerables las barbaridades que se cometían con los diálogos originales, llegando hasta el famoso caso de Mogambo. En ese film Grace Kelly  representa a una esposa con problemas conyugales provocados por la aparición en su vida de Clark Gable, el tercero en discordia,  y como hasta la mención del adulterio estaba prohibida,  en la versión española la Kelly y su esposo, Donald Sinden,  fueron convertidos, gracias al doblaje, en  unos hermanos francamente incestuosos ya que, durante gran parte de la película, la relación entre ambos es de una intimidad evidente.
Weissmuller

Hasta el infeliz  Tarzán pasó de ser cine “para todos los públicos” a “solo para mayores” con esta justificación textual: “la admiración física hacia el arquetipo masculino puede dañar psíquicamente a los adolescentes poco diferenciados”. Eso sí que era “poner el parche antes de que aparezca la herida”. De  la prensa, máxima víctima de la censura, se cuenta una divertida anécdota. Había una famosísima revista satírica, “La Codorniz” que cada dos por tres era secuestrada por su humor “políticamente incorrecto”. En una ocasión, en la sección de pasatiempos, salió publicada esta supuesta ecuación; “Regla de Tres. Bombín es a bombón lo que cojín es a X. Nota de Redacción. Nos importa tres X que nos secuestren la edición.”

En cuanto a lo que ocurría en el resto del mundo, señalaré que, en el mes de enero el 
Consejo de Seguridad de las Naciones se reunía por primera vez condenando, en su resolución 32, al gobierno de Francisco Franco y prohibiendo su ingreso en la organización.

El 24 de febrero Juan Domingo Perón era elegido por primera vez presidente de Argentina.

En Julio, Louis Reard, diseñador de moda francés, lanzaba el biquini, prenda que fue prohibida en España e Italia durante años.


En septiembre se celebraba el Primer Festival de Cine de Cannes tras la posguerra. Realmente había sido inaugurado en septiembre de 1939 solo para ser cancelado al día siguiente debido el inicio de la guerra. En ese año 46 y en el 47 se premiaron  seis películas entre las que destacan “María Candelaria”, del mejicano Emilio Fernández  y “Roma, ciudad abierta”, de Roberto Rossellini.

En Junio del 47 Estados Unidos iniciaba el Programa de Reconstrucción Europea, conocido como “El Plan Marshall”, que, por cierto, pasó sobre España sin siquiera rozarla.



Manolete.

Y en agosto, estando la familia Mariño Pfarr de bolos por la península y sentada en una terraza cercana a la plaza de toros de Linares, Andalucía, escucharon una tremenda algarabía. El gran torero Manolete, ídolo de los aficionados,  había sido empitonado por un toro de Miura de nombre Isleño. Poco después, supieron que el matador, en esta ocasión, había resultado ser el  "matado". Este hecho trajo el luto a una España tan aficionada a la tauromaquia.


Mariquita Pérez y yo.


Pero volvamos a nuestra historia.  En los principios de 1947,  finalizó   aquella maravillosa experiencia mejicana.  Irma Vila me había hecho un maravilloso regalo; una Mariquita Pérez articulada, aquella muñeca que era un fenómeno social del que solo la élite podía disfrutar   y que había tenido gran acogida en Portugal y América Latina, llegando en Cuba a ser llamada “La Reina de Cuba”. No tengo palabras para describir la adoración que sentía Yolanda por aquella pequeña niña de cartón piedra, cabello natural  y hermosos ojos azules que se abrían y cerraban orlados por espesas pestañas.  El día de la despedida de compañía la cantante me hizo un segundo obsequio; una cadena y una medalla de oro de la Virgen de Guadalupe, “como recompensa por los cientos de veces que te has arrodillado ante su altar”, según sus palabras.

Aquellos seis meses de gira no solo no habían mermado mi entusiasmo artístico sino que reforzaron mi afición. La certeza de que las galaxias que viera allá en el cielo del escenario, durante mi debut teatral  en  los brazos de Estrellita Castro, marcarían  mi vida se había confirmado. El veneno del teatro, en estado latente en mí desde aquel día de 1942, había eclosionado infectando cada milímetro de mi alma y para siempre.  Nada menos que la propia Virgen Guadalupana había confirmado  mis votos con el mundo del espectáculo.

Despedida de la compañía de Irma Vila.
La enana del centro soy yo. 



Camino hacia el adiós.

(Primera parte).






“Érase un vez una madre tan desesperada por no tener con qué alimentar a sus hijos que, cierta oscura noche, después de mucho meditarlo y tras lograr reunir el coraje necesario, se dirigió al cementerio del pueblo con el macabro fin de obtener, de algún cadáver recién enterrado comida para sus vástagos. Al cabo de un rato de buscar descubrió una tumba cuya tierra se veía recién removida. Sacando fuerzas de flaqueza comenzó a escarbar con sus escuálidas manos hasta ensangrentarlas y al llegar al endeble féretro de madera lo golpeó con con furia haciendo saltar, hecha pedazos, su frágil tapa. 

La oscuridad y la soledad reinante la amparaban. Su conciencia y su mente estaban anestesiadas por la necesidad de salvar a sus hijos del hambre más atroz. Así que, al descubrir el cuerpo, con un valor sacado de su angustia, hundió sus manos en el abdomen y de un brusco tirón le arrancó el hígado. Como perseguida por todos los demonios del infierno corrió hacia su casa con el botín, sosteniendo contra su seno aquella víscera cuya tibieza intentaba reinstaurar.

Esa noche sus hijos, ignorantes de todo, lograron recuperar una satisfacción perdida hacía tiempo; dormir con el estómago lleno. Pero poco duró la placidez de su sueño. De madrugada se comenzaron a oír extraños ruidos en la casa, como de pies arrastrándose por el pasillo, pasos que se acercaban de forma lenta pero inexorable al miserable cuarto que madre e hijos compartían. Hasta que finalmente, en el umbral  de la puerta, se oyó una voz quejumbrosa pero de aterradora presencia que decía, “ladrona, devuélveme mi híííígado, devuélveme mi híííígado, devuélveme mi híííígado…”



El primer “devuélveme mi híííígado” bastaba para que la reunión se desbaratase y el grupito de niñas corriéramos gritando de horror. Sin sospechar en absoluto que la necrofagia había llegado a ser, en algunos casos, un hecho comprobado, el simple pensamiento nos llenaba de espanto. Este es un buen ejemplo de cómo la miseria reinante había contaminado hasta los sencillos cuentos de terror que, en aquellos pasillos de Alonso Cano y reunidas en apretado corro, las niñas nos contábamos. Ese relato llegó a convertirse en una especie de leyenda urbana.



Aunque el ambiente del mundo del espectáculo siempre fue  especial,  apenas rozado por la realidad de la vida, el otro mundo, el de la España de la posguerra estaba habitado por demonios invisibles que poseían a los humanos,  devorando sus corazones con la misma ansia con que los humanos devoraban la escasa comida que el gobierno nos suministraba. La miseria exacerba los instintos más animales. No era un buen país para crecer, no, aquella España herida y rencorosa.


Cuatro habían sido las figuras que, en una fría mañana de 1946, cargadas de maletas e ilusión, abandonaban el portal de Alonso Cano 4 para comenzar la larga gira de seis meses con Irma Vila. Cuatro habían sido las figuras que habían partido y cinco las que regresaban, mi madre, mi padre, mi tía, yo y ¡Mariquita Pérez!  La gran diva.



Sujetando  con infinito amor su manita decidí quedarme en la acera, haciendo así de orgullosa anfitriona para el enjambre de moscones que, en cuanto la noticia se corriese, acudirían a rendir pleitesía a la nueva reina del barrio. Mariquita, mi envidiada muñeca, esa que a mi lado viajó durante meses en un destartalado autobús, la que conmigo  había compartido  la visión de una  veleidosa Madre Naturaleza, ora ornada con púrpuras, rojos, verdes y amarillos, en una orgía primaveral de amapolas, margaritas y lilas,  ora cubierta hasta los ojos por la albura de la nieve. 
  



Solo dos amigos tenía yo en el barrio que deseara volver  a ver. Uno era Pepín, un regordete y tímido niño. Ese muchachito que durante nuestros juegos femeninos con muñecas,  generalmente hechas de tela y estopa por nuestras madres,  nos miraba desde la distancia con envidia mal disimulada. Las niñas no lo aceptaban   por aquello de “las niñas con las niñas, los niños con los niños” y estos últimos solo lo querían como objeto de mofa. Pero el caso es que a mí siempre me había caído bien y en esas tardes veraniegas en las que  Madrid nos obsequiaba con temperaturas de más de cuarenta grados, en esas horas en las que la ciudad observaba con rigor el sagrado ritual de la siesta, ambos salíamos  a hurtadillas de nuestras respectivas casas y juntos dábamos largos paseos. Generalmente íbamos a un edificio cercano, semiderruido por las bombas de la reciente guerra o llegábamos hasta  un Paseo de la Castellana, que en aquellos tiempos y por nuestra zona,  era tan solo un proyecto urbanístico lleno de  escombros.  Entre ellos corríamos y soñábamos al unísono Pepín y yo.



Mi otra amiga, Elenita, era un caso muy especial y según los mayores “la única niña buena del barrio”. Su piel de un níveo deslumbrante y sus  largos tirabuzones la hacían parecer un auténtico ángel.  Como era buena y buena católica rezaba cada noche el Padrenuestro, el Ave María y otras cosas mucho más complicadas. En familia, junto a su pequeño padre contable y a su diminuta y sonriente madre, desgranaban  cada día el rosario. Y seguramente por eso  de sus manos parecía emanar un brillo de santidad y de sus cabellos un embriagador aroma a incienso. Desconozco la razón  pero fui la única niña del vecindario que traspasé los filtros de la confianza familiar y, siendo ella una irreprochable estudiante, nuestros juegos se solían centrar en la lectura de  cuentos y fábulas o en algún que otro repaso a mis renuentes tablas de multiplicar. Todo esto, por supuesto, en su hogar,  pues Elenita tenía prohibido juntarse con la chiquillería del barrio. La cuestión era que yo adoraba a aquella silenciosa y frágil criatura.

De repente la acera de mi casa comenzó a llenarse de curiosos y amiguitas que habían acudido ante las palabras mágicas: Mariquita Pérez. Por supuesto Pepín estaba allí, mirándola con ojos arrobados y conteniendo a duras penas su instinto maternal. Entonces, para mi asombro vi, acercarse a Elenita. Sin duda era la primera vez que la veía en la calle, mezclándose con los otros niños. Pensé que el reclamo de mi muñeca, cuyo nombre, coreado por la chiquillería, debía haber llegado hasta su balcón, la había impulsado escaleras abajo, así que, sin dudarlo un momento, corrí hacia ella y deposité mi preciado tesoro en sus brazos.

 Lo que sucedió después fue más horripilante que todos los cuentos de terror que había oído en mi vida. Con un rostro aun más níveo que de costumbre, tras mirar estáticamente  y con un extraño brillo a mi Mariquita, alzó la mano y hundió con saña sus dedos en los preciosos ojos de mi muñeca. Así, por sorpresa.  En aquel  instante fue como si yo misma hubiese sido cegada,  como si por los horribles agujeros que quedaron en su carita se hubiese ido mi vida. Entonces Elena, tras dejar caer al suelo aquel amado cuerpecito,  volvió a entrar en el portal, con una parsimonia inexplicable.

El grupo, como por ensalmo, se disolvió. Solo quedó Pepín, agarrando mi mano con lágrimas en el rostro y una solidaridad llena de cariño. Nunca he podido comprender ni olvidar este crimen y, por supuesto, jamás volví a tener trato con aquella niña, a pesar de las insistentes disculpas de sus padres. Pero ese era solamente el comienzo de la serie de infortunios que plagaron los siguientes meses.

Las Pfarrys en la Danza Apache.
Un tiempo después, mi querida tía Jenny desapareció de la casa durante una semana. Mis padres decían que estaba en San Sebastián cuidando a una amiga enferma. Pero fueron días angustiosos,  y puesto que ella nunca se había separado de nosotros, incluso las inhóspitas paredes de la casa la extrañaban. Las mellizas vivían hasta tal punto  unidas que solo a la hora de ir a la cama se convertían en seres independientes. 

Cuando al fin Jenny volvió estaba demacrada y con una tristeza que, a pesar de sus inmensos esfuerzos por disimularla, mi corazón percibía con absoluta claridad. Solo muchos años más tarde supe que le había sido realizada una mastectomía total. A la parte más femenina y frágil de las Pfarry Sisters le habían amputado un seno en la flor de la vida y de su carrera. Si alguien cree que ese dramático hecho cambió su existencia es que no valora la entereza de aquella alemana. Una vez repuesta físicamente, la solución al problema consistió en subir los escotes de sus vestidos y en hacerse varios postizos rellenos de algodón con los cuales disimulaba la parte huérfana de sus sujetadores.  Entonces no existían ni prótesis, ni estéticas, ni tratamientos postoperatorios pero Jenny superó su amputación y el mismo cáncer, según me confesó tiempo después, gracias al amor que por nosotros sentía.



Estos fueron  tan solo una parte de la serie de infortunios que plagaron para nosotros la segunda mitad de 1947.  Así pues me temo que las historias tristes continuarán.


NOTA. Un lector, Ovejo, me ha enviado este Gif tan divertido que quiero compartirlo con vosotros. Gracias, Ovejo.







El camino hacia el adiós

(segunda parte)



Se dice que en el País de las Tinieblas vivía una niña que conoció personalmente al demonio. Por supuesto, no al clásico demonio de cuernos, rabo y tridente. ¡Por favor! Ya en aquellos días el infierno estaba mucho más modernizado.
Se comenta que el padre de la niña, un príncipe de reluciente armadura, tras luchar contra los infieles, había sido apresado y conducido a una mazmorra y que fue allí donde,  ignorante de su verdadera entidad, entabló relaciones con un demonio que vagaba entre las miserias de los penados  ataviado con larga sotana, perfecta tonsura y crucifijo sobre el pecho. ¡Qué mejor disfraz podía haber adoptado! Parece ser que el príncipe, tras su liberación, lo recibió en su castillo, permitiendo, en agradecimiento por las palabras de consuelo que el falso monje  le diese durante su martirio, que entrara y saliera a voluntad de sus dominios y de la vida de sus seres amados.

Cuentan que la madre de la niña era una hermosísima diosa de dos cabezas siempre vigilantes, pero que ni siquiera ellas pudieron reconocer a Lucifer tras aquel perfecto disfraz de santidad.

La leyenda dice que un aciago día, la diosa de dos cabezas y el príncipe de radiante armadura, debiendo atender a cosas de sus súbditos, montaron en sus blancos corceles  dejando a su hija, la princesita de siete años, al cuidado  del travestido demonio y que fue en ese momento cuando se desataron todas las furias del infierno.  Rayos fulminantes  surcaron  el pacífico cielo que hasta ese momento había habitado en los ojos de la niña, diluvios incontenibles manaron de ellos y aterradores truenos sacudieron su piel mientras, despojado de su disfraz clerical, Satanás le mostraba su auténtica imagen. Ahora un negro lobo cuya áspera lengua de fuego quemaba la infantil piel, luego  un dragón cuyo fétido aliento infestaba la pequeña boca, o una resbaladiza serpiente que penetraba en el cuerpo de la niña entre aullidos que provenían de ella misma.

No se conoce a ciencia cierta el tiempo que el demonio martirizó a la princesita, pero dicen algunos pájaros que revoloteaban por las almenas del castillo, que escucharon estas sibilantes palabras saliendo de la pestilente boca de una hiena, "como cuentes algo de esto tus padres hervirán para siempre en las calderas de Pedro Botero y tu cuerpo será despellejado por los buitres hasta el fin de los días”

Esto se dice que ocurrió un día en el País de las Tinieblas. España.


La familia Mariño-Pfarr recibió el 1948 trabajando en las Islas Canarias. Aquello fue una ráfaga de aire revitaliador.  Arsenio había conseguido un contrato con el director de sendas salas de fiesta en Las Palmas de Gran Canarias y en Tenerife, así que las mellizas, con Jenny en forma y haciendo ver al mundo que nada perturbaría su entereza, siguieron conquistando a su público. En cuanto a mí, sorprendentemente libre de ciertos terribles recuerdos, seguía siendo una niña vital y despierta. El príncipe volvió a ser mi padre, la diosa de dos cabezas mis queridas mellizas y el demonio y sus actos desaparecieron de mi cerebro y de mi vida como por ensalmo. A veces he llegado a pensar que esa virgen de Guadalupe que me regalara Irma Vila había hecho conmigo un milagro, empujando hasta el fondo de mi subconsciente imágenes, sonidos y sensaciones de mi violación que mi consciente no hubiese podido soportar. Y allí se quedaron durante muchos años.


Fue feliz aquel 31 de diciembre cálido y soleado, tan distinto a los que hasta entonces había vivido en la península. Bellos aquellos viajes en barco entre las islas y más hermosos aún los paisajes y sus gentes. TODO era hermoso.




A nuestro regreso a Madrid yo traía para mi amigo Pepín una fruta maravillosa que acababa de descubrir; un mango. Segura de que la disfrutaría y ansiosa por ver como su delicioso jugo se deslizaba por sus sonrosados mofletes, fui a su casa a buscarle. Entonces comprendí que las desgracias no habían terminado, que la aventura isleña había sido como estar por un momento en el ojo del huracán, todo paz y calma engañosa. Pepín había muerto de neumonía.


Sus padres,  desesperados, habían recurrido al estraperlo para conseguir la penicilina que podía haberle salvado, pero  que aún era imposible de encontrar en el mercado oficial. Aquello del contrabando se había convertido en algo peligroso y salvaje. En Madrid, individuos desalmados, vendían medicamentos adulterados o caducados y en las garras de uno de esos asesinos había caído el padre de Pepín. El único amigo que me quedaba se había ido, haciéndome sentir que el helado Madrid de ese febrero se convertía en una mortaja para mi corazón.


España, tras el bloqueo de las Naciones Unidas, a veces agonizaba con resignación y a veces se revolvía en estertores, como una fiera moribunda. Los suministros alimenticios fallaban y llegó un momento en que las peladuras de esas patatas que de vez en cuando distribuían por la libreta, se convertían en un manjar. El pueblo, que ni siquiera durante los bombardeos a la ciudad había prescindido de su gran afición al teatro, languidecía junto con el país y los espectáculos teatrales fueron desapareciendo.

Celia en la República
Celia en el franquismo


Solamente la argentina Celia Gámez  y sus revistas, convertidas para la ocasión en comedias musicales edulcoradas y moralizantes, parecía tener abundante público: las damas de Acción  Católica y la nueva y ultra conservadora alta sociedad franquista. Celia era lo que yo llamo una “superviviente” que supo adaptarse de forma camaleónica, . Pasó de ser una atrevida vedette,  durante la república y la guerra, a convertirse en una comedida y elegante cantante-actriz en la posguerra. Y de ambas formas triunfadora.

Put the Blame on Mame


Un día en el que  los fallos de suministro habían afectado hasta al indispensable pan, a mi familia y a mí se nos ocurrió una idea. Figuraba en la cartelera una película, Gilda, que conmocionaba  los cimientos de aquella sociedad super católica, llegando incluso la Iglesia a amenazar con la excomunión a quién fuera  a verla. Pocos osaron asistir a las proyecciones pero aquella canción,  Amado mío, que Rita Hayworth doblaba sobre la voz de  Anita Ellis,  sonaba en las radios y en las gargantas de todas las españolas, sirvientes o servidas, jóvenes o maduras, vencedoras o vencidas, convertida casi en un himno. La imagen de Gilda en los carteles, esa Rita  de verdadero nombre Margarita Cansino y origen español, vestida de raso y con  largos guantes, se había transformado en un icono libertario para el género femenino .

Así que las alemanas y yo planeamos  que, del extenso vestuario de las "Pfarry Sisters", me confeccionaran un traje y unos guantes que remedaran aquella famosa imagen de Gilda y que, así vestida, me presentara  en una cercana tahona entonado la  melodía de Amado mío. Todos sabíamos que los tenderos guardaban a escondidas, para disfrute propio o venta ilegal,  pequeñas raciones de los productos que les llegaban para repartir y siendo  la panadera un ser encantador  nos dirigimos a su tienda  con la esperanza de que, conmovida, nos vendiera algún chusco de esos que sin duda “disimulaba”. Cuando me coloqué en la puerta,  moviendo mis escuálidos bracitos y lo que deberían haber sido mis caderas al ritmo de esa melodía, convertida en una caricatura de mellada sensualidad, sus risas y sus aplausos me llenaron de satisfacción. Pero mucho más nos llenó la hogaza de pan que pudimos llevarnos  escondida en el zurrón. Y además gratis.

"Amado mío"
Yolanda como Gilda en 1984


Muchos años más tarde, en la España de 1984, cuando me tocó interpretar a Rita  en el Music Hall Lola  y vi  por primera vez la película “Gilda” al completo, descubrí que la imagen de Rita envuelta en raso y enguantada y la canción Amado mío no coincidían. El seductor traje y los largos guantes pertenecían a la memorable escena de la bofetada, donde ella interpretaba  “Put the Blame on Mame”, mientras que en  Amado mío Gilda vestía un bello traje claro. (Releyendo Mis episodios nacionales, he comprobado que hasta su autor,  Fernando Vizcaíno Casas, tan  informado sobre la época de la posguerra, había incurrido en ese error. Parece que la memoria  ha jugado una mala pasada a muchos españoles de esos tiempos, fundiendo la imagen de la más impactante escena de Rita con aquella canción que, quizá por comenzar en castellano y ser de melodía muy pegadiza, había calado en el corazón de los españoles).


Con uno de mis vestidos

En fin, tan exitosa fue  mi actuación en la tahona que usando el mismo sistema logré varias veces  llevar a casa alguna racioncilla de lentejas, con gorgojos, por supuesto, (a los cuales mi padre llamaba irónicamente “proteínas”), de garbanzos y hasta en una ocasión un cuartillo de auténtico aceite de oliva. Consolidada mi carrera de artista ambulante hube de ampliar mi repertorio y  mi vestuario. Lo segundo no era problema, ya que en casa había un variado surtido de trajes provenientes de “épocas mejores”. Lo primero tampoco lo fue. Me aprendí canciones de moda como La vaca lechera o Mi casita de papel y con ello dejaba a mi público satisfecho.

Pero aquella situación no podía continuar. El escaso trabajo, la falta de higiene y de defensas orgánicas provocaban  toda clase de infecciones por hongos o por parásitos… Raro era el español que no había dado cobijo en su cabellera a los piojos o sufrido algún brote de sarna. Horrible imagen, lo sé, pero en absoluto exagerada.

El día que vi salir de casa, y no volver a entrar, fastuosos vestidos de teatro, la famosa mosca comenzó a revolotear  tras mi oreja. Pero la constatación absoluta del desastre inminente vino cuando mi padre me pidió la  cadena y la medalla de la Virgen de Guadalupe, esos objetos  de oro que colgaban de mi cuello desde que Irma Vila me los regalara. “No hay dinero para nada y es necesario vender las cosas de valor para ir sobreviviendo”, me dijo Arsenio con sus ojos húmedos y una voz tan compungida que mi corazón se estrujó como una pelotita de papel. No recuerdo con precisión mis palabras pero debieron ser algo así como “no te angusties, papi, cógelas, lo único que yo necesito de verdad es a mis padres y su cariño”. De lo que estoy segura es de que aquella escena terminó como un auténtico melodrama; todos llorando y abrazándonos.

Días más tarde, sentados a la mesa de la cocina y alumbrados por la azulada luz de la lámpara de petróleo  “Petromax”,  a la que los continuos cortes en el suministro de luz nos tenían acostumbrados, esa única lámpara que  precedía con su fantasmagórico alumbrando nuestro camino por la casa, como en una película de terror, mi padre me hizo partícipe de tanta información familiar, desconocida por mí,  que me resultaba imposible asimilarla.
Mi abuelo Reinhold y mi tío


Por ejemplo; existían un tío y un abuelo maternos viviendo en Chicago, con los cuales  habían perdido contacto, por parte de mi padre, resultaba   tenía otras dos hermanas,  además de Mercedes, la cual una madrina a la que casi nunca veía.


Mi tía Olimpia

Una de ellas era Olimpia, que vivía con Gloria, mi abuela paterna, su marido y sus hijos en Costa Rica; la otra era Carmen, casada en Sevilla y cuyo trato se había roto a causa de antagonismos políticos durante la guerra civil. Y luego estaba mi abuela materna Jenny, que continuaba en Cuba, allí donde el trío Dora-Arsenio-Jenny se habían conocido años atrás y donde había brotado ese incombustible “amor a tres” que tras mi nacimiento se convertiría en “amor a cuatro”. Supe que ambas partes de mi familia, la gallega y la alemana, habían recurrido al generoso cobijo de aquella isla huyendo de la maltrecha Europa y de los desastres de la Primera Guerra Mundial. Y finalmente me informaron de que mi abuela materna, Jenny, nos había enviado los pasajes en barco para que pudiéramos unirnos a ella en Cuba.



España, pues, era tema zanjado para nosotros. Era muy difícil de aceptar pero no había futuro para mi familia aquí, así que, a principios de 1949  completaríamos el duro proceso del  adiós subiéndonos al vapor Habana. Para calmar mi angustia me aseguraron que él  nos llevaría a un lugar donde el aire olía a galán de noche y madreselva, donde el azul del cielo era incorruptible, una isla divorciada de la nieve, la miseria y la tristeza y cuya calidez se filtraba en el alma de sus habitantes haciendo de ellos seres  ebrios de música y risas. La isla de Cuba.





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1 comentario:

  1. Buenas tardes, me llamo Salud Amores y soy la autora de dos libros sobre las muñecas de Famosa. Haciendo búsquedas por internet he caído en su blog, que me parece muy interesante y quería hacerle una consulta relativa a una fotografía. Como,puedo contactar con usted? Le dejo mi email que es saludamoresjkk@yahoo.es. Muchas gracias, reciba un cordial saludo.

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