sábado, 28 de septiembre de 2013

Instantánea 92 - Aventuras y desventuras de Don José. (Primera parte).





Yolanda Farr. Foto Alcántara
Por aquellos tiempos había en Madrid un lugar elegido como centro de reunión por los artistas de todos los gremios: Bocaccio. Era esta una discoteca con dos ambientes. En el sótano estaba ubicada la pista de baile, con esa inmensa e imprescindible bola de espejitos cuyos giratorios reflejos ayudaban, junto al atronador sonido que salía de los muchos bafles, a enajenar el espíritu.  Pero el gran salón que constituía la primera planta era un agradable pub con influencias art déco, cómodas butacas forradas en terciopelo rojo burdeos y una larga barra de reluciente madera.
Entrada y barra de Bocaccio
Tras ella se podía  admirar esa pared de  espejos artísticamente biselados sobre la que, colocadas en  estanterías, se exhibía un inmenso surtido de  botellas cuyos contenidos estaban destinados a satisfacer los caprichos del más exigente consumidor.

María Asquerino en su rincón de Bocaccio
A partir del cierre de los espectáculos allí nos reuníamos, sin necesidad de cita previa, con directores, periodistas, cantantes, músicos, o con otros actores, así como con fans que buscaban ver de cerca a María Asquerino, a Fernando Fernán Gómez, a Lola Flores, a Marujita Díaz, a Berlanga, a Jesús María Amilibia, a Tico Medina…Algunos tenían un sitio fijo y su propia tertulia, como la Asquerino. Otros éramos itinerantes. Puesto que la música del piso inferior llegaba al pub muy atenuada, se podía gozar con tranquilidad de esos cotilleos, de esos intercambios de experiencias con los que tanto  disfrutamos  los faranduleros. ¡Cuántas amenas madrugadas pasamos allí Jesús y yo, rodeados de amigos y compañeros noctámbulos, sumergiéndonos en el pozo sin fondo de sabiduría teatral que eran esos grandes personajes!

Lola Flores y Marujita Díaz

J.M. Amilibia, Luis Berlanga y Tico Medina
Pues bien, una noche se acercó a nuestra mesa un famoso actor al que no solíamos ver por allí: Juanjo Menéndez. A pesar de su reputación de persona algo retorcida, aquel hombre era uno de los actores que yo más admiraba. Su presencia en el cine resultaba indispensable pero era en el teatro donde  demostraba su gran calidad histriónica. Sin preámbulo alguno, Menéndez  pidió a los que me acompañaban que le  hicieran sitio para sentarse a mi lado y una vez allí me lanzó estas palabras que, por motivos que conoceréis más adelante, no olvidaré nunca: “Yolanda Farr, quiero contratarte. Sé que tengo fama de conflictivo pero trabaja conmigo y comprobarás que no es cierto.” Y trabajé con él.

La obra de los italianos Terzoli y Vaime, Anche il bacan hanno un´anima, fue estrenada en España bajo el título de Nunca es tarde si la noche es buena. Y este era el ingenioso argumento: el día de su jubilación unos compañeros decidían regalar al probo inspector de sucursales del banco en que trabajaban, en lugar del consabido reloj, una aventura, una noche de amor por todo lo alto que le compensara de la vida gris  que había sido su constante. 

La parte conocida del regalo consistía en un fin de semana en Benidorm. La oculta era yo, prostituta de lujo que debía fingir un fortuito encuentro en el tren que llevaría  al verdadero regalo; una apasionada noche de sexo y sorprendente ternura. Esto ocurría en los dos cuadros que componían el primer acto. En el segundo, tras mi desaparición y su regreso al hogar, halagado en su amor propio por la supuesta conquista, el hombre reanudaba, lleno de nuevos bríos, la vida con su esposa, papel interpretado de forma magistral por Pilar Bardem. Los ensayos fueron como miel sobre hojuelas. Yo, que siempre he temido a los primeros actores-directores, hube de admitir  que el trabajo de Juanjo era, no solo eficaz, si no también generoso. Los compañeros del jubilado en la obra eran  Pepe Albert, Jesús Molina y Paco Prada.

Para dar más lucimiento a mi papel Juanjo se inventó que entrara en escena atravesando el patio de butacas y llevando conmigo  un perrito. Por supuesto la idea me encantó. Ni sé cuantas veces, durante los ensayos, pedí que el animalillo me fuese entregado con el fin de que se acostumbrara a mí y se “aprendiera su parte”. Pero el actor canino no llegaba.

Y no lo hizo hasta el día del ensayo general en el teatro Romea de Murcia, la primera plaza de esa clásica gira de rodaje que solía preceder al debut oficial en Madrid.

El Yorkshire Terrier
Aquella tarde Juanjo se presentó en mi camerino con un precioso Yorkshire Terrier, diciéndome que lo había comprado esa mañana en un criadero donde ejercía la función de  semental. Sin duda su estampa era hermosa, con ese sedoso pelo largo, entre rubio y gris, y sus orejitas tan tiesas como si estuviesen almidonadas. Me aseguró que tenía 4 años y me urgió para que me “hiciera con él” pues al día siguiente debutábamos. Aquello era una barbaridad y la demostración fehaciente de su falta de conocimiento del mundo animal. ¡Establecer una relación de amo y mascota en unas horas, lograr que caminara al lado de una desconocida entre el público, que subiera la estrecha escalerilla hasta el escenario y que, una vez allí, sentado a mi lado, se mantuviera tranquilo durante los casi veinte minutos que duraba la escena me parecía un objetivo imposible!

En mi camerino, paralizado ante el nuevo y desconcertante entorno, el pobre perro permanecía agazapado en una esquina mientras yo dudaba sobre cómo manejar la situación cuando, de pronto, le oí toser secamente. Temiendo que el frío del suelo resultase perjudicial para su asustado cuerpecito le tome en mis brazos, a lo que él, con la docilidad que le provocaba su desamparo, reaccionó acurrucándose en mi regazo y durmiéndose con placidez mientras yo me maquillaba. Desde ese mismo momento su tremenda inteligencia intuitiva le hizo adoptarme como su ama.

Con Don José en Nunca es tarde si la dicha es buena
Foto Alcántara
El ensayo general resultó  perfecto, así como el estreno y varias funciones posteriores, pues el animal acataba con sumisión mis indicaciones. Se había establecido de inmediato un vínculo de ternura y adhesión entre nosotros.

Desde la primera noche él durmió conmigo en los hoteles, juntos comíamos en restaurantes que  permitieran la entrada de animales, cosa poco frecuente, y unidos nos dirigíamos cada día a nuestro trabajo. Todo esto en contra de la opinión de Juanjo, que pretendía dejar por la noche al perro  en el teatro, encerrado en su bolsa hasta el día siguiente cuando llegara el momento de la función.

Pero el animalito, a pesar de mis cuidados, continuaba con sus esporádicas toses, así que decidí llevarle  a un veterinario. Cuál no sería mi sorpresa al ser informada por el doctor de que lo que tenía entre los brazos, aquel bello ejemplar canino, era un venerable anciano de más de diez años, bastante desdentado y con una bronquitis crónica. Eso acrecentó aún más mi cariño por él y, en reciprocidad, el apego del animoso viejito hacia quien lo cuidaba y lo mimaba.

En cuanto a la parte laboral, Don José, bautizado por mí con ese nombre a causa de sus toses de viejo fumador, era todo un éxito de cara al público. Cuando atravesábamos el patio de butacas los comentarios de “¡ay, qué ricura!” o “¡mira qué monada!” nos seguían hasta que ocupábamos nuestro lugar en el escenario, y muchas veces más allá de ese momento. Un bostezo del perro o el gesto intuitivo de echarse sobre mis piernas mientras, sentados en los asientos del tren, Juanjo y yo manteníamos nuestro diálogo, arrancaban jocosos comentarios de la audiencia. Eso molestaba al actor-director, que se sentía interrumpido y provocó  que la  situación se fuera volviendo más y más  conflictiva.

Secuencia del primer encuentro en escena  entre Menéndez y Don José. Fotos Alcántara
Don José, que intuía el rechazo de Juanjo, decidió pagarle con la misma moneda.Y paulatinamente fue ocurriendo esto: con la actitud protectora de un Dóberman de 2 Kilos y 25 centímetros, cada vez que el actor intentaba acercarse a mí, el animalillo se le enfrentaba ladrándole con furia. Pero lo peor del caso es que esto al público le hacía aun más gracia,  provocando de nuevo los comentarios en voz alta de “¡ay, qué ricura!” o “¡mira qué monada!”. Sin duda esto alteraba el ritmo original de la escena, pero la reacción de Menéndez fue muy, pero que muy poco inteligente. En lugar de aprovechar aquello en beneficio de la comicidad de la obra, su rostro se volvía pétreo y sus irrefrenables gestos de rechazo al animal desdecían lo bondadoso de su personaje. Pero no podía evitarlo. El hombre decidió tomarse la actitud del perro como una ofensa personal.

Juanjo Menéndez y yo. Foto Alcántara
Y así las heridas en su orgullo se fueron gangrenando de forma irremisible. Un día,  en Alicante y a punto del debut madrileño, Juanjo entró airado al camerino antes de comenzar el espectáculo, amenazándome con prescindir de Don José si no conseguía dominarle. Según decía, el perro se estaba cargando la función.

Esa  misma tarde, Don José, que desde mi regazo había seguido con atención la conversación, tuvo una reacción vengativa tan humana que de no haberla vivido en persona no la creería: tras el garboso paseo por el patio de butacas y una airosa subida al escenario, mirando directamente al actor, depositó a sus pies una reluciente y diminuta cagada. Algo que, por supuesto, nunca había hecho. El regocijo del público fue clamoroso y el cabreo que provocó en su “rival humano”, épico.

 Aquello colmó la copa. Don José fue sentenciado a no hacer el debut en Madrid y yo a salir a escena con un perro de peluche. Por más que aquello me doliera no me quedaba más remedio que aceptar y hasta, de cierta manera, comprender la decisión del director-actor y también empresario. Sin duda el perro se robaba la escena. Y ya se sabe lo que eso puede molestar a un divo.


Pregunté cuál iba a ser el futuro del animal, y ante la respuesta de que sería sacrificado me llené de ciega furia. Le dije a Juanjo que bajo ningún concepto iba a permitirlo y que estaba dispuesta a denunciarle a la Sociedad Protectora de Animales. Mis gritos debieron retumbar por los pasillos y camerinos del teatro ya que la habitación se llenó de la presencia y el apoyo de todos los compañeros. Comprendiendo la mala publicidad que aquello le proporcionaría, el hombre reculó, aceptando, muy a regañadientes, mis condiciones: el perro seguiría con nosotros y, al finalizar las representaciones en Madrid quedaría a mi cuidado.


 El número musical. Fotos Alcántara
El debut  en el teatro Maravillas, fue el 20 de Marzo de ese 1982. Como venganza ante mi desafío el número musical que hacía en el segundo cuadro  fue eliminado y la bonita escena del tren, peinada y acelerada sin piedad, a pesar de que, tras una larga y seria conversación que sostuve con Don José, su agresividad contra Juanjo desapareció en su casi totalidad. Aunque os parezca imposible. Por supuesto la relación entre el director-actor y yo se volvió de una tirantez muy molesta. Pero no había más opciones que aguantar o despedirse y el mundo laboral no estaba para permitirse delicadezas. En realidad lo más sorprendente estaba por llegar.


Con Don José en casa
A los tres meses del estreno, Juanjo Menéndez disolvió la compañía. Tan solo un par de semanas más tarde supe que había reanudado los ensayos con otra actriz en mi lugar y un insulso peluche en el de Don José. Salieron otra vez de gira pero nunca me interesé por los resultados. Cuando yo termino con algo lo hago de forma radical. Por fortuna nunca tuve necesidad de volver a trabajar con ese hombre.

Así que mi querido compañero de tantos viajes y escenarios  vino a vivir a nuestra casa, donde fue recibido con gran cariño por mi madre y con marcada displicencia por nuestro Foxterrier Bobby, lo cual no era malo en absoluto pues pensé que  facilitaría la convivencia entre ambos.

Todo parecía ir sobre ruedas hasta que el artero destino de Don José decidió enredar de nuevo los hilos de su vida, como os contaré en el próximo capítulo.

P.D. Juanjo Menéndez falleció en noviembre del 2003. Lamento escribir cosas desagradables sobre un muerto, nunca lo había hecho hasta ahora en mi blog, pero debo ser fiel a mi inicial propósito de narrar y describir con fidelidad a las personas y las situaciones que han sido parte importante de mi vida.

Próximo capítulo. Aventuras y desventuras de Don José. Segunda parte.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Instantánea 91 - Un año de resaca.



Foto de Jesús Alcántara


Me ha sorprendido la reacción de algunos de mis lectores, sobre todo los españoles, ante mi capítulo anterior, esa síntesis del intento de  golpe de estado sucedido en este país en septiembre de 1981. “Pues, no me di cuenta de que la cosa fuese tan seria”,  “no estaba enterado de tantos detalles” o incluso “¿puedes creer que ni me acordaba?” Es increíble la facultad que tenemos los seres humanos de pasar por las más espesas junglas, plagadas de fieras y alimañas, sin mirar a nuestro alrededor, sin tener verdadera consciencia del peligro que nos rodea, como caracoles  metidos en esa casita que habitamos y que convertimos en nuestro único mundo. Sí, señor, estoy sorprendida. Aunque en verdad no debería.  No tras haber vivido en Cuba la Crisis de los Misiles, esos días en los que se estuvo jugando con el futuro del mundo sin que una gran parte del pueblo cubano tuviese noción de lo cercana que tuvimos esa tercera guerra mundial, y sobre todo, de lo aniquiladora que podía haber sido. Cierto que nuestra extrema juventud de entonces y el aislamiento al que el gobierno castrista nos tenía sometidos nos anestesiaba, pero, en mayor o menor medida, pienso que la tendencia humana a desvincularse de toda realidad que no sea la de su acomodaticia cotidianidad es una constante. Aunque, pensándolo bien, es muy posible que esto, en lugar de un defecto, sea un regalo Divino.

España salió victoriosa de  la  intentona golpista, pero con una resaca que tardó tiempo en desaparecer. Eran frecuentes y bulliciosas las manifestaciones callejeras en contra de una involución política y el partido socialista se fortalecía ante el escarmiento sufrido por la extrema derecha. 

El nuevo presidente del gobierno Leopoldo Calvo Sotelo, investido 2 días después del fallido golpe, tan solo estuvo en su cargo de septiembre del 81 a diciembre del 82. Tal vez por la tensa situación que le tocó vivir o quizá a  causa de la descomposición de su partido, UCD, es este un personaje gris, como demuestra la poca duración de su  presidencia. Nada importante se puede decir de él ni de su mandato, excepto la presentación ante el congreso, y posterior aceptación, de la ley del divorcio.

Dejando a un lado la política os contaré que, en ese año, mi vida  siguió el difícil rumbo que marcaba el país,  bailando, como todo el mundo, al ritmo de la crisis. Ningún empresario se atrevía a iniciar grandes proyectos y las subvenciones estatales para el cine y el teatro comenzaron a escasear. Dicen que los artistas siempre nos quejamos de nuestra situación, que llevamos proclamando la muerte del teatro casi desde sus inicios, pero es innegable que, en los malos momentos, es el sector cultural el que sufre los mayores recortes en las ayudas del estado. Por otra parte los problemas económicos siempre redundan en una menor asistencia a los espectáculos. Ya se sabe que la cultura no es un artículo de primera necesidad. Al menos así dicen.


O sea que, salvo por el estreno de la película Los hijos de papá, que había rodado el año anterior, y un muy grato reencuentro con Pepe Sacristán en la filmación del cortometraje  Guzmán el bueno, los primeros meses del año fueron bastante estériles para mí.

De Los hijos de papá guardo la maravillosa experiencia de haber trabajado con mis dos actores más admirados; Irene Gutiérrez Caba y Pepe Bódalo, auténticos “monstruos” de la interpretación. La película, dirigida por Rafael Gil y basada en un best seller  de  Fernando Vizcaíno Casas, fue un gran éxito para la productora, y a mí me aportó la satisfacción de interpretar en cine,  por primera vez, el papel de una señora “normal”, es decir, de una esposa y ama de casa. Como ya dije en un capítulo anterior, estaba un poco harta de que solo se me concibiera en personajes sensuales y provocativos y de que, a mis 40 años, los directores consideraran que no podía hacer de “madre de una chica de veinte, pues nadie se lo creería”. Tenía que conseguir que aceptaran mi salto hacia la madurez o a mi carrera frente a las cámaras le quedaba poco tiempo.


En cuanto a Guzmán el bueno, dirigida por Raimundo García, ganadora del Colón de Oro en el Festival Cinematográfico de Huelva bajo el nombre de ·Coplas de Don Guzmán, se trataba de una sátira, de una desmitificación de la historia de Alfonso Pérez de Guzmán, militar del siglo XIII que, durante la defensa de la ciudad de Tarifa, prefirió ver a su hijo asesinado, a los pies mismos de su castillo por los moros,  antes que rendirse. Mi papel era una divertidísima parodia de su mujer, María Coronel. Aquel fue  un rodaje en el que disfruté trabajando codo a codo con Pepe Sacristán, ese estupendo actor que había sido mi compañero en la obra  Haz bien y no mires a quién, años atrás.  



Foto fija de Guzmán el bueno.
Jesús, por su parte, comenzaba a ser considerado “el fotógrafo de los artistas”, destronando a un Gyenes, gran profesional pero ya un poco demodé, y a Cabrera, que aunque parezca mentira, aún realizaba los retratos con placas en lugar de carretes. La primera y última vez que me había retratado, para la obra El amor propio, quedé asombrada al descubrir ese hecho. Tres tristes placas me tomó, en lugar de las decenas de disparos que solían hacer los fotógrafos con el objeto de obtener, al menos, una que aguantase la ampliación de más o menos un metro que se colgaba en el hall de los teatros. Por supuesto, de los protagonistas de la función. Cabrera lo solucionaba todo con el posterior "retoque", a consecuencia de lo cual, tras pasar por sus manos, todos parecíamos recién salidos de una exagerada operación de estética. Así de planchaditos.

Volviendo a Jesús, al que sobre todo las mujeres llamaban “Lourdes” por los milagros que hacía utilizando tan solo la iluminación perfecta, os contaré que a mediados de la primavera, inauguró su estudio en la calle Príncipe, justo en los altos del Teatro de la Comedia . No exagero un ápice si aseguro que la crema y nata de la profesión pasó por allí para ser retratada. Desde jóvenes starlets como Rosa Valenty hasta magníficas veteranas como Mary Carrillo. Y todas salían encantadas de verse rejuvenecidas o favorecidas, según lo que fuese necesario.

Ya que menciono a la Valenty os diré que en el mes de agosto de ese 1981 me embarqué, por primera vez en mi vida, en la aventura de participar en una cooperativa. De ella también formaban parte Pepe Ruiz,  Fabio León y ella.

La escasez de empresarios dispuestos a jugarse el dinero,  había forzado a los actores a reunirse en pequeños grupos, autofinanciarse el montaje de alguna obra de pocos personajes y entre todos compartir los gastos y   las       ganancias. Víctor Andrés Catena nos facilito un divertido texto, Piensa mal y acertarás, de la escritora inglesa Joyce Reinbourn y se ofreció a participar con nosotros en el proyecto. La obra cumplió de sobra con su propósito de entretener al público madrileño durante los meses del verano. Pero económicamente la experiencia fue un enorme fiasco.

Puesto que nuestro acuerdo era repartir el dinero en cinco  partes iguales el asunto no debía haber sido demasiado complicado. Pero, a consecuencia de nuestra nula experiencia al respecto, nos resultaba imposible controlar el taquillaje y a consecuencia, aunque viéramos el teatro bastante concurrido,  el dinero que llegaba a nuestras manos, tras haber previamente descontando  el 50 por ciento que se llevaba el empresario de paredes del Maravillas, era una miseria. Y si protestábamos siempre surgía una justificación; que si el teatro tenía un número de butacas reservadas para su uso  exclusivo, que si los vales de favor y las invitaciones habían sido muchas, en fin que nos tomaron el pelo a su plena satisfacción.  Huelga decir que salimos de aquella experiencia como gatitos escaldados, y decididos a no meternos más en “camisas de once varas".





 Con Pepe Ruiz en Piensa mal y acertarás


Ningún otro trabajo importante surgió en todo ese año. Por fortuna Jesús lo  tenía en abundancia y su prestigio crecía exponenciálmente. Mi madre, que envejecía con gran dignidad, disfrutaba de mi presencia en la casa y, para satisfacción de ambas, seguía gozando con sus traguitos de vino tinto acompañados por unas patatas a la brava que mi estómago,  ni en mis años más mozos, hubiese podido soportar.



No puedo terminar este capítulo sin recordar dos terribles atentados cometidos durante ese año.
Reagan introducido en el coche tras el atentado

El 30 de marzo, el presidente de EE.UU., Ronald Reagan, recibía un disparo en el pecho mientras salía de un hotel en Washington. La rocambolesca historia es esta: John Hinekley Jr., obsesionado con la actriz Jodie Foster, llevaba años intentando infructuosamente establecer contacto con ella. Creyéndose rechazado a causa de su anonimidad, decidió hacerse famoso matando al presidente del país. Por fortuna Reagan se recuperó con celeridad del balazo que le atravesó un pulmón y pudo reanudar su mandato.

Juan Palo II tras su atentado

Y el 13 de mayo, en la Plaza de San Pedro de la ciudad del Vaticano, el papa Juan Pablo II resultaba gravemente herido por Ali Agca, miembro de la extrema izquierda turca. Durante largo tiempo se temió por su vida y, en España, devotos y menos devotos vivimos angustiados su larga convalecencia. Aunque después de un tiempo reanudó las funciones papales, nunca llegó a recuperarse del todo.






Y hasta aquí lo referente al año 1981. En el próximo capítulo mis recuerdos serán un año más jóvenes y yo un año más vieja, pero aún con muchas vivencias que contar. Entre otras la historia de cómo un nuevo y adorable “personajillo”  hizo su entrada en nuestra vida.







P.D.

Acabo de leer un libro que me ha llegado al corazón. Todo un dechado de pura poesía, escrito con la sencillez y la profundidad con la que se plasman las verdades del alma; Lo que se ha salvado del olvido.

Aunque prevenida por las varias estupendas críticas que han llegado a mí, su lectura me ha gratificado doblemente, primero por su belleza y segundo porque su autor es Juan Cueto-Roig, mi amigo y  generoso "maestro". Con toda sinceridad os lo recomiendo. Me lo vais a agradecer.







Próximo capítulo.  Aventuras y desventuras de "Don José".







sábado, 14 de septiembre de 2013

Instantánea 90 - España al borde del abismo.


Primera parte
(23 de febrero de 1981. Los preliminares)





Foto Jesús Alcántara
 “Algo debe estar sucediendo en Carrera de San Gerónimo. Están pasando muchos coches de policía hacia Paseo del Prado”. Era la voz de Johnny, el camarero del café Dorín, en el cual nos encontrábamos. Como casi cada tarde la clientela estaba formada  por alguna pareja que disfrutaba de esa merienda tan castellana compuesta por chocolate con churros y por actores en paro o jubilados.  Ya que nadie  prestó atención a sus palabras, Johnny abandonó su puesto de observación a la puerta del local y pasó por nuestro lado, reintegrándose   a su trabajo tras la barra. Pasado un  rato alguien penetró agitado en la cafetería y lanzó esta aplastante noticia: “¡Los militares han tomado el Congreso de los Diputados y hay tremendo follón de policía y prensa en la puerta!”.  Sin duda algo gordo estaba pasando y nosotros, que solíamos reunirnos por esa zona cercana al Congreso, nos encontrábamos sin quererlo en el meollo de la acción. Las opiniones del grupo se dividieron entre acudir a ver qué sucedía o dirigirnos para cenar a nuestro acostumbrado restaurante Hylogui, situado en las cercanías  y desde allí irnos enterando de los acontecimientos entre ricas sopas de pescado, escalopines, boquerones fritos o cualquier otro sencillo manjar regado con el acostumbrado vino de Rioja. Con toda la inconsciencia del mundo eso fue lo que hicimos y, debo decir que no fuimos los únicos. Varias mesas del restaurante estaban ocupadas por los clientes habituales.

Creo que la mayoría del pueblo español tardó horas en aquilatar la gravedad de lo que estaba ocurriendo.  El maitre nos iba pasando la información obtenida a través de una radio que había en la cocina. Así nos enteramos de que la cosa tenía todos los visos de ser un golpe de estado. Y aquello era muy inquietante. Por lo tanto  el grupo se disolvió y cada cual se fue a su casa con intención seguir los acontecimientos por los medios informativos. Al parecer el futuro de España se estaba jugando en esos momentos. Aunque parezca increíble,  las calles de Madrid estaban tranquilas, tal vez demasiado tranquilas, sumidas en ese estado de paz que suele preceder a los grandes acontecimientos. Hasta el metro de la ciudad funcionaba con toda normalidad.  Una vez llegados a nuestro hogar, Jesús, mi madre y yo, como la inmensa mayoría de los españoles, pasamos aquella noche en vela, sentados con avidez frente a un televisor que hasta las 10 de la noche, cuando el director de los informativos de TVE Iñaki Gabilondo dio el primer parte oficial, tan solo emitía música militar sobre la carta de ajuste. Únicamente la cadena radiofónica Ser nos trasmitía la poca información de la que se disponía fuera del Congreso. De ahí que esa noche sea conocida como “la noche de los transistores”. Ante aquella aterradora desinformación solo se podía rogar para que la intentona fracasara y nadie nos robara esa democracia que estábamos comenzando a disfrutar.

Segunda parte.
(Dentro del hemiciclo)

Tejero en la tribuna. La foto más emblemática del golpe de estado

A las 6 y 22 de la tarde del 23 de febrero de ese 1981, irrumpía en el abarrotado Hemiciclo del Congreso de los Diputados de Madrid, ante el total desconcierto de las personas allí reunidas,  un grupo de guardias civiles armados con subfusiles y al mando del teniente coronel Antonio Tejero.  La  primera acción del individuo fue dirigirse a la tribuna, pistola en mano, y desde allí lanzar un  grito de “¡Quieto todo el mundo!” seguido de un  “¡Al suelo!” que incrementó el desconcierto de la asamblea.

Gutiérrez Mellado de espaldas, zarandeado, y de pie
a la izquierda Adolfo Suárez, intentando ayudarle
La reacción del Vicepresidente del Gobierno, Teniente General Gutiérrez Mellado, fue levantarse de un salto y, basándose en su mayor rango militar, dirigirse hacia Tejero conminándole a entregarle su arma y abandonar su actitud belicosa. Muy por el contrario aquello originó el momento de mayor peligro y tensión de la tarde. Tras un inicial disparo de Tejero siguieron largas ráfagas salidas de los subfusiles que los excitados golpistas portaban. Por fortuna todas dirigidas al aire. Gutiérrez Mellado, haciendo gala de verdadero coraje se mantuvo incólume bajo el tiroteo, repitiendo la orden  de que depusiesen las armas. Esto provocó que el anciano fuera zarandeado con vileza y forzado con violencia a sentarse. 
"¡Todo el mundo al suelo!", a excepción de Suarez,
sentado en primera fila y Gutiérrez Mellado,
de traje negro y erguido entre los asaltantes

El grito de “¡todo el mundo al suelo!” que siguió a ese gran descontrol fue, como es de suponer,  esta vez obedecido. Pero no por la totalidad de los presentes. Tres hombres se negaron a aceptar esa humillación. El aún presidente del gobierno Adolfo Suárez, que con valentía había intentado defender a su compañero mientras estaba siendo agredido, el  líder del recientemente legalizado Partido Comunista, Santiago Carrillo y el propio Gutiérrez Mellado. Esos tres hombres siguieron con toda dignidad en pie y ajenos a las amenazas.

Pero, en el suelo,  hubieron de permanecer el resto de los congresistas por largo tiempo, sumidos en un tenso silencio, mientras guardias civiles subían y bajaban  por las escaleras que conducen a los escaños, empuñando sus fusiles, vigilando no se sabe qué, pues es archi conocido que nadie puede entrar  en el Congreso llevando arma alguna. Minutos más tarde, minutos que a ellos debieron parecerles horas, se les comunicó que estaban esperando a un alto mando del ejército con información detallada sobre lo que estaba sucediendo. Pero el anunciado militar no llegaba. (De hecho, nunca llegó). Poco a poco las cabezas de los diputados fueron asomando tras los respaldos de los sillones.  En un momento determinado, supongo que harto de tanta agresiva arbitrariedad, la voz de Adolfo Suárez se alzó exigiendo que aquello terminase, gesto apoyado por otros diputados.  Ese hecho aportó a la historia la más famosa y triste frase pronunciada durante  aquel suceso, algo que definía el talante de Tejero y sus golpistas: “¡Se sienten, coño!”. Es innumerable el número de viñetas, chistes y parodias que se han hecho basándose en ella, hasta llegar a convertirse, a nivel del pueblo, en lo más identificativo de aquel chapucero intento de golpe de estado.


Santiago Carrillo, Adolfo Suárez y Gutiérrez Mellado
Los asaltantes ignoraban que dos cámaras, colocadas en el último piso del hemiciclo, estaban grabando todo lo que acontecía. Durante 35 minutos, hasta que fueron descubiertas y destruidas, las imágenes se trasmitieron a los estudios centrales de  TVE, y lograron ser ocultadas y así salvadas para la posteridad antes de que, a las 7 y media de la misma tarde, un grupo de soldados tomaran las instalaciones de Radio Nacional y de TVE. (Esa grabación, el mejor testimonio de aquel grave incidente, está en Youtube a disposición de todo el que desee verlo).

Tercera parte.
(El porqué).

Varios fueron los factores que generaron un malestar creciente entre gran parte de los militares: el partido comunista había sido legalizado, para irritación del sector más conservador de los españoles, y  el gobierno de UCD, Unión de Centro Democrático,  no logró durante su mandato solucionar los problemas de la crisis económica, viéndose obligado a dimitir su líder y presidente del gobierno, Adolfo Suárez. También  había grandes dificultades para articular una nueva organización del Estado ya que, tras la muerte del dictador Franco su gran eslogan “España, una, grande y libre” había empezado a perder valor. Por otra parte las acciones de ETA, el grupo terrorista vasco, se incrementaban  y ciertas facciones del gobierno, que no aceptaban un sistema democrático, presionaban hacia un regreso al regazo de la ultraderecha.

Los golpistas, Antonio Tejero, Alfonso Armada y Jaime Miláns del Bosch

Se supone que esos fueron los detonantes para que el General Alfonso Armada y el capitán General de la III Región Militar de Valencia, Jaime Miláns del Bosch, orquestaran un golpe militar.
Tanques por las calles de Valencia

Dos horas después de la burda toma del Congreso de los Diputados, éste último declararía el estado de excepción en dicha ciudad, lanzando a la calle 1800 efectivos y 40 tanques que durante casi un día entero recorrieron la ciudad, sembrando el desconcierto y el pánico. Hay que decir que, pese a las llamadas efectuadas por Miláns de Bosch en petición de apoyo, la inmensa mayoría de los mandos militares españoles se negaron a cooperar.


El día 24 de febrero, cuando la normalidad estaba restaurada, se supo que, en un principio, varios tanques habían entrado en Madrid por la Castellana, pero que el avance se había suspendido de súbito y la retirada efectuada de   inmediato.

El discurso del Rey Juan Carlos

Esto sucedió mucho antes de que, a la 1 de la madrugada, el Rey Don Juan Carlos, con su uniforme de Capitán General de los Ejércitos, hiciera su primera declaración televisada instando a la calma, asegurando su rechazo a cualquier acto que atentase contra la constitución y condenando con rotundidad aquella intentona. Es decir, dejando claro que no iba a apoyar en ningún momento a los golpistas. Aquello tiró por los suelos el plan de ese endeble golpe de estado. Dicen las malas lenguas que el Rey estaba enterado de todo con anterioridad, que, si bien mientras se gestaba no hizo nada por evitarlo, temiendo por su monarquía, había decidido en último momento desvincularse de todo eso  ante el pueblo. Dicen las malas lenguas. ¡Cualquiera sabe!

Guardias civiles intentando escabullirse

El hecho fue que, tras sus declaraciones,  el tinglado se vino abajo y la parte progresista de la población española pudo respirar con tranquilidad. Es muy posible que los golpistas confiaran en un apoyo de la Corona que no tuvieron. A la mañana siguiente Miláns del Bosch retiraba las tropas de las calles de Valencia y en el Congreso, los diputados retenidos durante esas largas  y angustiosas horas eran puestos en libertad. Tejero  fue arrestado y condenado a 30 años por delito de rebelión militar, de los que cumplió 15. Miláns del Bosch  y Armada tuvieron la misma condena pero el primero tan solo pasó 8 en prisión y el segundo 5, ambos por “motivos humanitarios”. En cuanto a los guardias civiles  acompañantes de Tejero, nunca se supo qué fue de ellos, pero en este capítulo incluyo una divertida foto en la que se ve a varios intentado escaquearse por una ventana del Congreso la mañana del gran fracaso.

Hasta aquí la sucinta crónica de un suceso que pudo cambiar de forma drástica la historia de España. Por fortuna, como todos sabéis, la  democracia aún pervive en este  país mío, con todo lo bueno y malo que eso conlleva. Mi querido padre decía que la democracia era el “menos malo de todos los sistemas”. Y yo estoy de acuerdo.

La próxima semana volveremos a cotillear por el mundo de la farándula. ¡Hasta entonces!


sábado, 7 de septiembre de 2013

Instantáneas 89 - Una enrevesada historia de desafueros.





foto Jesús Alcántara


Desde el momento en que Víctor Andrés Catena puso en mis manos el libreto de Lady Mariposa, del escritor novel Víctor Fernández Antuña, pensé que era una comedia de humor negro llena de posibilidades. Tres únicos personajes, ambientación lujosa y una trama inusual y atrevida. Tan solo necesitaba un buen “peinado” e impregnarla de un ritmo y un aroma de alta comedia. Así que, en el mezzanine del teatro Fígaro, ante una mesa de trabajo, Catena y yo nos dedicamos durante días a quitarle algo de paja inútil, limar un poco los diálogos y trasladar la acción al Londres del momento, para evitar herir la sensibilidad de algún españolito de moral demasiado estricta. Por supuesto con la autorización del autor. Los tres personajes eran el marido, su mujer y el amante de ella.  El argumento, a primera vista, era este; un maduro y sofisticado lord inglés, (Pastor Serrador) utilizaba a su bella esposa (Yolanda Farr) para atraer a jóvenes incautos que debían acabar sirviendo de alimento para la libido homosexual del marido. (El joven, en este caso sería Manolo Otero).
Manolo Otero, Yolanda Farr y Pastor Serrador en Lady Mariposa
Esto ya de por sí era bastante atrevido de cara a  la mojigatería que aún reinaba en España. Pero, a medida que se  desarrollaba la acción, la cosa se  iba complicando; el lord resultaba ser un asesino contumaz, la esposa una transexual y la supuesta víctima ocasional, un experimentado chulo cuyo modus vivendi era el robo y el chantaje. Como supondréis, con estos personajes la historia llegaba a enredarse  endiabladamente  y el final resultaba sorprendente y amoral.

Desde el comienzo de los ensayos el trío de actores nos convertimos en cómplices de aquella enrevesada trama que tanto nos divertía.   Catena, el infravalorado y culto director al cual nunca me cansaré de alabar,  nos dio carta blanca en la construcción de nuestros tipos, con lo que cada día surgían nuevos gags que enriquecían la obra.  Estábamos entusiasmados con “poner sobre las tablas” algo novedoso y polémico.



Pastor Serrador, Manolo Otero y Yolanda Farr en Lady Mariposa
Pastor Serrador era un actor estupendo, nacido en Argentina pero desde hacía años ciudadano español.  Su curriculum, amplio y exitoso, abarcaba desde los clásicos hasta los vodeviles, pasando por el cine y la televisión. Un auténtico caballero en la vida real, el rol del lord inglés le sentaba como un traje hecho a medida.

Manolo Otero era un chico encantador. A principio de los 70, antes de que viajara hacia América y allí afianzara su carrera de cantante, nos habíamos tratado con frecuencia, sobre todo en aquella cafetería de Televisión Española a la que los artistas acudíamos con la finalidad de “pescar” algún contrato. Disfrutábamos de una afectuosa relación que, cuando coincidíamos en un trabajo, como durante el rodaje, en el año 76, de la película El libro del buen amor,  se reavivaba y fortalecía.
Manolo Otero y María José Cantudo

Casado con María José Cantudo en el 73, el divorcio llegó en el 78. Tras esa separación,  Jesús y yo intentamos consolarle mientras lloraba como un niño porque su ex le amenazaba con no dejarle ver al hijo de ambos, Manuel. Aquel fue un divorcio tormentoso del que la sosita andaluza salió, para sorpresa de todos, convertida en una vedette de revista, y Otero, el admirado galán y cantante, hecho un trapo, destrozado y buscando una nueva vida en una ciudad de Miami que le acogió con cariño, abriéndole de inmediato las puertas a un merecido prestigio.

La cuestión es que, en uno de los frecuentes viajes que hacía a España con la intención de ver a su adorado hijo, le ofrecieron Lady Mariposa y, al decirle quiénes serían sus compañeros, no dudó en aceptar entusiasmado.

Otero y yo en Lady Mariposa
Comenzamos la corta gira de rodaje en Valladolid a mediados de noviembre y el 28 de ese mismo  mes debutábamos en el teatro Fígaro de Madrid. En esta ocasión no fue mi madre la que confeccionó mi espectacular vestuario, con gran frustración por su parte. Sus manos artríticas ya habían comenzado a darle grandes problemas. Así que, cuando un famoso modisto canario, Antonio Nieto, se ofreció a realizarlo siguiendo mis diseños, acepté gustosa. Y he de admitir que el resultado fue epatante. En verdad la imagen de los tres actores vestidos con las mejores galas y desenvolviéndose en un elegantísimo decorado de W. Burmann era algo poco visto en los escenarios de aquellos días. Prometedor, ¿verdad?

Pues no señor. El gran público dijo no. A pesar de las estupendas críticas, de lo poco corriente del tema, de la prestancia de los dos galanes, de la impecable dirección, de mi éxito personal de cara a la prensa y del reverdecer de mis laureles entre mis “ahijados” gays, (recordad que el año anterior había sido nombrada, entre grandes  alharacas, “Madrina de los Homosexuales”), en escasas ocasiones logramos tener un aforo decente. Aquello nos deprimía. ¡Tanto esfuerzo personal y tanto dinero invertido en el montaje para tan poco aprecio! Pero no podíamos ni sospechar que nuestra  desilusión, a los dos meses del estreno, se iba a convertir en auténtica indignación.

Y antes de continuar la historia, incluyo un poco de información indispensable para que los desconocedores de  los intríngulis del teatro puedan comprender  y aquilatar lo sucedido.

 Fotos Banús March
A la hora de montar un espectáculo el “empresario de compañía” debe ponerse en contacto y llegar a un acuerdo económico con un “empresario de paredes”. Este último suele ser el dueño del teatro o el inquilino fijo y el acuerdo varía entre un tanto por ciento de las entradas o un alquiler semanal, generalmente desorbitado. También el tanto por ciento fluctúa. Según el prestigio de la compañía y la buena voluntad del “empresario de paredes”, este suele oscilar entre el leonino setenta por ciento para el teatro hasta bajar al cincuenta, es decir, a partes iguales con la compañía. Sin duda el reparto no es justo pues una producción debe amortizar grandes gastos de montaje y cubrir los sueldos de cada día.  Y no solo los de los actores. También está el equipo técnico, sonidista, iluminador, regidor, muchas veces maquinista y hasta sastra. En cambio los gastos del local se limitan al de la electricidad y a las miserables pagas que reciben los acomodadores y la persona que se ocupa de la taquilla.

Si la obra va bien no hay grandes problemas pues entra dinero para todos. Pero cuando el veleidoso público parece ponerse de acuerdo para no acudir, surgen los graves problemas. El empresario de compañía no tiene dinero para pagar a su equipo y el de paredes considera, si va a tanto por ciento, que teniendo en cuenta la poca entrada diaria, no está ganando lo suficiente. Y, según nos enteramos más tarde, esa fue  la causa del drama que nos tocó vivir a mediados de febrero de 1981.

Yolanda Farr y Pastor Serrador en Lady Mariposa
Pastor, Manolo y yo solíamos reunirnos para tomar un café antes de dirigirnos a nuestro “centro de trabajo”. Una tarde, al acercarnos al edificio, notamos que las luces interiores y las de las carteleras estaban apagadas. Sorprendidos nos abalanzamos hacia la taquilla buscando un cartel que indicara al público lo que sucedía, temiendo enterarnos de que alguna catástrofe dentro del teatro impedía su apertura, algo muy grave de lo que no habíamos sido informados. Pero no encontramos ni aviso puesto en la ventanilla  ni  ser viviente alguno tras los cristales. Aturdidos nos dirigimos a la puerta de actores y comenzamos a golpearla intentando que alguien nos explicara por qué tres actores se encontraban en la calle, a la hora de la función, imposibilitados de entrar al local. Pero nadie respondió.

De pronto nos dimos cuenta de que la cosa podía tener graves consecuencias para nosotros. Estando aún vigente la Ley de Alteración del Orden Público, según la cual la suspensión de un acto debía ser notificada a la policía con un día de anticipación, bajo pena de multa y hasta encarcelamiento, como he contado con anterioridad, decidimos llamar a un notario para que levantara acta de que los actores estábamos presentes pero sin forma de acceder al interior del teatro para realizar nuestra labor.

Aquella fue la situación más desconcertante a la que me he enfrentado en la vida. El público que iba llegando nos rodeaba pidiéndonos una explicación que no podíamos darle. La noche se fue cerrando sobre tres figuras encogidas de frío y asombro, sobre tres cerebros cuyos engranajes parecían chirriar a causa de lo desordenado y ya furioso de los pensamientos. Y allí nos mantuvimos hasta que se presentó la policía y pudimos poner la correspondiente denuncia.

Era ya madrugada cuando nos fuimos a nuestras respectivas casas. Durante dos días continuamos acudiendo al teatro a la hora del trabajo, en compañía de Fernández Antuña, el autor, de Catena y de un abogado, por si las moscas. Dos días en los cuales ni Julio Matías, el dueño empresario de paredes y directo responsable de lo que nos ocurría, ni nuestro empresario, al que ni siquiera conocíamos personalmente, tuvieron la cortesía de presentase y darnos una justa explicación. Se nos ocurrió la idea de hacer “una sentada” para lo cual conectamos con algunos de esos compañeros tan “contestatarios” a los que, tiempo atrás, habíamos apoyado durante la huelga de actores, jugándonos el tipo. Pero nadie se dignó aparecer ni por las cercanías del teatro. ¿Dónde estaba la tan cacareada solidaridad del gremio? Ante lo humillante de la situación, los tres actores nos pusimos de acuerdo en no involucrar a la prensa. No queríamos ver nuestros nombres envueltos en un escándalo público. Cuando algún amigo periodista llamaba para informarse sobre por qué el Fígaro estaba cerrado le decíamos  que la compañía se había disuelto “por motivos de compromisos anteriores”. 

Al tercer día por fin encontramos la puerta de actores abierta y, como ladrones en nuestra propia casa, entramos en los camerinos y recogimos nuestros efectos personales. Al pasar por el escenario y ver el decorado casi desmontado, los hermosos ventanales arrancados sin misericordia,  los negros agujeros de tristeza que su ausencia dejaba sobre las paredes, los muebles yaciendo en una esquina, como niños huérfanos y abandonados tras el paso de un tifón, mi corazón se estremeció.



Manolo Otero, Yolanda Farr y Pastor Serrador en Lady Mariposa
Para finalizar esta larga historia os diré que, como es comprensible, la compañía  se disolvió. Otero volvió a las Américas, Pastor puso una demanda judicial contra Julio Matías que, bastante tiempo más tarde, para nuestra sorpresa, fue desestimada, y yo decidí que, sin darle más vueltas,  almacenaría el suceso en mi baúl de las malas experiencias. Pero eso sí, enriquecida  con el aprendizaje. Habían quedado patentes tres cosas; la falta de solidaridad que reinaba en esa profesión mía tan necesitada de ella, la incomprensible  carencia de rigor  de la justicia española y sobre todo la ausencia total de ética y consideración del “señor empresario de paredes” que, sin una palabra de aviso para los actores, sin una explicación, había tomado la drástica decisión de dejarnos literalmente en la calle. En cuanto a nuestro improvisado empresario de compañía, una de esas despistadas estrellas fugaces que a menudo pasan por esta profesión, salió de su primera experiencia teatral como gato escaldado y  nunca más se supo de él.

Pero ni por asomo aquello era lo peor que ese mes de febrero de 1981 nos tenía deparado. Tan solo unos días más tarde ocurría algo que pondría a España y a su frágil proceso de democratización al borde del abismo.
 . Próximo capítulo. España al borde del abismo.