sábado, 25 de mayo de 2013

Instantánea 77- Dos adioses entre la desesperación y la esperanza.



Foto Jesús Alcántara
Los días transcurrían con una suavidad a la que no estaba acostumbrada, como veleros deslizándose por aguas mansas. Mis pies, por primera vez, pisaban sin miedo ni ansiedad, creando el sendero hacia un futuro que me parecía cálido y seguro. El frecuente reencuentro con amigos cubanos hacía que me sumergiera  en el recuerdo de mi querida Cuba pero, como en un milagro, solo los gratos momentos prevalecían; la belleza de su naturaleza, el afecto que tantas personas me habían demostrado, mis descubrimientos del amor, de la cultura, de la amistad, de esa sensualidad que cubría hasta los más insospechados  aspectos de la vida cubana...
En Cuba en el año 56

Rememoraba mis paseos por el malecón, las templadas y nítidas aguas de Varadero, la entrañable esquina de 70 y 13, Ampliación de Almendares, que había visto a una tímida galleguita de nueve años convertirse en la estrella de los Cabarets Capri o Tropicana y en una de las protagonistas de las películas Memorias del Subdesarrollo, Por cuanto o Desarraigo, testigo también de mis casi diarios viajes de ida y vuelta a la academia de Ballet de Alicia Alonso… Hasta el recuerdo de mis zapatillas de punta, manchadas siempre con la sangre que brotaba de ampollas que salían en mis demasiado largos dedos, poco adecuados para los menesteres del ballet, traía a mi boca el dulzón sabor de la nostalgia.

Por supuesto que  pensaba a veces en Homero Gutiérrez, mi primer y trágico amor.  Lo hacía como se piensa en un héroe, en un patriota,  con los contornos carnales de nuestra relación difuminados entre el fulgor glorioso con que había rodeado su memoria. Sobre todo venían a mi mente mis paseos “Rampa arriba, Rampa abajo” durante los cuales intentara unas veces desahogar dolores y otras saborear éxitos, pues para todo servía el deslizarse hacia el mar por aquella hermosa ruta,  pletórica de vida y actividad. Sus amplias aceras de granito, cubiertas por mosaicos salidos de la imaginación de los más grandes pintores cubanos, eran un lujo, un derroche de arte puesto a nuestros pies. Por ejemplo las coloridas creaciones de Amelia Peláez, alguno de los famosos gallos de Mariano, abstracciones de Raúl Martínez, muestras de la inquietante pintura ritual de Wifredo Lam y muchas más hermosas piezas alfombraban de creatividad y belleza aquella calle. Sé que he hablado con anterioridad de La Rampa (ver Instantánea 45) pero la falta de documentación gráfica me había impedido mostrar imágenes. Ahora, gracias a la generosa aportación de fotos realizadas “in situ” por Eduardo Arias-Polo, hermano del periodista del Nuevo Herald de Miami, Arturo Arias-Polo,  podréis comprobar mis palabras.

Parte de los mosaicos que alfombran las aceras de La Rampa. La Habana.
Fotos de Eduardo Arias-Polo
En realidad no había motivo alguno para que me dominara  la nostalgia. Tenía a mi lado lo que restaba de mi familia, sentía que mi relación con  Jesús se seguía fortaleciendo con el paso del tiempo y podía disfrutar de mis nuevos amigos, a los que se habían unido sus propios amigos, así que mis días y mis noches estaban llenas de actividad artística, familiar y, por primera vez en mi vida, algo frívolas.

Salvador Vives, Marisol Ayuso, Luis, yo y Norberto Sosa en los carnavales
Jesús y yo

Tomás Picó, Salvador Vives, Jesús, yo,  Norberto Sosa y Luis formábamos una troupe incansable e invencible. Aquellos carnavales del 75, los primeros de mi vida, no hubo baile o ágape en el que no batiéramos records de atención por nuestros disfraces y nuestra apostura. Era maravillosa la forma en que, a veces con tres trapos y mucha imaginación, nos inventábamos epatantes vestuarios. En otras ocasiones, como la que se muestra en la foto, recurríamos a unos amigos que poseían un taller con la más variada ropa de teatro y entonces sí que armábamos “la marimorena”.

Como contraste  estaban  las “madrugadas esotéricas” en las cuales hablábamos de nuestro convencimiento sobre la existencia de vida extraterrestre, compartíamos nuestras experiencias extrasensoriales y en general divagábamos sobre el mundo de lo paranormal.  A ellas asistían personas como la bellísima artista argentina Perla Cristal, Beatriz Carvajal, que tiempo después se convertiría en una importante actriz, personajes como el fecundo novelista Vázquez Montalván o personajillos como Rappel, quien en la cercana década de los ochenta asumiría  el papel de “gran médium y vidente” de la burguesía madrileña y al que, en aquellos días, Tomás Picó y yo habíamos enseñado incluso cómo interpretar el tarot. Y así pasó la primera mitad de aquel año.

Beatriz Carvajal, Perla Cristal, Vázquez Montalván y Rappel

En el mes de Junio el teatro Arniches me requirió de nuevo. Ricardo Lucia iba a dirigir un vodevil de  George Feydeau, Le Dindon, al que  habían rebautizado con el título de Ojo por ojo, cuerno por cuerno. La función era deliciosa, ejemplo de la maestría del autor, y el amplio reparto de 1ªA. Luis Prendes, Clara Suñer, Pepe Calvo, Juan José Otegui, Mercedes Barranco y yo éramos los protagonistas dentro de un elenco mucho más nutrido de estupendos secundarios.

Enrique Closas. Margarita Más, Mercedes Barranco, Yolanda Farr, Pepe Calvo, Ricardo Lucia, Luis Prendes
Clara Suñer, Juan José Otegui,  Mónica Cano, Emilio Berrio, Victoria Hernán, Julio Roco,  Fracisco Beltrán

Pero algo espantoso ocurrió durante  los primeros ensayos de esa función . Un mediodía, estando en casa a la hora del almuerzo, oí por teléfono la desesperada voz de mi madre que decía; “Yolincita, ven corriendo Arsenio se siente mal”. Fueron mínimos los minutos que tardamos Jesús y yo en abrir la puerta de su apartamento. La visión de mi padre sentado en su sillón favorito, con el rostro contraído y pálido, duplicó el ya acelerado ritmo de ese corazón mío  que parecía querer explotar. Decía tener un fuerte dolor en el pecho. No hacía falta ser un facultativo para sospechar de qué se trataba. Inmediatamente llamé al servicio de urgencias de una Seguridad Social que por aquel entonces ya incluía a los padres del titular como beneficiarios.
Mi adorado padre en su juventud

No recuerdo  cuánto tardaron en llegar el médico y la ambulancia, lo que nunca olvidaré es el tiempo que pasé intentando darle sosiego con mis palabras mientras oía los sollozos que mi madre trataba de disimular inútilmente. Lo siento. No puedo extenderme en esta narración. A pesar de los largos años pasados desde aquel agosto de 1975 mi mano tiembla y mis ojos se nublan.

Mi padre, Arsenio Mariño, el incansable luchador, mi caballero andante, mi ejemplo frente a la adversidad, ese importantísimo trozo de mi vida fallecía en el hospital aquella misma tarde. Había sufrido un infarto masivo. Mi adorado gallego se fue hacia la muerte igual que había vivido, como un auténtico caballero, sin alharacas, como no queriendo molestar.

Mi padre en 1973
Casi sin hacer ruido y de puntillas emprendió el camino hacia el cielo dejando escrita en mi alma la más perfecta oda de cariño y dedicación que rapsoda alguno pudo crear. Una lección de vida, amor y muerte inigualables. 

Durante mucho tiempo tan solo la presencia de mi madre y de Jesús me ataron a un mundo que me parecía inhóspito sin él. Inevitablemente, poco a poco fue llegando la aceptación, pero el puñal de la parca, hundido por segunda vez en mi corazón,  me provocaba ráfagas de un dolor insoportable.

Aquel terrible día Jesús había llamado al director de Ojo por Ojo, Ricardo Lucia, para informarle sobre lo sucedido y comunicarle que yo no podía asistir al ensayo, a lo que el hombre respondió; “por Dios, dile que se tome dos o tres días de descanso”. Pero la tarde siguiente Yolanda, estaba en el teatro dispuesta a continuar su trabajo, no por disciplina, no, más bien  porque sabía que tan solo sobre el escenario y rodeada de los compañeros podría sobrevivir a una angustia que  le corroía el alma.  La mía no fue una reacción anómala. La mayoría de los artistas han superado estos trances sumergiéndose aún más en su trabajo. Creédme que es la mejor terapia.

El 13 de Septiembre se estrenaba con gran éxito aquel vodevil. Muchas fueron las glorias y los bravos. 

A pesar de mi tristeza, hubo momentos de gozo durante las representaciones que siguieron, instantes en los que el alma de la divertida “Maggy” lograba poseer la mía dolorida, días en los que las ovaciones del público disipaban las brumas   dentro de las que ultimamente vivía. Aquella primera etapa de dolor hubiera sido casi imposible de superar sin el amor y la entereza de  Jesús, quien de nuevo se había hecho cargo de todos los absurdos rituales que seguían a la muerte. También fueron un bálsamo para mi tristeza la dulzura de Mercedes Barranco, el afecto de Clara Suñer, la amistad de Juanjo Otegui y sobre todo,  las bromas de Pepe Calvo, todo un carácter. Mis compañeros.

Siendo un “cómico a la antigua” este hombre disfrutaba con la maldita costumbre de hacer trastadas a los compañeros en escena y se jactaba de que nadie había podido evitar la risa ni logrado hacer que él se riera.

Teníamos ambos un momento en la trama durante el cual, intentando conquistarlo, yo le servía con obsequioso amor un té con azúcar. Pues bien, con un acento americano que el director me había marcado, y que me quedaba muy gracioso, según señalaron los críticos, debíamos sostener ambos este pequeño diálogo; Yo.- ¿Tea, honney? Él.- Bueno, hija. Yo, (tomando la azucarera llena de terrones).- ¿Un  “tierron”, dos “tierrones”?, pregunta a la que un día comenzó a contestarme con cifras absurdas como veinte o treinta o lo que en ese momento se le ocurriera. Por supuesto eso arrancaba las carcajadas del público.  De pronto se me ocurrió darle a probar su misma medicina así que tras echarle azúcar y hundir  la cucharilla en su taza le pregunté con la más ingenua de las inflexiones y la más dulce sonrisa, “¿Te lo meneo, darling?”. Aquello fue una explosión de risas tanto del respetable como de Pepe. Era hilarante ver como su rostro, al tiempo que intentaba contenerse, iba tomando un hermoso color rosa intenso. Esta vez le tocó a él pasar el mal rato.

Mercedes Barranco, su esposa desde hacía años, soportaba estoicamente el a veces agresivo sentido del humor de su marido. En una ocasión, mientras la compañía casi en pleno cenábamos entre función y función en esa tasquita que nunca falta al lado de la puerta de actores de los teatros, le oímos decir a voz en cuello; “Mercedes, sin duda eres frígida. Abrirte las piernas es como abrir las puertas de un congelador, lo que sale de ahí es puro vapor de agua helada”. Mercedes, acostumbrada a estas salidas, sonrió apaciblemente mientras los demás reíamos ante la soez pero ingeniosa ocurrencia. Ese era Pepe Calvo.

El 14 de octubre de ese 1975 comenzó definitivo deterioro físico del dictador Francisco Franco. Ya no había forma de ocultárselo al pueblo. Se le había administrado la extremaunción y la noticia de su inminente muerte alegraba a una parte de los españoles, entristecía a otra y nos angustiaba a todos los que tuviésemos dos dedos de frente. En los camerinos del Arniches las radios estaban encendidas, ya que, una vez anunciado oficialmente su fallecimiento, todo espectáculo debía cesar, todo teatro, toda discoteca, pub, cabaret o music-hall debía cerrar sus puertas en señal de luto.

Arias Navarro anunciando por
TVE la muerte de Franco.
Al fin España estaba frente a lo irremediable, frente a la incertidumbre de un futuro ennegrecido por la sombra amenazadora de la guerra civil.

Y esa estresante situación se extendió durante más de un mes, hasta que, el 20 de noviembre, mientras hacíamos la función de la tarde,  el presidente del gobierno Arias Navarro pronunciaba estas palabras ante todos los medios de comunicación del país; “españoles, Franco ha muerto”.


Próximo capítulo: Sí, Franco ha muerto.

sábado, 18 de mayo de 2013

Instantánea 76 - Un año con enjundia.


Primera parte.
                                                          
Interior del Casablanca. 1933


En 1933 se construyó en Madrid un local de inspiración hollywoodense al que pusieron de nombre Casablanca, situado en la Plaza del Rey, es decir en el mismo centro de Madrid y frente al famoso Circo Teatro de Price.  Contaba con todos los lujos y modernidades que soñar pudiera un ciudadano del Madrid de aquellos años. Adornaban  su interior una fuente con chorros de  agua que cambiaban de colores, árboles y plantas vivas situadas  entre dos de las paredes que flanqueaban el local y que, al estar acristaladas, hacían las veces de invernaderos, un amplio espacio para la indispensable orquesta de la época, un escenario giratorio y, oh, maravilla,  un techo cuya cubierta metálica podía deslizarse sobre vigas de hormigón, dejando al descubierto el entonces aún límpido cielo madrileño.

Foto Cotarelo

Cielo bajo el cual la España republicana de aquel año, había sufrido un importante golpe. En las elecciones generales para las cortes celebradas en el mes de noviembre del 33 los republicanos de izquierda, encabezados por Manuel Azaña, recibían un fuerte varapalo a mano de las derechas. Se comentaba que el voto de las mujeres, que participaban en este país por PRIMERA VEZ en el sufragio universal,  había tenido mucho que ver con ese hecho, alegando que el sector femenino de la sociedad estaba muy  influenciado, y hasta manejado, por la Iglesia Católica.

Pero en medio de esa situación de cambio  la clase alta de la Villa y Corte, pletórica con el triunfo, abarrotaba el Casablanca. Concebido en sus inicios como Dancing y Salón de Té los asistentes disfrutaban de lujo, comodidad y sosiego, regalados sus oídos con el canto de pájaros y el murmullo del mar que brotaba de los altavoces.

Supongo que con el tiempo y el deterioro moral de la sociedad, aquello se fue convirtiendo, poco a poco, en un cabaret a la clásica usanza, pues casi nada quedaba ya de esa sofisticación cuando, en 1975, Alberto de las Heras y Juan José Alonso Millán me propusieron ser la estrella de El Decamerón. Alberto, joven y entusiasta empresario, se había hecho cargo del local que llevaba una larga temporada en declive. Cambiándole el nombre por el de Verona intentaba revitalizarlo como music-hall, para lo que recurrió  a Alonso Millán, el autor que hacía furor con sus textos en el restaurante-espectáculo La Fontana, es decir, en el lugar donde yo llevaba ya unos meses trabajando. Fue el mismo Juanjo quien me propuso el traslado, y haciendo honor a mi condición de “donna mobile” acepté de inmediato.


El espectáculo, basado en las historias que Giovanni Bocaccio recopilara para El Decamerón, estaba concebido con el mismo sistema que tanto éxito cosechaba el mencionado autor en La Fontana; sketches  con números musicales insertados. Pero a pesar del buen reparto, de la ingeniosa adaptación de los textos, de la coreografía de Alberto Masulli, de la estupenda música de José Ramón Aguirre y de la dirección de Ángel Fernández Montesinos, todo “primera clase”, Casablanca-Verona resultó un muerto imposible de resucitar. Demasiado grande, demasiado costoso el mantenimiento, demasiado remiso el público a explorar lugares nuevos y hasta a abandonar la seguridad de sus hogares.  El reciente asesinato de Carrero Blanco, del que he hablado en mi Instantánea  74, había dejado unos residuos de temor e inseguridad en la ciudadanía  que mermaba los ingresos de cines, clubes y restaurantes, en fin, de todo lo que constituía la vida nocturna de Madrid.

Poco duró ese Decamerón pero fue abundante en satisfacciones y, sobre todo,   abono para una cosecha de amigos inmejorable; Francisco Cecilio, Raul Sender, Tomás Picó y Salvador Vives. Estupendos actores.

La última noche de representación, Alberto de las Heras, entristecido a causa de lo infructuoso de su lucha por salvar aquella parte de la historia de Madrid que había sido Casablanca, pero como siempre amable con sus artistas,  nos subió a  la balconada que bordeaba gran parte del escenario  y, tras ofrecernos una copa, nos hizo un regalo insospechado y bellísimo; mandó apagar todas las luces y abrir el techo de la sala. Entonces pudimos disfrutar de un festín de estrellas que, por suerte, esa noche resplandecían sobre nuestras cabezas, deslumbrando nuestros ojos y nuestras almas. Hermosa despedida puesto que ese techo  llevaba años sin ser descorrido. Y lo fue en nuestro honor y por última vez. Tras aquella velada, Casablanca-Verona cerró sus puertas como cabaret para siempre. (Meses más tarde se convirtió en sede del Banco Santander. ¡Señor!)

Segunda parte.  

Cuando poco después de aquella hermosa noche de despedidas y descubrimientos,  el director y actor Adrián Ortega se puso en contacto conmigo para ofrecerme participar en la obra Camas Separadas no me causó sorpresa alguna.  Raúl Sénder, me había llamado comentándome que estaba contratado y que había dado mi nombre para uno de los cuatro únicos papeles que componían el reparto de esa obra de Enrique Bariego. Los otros dos serían Juan José Otegui y Sila Montenegro.

Teatro Arniches en la actualidad
Mi entrada, la primera mañana de ensayo, en aquel pequeño teatro Arniches me impactó. Aunque ubicado en la céntrica calle Cedaceros jamás me había fijado en la especial arquitectura del edificio ni pude acudir a las importantes funciones representadas en él recientemente. Ya se sabe que quien trabaja en el teatro como actor, a causa de los horarios paralelos, está imposibilitado de asistir como espectador. 

El asunto es que, al penetrar en la sala encendida, quedé deslumbrada y sorprendida por sus paredes cubiertas, desde el suelo hasta el techo,   de hermosísimos azulejos, cerámica que  reconocí como talaverana.  Más tarde supe que la historia de aquel edificio era larga y algo rocambolesca.

En 1907 había surgido como el primer “local de entretenimiento” de la época; el Salón Madrid.  No tengo documentación precisa sobre el tipo de  “entretenimiento” que se brindaba pero es fácil suponer que no estaba dedicado al juego de la petanca o del pachis. Llegado el 1927 se convirtió en el primer teatro sólido de Madrid bajo el nombre de Rey Alfonso, transformándose después en un cabaret. Y aquí es donde comienzan las especulaciones, los rumores sin confirmar que rodean de misterio a  aquel local. Se comenta que el Rey Alfonso XIII jugó un papel protagonista en las actividades del lugar. Parece ser que, al tiempo que en el escenario se hacían representaciones estándar para el público normal, actos lúdicos y de libertinaje tenían lugar en los pisos segundo y tercero del inmueble. Por supuesto estas “fiestas” se llevaban a cabo en el más riguroso secreto, con una selectísima concurrencia y se barajaba el nombre de una actriz  de la época, Carmen Ruiz Moraga, como acompañante del rey en sus visitas al lugar. 

Alfonso XIII
Este soberano español que a la edad de 16 años, en 1902, había asumido la corona tuvo un reinado convulso y fue un personaje controvertido. En un principio ejerció sus funciones gubernamentales con eficacia, incluso con aperturismo pero, a consecuencia del apoyo que había prestado años atrás al golpe de estado del General Primo de Rivera, en el año 31, tras tres atentados y haber perdido la confianza de los políticos y del pueblo, abandonó España dando lugar a la instauración de la Segunda República. Por cierto, me estoy refiriendo al abuelo de nuestro actual rey Juan Carlos I. Pero no es mi intención extenderme en detalles sobre esa pretérita historia política de España.

La cuestión es que el local-teatro-cabaret, o lo que fuese en tiempos pasados, permaneció cerrado durante muchos años hasta que, en 1965, se reabrió como teatro con el nombre de Arniches. Pero algún imperecedero efluvio de bacanales y desmadres debía flotar entre aquellas paredes ya que tan solo los vodeviles y comedias frívolas tuvieron éxito allí, llegando a convertirse, tras ser definitivamente abandonado como teatro en 1976, primero en cine, con el nombre de Bogart, y, durante sus últimos  meses de existencia, en cine porno.

En cuanto a la tarea en que yo estaba embarcada, la pieza cómica Camas Separadas de Bariego,  se convirtió en uno de esos extraños milagros teatrales. Con un texto insulso y unas situaciones traídas por los pelos, todos durante los ensayos, director incluido, considerábamos que lo que teníamos entre manos era un estrepitoso fracaso. Pero una tarde, con la función ya puesta en pie, desde el patio de butacas el autor nos dedicó este sorprendente “mea culpa”; “chicos, esto que he escrito es una tontería sin gracia alguna. Echadme una mano con los diálogos, incorporad o quitad lo que queráis a ver si logramos salvarnos del desastre”. Y aquellas fueron palabras santas. Raúl Sender y Juanjo Otegui, acostumbrados sobradamente al vodevil y al café teatro, comenzaron a insertar “morcillas” llenas de doble sentido que yo seguía y hasta alimentaba con una facilidad que me sorprendía.


El cuarto personaje, Sila Montenegro, una exuberante vedette puertorriqueña, no tenía nuestra agilidad  para las improvisaciones, pero tampoco era necesario. Su espectacular físico y la gracia de sus movimientos justificaban de sobra su permanencia en el escenario. El resultado final fue alucinante; el día del estreno, para nuestra sorpresa, el público reía nuestras “morcillas” entusiasmado y babeaba ante los opíparos senos y la encantadora sonrisa de Sila. Síntesis; logramos cubrir con éxito esa temporada en el Arniches e incluso, un tiempo más tarde, "a petición del público" hubimos de reponer la función en el Teatro Arlequín con el mismo reparto y el sentido agradecimiento de Enrique Bariego al que estábamos proporcionando unos pingües beneficios en derechos de autor. 

Necrológica.

Constantino Romero
En este mes de mayo, el estupendo doblador, presentador de TVE y actor Constantino Romero ha fallecido a la edad de 65 años. Durante muchos años fue la voz en España de Clint Eastwood, Sean Connery, Roger Moore o Kirk Douglas, en fin, cada vez que se necesitase doblar a un duro con clase se recurría a él. Era uno de esos actores que hacía tolerable las versiones dobladas que tanto me molestaban en un principio y que son obligatorias en este país. Solo hay una cosa segura; si Dios necesita en algún momento una voz que lo represente en la tierra la de Constantino, cálida y profunda, será la perfecta.


Próximo capítulo. Dos adioses entre la desesperación y la esperanza.

sábado, 11 de mayo de 2013

Instantánea 75 - ¡Jolines con el 1974! (Reencuentros)


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Foto Jesús Alcántara
A principios de 1974, tras unas Navidades que seguían impregnadas del dolor por la muerte de  Jenny  me despedí con tristeza de Sé infiel y no mires con quién. Ni siquiera mi fortaleza y disciplina podían soportar por más tiempo la paliza que supone hacer dos funciones de teatro y una de café-teatro, para más inri musical, diarias.

Es de señalar la relación de apego que suele  surgir entre los miembros de una compañía, es decir, si no has tenido la mala suerte de encontrarte con divos endiosados o secundarios frustrados, pues también los hay, que te han hecho la vida imposible. Las despedidas suelen ser hasta dramáticas y nunca falta quien suelte alguna lagrimita y te jure que vuestra amistad será eterna. Por cierto, cosa que muy pocas veces sucede. Como mucho recibirás esporádicas llamadas telefónicas durante un tiempo, luego estas se irán haciendo cada vez más espaciadas hasta que, un día, te preguntarás qué ha sido de fulanita o menganito y a donde ha ido a parar vuestra “eterna amistad”. Pero lo realmente especial es que si volvéis a coincidir en un reparto un mes, un año o diez más tarde, os abrazaréis  como si el tiempo no hubiese pasado,  sin un reproche pero ya con el conocimiento de que la verdadera amistad es un milagro de poca frecuencia e inconmensurable valor. Y no solo en nuestro mundillo..
Elisenda Ribas, Eva Higueras y Pepa Sarsa
Hay quien dice que en el teatro no existe tal cosa. Yo puedo afirmar lo contrario pues, a lo largo de mi carrera, he conservado algunos amigos, muy selectos y  preciados; Pepe Álvarez, Rosa Fontana, Pepa Sarsa, Elisenda Rivas, Raquel Ríos, Eva Higueras, Salvador Vives, Analía Gadé, Tomás Picó o María Luisa Merlo.

Tomás Picó, Raquel Ríos y Salvador Vives
Analía Gadé, Rosa Fontana y María Luisa Merlo.
Fotos de los trípticos Jesús Alcántara
Y hablando de amigos, los últimos meses en el Maravillas estuvieron llenos de maravillosas sorpresas, de emocionantes reencuentros. La reaparición de compañeros del alma, de cubanos a quienes me había visto obligada a abandonar hacía ya cinco años en la “isla cárcel”, como la llama mi amiga Tenchy. Algunos  recién llegados y otros que durante algún tiempo habían estado perdidos en el maremágnum de la gran ciudad de Madrid me habían localizado por la cartelera de los periódicos. Sus visitas al teatro fueron conmovedoras y llenas de conversaciones rebosantes de nostalgia y cariño. Los hermanos Brito  (ver Instantánea 39), Julio y Alfredo, grandes músicos con los que compartiese en Cuba  charlas y afecto sincero habían,  poco tiempo a tras,  abandonado la isla en un momento de gran éxito para su cuarteto “Los Brito”, asfixiados por el corrompido aliento de un régimen que corroía las almas y hasta las piedras de esa hermosa ciudad de La Habana.
Miguel de Grandy
Foto Jesús Alcántara

Miguel de Grandy, el hijo de aquel estupendo Miguel de Grandy con el cual había tenido la suerte de trabajar en Lola y la campana (ver Instantánea 41),  mi última obra de teatro en la sala Arlequín,  me contó que compartía su tiempo entre España y Miami y me hizo un reportaje para el periódico El triunfo  en el que colaboraba como  free lance.
Manuel Pereiro
Foto Jesús Alcántara

Manuel Pereiro me contó que estaba intentando  abrirse camino aquí como actor, que ya llevaba algún tiempo en el país, me comentó la dificultad de penetrar en el mundillo artístico y me ofreció  la reanudación de nuestra amistad. Yo le puse en contacto con Miguel Picazo, mi  admirado director de cine y televisión, a consecuencia de lo cual colaboró con frecuencia en los trabajos del cineasta. Roberto Cazorla, con  el que  compartí hermosas horas intercambiándonos poemas a la vera del malecón y al que había estrenado en la sala Talía su hermosa obra Esta carne que habitamos, (ver Instantánea 35),y que trabajaba casi desde su llegada, en la agencia EFE, surgió de nuevo en mi vida para nunca irse. 

Pero mi más emocionante encuentro fue con Humberto Mitjáns, el valiente hombre que me reabriese las puertas de la televisión cubana, jugándose su carrera y tal vez mucho más que eso, en los negros momentos en que compañeros y directores huían de mí como de una apestada a causa de la persecución política a la que me había visto sometida. (Ver Instantáneas 32 y 33). ¿Cómo podría resarcirle de los inmensos favores que le debía? Puse todo lo poco que poseía a su disposición, mi hogar, mis  relaciones profesionales, ayuda económica, pero  afirmó no necesitar nada.

Paraba en casa de unos grandes amigos suyos, en breves días comenzaría un viaje por España con objeto de visitar a los muchos parientes que tenía diseminados por el territorio nacional y a su regreso pensaba abandonar el país con destino a Latinoamérica. Aún no sabía exactamente a donde se dirigiría pero estaba estudiando varias ofertas.  Nos  despedimos con intensa emoción y  su promesa de llamarme cuando estuviese de vuelta en Madrid. Nunca recibí esa llamada ni volví a saber de Humberto Mitjáns. Nada pude hacer por quien tanto había hecho, en 1963,  por aquella muchachita acosada y temerosa que él había colocado de figura  en su programa de televisión Intermezzo, devolviéndola de esa manera a su profesión y restaurándole la seguridad en ella misma.

Pero aún me queda por narrar el más extraño de mis reencuentros de aquella época. 

Estaba yo en mi camerino cuando la  taquillera del Maravillas me entregó un papel con un teléfono y un nombre que reavivó mis recuerdos infantiles; Manuel Mur-Oti. Ráfagas de antiguas imágenes de una noche de 1949 en el café “Las Cancelas” pasaron  por mi cabeza. La sensación de unas grandes manos sosteniendo mi carita de ocho años y, sobre todo, el sonido de una voz masculina pronunciando estas palabras, “¡pequeña, como te pareces a tu tía Olimpia!”, irrumpieron en mi cerebro con una claridad sorprendente. (Ver Instantánea 15).

Al día siguiente, cuando mostré a mis padres la nota, una ventolera de alegría inundó la casa. “¡Manuel está en España. Qué alegría! Llámale ahora mismo  e instale a venir a vernos!” dijo Arsenio y pasó  a darme información en todo lo referente a   aquel hombre. Me contó como allá en la Cuba de los años 30 había sido amigo de la familia Mariño y pretendiente de Olimpia, me recordó el  encuentro fortuito en el café “Las Cancelas” la noche antes de nuestra partida hacia la isla, (ver Instantánea 15) y me dijo cuán afectuosa había sido la relación entre ellos en su lejana juventud. Estaba emocionado. Así que inmediatamente marqué el número que la tarde anterior me habían entregado en el teatro.

“Buenos días, Hotel Hilton Madrid. ¿En qué puedo servirle?” me respondió una amable recepcionista. Pedí comunicación con el señor Mur-Oti y unos segundos más tarde escuchaba la misma voz ronca de mis recuerdos que decía, “aquí Mur-Oti, ¿quién habla?” De inmediato le pasé el auricular a mi padre con la intención de gozar como espectadora de la emotividad de ese momento. No muy larga y bastante decepcionante fue la conversación. Sintetizando. Manuel se alegraba de volver a hablar con Arsenio. Manuel, ante la noticia de la muerte de Jenny había exclamado “¡vaya por Dios!” y saltado a otro tema. Manuel decía  lamentar no poder visitarnos, en primer lugar por ser víctima de un fuerte catarro y en segundo por tener que regresar en dos días a México, país en el que hacía años vivía y trabajaba, pero Manuel invitaba a Yolanda a reunirse con él en su hotel, ya que quizá podía hacer algo por ella en lo profesional.

Aunque  algo desinflado por la fría reacción  de su antiguo amigo,  mi padre me aconsejó que fuese a verle esa misma mañana. Durante la breve conversación Mur-Oti se había encargado de dejar bien claro cuán importante era  dentro del ambiente artístico mejicano, escritor, director, guionista de cine… “Seguro que tiene  relaciones importantes en España y una recomendación suya te podría abrir puertas en el mundo de la cinematografía”, dijo mi progenitor.

Manuel Mur-Oti
recibiendo el Goya de Honor
Dos horas más tarde Yolanda estaba tocando a la puerta de la suite de don Manuel en el hotel Hilton Madrid. Pero la muchacha no iba sola.  La acompañaba una impertinente mosca que revoloteaba alrededor de su oreja.

Como ya habréis imaginado, la visita no fue en absoluto satisfactoria. Tras algo de cháchara intrascendente y un par de preguntas sobre su antiguo amor, mi tia Olimpia, el anciano, tomando con desmaño mi cara entre sus manos y lanzándome un aliento con reminiscencia de cripta, volvió a espetarme estas palabras; “¡pequeña, como te pareces a tu tía!”. ¡Veinte y pico años después! Tal vez fuese a causa del especial brillo en sus ojos, quizá por el quebrarse de su voz,  pero la molesta mosca que llevaba desde el principio volando a mi alrededor aterrizó decidida tras mi oreja. 

No puedo decir que pasara nada demasiado significativo.  Pero cuando se ofreció a llevarme con él a México y convertirme en una estrella de cine al tiempo que,  sentada a su lado, sus dedos tamborileaban nerviosos subiendo y bajando sobre mi muslo, no tuve duda alguna en agradecer su oferta y, educada pero firmemente, rechazarla. A veces me pregunto si mi imaginación se volvió enfermiza y me jugó una mala pasada y otras fantaseo sobre qué hubiese sido de mi vida allá, en ese hermoso país y bajo su mecenazgo. Pero no creáis que la  mínima duda referente a mi decisión me ha asaltado jamás. Aunque no hubiese surgido en mí la sospecha sobre la claridad de sus intenciones, pensar en separarme de  mis padres y de mi querido Jesús era algo para mi inpensable. Tampoco volví nunca a tener noticias directas de Manuel Mur-Oti. Aunque pasó los últimos años de su vida en Madrid, donde en 1993 le fue entregado el premio Goya de Honor, jamás intentó ponerse en contacto conmigo. Confieso que yo tampoco con él, tan desagradable regusto me había dejado nuestra reunión. Y con esta desconcertante historia finaliza mi “recuento de reencuentros” en el teatro Maravillas.

Como ya informé al principio de este capítulo, en los comienzos de ese 1974 había abandonado mi trabajo en  Sé infiel... y me dedicaba  al espectáculo de sketches que interpretaba en la lujosa sala de espectáculos La Fontana. (Ver capítulo anterior) Aquello era formidable. Al terminar el show la casa nos invitaba a una consumición, así que, compañía y acompañantes, solíamos reunirnos en la mesa de Juan José Alonso Millán, el autor, y sosteníamos largas charlas, siempre bajo la voz cantante de ese ingenioso e irónico personaje que un tiempo después llegaría a ser presidente de la Sociedad de Autores. Y así llegó el mes de abril y con él una proposición de trabajo que, entre otras cosas importantes, me permitiría conocer a los que iban a ser durante años mis mejores y más divertidos amigos.

Necrológica


Alfredo Landa
El jueves día 9 de este mes ha fallecido uno de los grandes mitos del cine español. Un agradable personaje que en los 60 y 70 dio vida en las pantallas, como nadie,  al españolito medio. En esa época de films de suecas y paletos era fácil identificarse con aquel hombrecillo  de físico corriente y una simpatía sin estridencias. Es decir, un anti-galán a la española. Sus películas batían records de taquilla pero el eterno personaje superficial  en el que estaba encasillado impedía admirar al gran actor que era Alfredo Landa. Afortunadamente un tiempo después películas como El crack, El bosque animado o Los santos inocentes, por la que recibió en 1984 y en Cannes el galardón al mejor actor, sacaron a la superficie su gran calidad histriónica. Obtuvo, además, dos premios Goya, uno en 1987 por El bosque animado y otro en el 92 por La Marrana. Con ese amoroso pamplonica trabajé en la serie Tristeza de Amor en 1986. Otro  actor  y compañero admirable  que debo despedir en estos últimos meses y  al cual el éxito nunca afectó. En paz descanse.


Próximo capítulo. Un año con enjundia.

sábado, 4 de mayo de 2013

Instantánea 74 - España se convulsiona.


INFORMACIÓN OFICIAL.

Carrero Blanco, nombrado presidente del Gobierno de España en junio de 1973, moría el 20 de diciembre de ese mismo año a causa de un atentado perpetrado por la banda terrorista ETA. Tras su diaria salida de misa, el coche en el que viajaban él, su chofer José Luis Pérez y el inspector de policía José Antonio Bueno, fue explosionado con tal violencia que voló sobrepasando el tejado  de un edificio de cuatro plantas,  yendo a caer al patio interior del inmueble situado en la calle Claudio Coello de Madrid.



Varios etarras se habían trasladado a la capital para lo que denominaron “Operación Ogro” y, tras alquilar un semisótano en aquella misma calle, cavaron un túnel hasta el centro de la calzada y depositaron allí los 100 kilos de carga explosiva que hicieron detonar al paso del auto presidencial. Los terroristas vascos, tras reivindicar el atentado, lo justificaron afirmando que Carrero Blanco era una “pieza fundamental e irremplazable” del régimen, que representaba “el franquismo puro” y que por tanto, con vías a una próxima “democratización” del país, (¡qué ironía viniendo de unos asesinos!) su eliminación era indispensable.  Sin duda Carrero Blanco era considerado el hombre fuerte del gobierno tras una eventual muerte de Francisco Franco.

(Las fotos del tríptico pertenecen a la minuciosa reconstrucción del atentado llevada a cabo por Televisión Española para la mini serie El asesinato de Carrero Blanco).

INFORMACIÓN EXTRAOFICIAL

Carrero Blanco y Kissinger
Se comentaba que el día 19 de junio, durante la visita oficial de Henry Kissinger a Madrid y con posterioridad a ser recibido por Franco, Carrero Blanco había sostenido una reunión  privada con el secretario de estado norteamericano y   le había ofrecido los Pirineos como “una segunda línea defensiva y de esa manera establecer en España la retaguardia logística de la OTAN durante una posible tercera guerra mundial”. Esto convertiría, de facto,  a España entera en una gran base militar de EE.UU.

La tajante respuesta de Kissinger habría sido que veía muy difícil que el Senado de EE.UU. aprobase un Tratado Bilateral de Alianza con el régimen del dictador Franco. Todo esto no fue oficialmente confirmado.

LO QUE PASABA EN MADRID.

La reacción del pueblo madrileño aquella mañana fue tremenda y contradictoria. En voz baja y a escondidas los contrarios al régimen intercambiaban comentarios en los que se mezclaban  alegría por la muerte de Carrero y la  inquietud que provocaba  la esperada represalia gubernamental. Por otro lado los franquistas proclamaban su ira a voz en cuello, hacían alarde de su deseo de venganza y, pasando por alto la reconocida autoría del hecho, extendían la responsabilidad del hecho a todos los que no pensaran como ellos. En el aire se respiraba un acre olor a peligro que, según iban pasando las horas, se incrementaba. Con temor se esperaba la llegada de la penumbra, tan   inspiradora de excesos, tan cómplice de arrebatos.

Existía una asociación política de extrema derecha llamada Fuerza Nueva, liderada por Blas Piñar, procurador en cortes y consejero nacional del Movimiento por designación directa y libre de Franco, es decir “a dedo”,  temida por sus violentos enfrentamientos con cualquiera  que no compartiera su ideología ultraderechista. Sobresalía por su agresividad un sector que se autodenominaba Guerrilleros de Cristo Rey y que, en grupos armados con palos y gruesas cadenas de acero, aterrorizaban las madrugadas madrileñas, siendo vagabundos y homosexuales   sus objetivos principales en un principio. 

Aunque pocos en número, sus actos de vandalismo eran temibles  y la policía solía hacer ojos ciegos y oídos sordos ante estos desafueros. Unos años más tarde, en los comienzos de la democracia, estos hechos se incrementaron en número y violencia llegando esos extremistas a protagonizar golpes terroristas, con consecuencias mortales, contra políticos y manifestaciones estudiantiles y sindicalistas.

Recorte del pediódico El País
Aquella noche del 20 de diciembre del 73, como por ensalmo, las bulliciosas calles de Madrid guardaron un expectante silencio.  Las “fuerzas vivas” de la ciudad prefirieron  “hacerse las muertas” en espera de una reacción de las altas esferas políticas. Mientras, los ultras campaban por su respeto en las calles desiertas, destrozando mobiliario público y cometiendo algún que otro desaguisado.  Pero el día siguiente nos sorprendió a todos. El gobierno obró con inesperados comedimiento y cordura demostrando que el proceso de democratización de España estaba irremisiblemente en vías de desarrollo, pesase a quién pesase. 
EN LO QUE A MI CONCERNIÓ

La tarde que siguió a la mañana del atentado acudí, como era usual, al teatro Maravillas para representar un Sé infiel y no mires con quién  que ya llevaba año y medio en cartel, batiendo records de taquilla. Mis compañeros de reparto, tan inquietos con la situación como lo estaba yo, no cesaban de hablar de lo ocurrido, especulando sobre las consecuencias que aquello tendría para España. El pueblo sabía que la vida de Franco estaba a punto de “caducar”. A pesar de estar el asunto rodeado por el hermetismo propio de un dictador, habían circulado fidedignos rumores sobre su frágil salud y sus varias y severas crisis. El país, sumido durante más de cuarenta años en el sopor y el adocenamiento  que provocan las largas tiranías, miraba aterrado un futuro sin “el guardián de la paz”, como Franco se autoproclamaba. El temor a una nueva guerra civil espantaba al pueblo en general. El verdadero peligro estaba en las jóvenes generaciones. Educadas en una total ignorancia política o temían enfrentarse con lo nuevo y desconocido, la democracia, o habían sido captados totalmente  por la propaganda fascista.

Aquella sesión de tarde del 20 de diciembre fue memorable. ¡Hubimos de trabajar para cuatro espectadores!  La nocturna fue suspendida pues ni un alma pasó por taquilla. Así que, con el corazón encogido, nos despedimos preguntándonos qué nos depararían los días siguientes.

En La Fontana. De izquierda a derecha Miguel Ángel Aristu, Enrique Ciurana, Paco Marsó, Nino Bastida,
Rafael Guerrero, yo, Emilia Rubio, María Gianni,  Diana Polakov, Mari Carmen Álvarez y Regin Gobin  
Hacía ya casi un mes,  yo había aceptado compaginar el teatro con el café-teatro. Juan José Alonso Millán, un joven “teatrista”, autor de obras muy interesantes estrenadas en los últimos años, me había ofrecido trabajar en la lujosa sala-espectáculo y restaurante La Fontana, con la obra Bailando se entiende la gente,  unos ingeniosos textos suyos y con una compañía de once artistas, cinco jóvenes y guapos actores, cinco starlets espectaculares y yo. Ellos, Paco Marsó, Enrique Ciurana, Rafael Guerrero, Miguel Ángel Aristu y Nino Bastida, durante mi permanencia en el show, fueron siempre los mismos, ellas, a causa de sus múltiples trabajos y agitadas vidas privadas, variaban con frecuencia, siendo las más destacables, Bárbara Rey, Silvana Sandoval, Rosa Valenti, Mirta Miller, Paloma Cela, Diana Lorys y Marisol Ayuso. Todas estas llegaron a convertirse en auténticas figuras. ¡Afortunada la hora en que había aceptado aquel trabajo, pues algunos de los momentos más amenos de mi vida los pasé interpretando esos distintos personajes de los cinco sketches que componían el espectáculo!
En el sketch del guiñol

Todos, de forma irónica e inteligente, contenían críticas al gobierno y a la “España profunda” que tanto había dolido a escritores de la talla de Machado u Ortega y Gasset. Así que aquella primera noche tras el atentado, al salir del Maravillas, a la Fontana me llevó Jesús en nuestro anciano pero corajudo Citröen 2 Caballos, “El Furia”, convencidos de que también allí  la representación sería suspendida. 

Pero el gerente y socio del local Vicente Embuena y el autor de la función, empecinados en no dejarse amedrentar por las turbas ultraderechistas, decidieron abrir las puertas, pretendiendo darle a la madrugada madrileña un aire de normalidad. Ya que las reservas para esa noche habían sido canceladas Embuena hizo vestir a una parte de sus camareros de “civil” y los sentó a  las mesas, llamó a algunos amigos, instándoles a asistir y, con una compañía que no las tenía todas consigo, se hizo la función. Mejor dicho, parte de la función. 

De pronto oímos un desaforado bullicio del que sobresalían insultos y amenazas y a continuación un pequeño grupo de cinco o seis individuos, enarbolando los palos y cadenas que ya he descrito con anterioridad, penetró en tromba en la sala. Los Guerrilleros de Cristo Rey venían al ataque y en defensa de los “valores patrios”. Para qué intentar describir el correcorre  que se armó en el escenario. Lo que no sabíamos era que esos amigos invitados por el gerente pertenecían a la policía secreta, así que en menos de lo que canta un gallo los “invasores” fueron detenidos, los gritos acallados y el local quedó limpio de violencia. Por supuesto la función no continuó pero la compañía en pleno fuimos invitados a celebrar nuestra pequeña victoria entre copas del mejor champán y lonchas del jamón de jabugo pata negra que era una de las especialidades del restaurante La Fontana.


Foto Jesús Alcántara


Próximo capítulo. ¡Jolines con el 1974!