sábado, 25 de mayo de 2013

Instantánea 77- Dos adioses entre la desesperación y la esperanza.



Foto Jesús Alcántara
Los días transcurrían con una suavidad a la que no estaba acostumbrada, como veleros deslizándose por aguas mansas. Mis pies, por primera vez, pisaban sin miedo ni ansiedad, creando el sendero hacia un futuro que me parecía cálido y seguro. El frecuente reencuentro con amigos cubanos hacía que me sumergiera  en el recuerdo de mi querida Cuba pero, como en un milagro, solo los gratos momentos prevalecían; la belleza de su naturaleza, el afecto que tantas personas me habían demostrado, mis descubrimientos del amor, de la cultura, de la amistad, de esa sensualidad que cubría hasta los más insospechados  aspectos de la vida cubana...
En Cuba en el año 56

Rememoraba mis paseos por el malecón, las templadas y nítidas aguas de Varadero, la entrañable esquina de 70 y 13, Ampliación de Almendares, que había visto a una tímida galleguita de nueve años convertirse en la estrella de los Cabarets Capri o Tropicana y en una de las protagonistas de las películas Memorias del Subdesarrollo, Por cuanto o Desarraigo, testigo también de mis casi diarios viajes de ida y vuelta a la academia de Ballet de Alicia Alonso… Hasta el recuerdo de mis zapatillas de punta, manchadas siempre con la sangre que brotaba de ampollas que salían en mis demasiado largos dedos, poco adecuados para los menesteres del ballet, traía a mi boca el dulzón sabor de la nostalgia.

Por supuesto que  pensaba a veces en Homero Gutiérrez, mi primer y trágico amor.  Lo hacía como se piensa en un héroe, en un patriota,  con los contornos carnales de nuestra relación difuminados entre el fulgor glorioso con que había rodeado su memoria. Sobre todo venían a mi mente mis paseos “Rampa arriba, Rampa abajo” durante los cuales intentara unas veces desahogar dolores y otras saborear éxitos, pues para todo servía el deslizarse hacia el mar por aquella hermosa ruta,  pletórica de vida y actividad. Sus amplias aceras de granito, cubiertas por mosaicos salidos de la imaginación de los más grandes pintores cubanos, eran un lujo, un derroche de arte puesto a nuestros pies. Por ejemplo las coloridas creaciones de Amelia Peláez, alguno de los famosos gallos de Mariano, abstracciones de Raúl Martínez, muestras de la inquietante pintura ritual de Wifredo Lam y muchas más hermosas piezas alfombraban de creatividad y belleza aquella calle. Sé que he hablado con anterioridad de La Rampa (ver Instantánea 45) pero la falta de documentación gráfica me había impedido mostrar imágenes. Ahora, gracias a la generosa aportación de fotos realizadas “in situ” por Eduardo Arias-Polo, hermano del periodista del Nuevo Herald de Miami, Arturo Arias-Polo,  podréis comprobar mis palabras.

Parte de los mosaicos que alfombran las aceras de La Rampa. La Habana.
Fotos de Eduardo Arias-Polo
En realidad no había motivo alguno para que me dominara  la nostalgia. Tenía a mi lado lo que restaba de mi familia, sentía que mi relación con  Jesús se seguía fortaleciendo con el paso del tiempo y podía disfrutar de mis nuevos amigos, a los que se habían unido sus propios amigos, así que mis días y mis noches estaban llenas de actividad artística, familiar y, por primera vez en mi vida, algo frívolas.

Salvador Vives, Marisol Ayuso, Luis, yo y Norberto Sosa en los carnavales
Jesús y yo

Tomás Picó, Salvador Vives, Jesús, yo,  Norberto Sosa y Luis formábamos una troupe incansable e invencible. Aquellos carnavales del 75, los primeros de mi vida, no hubo baile o ágape en el que no batiéramos records de atención por nuestros disfraces y nuestra apostura. Era maravillosa la forma en que, a veces con tres trapos y mucha imaginación, nos inventábamos epatantes vestuarios. En otras ocasiones, como la que se muestra en la foto, recurríamos a unos amigos que poseían un taller con la más variada ropa de teatro y entonces sí que armábamos “la marimorena”.

Como contraste  estaban  las “madrugadas esotéricas” en las cuales hablábamos de nuestro convencimiento sobre la existencia de vida extraterrestre, compartíamos nuestras experiencias extrasensoriales y en general divagábamos sobre el mundo de lo paranormal.  A ellas asistían personas como la bellísima artista argentina Perla Cristal, Beatriz Carvajal, que tiempo después se convertiría en una importante actriz, personajes como el fecundo novelista Vázquez Montalván o personajillos como Rappel, quien en la cercana década de los ochenta asumiría  el papel de “gran médium y vidente” de la burguesía madrileña y al que, en aquellos días, Tomás Picó y yo habíamos enseñado incluso cómo interpretar el tarot. Y así pasó la primera mitad de aquel año.

Beatriz Carvajal, Perla Cristal, Vázquez Montalván y Rappel

En el mes de Junio el teatro Arniches me requirió de nuevo. Ricardo Lucia iba a dirigir un vodevil de  George Feydeau, Le Dindon, al que  habían rebautizado con el título de Ojo por ojo, cuerno por cuerno. La función era deliciosa, ejemplo de la maestría del autor, y el amplio reparto de 1ªA. Luis Prendes, Clara Suñer, Pepe Calvo, Juan José Otegui, Mercedes Barranco y yo éramos los protagonistas dentro de un elenco mucho más nutrido de estupendos secundarios.

Enrique Closas. Margarita Más, Mercedes Barranco, Yolanda Farr, Pepe Calvo, Ricardo Lucia, Luis Prendes
Clara Suñer, Juan José Otegui,  Mónica Cano, Emilio Berrio, Victoria Hernán, Julio Roco,  Fracisco Beltrán

Pero algo espantoso ocurrió durante  los primeros ensayos de esa función . Un mediodía, estando en casa a la hora del almuerzo, oí por teléfono la desesperada voz de mi madre que decía; “Yolincita, ven corriendo Arsenio se siente mal”. Fueron mínimos los minutos que tardamos Jesús y yo en abrir la puerta de su apartamento. La visión de mi padre sentado en su sillón favorito, con el rostro contraído y pálido, duplicó el ya acelerado ritmo de ese corazón mío  que parecía querer explotar. Decía tener un fuerte dolor en el pecho. No hacía falta ser un facultativo para sospechar de qué se trataba. Inmediatamente llamé al servicio de urgencias de una Seguridad Social que por aquel entonces ya incluía a los padres del titular como beneficiarios.
Mi adorado padre en su juventud

No recuerdo  cuánto tardaron en llegar el médico y la ambulancia, lo que nunca olvidaré es el tiempo que pasé intentando darle sosiego con mis palabras mientras oía los sollozos que mi madre trataba de disimular inútilmente. Lo siento. No puedo extenderme en esta narración. A pesar de los largos años pasados desde aquel agosto de 1975 mi mano tiembla y mis ojos se nublan.

Mi padre, Arsenio Mariño, el incansable luchador, mi caballero andante, mi ejemplo frente a la adversidad, ese importantísimo trozo de mi vida fallecía en el hospital aquella misma tarde. Había sufrido un infarto masivo. Mi adorado gallego se fue hacia la muerte igual que había vivido, como un auténtico caballero, sin alharacas, como no queriendo molestar.

Mi padre en 1973
Casi sin hacer ruido y de puntillas emprendió el camino hacia el cielo dejando escrita en mi alma la más perfecta oda de cariño y dedicación que rapsoda alguno pudo crear. Una lección de vida, amor y muerte inigualables. 

Durante mucho tiempo tan solo la presencia de mi madre y de Jesús me ataron a un mundo que me parecía inhóspito sin él. Inevitablemente, poco a poco fue llegando la aceptación, pero el puñal de la parca, hundido por segunda vez en mi corazón,  me provocaba ráfagas de un dolor insoportable.

Aquel terrible día Jesús había llamado al director de Ojo por Ojo, Ricardo Lucia, para informarle sobre lo sucedido y comunicarle que yo no podía asistir al ensayo, a lo que el hombre respondió; “por Dios, dile que se tome dos o tres días de descanso”. Pero la tarde siguiente Yolanda, estaba en el teatro dispuesta a continuar su trabajo, no por disciplina, no, más bien  porque sabía que tan solo sobre el escenario y rodeada de los compañeros podría sobrevivir a una angustia que  le corroía el alma.  La mía no fue una reacción anómala. La mayoría de los artistas han superado estos trances sumergiéndose aún más en su trabajo. Creédme que es la mejor terapia.

El 13 de Septiembre se estrenaba con gran éxito aquel vodevil. Muchas fueron las glorias y los bravos. 

A pesar de mi tristeza, hubo momentos de gozo durante las representaciones que siguieron, instantes en los que el alma de la divertida “Maggy” lograba poseer la mía dolorida, días en los que las ovaciones del público disipaban las brumas   dentro de las que ultimamente vivía. Aquella primera etapa de dolor hubiera sido casi imposible de superar sin el amor y la entereza de  Jesús, quien de nuevo se había hecho cargo de todos los absurdos rituales que seguían a la muerte. También fueron un bálsamo para mi tristeza la dulzura de Mercedes Barranco, el afecto de Clara Suñer, la amistad de Juanjo Otegui y sobre todo,  las bromas de Pepe Calvo, todo un carácter. Mis compañeros.

Siendo un “cómico a la antigua” este hombre disfrutaba con la maldita costumbre de hacer trastadas a los compañeros en escena y se jactaba de que nadie había podido evitar la risa ni logrado hacer que él se riera.

Teníamos ambos un momento en la trama durante el cual, intentando conquistarlo, yo le servía con obsequioso amor un té con azúcar. Pues bien, con un acento americano que el director me había marcado, y que me quedaba muy gracioso, según señalaron los críticos, debíamos sostener ambos este pequeño diálogo; Yo.- ¿Tea, honney? Él.- Bueno, hija. Yo, (tomando la azucarera llena de terrones).- ¿Un  “tierron”, dos “tierrones”?, pregunta a la que un día comenzó a contestarme con cifras absurdas como veinte o treinta o lo que en ese momento se le ocurriera. Por supuesto eso arrancaba las carcajadas del público.  De pronto se me ocurrió darle a probar su misma medicina así que tras echarle azúcar y hundir  la cucharilla en su taza le pregunté con la más ingenua de las inflexiones y la más dulce sonrisa, “¿Te lo meneo, darling?”. Aquello fue una explosión de risas tanto del respetable como de Pepe. Era hilarante ver como su rostro, al tiempo que intentaba contenerse, iba tomando un hermoso color rosa intenso. Esta vez le tocó a él pasar el mal rato.

Mercedes Barranco, su esposa desde hacía años, soportaba estoicamente el a veces agresivo sentido del humor de su marido. En una ocasión, mientras la compañía casi en pleno cenábamos entre función y función en esa tasquita que nunca falta al lado de la puerta de actores de los teatros, le oímos decir a voz en cuello; “Mercedes, sin duda eres frígida. Abrirte las piernas es como abrir las puertas de un congelador, lo que sale de ahí es puro vapor de agua helada”. Mercedes, acostumbrada a estas salidas, sonrió apaciblemente mientras los demás reíamos ante la soez pero ingeniosa ocurrencia. Ese era Pepe Calvo.

El 14 de octubre de ese 1975 comenzó definitivo deterioro físico del dictador Francisco Franco. Ya no había forma de ocultárselo al pueblo. Se le había administrado la extremaunción y la noticia de su inminente muerte alegraba a una parte de los españoles, entristecía a otra y nos angustiaba a todos los que tuviésemos dos dedos de frente. En los camerinos del Arniches las radios estaban encendidas, ya que, una vez anunciado oficialmente su fallecimiento, todo espectáculo debía cesar, todo teatro, toda discoteca, pub, cabaret o music-hall debía cerrar sus puertas en señal de luto.

Arias Navarro anunciando por
TVE la muerte de Franco.
Al fin España estaba frente a lo irremediable, frente a la incertidumbre de un futuro ennegrecido por la sombra amenazadora de la guerra civil.

Y esa estresante situación se extendió durante más de un mes, hasta que, el 20 de noviembre, mientras hacíamos la función de la tarde,  el presidente del gobierno Arias Navarro pronunciaba estas palabras ante todos los medios de comunicación del país; “españoles, Franco ha muerto”.


Próximo capítulo: Sí, Franco ha muerto.

2 comentarios:

  1. Mi querida Yolanda, nuevamente un amargo y conmovedor capitulo hace que deje mi comentario de apoyo y gratitud por permitirnos entrar en tus Memorias.
    Contar las cosas buenas de la vida, siempre es gratificante; pero estas otras, sin duda te son lacerantes. Como la vez anterior, piensa únicamente que en los últimos años les diste la gran alegría del rencuentro y todo tu amor. Debiste y debes sentirte híper-satisfecha.
    Un beso y todo mi cariño y admiración.
    Tony Pisani

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  2. Que grande eres, Yolanda Farr! Que Dios te bendiga!

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