INFORMACIÓN OFICIAL.
Carrero Blanco,
nombrado presidente del Gobierno de España en junio de 1973, moría el 20 de
diciembre de ese mismo año a causa de un atentado perpetrado por la banda
terrorista ETA. Tras su diaria salida de misa, el coche en el que viajaban él,
su chofer José Luis Pérez y el inspector de policía José Antonio Bueno, fue
explosionado con tal violencia que voló sobrepasando el tejado de un edificio de cuatro plantas, yendo a caer al patio interior del inmueble situado en
la calle Claudio Coello de Madrid.
Varios etarras se habían trasladado a la capital para lo que denominaron “Operación Ogro” y, tras alquilar un semisótano en aquella misma calle, cavaron un túnel hasta el centro de la calzada y depositaron allí los 100 kilos de carga explosiva que hicieron detonar al paso del auto presidencial. Los terroristas vascos, tras reivindicar el atentado, lo justificaron afirmando que Carrero Blanco era una “pieza fundamental e irremplazable” del régimen, que representaba “el franquismo puro” y que por tanto, con vías a una próxima “democratización” del país, (¡qué ironía viniendo de unos asesinos!) su eliminación era indispensable. Sin duda Carrero Blanco era considerado el hombre fuerte del gobierno tras una eventual muerte de Francisco Franco.
(Las fotos del tríptico pertenecen
a la minuciosa reconstrucción del atentado llevada a cabo por Televisión
Española para la mini serie El asesinato de Carrero Blanco).
INFORMACIÓN
EXTRAOFICIAL
Carrero Blanco y Kissinger |
Se comentaba que el
día 19 de junio, durante la visita oficial de Henry Kissinger a Madrid y con
posterioridad a ser recibido por Franco, Carrero Blanco había sostenido una
reunión privada con el secretario de
estado norteamericano y le había ofrecido
los
Pirineos como “una segunda línea defensiva y de esa manera establecer en España
la retaguardia logística de la OTAN durante una posible tercera guerra
mundial”. Esto convertiría, de facto, a España entera en una gran base militar de EE.UU.
La tajante respuesta
de Kissinger habría sido que veía muy difícil que el Senado de EE.UU. aprobase un
Tratado Bilateral de Alianza con el régimen del dictador Franco. Todo esto no
fue oficialmente confirmado.
LO QUE PASABA EN
MADRID.
La reacción del
pueblo madrileño aquella mañana fue tremenda y contradictoria. En voz baja y a escondidas los
contrarios al régimen intercambiaban comentarios en los que se
mezclaban alegría por la muerte de Carrero y la inquietud que provocaba la esperada represalia gubernamental. Por otro
lado los franquistas proclamaban su ira a voz en cuello, hacían alarde de su deseo de venganza y,
pasando por alto la reconocida autoría del hecho, extendían la responsabilidad del hecho a todos los
que no pensaran como ellos. En el aire se respiraba un acre olor a peligro que,
según iban pasando las horas, se incrementaba. Con temor se esperaba la llegada
de la penumbra, tan inspiradora de
excesos, tan cómplice de arrebatos.
Existía una asociación
política de extrema derecha llamada Fuerza Nueva, liderada por Blas Piñar, procurador
en cortes y consejero nacional del Movimiento por designación directa y libre
de Franco, es decir “a dedo”, temida por sus violentos enfrentamientos con
cualquiera que no compartiera su
ideología ultraderechista. Sobresalía por su agresividad un sector que se
autodenominaba Guerrilleros de Cristo Rey y que, en grupos armados con palos y
gruesas cadenas de acero, aterrorizaban las madrugadas madrileñas, siendo vagabundos y homosexuales sus objetivos principales
en un principio.
Aunque pocos en número, sus actos de vandalismo eran temibles y la policía solía hacer ojos ciegos y oídos sordos ante estos desafueros. Unos años más tarde, en los comienzos de la democracia, estos hechos se incrementaron en número y violencia llegando esos extremistas a protagonizar golpes terroristas, con consecuencias mortales, contra políticos y manifestaciones estudiantiles y sindicalistas.
Aunque pocos en número, sus actos de vandalismo eran temibles y la policía solía hacer ojos ciegos y oídos sordos ante estos desafueros. Unos años más tarde, en los comienzos de la democracia, estos hechos se incrementaron en número y violencia llegando esos extremistas a protagonizar golpes terroristas, con consecuencias mortales, contra políticos y manifestaciones estudiantiles y sindicalistas.
Recorte del pediódico El País |
Aquella noche del 20
de diciembre del 73, como por ensalmo, las bulliciosas calles de Madrid
guardaron un expectante silencio. Las
“fuerzas vivas” de la ciudad prefirieron
“hacerse las muertas” en espera de una reacción de las altas esferas
políticas. Mientras, los ultras campaban por su respeto en las calles desiertas, destrozando mobiliario público y cometiendo algún que otro
desaguisado. Pero el día siguiente nos
sorprendió a todos. El gobierno obró con inesperados comedimiento y cordura demostrando que el proceso de democratización
de España estaba irremisiblemente en vías de desarrollo, pesase a quién pesase.
EN LO QUE A MI
CONCERNIÓ
La tarde que siguió a
la mañana del atentado acudí, como era usual, al teatro Maravillas para
representar un Sé infiel y no mires con
quién que ya llevaba año y medio en
cartel, batiendo records de taquilla. Mis compañeros de reparto, tan inquietos
con la situación como lo estaba yo, no cesaban de hablar de lo ocurrido,
especulando sobre las consecuencias que aquello tendría para España. El
pueblo sabía que la vida de Franco estaba a punto de “caducar”. A pesar de estar el asunto rodeado
por el hermetismo propio de un dictador, habían circulado fidedignos rumores
sobre su frágil salud y sus varias y severas crisis. El país, sumido durante
más de cuarenta años en el sopor y el adocenamiento que provocan las largas tiranías, miraba
aterrado un futuro sin “el guardián de la paz”, como Franco se autoproclamaba.
El temor a una nueva guerra civil espantaba al pueblo en general. El verdadero peligro
estaba en las jóvenes generaciones. Educadas en una total ignorancia política o
temían enfrentarse con lo nuevo y desconocido, la democracia, o habían sido
captados totalmente por la propaganda fascista.
Aquella sesión de tarde del 20 de diciembre fue memorable. ¡Hubimos de trabajar para cuatro
espectadores! La nocturna fue suspendida pues ni un alma pasó
por taquilla. Así que, con el corazón encogido, nos despedimos preguntándonos
qué nos depararían los días siguientes.
En La Fontana. De izquierda a derecha Miguel Ángel Aristu, Enrique Ciurana, Paco Marsó, Nino Bastida, Rafael Guerrero, yo, Emilia Rubio, María Gianni, Diana Polakov, Mari Carmen Álvarez y Regin Gobin |
Hacía ya casi un mes, yo había aceptado
compaginar el teatro con el café-teatro. Juan José Alonso Millán, un joven “teatrista”,
autor de obras muy interesantes estrenadas en los últimos años, me
había ofrecido trabajar en la lujosa sala-espectáculo y restaurante La Fontana,
con la obra Bailando se entiende la gente, unos ingeniosos textos suyos y con una compañía de once artistas, cinco jóvenes
y guapos actores, cinco starlets espectaculares y yo. Ellos, Paco Marsó,
Enrique Ciurana, Rafael Guerrero, Miguel Ángel Aristu y Nino Bastida, durante
mi permanencia en el show, fueron siempre los mismos, ellas, a causa de sus múltiples
trabajos y agitadas vidas privadas, variaban con frecuencia, siendo las más
destacables, Bárbara Rey, Silvana Sandoval, Rosa Valenti, Mirta Miller, Paloma
Cela, Diana Lorys y Marisol Ayuso. Todas estas llegaron a convertirse en auténticas
figuras. ¡Afortunada la hora en que había aceptado aquel trabajo, pues algunos
de los momentos más amenos de mi vida los pasé interpretando esos distintos
personajes de los cinco sketches que
componían el espectáculo!
En el sketch del guiñol |
Todos, de forma irónica e inteligente, contenían críticas al gobierno y a la “España profunda” que tanto había dolido a escritores de la talla de Machado u Ortega y Gasset. Así que aquella primera noche tras el atentado, al salir del Maravillas, a la Fontana me llevó Jesús en nuestro anciano pero corajudo Citröen 2 Caballos, “El Furia”, convencidos de que también allí la representación sería suspendida.
Pero el gerente y socio del local Vicente Embuena y el autor de la función, empecinados en no dejarse amedrentar por las turbas ultraderechistas, decidieron abrir las puertas, pretendiendo darle a la madrugada madrileña un aire de normalidad. Ya que las reservas para esa noche habían sido canceladas Embuena hizo vestir a una parte de sus camareros de “civil” y los sentó a las mesas, llamó a algunos amigos, instándoles a asistir y, con una compañía que no las tenía todas consigo, se hizo la función. Mejor dicho, parte de la función.
De pronto oímos un desaforado bullicio del que sobresalían insultos y amenazas y a continuación un pequeño grupo de cinco o seis individuos, enarbolando los palos y cadenas que ya he descrito con anterioridad, penetró en tromba en la sala. Los Guerrilleros de Cristo Rey venían al ataque y en defensa de los “valores patrios”. Para qué intentar describir el correcorre que se armó en el escenario. Lo que no sabíamos era que esos amigos invitados por el gerente pertenecían a la policía secreta, así que en menos de lo que canta un gallo los “invasores” fueron detenidos, los gritos acallados y el local quedó limpio de violencia. Por supuesto la función no continuó pero la compañía en pleno fuimos invitados a celebrar nuestra pequeña victoria entre copas del mejor champán y lonchas del jamón de jabugo pata negra que era una de las especialidades del restaurante La Fontana.
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