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Foto Jesús Alcántara |
A principios de 1974,
tras unas Navidades que seguían impregnadas del dolor por la muerte de Jenny me despedí con tristeza de
Sé infiel y no mires con quién. Ni siquiera mi fortaleza y disciplina podían
soportar por más tiempo la paliza que supone hacer dos funciones de teatro y una de
café-teatro, para más inri musical, diarias.
Es de señalar la
relación de apego que suele surgir entre los miembros de una compañía, es
decir, si no has tenido la mala suerte de encontrarte con divos endiosados o secundarios
frustrados, pues también los hay, que te han hecho la vida imposible. Las
despedidas suelen ser hasta dramáticas y nunca falta quien suelte alguna
lagrimita y te jure que vuestra amistad será eterna. Por cierto, cosa que muy
pocas veces sucede. Como mucho recibirás esporádicas llamadas telefónicas durante
un tiempo, luego estas se irán haciendo cada vez más espaciadas hasta que, un día, te
preguntarás qué ha sido de fulanita o menganito y a donde ha ido a parar
vuestra “eterna amistad”. Pero lo realmente especial es que si volvéis a
coincidir en un reparto un mes, un año o diez más tarde, os abrazaréis como si el tiempo no hubiese pasado, sin
un reproche pero ya con el conocimiento de que la verdadera amistad es un milagro de poca
frecuencia e inconmensurable valor. Y no solo en nuestro mundillo..
Elisenda Ribas, Eva Higueras y Pepa Sarsa |
Hay quien dice que en el teatro no existe
tal cosa. Yo puedo afirmar lo contrario pues, a lo largo de mi carrera, he
conservado algunos amigos, muy selectos y preciados;
Pepe Álvarez, Rosa Fontana, Pepa Sarsa, Elisenda Rivas, Raquel Ríos, Eva
Higueras, Salvador Vives, Analía Gadé, Tomás Picó o María Luisa Merlo.
Tomás Picó, Raquel Ríos y Salvador Vives |
Analía Gadé, Rosa Fontana y María Luisa Merlo. Fotos de los trípticos Jesús Alcántara |
Y hablando de amigos,
los últimos meses en el Maravillas estuvieron llenos de maravillosas sorpresas,
de emocionantes reencuentros. La reaparición de compañeros del alma, de cubanos a quienes me había
visto obligada a abandonar hacía ya cinco años en la “isla cárcel”, como la
llama mi amiga Tenchy. Algunos recién
llegados y otros que durante algún tiempo habían estado perdidos en el
maremágnum de la gran ciudad de Madrid me habían localizado por la cartelera
de los periódicos. Sus visitas al teatro fueron conmovedoras y llenas de conversaciones
rebosantes de nostalgia y cariño. Los hermanos Brito (ver Instantánea 39), Julio y Alfredo, grandes
músicos con los que compartiese en Cuba
charlas y afecto sincero habían, poco tiempo a tras, abandonado la isla en un
momento de gran éxito para su cuarteto “Los Brito”, asfixiados por el
corrompido aliento de un régimen que corroía las almas y hasta las piedras de
esa hermosa ciudad de La Habana.
Miguel de Grandy Foto Jesús Alcántara |
Miguel de Grandy, el hijo de aquel estupendo Miguel de Grandy con el cual había tenido la suerte de trabajar en Lola y la campana (ver Instantánea 41), mi última obra de teatro en la sala Arlequín, me contó que compartía su tiempo entre España y Miami y me hizo un reportaje para el periódico El triunfo en el que colaboraba como free lance.
Manuel Pereiro Foto Jesús Alcántara |
Manuel Pereiro me contó que estaba intentando abrirse camino aquí como actor, que ya llevaba algún tiempo en el país, me comentó la dificultad de penetrar en el mundillo artístico y me ofreció la reanudación de nuestra amistad. Yo le puse en contacto con Miguel Picazo, mi admirado director de cine y televisión, a consecuencia de lo cual colaboró con frecuencia en los trabajos del cineasta. Roberto Cazorla, con el que compartí hermosas horas intercambiándonos poemas a la vera del malecón y al que había estrenado en la sala Talía su hermosa obra Esta carne que habitamos, (ver Instantánea 35),y que trabajaba casi desde su llegada, en la agencia EFE, surgió de nuevo en mi vida para nunca irse.
Pero mi más
emocionante encuentro fue con Humberto Mitjáns, el valiente hombre que me
reabriese las puertas de la televisión cubana, jugándose su carrera y tal vez
mucho más que eso, en los negros momentos en que compañeros y directores huían de mí como de una apestada a causa de la persecución política a la que me había visto sometida. (Ver
Instantáneas 32 y 33). ¿Cómo podría resarcirle de los inmensos favores que le
debía? Puse todo lo poco que poseía a su disposición, mi hogar, mis relaciones profesionales, ayuda económica,
pero afirmó no necesitar nada.
Paraba en casa de unos grandes amigos suyos, en breves días comenzaría un viaje por España con objeto de visitar a los muchos parientes que tenía diseminados por el territorio nacional y a su regreso pensaba abandonar el país con destino a Latinoamérica. Aún no sabía exactamente a donde se dirigiría pero estaba estudiando varias ofertas. Nos despedimos con intensa emoción y su promesa de llamarme cuando estuviese de vuelta en Madrid. Nunca recibí esa llamada ni volví a saber de Humberto Mitjáns. Nada pude hacer por quien tanto había hecho, en 1963, por aquella muchachita acosada y temerosa que él había colocado de figura en su programa de televisión Intermezzo, devolviéndola de esa manera a su profesión y restaurándole la seguridad en ella misma.
Pero aún me queda por narrar el más extraño de mis reencuentros de aquella época.
Paraba en casa de unos grandes amigos suyos, en breves días comenzaría un viaje por España con objeto de visitar a los muchos parientes que tenía diseminados por el territorio nacional y a su regreso pensaba abandonar el país con destino a Latinoamérica. Aún no sabía exactamente a donde se dirigiría pero estaba estudiando varias ofertas. Nos despedimos con intensa emoción y su promesa de llamarme cuando estuviese de vuelta en Madrid. Nunca recibí esa llamada ni volví a saber de Humberto Mitjáns. Nada pude hacer por quien tanto había hecho, en 1963, por aquella muchachita acosada y temerosa que él había colocado de figura en su programa de televisión Intermezzo, devolviéndola de esa manera a su profesión y restaurándole la seguridad en ella misma.
Pero aún me queda por narrar el más extraño de mis reencuentros de aquella época.
Estaba yo en mi
camerino cuando la taquillera del Maravillas me entregó un papel con un
teléfono y un nombre que reavivó mis recuerdos infantiles; Manuel Mur-Oti.
Ráfagas de antiguas imágenes de una noche de 1949 en el café “Las Cancelas”
pasaron por mi cabeza. La sensación de unas grandes manos
sosteniendo mi carita de ocho años y, sobre todo, el sonido de una voz masculina
pronunciando estas palabras, “¡pequeña, como te pareces a tu tía Olimpia!”,
irrumpieron en mi cerebro con una claridad sorprendente. (Ver Instantánea 15).
Al día siguiente,
cuando mostré a mis padres la nota, una ventolera de alegría inundó la casa.
“¡Manuel está en España. Qué alegría! Llámale ahora mismo e instale a venir a vernos!” dijo Arsenio y
pasó a darme información en todo lo referente a aquel hombre.
Me contó como allá en la Cuba de los años 30 había sido amigo de la familia Mariño
y pretendiente de Olimpia, me recordó el encuentro fortuito en el café “Las Cancelas” la noche antes de nuestra
partida hacia la isla, (ver Instantánea 15) y me dijo cuán afectuosa había sido la relación entre ellos en su lejana juventud. Estaba emocionado. Así
que inmediatamente marqué el número que la tarde anterior me habían entregado
en el teatro.
“Buenos días, Hotel
Hilton Madrid. ¿En qué puedo servirle?” me respondió una amable recepcionista. Pedí
comunicación con el señor Mur-Oti y unos segundos más tarde escuchaba la misma
voz ronca de mis recuerdos que decía, “aquí Mur-Oti, ¿quién habla?” De inmediato le pasé el auricular a mi padre con la intención de gozar como
espectadora de la emotividad de ese momento. No muy larga y bastante decepcionante
fue la conversación. Sintetizando. Manuel se alegraba de volver a hablar
con Arsenio. Manuel, ante la noticia de la muerte de Jenny había exclamado
“¡vaya por Dios!” y saltado a otro tema. Manuel decía lamentar no poder visitarnos,
en primer lugar por ser víctima de un fuerte catarro y en segundo por tener que
regresar en dos días a México, país en el que hacía años vivía y trabajaba,
pero Manuel invitaba a Yolanda a reunirse con él en su hotel, ya que quizá podía hacer algo por ella en lo profesional.
Aunque algo desinflado por la fría reacción de su antiguo amigo, mi padre me aconsejó que fuese a verle
esa misma mañana. Durante la breve conversación Mur-Oti se había encargado de dejar bien claro cuán importante era dentro del ambiente artístico mejicano,
escritor, director, guionista de cine… “Seguro que tiene relaciones
importantes en España y una recomendación suya te podría abrir puertas en el
mundo de la cinematografía”, dijo mi progenitor.
Manuel Mur-Oti recibiendo el Goya de Honor |
Dos horas más tarde Yolanda estaba tocando a la puerta de la suite de don Manuel en el hotel Hilton Madrid. Pero la muchacha no iba sola. La acompañaba una impertinente mosca que revoloteaba alrededor de su oreja.
Como ya habréis
imaginado, la visita no fue en absoluto satisfactoria. Tras algo de cháchara
intrascendente y un par de preguntas sobre su antiguo amor, mi tia Olimpia, el anciano,
tomando con desmaño mi cara entre sus manos y lanzándome un aliento con
reminiscencia de cripta, volvió a espetarme estas palabras; “¡pequeña, como te
pareces a tu tía!”. ¡Veinte y pico años después! Tal vez fuese a causa del especial
brillo en sus ojos, quizá por el quebrarse de su voz, pero la molesta mosca que llevaba desde el
principio volando a mi alrededor aterrizó decidida tras mi oreja.
No puedo decir que pasara nada demasiado significativo. Pero cuando se ofreció a llevarme con él a México y convertirme en una estrella de cine al tiempo que, sentada a su lado, sus dedos tamborileaban nerviosos subiendo y bajando sobre mi muslo, no tuve duda alguna en agradecer su oferta y, educada pero firmemente, rechazarla. A veces me pregunto si mi imaginación se volvió enfermiza y me jugó una mala pasada y otras fantaseo sobre qué hubiese sido de mi vida allá, en ese hermoso país y bajo su mecenazgo. Pero no creáis que la mínima duda referente a mi decisión me ha asaltado jamás. Aunque no hubiese surgido en mí la sospecha sobre la claridad de sus intenciones, pensar en separarme de mis padres y de mi querido Jesús era algo para mi inpensable. Tampoco volví nunca a tener noticias directas de Manuel Mur-Oti. Aunque pasó los últimos años de su vida en Madrid, donde en 1993 le fue entregado el premio Goya de Honor, jamás intentó ponerse en contacto conmigo. Confieso que yo tampoco con él, tan desagradable regusto me había dejado nuestra reunión. Y con esta desconcertante historia finaliza mi “recuento de reencuentros” en el teatro Maravillas.
No puedo decir que pasara nada demasiado significativo. Pero cuando se ofreció a llevarme con él a México y convertirme en una estrella de cine al tiempo que, sentada a su lado, sus dedos tamborileaban nerviosos subiendo y bajando sobre mi muslo, no tuve duda alguna en agradecer su oferta y, educada pero firmemente, rechazarla. A veces me pregunto si mi imaginación se volvió enfermiza y me jugó una mala pasada y otras fantaseo sobre qué hubiese sido de mi vida allá, en ese hermoso país y bajo su mecenazgo. Pero no creáis que la mínima duda referente a mi decisión me ha asaltado jamás. Aunque no hubiese surgido en mí la sospecha sobre la claridad de sus intenciones, pensar en separarme de mis padres y de mi querido Jesús era algo para mi inpensable. Tampoco volví nunca a tener noticias directas de Manuel Mur-Oti. Aunque pasó los últimos años de su vida en Madrid, donde en 1993 le fue entregado el premio Goya de Honor, jamás intentó ponerse en contacto conmigo. Confieso que yo tampoco con él, tan desagradable regusto me había dejado nuestra reunión. Y con esta desconcertante historia finaliza mi “recuento de reencuentros” en el teatro Maravillas.
Como ya informé al principio
de este capítulo, en los comienzos de ese 1974 había abandonado mi trabajo en Sé infiel... y me dedicaba al
espectáculo de sketches que interpretaba en la lujosa sala de espectáculos La
Fontana. (Ver capítulo anterior) Aquello era formidable. Al terminar el show la
casa nos invitaba a una consumición, así que, compañía y acompañantes, solíamos
reunirnos en la mesa de Juan José Alonso Millán, el autor, y sosteníamos largas
charlas, siempre bajo la voz cantante de ese ingenioso e irónico personaje
que un tiempo después llegaría a ser presidente de la Sociedad de Autores. Y
así llegó el mes de abril y con él una proposición de trabajo que, entre otras
cosas importantes, me permitiría conocer a los que iban a ser durante años mis
mejores y más divertidos amigos.
Necrológica
Alfredo Landa |
Próximo
capítulo. Un año con enjundia.
Querida Yoly: vivimos, sufrimos, reimos y disfrutamos de tus triunfos en cada capitulo. Vemos esas fotos tuyas y comprobamos una vez mas que el tiempo no pasa por ti, morena, rubia,pelo largo o corto, en el 73 o 2013, siempre hermosa, siempre fascinante. Esperamos q no solo nosotros, tus amigos, estemos siguiendote y q una vez mas suene insistentemente el telefono y aunque no tengas tiempo para escribir y regalarnos un capitulo cada semana, nos compenses al verte asiduamente en la pequena y gran pantalla o en el teatro, para q muchos mas q nosotros, tus seguidores, podamos disfrutar d tanto talento y amor.
ResponderEliminarBesos!
P&J
Yo titularia este capitulo, teniendo en cuenta otros episodios parecidos, como el del 'consul espanol' en Cuba y otros que nos has contado : "No es facil ser guapa y artista". Porque hasta ahora pensaba todo lo contrario...Te has pasado la vida traumatizada por las manazas de tios babosos...que desagradable...Sabe Dios cuantas carreras por ahi se han hecho aguantando eso. Pero como decia mi madre Bernalda, a mis hermanas.../la recuerdo hoy por ser dia de las madres muy especialmente/..."Hay que ser honradas...la sonrisa abierta y la piernas muy serradas!!!"
ResponderEliminarUn beso querida Yolanda!
"...la amistad es un milagro de poca frecuencia e inconmensurable valor"
ResponderEliminarMe aguardo esta sentencia por sabia y eterna. Te seguimos leyendo!
Yolanda.
ResponderEliminarVisite por primera vez su blog por recomendación de Daniel Fernández, mi profesor de literatura en el Miami Dade College. Quizás porque viví en Madrid tres años (1970/73) es que lo encuentro tan ameno. Se me antoja algo si como, su personal Cuéntame cómo paso. Sin obviar esa forma fresca y amena que tiene usted al confeccionar sus relatos. Recuerdo la popularidad de la obra, Se infiel y no mires con quién. Recuerdo también aquella época y aquel Madrid que aunque gris y lleno de estrecheces fue la primera maravillosa puerta que se me abrió al mundo cuando deje atrás el “paraíso” confeccionado a trancazos por Fidel Castro.
Gracias por esta ventana.
Saludos.
Miguel Grillo Morales.