Foto Jesús Alcántara |
El 1 de enero del 2002 el euro, la moneda oficial de
la eurozona formada por 18 de los 28 miembros de la Unión Europea, entró en
vigor en 12 países. Entre ellos figuraba
España. (Diez países habían rehusado adoptarla: Bulgaria, Croacia, Dinamarca,
Lituania, Hungría, Polonia, Reino Unido, República Checa, Suecia y Rumania).
Como es natural la equivalencia con la moneda
vigente hasta aquel momento en cada lugar era distinta y el obligatorio cambio
resultó una auténtica debacle, causando durante mucho tiempo interminables
colas en los Bancos dedicados a tal
menester.
Tintados en azul, los países de la eurozona |
En España cada euro representaba 166.386 de nuestras
pesetas. No creo que muchos españoles de a pie comprendieran en un principio lo
que aquello significaba para nuestra economía. Las calculadoras de bolsillo se
vendieron como rosquillas. Suponiendo, con supina ingenuidad, que el cafecito
de la mañana por el que acostumbraban pagar 100 pesetas ahora les costaría 0.60 céntimos de euro, la sorpresa fue
morrocotuda a la hora de pagar. Los comerciantes habían decidido, ante la
impasibilidad del gobierno, que eso de
los céntimos era mucha complicación y que resultaba más sencillo partir de un
número redondo; el café ahora costaba un euro.
Es decir que, de la noche a la mañana, con esa equiparación, la vida del
español encareció en más de un sesenta por ciento. Incluso aquellas
tiendas de chinos, surtidoras de misceláneas, que se habían puesto tan de moda
y en cuyas puertas aparecía en grandes letras el reclamo de “todo a cien”, lucían
ahora, con todo descaro, este nuevo letrero: “Todo a un euro”. Es decir que
aquella velita por la que en diciembre del 2001 habíamos pagado como mucho cien
pesetas ahora costaba la absurda
cantidad de166.386 pesetas.
Poco tardó en llegar este desmesurado aumento a compras más importantes como ropa, comida, gasolina, gastos domésticos de luz, teléfono, agua y a los bienes inmuebles. De esta arbitraria manera los egresos se desbocaron.
Para más escarnio los ingresos, los sueldos, en ningún caso se elevaron consecuentemente. ¡Pero España
era rica, como no, y el español era descendiente a medias de Sancho Panza y de don Quijote por lo que no había
dragón que le amedrentase ni desgracia de la cual no poder sacar alguna chanza!
Así que pocas o ninguna voz se levantaron advirtiendo del agravio que aquel
cambio de moneda iba a significar para el país. Tanto empeño teníamos en borrar
de la opinión general la frase de que “Europa empieza en los Pirineos” que
estábamos dispuestos a pagar cualquier precio con tal de ganarnos una plaza en
nuestro viejo continente.
Así la vida fue haciéndose más cara para los españoles a la vez que alejaba a esos turistas para los que
nuestra divisa anterior, al efectuar el cambio con la suya, había convertido
España en “la tierra de Jauja”.
Pero dejemos el tema de la economía e internémonos
de nuevo en mis experiencias artísticas y personales, que es lo nuestro.
En la vida de todo ser humano hay cosas que no
apetece nada recordar…Sucesos luctuosos, fracasos profesionales, amores no
correspondidos, enfermedades…Dramáticos eventos que inevitablemente tienen un lugar y un
momento en nuestra existencia, por muchas velas que pongamos a los santos o
muchos pensamientos positivos que nos esforcemos en cultivar.
Es tan aleatoria y frágil la línea entre la felicidad y la desgracia que, en dos segundos, un día esplendoroso puede convertirse en un enfurecido huracán de penalidades.
Es tan aleatoria y frágil la línea entre la felicidad y la desgracia que, en dos segundos, un día esplendoroso puede convertirse en un enfurecido huracán de penalidades.
De izquierda a derecha Eva Higueras, Elena Maurandi, Karola Eskarola, Elvira Travesi Gemma Cuervo, Yolanda Farr, Pepa Sarsa, Alfredo Alba y Ana Soriano |
Algo así se gestaba esa mañana de junio del 2002
mientras, ignorantes de la maléfica sombra que nos acechaba entre cajas,
ensayábamos, por primera vez en el escenario del Teatro Fígaro, ¡Hay motín, compañeras!, la obra del
autor, ganador de varios premios literarios, Alberto Miralles y que dirigía
Ángel García Moreno.
En realidad nada vaticinaba la tragedia. En el
reparto estábamos de nuevo Elisenda Ribas, Pepa Sarsa, Eva Higueras y Elena
Maurandi, reencontrándonos felizmente tras aquella maravillosa experiencia que
había sido trabajar juntas en Ocho
mujeres un año y pico atrás.
Con Pepa Sarsa |
Puesto que nuestra amistad continuaba en su
plenitud la oportunidad de volver a compartir escenario nos encantaba. Trabajar con personas
afines centuplica el ya de por sí enorme
placer de actuar frente al público. Gemma Cuervo, Alfredo Alba, Ana Soriano y
Elvira Travesi se incorporaban al montaje de esta árida pero interesante pieza
que se adentraba en la compleja psicología de sus personajes al tiempo que describía
los entresijos de una cárcel de mujeres. Yo estaba entusiasmada con
poder lograr una caracterización en la que ni mi mejor amigo pudiera reconocerme, algo totalmente distinto a las señoras
sofisticadas o estupendas y a los musicales que en general se me adjudicaban. Era este papel el de una dura lesbiana, instigadora de un motín carcelario, un ser lleno de ácida
filosofía y enferma, a consecuencia de mentiras y malos tratos recibidos, de rencores hacia el macho en particular y hacia la
sociedad en general y que sostenía auténticos duelos verbales con el personaje
de Gemma Cuervo, una periodista de la prensa amarilla que venía a cubrir la
noticia y que, según la visión del autor, debía representar todos los tópicos y
la superficialidad del mundo que nos rodea.
Con Eva Higueras |
Aquella tarde de marras, García Moreno comenzó a distribuirnos
por el escenario; unas en la chácena, tras unas imaginarias rejas y otras reteniendo a Elvira, la carcelera a la que habíamos sometido. Gemma, Alfredo y Ana, es decir la periodista,
su ayudante y un fotógrafo de prensa se integarían a la acción al entrar al salón en el cual estábamos reunidas las presas amotinadas. Yo estaría esperándoles con la actitud hostil que se merecen los intrusos mientras que Elisenda, que encarnaba a otra de las presas, los vigilaría sentada en una silla situada en el proscenio, peligrosamente cerca del borde y de
espaldas al público.
Todo parecía ir sobre ruedas, a pesar de estar
trabajando bajo esa espantosa luz de ensayos que sume a los actores en una
enfermiza y amarillenta semipenumbra a la que cuesta acostumbrar la vista.
Y de pronto el escenario se llenó de gritos y
lamentos cuyo significado, metida como estaba en uno de mis intensos parlamentos, no llegué
a descifrar. Tan solo al fijarme en que la silla de
Elisenda estaba volcada al mismo borde del abismo un doloroso relámpago de
comprensión me atravesó. Mi amiga se había precipitado al vacío, yendo
a caer al patio de butacas. Efectuando un salto muy poco propio de mi edad en
un segundo me encontré a su lado y de inmediato me di cuenta de la gravedad del
asunto. La cabeza de Elisenda, durante la caída, había golpeado tanto contra el
borde del escenario como sobre el brazo de una de las butacas, dejándola esto inconsciente.
Ante la angustia de no verla volver en sí
algunos de los compañeros nos auto asignamos una actividad dirigida
a ayudar, Pepa Sarsa llamando al
servicio de urgencias, el SAMUR, Ana Soriano intentando localizar por teléfono a su marido
médico para que nos diera instrucciones sobre cómo aplicarle unos primeros
auxilios y Alfredo Alba a mi lado tratando de reanimarla con palabras y suaves
masajes en brazos y piernas, eso sí, sin moverla por temor a empeorar cualquier
posible fractura. Nuestras queridas niñas, Eva Higueras y Elena Maurandi y la
encantadora anciana Elvira Travesi se limitaban a sollozar en una esquina del
patio de butacas, procurando hacer lo más acertado en esos momentos; no estorbar. Tanto al director, García Moreno como
a Gemma Cuervo les perdí la vista inmediatamente.
Gemma Cuervo, Alfredo Alba de espaldas, yo y Ana Soriano |
La cosa iba yendo a peor. Eli comenzaba a ponerse morada y a tener unos
extraños estertores. No podría decir de dónde me vino la inspiración, cómo intuí que se estaba tragando la lengua. El caso es que ni corta ni perezosa, mientras Alfredo le
abría las mandíbulas, metiendo mis dedos en su boca conseguí tirar de ella para
despejar la tráquea y poder hacerle de inmediato un boca a boca.
Con Eva Higueras. Detrás Karola Eskarola |
Aunque seguía inconsciente Alfredo y yo conseguimos regular su respiración y que recuperase
un ritmo cardíaco que, momentos antes, aterrados, no lográbamos hallarle. Estoy
segura de que durante unos segundos mi querida amiga estuvo muerta. 20 minutos
habían transcurrido cuando llegó la ambulancia del SAMUR. ¡20 interminables y
angustiosos minutos en los que ya no sabíamos que más hacer!
Una vez en urgencias le fueron diagnosticados tres hematomas subdurales que la mantuvieron en la UCI al borde de
la muerte durante varios días.
Para finalizar esta primera y dramática parte de los
ensayos de ¡Hay motín, compañeras! y
sobre todo para dar de nuevo constancia de que los toreros y los actores
estamos hechos de una pasta distinta al resto de los humanos, os diré que esa
maravillosa persona, Elisenda Ribas, un par de meses más tarde estaba llevando
una vida normal, recuperada del todo y ansiando subirse de nuevo a un
escenario. Pero en la situación en que se encontraba nuestro director y productor esperar a su recuperación resultaba imposible.
Así que la obra de Miralles, atendiendo al
despiadoso dicho de “the show must go on”,
siguió ensayándose con Karola Eskarola en el papel de la accidentada. Podréis
imaginar lo que nos costaba borrar de
nuestra mente la imagen de su cuerpo desmadejado en el patio de butacas. El
intento de recitar nuestros diálogos sobre ese escenario desde el que
trágicamente se había precipitado se convirtió durante días en una labor llena de angustia.
Pepa, Elvira, Yo, Karola, Eva y Gemma |
Como ya habréis supuesto la inflexible disciplina de la
farándula se fue imponiendo y la obra se estrenó en julio de ese año 2002. Pero fiel al refrán popular de
que “lo que mal empieza, mal acaba”, tanto los ensayos como el corto tiempo que
duró la obra en cartel fueron para todos, pero en especial para mí, una
continua tortura. ALGUIEN se empeñó en
hacernos la vida imposible. Pero para más jugosos detalles tendréis que esperar
a mi próxima Instantánea.
Necrológica
Luis Carbonell en su juventud |
El 26 de mayo de este 2014, a los noventa años de edad, ha fallecido en La
Habana, Cuba, el que sin duda fue el más popular de todos los declamadores
cubanos, conocido también como “El
acuarelista de la poesía antillana”. Nunca olvidaré su interpretación de
los poemas de García Lorca y sobre todo los de Nicolás Guillén, tan plenos de
cubanidad.También hay que mencionar su menos conocida pero
prestigiosa labor como pianista acompañante de grandes figuras.
Confío en que su arte emocione o haga reír a los
que ahora le rodeen con la misma intensidad con la que conmovió a varias
generaciones de cubanos.
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