sábado, 24 de mayo de 2014

Instantánea 118 - “Sorpresas nos da la vida”. Segunda parte.



Foto Jesús Alcántara

Sin duda aquella reunión a la que Narciso Ibáñez Serrador nos convocó, allí en el escenario del teatro Infanta Isabel, resultó dramática y conmovedora. Todos quedamos anonadados por las palabras que salieron de la boca de ese personaje famoso por su creatividad y vitalidad: “Muchachos, me ha sido diagnosticada una hidrocefalia. Y como ya se han intentado conmigo tratamientos menos agresivos sin resultado alguno, los médicos han decidido que la única solución es una complicada y urgente operación cerebral. Por ello, muy a mi pesar, las representaciones de Aprobado en castidad quedarán suspendidas al finalizar este mes de enero.” Podréis imaginar la impresión que aquello nos causó. Las únicas dos personas de la compañía que estaban al tanto de su problema,  

Susana Canales, Ibáñez Serrador y yo en el restaurante
Casa Cándido de Segovia. Año 2001

Tras los primeros segundos de desconcierto, en mi mente se fueron esclareciendo detalles que desde el principio me habían llamado la atención: su empeño en montar, tras tantos años, la obra que había sido su primer estreno como escritor, seguramente buscando el milagro de retroceder a un tiempo para él mucho más feliz,  su insistencia en decir que aquel sería su regreso y despedida del teatro, sus  a veces tambaleantes pasos en escena, que yo había achacado al reuma o a la artrosis, su deseo de buscar la compañía de gente muy joven y animosa  y los  ratos que pasaba, antes de la función, encerrado en su camerino con Carlos Urrutia y que, ahora veía claro, estaban dedicados a recibir esos maravillosos masajes de los que, durante mi ataque de ciática, yo también había resultado beneficiada. Chicho, temiendo cercana la muerte, tenía la necesidad de rodearse de cosas agradables que distrajeran su mente. Pero a veces la angustia vencía a su entereza haciendo  que su carácter se agriara y provocando esas  oscilaciones que yo había notado en su por lo general amable talante.

Aquella triste tarde de su confesión, la súplica de Ibáñez Serrador  de que no difundiéramos la noticia de su enfermedad e inminente cirugía, debe haber sido  atendida con rigor por todos ya que, ni siquiera en las actuales búsquedas en Google,  se menciona ese angustioso momento de su vida. La cuestión es que el final de Aprobado se pareció mucho más al de una tragedia griega que al de una comedia.

Ante mi completo desconocimiento sobre la afección que le aquejaba, me dediqué en los días siguientes a recopilar datos que ahora os trasmito, por si algunos de vosotros sois tan legos en el tema como yo lo era.

Ibáñez Serrador en la actualidad con las actrices
Maira Gómez Kent y Fedra Lorente.
La hidrocefalia es una acumulación de líquido dentro del cerebro que causa su inflamación y provoca consecuencias tales como discapacidades intelectuales, motrices y neurológicas, llegando a causar algunas veces el fallecimiento del paciente.

El tratamiento habitual es la derivación. Esto consiste en introducir en el cerebro un catéter encargado de conducir el exceso de líquido a través del cuello, el tórax y el abdomen, hasta el peritoneo, donde puede ser absorbido nuevamente por el flujo sanguíneo.

(Este sistema, riesgoso y que, incluso en el mejor de los casos, requiere revisiones de por vida ha salvado a muchos enfermos, por ejemplo a Chicho quien, a pesar de una desgraciada caída sufrida años después y que le tiene amarrado a una silla de ruedas, sigue, en este 2014, vivito y coleando y gozando de unas buenas aptitudes mentales.)

En este capítulo, más que a todas las virtudes intelectuales de ese gran creador, quiero dejar constancia de mi admiración al hombre que, ya avanzada su enfermedad, salía cada día al escenario dándonos lecciones de fortaleza, entusiasmo y amor por la profesión y por la vida.

Jesús y yo

Pero no todo fueron disgustos y problemas durante las representaciones de Aprobado en castidad. El día de mi sesenta y un cumpleaños, 22 de diciembre de aquel 2001, recibí una conmovedora sorpresa.


Con los directores Mara Recatero y Gustavo Pérez Puig
Jesús había organizado una cena en un exclusivo restaurante de Madrid a la que algunos íntimos amigos y todos los miembros de la compañía estaban invitados. Fue un ágape emotivo. La asistencia masiva y el sincero afecto que todos me demostraron tuvieron mi alma al borde de las lágrimas.


 De izquierda a derecha  Sandra Barneda, alguien que no reconozco, yo Carlos Urrutia y Belén, su esposa.

Pero ni imaginar podía que esa era solo la primera parte de mi regalo. Estando todos reunidos alrededor de una larga mesa, la sala se inundó de la perfecta armonía de unas voces  que inmediatamente reconocí. Era el grupo Elé, septeto que, como narro en mis capítulos 112 y 113, mi querida Lucy montara allá en Cuba  y cuyo virtuosismo Jesús y yo habíamos descubierto durante ese primer contrato que el Intercambio Cultural les había conseguido en España el año 1998.


Con mi admirada Susana Canales
Mi primera impresión fue que estaban pasando por megafonía un CD de sus canciones que ellos me habían regalado y el cual en casa se escuchaba con frecuencia, sobre todo cuando asistían a nuestras reuniones personas amantes de la buena música. Pero mi corazón se arrebató  al ver a mis amigos cubanos entrar en carne y hueso al salón, emocionados mientras entonaban mi canción favorita: Alfonsina y el mar. Esa era la gran sorpresa que Jesús me deparaba y, sin duda, el mejor regalo que  podía haberme ofrecido.

El día anterior, mientras yo hacía mi labor cotidiana en el teatro, Lucy había llamado diciendo que estaban en Madrid de nuevo contratados. Entonces urdieron esta trama: Jesús no me diría nada  de su llegada y ellos se presentarían de improviso en el restaurante para darnos un pequeño recital. 


El momento del pequeño recital. De pie yo, Lucy, Tamara, Tatiana y Pedro.

Fue una noche gloriosa.  Una opípara cena seguida por un Manisero y un Siboney ejecutados a capela entusiasmó a mis invitados e hicieron que esas lágrimas de emoción que amenazaban brotar de mis ojos se desbordaran al tiempo que abrazaba a mi querida “niña de chocolate” ante los conmovidos ojos de los presentes.


Rodeados de la compañía y los amigos, el conmovedor abrazo de Lucy y mio

Por desgracia, esta vez la estancia del grupo en España resultó mucho menos grata que la anterior. Aunque contratados por el mismo organismo zaragozano, su gira peninsular resultó desmesuradamente apretada y el trato recibido por la empresa mucho menos complaciente. Los abrumaban de trabajo y cada día descuidaban más las  condiciones de los lugares donde debían actuar. Como auténticos jabatos, aquellos cubanos aguantaban las presiones y sinsabores,  e incluso alguna que otra demora en el cobro de sus salarios, con esa resignación a la que tantos años de tiranía les tenía acostumbrados.  

Y todo desembocó en un terrible, aunque no sorprendente final: al cumplirse el tiempo de su contrato, forzado como estaba su regreso a Cuba en una fecha  fijada por el gobierno castrista, bajo pena de una sanción tan grave que podía llegar hasta el encarcelamiento o la definitiva prohibición de entrada a la isla, se toparon con que sus contratantes españoles afirmaban no poder abonarles sus últimas nóminas. Aducían pérdidas y aseguraban no haber recibido aún de los ayuntamientos el pago por sus actuaciones. Les proponían que abandonaran el país, prometiéndoles que en fecha próxima la cantidad adeudada les sería enviada a Cuba por medio del INIT. (En mi Instantánea 111 hablo conextensión sobre lo que era en Cuba el Instituto Nacional de la Industria  Turística y su absoluto control sobre  los artistas, así como de ese leonino sistema de contratación del mal llamado Intercambio Cultural que por aquellos años el gobierno de Fidel puso de moda.)

Lucy y yo en la Puerta del Sol

Aquello era un verdadero drama para mis amigos. Aun confiando en la buena fe de esa promesa, entre el burocratismo y la corrupción reinante en la isla temían no ver, de aquella postrera  semana de arduo trabajo, ni una sola peseta. (He de recordaros que el sueldo de los artistas que salían por vía del Intercambio era cobrado  en dólares directamente por el INIT, mientras que las "nóminas" que aquí recibían estaban compuestas por el escaso dinero de las dietas y les eran entregadas en nuestra moneda nacional vigente hasta el 2002, es decir, la peseta).

El último día que tenían de plazo para tomar el avión lo pasaron los siete en nuestro chalet de Madrid, destrozados, varios de ellos derrumbados en colchonetas que se les colocaron en el suelo de nuestro sótano. Ningún español puede aquilatar el valor que  algunas pesetas tenían para ese pueblo que vivía en la miseria y que tan solo podía encontrar solución a las graves carencias de la Libreta de Racionamiento en una moneda extranjera que les daba acceso al mercado negro y en él  a muchas de las cosas más elementales. 

Lucy y yo dedicamos  esa jornada a hacer llamadas de presión a los morosos empresarios españoles y a intentar localizar en el consulado cubano alguien que pudiera dar a aquellos muchachos estafados una solución a su problema  o al menos que les facilitaran una prórroga en la fecha de regreso. Pero sin resultado alguno. Era alucinante comprobar la total indiferencia de los funcionarios y el consecuente  desamparo que sufrían los cubanos, aunque, como en el caso del grupo Elé, hubiesen venido legalmente contratados por el INIT. No conseguí que el cónsul se pusiese al teléfono, ni con suplicas ni con la amenaza de hacer llegar a la prensa de este país su actitud, ¡y para qué hablar de la displicencia con que fui tratada por su secretaria!  Así que, puesto que nos fue imposible encontrar solución alguna, al día siguiente Jesús y yo nos encargamos de llevarlos al aeropuerto.


Y hacia la isla volaron, agotados y decepcionados, esos siete excelentes cantantes, Tamara, Tatiana, Lucy, Luis, Franquel, Denis y Pedro,  doloridos sobre todo al comprobar la arbitrariedad de las  leyes cubanas, incluso para con sus propios ciudadanos Comprenderéis que en esta ocasión la despedida con mi Lucy fue aún más dolorosa, avergonzada como estaba por el comportamiento de mis compatriotas, indignada por el desidioso comportamiento del Consulado Cubano y sin saber si alguna vez mi amiga del alma y yo podríamos volver a reunirnos.

(Por cierto que según he sabido con posterioridad el dinero adeudado al grupo  por los contratantes españoles jamás llegó a manos de los interesados).



Próximo capítulo. ¡Dios mío, llegó el euro!

1 comentario:

  1. Siempre solidaria, mi querida Yolanda! Un placer, como siempre, leer tus páginas.

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