Foto Jesús Alcántara |
Sin duda aquella reunión a la que Narciso Ibáñez
Serrador nos convocó, allí en el escenario del teatro Infanta Isabel, resultó
dramática y conmovedora. Todos quedamos anonadados por las palabras que
salieron de la boca de ese personaje famoso por su creatividad y vitalidad:
“Muchachos, me ha sido diagnosticada una hidrocefalia. Y como ya se han intentado conmigo tratamientos menos agresivos sin resultado alguno, los médicos han decidido que
la única solución es una complicada y urgente operación cerebral. Por ello, muy
a mi pesar, las representaciones de Aprobado
en castidad quedarán suspendidas al finalizar este mes de enero.” Podréis
imaginar la impresión que aquello nos causó. Las únicas dos personas de la
compañía que estaban al tanto de su problema,
Susana Canales, Ibáñez Serrador y yo en el restaurante Casa Cándido de Segovia. Año 2001 |
Tras los primeros segundos de desconcierto, en mi mente se fueron
esclareciendo detalles que desde el principio me habían llamado la atención: su
empeño en montar, tras tantos años, la obra que había sido su primer estreno
como escritor, seguramente buscando el milagro de retroceder a un tiempo para
él mucho más feliz, su insistencia en
decir que aquel sería su regreso y despedida del teatro, sus a veces tambaleantes pasos en escena, que yo
había achacado al reuma o a la artrosis, su deseo de buscar la compañía de
gente muy joven y animosa y los ratos que
pasaba, antes de la función, encerrado en su camerino con Carlos Urrutia y que,
ahora veía claro, estaban dedicados a recibir esos maravillosos masajes de los
que, durante mi ataque de ciática, yo también había resultado beneficiada. Chicho, temiendo cercana la muerte, tenía la
necesidad de rodearse de cosas agradables que distrajeran su mente. Pero a veces la angustia vencía a su entereza haciendo que su carácter se agriara y provocando esas oscilaciones que yo había
notado en su por lo general amable talante.
Aquella triste tarde de su confesión, la súplica de
Ibáñez Serrador de que no difundiéramos
la noticia de su enfermedad e inminente cirugía, debe haber sido atendida con rigor por todos ya que, ni siquiera en las actuales búsquedas en
Google, se menciona ese angustioso
momento de su vida. La cuestión es que el final de Aprobado se pareció mucho más al de una tragedia griega que al de
una comedia.
Ante mi completo desconocimiento sobre la afección
que le aquejaba, me dediqué en los días siguientes a recopilar datos que ahora
os trasmito, por si algunos de vosotros sois tan legos en el tema como yo lo
era.
Ibáñez Serrador en la actualidad con las actrices Maira Gómez Kent y Fedra Lorente. |
La hidrocefalia es una acumulación de líquido dentro
del cerebro que causa su inflamación y provoca consecuencias tales como
discapacidades intelectuales, motrices y neurológicas, llegando a causar
algunas veces el fallecimiento del paciente.
El
tratamiento habitual es la derivación. Esto
consiste en introducir en el cerebro un catéter encargado de conducir el exceso
de líquido a través del cuello, el tórax y el abdomen, hasta el peritoneo,
donde puede ser absorbido nuevamente por el flujo sanguíneo.
(Este sistema, riesgoso y que, incluso en el mejor
de los casos, requiere revisiones de por vida ha salvado a muchos enfermos, por
ejemplo a Chicho quien, a pesar de una desgraciada caída sufrida años después y
que le tiene amarrado a una silla de ruedas, sigue, en este 2014, vivito y
coleando y gozando de unas buenas aptitudes mentales.)
En este capítulo, más que a todas las
virtudes intelectuales de ese gran creador, quiero dejar constancia de mi admiración
al hombre que, ya avanzada su enfermedad, salía cada día al escenario dándonos
lecciones de fortaleza, entusiasmo y amor por la profesión y por la vida.
Jesús y yo |
Pero no todo
fueron disgustos y problemas durante las representaciones de Aprobado en castidad. El día de mi sesenta
y un cumpleaños, 22 de diciembre de aquel 2001, recibí una conmovedora
sorpresa.
Con los directores Mara Recatero y Gustavo Pérez Puig |
Jesús había organizado una cena en un exclusivo
restaurante de Madrid a la que algunos íntimos amigos y todos los miembros de
la compañía estaban invitados. Fue un ágape emotivo. La asistencia masiva y el
sincero afecto que todos me demostraron tuvieron mi alma al borde de las
lágrimas.
De izquierda a derecha Sandra Barneda, alguien que no reconozco, yo Carlos Urrutia y Belén, su esposa. |
Pero ni
imaginar podía que esa era solo la primera parte de mi regalo. Estando todos
reunidos alrededor de una larga mesa, la sala se inundó de la perfecta armonía
de unas voces que inmediatamente
reconocí. Era el grupo Elé, septeto que, como narro en mis capítulos 112 y 113,
mi querida Lucy montara allá en Cuba y
cuyo virtuosismo Jesús y yo habíamos descubierto durante ese primer contrato
que el Intercambio Cultural les había conseguido en España el año 1998.
Con mi admirada Susana Canales |
Mi
primera impresión fue que estaban pasando por megafonía un CD de sus canciones
que ellos me habían regalado y el cual en casa se escuchaba con frecuencia,
sobre todo cuando asistían a nuestras reuniones personas amantes de la buena
música. Pero mi corazón se arrebató al ver a mis amigos
cubanos entrar en carne y hueso al salón, emocionados mientras entonaban mi
canción favorita: Alfonsina y el mar.
Esa era la gran sorpresa que Jesús me deparaba y, sin duda, el mejor regalo que podía haberme ofrecido.
El día anterior, mientras yo hacía mi
labor cotidiana en el teatro, Lucy había llamado diciendo que estaban en Madrid de nuevo contratados. Entonces urdieron esta trama: Jesús no me
diría nada de su llegada y ellos se
presentarían de improviso en el restaurante para darnos un pequeño recital.
El momento del pequeño recital. De pie yo, Lucy, Tamara, Tatiana y Pedro. |
Fue
una noche gloriosa. Una opípara cena seguida por un Manisero y un Siboney ejecutados a capela entusiasmó a mis invitados e hicieron que esas lágrimas de
emoción que amenazaban brotar de mis ojos se desbordaran al tiempo que abrazaba
a mi querida “niña de chocolate” ante los conmovidos ojos de los
presentes.
Rodeados de la compañía y los amigos, el conmovedor abrazo de Lucy y mio |
Por desgracia, esta vez la estancia del grupo en
España resultó mucho menos grata que la anterior. Aunque contratados por el
mismo organismo zaragozano, su gira peninsular resultó desmesuradamente apretada
y el trato recibido por la empresa mucho menos complaciente. Los abrumaban de
trabajo y cada día descuidaban más las condiciones de los lugares
donde debían actuar. Como auténticos jabatos, aquellos cubanos aguantaban las
presiones y sinsabores, e incluso alguna
que otra demora en el cobro de sus salarios, con esa resignación a la que
tantos años de tiranía les tenía acostumbrados.
Y todo desembocó en un terrible, aunque no
sorprendente final: al cumplirse el tiempo de su contrato, forzado como estaba su regreso a Cuba en una fecha fijada por el gobierno
castrista, bajo pena de una sanción tan grave que podía llegar hasta el
encarcelamiento o la definitiva prohibición de entrada a la isla, se toparon
con que sus contratantes españoles afirmaban no poder abonarles sus últimas
nóminas. Aducían pérdidas y aseguraban no haber recibido aún de los
ayuntamientos el pago por sus actuaciones. Les proponían que
abandonaran el país, prometiéndoles que en fecha próxima la cantidad adeudada les
sería enviada a Cuba por medio del INIT. (En mi Instantánea 111 hablo
conextensión sobre lo que era en Cuba el Instituto Nacional de la Industria Turística y su absoluto control sobre los artistas, así como
de ese leonino sistema de contratación del mal llamado Intercambio Cultural que
por aquellos años el gobierno de Fidel puso de moda.)
Lucy y yo en la Puerta del Sol |
Aquello era un verdadero drama para mis amigos. Aun
confiando en la buena fe de esa promesa, entre el burocratismo y la corrupción
reinante en la isla temían no ver, de aquella postrera semana de arduo trabajo, ni una sola peseta. (He
de recordaros que el sueldo de los artistas que salían por vía del Intercambio era
cobrado en dólares directamente por el
INIT, mientras que las "nóminas" que aquí recibían estaban compuestas por el escaso dinero de las dietas y les eran entregadas en nuestra
moneda nacional vigente hasta el 2002, es decir, la peseta).
El último día que tenían de plazo para tomar el
avión lo pasaron los siete en nuestro chalet de Madrid, destrozados, varios de ellos derrumbados en colchonetas que se les colocaron en el suelo de nuestro sótano.
Ningún español puede aquilatar el valor que algunas pesetas tenían para ese pueblo que
vivía en la miseria y que tan solo podía encontrar solución a las graves
carencias de la Libreta de Racionamiento en una moneda extranjera que les daba
acceso al mercado negro y en él a muchas de las cosas más elementales.
Lucy y yo dedicamos esa jornada a hacer
llamadas de presión a los morosos empresarios españoles y a intentar localizar
en el consulado cubano alguien que pudiera dar a aquellos muchachos estafados
una solución a su problema o al
menos que les facilitaran una prórroga en la fecha de
regreso. Pero sin resultado alguno. Era alucinante comprobar la total
indiferencia de los funcionarios y el consecuente desamparo que sufrían los cubanos, aunque,
como en el caso del grupo Elé, hubiesen venido legalmente contratados por el INIT. No
conseguí que el cónsul se pusiese al teléfono, ni con suplicas ni con la
amenaza de hacer llegar a la prensa de este país su actitud, ¡y para qué hablar de
la displicencia con que fui tratada por su secretaria! Así que, puesto que nos fue imposible
encontrar solución alguna, al día siguiente Jesús y yo nos encargamos de
llevarlos al aeropuerto.
Y hacia la isla volaron, agotados y decepcionados, esos siete excelentes cantantes, Tamara, Tatiana, Lucy, Luis, Franquel, Denis y Pedro, doloridos sobre todo al comprobar la arbitrariedad de las leyes cubanas, incluso para con sus propios ciudadanos Comprenderéis que en esta ocasión la despedida con mi Lucy fue aún más dolorosa, avergonzada como estaba por el comportamiento de mis compatriotas, indignada por el desidioso comportamiento del Consulado Cubano y sin saber si alguna vez mi amiga del alma y yo podríamos volver a reunirnos.
(Por cierto que según he sabido con posterioridad el
dinero adeudado al grupo por los
contratantes españoles jamás llegó a manos de los interesados).
Próximo capítulo. ¡Dios mío, llegó el
euro!
Siempre solidaria, mi querida Yolanda! Un placer, como siempre, leer tus páginas.
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