sábado, 10 de mayo de 2014

Instantánea 117 - “Sorpresas nos da la vida…” (1ª parte)


Foto Jesús Alcántara

A principios de septiembre del 2001 ya estábamos  ensayando Aprobado en castidad, esa obra de Narciso Ibáñez Serrador escrita hacía muchos años en Argentina y que la censura había maltratado en su estreno madrileño durante la época del franquismo, como narro en mi capítulo anterior. El autor, director y actor estaba eufórico y encantado con el reparto escogido minuciosamente por él. Haber convencido a Susana Canales, su amiga desde tiempos pretéritos, para que volviera a las tablas lo llenaba de ilusión. Por cierto que aquella mujer, retirada desde hacía años, no solo resultó una formidable actriz sino que como persona y como compañera era incluso  mejor. 


Con Susana Canales en Aprobado en castidad

Antes de comenzar la obra, con el telón aún cerrado pero ya ocupando nuestros puestos en el escenario,  yo me dedicaba a relajarla con amenas charlas y algún que otro chiste, intentando reafirmar su seguridad perdida durante tantos años de ausencia teatral. Esos momentos, que siempre suelen ser tensos, eran angustiosos para ella. Si no pertenecéis a la profesión seguramente ignoráis lo que significa ser los protagonistas de la primera escena de una obra. Ver alzarse o abrirse la cortina  y tener que comenzar la representación a tono brillante y plenamente dentro del personaje es una de las cosas más difíciles para un actor. 

Transcurrido un corto lapsus se va cogiendo el ritmo y ya todo suele ir sobre ruedas. Naturalmente así pasaba con la gran Susana. Desde el primer día, después de esos primeros minutos desconcertantes, su actuación era impecable.  Pero la humildad con que pedía mi apoyo antes de comenzar resultaba algo tan conmovedor en quien había sido una estrella  que me hizo cogerle un gran cariño.


Andrés Resino y Susana Canales

Contar con Andrés Resino, con el que durante trabajos anteriores ya había mantenido una excelente relación, era una gozada, pues su especial sentido del humor y su buen hacer me encantaban.

Sandra Barneda, en su primer y último trabajo teatral, resultaba un ser tierno y ansioso por aprender con el cual era fácil y agradable trabajar y Nieves Aparicio, también debutante, encajaba   a la perfección en el papel de pizpireta doncella. Es conocido que a Chico le gustaba dar “primeras oportunidades” a gente joven.

Yo con Sandra Barneda
Hasta Mari Begoña, que comenzó su carrera como vedette en los años 50, convirtiéndose posteriormente en una eficaz actriz, sobre todo en la línea de la comicidad, esa mujer que tenía fama de resabiada, resultó una buena compañera. En realidad Chico poseía la capacidad de domesticar hasta a las fieras.

Pero mi gran descubrimiento fue un joven galán de nombre Carlos Urrutia, una de las personas más amables que he conocido. Y puedo certificarlo por propia experiencia. Un par de meses después del estreno, sufrí un agudo ataque de ciática que prácticamente me impedía caminar. Pues bien, ese muchacho, teniendo estudios de medicina rehabilitadora, se ofreció a venir a mi camerino antes de cada función y darme exhaustivos masajes. Os aseguro que gracias a él pude continuar con mi trabajo, dolorida pero en pie, durante el tiempo que me duró el ataque. Como comprenderéis el agradecimiento y la amistad que le profeso  serán eternas.


Nieves Aparicio, Carlos Urrutia y Susana Canales
En cuanto a Ibáñez Serrador es tanto lo que se podría escribir sobre él que prefiero ir dosificándolo de acuerdo con los acontecimientos.

Así que daré un salto atrás hacia esos primeros días de nuestros ensayos y al terrible hecho del que el mundo entero fue testigo y que estuvo a punto de suspender nuestro estreno.

Foto del segundo avión a punto de estrellarse
contra las Torres Genelas

El día 11 de septiembre del 2001 la humanidad se conmocionó con la noticia del más cruento atentado de la historia. Prácticamente en directo, milagros de la tecnología, a lo largo y ancho del planeta los televidentes pudimos observar como dos aviones chocaban contra esas Torres Gemelas de Nueva York que eran una característica fundamental en la fisonomía de Manhattan. El primero impactaba en la torre norte a las 8.46 de la mañana (2.46, hora española), momento en que la inmensa mayoría de los españoles estábamos comiendo  en nuestras casas frente al televisor. La impresión inicial fue que aquello había sido un espantoso accidente. Pero mientras el anonadamiento y el dolor nos sacudían, en medio de una absoluta conmoción veíamos, a las 9 A.M., tan solo unos minutos más tarde, un segundo avión estrellándose esta vez contra la torre sur. Aquella imagen dantesca, que tan solo sería superada por la visión posterior del derrumbamiento de esos dos colosos, está sin duda clavada a fuego en la mente de millones de personas que, en medio del caos informativo de los primeros momentos, se estrujaban el cerebro y el corazón intentando aceptar tanta tragedia. No faltaron personas que llegaron a creer que se trataba de un desafortunado montaje semejante al que Orson Welles había organizado con su emisión radiofónica de La guerra de los mundos, tantos años atrás.

Alicia Esteve
(Alias Tania Hea
Como detalle escabroso y, en mi opinión, no lo suficientemente difundido, os contaré la historia de Tania Head.  Durante 6 años esta retorcida mujer vivió en EE.UU. haciéndose pasar por una superviviente. Hasta tal punto fue elaborada con minuciosidad la supuesta historia de su odisea que llegó a  ser nombrada presidenta de la Red de Supervivientes del World Trade Center. Años después, gracias a las arduas pesquisas del diario The New York Times, se descubrió su fraude y  el periódico español La Vanguardía investigó y desveló su verdadera identidad: era una barcelonesa llamada Alicia Esteve que ni remotamente había estado dentro de las Torres en el momento de los atentados.

Pero como en mi Instantánea 90 ya hablo con extensión sobre esta barbarie, incluidos el posterior atentado contra el pentágono y el sublime acto de heroísmo realizado por los viajeros del vuelo 93 de United Airlines, me limitaré a narrar lo que eso significó para nosotros, los ocho actores que en ese momento ensayábamos Aprobado en Castidad.

Por supuesto durante un par de días los ensayos se suspendieron. No creo que nadie estuviese en condiciones de reiniciar una vida normal. Aparte del lado inhumano de los hechos, todos temíamos que la subsiguiente crisis económica de ese gran país que es Norteamérica paralizase la economía mundial.

Pero para nuestra sorpresa la vida, aunque a trancas y barrancas, continuó.


Yo, Susana e Ibáñez Serrador

Así que el 4 de octubre, en medio de una España aún conmocionada y temerosa ante las posibles consecuencias políticas de la masacre del 11 de septiembre,  se estrenaba,  sobre el escenario del Teatro Infanta Isabel, la nueva versión de Aprobado en castidad. Los medios se volcaron ante la reaparición como actor de Ibáñez Serrador. Los invitados, al final de la representación, abarrotaron los pasillos y camerinos durante más de una hora. He de confesaros que hace ya tiempo no me fío en absoluto de los comentarios y felicitaciones de ese público “estrenista”. A consecuencia de haber estado tanto en el patio de butacas como en los camerinos durante muchas de esas primeras representaciones, demasiadas veces he sido asombrado testigo de cómo, por las mismas bocas que minutos antes manaban despreciativos y hasta injuriosos comentarios, una vez en presencia de los interesados salían los más grandilocuentes halagos. Me temo que la hipocresía es algo consustancial con gran parte de nuestra profesión. En fin que,  como es costumbre tras un estreno, aquella madrugada hubo un pequeño ágape con los ¿amigos?

Yo con amigos de los buenos; Pepe Rubio y Paco Marsó

Con Marga Herrera y Juanito Navarro
Sin duda, y como siempre, habría que esperar  la opinión de los críticos y  la futura asistencia del público para aquilatar nuestro posible éxito.

A medida que avanzaban las representaciones me fui enterando de cosas, algunas muy importantes, sobre Chicho, aquel  personaje tan admirado.

Por ejemplo, le encantaba estar rodeado de gente joven que  le mimase y su camerino estaba en general lleno de nuestros jóvenes compañeros y de alguna admiradora  que reuniera esas mismas condiciones. A pesar de no pertenecer yo a ese grupo he de admitir que siempre trató con respeto mi trabajo y que en muchas ocasiones le lanzó piropos a mi profesionalidad y hasta a mi persona.

Pero aquella puesta parecía haber nacido bajo una mala estrella. Fueron varios los problemas e incidentes de los que fuimos víctimas durante su estancia en cartel.  


Foto de los saludos. De izquierda a derecha Nieves Aparicio, Sandra Barneda, Andrés Resino,
Narciso Ibáñez Serrador, Susana Canales, Yolanda Farr, Carlos Urrutia y Mary Begoña

Nuestra primera sorpresa fue que aquel teatro Infanta Isabel no se viniera abajo ante la reaparición y anunciada despedida teatral de un personaje como Narciso Ibáñez Serrador. Tras los primeros días de natural euforia el aforo del local tan solo se cubría discretamente. Los actores nos preguntábamos cómo era posible que alguien de su prestigio pasara tan casi desapercibido para el público y la prensa.

En cuanto a los accidentes e incidentes que saturaron esa obra estos son los más notables: un corto circuito provocó un pequeño pero peligroso incendio en el foro, tras el decorado, durante una representación, llenando de humo sobre todo la zona de los camerinos lo cual nos obligó a suspender la función mientras los actores y el público salíamos huyendo. Por cierto que la tragedia no fue devastadora gracias a Carlos Urrutia y a Daniel, ayudante de Chico quienes, extintores en mano, lograron contener el fuego antes de que llegaran los bomberos. Por fortuna el decorado no resultó dañado y pudimos realizar la función de la noche.

En otra ocasión el espectáculo fue  interrumpido a causa de una algarabía que subía desde el patio de butacas. Un espectador estaba sufriendo un ataque y su esposa pedía ayuda a gritos. Y otra vez fue Urrutia quien, gracias a sus conocimientos médicos, lanzándose ni corto ni perezoso desde el escenario, controló la situación hasta que llegó la ambulancia.  Entonces supimos que el hombre sufría tan solo un ataque de ansiedad pero el daño para la representación ya estaba hecho.

Y en medio de todos esos percances, estuvo el dolorosísimo ataque de ciática por el cual casi hube de ser sustituida o sacada a escena en silla de ruedas. Lo que resultaba increíble era como, tras necesitar incluso ayuda para bajar a “la pata coja” las escaleras desde mi camerino, al pisar las tablas lograba moverme con un casi imperceptible renqueo. Ay, esos extraordinarios milagros de curación tan frecuentes en los artistas al momento de enfrentarnos con el público.

Y para colmo, la taquilla del teatro fue atracada una noche, llevándose los ladrones los ingresos de un fin de semana.

Pero cuando, en el mes de enero, Chicho reunió a la compañía en el escenario para darnos una “mala noticia”, aquello que algunos tomamos como el aviso de rescisión del contrato, resultó algo mucho más terrible. Algo realmente dramático.


Fotos de la función, Jesús Alcántara.

Necrológica.

Gabriel García Márquez

La semana pasada se me pasó incomprensiblemente por alto mencionar la muerte de Gabriel García Márquez. Es mucha la información que en estos días me ha llegado sobre su persona. Cosas chocantes, actitudes viles increíbles de congeniar con el brillante, humano y poético mundo del escritor. Así que, con vuestro permiso me limitaré a dedicar este adiós al genial autor de, entre tantas obras geniales, Cien años de soledad. Enterrémosle en Macondo, entre sus hermosos personajes y obviemos al ser humano cuyas actitudes tanto nos han herido a veces.


Impactante foto del  avión terrorista
a punto de estrellarse contra la segunda torre

Hoy, 11 de septiembre, es el aniversario del más terrible acto de terrorismo cometido por Al-Qaeda. Aunque la cifra de fallecidos se estima en 3.700 el pueblo entero de Norteamérica sintió que ese día algo moría en su interior y el resto  del mundo civilizado se estremeció ante tamaño horror. El ataque suicida contra el corazón de Manhattan, las hermosas Torres Gemelas, la mortal agresión al Pentágono, en el estado de Virginia y el heroico sacrificio de la totalidad de los pasajeros del vuelo 93 de United Airlines que se enfrentaron a los secuestradores, haciendo que el avión se estrellara en Pensilvania sin que llegara a alcanzar ningún objetivo estratégico, han dejado una huella indeleble en la historia. A todas estas víctimas va dedicada mi necrológica de hoy y una oración en la que, sin duda, participan todas las personas sensibles de este vapuleado mundo.

Julia Trujillo
Julia Trujillo

El 8 de agosto moría, en Madrid, una gran compañera y actriz: Julia Trujillo. Persona positiva y vital, donde las haya, llevaba sus 81 años con la alegría de una jovencita. Su curriculum abarcaba todos los géneros pero su gran amor era el teatro, al que literalmente dedicó su vida. Poseedora de varios galardones, entre ellos el de Mejor Actriz de Habla Hispana que se entrega en  los EE.UU, la sencillez fue la mayor característica de esta “actriz camaleónica”. Su muerte deja un nuevo hueco irrellenable en el ámbito del teatro español.



Próximo capítulo. “Sorpresas nos da la vida”. (Segunda parte).

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