sábado, 28 de abril de 2012

Instantánea 26 - Cuba 1959. El amor, la revolución y el desencanto. (Segunda parte)


La isla, que el 31 de diciembre de 1958 se había dormido bajo el gobierno de Batista, despertó a la mañana siguiente sin gobierno. El sátrapa y 40 de sus más cercanos sicarios tomaron con sigilo un avión hacia Ciudad Trujillo, Rep. Dominicana, dejando a Cuba, en una rendición absoluta, durante días sin control  gubernamental alguno, .
Los rebeldes entrando  en La Habana
Nos llegaban a La Habana noticias de miles de eufóricos milicianos bajando de Sierra Maestra y del Escambray, siguiendo la ruta de la carretera central que atraviesa la isla en toda su longitud y  recogiendo por el camino a otros tantos miles de seguidores. Algunos estaban cautivados por las promesas de honestidad y nacionalismo de los revolucionarios, otros  por la hermosa parafernalia de aquellos barbudos con el rifle al hombro, largos cabellos (en más de un caso adornados de flores), enormes sonrisas, crucifijos y rosarios que, al colgar de sus cuellos acababan reposando con sensualidad sobre los velludos torsos… Los vítores y aclamaciones les siguieron durante los 970 kilómetros y  8 días que tardaron en llegar a la capital.

La llegada de Fidel.

Vinieron en carros de combate, en camiones o a pie pero todos nos traían ofertas de libertad y justicia. Y Cuba, que como casi toda Iberoamérica no había tenido demasiada suerte con sus gobernantes, recibió el cambio, y sobre todo la labia de Fidel, con el corazón abierto de par en par. Creo que es difícil encontrar a lo largo de la historia una toma más fácil de poder y un acogimiento más pletórico que el que los rebeldes recibieron. De hecho, muy pocos cubanos abandonaron la isla en los comienzos del triunfo de la revolución. Tan solo  los grandes terratenientes, las grandes fortunas, más previsoras o mejor informadas, prefirieron alejarse y “ver la corrida desde las gradas”, pero eso sí, siempre pensando que el fracaso de la revolución, y por ende el regreso, era cosa de poco tiempo.

Fidel y Camilo Cienfuegos.

Los discursos de Castro, interminables hasta lo inimaginable, eran seguidos por el pueblo como si fuesen ritos eclesiásticos. Aquella primera alocución televisada con Fidel bendecido por tres palomas blancas que ¿espontáneamente? se posaron en sus hombros,* con el hermoso rostro del comandante Camilo Cienfuegos a su lado, apoyando al líder en esas palabras tan humildes que repitió varias veces, “¿voy bien Camilo?” y que aún hoy son una muletilla en Cuba, acabaron de conquistar los corazones. “¿Voy bien, Camilo?”, “Vas bien Fidel”.


¿Vas bien Fidel? En realidad, ¿alguna vez pensaste que ibas bien? ¿No para ti y tus intereses si no para los de Cuba? Cuando en vivo y en directo nos afirmabas “el pueblo sabe que esto no es ni será nunca comunismo”  o “nuestra revolución no es roja, si no verde como nuestras palmeras”, ¿creías en tus palabras?

El "Che" Guevara.

En los momentos en que, bajo la jefatura del "Che" Guevara, en la Cabaña se emitían por televisión los fusilamientos de cientos de batistianos, más o menos involucrados en la tiranía, ¿pensabas que ibas bien, que esa revolución que nos vendiste como llena de amor tenía derecho a matar con la misma alevosía que  criticabais de vuestros adversarios? Cuando tu mano derecha, el "Che", ante críticas nacionales e internacionales, declaró, “sí, hemos fusilado, fusilamos y fusilaremos mientras sea necesario”, ¿en verdad creías que ibais bien? Teniendo prácticamente a TODO el pueblo comiendo de tus manos, ¿pensabas que  esa sangrienta demostración de fuerza y de odio era NECESARIA?

Pero en los primeros momentos y en casa de la familia Mariño-Pfarr, como en tantas otras, el triunfo de la revolución se había recibido con euforia. Con palmas y gozos, ¡faltaría más! ¿Cómo no íbamos a festejar la desaparición de un dictador, cuando, huyendo de otro, habíamos iniciado aquel viaje en busca de Shangri-la, de una tierra donde los pensamientos fueran libres y las personas, a su vez, libres de expresarlos? Durante un tiempo, con autoinfligida ceguera, mi padre intentó justificar esos primeros desafueros con los que el régimen comenzaba a mostrar sus intenciones.

Al poco tiempo por las calles de La Habana ya se podían observar actos de transformismo. Por ejemplo, como por arte de magia desaparecieron los crucifijos y los rosarios, así como las flores y las palomas que  adornaban a aquellos primeros rebeldes, quedando su imagen transformada en la de simples y temibles militares. Lo que no desaparecía, pese a las palabras del comandante Fidel en su primer discurso “¿armas para qué?" eran las pistolas y las metralletas. Cientos de milicianos pululaban por las calles de la Habana con sus armas a cuestas, como si fuesen meros adornos o símbolos imprescindibles de su condición de revolucionarios. Más de una vez yo había viajado, en alguna guagua abarrotada, con  el cañón de un  subfusil incrustado en los riñones. ¡Con el peligro que eso implicaba!   Peor resultaba si estabas sentada y te tocaba, de pie y a tu lado, alguno de esos guajiritos balanceando, al compás del incesante traqueteo del bus, una metralleta que apuntaba con descuido a tu cabeza. Auténtico espanto experimentabas entonces, temiendo que algún brusco frenazo provocara la contracción de ese dedo que llevaban en el gatillo. Cosas muy inquietantes empezaban a pasar, sin duda.
Con Augusto Borges en:
"Historias Sherwin Williams"

Yo, por mi parte, seguía ajena al mundo,  ardiendo de pasión por Homero. Gracias a su apadrinamiento había comenzado a trabajar como actriz en TV, Historias Sherwin Williams, Casos y Cosas de Casa, Pedro el polaco, pequeños papeles en un principio pero que llegaron a proporcionarme un personaje fijo, Teté, en la novela Mamá, dirigida por Marcos Behemaras y de la que, por cierto, tengo una curiosa anécdota. Esa jovencita que interpretaba, bastante casquivana, pretendía en la trama quitarle el marido a una de las hijas de Mamá. Pues bien, un día una señora mayor me detuvo por la calle y, con dolorido semblante,  me espetó estas palabras; “pero hija, con lo joven y bonita que eres como puedes ser tan mala. Quiero que sepas que ruego a Dios por la salvación de tu alma.”

De mi primera intervención en el programa "Sherwin Williams", también tengo una historia, en esta ocasión, conmovedora. Al llegar a casa con el libreto y decirle a mi familia que iba a hacer de hija de Ana Lasalle hubo un estallido de entusiasmo.

Ensayo de TV con
Ana Lasalle ( primera por la izquierda)

Mis padres me contaron que Ana era española y que la conocían desde los años 30, aquellos tiempos de gloria para las Pfarry Sisters en España. Y me relataron la dramática historia de cómo, siendo ella una joven vedette, había tenido que abandonar la revista para siempre. Repetiré la narración de ese suceso. Estando un día en escena vestida con un largo miriñaque, en un descuido Ana se acercó demasiado al proscenio, y, al rozar los hierros de sus enaguas con las bombillas  de las candilejas se provocó un cortocircuito que incendió  rápidamente la  tela de su falda, abrasando de paso sus piernas. Ese fue el final de su carrera como vedette. (Ver Instantánea 11.) Tras la derrota de la república, Ana Lasalle había abandonado España y nunca más supo mi familia de ella, así que para los tres fue una gran alegría reencontrarla en Cuba y triunfando como actriz. Eso hizo que se reanudara una amistad por largo tiempo suspendida y convirtió a Ana en mi profesora de dicción. ¡Toda ayuda era poca !

Y finalmente, tras reanudar los ensayos y el diario contacto, cosas  que fueron para mí una bendición, en el mes de Agosto de 1959, estrenamos en la sala Arlequín Una choza para tres. Estar en brazos de Homero, tocarle y ser por él tocada, aunque fuese en esa falsa-verdad que es el teatro, fue superior a lo imaginado. Creo que mi pasión se convirtió en algo tan virulento que logró volverse contagiosa. Poco a poco se fue creando una necesidad mutua tan poderosa que no concebíamos estar lejos el uno del otro.

Como el teatro era nuestra justificación para estar juntos, Homero decidió montar una compañía, Amanecer. Los integrantes fijos éramos Ofelita Núñez, Guillermo de Cun, Manolín Álvarez, Octavio Álvarez, Esperanza Vázquez, él y yo.  Con ellos hicimos Amigos íntimos, en Arlequín, Usted no es peligrosa, en la sala Talía, Gane un millón, en la sala Idal,  esta última con un reparto tan amplio que incluía a figuras como Idalberto Delgado, Normita Suarez, Jesús Alvariño, Teté Blanco, Amelita Pita, Ángel Espasande,  Hector Salazar...




Mi amado y yo estábamos juntos la mayor parte del tiempo, ensayando,  trabajando, amándonos y jamás un comentario de política surgió entre nosotros. A mí me importaba un bledo todo lo que no fuese él y él, sin duda, se guardaba sus opiniones sobre lo que estaba pasando en la isla para personas más perceptivas.


“Y vivieron felices y comieron perdices”. Así debería haber terminado esta hermosa historia de amor. Pero no fue así, no señor. Rotundamente no.


.* Años más tarde, estando en el montaje de El diluvio que viene, aquí en Madrid, comprendí en qué consistía el truco de las famosas palomas de Fidel. Una aclaración de mi querido amigo Juan Cueto-Roig me lo ha traído a la memoria y creo que es interesante desvelaros el secreto del "milagro". Las aves suelen estar encerradas en jaulas en un sitio oscuro y al soltarlas acuden al punto más luminoso que ven. A causa de la emisión televisiva,  en esos momentos Fidel estaba iluminado por potentes focos siendo él y el podium donde se encontraba el punto más brillante.
En El diluvio...se colocaba una silla vacía, iluminada por varios cenitales,  en el centro del escenario a oscuras, se soltaban las palomas y nunca falló el truco, para general entusiasmo. Es decir, que aquella eufórica noche cubana no hubo milagro alguno.
 La odisea.

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