No es que en esos
momentos yo fuese proclive a creer en las dádivas divinas, pero ¿de qué otra
manera se puede calificar el hecho de estar allí sentada, en la banqueta de la
cafetería de CMQ, con mis planes
irrevocables de suicidio, y notar una cálida mano apoyándose sobre mi hombro mientras mis
entrañas se estremecían bajo el influjo de una hermosa voz masculina que decía?; “Yolanda, estoy buscando una chica para montar
Gigí. Tiene que ser alguien muy joven, como tú. .
La obra está basada en la novela homónima de Collete. He oído que ya no puedes bailar,
¿has considerado la posibilidad de ser actriz? Yo puedo ayudarte a trabajar el
libreto, ¿te interesa la proposición?”
Por Dios Santo, ¿quién me había
enviado aquel ser en el momento exacto de mi mayor desesperación? ¿Quién había
regalado a su voz tanta armonía celestial? Y a la suave presión de su mano
sobre mi hombro, ¿quién la había dotado de una calidez que penetraba mi piel
llegándome al alma y comenzando de inmediato a suturar sus heridas, como si
de un poderoso láser se tratara? Al darme la vuelta para enfrentarme a mi
interlocutor, durante una fracción del segundo más hermoso, solo vi una luz
deslumbrante nimbando la figura de un ángel.
Homero Gutiérrez |
Era Homero Gutiérrez,
uno de los protagonistas de la telenovela Las campanas de Santa Isabela, con la cual yo había
hecho mi última aparición en pantalla antes de mi accidente. Tan solo corteses saludos protocolarios
había cruzado con él en esos tiempos, pero, durante las largas esperas en el plató,
aguardando el corte publicitario para hacer mi anuncio de “Regalías el Cuño,” muchas
veces me encontré admirando su gallardía y buen hacer. Yo apreciaba
infinitamente la labor de los actores que, con tal aparente facilidad, decían
cada día diálogos siempre distintos y en aterrador directo. ¡Y ahora resultaba
que aquel galán de telenovelas era el ángel de la guarda del cual tanto había
renegado tras mi accidente, y que, el muy bendito, me estaba abriendo la puerta a un futuro
muy apetecible! Yo misma me sorprendí al sentir desvanecerse como por ensalmo mi propósito de morir. Por supuesto, acepté.
En los días siguientes, cercana
ya la navidad del año 1958, cumpliendo su oferta, Homero venía a casa, libreto
en mano, y con infinita paciencia me montaba, uno a uno, los “bocadillos” de
un texto que no era el de Gigí, pues el proyecto se vino abajo, pero sí el de “Una
Choza para Tres” de A. Roussin.
El año anterior, es decir, en el 57, Mark
Robson había adaptado esta obra para el cine con el título de The Little
Hut, llevando como protagonistas nada
menos que a Ava Gardner, Stewart Granger
y a David Niven. ¡Vaya reto y qué inconsciencia por mi parte! Yo haría,
en mi primer papel teatral, el rol de Ava, Homero el de Granger, que por cierto
le iba como hecho a medida, y Pedro Pablo Prieto el de Niven. El plan era debutar
en la sala Arlequín, de Rubén Vigón, a mediados de febrero del 59. Los muchos
días dedicados a la ingente tarea de
corregir mis ceceos y aprender a vocalizar con corrección, siempre bajo su
gentil batuta, la ternura que de él emanaba, en contraste con su
marcada masculinidad, iban acrecentando mi admiración y acabaron haciendo que me enamorase de Homero como lo que yo era,
una muchachita hambrienta y apasionada. Los sueños de barras y tutús se fueron
alejando, llevándose con ellos frustraciones y hasta dolores físicos.
Sentía que era “suya
por amor, sin condición ni tiempo,” como reza el bolero. No importaban sus 38 años frente a mis 18. No importaba su condición
de hombre casado, aunque alguien se escandalice por esta afirmación. No
importaban sus ideas políticas, tan opuestas a las de mi padre,
claramente socialistas, ideas que se fueron desvelando en las controversias
y charlas que aquellos dos hombres
inteligentes sostenían con frecuencia en casa. Eso sí, siempre con un admirable respeto
mutuo.
Yo tan solo esperaba,
con un ansia desmedida, la llegada de aquel febrero en el que, aunque
fuese sobre el escenario de la sala Arlequín, sus brazos me ceñirían y sus
labios rozarían los míos en esos falsos besos a los que obligaban, en aquellos años, el "respeto a la actriz y al
público. Aquella perspectiva de amagos era más que suficiente para mi total virginidad.
Señor, con qué intensidad le amaba…Pero el añorado momento, por los motivos que veréis a continuación, se retrasó varios meses.
Como los días se me hacían interminables, decidí reiniciarme
en el mundo de la publicidad, trabajo frío
y distante que detestaba, pero que me aportaba una actividad y un dinerito que
siempre venía bien. Llegaron a compararme con Norma Martínez, la que sería en
un futuro esposa del actor Sergio Corrieri, y con Norka, esposa y musa en
aquellos momentos del famoso fotógrafo Alberto Korda, dos estupendas modelos y
bellísimas mujeres de las cuales yo me sabía a años luz, pues la objetividad y
la autocrítica son cruces con las que he cargado toda mi vida. Pero mi
estatura, delgadez y extrema juventud
parecían ocultar, a los ojos de la gente, mi falta de experiencia y mi poco
entusiasmo por el modelaje.
Cuando llegó el 31 de diciembre La Habana estaba, como
cada fin de año, atestada de turistas y nacionales. Las familias menos pudientes celebraban las fiestas en sus hogares, con turrones españoles y sidra el Gaitero.
Los varios casinos de juego de la ciudad bullían de actividad y entusiasmo. Las
celebraciones en lugares como el Centro Gallego, el
Asturiano, el Casino Deportivo, el Yatch Club vertían a las calles riadas de
risas y serpentinas y el concierto de pitos y matracas ensordecía hasta a las estatuas. Tan solo los más noctámbulos o madrugadores notaron que una extraña
tensión flotaba en el aire, que algo inquietante subyacía tras la aparente normalidad
nocturna. En fin, que algo tremendo y trascendental estaba sucediendo en Cuba
esa madrugada del 1 de Enero de 1959.
La Habana de noche.1959 |
. El amor, la revolución y el desencanto. (Segunda parte).
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