sábado, 2 de noviembre de 2013

Instantánea 97 - De estreno en estreno.



Desde octubre del 1982 hasta 1993 España estuvo gobernada por el PSOE, (Partido Socialista y Obrero Español) y nuestro presidente, su máximo líder, era un hombre joven de tal carisma que barrió en los sufragios del 82, obteniendo la mayoría absoluta entre un pueblo que estaba harto  de la ineficacia de sus anteriores gobernantes de derechas.
Felipe González

Aunque habíamos conseguido una transición sin violencia, gracias a esa rápida secuencia de gobiernos moderadamente continuistas, los españoles, que comenzaban a sentirse a sus anchas dentro de la democracia, decidieron experimentar con otras opciones, y como es lógico y humano, se lanzaron de cabeza a explorar los caminos que durante tantos años les habían sido vetados: los del socialismo. Sin duda el encanto andaluz y juvenil de Felipe González fue una baza  a su favor, pues es de sobra conocido lo importante que resulta para un líder poseer ese carisma que le he atribuido con justicia al comienzo de este capítulo. 
González y Guerra desde el balcón de
la sede del PSOE el día del triunfo



El tándem Felipe-Guerra resultaba muy efectivo de cara al pueblo. Alfonso Guerra, vicepresidente, hombre, en contraste con González, nada agraciado se caracterizaba por el sarcasmo e ironía que empleaba en sus discursos, convirtiéndole estas características en el ingenioso y divertido pícaro de esa literatura  caballeresca tan nuestra . Es decir que resultaban la pareja ideal.

Pero no pretendo detallar en este capítulo lo que fueron para España los años de socialismo. El único propósito del pequeño prólogo anterior es ubicaros en el momento y las circunstancias que rodearon los hechos de mi vida que paso a narraros .

Entre los años 80 y 84 la vida me hizo una serie de obsequios maravillosos; trabajo interesante y reencuentros con entrañables amigos cubanos que me llenaron de felicidad y, como era inevitable, de nostalgias de Cuba y de mi juventud.


Miriam Barredo y yo
Mi “hermana de sangre” desde la infancia, Miriam Barredo, aquella adolescente que partió de Cuba,  obligada por la dramática situación en la que Castro había sumido a la isla, (ver Instantánea 29), regresó a mi vida de la forma más fortuita y para nunca marcharse. Resultó que, viviendo ella en New York, teníamos sin saberlo un conocido en común, Javier Amaitriain, el cual visitaba su casa en los frecuentes viajes que hacía a la Gran Manzana. Pues bien, un día el hombre le mencionó tener en Madrid trato frecuente con una simpática artista“cubanita” (así me consideraron durante años), de nombre Yolanda Farr. Aquello fue definitivo.   La cuestión es que desde entonces Miriam comparte su vida entre su casa de New York y la que compró en la zona de Torremolinos, Málaga. Así que a partir de entonces nuestra amistad se reanudó con tanta perfección como si nunca hubiese sido interrumpida. No me negaréis que fue como un milagro.

Mequi Herrera y yo
Pero ese no fue el único. Mequi Herrera, la hermosa actriz cubana que desde  su exilio español, a principio de los años 70, se convirtiera en mi gran amiga,  esa maravillosa criatura que decidió un día marchar a EE.UU. y desaparecer, para mi desgracia, de mi vida, reapareció de súbito, tan bella y cariñosa como siempre. Estaba de vacaciones por España y había logrado localizarme. A partir de entonces, aunque esporádicos, nuestros reencuentros se han convertido en mis grandes alegrías. Ella ha fijado su residencia en Miami pero  la distancia no impide que, de vez en cuando, nos hagamos el maravilloso regalo de nuestra mutua compañía.

Lyda Triana, Gladys Triana y yo
Y cómo describir mi emoción cuando, tras varios años, volví a ver a Gladys Triana, de la  que tanto he escrito en mis Instantáneas cubanas  La estupenda pintora, en cuanto logró estabilizar su vida en la ciudad que  eligió para asentarse, ese perfecto "asilo de artistas y almas errantes" que es New York, comenzó a realizar viajes a España con el fin de estar con  su hermana Lyda, que, casada desde hace años con un español, Luis Bellido, formó su hogar en este país. Pero volviendo a Gladys, aquello nos dio la oportunidad de reunirnos, al menos una vez al año, y de ponernos al día con nuestra amistad y con el seguimiento de nuestras mutuas carreras. Por cierto que la  suya la ha llevado a ser, en estos momentos, una artista plástica muy considerada.

Carlos Rodríguez, yo y Sergio González
También en esos felices días recobré a Carlos Rodríguez, muchachote cuyo corazón de oro mantuvo siempre activa y variopinta aquella “comuna” en la que tantos cubanos exiliados pernoctaron y donde tuvieron lugar, para nuestro disfrute, tantas amenas tertulias. (Ver Instantánea 63) En esta ocasión, Carlos enriqueció el número de mis más queridos amigos con una valiosa aportación: el mejicano Sergio González.

René Sánchez, Manuel Pereiro, yo, Carlos de León y Efraín



Carlos de León, René Sánchez y Efraín forman parte de mis reencuentros de aquella época. De León, tan vital como cuando, muchos años atrás, interpretáramos La Endemoniada allá en Cuba y bajo la dirección de Francisco Morín, aquella función por la que fuimos nombrados Mejor Actor y Mejor Actriz de 1963, era una de esas personas queridas y añoradas de mi vida anterior.  La foto que acompaña este párrafo fue tomada durante una de sus visitas y en ella aparece también el gran Manuel Pereiro, al cual yo sí veía con frecuencia, puesto que es uno de los pocos actores cubanos que lograron establecerse laboralmente en España.


En lo profesional 1984 fue para mí un año de excelentes relaciones amorosas con las pantallas, tanto de cine como de televisión. Tres películas mías se estrenaron casi al unísono: Violines y trompetas, de Romero Marchent,  Mi amigo el vagabundo y Operación Mantis, dirigidas estas dos últimas por Jacinto Molina. Por cierto, para el que desconozca el dato, diré que ese era el verdadero nombre de un personaje muy especial dentro de la cinematografía española: Paul Naschy, adorado por los abundantes seguidores de sus películas de “monstruos y susto”. Protagonista de sus propios films le apasionaba esconderse tras laboriosas caracterizaciones de hombre-lobo o sangriento vampiro. Con escaso presupuesto realizaba películas de segunda categoría que cumplían el cometido de  divertir a un público, no demasiado exigente pero entusiasta.  En ellas invertía por completo su capital y ponía todo su corazón.

El día en que me llamó para participar en Mi amigo el vagabundo temí que se tratara de uno más de sus homenajes al género de terror y aquello no me hacía ninguna ilusión. Pero estaba equivocada. El guión era tierno y ameno, mi papel, una estricta  institutriz alemana, era largo y lucido y para mayor satisfacción   trabajaría de nuevo con José Luis López Vázquez. Él, Jesús Puente y yo, acabábamos de ser el trío protagonista de Violines y Trompetas, así que nuestra relación era reciente y grata. También tendría la oportunidad de actuar junto al gran José Bódalo,  el que fuese mi marido en la película Los hijos de papá, y con Florinda Chico, gran persona y aún mejor cómica. El niño en el cual se centraba la acción, Sergio Molina,  era un encanto, dulce, educado y con un gancho para la cámara extraordinario.
Paul Naschy y dos de sus caracterizaciones
Cuando una vez comenzado el trabajo supe que se trataba del hijo de Molina-Naschy no me sorprendí en absoluto ya que el director-actor era una persona tan educada y con tanta clase que sorprendía  su afición a esos horripilantes personajes que solía  interpretar. Por desgracia mi segundo e inmediato trabajo con Naschy, Operación Mantis, una sátira de las películas del James Bond de aquella época, resultó un fiasco tan enorme que le arruinó hasta el punto de mantenerle fuera del negocio durante algunos años.

Pero mi labor más hermosa y satisfactoria de ese año fue el rodaje para TVE de la pieza de Anton Chejov, Veraneantes, bajo la experta y sensible dirección de Alberto González Vergel.  Mi primer encuentro con el controvertido director resultó   como sacado de un guión cinematográfico.

Alberto González Vergel
Una noche en la que asistía con Jesús a un acto cultural un hombre se me acercó  y, después de identificarse como González Vergel, me ofreció un papel protagónico en su próximo trabajo para la tele. Dijo que seguía mi carrera con admiración y que le satisfaría  poder contar conmigo. Por supuesto, ya que aquel nombre venía acompañado de un gran prestigio artístico, mi aceptación fue inmediata. Aunque con fama de déspota, os aseguro que, tanto durante el largo rodaje de la serie como en trabajos que vendrían después, mi contacto con el no pudo ser mejor ni más aleccionador. Reconozco que en algunas ocasiones adoptaba actitudes  prepotentes con ciertos compañeros, pero lo cierto es que la mayoría de ellos se merecía serios rapapolvos por indisciplinados y renuentes a seguir directrices, vicio muy frecuente entre los actores españoles.  En esos momentos las palabras de Alberto poseían un filo muy hiriente pero la intención que las acompañaba era siempre en beneficio, no solo de la obra, si no del enriquecimiento  del actor. En realidad aquel hombre, al que puse el nombre de Doctor Jekyll y Mister Hyde, tenía dos caras tan marcadas como las del personaje de Robert Louis Stevenson: en su trato personal era un dechado de buenas maneras y una continua fuente de información cultural, mientras que en el trabajo se convertía en un ser irritable y proclive a exaltarse. Muchos compañeros afirman no entender el porqué de mi defensa a ultranza de  Vergel pero, como está claro que “cada cual habla de la feria según le va en ella”, en mi caso tan solo  cosas positivas puedo contar de esa relación laboral que llegó a convertirse en amistad.

Primera etapa de Veraneantes
Veraneantes contó, durante sus ocho capítulos, con  un amplísimo elenco de los mejores actores del momento. Aunque todos, hasta el más pequeño,  eran papeles lucidos los protagonistas de la mini serie fuimos Miguel Ayones, Fernando Cebrián, Ana María Vidal, Pepe Martín, María Luisa San José, María Silva, Carmen Bernardos y yo, con un personaje en el cual se  reflejaba minuciosa y fielmente el paso de los 40 años en los que transcurría la acción.
Caracterización para la
última etapa de Veraneantes

Esto gracias al magnífico equipo de maquilladores y peluqueros seleccionados por Vergel entre el staff de TVE. El resultado fue un producto con una imagen, unas actuaciones y una ambientación de calidad nada frecuente en el mediocre ambiente televisivo. Y todo gracias a ese controvertido hombre que sacó  de mí algunas de mis mejores actuaciones.

Pero no solo las pantallas llenaron mi vida en aquel 1984.

En  junio, Adolfo Marsillach me había ofrecido ser la protagonista femenina en el estreno mundial de su más reciente invento teatral: Cinematógrafo Nacional. Espectáculo sicalíptico musical. Aventura que narraré en mi próxima Instantánea.

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Próximo capítulo. Marsillach y el Cinematógrafo.

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