Yolanda Farr. Foto Alcántara |
Por aquellos tiempos había
en Madrid un lugar elegido como centro de reunión por los artistas de todos los
gremios: Bocaccio. Era esta una discoteca con dos ambientes. En el sótano estaba
ubicada la pista de baile, con esa inmensa e imprescindible bola de espejitos
cuyos giratorios reflejos ayudaban, junto al atronador sonido que salía de
los muchos bafles, a enajenar el espíritu. Pero el gran salón que constituía la primera
planta era un agradable pub con
influencias art déco, cómodas butacas
forradas en terciopelo rojo burdeos y una larga barra de reluciente madera.
Entrada y barra de Bocaccio |
Tras
ella se podía admirar esa pared de espejos artísticamente biselados sobre la que,
colocadas en estanterías, se exhibía un inmenso surtido de botellas cuyos contenidos estaban
destinados a satisfacer los caprichos del más exigente consumidor.
María Asquerino en su rincón de Bocaccio |
A partir del
cierre de los espectáculos allí nos reuníamos, sin necesidad de cita
previa, con directores, periodistas, cantantes, músicos, o con otros actores, así como con fans que buscaban ver de cerca a María
Asquerino, a Fernando Fernán Gómez, a Lola Flores, a Marujita Díaz, a Berlanga,
a Jesús María Amilibia, a Tico Medina…Algunos tenían un sitio fijo y su propia
tertulia, como la Asquerino. Otros éramos itinerantes. Puesto que la música del
piso inferior llegaba al pub muy
atenuada, se podía gozar con tranquilidad de esos cotilleos, de esos
intercambios de experiencias con los que tanto disfrutamos los faranduleros. ¡Cuántas amenas madrugadas
pasamos allí Jesús y yo, rodeados de amigos y compañeros noctámbulos, sumergiéndonos en el pozo sin fondo de sabiduría teatral que eran esos grandes
personajes!
Lola Flores y Marujita Díaz |
J.M. Amilibia, Luis Berlanga y Tico Medina |
Pues bien, una noche
se acercó a nuestra mesa un famoso actor al que no solíamos ver por allí: Juanjo Menéndez. A pesar de su reputación de persona algo retorcida, aquel
hombre era uno de los actores que yo más admiraba. Su presencia en el cine resultaba
indispensable pero era en el teatro donde demostraba su gran
calidad histriónica. Sin preámbulo alguno, Menéndez pidió a los que me acompañaban que le hicieran sitio para sentarse a mi lado y una
vez allí me lanzó estas palabras que, por motivos que conoceréis más adelante,
no olvidaré nunca: “Yolanda Farr, quiero contratarte. Sé que tengo fama de
conflictivo pero trabaja conmigo y comprobarás que no es cierto.” Y trabajé con
él.
La obra de los
italianos Terzoli y Vaime, Anche il bacan
hanno un´anima, fue estrenada en España bajo el título de Nunca es tarde si la noche es buena. Y este
era el ingenioso argumento: el día de su jubilación unos compañeros decidían
regalar al probo inspector de sucursales del banco en que trabajaban, en lugar
del consabido reloj, una aventura, una noche de amor por todo lo alto que le
compensara de la vida gris que había sido su constante.
La parte conocida del regalo consistía en un fin de semana en Benidorm. La oculta era yo, prostituta de lujo que debía fingir un fortuito encuentro en el tren que llevaría al verdadero regalo; una apasionada noche de sexo y sorprendente ternura. Esto ocurría en los dos cuadros que componían el primer acto. En el segundo, tras mi desaparición y su regreso al hogar, halagado en su amor propio por la supuesta conquista, el hombre reanudaba, lleno de nuevos bríos, la vida con su esposa, papel interpretado de forma magistral por Pilar Bardem. Los ensayos fueron como miel sobre hojuelas. Yo, que siempre he temido a los primeros actores-directores, hube de admitir que el trabajo de Juanjo era, no solo eficaz, si no también generoso. Los compañeros del jubilado en la obra eran Pepe Albert, Jesús Molina y Paco Prada.
Para dar más
lucimiento a mi papel Juanjo se inventó que entrara en escena atravesando el
patio de butacas y llevando conmigo un
perrito. Por supuesto la idea me encantó. Ni sé cuantas veces, durante los
ensayos, pedí que el animalillo me fuese entregado con el fin de que se
acostumbrara a mí y se “aprendiera su parte”. Pero el actor canino no llegaba.
Y no lo hizo hasta el
día del ensayo general en el teatro Romea de Murcia, la primera plaza de esa
clásica gira de rodaje que solía preceder al debut oficial en Madrid.
El Yorkshire Terrier |
Aquella tarde Juanjo
se presentó en mi camerino con un precioso Yorkshire Terrier, diciéndome que lo
había comprado esa mañana en un criadero donde ejercía la función de semental.
Sin duda su estampa era hermosa, con ese sedoso pelo largo, entre rubio y
gris, y sus orejitas tan tiesas como si estuviesen almidonadas. Me aseguró que
tenía 4 años y me urgió para que me “hiciera con él” pues al día siguiente
debutábamos. Aquello era una barbaridad y la demostración fehaciente de
su falta de conocimiento del mundo animal. ¡Establecer una relación de amo y
mascota en unas horas, lograr que caminara al lado de una desconocida entre el
público, que subiera la estrecha escalerilla hasta el escenario y que, una vez
allí, sentado a mi lado, se mantuviera tranquilo durante los casi veinte
minutos que duraba la escena me parecía un objetivo imposible!
En mi camerino,
paralizado ante el nuevo y desconcertante entorno, el pobre perro permanecía agazapado en
una esquina mientras yo dudaba sobre cómo manejar la situación cuando, de
pronto, le oí toser secamente. Temiendo que el frío del suelo resultase perjudicial
para su asustado cuerpecito le tome en mis brazos, a lo que él, con la
docilidad que le provocaba su desamparo, reaccionó acurrucándose en mi regazo y
durmiéndose con placidez mientras yo me maquillaba. Desde ese mismo momento su
tremenda inteligencia intuitiva le hizo adoptarme como su ama.
Con Don José en Nunca es tarde si la dicha es buena Foto Alcántara |
El ensayo general
resultó perfecto, así como el estreno y varias funciones
posteriores, pues el animal acataba con sumisión mis indicaciones. Se había
establecido de inmediato un vínculo de ternura y adhesión entre nosotros.
Desde la primera
noche él durmió conmigo en los hoteles, juntos comíamos en restaurantes
que permitieran la entrada de animales,
cosa poco frecuente, y unidos nos dirigíamos cada día a nuestro trabajo. Todo esto
en contra de la opinión de Juanjo, que pretendía dejar por la noche al perro en el teatro, encerrado
en su bolsa hasta el día siguiente cuando llegara el momento de la función.
Pero el animalito, a
pesar de mis cuidados, continuaba con sus esporádicas toses, así que decidí llevarle a un
veterinario. Cuál no sería mi sorpresa al ser informada por el doctor de que lo
que tenía entre los brazos, aquel bello ejemplar canino, era un venerable anciano
de más de diez años, bastante desdentado y con una bronquitis crónica. Eso
acrecentó aún más mi cariño por él y, en reciprocidad, el apego del animoso
viejito hacia quien lo cuidaba y lo mimaba.
En cuanto a la parte
laboral, Don José, bautizado por mí con ese nombre a causa de sus toses de
viejo fumador, era todo un éxito de cara al público. Cuando atravesábamos el
patio de butacas los comentarios de “¡ay, qué ricura!” o “¡mira qué monada!”
nos seguían hasta que ocupábamos nuestro lugar en el escenario, y muchas veces
más allá de ese momento. Un bostezo del perro o el gesto intuitivo de echarse sobre mis
piernas mientras, sentados en los asientos del tren, Juanjo y yo manteníamos
nuestro diálogo, arrancaban jocosos comentarios de la audiencia. Eso molestaba
al actor-director, que se sentía interrumpido y provocó que la situación se
fuera volviendo más y más conflictiva.
Secuencia del primer encuentro en escena entre Menéndez y Don José. Fotos Alcántara |
Don José, que intuía
el rechazo de Juanjo, decidió pagarle con la misma moneda.Y paulatinamente fue ocurriendo esto: con la actitud protectora de un Dóberman de 2 Kilos y 25 centímetros, cada
vez que el actor intentaba acercarse a mí, el animalillo se le enfrentaba
ladrándole con furia. Pero lo peor del caso es que esto al público le hacía aun más gracia, provocando de nuevo los
comentarios en voz alta de “¡ay, qué ricura!” o “¡mira qué monada!”. Sin duda esto alteraba el ritmo original de la escena, pero la
reacción de Menéndez fue muy, pero que muy poco inteligente. En lugar de aprovechar
aquello en beneficio de la comicidad de la obra, su rostro se volvía pétreo y
sus irrefrenables gestos de rechazo al animal desdecían lo bondadoso de su personaje.
Pero no podía evitarlo. El hombre decidió tomarse la actitud del perro como una ofensa personal.
Juanjo Menéndez y yo. Foto Alcántara |
Y así las heridas en su orgullo se
fueron gangrenando de forma irremisible. Un día, en Alicante y a punto del debut madrileño,
Juanjo entró airado al camerino antes de comenzar el espectáculo, amenazándome
con prescindir de Don José si no conseguía dominarle. Según decía, el perro se
estaba cargando la función.
Esa misma tarde, Don José, que desde mi regazo
había seguido con atención la conversación, tuvo una reacción vengativa tan
humana que de no haberla vivido en persona no la creería: tras el garboso paseo
por el patio de butacas y una airosa subida al escenario, mirando directamente
al actor, depositó a sus pies una reluciente y diminuta cagada. Algo que, por supuesto, nunca había hecho. El regocijo del
público fue clamoroso y el cabreo que provocó en su “rival humano”, épico.
Aquello colmó la copa. Don José fue
sentenciado a no hacer el debut en Madrid y yo a salir a escena con un perro de
peluche. Por más que aquello me doliera no me quedaba más remedio que aceptar y
hasta, de cierta manera, comprender la decisión del director-actor y también
empresario. Sin duda el perro se robaba la escena. Y ya se sabe lo que eso
puede molestar a un divo.
Pregunté cuál iba a ser el futuro del animal, y ante la respuesta de que sería sacrificado me llené de ciega furia. Le dije a Juanjo que bajo ningún concepto iba a permitirlo y que estaba dispuesta a denunciarle a la Sociedad Protectora de Animales. Mis gritos debieron retumbar por los pasillos y camerinos del teatro ya que la habitación se llenó de la presencia y el apoyo de todos los compañeros. Comprendiendo la mala publicidad que aquello le proporcionaría, el hombre reculó, aceptando, muy a regañadientes, mis condiciones: el perro seguiría con nosotros y, al finalizar las representaciones en Madrid quedaría a mi cuidado.
El número musical. Fotos Alcántara |
El debut en el teatro Maravillas, fue el 20 de Marzo de ese 1982. Como venganza ante mi
desafío el número musical que hacía en el segundo cuadro fue eliminado y la bonita
escena del tren, peinada y acelerada sin piedad, a pesar de que, tras una
larga y seria conversación que sostuve con Don José, su agresividad contra
Juanjo desapareció en su casi totalidad. Aunque os parezca imposible. Por
supuesto la relación entre el director-actor y yo se volvió de una tirantez muy
molesta. Pero no había más opciones que aguantar o despedirse y el mundo
laboral no estaba para permitirse delicadezas. En realidad lo más sorprendente
estaba por llegar.
Con Don José en casa |
A los tres meses del estreno,
Juanjo Menéndez disolvió la compañía. Tan solo un par de semanas más tarde supe
que había reanudado los ensayos con otra actriz en mi lugar y un insulso
peluche en el de Don José. Salieron otra vez de gira pero nunca me interesé
por los resultados. Cuando yo termino con algo lo hago de forma radical. Por
fortuna nunca tuve necesidad de volver a trabajar con ese hombre.
Así que mi querido compañero
de tantos viajes y escenarios vino a vivir a nuestra casa, donde fue recibido
con gran cariño por mi madre y con marcada displicencia por nuestro Foxterrier
Bobby, lo cual no era malo en absoluto pues pensé que facilitaría la
convivencia entre ambos.
Todo parecía ir sobre
ruedas hasta que el artero destino de Don José decidió enredar de nuevo los
hilos de su vida, como os contaré en el próximo capítulo.
P.D. Juanjo Menéndez falleció
en noviembre del 2003. Lamento escribir cosas desagradables sobre un muerto,
nunca lo había hecho hasta ahora en mi blog, pero debo ser fiel a mi inicial
propósito de narrar y describir con fidelidad a las personas y las situaciones
que han sido parte importante de mi vida.
El muerto hizo cosas desagradables en vida y solo has contado tu verdad. La muerte no dignifica las malas acciones.
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