sábado, 28 de septiembre de 2013

Instantánea 92 - Aventuras y desventuras de Don José. (Primera parte).





Yolanda Farr. Foto Alcántara
Por aquellos tiempos había en Madrid un lugar elegido como centro de reunión por los artistas de todos los gremios: Bocaccio. Era esta una discoteca con dos ambientes. En el sótano estaba ubicada la pista de baile, con esa inmensa e imprescindible bola de espejitos cuyos giratorios reflejos ayudaban, junto al atronador sonido que salía de los muchos bafles, a enajenar el espíritu.  Pero el gran salón que constituía la primera planta era un agradable pub con influencias art déco, cómodas butacas forradas en terciopelo rojo burdeos y una larga barra de reluciente madera.
Entrada y barra de Bocaccio
Tras ella se podía  admirar esa pared de  espejos artísticamente biselados sobre la que, colocadas en  estanterías, se exhibía un inmenso surtido de  botellas cuyos contenidos estaban destinados a satisfacer los caprichos del más exigente consumidor.

María Asquerino en su rincón de Bocaccio
A partir del cierre de los espectáculos allí nos reuníamos, sin necesidad de cita previa, con directores, periodistas, cantantes, músicos, o con otros actores, así como con fans que buscaban ver de cerca a María Asquerino, a Fernando Fernán Gómez, a Lola Flores, a Marujita Díaz, a Berlanga, a Jesús María Amilibia, a Tico Medina…Algunos tenían un sitio fijo y su propia tertulia, como la Asquerino. Otros éramos itinerantes. Puesto que la música del piso inferior llegaba al pub muy atenuada, se podía gozar con tranquilidad de esos cotilleos, de esos intercambios de experiencias con los que tanto  disfrutamos  los faranduleros. ¡Cuántas amenas madrugadas pasamos allí Jesús y yo, rodeados de amigos y compañeros noctámbulos, sumergiéndonos en el pozo sin fondo de sabiduría teatral que eran esos grandes personajes!

Lola Flores y Marujita Díaz

J.M. Amilibia, Luis Berlanga y Tico Medina
Pues bien, una noche se acercó a nuestra mesa un famoso actor al que no solíamos ver por allí: Juanjo Menéndez. A pesar de su reputación de persona algo retorcida, aquel hombre era uno de los actores que yo más admiraba. Su presencia en el cine resultaba indispensable pero era en el teatro donde  demostraba su gran calidad histriónica. Sin preámbulo alguno, Menéndez  pidió a los que me acompañaban que le  hicieran sitio para sentarse a mi lado y una vez allí me lanzó estas palabras que, por motivos que conoceréis más adelante, no olvidaré nunca: “Yolanda Farr, quiero contratarte. Sé que tengo fama de conflictivo pero trabaja conmigo y comprobarás que no es cierto.” Y trabajé con él.

La obra de los italianos Terzoli y Vaime, Anche il bacan hanno un´anima, fue estrenada en España bajo el título de Nunca es tarde si la noche es buena. Y este era el ingenioso argumento: el día de su jubilación unos compañeros decidían regalar al probo inspector de sucursales del banco en que trabajaban, en lugar del consabido reloj, una aventura, una noche de amor por todo lo alto que le compensara de la vida gris  que había sido su constante. 

La parte conocida del regalo consistía en un fin de semana en Benidorm. La oculta era yo, prostituta de lujo que debía fingir un fortuito encuentro en el tren que llevaría  al verdadero regalo; una apasionada noche de sexo y sorprendente ternura. Esto ocurría en los dos cuadros que componían el primer acto. En el segundo, tras mi desaparición y su regreso al hogar, halagado en su amor propio por la supuesta conquista, el hombre reanudaba, lleno de nuevos bríos, la vida con su esposa, papel interpretado de forma magistral por Pilar Bardem. Los ensayos fueron como miel sobre hojuelas. Yo, que siempre he temido a los primeros actores-directores, hube de admitir  que el trabajo de Juanjo era, no solo eficaz, si no también generoso. Los compañeros del jubilado en la obra eran  Pepe Albert, Jesús Molina y Paco Prada.

Para dar más lucimiento a mi papel Juanjo se inventó que entrara en escena atravesando el patio de butacas y llevando conmigo  un perrito. Por supuesto la idea me encantó. Ni sé cuantas veces, durante los ensayos, pedí que el animalillo me fuese entregado con el fin de que se acostumbrara a mí y se “aprendiera su parte”. Pero el actor canino no llegaba.

Y no lo hizo hasta el día del ensayo general en el teatro Romea de Murcia, la primera plaza de esa clásica gira de rodaje que solía preceder al debut oficial en Madrid.

El Yorkshire Terrier
Aquella tarde Juanjo se presentó en mi camerino con un precioso Yorkshire Terrier, diciéndome que lo había comprado esa mañana en un criadero donde ejercía la función de  semental. Sin duda su estampa era hermosa, con ese sedoso pelo largo, entre rubio y gris, y sus orejitas tan tiesas como si estuviesen almidonadas. Me aseguró que tenía 4 años y me urgió para que me “hiciera con él” pues al día siguiente debutábamos. Aquello era una barbaridad y la demostración fehaciente de su falta de conocimiento del mundo animal. ¡Establecer una relación de amo y mascota en unas horas, lograr que caminara al lado de una desconocida entre el público, que subiera la estrecha escalerilla hasta el escenario y que, una vez allí, sentado a mi lado, se mantuviera tranquilo durante los casi veinte minutos que duraba la escena me parecía un objetivo imposible!

En mi camerino, paralizado ante el nuevo y desconcertante entorno, el pobre perro permanecía agazapado en una esquina mientras yo dudaba sobre cómo manejar la situación cuando, de pronto, le oí toser secamente. Temiendo que el frío del suelo resultase perjudicial para su asustado cuerpecito le tome en mis brazos, a lo que él, con la docilidad que le provocaba su desamparo, reaccionó acurrucándose en mi regazo y durmiéndose con placidez mientras yo me maquillaba. Desde ese mismo momento su tremenda inteligencia intuitiva le hizo adoptarme como su ama.

Con Don José en Nunca es tarde si la dicha es buena
Foto Alcántara
El ensayo general resultó  perfecto, así como el estreno y varias funciones posteriores, pues el animal acataba con sumisión mis indicaciones. Se había establecido de inmediato un vínculo de ternura y adhesión entre nosotros.

Desde la primera noche él durmió conmigo en los hoteles, juntos comíamos en restaurantes que  permitieran la entrada de animales, cosa poco frecuente, y unidos nos dirigíamos cada día a nuestro trabajo. Todo esto en contra de la opinión de Juanjo, que pretendía dejar por la noche al perro  en el teatro, encerrado en su bolsa hasta el día siguiente cuando llegara el momento de la función.

Pero el animalito, a pesar de mis cuidados, continuaba con sus esporádicas toses, así que decidí llevarle  a un veterinario. Cuál no sería mi sorpresa al ser informada por el doctor de que lo que tenía entre los brazos, aquel bello ejemplar canino, era un venerable anciano de más de diez años, bastante desdentado y con una bronquitis crónica. Eso acrecentó aún más mi cariño por él y, en reciprocidad, el apego del animoso viejito hacia quien lo cuidaba y lo mimaba.

En cuanto a la parte laboral, Don José, bautizado por mí con ese nombre a causa de sus toses de viejo fumador, era todo un éxito de cara al público. Cuando atravesábamos el patio de butacas los comentarios de “¡ay, qué ricura!” o “¡mira qué monada!” nos seguían hasta que ocupábamos nuestro lugar en el escenario, y muchas veces más allá de ese momento. Un bostezo del perro o el gesto intuitivo de echarse sobre mis piernas mientras, sentados en los asientos del tren, Juanjo y yo manteníamos nuestro diálogo, arrancaban jocosos comentarios de la audiencia. Eso molestaba al actor-director, que se sentía interrumpido y provocó  que la  situación se fuera volviendo más y más  conflictiva.

Secuencia del primer encuentro en escena  entre Menéndez y Don José. Fotos Alcántara
Don José, que intuía el rechazo de Juanjo, decidió pagarle con la misma moneda.Y paulatinamente fue ocurriendo esto: con la actitud protectora de un Dóberman de 2 Kilos y 25 centímetros, cada vez que el actor intentaba acercarse a mí, el animalillo se le enfrentaba ladrándole con furia. Pero lo peor del caso es que esto al público le hacía aun más gracia,  provocando de nuevo los comentarios en voz alta de “¡ay, qué ricura!” o “¡mira qué monada!”. Sin duda esto alteraba el ritmo original de la escena, pero la reacción de Menéndez fue muy, pero que muy poco inteligente. En lugar de aprovechar aquello en beneficio de la comicidad de la obra, su rostro se volvía pétreo y sus irrefrenables gestos de rechazo al animal desdecían lo bondadoso de su personaje. Pero no podía evitarlo. El hombre decidió tomarse la actitud del perro como una ofensa personal.

Juanjo Menéndez y yo. Foto Alcántara
Y así las heridas en su orgullo se fueron gangrenando de forma irremisible. Un día,  en Alicante y a punto del debut madrileño, Juanjo entró airado al camerino antes de comenzar el espectáculo, amenazándome con prescindir de Don José si no conseguía dominarle. Según decía, el perro se estaba cargando la función.

Esa  misma tarde, Don José, que desde mi regazo había seguido con atención la conversación, tuvo una reacción vengativa tan humana que de no haberla vivido en persona no la creería: tras el garboso paseo por el patio de butacas y una airosa subida al escenario, mirando directamente al actor, depositó a sus pies una reluciente y diminuta cagada. Algo que, por supuesto, nunca había hecho. El regocijo del público fue clamoroso y el cabreo que provocó en su “rival humano”, épico.

 Aquello colmó la copa. Don José fue sentenciado a no hacer el debut en Madrid y yo a salir a escena con un perro de peluche. Por más que aquello me doliera no me quedaba más remedio que aceptar y hasta, de cierta manera, comprender la decisión del director-actor y también empresario. Sin duda el perro se robaba la escena. Y ya se sabe lo que eso puede molestar a un divo.


Pregunté cuál iba a ser el futuro del animal, y ante la respuesta de que sería sacrificado me llené de ciega furia. Le dije a Juanjo que bajo ningún concepto iba a permitirlo y que estaba dispuesta a denunciarle a la Sociedad Protectora de Animales. Mis gritos debieron retumbar por los pasillos y camerinos del teatro ya que la habitación se llenó de la presencia y el apoyo de todos los compañeros. Comprendiendo la mala publicidad que aquello le proporcionaría, el hombre reculó, aceptando, muy a regañadientes, mis condiciones: el perro seguiría con nosotros y, al finalizar las representaciones en Madrid quedaría a mi cuidado.


 El número musical. Fotos Alcántara
El debut  en el teatro Maravillas, fue el 20 de Marzo de ese 1982. Como venganza ante mi desafío el número musical que hacía en el segundo cuadro  fue eliminado y la bonita escena del tren, peinada y acelerada sin piedad, a pesar de que, tras una larga y seria conversación que sostuve con Don José, su agresividad contra Juanjo desapareció en su casi totalidad. Aunque os parezca imposible. Por supuesto la relación entre el director-actor y yo se volvió de una tirantez muy molesta. Pero no había más opciones que aguantar o despedirse y el mundo laboral no estaba para permitirse delicadezas. En realidad lo más sorprendente estaba por llegar.


Con Don José en casa
A los tres meses del estreno, Juanjo Menéndez disolvió la compañía. Tan solo un par de semanas más tarde supe que había reanudado los ensayos con otra actriz en mi lugar y un insulso peluche en el de Don José. Salieron otra vez de gira pero nunca me interesé por los resultados. Cuando yo termino con algo lo hago de forma radical. Por fortuna nunca tuve necesidad de volver a trabajar con ese hombre.

Así que mi querido compañero de tantos viajes y escenarios  vino a vivir a nuestra casa, donde fue recibido con gran cariño por mi madre y con marcada displicencia por nuestro Foxterrier Bobby, lo cual no era malo en absoluto pues pensé que  facilitaría la convivencia entre ambos.

Todo parecía ir sobre ruedas hasta que el artero destino de Don José decidió enredar de nuevo los hilos de su vida, como os contaré en el próximo capítulo.

P.D. Juanjo Menéndez falleció en noviembre del 2003. Lamento escribir cosas desagradables sobre un muerto, nunca lo había hecho hasta ahora en mi blog, pero debo ser fiel a mi inicial propósito de narrar y describir con fidelidad a las personas y las situaciones que han sido parte importante de mi vida.

Próximo capítulo. Aventuras y desventuras de Don José. Segunda parte.

1 comentario:

  1. El muerto hizo cosas desagradables en vida y solo has contado tu verdad. La muerte no dignifica las malas acciones.

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