Foto Jesús Alcánta |
Agitadillo fue ese año 1972.
El decepcionante final de la gira con
Rodero, la dolorosa disolución de mi querida “comuna”, nuestra mudanza al apartamento de la calle
Virgen del Sagrario, mi participación en la obra de teatro El amor propio, en la cual solo había resistido un mes a causa de los
ataques del enfermizo divismo que padecía la pareja de actores protagonistas o mi primera aparición oficial en Televisión Española y el descubrimiento
de la terrible mediocridad que reinaba allí, sangrante sobre todo en lo
referente a los luminotécnicos del medio. Yo, que venía de trabajar en Cuba con
los mejores iluminadores y camarógrafos, me asombré al ver la falta de respeto por
los artistas de la que hacían gala estos señores. Primeros planos sin
casi retocar las luces, decorados con innecesarias zonas oscuras,
sombras que las figuras de los actores proyectaban sobre los decorados y encima un despotismo que te impedía dar una
sugerencia o hasta hacer una pregunta. Referente a la absurda “especialización”
imperante en aquel medio tengo una anécdota de la que fui víctima durante aquellas grabaciones. En una ocasión un gentil camarógrafo me dijo,
“Yolanda, échate unos veinte centímetros a tu derecha porque estás fuera de
luz”. Puesto que me encontraba en esos momentos sentada, siguiendo su
indicación moví mi silla esa casi imperceptible distancia. De pronto un desagradable grito me alertó; “¡señorita,
no se le ocurra tocar la escenografía. Para eso están el regidor o el decorador!” Como
resultado hubimos de esperar alrededor de veinte minutos, todos en stand by , a que uno de esos dos “super especialistas”
apareciese por el plató.
Ni siquiera Miguel Picazo,
el director de esa serie en la que yo participaba podía luchar contra la desidia y estrechez de miras
de aquellos “funcionarios” que solo estaban interesados en que se respetaran
estrictamente los cortes para su “cafecito”, uno cada dos horas, y el horario
estipulado para finalizar la grabación, llegando incluso a cortar un rodaje cuando
faltaban cinco minutos para completar una escena . Esos casos, de más de uno fui testigo,
suponían un problema para el director. Teniendo fechas limitadas para completar
su trabajo, una jornada de retraso le causaba grandes problemas de cara a
la dirección general de Televisión Española, en esos tiempos la única del país, y que como pertenecía al gobierno, estaba bajo su control político
y hasta moral. Es decir que la archimencionada censura también tenía allí
clavadas sus garras. Por cierto que, durante la grabación de un posterior
programa tuve que soportar las babosas manos de uno de esos “señores”
rozándome los senos con el pretexto de colocar en mi pronunciado escote ese famoso,
púdico y odiado “pañuelito”. ¡Había que proteger las “virtudes teologales" del
televidente, tan frágiles ante la visión
de unos centímetros de carne fresca! Como veréis, agitadillo el año, hasta
aquel momento, y bastante desagradable.
Quizá por ser la serie de Picazo
de bajo presupuesto trabajábamos con tan
solo dos cámaras, una para planos generales y otra para primeros planos, con la
inevitable demora que aquello significaba cuando el director quería hacer uso del plano
y contra plano.
En los departamentos de
maquillaje y peluquería había dos clases sociales muy delimitadas a la hora de ser atendidas;
los primeros actores y “el resto”. Si pertenecías al segundo grupo solo te quedaba
el recurso del “amiguismo”, es decir, poder intimar con
algún maquillador o peluquero y que así te colara en el grupo de los
“preferidos”. Yo tuve una gran suerte en ese sentido pues logré la amistad de
los dos mejores profesionales del medio; Esther, peluquera, y Johnny,
maquillador. De ese modo, a lo largo de toda mi posterior participación
en TVE, fueron siempre ellos los que se encargaron de mis caracterizaciones.
A los pocos días de
despedirme de la compañía de Herrera y Tejada finalizó también mi participación
en la serie de Picazo, aunque no nuestra amistad, como más tarde se
demostraría.
Pero aquello no fue un gran problema. Desde hacía algún tiempo, mientras aún estaba en el Teatro Club, me había entretenido hilvanando la trama de un espectáculo basado en los cuplés de principios del siglo XX, buscando antiguas grabaciones e imitando esas voces nasales y atipladas de cancioneras como La Chelito, La Fornarina o La bella Otero y divirtiéndome con las pícaras letras que con tanta gracia interpretaban. Con el “monstruo” del show terminado, es decir, las canciones ensayadas, gracias al gentil acompañamiento del pianista Luis Villa Landa, y los textos esbozados con la ayuda de mis compañeros y amigos Luis Corominas y Juan Llaneras, les hablé del proyecto a mis representantes y tan solo días más tarde me consiguieron la oportunidad de estrenar el mini espectáculo en la sala Top Less, lugar de gran prestigio ya que era, desde hacía tiempo, el reino de los grandes cómicos Tip y Coll.
Pero aquello no fue un gran problema. Desde hacía algún tiempo, mientras aún estaba en el Teatro Club, me había entretenido hilvanando la trama de un espectáculo basado en los cuplés de principios del siglo XX, buscando antiguas grabaciones e imitando esas voces nasales y atipladas de cancioneras como La Chelito, La Fornarina o La bella Otero y divirtiéndome con las pícaras letras que con tanta gracia interpretaban. Con el “monstruo” del show terminado, es decir, las canciones ensayadas, gracias al gentil acompañamiento del pianista Luis Villa Landa, y los textos esbozados con la ayuda de mis compañeros y amigos Luis Corominas y Juan Llaneras, les hablé del proyecto a mis representantes y tan solo días más tarde me consiguieron la oportunidad de estrenar el mini espectáculo en la sala Top Less, lugar de gran prestigio ya que era, desde hacía tiempo, el reino de los grandes cómicos Tip y Coll.
y |
Tip y Coll |
Casualmente ellos habían exigido, días antes, dos semanas de descanso y nosotros llenaríamos ese hueco en la programación.
Dada la relativa escasez de
trabajo, en contraposición con la profusa cantidad de jóvenes actores y actrices
ansiosos por “currárselo” en los escenarios, en aquellos días se comenzó a
poner de moda el “café-teatro”. Eran estos unos pubs, acondicionados con un
pequeño escenario, gracias a los cuales artistas y escritores noveles y veteranos tenían
la oportunidad de ver sus nombres "en el candelero". Surgieron
multitud de esas salas, algunas de las cuales se hicieron
famosas y longevas como Long Play, King Club, Picadilly, La Fontana...
Autores entusiastas y prolíficos como Juan José Alonso Millán, Vizcaíno Casas, Adrián Ortega, Jorge Llopis o Enrique Bariego, dedicaron gran parte de su ingenio a estos menesteres. (Con el primero, poco tiempo después mantendría una estrecha labor profesional en obras como Bailando se entiende la gente, Los misterios de la carne o El Decamerón; con guiones del segundo trabajaría en películas como La boda del señor cura, Los hijos de papá o ¡Niñas, al salón!; de Bariego estrenaría la obra Camas separadas, un éxito tan grande que hubimos de reponerla, en otro teatro, un año después, y con textos de A. Ortega y del genial J. LLopis, montaríamos la única revista en la que he participado a lo largo de toda mi carrera artística española. Pero de todo eso escribiré en su momento).
Era una
experiencia aleccionadora trabajar a nivel de un público por cuyas bocas y
cerebros el whisky corría en abundancia. Eliminada la tan
protectora “cuarta pared” teatral el contacto directo con los espectadores era
a la vez estimulante y aterrador.
Titulé mi espectáculo
“cupletero” Camp a go-go y con la
coreografía de Nadine Boisaubert y cuatro bailarinas, a partir de junio
estuvimos cubriendo con éxito las dos semanas que Top Less nos había
ofrecido.
Citröen Dos Caballos |
Durante los días veraniegos de inactividad que siguieron a mi aleccionador descubrimiento del café-teatro, dividido mi ánimo entre la consabida inseguridad que el paro crea en los artistas y la satisfacción de poder estar al fin con mi familia, dediqué todo mi tiempo a mis seres queridos. Jesús, que con las ventas de su exposición en Jeréz había comprado un adorable y viejo coche Citröen Dos Caballos, nos llevaba al vasto campo que rodeaba Madrid, a veces a zonas frescas y boscosas, otras a la orilla de algún río, y allí, entre risas y chorritos del rico vino nacional, extraídos de una típica bota española, dábamos cumplida cuenta de la tortilla de patatas hecha por mi tía o de los escalopes que, con mejor voluntad que sapiencia, yo había preparado. Mientras Bobby, aquel foxterrier regalo de mi amigo Salmerón a la familia, disfrutaba entusiasmado con la libertad de corretear a nuestro alrededor mientras descubría su instinto de cazador persiguiendo moscas y mariposas.
A la inevitable hora de la
siesta, cuando los estómagos estaban saciados y los corazones agotados de tanta
felicidad, mi familia descabezaba un sueñecito bajo la sombra de los pinos o
los abetos. ¡Entonces era nuestro momento! Con sigilo Jesús y yo nos
internábamos entre los árboles o la maleza y, una vez perdido visualmente todo
contacto con la civilización, hacíamos el amor a la manera de los faunos y las
ninfas, en pleno contacto con una naturaleza que recibía gustosa nuestra efervescente pasión.
El regreso a Madrid, cinco
personas y un perro apretujados en el pequeño Dos Caballos, al que bautizamos
con ironía “El Furia” ya que no alcanzaba, a pesar de su conmovedor entusiasmo, más de
los 70 kilómetros hora, era un espectáculo.
Esos fueron días felices.
Pero como todo lo bueno, con sabor a poco. Casi antes de darme cuenta ya
recibía una oferta de trabajo imposible de rechazar, así que me integré
de inmediato a los ensayos de una obra que batiría el record de permanencia
en las carteleras madrileñas, más de diez años. Sé infiel y no mires con quién se estrenó a mediados de agosto del 72 en el teatro
Maravillas con un reparto de lujo; Pedro
Osinaga, Licia Calderón, Pepe Sacristán, Julia Caba Alba, José Cerro, Manuél
Salguero, Bárbara Lys, Paquita Villalba, Romero Godoy y Yolanda Farr luciéndose en un divertido papel y con un sueldo que se iba incrementado al tiempo que su prestigio.
En la foto, de izquierda a derecha, José Sacristán, Romero Godoy, Bárbara Lys, Pedro Osinaga, Julia Caba Alba, Licia Calderon y yo |
Después de que una puerta se me cerrara en junio, al despedirme de la compañía de Lola Herrera y Manolo Tejada, un portalón se estaba abriendo ante mí, ¿cómo no iba
a lanzarme a la "conquista de la plaza” con todo mi entusiasmo?
Sara Montiel |
Próximo capítulo. El primer desgarro definitivo.
Querida Yolanda me quedo hoy con lo que explicas sobre lo que hay detras de la fachada de la television. Para los que no han trabajado alli sera interesante saber de primera mano, que no hay tanto glamour y brillo sino muchos nervios, estres y dificultades como en cualquier otro trabajo, yo diria muchisimo mas.
ResponderEliminarPara Sara Montiel, que esta en tu necrologo hoy, pienso fue una mujer muy bella y muy talentosa, ademas de una gran empresaria. Recuerdo que en Cuba fue una Diosa del cine de mi infancia y que hacia llorar a medio pueblo con aquellos bien hechos melodramas.
El publico conocio mas al personaje Sarita Montiel y menos a la persona, Antonia que todos coinciden en que fue un ser noble y con gran sentido del humor y la autoironia.
Todos sabemos que sin ser una gran actriz, ni una gran cantante logro ser la estrella mas grande de Espana y Latinoamerica. Para lograrlo tuvo que trabajar mucho y tuvo que haber sido muy inteligente y muy fuerte!
Gracias por los momentos felices que nos dio desde cualquier escena donde actuo con esa belleza sin par que tuvo!
Que Dios la tenga en la gloria!
Yolanda:
ResponderEliminarSigo con entusiasmo y curiosidad, claro esta, tu vida tan interesante, continua deleitandonos.
De Sarita envidio la suerte tuya de conocerla en persona, me hubiera encantado! La Sarita de mi niñez tristeza honda me dio su perdida.
Que en paz descanse mi muy queridisima Sarita.
"Yo, que venía de trabajar en Cuba con los mejores iluminadores y camarógrafos, me asombré al ver la falta de respeto por los artistas de la que hacían gala estos señores. Primeros planos sin prácticamente retocar las luces, decorados con innecesarias zonas oscuras, sombras que las figuras de los actores proyectaban sobre los decorados y encima un despotismo que te impedía dar una sugerencia o hasta hacer una pregunta"
ResponderEliminarQUE GRAN HOMENAJE A TUS COLEGAS DE AYER! Y así mismo era, no en balde Cuba fue uno de os primeros países en tener la caja chica.
Me gustó mucho la fotografía que inicia el Post, se siente una diva. Preciosa!