sábado, 6 de abril de 2013

Instantánea 70 - ¡Pues anda que las divas…!




Foto Jesús Alcántara

Al llegar a Madrid, el primero de abril de 1972, tras el malogrado proyecto teatral con José María Rodero, me esperaban un par de experiencias importantes. En primer lugar la “comuna” se desmembraba sin remedio. Pepe Escarpanter había contraído matrimonio con Gina y vivían, desde hacía unos días,  en otro apartamento, por aquello de que “el casado, casa quiere”. Del todo comprensible. Pero, para más inri, Carlitos Álvarez iba a recibir a su novia la próxima semana y el proceso sería el mismo. Así que el resto de los comuneros, Carlos Rodríguez, Álvaro Marrero, Jesús y yo nos vimos forzados a lanzamos en busca de unos alojamientos BBB, es decir buenos, bonitos y baratos, ya que debíamos dejar la casa al finalizar el mes corriente.  Los “asiduos” tendrían que repartirse o jubilarse, pues los tiempos de “vino y rosas” iban a desaparecer y con ellos una época de algarada juvenil que nunca se volvería a repetir.

Los que quedábamos en convivencia, con el corazón encogido, no podíamos evitar que en los momentos más insospechados, al cruzarnos en el pasillo o al compartir las tareas culinarias,  el repentino surgir de una lágrima o un sollozo nos fundiera  en un abrazo. Eran muchos los ratos buenos y malos, muchas las experiencias vividas en esos improvisados saraos,  con la complicidad de aquella inefable y enorme copa de cristal llena de coñac. Todo muy emotivo y triste.

Jesús y yo barajábamos la posibilidad de tomar un apartamento  grande para poder traer con nosotros a mi familia pero mi querido padre, con esa humanidad e inteligencia que siempre le habían caracterizado, nos convenció de que siguiéramos en pisos separados, “pero eso sí, muy cerquita, Yolincita”. Ellos sabían que nuestra ajetreada vida no compaginaba con la de ellos, tranquila y ordenada. Sin duda estaban en lo cierto. Por fortuna, tras pocos días de búsqueda encontramos una vivienda muy adecuada, de alquiler moderado, dos dormitorios, un amplio salón comedor, una cocina, un baño y una radiante luz que entraba por  grandes ventanales. Lo más maravilloso, y que tanto había echado de menos en la “comuna”, era que el edificio contaba con  agua caliente y calefacción central. Todo un lujo. Para más fortuna el lugar estaba a poca de distancia de ellos, en la calle Virgen del Sagrario. Lo único malo de la situación era que los gastos se iban a incrementar bastante, pero la juventud y el conocimiento de nuestros valores nos hacía afrontar el futuro sin demasiada inquietud. Dios proveería y nosotros lo aprovecharíamos.


Alberto Closas

Y efectivamente parecía que Dios iba a proveer. No había pasado más de una semana desde mi regreso cuando mis representantes, Mari Carmen Calleja y Antonio Collado, me comunicaron que Alberto Closas me solicitaba para su próxima producción. Yo estaba exultante. Desde mi adolescencia había admirado a ese  galán de voz profunda, potente y embrujadora, algunas de cuyas películas viera, conmovida y hasta enamoriscada, allá en Cuba. Trabajar con él en Madrid sería tan importante como el frustrado estreno con Rodero en A dos barajas. Era una justa compensación.


Closas me había citado para la primera lectura en el teatro Club y allí me presenté  sin información previa.  El proyecto me parecía tan interesante que ni siquiera se me ocurrió preguntar cual sería mi salario, cosa que nunca se debe hacer. La cuestión es que aquella tarde sufrí una  nueva decepción. ¡Closas no sería mi galán si no el director de la obra! Mi papel era, de nuevo, el de la mala, la amante, es decir “la segunda”, pero  eso no me molestaba.  Lo mejor  era que tendría la oportunidad de ser la antagonista de una de las actrices que más admiraba en esos momentos, Lola Herrera. Su pequeña y delicada figura, su tierna vena dramática y su versatilidad  me parecían formidables.

Lejos estaba de suponer lo que aquella mujer me haría sufrir.

Desde el comienzo de los ensayos algo andaba mal entre la diva y el director, aún más divo. El carácter de Alberto no se podía catalogar ni remotamente como dulce y controlado. De hecho sus indicaciones estaban llenas de palabras como ”¡joder!”, “esto es una mierda” o “¿en qué coño estás pensando?”, es decir que más que obedecer sus órdenes lo mejor intentar leer su pensamiento  para intentar anticiparse sus indicaciones y así evitar irritarle. Aunque sus correcciones estaban llenas de razón, la forma de expresarlas era bastante brutal. Como ya dije antes, era y se comportaba como un "gran divo". 

Pero por alguna desconocida razón ambos congeniamos desde el primer momento y para mí nunca hubo una voz altisonante. Parece que eso ya comenzó a molestar a Lola Herrera y a su compañero en la vida y primer actor de la función Manuel Tejada, al cual Closas, no  considerándole  en absoluto un verdadero galán, atosigaba sin clemencia.

Los ensayos se sucedían cargados de tensión,  hasta que llegó el punto de eclosión. Por desgracia fui yo, sin quererlo, el detonante. En medio del momento clímax de la obra, en la escena en que el trío amoroso que formábamos en la ficción Lola, Manuel y yo nos debatíamos en un  ingenioso maremágnum de encuentros y desencuentros, reproches y mentiras, se oyó la atronadora voz del director gritando, “¡ya está bien! ¿Es que no tenéis idea de lo que es la alta comedia? Pues bastaría con que os fijarais en la señorita Farr.” Eso fue lo peor que podía haberme pasado. Aquellas desafortunadas palabras me buscaron la animadversión de la pareja protagonista.

Al día siguiente, faltando tan solo diez para el estreno, Alberto Closas renunció a la dirección, supongo que considerando sus esfuerzos inútiles, y Ramón Ballesteros ocupó su lugar. Es decir, simbólicamente, pues ya no hubo más correcciones o indicaciones, ni para bien ni para mal.

El viernes 19 de Mayo se estrenó en el Teatro Club aquella obra, El amor propio, de Marc Camoletti, con un reparto compuesto por Lola Herrera, Manuel Tejada, Marta Puig, Pedro Valentín, Mariluz Olier, Antonio Cerro y una Yolanda Farr  tratada por la cabecera de cartel con un desprecio que nunca había sufrido y por fortuna nunca volvería a soportar.

Manolo Tejada y yo.                                                        Antonio Cerro y yo
Fotos tomadas por  Manuel Martínez durante el ensayo general   
Las funciones se convirtieron para mí en travesías de hora y media por el infierno. Cada día era víctima de algún desmán. Cuando había una entrevista radial ni se me convocaba ni se me mencionaba en ella. Los periodistas jamás llegaban a atravesar la alambrada de púas con la que habían rodeado mi camerino. Y lo peor era que, aquella diva con la que tenía mis más importantes momentos, contraviniendo todas las leyes teatrales, me trataba en escena como si yo fuese un holograma. Tejada, a instancias de Lola, entraba con frecuencia en mi camerino para darme,  de malos modos, alguna absurda corrección. Los otros actores  que participaban en la obra me contaban como los "amos" de la compañía lanzaban, fuera del teatro, comentarios calumniosos contra mí; que si era impuntual, que si salía a escena con las medias rotas, que si no me lavaba el pelo, acusaciones tan absurdas que causaban auténtica indignación en los que me conocían. Si de algo tenía yo fama en el ambiente  teatral era de disciplinada, elegante y pulcra. Pero una tarde la cosa se volvió en verdad intolerable.

Miguel Picazo
Miguel Picazo, el inolvidable artífice de la película  La tía Tula, me había ofrecido un  papel de continuidad en una serie televisiva que estaba dirigiendo. El compaginar TV o cine con el teatro era algo muy frecuente en la profesión, siempre presionada por los a veces tan largos impases entre trabajo y trabajo. La cosa es que, cada mañana a las 7, yo debía estar en el salón de maquillaje de Televisión Española y cada tarde a las 5 me ponían un coche de producción para que pudiera llegar con tiempo sobrado a las representaciones. Esto último fue una deferencia de Picazo, ese hombre maravilloso,  de cuya amistad disfruté  durante largo tiempo. A mis jóvenes años y con excelente preparación física aquel doblete estaba para mí “chupao”, como se dice por estos lares.

Sentada ya en mi camerino del teatro y arreglándome para la función, una tarde sentí abrirse la puerta con brusquedad y escuché, desde el umbral, a Manuel Tejada, el “mensajero real”, lanzarme con tono destemplado estas palabras: “¡esto no puede seguir así! Llegas al teatro con “cara de culo” y las facultades mermadas. Eso está perjudicando no solo a tu trabajo, si no al resultado total de la obra. Has bajado muchísimo el tono y la intensidad de tu interpretación, lo que obliga a Lola a esforzarse intentando recuperar el ritmo en sus escenas contigo. O dejas la televisión o se te despedirá de la compañía.” Y con un portazo tan violento que tuvo “efecto bumerang” puso broche final a su perorata. Yo me quedé  petrificada.  Los rostros descompuestos de los compañeros que iban entrando en mi camerino y sus indignados comentarios me fueron sacando del trance. Por supuesto lo habían oído todo.

Marta Puig y Pedro Valentín. Fotos Cabrera
“Esto es increíble, son celos”, decía Mariluz Olier, “no hagas puto caso, lo que dice es pura falsedad”, afirmaba Antonio Cerro mientras mis encantadores amigos Marta Puig y Pedro Valentín, abrazándome  exclamaban “si se les ocurre despedirte nosotros también nos vamos.” En fin que sin sospecharlo “los jefes” habían provocado un mini “alzamiento del 2 de Mayo”, solo que en este caso no era contra los franceses sino contra la absurda injusticia que cometían dos personas cuya aversión hacía mí era obvia e incomprensible.   

Sin duda alguna, Lola era una importante figura, una gran actriz y encarnaba a la perfección el papel de aquella elegante y culta mujer que, con ingenio y educación, se enfrentaba a la casquivana amante de su marido. ¿Qué sombra podía hacerle una actriz novata en España, a pesar de las buenas críticas que hubiera recibido en el estreno? Como empresarios ¿no consideraban ideal que todos los miembros de la compañía fuesen brillantes y celebrados? ¿Era posible que el exabrupto de Alberto Closas durante los ensayos, admitamos que muy exagerado, hubiera herido tanto el orgullo de la Herrera?


El caso es que sacando fuerzas de flaqueza, me dirigí al camerino de la diva para hablar con ella del asunto. “Lola, quiero que me digas qué pasa conmigo”. Solo pude llegar hasta ahí pues con esa increíble frialdad que era capaz de impartir a su voz, sin dirigirme ni una mirada me soltó esta frase: “a mí no me digas nada. Si tienes alguna queja dirígete al director o al primer actor”. Es decir que no había comunicación posible. Aquello no tenía arreglo. Así que mis últimas palabras fueron, “a partir de este momento me despido de la compañía. Te lo notifico con las  dos semanas prescritas por ley.”

Lola Herrera, Antonio Cerro
yo y Manolo Tejada.
Foto Manuel Martínez.

Los siguientes  días de espera fueron espantosos, aunque al menos las visitas de Tejada a mi camerino cesaron. No veía el momento de abandonar aquel teatro Club al que con tanta ilusión me había dirigido poco tiempo  atrás. Pero el problema era que  las jornadas pasaban y no había señal alguna de que mi sustituta hubiese comenzado a ensayar. Cuando faltaban escasos días para que se cumpliera el plazo que les había dado, recibí una satisfacción impagable: Tejada me suplicó que les concediera una prórroga pues no encontraban a la “actriz adecuada”. Entonces me dí el gusto   de concederle una semana más. “Una semana, solo una semana improrrogable, Manolo”, afirmé.

Lo que sucedía era que, conocedores de la inicua actitud de la pareja hacía mí, nadie quería contratarse con ellos. De nuevo en mi vida comprobaba aquello de que “en el pecado está la penitencia”.

Una semana después mi tortura terminó. Ana Marzoa, recién llegada de su patria, Argentina, sin duda con  más necesidades de trabajo que yo, aceptó el papel. Pero su permanencia en la compañía no fue larga. También acabó despidiéndose. Sin duda el mal ambiente reinante le fue insoportable.

Lola Herrera
Nunca más se me volvió a plantear la posibilidad de trabajar con Lola Herrera, por fortuna,  pues no me ha gustado jamás rechazar un trabajo. ¡Y vaya si lo hubiera hecho!

Manuel Tejada
Manolo Tejada y ella rompieron sus relaciones sentimentales un tiempo después y Lola continuó en solitario una exitosa carrera.

Manolo sobrevive en esta profesión, arrepentido sin duda por la forma en que se comportó conmigo ya que, cuando hemos coincidido en algún acto me mira con ojos de carnero degollado e intenta infructuosamente establecer  una conversación. No volví a dirigirle la palabra. Lo siento. Hay cosas que no se pueden olvidar ni perdonar.

Y hasta aquí esta historia de cómo el divismo mal entendido puede transformar a  una mujer con indiscutible talento, en un ser  insoportable.

Necrológica.
Tomás Picó
 El actor y director Tomás Picó ha fallecido  de un linfoma en Tarifa, Andalucía,  lugar que escogió para fijar su residencia en el año 1995. Allí desarrolló una importante labor sociocultural, montando un taller de teatro y poniendo en pie numerosas funciones. Había debutado en el Teatro Eslava el año 1960 y en su haber consta un abultado número de películas y obras de teatro. Durante 10 años vivió  y trabajó con éxito en Italia, tanto en cine como en teatro, etapa de su vida que nunca olvidó.
Pero todo esto es hojarasca.
A los 73 años ha muerto en Tarifa un  amigo íntimo, un ser tan bello como entrañable con el cual compartimos Jesús y yo varios hermosos años de nuestra vida.  Su benévolo carácter, su hospitalidad y su espíritu universal lo convertían en un ser enormemente cálido.  Su sentido del humor, en  el compañero ideal para risas y fiestas. Su clásica belleza,  en una auténtica delicia para la vista. Y hasta aquí llego. Cuando algo duele tanto  solo  el homenaje del silencio y el eterno recuerdo tienen valor.
Pronto Tomás Picó entrará en mi blog y lo conoceréis como el joven vital y alegre que enamoraba a todos los que le rodeaban.


Próximo capítulo. Cuando una puerta se cierra un portalón se abre.



3 comentarios:

  1. Infelizmente en esta profesión, la envidia y el divismo tienen una gran cuota. Pero tú, mi querida Yolanda que ya no eres una veinteañera, continúas linda! Eso solo lo da una vida de buenagentía y generosidad como la tuya. Te sigo con atención, un saludo!

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  2. A VECES SOBRE TODO EN LA FICCIÓN,OCURREN COSAS QUE PARECEN REALIDAD, YA QUE LA VIDA ES TAMBIÉN UNA OBRA DE TEATRO QUE SOLEMOS INTERPRETAR MALOS ACTORES ADEMAS SIN PAPELES DETERMINADOS O SEA A LO QUE VAYA SALIENDO.

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  3. Lola Herrera es una gran actriz, gran dama de la interpretación y con mucho éxito. Y usted, ¿dónde trabaja ahora mismo?

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