Al llegar a Madrid, el primero de abril de 1972, tras el malogrado proyecto teatral con José María Rodero, me esperaban un par de experiencias importantes. En primer lugar la “comuna” se desmembraba sin remedio. Pepe Escarpanter había contraído matrimonio con Gina y vivían, desde hacía unos días, en otro apartamento, por aquello de que “el casado, casa quiere”. Del todo comprensible. Pero, para más inri, Carlitos Álvarez iba a recibir a su novia la próxima semana y el proceso sería el mismo. Así que el resto de los comuneros, Carlos Rodríguez, Álvaro Marrero, Jesús y yo nos vimos forzados a lanzamos en busca de unos alojamientos BBB, es decir buenos, bonitos y baratos, ya que debíamos dejar la casa al finalizar el mes corriente. Los “asiduos” tendrían que repartirse o jubilarse, pues los tiempos de “vino y rosas” iban a desaparecer y con ellos una época de algarada juvenil que nunca se volvería a repetir.
Los que quedábamos en convivencia, con el corazón encogido, no podíamos evitar que en los momentos más insospechados, al cruzarnos en el pasillo o al compartir las tareas culinarias, el repentino surgir de una lágrima o un sollozo nos fundiera en un abrazo. Eran muchos los ratos buenos y malos, muchas las experiencias vividas en esos improvisados saraos, con la complicidad de aquella inefable y enorme copa de cristal llena de coñac. Todo muy emotivo y triste.
Foto Jesús Alcántara |
Al llegar a Madrid, el primero de abril de 1972, tras el malogrado proyecto teatral con José María Rodero, me esperaban un par de experiencias importantes. En primer lugar la “comuna” se desmembraba sin remedio. Pepe Escarpanter había contraído matrimonio con Gina y vivían, desde hacía unos días, en otro apartamento, por aquello de que “el casado, casa quiere”. Del todo comprensible. Pero, para más inri, Carlitos Álvarez iba a recibir a su novia la próxima semana y el proceso sería el mismo. Así que el resto de los comuneros, Carlos Rodríguez, Álvaro Marrero, Jesús y yo nos vimos forzados a lanzamos en busca de unos alojamientos BBB, es decir buenos, bonitos y baratos, ya que debíamos dejar la casa al finalizar el mes corriente. Los “asiduos” tendrían que repartirse o jubilarse, pues los tiempos de “vino y rosas” iban a desaparecer y con ellos una época de algarada juvenil que nunca se volvería a repetir.
Los que quedábamos en convivencia, con el corazón encogido, no podíamos evitar que en los momentos más insospechados, al cruzarnos en el pasillo o al compartir las tareas culinarias, el repentino surgir de una lágrima o un sollozo nos fundiera en un abrazo. Eran muchos los ratos buenos y malos, muchas las experiencias vividas en esos improvisados saraos, con la complicidad de aquella inefable y enorme copa de cristal llena de coñac. Todo muy emotivo y triste.
Jesús y yo barajábamos la
posibilidad de tomar un apartamento grande para poder traer con nosotros a mi
familia pero mi querido padre, con esa humanidad e inteligencia que siempre le
habían caracterizado, nos convenció de que siguiéramos en pisos separados,
“pero eso sí, muy cerquita, Yolincita”. Ellos sabían que nuestra
ajetreada vida no compaginaba con la de ellos, tranquila y
ordenada. Sin duda estaban en lo cierto. Por fortuna, tras pocos días de
búsqueda encontramos una vivienda muy adecuada, de alquiler moderado, dos
dormitorios, un amplio salón comedor, una cocina, un baño y una radiante luz
que entraba por grandes ventanales. Lo más maravilloso, y que tanto había
echado de menos en la “comuna”, era que el edificio contaba con agua caliente y calefacción central. Todo un
lujo. Para más fortuna el lugar estaba a poca de distancia de ellos,
en la calle Virgen del Sagrario. Lo único malo de la situación era que los gastos se
iban a incrementar bastante, pero la juventud y el conocimiento de nuestros
valores nos hacía afrontar el futuro sin demasiada inquietud. Dios proveería y
nosotros lo aprovecharíamos.
Y efectivamente parecía que Dios iba a proveer. No había pasado más de una semana desde mi regreso cuando mis representantes, Mari Carmen Calleja y Antonio Collado, me comunicaron que Alberto Closas me solicitaba para su próxima producción. Yo estaba exultante. Desde mi adolescencia había admirado a ese galán de voz profunda, potente y embrujadora, algunas de cuyas películas viera, conmovida y hasta enamoriscada, allá en Cuba. Trabajar con él en Madrid sería tan importante como el frustrado estreno con Rodero en A dos barajas. Era una justa compensación.
Alberto Closas |
Y efectivamente parecía que Dios iba a proveer. No había pasado más de una semana desde mi regreso cuando mis representantes, Mari Carmen Calleja y Antonio Collado, me comunicaron que Alberto Closas me solicitaba para su próxima producción. Yo estaba exultante. Desde mi adolescencia había admirado a ese galán de voz profunda, potente y embrujadora, algunas de cuyas películas viera, conmovida y hasta enamoriscada, allá en Cuba. Trabajar con él en Madrid sería tan importante como el frustrado estreno con Rodero en A dos barajas. Era una justa compensación.
Lejos estaba de suponer lo
que aquella mujer me haría sufrir.
Desde el comienzo de los
ensayos algo andaba mal entre la diva y el director, aún más divo. El carácter
de Alberto no se podía catalogar ni remotamente como dulce y controlado. De hecho sus
indicaciones estaban llenas de palabras como ”¡joder!”, “esto es una mierda” o
“¿en qué coño estás pensando?”, es decir que más que obedecer sus órdenes lo mejor intentar leer su pensamiento para intentar anticiparse sus indicaciones y así evitar
irritarle. Aunque sus correcciones estaban llenas de razón, la forma de
expresarlas era bastante brutal. Como ya dije antes, era y se comportaba como un "gran divo".
Pero por alguna desconocida razón ambos congeniamos desde el primer momento y para mí nunca hubo una voz altisonante. Parece que eso ya comenzó a molestar a Lola Herrera y a su compañero en la vida y primer actor de la función Manuel Tejada, al cual Closas, no considerándole en absoluto un verdadero galán, atosigaba sin clemencia.
Pero por alguna desconocida razón ambos congeniamos desde el primer momento y para mí nunca hubo una voz altisonante. Parece que eso ya comenzó a molestar a Lola Herrera y a su compañero en la vida y primer actor de la función Manuel Tejada, al cual Closas, no considerándole en absoluto un verdadero galán, atosigaba sin clemencia.
Los ensayos se sucedían cargados
de tensión, hasta que llegó el
punto de eclosión. Por desgracia fui yo, sin quererlo, el detonante. En
medio del momento clímax de la obra, en la escena en que el trío amoroso que
formábamos en la ficción Lola, Manuel y yo nos debatíamos en un ingenioso maremágnum de encuentros y
desencuentros, reproches y mentiras, se oyó la atronadora voz del director
gritando, “¡ya está bien! ¿Es que no tenéis idea de lo que es la alta comedia?
Pues bastaría con que os fijarais en la señorita Farr.” Eso fue lo peor que
podía haberme pasado. Aquellas desafortunadas palabras me buscaron la animadversión de la pareja protagonista.
Al día siguiente, faltando
tan solo diez para el estreno, Alberto Closas renunció a la dirección, supongo
que considerando sus esfuerzos inútiles, y Ramón Ballesteros ocupó su lugar. Es
decir, simbólicamente, pues ya no hubo más correcciones o indicaciones, ni para
bien ni para mal.
El viernes 19 de Mayo se
estrenó en el Teatro Club aquella obra, El
amor propio, de Marc Camoletti, con un reparto compuesto por Lola Herrera,
Manuel Tejada, Marta Puig, Pedro Valentín, Mariluz Olier, Antonio Cerro y una
Yolanda Farr tratada por la cabecera de
cartel con un desprecio que nunca había sufrido y por fortuna nunca
volvería a soportar.
Manolo Tejada y yo. Antonio Cerro y yo Fotos tomadas por Manuel Martínez durante el ensayo general |
Miguel Picazo |
Sentada ya en mi camerino
del teatro y arreglándome para la función, una tarde sentí abrirse
la puerta con brusquedad y escuché, desde el umbral, a Manuel Tejada, el “mensajero real”, lanzarme con tono destemplado estas palabras: “¡esto no puede seguir así! Llegas al
teatro con “cara de culo” y las facultades mermadas. Eso está perjudicando no
solo a tu trabajo, si no al resultado total de la obra. Has bajado muchísimo el
tono y la intensidad de tu interpretación, lo que obliga a Lola a esforzarse
intentando recuperar el ritmo en sus escenas contigo. O dejas la televisión o
se te despedirá de la compañía.” Y con un portazo tan violento que tuvo “efecto
bumerang” puso broche final a su perorata. Yo me quedé petrificada. Los rostros descompuestos
de los compañeros que iban entrando en mi camerino y sus indignados comentarios
me fueron sacando del trance. Por supuesto lo habían oído todo.
“Esto es
increíble, son celos”, decía Mariluz Olier, “no hagas puto caso, lo que dice es
pura falsedad”, afirmaba Antonio Cerro mientras mis encantadores amigos
Marta Puig y Pedro Valentín, abrazándome exclamaban “si se les
ocurre despedirte nosotros también nos vamos.” En fin que sin sospecharlo “los
jefes” habían provocado un mini “alzamiento del 2 de Mayo”, solo que en este
caso no era contra los franceses sino contra la absurda injusticia que cometían
dos personas cuya aversión hacía mí era obvia e incomprensible.
Marta Puig y Pedro Valentín. Fotos Cabrera |
Sin duda alguna, Lola era una importante
figura, una gran actriz y encarnaba a la perfección el papel de aquella elegante
y culta mujer que, con ingenio y educación, se enfrentaba a la casquivana
amante de su marido. ¿Qué sombra podía hacerle una actriz novata
en España, a pesar de las buenas críticas que hubiera recibido en el
estreno? Como empresarios ¿no consideraban ideal que todos los miembros de la
compañía fuesen brillantes y celebrados?
¿Era posible que el exabrupto de Alberto Closas durante los ensayos, admitamos
que muy exagerado, hubiera herido tanto el orgullo de la Herrera?
Lola Herrera, Antonio Cerro yo y Manolo Tejada. Foto Manuel Martínez. |
Los siguientes días de espera fueron espantosos, aunque al menos las visitas de Tejada a mi camerino cesaron. No veía el momento de abandonar aquel teatro Club al que con tanta ilusión me había dirigido poco tiempo atrás. Pero el problema era que las jornadas pasaban y no había señal alguna de que mi sustituta hubiese comenzado a ensayar. Cuando faltaban escasos días para que se cumpliera el plazo que les había dado, recibí una satisfacción impagable: Tejada me suplicó que les concediera una prórroga pues no encontraban a la “actriz adecuada”. Entonces me dí el gusto de concederle una semana más. “Una semana, solo una semana improrrogable, Manolo”, afirmé.
Lo que sucedía era que,
conocedores de la inicua actitud de la pareja hacía mí, nadie quería contratarse con
ellos. De nuevo en mi vida comprobaba aquello de que “en el pecado está la penitencia”.
Una semana después mi
tortura terminó. Ana Marzoa, recién llegada de su patria, Argentina, sin duda con más necesidades de trabajo que yo, aceptó el
papel. Pero su permanencia en la compañía no fue larga. También acabó
despidiéndose. Sin duda el mal ambiente reinante le fue insoportable.
Lola Herrera |
Manuel Tejada |
Manolo sobrevive en esta
profesión, arrepentido sin duda por la forma en que se comportó conmigo ya que,
cuando hemos coincidido en algún acto me mira con ojos de carnero degollado e
intenta infructuosamente establecer una conversación. No volví a
dirigirle la palabra. Lo siento. Hay cosas que no se pueden olvidar ni
perdonar.
Y hasta aquí esta historia de cómo el divismo mal entendido puede transformar a una mujer con indiscutible talento, en un ser insoportable.
Necrológica.
Tomás Picó |
Pero todo esto es hojarasca.
A los 73 años ha muerto en Tarifa un amigo íntimo, un ser tan bello como entrañable con el cual compartimos Jesús y yo varios hermosos años de nuestra vida. Su benévolo carácter, su hospitalidad y su espíritu universal lo convertían en un ser enormemente cálido. Su sentido del humor, en el compañero ideal para risas y fiestas. Su clásica belleza, en una auténtica delicia para la vista. Y hasta aquí llego. Cuando algo duele tanto solo el homenaje del silencio y el eterno recuerdo tienen valor.
Pronto Tomás Picó entrará en mi blog y lo conoceréis como el joven vital y alegre que enamoraba a todos los que le rodeaban.
Próximo capítulo. Cuando una puerta se cierra un portalón se abre.
Infelizmente en esta profesión, la envidia y el divismo tienen una gran cuota. Pero tú, mi querida Yolanda que ya no eres una veinteañera, continúas linda! Eso solo lo da una vida de buenagentía y generosidad como la tuya. Te sigo con atención, un saludo!
ResponderEliminarA VECES SOBRE TODO EN LA FICCIÓN,OCURREN COSAS QUE PARECEN REALIDAD, YA QUE LA VIDA ES TAMBIÉN UNA OBRA DE TEATRO QUE SOLEMOS INTERPRETAR MALOS ACTORES ADEMAS SIN PAPELES DETERMINADOS O SEA A LO QUE VAYA SALIENDO.
ResponderEliminarLola Herrera es una gran actriz, gran dama de la interpretación y con mucho éxito. Y usted, ¿dónde trabaja ahora mismo?
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