sábado, 23 de febrero de 2013

Instantánea 64 - Bolos de ida y vuelta y algunas “verduras”. (1ª parte).




 Bolos de ida y vuelta y algunas verduras.

Durante la semana que le había ofrecido de plazo a Cecilio Valcárcel para darle una respuesta y viendo que nada nuevo surgía para mí en la profesión,  lancé a dos “detectives” con el encargo de que me averiguaran quién era en realidad ese estrafalario ser; a Gianini, el “Representante de Artistas” que había sido mi ángel protector durante casi un año y que seguía siendo mi amigo,  y a mi compañero de la gira Pepe Hervás. Para mi sorpresa, por ambos lados me llegó una información tranquilizadora. Valcárcel era un individuo dedicado al teatro desde el año 50. En un principio había sido un director muy respetado en Madrid, montando obras de prestigio con importantes actores. Incluso llegó a crear un grupo llamado Teatro del Arte.  Pero a mediados de los sesenta el hombre se perdió  entre una selva de ausencias, silencios y sombras impenetrables. Algunos lo achacaron a conflictos sexuales, otros a graves desavenencias con el régimen, llegando a especularse sobre una depresión y un intento de suicidio  que lo habían convertido en lo que ahora era; un personaje maldito al que todos rechazaban y del que la profesión huía.

Cecilio Valcárcel y yo en Un sereno debajo de la cama

La cuestión es que, pese al nefasto título de la obra, Un sereno debajo de la cama, acepté su oferta. Los ensayos transcurrieron sin novedades. Puesto que se precisaba un primer actor, recomendé, y fue aceptado, a Pepe Hervás, quién también estaba parado. Así los papeles principales estaban bien cubiertos. Pastora Peña, la "genérica", había sido una actriz muy solicitada y seguía siendo una gran cómica. Su hija, Pastora Mejías, que hacía la "damita", cumplía su cometido y, para sorpresa de todos, Cecilio, que se adjudicó el papel de sereno, construyó un personaje, basado principalmente en su estrafalario físico, que resultó de una tremenda eficacia. Tan solo verle entrar en escena con el “chuzo” típico de su oficio en la mano provocaba hilaridad en el público.


( En aquellos tiempos el sereno era un empleado  del ayuntamiento encargado de velar por la paz nocturna y, sobre todo de abrir esos portales que, a partir de las diez de la noche, permanecían  cerrados por obligación. Ya que muchos de los moradores de la ciudad, siendo solo realquilados o huéspedes, no poseían las llaves de los mismos, este personaje, gracias a una propina, se encargaba de su apertura. Durante muchos años fueron notorios los gritos en la noche madrileña  de, “¡sereno!” y las más o menos raudas respuestas de “¡va!”. El chuzo era una especie de larga porra, única arma que  portaban para  su protección y con la que amedrentaban a los pusilánimes cacos de aquella época).

El 10 de mayo del 1970 debutamos en el teatro Cervantes de Málaga. ¡Nada más y nada menos que en Málaga, donde residía la familia de Jesús que, muchos meses atrás, nos había “desheredado”!  Pensar que me verían trabajar por primera vez en una obra con tan poca clase me provocaba un gran desasosiego. 
Con la familia de Jesús.
De izquierda a derecha su hermana Meli, su madre Carmen, su hermano Salvador, Jesús, yo y Jesús padre.
Ellos ya me conocían personalmente, gracias a una visita que les había hecho algún tiempo atrás, y confieso que me  había sorprendido  encontrarme con una familia compuesta por seres tan auténticos como su madre, Carmen, tan sensibles como su hermana Melita, tan tiernos como su hermano menor, Salvador y con  un hombre de una generosidad  insospechada como la que demostraba ese patriarca, Jesús padre. Pero de esos asuntos familiares hablaré en otro momento.

La cuestión es que, plaza donde trabajábamos, público satisfecho y hasta, para mi sorpresa, buenas críticas. Tal era el éxito de Un sereno... que, aunque llevábamos otra función de Antonio Paso, Cómo conquistar al marido, tan solo la pudimos representar dos veces en todo el tiempo que duraron los bolos, pues los empresarios pedían "esa otra divertida en que sale un sereno con un chuzo y la actriz enseña las piernas".   

El hecho de que actuáramos con el sistema de un día aquí y días más tarde allá, no era un problema para mí. Las idas eran suficientes como para cubrir las necesidades económicas y las constantes vueltas me permitían regresar a los brazos de Jesús y al gozoso ambiente de la “comuna”.

En los seis meses que estuve en la compañía muchas cosas sucedieron, algunas divertidas y otras  desastrosas. La "damita" fue sustituida dos veces. Alberto Crespo, el “galancete” que inició con nosotros la gira tuvo una gran discusión con Cecilio y se largó, dejándonos colgados para la próxima fecha que era tan solo tres días después. Entonces apareció en nuestra vida Cesáreo Estévanez. Cuando nos lo presentaron Pepe Hervás y yo casi morimos del susto. ¡Era totalmente tartamudo! Hicimos un par de ensayos con el corazón en un puño.  En la destartalada ranchera de Cecilio, que era el medio de transporte de toda la compañía (siete personas apiñadas en los asientos y el escaso decorado en el maletero y en la baca), fuimos hasta Valencia repasando el texto con el debutante.  Todo lo cual hizo aún más tremenda la sorpresa de ver que, en el momento de subirse al escenario,  su tartamudez había desaparecido y que su actuación resultase estupenda. Uno de los milagros del teatro.

La llegada a las ciudades o pueblos era  digna del  cine de los Hermanos Marx. Debía ser un espectáculo para los viandantes ver bajarse de ese vehículo, que sin duda era de goma, a siete figuras con sus correspondientes bolsas de mano y tras eso advertir como se descargaba de la baca un paquete conteniendo un telón de fondo y los  forillos,  el bastidor de una cama y un colchón. Ese era todo el decorado que transportábamos. El resto de la utilería, unas sillas, una mesita y algunos adornos, se buscaban en la plaza, ya pidiéndolo prestado a cualquiera de los organizadores. o  yendo de casa en casa solicitando ese original préstamo. Y de todo esto se ocupaba nuestro regidor y “chico para todo”, un señor de Tudela llamado Pedro, un amante del teatro dispuesto a pasar por cualquier vicisitud con tal de estar en ese adictivo ambiente.

Y fue gracias a él que logramos solucionar el mayor problema que surgió durante la gira.

José Hervás, Cecilio Valcárcel, yo y
nuestro "chico para todo" Pedro.
Una tarde, hallándonos ya todos en el teatro y el "casi decorado" montado, nos dimos cuenta de que no habíamos visto a Valcárcel desde nuestra llegada. Como la hora de la función se acercaba y el teatro estaba todo vendido, nos lanzamos en pleno a buscarle. Inutilmente. Cuando, ya desesperados, acudimos a la comisaría de policía nos comunicaron que el hombre estaba detenido. Lo habían pillado en las afueras del pueblo, dentro de su ranchera y  en situación muy comprometida con un joven de la localidad. Por más que rogamos su liberación, con nuestras más depuradas actitudes histriónicas, nos aseguraron que hasta al menos el día siguiente no lo iban a soltar. Entonces le dijimos al desagradable policía que nos atendía que tendríamos que suspender la representación, ya que Cecilio era el protagonista. La respuesta fue apabullante; “pues incurrirán ustedes en escándalo público, con multa y encarcelamiento incluido. No se puede suspender un acto sin notificarlo a la comandancia veinticuatro horas antes”: El tío ni siquiera intentaba disimular la satisfacción que esto le provocaba.

Salimos de allí sumidos en la más tremenda angustia, ¿qué íbamos a hacer?  De pronto, la voz de Pedro nos sacudió como un rayo; “yo me sé la obra de pe a pa. Yo puedo hacer  del sereno.” Y así fue. Bueno, casi fue. No quiero recordar esa noche. Por supuesto Pedro no se sabía la obra  ni por asomo y nos pasamos toda la función diciendo parte de sus textos y empujándolo con disimulo para que estuviese en la posición adecuada. Pero salimos del apuro, en este caso gracias a uno de esos forofos del teatro que, por aquellos días, aún se encontraban. No quiero ni pensar que opinaría el público y el gerente del local pero no hubo que echar el telón. Otro milagro teatral.

La moral del grupo se fue deteriorando a partir de ese momento. Ya no nos fiábamos de Cecilio Valcárcel.




Mientras estuvimos en su compañía pudimos decir, remedando al Tenorio, "yo a los castillos subí, yo a las cabañas bajé..." Hoy estábamos en importantes ciudades como Bilbao o Vitoria y dos días después en pueblos que ni siquiera figuraban en el mapa. Lo mismo actuábamos en grandes  salas del prestigio del Principal de Valencia o el Álvarez Quintero de Sevilla que en antros que eran lo menos parecido a  teatros, como aquella vez que hicimos la función en los escasos dos metros que quedaban delante de la pantalla del único cine del pueblo. En otra inolvidable ocasión, al no disponer de camerinos el local de turno, hubimos de cambiarnos en un pajar cercano de donde salimos rabiando  por los picores que nos produjo el maldito "piojo de las gallinas". La consecuencia fue una semana de antihistamínicos y alcohol alcanforado.

Tras casi seis meses de bolos, agotada de tanta ida y vuelta y tanta desorganización me despedí y conmigo lo hicieron Hervás y Cesáreo, por lo que la compañía se disolvió.   Los tres habíamos llegado a la conclusión de que mientras estuviésemos fuera de Madrid nadie nos iba a contratar para futuros montajes, por lo tanto, a pesar de los insistentes ruegos de nuestro director y primer actor, abandonamos la empresa. (Poco tiempo más tarde yo volvería a ser objeto de las urgencias de Cecilio Valcárcel y su Un sereno debajo de la cama)

El regreso a la comuna fue gratificante para mí. Las anécdotas se sucedían y tanto las nuevas como el recuerdo de las ya vividas, alimentaba cada día el fuego de nuestra felicidad.  Anécdotas, a veces algo verdes,  como las que pasaré a contar  en el próximo capítulo.

y ahora, algunas “verduras”. (Segunda parte).

3 comentarios:

  1. Super interesante! Creo que el actor necesita hacer este tipo de giras, cuando se representa siempre en el mismo teatro se crea una especie de círculo vicioso porque las expectativas son siempre las mismas, tal vez porque existe “un público” habitual y conocedor. Lo realmente incomparable acontece en las giras por parajes insospechados.

    ResponderEliminar
  2. Pienso lo mismo Tenchy. Y los espectadores de esos parajes. En Cuba, que yo recuerde no habia esta tradicion. Siempre vi en peliculas las giras de grupos' de teatro, companias musicales, etc. y yo pensaba, ...si fuera aqui asi, en Ciego de Avila pudieramos ver mas teatro y musica. Habia que ir a La Habana para ver buenas piezas o conformarse con los teatritos locales donde, cuando salia alguien mas o menos bueno se iba a la capital.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bueno, en Cuba sí existió o existe, por lo menos dos grupos de Teatro que hacían eso. Uno fue el Teatro Extramuros ( mi madre trabajó allí en sus últimos años antes de retirarse y recorrió toda La Habana campo y varias provincias con el grupo. Voy a escribir una entrada en mi Blog al respecto)y estaba además la brigada serrana del Instituto Superior de Arte, compuesta por jóvenes actores, músicos, etc, que hacían teatro por los campos de Cuba. Yo tuve la oportunidad de participar en tres de ellas y puedo decir que fue una experiencia gratificante.

      Eliminar