Yolanda Farr. Foto Jesús Alcántara |
Gustavo
Gustavo era un mocetón hermoso y con una vitalidad
desbordante, muy cubana, que se había
unido en cuerpo y alma al grupo de los “adictos”. Un día
apareció por la “comuna” como invitado y a ella se adhirió con vehemencia. Estudiaba pintura en la
Academia de Bellas Artes San Fernando de Madrid . Tavi, como gustaba ser llamado, era poseedor de
una particular mezcla de sexualidad y candidez que lo hacía encantador. Un
viernes llegó a casa, lleno de entusiasmo, diciendo que había encontrado a
alguien maravilloso, y que ambos habían decidido pasar el fin de semana de
camping-luna de miel. Estaba de tal manera exultante que se podían oler las feromonas
que exhalaba. Sin embargo, el siguiente domingo muy de mañana nos sorprendió tocando a la puerta... Su rostro
entristecido y su actitud apagada nos hizo pensar lo peor. Algo terrible tenía
que haberle pasado durante su aventura campestre. Como era de esperar tan solo tardó unos
minutos en relatarnos lo ocurrido. “Muchachos, estoy muy preocupado. Ya sabéis con
qué entusiasmo inicié esa aventura. Pues bien, el resultado fue nefasto. ¡La
primera noche solo me fue posible completar la faena siete veces seguidas! Eso está
muy por debajo de mi marca, así que, deprimido y avergonzado, volvimos a Madrid
esta mañana. Sin duda, algo muy malo me está ocurriendo.” Y no bromeaba. Estaba
realmente acongojado. Por supuesto todos rompimos a reír con desaforo.
El domingo continuó entre traguitos y consuelos. En un momento determinado nos dijo que necesitaba ir al baño a “cambiarle el agua a los pajaritos” y a su vuelta se me ocurrió hacerle una broma que lo marcó para el resto del tiempo que duró nuestra relación: “Gustavo, espero que hayas tenido cuidado al sacudírtela pues, como habrás advertido, nos tienes el techo del baño todo desconchado”. A partir de ese jocoso momento, todo lo relativo a la potencia y dimensiones de su pene fue para los miembros de la comuna, él incluido, motivo de chanza y exageración. Y quedo apodado, desde entonces, como "rompe techos".
Salmerón
Mi amigo Salmerón, de profesión veterinario, formaba parte de los asistentes a nuestros “saraos nocturnos” y, por su bonita voz y su afición a cantar, era la persona a quien más se oía durante la descarga de canciones que servía de apoteosis a nuestras reuniones.
José María Salmerón y yo |
A pesar de que debía estar a las 6 de la mañana en la empresa de recogida de basuras donde trabajaba hasta que pudiese revalidar su título de veterinaria, era siempre el último en abandonar la casa. Una noche en la que aquella gran "copa de la paz", de la que hablo en mi capítulo anterior, había sido rellenada y vaciada de brandy varias veces, Salme se puso bastante “malito”. Se había pasado con el alcohol y a las 2 de la mañana nos dimos cuenta de que muy difícilmente iba a poder integrarse a su trabajo si no dormía aunque fuese un par de horas. Así que decidimos ponerle en un taxi tras colocar en sus calzoncillos, con el fin de espabilarle, una bolsa de plástico transparente llena de cubitos de hielo. Un rato más tarde, cuando el apartamento dormía el “sueño de los justos”, me despertó el estrépito del timbre del teléfono. Salté de la cama como empujada por los demonios, con el eterno temor a que ese aparato me comunicara malas noticias de mis seres queridos en Cuba. Entonces oí una voz casi irreconocible por la angustia que me decía; “Yolanda, he ido a orinar ¡y se me está cayendo el pellejo de los huevos!” Tardé unos segundos en reaccionar. De pronto se hizo la luz en mi abotagado cerebro. “Tranquilo, amor, no es que se te caiga el pellejo, es la bolsa de plástico que Carlitos y yo te pusimos antes de irte. Estaba llena de hielo que ya debe haberse derretido, ¿no lo recuerdas?” Esto fue motivo de risas compartidas durante muchísimo tiempo.
Escarpanter
(Cuento esta anécdota a consciencia de que a algunas personas les puede resultar irrespetuosa. Conociendo, como conocí a este maravilloso individuo, que en paz descanse, estoy segura de que, tal y como hizo muchas veces, reiría con nosotros ante su ingenuidad de aquellos días.)
Con José Escarpanter |
Una mañana nos extrañó no escuchar su grito de “¡muchachos, el cafecito!”. La puerta de su habitación estaba cerrada y no se abrió por mucho que tocamos en ella. Finalmente decidimos que, para nuestra sorpresa, se había quedado a dormir fuera y cada uno fue encaminándose a su respectivo empleo. Tan solo yo, que en esos momentos estaba entre bolo y bolo con Cecilio Valcárcel, permanecí en la casa.
Un tiempo después oí abrirse la puerta de Escarpanter y hacía allá acudí para saber qué le sucedía. Entonces observé que caminaba hacia la cocina con dificultad y con el rostro descompuesto .“¿Qué te pasa, Pepe, cariño?”, “Nada, Yola, no te preocupes”, fue su contestación. Como no iba a quedarme con una respuesta tan obviamente falsa insistí hasta lograr que me contara la verdad. Y la verdad era que, la noche anterior, había sucumbido a la tentación de tener un desliz. Su acompañante, persona algo viciosilla sin duda, le había instado a ponerse en el pene una capa de la pomada Vick Vaporub, con la pretensión de que aquello le mantendría la erección durante más tiempo. No sé si eso tenía alguna base científica pero el caso es que mi amigo había amanecido con una tremenda y dolorosa inflamación en el prepucio. También en este caso recurrí a la socorrida bolsa de hielo y, por fortuna, en un par de horas su problema estaba solucionado. “¡La primera vez que me "desmadro" y mira lo que me pasa! Es cierto que en el pecado está la penitencia", comentaba más herido en el alma que en el cuerpo. Como era de esperar, al volver el resto de los habitantes de la comuna, Pepe les contó lo sucedido y entre todos convertimos lo que pudo haber tenido malas consecuencias, en un motivo de risas y jolgorio. Así de íntima y sincera era nuestra relación.
Hervás
Carlitos Álvarez, otro "comunero", yo y, a mi izquierda, Pepe Hervás |
El actor José Hervás había sido, durante los seis meses de mi gira teatral con la Segunda Campaña Nacional de Teatro (ver Instantánea 61), uno de mis mejores amigos y desde el retorno a Madrid persona imprescindible en nuestras reuniones nocturnas. Su juvenil sexualidad, algo altamente tabú en aquellos años de férreo control católico, lo hacía proclive a grandes e instantáneos enamoramientos y su poca “cultura alcohólica” lo convertía en víctima fácil de los nefastos efectos etílicos. Por otro lado una joven y agraciada cubanita había comenzado a frecuentar nuestras “reuniones comunales”. Su larga melena negra, esa dulce forma de hablar tan cubana que arrebata los corazones de los extranjeros, y su bonito cuerpo cautivaron desde el principio a mi querido compañero.
Ella era una de las adopciones de Carlos Rodríguez. (Ver Instantánea 60). Recién llegada de Cuba, la había encontrado vagando por las tascas de Arcos de Cuchilleros, sola y asustada, y sin siquiera conocerla, la trajo a casa. Eso no era nada sorprendente ya que mi Carlos siempre ha tenido un corazón que no le cabe en el pecho. Hubo un tiempo en el que le dio por ir al aeropuerto de Barajas para apoyar en todo lo que le era posible a los exiliados cubanos que descendían de los aviones de Cubana de Aviación, aterrados y en la más absoluta miseria.
Hasta tal punto llegaba su generosidad que una noche en la que Jesús tenía pase pernocta en la mili, al volver mi amor y yo del cine a la una de la mañana, hubimos de atravesar el largo pasillo del apartamento sorteando cuerpos de desconocidos, algunos vencidos por el sueño, otros acurrucados y temblorosos, hasta poder llegar a nuestra habitación. Ese día la comuna fue “parada y fonda” para al menos una veintena de cubanos.
Resulta que en Cuba les habían adelantaron un día la salida sin previo aviso, con esa total falta de respeto al individuo que siempre ha caracterizado al gobierno castrista y, ante la imposibilidad de comunicarse con el exterior, los pobres no consiguieron notificar el cambio a los parientes o amigos que les esperaban aquí en España. Ni siquiera los grupos de apoyo, como el creado por El Centro Cubano, (ver Instantánea 41) supieron de la prematura llegada. Es decir que se encontraron abocados a quedarse en el aeropuerto incomunicados hasta la noche siguiente. Naturalmente nadie traía dinero para hacer ni una llamada telefónica. Pero para su fortuna allí estaba Carlitos. Así que casi todos acabaron en nuestra comuna de Fuente del Berro. Aquella noche, de nuestras camas y armarios volaron almohadas, sábanas y mantas con las que pretendíamos aliviar el frío y la incomodidad de esos pobres seres que se arrebujaban por el suelo de toda la casa.
Volvamos a Hervás y a la bonita cubana que lo tenía encandilado. Una noche, al dirigirme a la cocina con el fin de preparar un piscolabis para los presentes, escuché voces en el hall de entrada a la casa. Como sonaban algo alteradas decidí acercarme a la puerta que comunicaba ambos espacios y averiguar qué sucedía. “Vamos, vente conmigo a mi casa”, decía una voz gangosa a causa de los efectos etílicos. “Ya te he dicho que no Pepe, que no”, le contestaba una dulce voz de mujer. “No me puedes hacer eso, cubanita”, dijo de nuevo la voz masculina. “Oye, muchacho, ya está bien. ¡Que no!”. Notando que el tono de la chica iba ganando en intensidad decidí intervenir y entré al hall justo a tiempo para verla acorralada contra la cómoda mientras mi amigo le mostraba desmañadamente un número incontable de preservativos por los que debía haber pagado un dineral, ya que solo se encontraban en el mercado negro. Las farmacias tenían terminantemente prohibido venderlos. “Mira lo bien preparado que vengo”, alegó excitado Hervás. La escena parecía sacada de uno de esos procaces sainetes que caracterizaban al famoso Teatro Shanghai de Cuba, como recordareis, propiedad de mi señora abuela. (Ver Instantáneas 18 y 19) Supongo que harta de presiones, con voz ya desesperada, la muchachita contestó; “¡Que no es eso, socio, que lo que pasa es que soy lesbiana!” a cuya afirmación respondió mi amigo de la forma más surrealista que se pueda uno imaginar; “no importa, bonita, yo no soy racista”. Tan solo gracias a la tensión que en esos momentos se respiraba pude contener una carcajada.
Al día siguiente, cuando comenté a Hervás el suceso me juró, avergonzado, no recordarlo en absoluto. Y es posible pues a veces el alcohol ingerido se evapora en la cabeza formando una impenetrable niebla de olvido. Seguramente lo que le sucedió a mi querido y siempre educado compañero fue un ataque irrefrenable de efervescencias juveniles.
El musical Hair |
Hair
Nuestro Gustavo, "rompe techos”, se nos apareció una noche en compañía de un personaje muy peculiar. Un joven de larga melena rubia ceniza, alto, delgado y con un rostro angelical que daba gusto mirar. Se lo había encontrado en una de sus rondas por el “Madrid la nuit”. Al intentar entablar conversación con él descubrió que tan solo hablaba inglés pero, aún así logró entender que el rubio era artista y que estaba vagando por la ciudad más solo que la una. ¿A dónde llevarlo entonces? ¡Pues a la “comuna”, donde ciertamente sería bien recibido y, al menos conmigo, podría conversar en su idioma y recibir la básica información que necesitaba para desenvolverse por la noche madrileña! Pero realmente la información la recibimos nosotros. No era aquella una noche bendecida por personajes importantes así que, siguiendo el clásico sistema de sentarnos en el suelo formando una rueda y pasándonos la imprescindible copa de brandy, me lancé a la ardua labor de la traducción simultánea. Entonces supe, y comuniqué, que el chico era de Nueva York, que había sido hippie y que en la actualidad trabajaba en un musical llamado Hair. Por supuesto aquello a nosotros nos sonaba muy lejano. La censura, de nuevo la “maldita”, había evitado que en España se conocieran detalles sobre el movimiento hippie, al cual tachaban de sumamente pecaminoso, y tan solo los artistas habíamos oído hablar de aquel musical, Hair, inspirado en ese movimiento juvenil. Y siempre descrito como algo prohibido y demoníaco.
A pesar de que se había estrenado con gran éxito en Broadway en el año 67, y de llevar todo ese tiempo con carteles de no hay billetes, la mayoría los españolitos de a pie que poblaban el país ese 1970, no tenía ni idea de su existencia. Así que aquella noche recibimos importante información sobre ese y otros temas de actualidad.
Básicamente Hair contaba con una hermosa música, unos jóvenes artistas sin inhibiciones y todo giraba alrededor del pacifismo y del repudio a la guerra de Viet Nam. Ya llevábamos una hora de reunión cuando aquel muchachito me dijo de pronto que se sentía muy cohibido con tanta ropa encima, que siendo hippie había descubierto la libertad física y psíquica que le proporcionaba el desnudo integral y que si no nos importaba le gustaría pasar el resto de aquella encantadora velada así, DESNUDO. Hecha la traducción y tras el consentimiento del resto del grupo la noche terminó con una curiosa imagen: un grupo de jóvenes normalmente vestidos entre los que destacaba, con luz propia, un blanco y puro ángel desnudo. Y esto llevado por todos con la mayor naturalidad del mundo. Una nueva experiencia.
A la hora que el muchacho consideró prudencial, nos pidió permiso para vestirse en otra habitación. Decía que hacerlo en público le avergonzaba. Qué curioso. Después se colocó su chaquetón de flecos, se puso su sombrero y se despidió de nosotros lleno de agradecimiento y llevándose algunas direcciones de clandestinos bares exóticos, pues de todo había en ese Madrid indomable. Nunca más volvimos a verle.
Bien, ya conocéis algunos “pecadillos” de aquella panda de entrañables compañeros y amigos a la que me había reintegrado tras las agotadoras, pero instructivas, idas y venidas con la compañía de Cecilio Valcárcel y su Sereno debajo de la cama. (Ver Instantánea anterior)
Durante toda la gira mi información sobre los acontecimientos políticos o artísticos se había circunscrito a lo que Pepe Hervás, devorador diario del periódico matutino, me comentaba.
En marzo, el genial pintor malagueño Pablo Picasso, a pesar de sus reconocidas ideas antifascistas, había donado a la ciudad de Barcelona 900 obras suyas, las cuales estaban comenzando a llegar para alborozo del régimen.
En abril, Paul McCartney anunció la disolución definitiva del grupo “Los Beatles”, causando la desesperación de sus infinitos fans.
En agosto, en la isla de Wight, Gran Bretaña, se había celebrado un apoteósico festival de pop al que acudieron más de 250.000 espectadores. Eran los últimos coletazos de ese movimiento hippie que había contagiado prácticamente al mundo entero.
En septiembre, mientras estábamos trabajando en Valladolid, supimos que Salvador Allende había obtenido, por escaso margen, la victoria en Chile. ¿Qué pasaría ahora en ese contradictorio país?
En cuanto a mi profesión, grandes figuras acaparaban la atención del público y nuevos valores se abrían camino. Camilo Sesto (en esos momentos aún Camilo Sexto, con x) iniciaba su carrera en solitario con un “sencillo” que contenía dos canciones exitosas; Llegará el verano y Sin dirección, abandonando el grupo Los Botines al que había pertenecido.
Alberto Cortez, admirable cantante argentino pero casi constante residente en España, incluía en el LP Cómplices, una de sus más bellas y versionadas canciones; Distancia.
Nino Bravo, con su voz prodigiosa, colocaba en el mercado un autentico hit; Te quiero, te quiero.
Nino Bravo, Alberto Cortez y Camilo Sesto |
Julio Iglesias había participado en el festival de
Eurovisión en el mes de marzo, consiguiendo para España un muy digno cuarto puesto
con la canción, Gwendoline, la que se
escuchaba continuamente y en todos los medios de difusión, llevando al joven y
poco experimentado cantante a la fama.
En el cine, que continuaba con su tónica general de mediocridad, Alfredo Landa, gracias a la película de Ramón Fernández No desearás al vecino del 5º, batía récord de taquilla, Y, como una rosa brotando en medio de un erial, Buñuel rodaba Tristana, con Catherine Deneuve, Fernando Rey y Franco Nero, hermoso producto basado en la novela de Benito Pérez Galdós.
Y en noviembre de ese 1970, al fin, ofrecían a Yolanda Farr la oportunidad de debutar en Madrid con un buen papel y un reparto de primera. Sí señor, aquel mismo año el teatro Maravillas iba a ser el escenario de su “puesta de largo” madrileña.
Yolanda Farr. Foto Jesús Alcántara. |
Necrológica.
Carmen Montejo |
Dos grandes actrices han
muerto en estos luctuosos días. En Méjico, donde residía desde el año 42, Carmen Montejo falleció
el día 25 del presente mes, a los 87 años, esa hermosa mujer nacida en Pinar del Río,
Cuba, pero nacionalizada mejicana. Fue notable su participación en la época de
oro del cine de ese país, así como en teatro y televisión.
María Asquerino |
Y en Madrid, dos días
más tarde, el 27, España se despedía de una de sus más grandes figuras
teatrales; María Asquerino. Aunque fuese considerable también su trabajo en televisión, el
teatro, al que amaba entrañablemente, fue su fuerte durante toda su vida. Hace
poco menos de un año, la última vez que nos vimos, ya estaba muy deteriorada y
segura de su muerte cercana. En el día de hoy, viernes 28, su cuerpo se hallará expuesto hasta la noche en el Teatro Español de Madrid. Sin duda toda la profesión
está con ella en estos momentos.
Próximo Capítulo- Madrid me ama, yo amo a Madrid
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