sábado, 15 de septiembre de 2012

Instantánea 45 - Homenaje a mi Habana






Vista aérea de la La Habana


          ¡Ay, Cuba hermosa,  primorosa,  por qué sufres hoy tanto quebranto!
¡Ay,  Patria mía, quién diría que tu cielo azul nublara el llanto!

Martilleando en  mi cabeza las tan actuales quejas de esta canción de Eliseo Grenet,  Lamento Cubano, por la cual fue expulsado de Cuba durante la dictadura de Machado en los años 30, fui recorriendo, durante días, aquellos lugares de La Habana que tantos recuerdos me traían. Sitios donde habían transcurrido los mejores años de mi vida.


El Capitolio
(Foto cortesía de Eduardo Arias-Polo)
El Centro Gallego
(Foto cortesía de Eduardo Arias-Polo)
El Parque Central y la presencia inevitable y adorable  en él de aquel excéntrico Caballero de París, (el cual, por cierto, no tenía nada de  parisiense), el Capitolio,   lo que quedaba del  Paseo del Prado , el impresionante Centro Gallego...


También estaba la escalinata de la Universidad, escenario de tantas manifestaciones estudiantiles en contra del gobierno (fuese el que fuese), el malecón, flanqueado  por un belicoso mar  y por casas que comenzaban a mostrar un doloroso deterioro, el entronque emblemático  de L y 23 con el Edificio  Odontológico en el cual años atrás triunfaban las salas de teatro Idal y Talía.  También  el gran cine  Radiocentro,  sobre cuya enorme pantalla había visto, en mi infancia,  la primera película en sistema Cinerama  a su espalda el ICR, Instituto Cubano de Radiodifusión y CMQ, única emisora televisiva que funcionaba en Cuba.

Durante mis caminatas  varias veces  intenté entrar en la fabulosa heladería Coppelia,  a cuya inauguración, en junio de 1966, asistiera  "oficialmente invitada".  Allí  se elaboraba un sinfín de helados de los  sabores más imaginativos. Pero,  a causa de las largas colas, en esos momentos era casi imposible acceder. Sobre todo siendo yo  en esos momentos considerada una cubanita más, con todas las limitaciones que eso conllevaba. 

Y dirigiéndose hacia el mar, hacia el hermoso pero  nada fiable cinturón que ceñía la isla, estaba la Rampa.  Bordeando el Hotel Habana Libre  la amplia avenida se deslizaba en suave pendiente, con sus aceras cubiertas de joyas, hacia el Malecón, adornada con grandes mosaicos realizados en cerámica  y empotrados en el suelo, ideados  por los mejores pintores de Cuba; Amelia Peláez,  Raúl Martínez, Wifredo Lam etc.

Rampa arriba, Rampa abajo, evitando por respeto pisar esas obras de arte, pasé muchas horas de aquellos días de rememoraciones, con la terrible dicotomía en mi corazón de querer retroceder el tiempo o adelantarlo hasta que la tristeza que me producía dejar todos esos amados lugares  se mitigase.

     Coppelia                   La Rampa (Foto cortesía de Eduardo Arias-Polo)     Hotel Habana Libre
 

La ruta 30
Interior del cementerio de Colón
Montada en una guagua de la ruta 30, que mis amigos y yo llamábamos “mi limousine”, al pasar por delante de la Necrópolis de Colón, como en más de una vez me bajé para admirar la belleza de tantas y tantas estatuas, mausoleos y criptas cuya grandeza  había hecho que el lugar fuese declarado Monumento Nacional. En su interior el espíritu se llenaba de cualquier sensación  menos  la de la muerte.  Como si de los cuerpos enterrados allí, a pesar de sus antiguos sufrimientos materiales, emanasen tan solo sensaciones de amor y paz.

Cuba era una fabulosa diva,  empeñada inutilmente en ocultar los efectos devastadores de la edad y el descuido. La “Perla de las Antillas” venida a menos.

Lo que queda en estos momentos de la Academia Cima y del cine Metropolitan
Fotos obsequio de Tony Pisani

Las caminatas por los alrededores de mi antigua casa se hacían aún más dolorosas. Mi  academia bilingüe Cima,  destrozada desde que  la habían expropiado, provocando esto que su admirable directora, Mrs. Cima, antes de ser despojada de su reino, se suicidara en su interior. El dominguero cine Metropolitan, desconchado y deteriorado, mi Ateneo de Mariano, fuera de funcionamiento desde la muerte de su director Don Mario Luque, (ver Instantánea 30),  la playa de La Concha y el Coney Island, en absoluta decadencia... Todo, no sé por qué milagro, recuperaba, ante mis postreras miradas, el esplendor de tiempos pasados. Fueron unos días de reencuentros  hermosos.

El Conney Island y la entrada al balneario de La Concha. 1960

Y esta era la razón de todos mis nostálgicos recorridos: Una mañana de diciembre del 1967, llegaba a casa la comunicación de que se  me había concedido,  al fin, el permiso de salida. Así, sin más. Sin una explicación sobre qué había pasado  con aquella supuesta amenaza de “juicio popular”. Tan solo la comunicación de que  debía recoger mi pasaje, ya fechado, en el Consulado de España  en Cuba.
Allí se nos informó, a mi padre y a mí,  que el “señor cónsul”, no se encontraba en Cuba en esos días. Había tenido que viajar a España por motivos personales. ¡Qué casualidad! Nos atendió su secretaria, así que me quedé con las ganas de “despedirme” de aquel repulsivo personaje pero mi padre, caballero español, de vuelta ya de tantas cosas, exigió una explicación  sobre aquellos vaticinios amenazantes que, salidos de la babosa boca del cónsul,  se habían convertido, durante casi ocho meses, en una angustiosa “espada de Damocles” pendiendo sobre mi cabeza. (Ver Instantánea 42).  

Con una  angustiada expresión en el rostro, la secretaria nos aseguró que el consulado no había recibido ninguna información adicional a la de que mi salida estaba autorizada. Sin duda con la mejor de las voluntades nos aconsejó que no insistiéramos en el asunto y celebráramos la buena nueva con la mayor discreción posible.  Pero por mi cerebro seguía rondando aquella amenaza de "juicio popular" y la necesidad de resolver ese misterio me corroyó hasta que, años más tarde y ya en España, me llegó la información completa por boca de la persona más conocedora del caso. 

Carlos Rodríguez y yo. 1971

Creo que dando un salto adelante, debo contaros  como se desentrañó el misterio: un querido amigo que entraría a formar parte de mi vida años más tarde,   Carlos Rodríguez, con el cual compartíamos piso, en el 1971, yo y Jesús Alcántara (personaje importantísimo  del que hablaré más adelante) me dijo que una amiga mía acababa de llegar al exilio y me propuso que la recogiéramos en nuestra casa. Siendo nuestro hogar  lugar de acogida de muchos cubanos recién aterrizados, acepté su sugerencia. Así reapareció en mi vida Cecilia .

Jesús y yo. 1972

El año 1966,  esta bailarina había sido mi compañera en un espectáculo del cabaret Riviera, estableciéndose entre ambas una cierta amistad. A veces se unía a los paseos nocturnos que Sergio Salom y yo emprendíamos cuando me venía a recoger al finalizar los dos shows. (Ver Instantánea 38). Durante esas largas caminatas que me servían de relajación Cecilia nos contaba sus penas, sus profundos desacuerdos con el régimen, sus malas relaciones con una madre paranoica, la angustia de vivir con ella en una casa que la mujer había convertido en un abigarrado centro de santería, en fin, una serie de vicisitudes que despertaban nuestra conmiseración. 

Todo fue bien hasta que una madrugada, ante el desconcierto  mío y de Sergio, Cecilia intentó besarme en la boca. Mi inmediata respuesta fue de rechazo, no porque me sintiera ofendida, ya que siempre me he aplicado aquello de “nada humano me es ajeno”, sino por que aquello me parecía una flagrante falta de respeto. A  partir de esa noche   nuestra pequeña amistad se disipó como por ensalmo. Ambas nos limitábamos a intercambiar corteses saludos.  Al finalizar el show del Riviera no volví a saber de ella. Pero en España, recogida Cecilia en nuestra casa y olvidado el desafortunado affaire nuestras charlas  se reanudaron gratamente. Hasta un día.
Desconozco el motivo por el cual  la mujer estaba tan comunicativa esa tarde. De repente me espetó que algo  la recomía por dentro y que necesitaba contármelo. “Yolanda,” comenzó a decir, “un tiempo después de terminar nuestro trabajo en el Riviera   la policía, me detuvo. Me acusaron de lesbiana, cosa que no podía ni quería negar y, tras varios días de encierro, me comunicaron que solo me dejarían libre y sin cargos si les hacía una lista de personajes importantes que fueran homosexuales. Las amenazas de "eterno encarcelamiento" me aterraron de tal manera que acabé confeccionando la maldita lista. Mi peor pecado fue que incluí en ella a personas de cuya vida sexual no conocía absolutamente nada. Y entre esos nombres puse el tuyo.” ¡Allí estaba la respuesta, la explicación a aquella amenaza de "juicio popular" que me había robado la tranquilidad durante meses! Pendía sobre mi una acusación por homosexualidad, inclinación sexual que, como ya he contado, estaba considerada delictiva. Es posible que por intercesión del comandante Vallejo, al que yo había solicitado ayuda durante mis días de mayor desesperación o quizá tan solo porque sí, como sucedían tantas cosas en Cuba, mi caso de pronto se había desestimado.
Pasados los años he llegado a comprender y hasta a perdonar el acto de Cecilia. No fue ella la única persona presionada para realizar esas delaciones, muchas veces falsas. Recuerdo el terror que el siniestro G2, cuerpo policíaco castrista,  provocaba con solo su mención. Terrible debe haber sido estar en sus garras y humano buscar, como fuese, una posible salida. Pero en el momento de su confesión,  aun frescos los recuerdos de los meses angustiosos que aquello me hizo pasar,   mi reacción fue expulsarla de nuestra casa y de mi vida para siempre. Como dije con anterioridad, esta es la historia, el estúpido porqué de casi ocho meses de penalidades y temores que precedieron a mi salida de la isla. Si, estas cosas sucedían en la isla con abrumadora frecuencia.


En mi próxima instantánea intentaré describir  el 23 de diciembre de 1967 y  el dramático viaje  desde mi casa hasta el aeropuerto,  las horas pasadas en la acongojante "pecera” y el momento en que llegué a  pisar suelo español. Es decir la trayectoria desde mi intensa vida anterior hacia el inminente futuro  del exilio, que yo preveía solitario e incierto, y de como fui dejando por el camino  trozos sangrantes de mi corazón.


Próximo capítulo: Finalmente, el adiós.


3 comentarios:

  1. cada día mejor, cada artículo mejor que el anterior, chica tu vales mucho.

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  2. Pienso como Manu Medina, siempre y cada vez mejor! Yolanda, si vieras hoy nuestra Habana, ya no es ni siquiera decadente, es una auténtica ruina. Duele hasta el infinito
    ver una ciudad otrora maravillosa, cayéndose a pedazos.

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  3. Querida Yolanda.

    Siempre he pensado que cuando la juventud, la belleza y el talento se conjugan en una sola mujer, esta coincidencia, en ocaciones, puede convertirse en un arma de doble filo. Tus relatos corroboran mi teoría.

    Saludos

    Felo

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