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Con Sergio Salom en 1964. |
Aquella
noche, en nada diferente a tantas otras, Sergio Salom, mi andrógino amigo,
había ido a buscarme a la salida del Hotel Capri, donde yo, como ya he comentado, participaba en
un gran espectáculo llamado Los tiempos de
mamá y papá. Con una devoción admirable él solía esperar hasta que
finalizase mi trabajo en el Salón Rojo y a veces también a que terminase mis
charlas posteriores con compañeros en la cafetería del hotel, cosa que podía alargarte hasta bien entrada la madrugada. Siempre en un
silencio admirativo, sin tener nada que ver con el ambiente artístico, pero
aceptando y disfrutando de su condición de oyente. Luego, ya
que ni él ni yo teníamos coche, me hacía compañía en la parada de L y 23
mientras esperabamos la ruta 30, esa guagua que me dejaría en la misma esquina
de mi casa de Ampliación de Almendares. A veces distraíamos la espera anticipándonos a la llegada del bus, siguiendo su ruta en una
caminata a paso de diletante, comunicándonos las mutuas anécdotas del día hasta
que el guaguero, siempre el mismo a esas horas, al reconocerme se detenía a nuestro lado,
estuviésemos donde estuviésemos, sin necesidad de que hiciésemos un gesto.
Aquellos
paseos bajo el cielo, envueltos en el silencio amoroso de
la madrugada cubana, eran un baño de sosiego para el cuerpo y el alma tras la
responsabilidad de dos shows y la inevitable tensión que las luces, la música y los
aplausos me producían.
Una noche en la que ambos vestíamos pantalón vaquero pitillo y camisa blanca, luciendo una imagen que nos hacía parecer casi gemelos, ambos rubios y delgados, ambos marcadamente femeninos a pesar de nuestra indumentaria, una perseguidora se detuvo a escasos metros y dos individuos armados y mal encarados se dirigieron hacia nosotros. Debo confesar que aquello me tomó por sorpresa, anestesiados como estaban en mí los terribles temores que los uniformes militares me solían causar en la época, no tan lejana, de mi odisea. Al llegar a nuestro lado, tras apartarme de un empujón, inmovilizaron a Sergio contra la pared. Quisiera recordar, secuencia por secuencia, palabra por palabra lo ocurrido pero el terror, de pronto renacido, me tenía idiotizada. Solo fragmentos de conversación y hechos muy puntuales quedaron grabados en mi memoria, pero eso sí, para siempre. Los policías llevaban en las manos unas gruesas naranjas que intentaron introducir por las piernas de los vaqueros de mi amigo y, al no lograrlo, lo zarandearon y a cajas destempladas lo introdujeron en la perseguidora con estas palabras; “vamos, cacho maricón”.Y allí quedé, no sé por cuanto tiempo, estupefacta. Tan solo la llegada del autobus logró sacarme de mi estado.
Una noche en la que ambos vestíamos pantalón vaquero pitillo y camisa blanca, luciendo una imagen que nos hacía parecer casi gemelos, ambos rubios y delgados, ambos marcadamente femeninos a pesar de nuestra indumentaria, una perseguidora se detuvo a escasos metros y dos individuos armados y mal encarados se dirigieron hacia nosotros. Debo confesar que aquello me tomó por sorpresa, anestesiados como estaban en mí los terribles temores que los uniformes militares me solían causar en la época, no tan lejana, de mi odisea. Al llegar a nuestro lado, tras apartarme de un empujón, inmovilizaron a Sergio contra la pared. Quisiera recordar, secuencia por secuencia, palabra por palabra lo ocurrido pero el terror, de pronto renacido, me tenía idiotizada. Solo fragmentos de conversación y hechos muy puntuales quedaron grabados en mi memoria, pero eso sí, para siempre. Los policías llevaban en las manos unas gruesas naranjas que intentaron introducir por las piernas de los vaqueros de mi amigo y, al no lograrlo, lo zarandearon y a cajas destempladas lo introdujeron en la perseguidora con estas palabras; “vamos, cacho maricón”.Y allí quedé, no sé por cuanto tiempo, estupefacta. Tan solo la llegada del autobus logró sacarme de mi estado.
El día siguiente por la mañana, superado el shock, me dirigí a la comisaría más cercana al sitio donde había tenido lugar el “rapto” y narré, con toda la precisión que me fue posible, los hechos de la noche anterior. Para mi sorpresa el policía que me recibió fue un dechado de amabilidad. Me contó que, por órdenes del gobierno, se estaban haciendo redadas, sobre todo nocturnas, de personas sin papeles o en actitudes sospechosas, las cuales eran enviadas de inmediato a las recién instauradas Unidades Militares de Ayuda a la Producción. (¡Vaya eufemismo!, según se comprobó muy pronto.) Yo aduje que, si bien era cierto que Sergio, a sus 19 años, no pertenecía ni al ejército ni a las milicias, nada sospechoso o chocante hubo en su actitud de la noche anterior y sí en aquella humillante manipulación con las naranjas a la que había sido sometido. Puedo asegurar que había un velo de vergüenza en la voz del policía cuando me aseguró que él nada podía hacer al respecto y que debía dirigirme al Ministerio del Interior para averiguar el paradero de mi amigo, ya que eran muchas las granjas habilitadas para “acoger a jóvenes que por mala formación e influencia del medio han tomado una actitud equivocada ante la sociedad, con el fin de ayudarlos a que encuentren en el trabajo un camino acertado”, palabras textuales de Raúl Castro. Así intentaban justificar lo que dramática y vergonzosamente se conoció, desde 1965 hasta 1968, como la UMAP. Unos 25,000 hombres, sin más delitos que los de negarse a hacer el servicio militar obligatorio, ser Testigos de Jehová, ser catalogados como “lúmpenes”, carecer de un trabajo fijo o ser supuestos homosexuales fueron hacinados en barracas insalubres, ubicadas en campamentos perdidos en medio de la campiña, rodeados de cercas de alambre, a veces electrificadas, vigilados desde torretas por milicianos bien armados y desde tierra por feroces perros. Allí eran sometidos a todo tipo de vejaciones y obligados a hacer trabajos agrícolas en las más inhumanas condiciones. Y esto no es información que me llegase por terceros ya que tuve el dudoso privilegio de visitar una de esas instalaciones y comprobar estos hechos con mis propios ojos.
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Raquel Revuelta |
No
fue nada fácil localizar a Sergio pero gracias a la ayuda de personas de la
profesión, identificadas con el régimen pero también conscientes de las injusticias
que en esa UMAP se cometían, como por ejemplo la gran actriz Raquel Revuelta, al fin logré
ubicarlo y, con el permiso pertinente, visitarlo.
La impresión fue inenarrable. Aquel lugar, que casi en nada difería de los campos de concentración nazis que tantas veces había visto reproducidos en películas, me dejó espantada. Sergio no era ni sombra de él mismo. El campo de trabajo donde estaba, desde hacía tres semanas, estaba dedicado a la siembra y recogida de caña de azúcar. Cuando ví sus manos en carne viva se me destrozó el corazón. Me contó entonces que, por deficiencias en el suministro, aquel trabajo, que debía hacerse con guantes, estaba siendo realizado a manos desnudas y que lo peor era el tener que echar fertilizantes en la tierra, ya que, por ser productos químicos, quemaban la piel hasta casi el hueso. Me habló de un compañero suyo de infortunios que resultó, por una de esas casualidades de la vida, haber sido condiscípulo mío de piano en el conservatorio Falcón, Jorge Almunia, un chico que yo recordaba de la época en que ambos coqueteábamos con el Ateneo y los recitales, un muchachito con grandes condiciones musicales. Me contó que Jorge, al ver sus manos deteriorarse día por día y sintiendo que su carrera pianística estaba perdida para siempre, hacía solo unos días se había suicidado muriendo, entre horribles dolores, al ingerir parte de ese mismo fertilizante
Según
se supo más tarde muchos fueron los casos de automutilación, de personas que
preferían perder una mano o un pie antes que seguir soportando humillaciones,
maltratos, hambre, parásitos y enfermedades infecciosas.
Tan solo unos días después, moviendo todas las influencias que me fue posible, logré sacar a Sergio de ese infierno. Es decir, físicamente, pues su espíritu quedó para siempre contaminado por aquellas sádicas experiencias, convirtiendo a mi dulce amigo adolescente en un ser torturado.
A pesar del bloqueo informativo que había, y aún hay en Cuba, la noticia de la
existencia de esa UMAP era imposible de ocultar ante el mundo.
Cuando llegó a conocimiento de los intelectuales de varios países del mundo, muchos organizaron un movimiento de rechazo de tal envergadura que obligó al
régimen, en el año 1968, a suprimir dichos campos. Algunos de esos prestigiosos personajes eran,
Simone de Beauvoir, Italo Calvino, Marguerite Duras, Juan Goytisolo, Mario
Vargas Llosas, Pier Paolo Pasolini, Alain Resnais, Jean Paul Sartre…
La
indignación que la lectura de las declaraciones hechas en el Portal de la
Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación por Mariela Castro Espín,
hija de Vilma Espín y Raúl Castro, en un absurdo intento por justificar el acto
de barbarie que fue la UMAP, me ha inducido a dedicar este
capítulo a aquellos que experimentaron en sus personas la variedad de actos sádicos que con mis propios ojos vi cometer en aquellos campos de
concentración.![]() |
Mariela Castro Espín |
Estas
son parte de las absurdas palabras de la señora Castro: “La cultura homofóbica
y machista, heredada del dominio colonial español, condicionó estas
decisiones políticas. La creación de las Unidades Militares de Ayuda a la
Producción fue un reflejo del manejo social de esos prejuicios.” Y continúa así; “Fidel no era el genio de la lámpara para descubrir que la
homosexualidad no respondía a una patología, como establecía la psiquiatría y
otras miradas científicas. Además no hay que olvidar el criterio reinante en
aquella época de que el trabajo ayudaba al individuo a hacerse hombre.” Entre
otras cosas esta señora olvida mencionar que tan solo un 20% de los
“inquilinos” de la UMAP fueron homosexuales. El resto se compuso de ciudadanos culpables
tan solo del delito de no ser afectos al régimen. Mariela Castro continúa en sus declaraciones lanzando
una afirmación supinamente absurda, “además, Fidel ni siquiera estaba al tanto de lo de la UMAP”. ¡Señor, lo que
hay que oír! Pretender que alguien que haya vivido en Cuba contemple la posibilidad de que la mínima acción dentro del país pasase inadvertida al
omnipotente, omnisciente ojo de Fidel Castro es una flagrante tomadura de pelo.
En
fin, uno más de los crímenes cometidos por el castrismo contra el pueblo
y el cual, gracias al excelente sistema publicitario comunista y a la aureola de romanticismo
que rodea a Fidel y su revolución antiamericana, se mantiene, aún en estos tiempos, entre
nubes de desinformación.
Me ha parecido importante narrar ese periodo, no tan solo como homenaje a personajes conocidos que fueron sus víctimas, como el actor y director Héctor Santiago, el teatrista, Armando Suárez del Villar, el famoso cantante y compositor Pablo Milanés, Félix Luis Viera, novelista y poeta, el Cardenal Jaime Ortega y muchos otros. Sea, en fin, éste un homenaje a los más de 25,000 cubanos anónimos que pasaron por la UMAP y para los muchísimos que nunca salieron de ella. Sea, así mismo, una fuente de sincera información para los que, morando fuera de la sufrida Cuba, o desconocen estos hechos o han vivido embriagados por el aroma que emana de la palabra revolución. Ese dulzón olor a flores pútridas que brota de los cementerios mal cuidados.
El Capri y Los Tiempos de Mamá y Papá
Muy conmovedor...Rosita Fornes tuvo una historia parecida cuando llevaron para ese lugar a su peluquero...yo casi no recuerdo eso...solo que entonces se me pego una palabra...lumpen y tambien ninios bitongos...las personas mayores decian eso que se llevaban a los lumpens a los bitongos...
ResponderEliminarTe envio el link del album de foto que te hice en mi pagina de facebook...Todavia no esta terminado tengo que ponerle a algunas fotos el pie de foto con los nombres de los artistas que estan contigo.
http://www.facebook.com/media/set/?set=a.4409614037433.2189606.1201180954&type=1
En el transcurso de esta semana, gracias a tu entrada en la que mencionabas a Rosita Fornés y a un amigo internauta (Rey González) he podido sumergirme en este maravilloso blog.
ResponderEliminarEntré por el final y he ido en retrospectiva capítulo a capítulo, cada uno igual de interesante; como ya había caído en tu red, no me quedó otra opción que comenzar desde el principio.
Quiero felicitarte fehacientemente por lo buena escritora que eres, una verdadera pena no tener diez años más de los que tengo (nací en 1956), para haberte conocido -al menos artísticamente- en nuestra querida Cuba. Mis únicos referentes han sido primeramente tu nombre (allí dejaste tu estela), la participación en “Memorias del subdesarrollo” y el breve fragmento en que apareces en “Cuentos del Alhambra”.
Mi nombre es José Antonio (Tony) Pisani, prácticamente vivimos en el mismo barrio, tú en 70 y 13, yo en 25 y 64 A (Buenavista). Mi madre aun vive allí.
Vivo en Miami desde 1994. Soy gran admirador y amigo de la Fornés, le he realizado desde hace varios años una Web-Page ( www.rositafornes.com )
Mi correo es: tonypisani@bellsouth.net
También soy amigo (no personal, sino vía internet) de José Taín, el otro día analizaba con él sobre Rosita y tu comentario de “fría relación”. Pienso que seguramente tengas razón: quizás por la época en que se cruzaron sus caminos, Rosita estaba joven aun, llena de vida, energía y un largo camino por recorrer, pero ya se montaba en sus 40s. Quizás en esa época tuvo muchos temores. Te puedo asegurar que cuando la conocí, veinte años después, no los tenía.
Como te dije al inicio, ya caí en tu red y esperé la entrega de hoy (UMAP) con ansias. Desde ya espero la próxima, que si no me equivoco fue un show con María de los Ángeles Santana y Enrique Santiesteban.
Gracias y mis felicitaciones de nuevo por permitirnos entrar en tus vivencias. Estoy convencido que seguiré tu lectura con el mismo interés que la comencé: por la Fornés, por Cuba, por tus ancestros y finalmente: lo vivido en España hasta el presente, para mi totalmente desconocido.
Aquí me tienes, salud para ti y tu compañero (no en la acepción cubana).
Si prefieres, elimina el comentario, mas bien carta.
Tony Pisani
Muy buen articulo, Yolanda. bien escrito y facil de leer.
ResponderEliminarQue bueno estas infamias universales se recuerden y no pasen al olvido complice de todas las barbaridades de esa tirania.
Ub abrazo.....Ivan Canas
Excelente!
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