sábado, 26 de mayo de 2012

Instantánea 30 - La Alborada.





Mi casa no tenía "siete balcones" como la de Alejandro Casona. Uno solo tenía, pero luminoso y muy comunicativo. Durante 18 años desde allí  observé a trozos  la vida pasar. Mientras, él veía acercarse por la acera, cada año, a una Yolanda distinta. Comenzando por aquella niña de nueve inviernos  que regresaba día a día del colegio con los libros bajo el brazo y nuevas experiencias en el corazón, hasta llegar a la mujer de 26 que,  el mes de diciembre de 1967, allá en La Habana,   camino del aeropuerto de Boyeros, le dirigiría una última y angustiada mirada. Pero esa historia ya llegará.

Por mi balcón entraba el sol y la luna, las furiosas ráfagas de lluvia ciclónica en otoño o las nubes de polen primaveral, los gritos de mis amigas de la infancia llamándome, los pregones de los vendedores ambulantes, el ruido del tráfico, en fin, entraba la vida. Por mi balcón fueron saliendo, sucesivamente, los expectativos ojos de mi gata Kitty, los ladridos de bienvenida de mis perros, las poéticas letras de aquellos tangos que mi tía Jenny amaba entonar, las vacilantes notas de mi piano que, poco a poco, se fueron convirtiendo en estudios, fugas, rapsodias…

Frédéric Chopin
Por él entró la esperanza, el 15 de abril 1961, el ruido del bombardeo a la base aérea de Columbia,  y, en respuesta, desde él salió el furioso tronar de mi piano, como ya he narrado en mi capítulo anterior.

Y gracias a él, gracias a mi luminoso y comunicativo balcón,  un buen día llegó  a mi vida la llave que abriría la cárcel de tristeza y soledad en la que el me sentía enclaustrada.
Abandonada por la suerte y el amor, con el solo apoyo de mi familia, había intentado sobrevivir a mis angustias y frustraciones con dos placeres solitarios; la poesía y la música. Cada día, me cobijaba en el condescendiente regazo de mi piano y sostenía largas charlas melódicas con Bach, Tchaikovski, Ravel, Beethoven, Chopin…Durante estas cotidianas “descargas”, sobre la acera de mi calle se formaban corrillos de viandantes que detenían su paseo al oír la música y de vecinos que, en las cálidas veladas cubanas, sacaban sus sillas al relente para disfrutar del ligero fresquito que regalaba el cercano mar y del concierto. Eso me contaba mi amigo Gelasio Rosales, devoto aficionado a todas las artes, el cual, viviendo cerca de mi casa, solía formar parte de mi audiencia. Por cierto que nunca olvidaré un comentario que me hizo en una ocasión: me aseguró que podía detectar mi estado de ánimo por las piezas que interpretaba aquel día y por la forma de hacerlo. Sensible observación.
Maurice Ravel
Claude Debussy

Pues sucedió que, en una de esas noches, entre La Pavana para una infanta difunta de Ravel y el Claro de Luna de Debussy, una noche especialmente melancólica,  oímos tocar  a nuestra puerta. Al abrirla apareció un señor que, haciendo caso omiso al calor veraniego, lucía un anticuado pero elegante traje  de chaqueta y una corbata de seda que hablaba de lejanos tiempos de esplendor. Ver a un cubano vistiendo un terno era algo tan inusual en aquella época de furor comunista como ver un pingüino tomar el sol en la playa de Varadero. El individuo se dirigió a nosotros diciendo que era “el señor Rodríguez”, secretario del presidente del Ateneo de Marianao, y con un gesto tan arcaico como adorable, nos extendió una manoseada tarjeta de presentación.


A continuación nos explicó que cada noche, cuando en su camino hacia la casa del señor presidente pasaba bajo nuestro balcón,  se detenía y formaba parte de mi público callejero. Después se dirigió a mí con estas palabras: Señorita, ante mis loas sobre su virtuosismo y extraordinaria sensibilidad musical, el señor presidente del Ateneo, don Mario Luque, desea solicitarle que nos brinde un concierto en la sede del mismo. ¿Podría acudir a su casa para iniciar contactos? El vive a solo unas cuadras de aquí pero, por su avanzada edad, le ruega que sea usted quien se desplace a su domicilio. En compañía de su señor padre, por supuesto. Si están ustedes de acuerdo yo pasaría a recogerles mañana sobre esta hora.” Todo dicho más o menos con esas palabras pero  con ese estilo decimonónico.
Con la junta directiva del Ateneo de Marianao.
En el centro y a mi derecha D. Mario Luque. Detrás de él, el Sr. Rodríguez 
                 
Aunque la situación rayaba en lo grotesco decidimos acceder a la invitación, pensando que nada se perdía con seguirle el hilo al asunto. Y por fortuna lo hicimos pues mi encuentro con Mario Luque y el Ateneo de Marianao fue el milagroso balón de oxígeno que me devolvió  la vida.



La  conexión espiritual con aquel adorable anciano de ochenta y muchos años fue instantánea y nuestras visitas a su chalet se convirtieron en casi cotidianas. Mi padre había encontrado el perfecto interlocutor. Cuando se reunían, ambos se enfrascaban en las más fascinantes charlas que imaginarse pueda, así que aquel milagroso balón de oxígeno era algo que los tres compartíamos.
Antonio Maceo


Aunque las conversaciones abarcaban un amplio abanico de temas, por lo general terminaban de la misma forma, con Don Mario narrando anécdotas de la guerra de independencia cubana. Él había formado parte  de las valientes legiones de mambises que, en 1895 y bajo las ordenes de Antonio Maceo, habían luchado contra la dominación española.  Mi padre, por su parte,  desgranaba sus experiencias en la guerra civil de nuestro país  y de sus  sangrantes avatares de la posguerra.


Un mes después de nuestro encuentro inicial yo ofrecía mi primer mini concierto en la recoleta sala de música del Ateneo, al que siguieron recitales de poemas de Góngora y Argot, de José Martí, de Rubén Darío e incluso, a instancias de Don Mario, al que yo llamaba “mi protector”, de mis propios poemas. En un principio el temor a injerencias policíacas, o a que Violeta Jiménez, mi pesadilla recurrente,  apareciera frente  a mi con sus amenazas y su pistola, nublaba mi entusiasmo y el disfrute de estar de nuevo frente a una audiencia. (Ver Instantánea 27.)  Pero nada de eso sucedió.
   Cintio Vitier        Carilda Oliver Labra      Roberto Cazorla
Durante los actos culturales que allí se ofrecían conocí a personalidades como Cintio Vitier,  jóvenes poetas como Roberto Cazorla o Carilda Oliver Labra,  quienes solían acudir al refugio y fuente de abastecimiento espiritual que era el Ateneo. Muchas veces me he preguntado cómo era posible que, en aquella isla llena de odios y belicismo, lograse sobrevivir, durante algunos años, aquel “Parnaso”, aquel pequeño pero fecundo territorio dedicado a la cultura y al sosiego.

Fue  esa bella y talentosa mujer, Carilda,  la que me facilitó el acceso  al segundo y decisivo peldaño hacia mi “liberación”. Gracias a su intercesión fui invitada a formar parte de un pequeño grupo de poetas que se reunía semanalmente, con mucho sigilo y bastante miedo. Cada día cambiábamos nuestro punto de reunión, intentando evitar las sospechas de aquellos Comités de Defensa que tenían la orden de prohibir y reportar cualquier reunión de más de cuatro personas. Allí donde tocase,  nos leíamos nuestros versos, intercambiábamos libros prohibidos como El lobo estepario de Hermann Hess, El tambor de hojalata de Günter Grass o aquel  premonitorio Rebelión en la granja de George Orwell, sintiéndonos al hacerlo subversivos y peligrosamente clandestinos.


La cuestión es que de aquellas reuniones iba a surgir, sin que yo pudiese ni soñarlo, el adalid que, descifrando arcanos, rompiendo silencios y aporreando puertas me abriría nuevamente el camino hacia  mi profesión. El Orfeo de cuya mano iba a salir de los infiernos, en este caso con éxito, Eurídice-Yolanda.
Orfeo y Eurídice de Edward John Poyter

Y estábamos ya en el año 1962.

El 3 de enero, el Papa Juan XXIII, excomulgaba  a Fidel Castro tras  declararse este comunista.

En febrero de ese año, 38 españoles del exilio y 80 residentes en España se reunían en Munich, Alemania, para tratar los problemas de la dictadura de Francisco Franco. El “generalísimo”, como gustaba ser llamado, calificó este acto de “contubernio” y anunció que deportaría a todos los asistentes al mismo que decidieran regresar a España.


En Marzo el dibujante argentino Joaquín Salvador Lavado Tejón, “Quino”, daba a luz a una de las criaturas más subversivas y tiernas del mundo de los comics: Mafalda.

En mayo se casaban, en Atenas, Grecia, Juan de Borbón y Sofía de Grecia, actuales Reyes de España.

En julio USA lanzaba el primer satélite de telecomunicaciones, el Telstar, inaugurando una nueva era en las comunicaciones.

El mes de octubre y en el Reino Unido, Amnistía Internacional, fundada el año anterior por Peter Benenson y Sean Macbride,  realizaba el primer viaje de investigación a Ghana y, en otro aspecto bastante más  frívolo de la vida, Los Beattles lanzaban su primer single, Love me Do.
Foto aérea de las instalaciones de misiles

Y en octubre un avión espía norteamericano retrataba, durante un vuelo rutinario sobre Cuba, unas instalaciones militares rodeadas de gran movimiento de tropas. Washington, tras estudiar las imágenes, descubrió que se trataba de misiles y de plataformas de lanzamiento. El día 22 Kennedy anunciaba el bloqueo naval en torno a la isla con el fin de impedir la entrada de más misiles atómicos, enviados  por la U.R.S.S. Por supuesto EE.UU. no iba a tolerar una base nuclear a las puertas de su casa y durante unos días, con las dos grandes potencias enfrentadas,  el mundo estuvo al borde del holocausto nuclear. Al fin, el 28 de ese mismo mes, después de arduas negociaciones, Jruschov aceptó las demandas de Kennedy, retirando los cohetes de Cuba con la condición de que Norteamérica retirara su base de misiles atómicos de Turquía.  Así se puso fin a “la crisis de octubre”. Las condiciones se cumplieron. Por una vez los políticos obraron con cordura.
Ametralladoras antiaéreas frente al hotel Habana Riviera

Yo viví en Cuba esos “13 días que estremecieron al mundo”. Mi querida, y en esos tiempos aún preciosa ciudad de La Habana, estaba plagada de cañones y ametralladoras antiaéreas y por la madrugada el atronador rugido de los tanques pasando por mi calle solía despertarme, dejándonos la imagen matutina de un asfalto totalmente destrozado y el aire anegado de un pestilente olor a guerra. Lo curioso es que el pueblo llano pasó por esos momentos aterradores sin conocer ni el motivo ni la magnitud de lo que estaba sucediendo. Los habitantes de la isla vivíamos ignorando la existencia de esos misiles atómicos en nuestro suelo y por lo tanto, atravesamos esa crisis con el desconocimiento del verdadero peligro al que la megalomanía  de Castro nos había expuesto. Así se vivía, y se vive, en Cuba. Sumidos en el secretismo y víctimas de los caprichos de Fidel. Del “Caballo”, como solían llamarle.



Próximo capítulo. El lento renacer. (Primera parte.)

1 comentario:

  1. Yoly cada sabado esperamos la siguiente instantanea con angustiosa impaciencia, como la bocanada de oxigeno que nos permite seguir viviendo. Cada vez se nos hacen mas cortas las entregas y esperamos ansiosos la proxima, avidos de un poquito mas de ti.Eres increible! Gracias por regalarnos tu vida!
    Besos
    P&J

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