sábado, 24 de marzo de 2012

Instantánea 21- Cuba en la década de los 50. (Segunda Parte.) Adolescencia.



Lucy y yo. 1956
Solo mis amigas Lucy, Mimi, Zoilita y Emilia lograron hacerme más soportable esa terrible época de la adolescencia. Tal vez porque las cinco éramos distintas al entorno generacional habíamos convertido nuestra amistad, tras un melodramático pero hermoso pacto de sangre, en una especie de bunker pentagonal, cada una de nosotras una firme pared, y en el cual nada externo o lesivo podía penetrar. Creíamos.
La primera que llegó a mi vida, al mudarnos a 5 y 12, Ampliación de Almendares, fue Lucy.  En aquellos días yo no sabía que existieran niñas de chocolate con ojos de miel, así que desde el primer momento que la vi me enamoré de ella. 9 años tenía yo y Lucy 8. ¡Cuántos años pasamos juntas, jugando, experimentando ilusiones, desengaños, sueños que se esfumaban y más tarde  esas heridas que la pubertad inflige y que intentábamos restañarnos mutuamente! Ella fue mi primera amiga en el exilio y del brazo recorrimos 18 años de la historia de Cuba, muchas veces a trompicones y puñetazos con la vida.
Yo era tímida y sensible. Aquella violación de la que había sido víctima en mi niñez española (de la cual tarde años en  poder hablar sin angustias), me había convertido en un ser renuente a los contactos físicos, fuesen estos del género que fuesen. Mientras mis amigas y compañeras conocían y aceptaban sus cuerpos, yo detestaba todos los síntomas de madurez que  iban surgiendo en mi.
Zoilita, Mimi y yo haciendo el tonto.
Año 1955
Mimi era avasalladora como el sol de la isla. Ella había nacido efervescente y sus burbujas alegraban la vida. Dios, cómo la quería cuando llegaba a mi casa, durante esas interminables horas que mi madre me tenía amarrada al piano, y entre zalamerías y tozudez, lograba arrancarme de aquella banqueta, venciendo la renuencia materna. Juntas volábamos entonces en su pequeño coche Hillman hacia esas cosas de quinceañeras que se habían convertido en osadas  y casi prohibidas aventuras a causa de la férrea disciplina a la que mis alemanas me tenían sometida. Fugaces y furtivos viajes a las  playas de Santa Fe o Santa María del Mar, que tan lejanas me parecían, asaltos gastronómicos a la barra del Woolworth en la calle Galiano, esa fábrica de elefantiásicos sándwiches y pirámides de helados y otras veces a  divertidos “drive inns” con sus suculentas hamburguesas
Woolworth. (Ten Cent Store)

Emilia, por el contrario, era un ser de extrema fragilidad y prácticamente enferma de introversión. Su espíritu lastimado, sabe Dios por qué heridas infantiles, la llevaba a aislarse de la gente. Sus grandes ojos negros, sus oscuros cabellos salpicados de canas desde la adolescencia, eran la imagen misma del sufrimiento. Sin embargo, a veces conseguíamos arrancarla de su mundo de soledad y, gracias a nuestros juegos y cotorreos, podíamos ver asomarse a sus pupilas  la niña que se había perdido en algún momento de su vida.



Zoilita era el retrato fiel de la primavera. Mientras mi cuerpo era poco más que un garabato formado por líneas rectas y largas el suyo, a los once años, ya prometía exuberancias y ella aceptaba esos obsequios sin mojigaterías ni complejos. Una limpia y floreciente sensualidad emanaba de ella de  forma contagiosa.
Zoilita y yo. 1955




Juntas las cinco hablábamos de lo humano y lo divino, por supuesto en diminutivo, y allí en el salón del chalet de Zoilita, casi pegado a mi casa, disfrutábamos oyendo  brotar música americana  de aquellos LPS que con tanto cuidado había que tratar. Pat Boone,  Los Platters o Ricky Nelson para embelesarnos y Fats Domino o el disco “Rock Around the Clock”, (el arrollador hit de Bill Halley and the Comets), para bailar hasta quedar exhaustas. Y un poco después llegó él, aquel torbellino de sexualidad que era Elvis Presley,  alborotando el gallinero mundial y convirtiéndose, como no, en nuestro ídolo. 



              Ricky Nelson                           Pat Boone                                Los Platters
              Fats Domino                            Bill Halley and the Comets                Elvis Presley  

Estas “bacanales” tenían lugar solamente durante los meses de vacaciones y algún que otro fin de semana. En esa casa pasé los momentos más auténticos de aquella época, observando desde el porche  las hojas caer en otoño, el cielo desplomarse en época de ciclones, las flores brotar en la omnipotente primavera o simplemente viendo el tráfico fluir. Y fue en ese fluir del tráfico donde intentó fraguarse mi primer romance.

          Dodge                  Cadillac                       Ford
Por la avenida 12,  desde ese privilegiado mirador que era el porche del chalet, veíamos transitar bajo el sol o la lluvia  granizaderos, con aquellos carritos  cuyo contenido era una polifonía de colores y sabores tentándote desde el interior de botellas de cristal, pasar  los tamaleros, cargando al hombro sus grandes latas portadoras de esas delicias de maíz, que, según rezaba su pregón, picaban o no picaban. O sea, "los tamalitos de Olga". Por esa amplia calle pasaban Chevrolets, Dodges, Cadillacs, Fords… Y pasaba la  guagua que iba hasta la Concha y que era el transporte obligatorio para desplazarme a mis clases de ballet. La línea 2 de mis tormentos.

Al volante de una de sus unidades iban unos hermosísimos ojos azules,  una pícara sonrisa y un pelo negro azabache y ensortijado, el cual su propietario dejaba asomar con generosidad bajo la gorra de su uniforme de guaguero. es decir, una réplica cubana  de Tony Curtis. Y de esa atractiva imagen se enamoraron todos y cada uno de mis 15 hambrientos años, con un “platonicismo” que no excluía enloquecidas palpitaciones o extraños calores que recorrían todo mi cuerpo y acababan concentrándose bajo mis braguitas. Sensaciones nunca experimentadas anteriormente y que hacían tambalearse mi ascetismo. Razón por la cual siempre evitaba coincidir con él en  mis viajes.


Mis amigas, al verme alternativamente enardecerme y languidecer al paso de mi galán y ante las indudables sonrisas que él me dirigía, decidieron actuar de “celestinas”.


Una  tarde me comunicaron que, habiendo establecido  a mis espaldas contacto con mi guagüero y tras hablarle de mi timidez y averiguar que su nombre era Segundo Díaz Delgado, (que curiosa es la memoria), habían concertado nuestra primera cita. El domingo, en su último viaje,   a las siete de la tarde y ya de recogida, yo subiría a su guagua y seguiría con él hasta las cocheras.
Fueron inútiles mis protestas. Las malditas aseguraron que, aunque fuese a empujones, ellas acabarían con mis fobias y con el “terrible problema” de haber cumplido quince años sin que un beso de amor hubiese  inaugurado mi boca. Y el domingo llegó.

Aunque parezca imposible, mi corazón había logrado sobrevivir tres días a 160 pulsaciones por minuto. Y sobre todo, había conseguido que los síntomas de mi “enfermedad” no fuesen detectados por mi familia. Y llegó la hora cero.




En la parada de la guagua, cuatro alebrestados lebreles acorralaban a una aterrada liebre con palabras como “es tu momento”, “el amor es maravilloso”, “arréglate la cola de caballo”, “ay, que ilusión”…Cuando finalmente  el vehículo se detuvo ante nosotras ocho manos me empujaron hacía adentro.

Entre eso, la excitación y la confusa luz del atardecer tropecé con el escalón de entrada, de tan tremebunda manera que sobre el asfalto quedó el tacón derecho  de mis únicos zapatos de fiesta y sobre el suelo de la guagua el garabato de mi cuerpo desparramado. Poco más recuerdo con claridad de ese bochornoso momento o del posterior viaje hasta las cocheras. Tan solo tengo memoria clara de una dicotomía de voces gritando en mi cerebro: “¡Yo me bajo en la próxima!”, “¡Ni lo sueñes, tú sigues hasta el final!”
Y el final llegó. O quizá debía decir el remate de mi catastrófica aventura.


Segundo aparcó en una recóndita, solitaria y oscura esquina del hangar. Las cálidas oleadas que hasta entonces me había provocado su lejana presencia, ante lo inminente de su proximidad se estaban convirtiendo en un frío polar que recorría mi columna y, paradójicamente, se convertía en fuego al llegar a mi cabeza.
Sentada en uno de los últimos asientos vi una figura que se acercaba, recortada contra la mortecina luz exterior, y que no debía exceder en más de medio metro la altura de los respaldos que la flanqueaban. Al  irse aproximando, un repelente olor a “grajo” me abofeteó. Y entonces, sin darme ocasión  a reaccionar, el hombrecito se arrojó sobre mí, introduciendo de súbito al menos 50 centímetros de lengua en mi aterrada boca y asfixiándome con un sabor mezcla de tabaco y ajo que revolvió mi estómago. Quise contener las nauseas, lo juro, pero los continuos trasteos de aquella lengua en mi cavidad bucal, esos manejos y prospecciones que intentaban en vano hacer con ello cómplice a la mía, acabó desencadenando lo inevitable. Un  chorro de vómito salió disparado de mi estómago, dejando su uniforme hecho un auténtico estercolero.


Él quedó totalmente paralizado. Yo, levantándome de un salto y soltando un absurdo “gracias” que debió de acabar de fundir sus meninges, me alejé por el estrecho pasillo que formaban las dos filas de asientos, caminando con toda la dignidad y el donaire que me permitía la falta de aquel tacón que, quizá intentando prevenirme, se había quedado en la acera de mi calle, negándose a ser testigo de tan lamentable experiencia.


Por supuesto esos grotescos momentos rompieron para siempre el hechizo entre mi guagüero y yo.  Sin duda no fue un buen inicio, para mí, en el mundo de la sexualidad pero cosas pasarían en el futuro que compensarían con creces ese fracaso.



NECROLÓGICAS.


Pepe Rubio
En estos últimos días han desaparecido dos de los pilares de nuestro maltrecho teatro español. El día 15 de marzo fallecía Pepe Rubio, entrañable actor conocido sobre todo por sus papeles de pillo y bribonzuelo. Comenzó su carrera a  finales de los 50, curiosamente gracias a los contactos que adquirió siendo botones en una productora. Su debut teatral fue en el Teatro Español pero la popularidad le vino en el 67 a consecuencia del gran éxito obtenido en la obra “Cómo Enseñar a un Sinvergüenza” con la cual triunfo en Madrid y en unas  giras por la península que duraron años. Su último trabajo en el teatro fue la segunda parte de aquel su gran éxito, “¿Qué fue del Sinvergüenza?” Nunca trabajé con él pero en nuestros esporádicos encuentros en estrenos y eventos  Pepe fue siempre el encantador y caballeroso hombre al que todas las actrices que con él compartieron escenario, adoraban.


Francisco Valladares
Francisco Valladares era un ser excepcional y lo afirmo no por eso de que “una vez muerto todos son flores”. Su voz que enamoraba, su gallardía, su sentido del compañerismo y la amistad hacían de él una persona especial. Su musicalidad, sus facultades actorales, su donaire escénico, lo convirtieron en una gran figura. Fue el primer rostro que vieron los televidentes en el año 1956, durante aquella inauguración de Televisión Española, emitida desde los estudios del Paseo de la Habana. Él era aquel apuesto joven que fungía como locutor de continuidad. Amplísima fue una carrera que cubría teatro clásico, televisión, recitales de poesía, thrillers,  musicales. 2,300 representaciones de “Mamá quiero ser Artista” con Concha Velasco. 2.500 de “Por la Calle de Alcalá”, con Esperanza Roy. “Víctor o Victoria” con Paloma San Basilio.

En el año 1998 sufrió un infarto que le alejó durante un tiempo de los escenarios, para desgracia de sus fans y amigos.

Hace cuatro años le fue diagnosticada una leucemia y la forma en que llevó su enfermedad y tratamiento fue una lección para todos. Al ser dado de alta todos creímos que la enfermedad estaba superada,  pero el mes pasado, en una de las periódicas revisiones, le detectaron una recaída. Recuerdo perfectamente sus palabras  durante una de nuestras frecuentes charlas  y ante el primer dictamen médico “Esta cabrona no podrá conmigo”. Y así fue. El día 17 de este mes Paco Valladares moría de una neumonía, dándole esquinazo a la leucemia que, al menos directamente,  no pudo vencer a la más hermosa voz del teatro en España.

(Retratos por cortesía de JESÚS ALCÁNTARA)


Próximo Capítulo. Cuba.Cabaret, Hotel Riviera. 



2 comentarios:

  1. Lei tu articulo, sobre Cuba en la decada de los 50, segunda parte,(Adolescencia)y me resulto algo excepcional; no solo eres una gran escritora, sino tambien una persona extraordinaria que conoci meses atras en Madrid. Me hiciste pasar momentos muy agradables al compartir juntas unas horas. Me emocione leyendo tu resena de adolescente, yo tambien tuve muy buenas amigas en aquella epoca. Vicky

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    1. Querida Vicky, gracias mil por tus palabras. Estoy deseando volver a verte. Conocerte tambien fue estupendo para mi. Un abrazo
      Yolanda

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