Portada Revista Bohemia. Navidades 1951 |
Desde nuestro arribo a Cuba,
hacía ya tres años, para mí la primavera casi no se diferenciaba del
invierno. Las buganvillas, los jazmines, los “marpacíficos” o Hibiscus, esas
flores que, arrebujadas en
los sedosos mantones de sus hojas, de pronto te sorprendían con una eclosión de
colores y belleza, en fin, todos estos
arbustos, digo, estaban en diciembre casi tan preñados y fragantes como en
primavera. Durante todo el año el sol calentaba el suelo y el ánimo, y tanto los
totís como los sinsontes dejaban sus intrincados bordados sobre el inigualable
azul del cielo cubano. Las temperaturas de esa paradisíaca isla poco oscilaban de estación en estación y el vasto jardín de mi abuela, con
su pequeña capilla en el centro, presumía siempre de un verdor
esplendoroso. Recuerdo bien que aquel invierno del 51, ese mes de diciembre, fue para mí inusitado
en todos los sentidos.
Las mellizas y yo. 1951 |
Decían los oriundos que en el trienio de 1950 a 1953 la isla había gozado de un tiempo benigno, incluso sin que alguno de esos ciclones, tan frecuentes en el Caribe, nos amenazara ni desde lejos. A consecuencia en la primavera del 53, la falta de lluvia abundante produjo una euforia de pólenes que maltrató las narices y los bronquios de muchas personas. Curiosamente este mal parecía afectar en especial a los miembros de la colonia norteamericana. Lo sé porque entre ellos me desenvolvía desde que, recién cumplidos los 11 años, mi madre me había inscrito en la academia de ballet de Irma Hart Carrier. No es que aquella fuese la escuela idónea para mis sueños de convertirme en una “prima ballerina” pero estaba en Miramar, bastante asequible desde nuestro apartamento de 5 y 12, Ampliación de Almendares y sobre todo, era económica.
En el jardín de la abuela.1952 |
A decir verdad todo lo que conformaba mi mundo estaba cercano en aquellos días. El círculo en el que me desenvolvía abarcaba solo lo imprescindible para mi diario bregar, la academia Cima, mis clases de piano con la señorita Ofelia, mis amigas Lucy, Miriam, Zoilita y Emilia, las clases de ballet, los cines Metropolitan y San Carlos y, en verano, la playa de La Concha y el Conney Island. ¿Para qué quería más? Poco tiempo después aquel ámbito se amplió un poco con el fin de incluir al “Little Theatre and Choral Sociaty of Havana” situado en Miramar.
Se trataba de un pequeño pero precioso teatro edificado por y para los americanos. Allí, un amplio grupo de amateurs representaba, con el rigor de profesionales, obras dramáticas, comedias muy actuales e incluso musicales. Era en estos últimos en los que Mrs. Carrier aportaba su “amplio cuerpo de ballet”, el cual se componía en realidad de tres chicos y cuatro chicas, sus alumnas más destacadas, entre las que estaba mi amiga Esther Tato, hija de la gran cantante Esther Borja.
Yo (1ª por la Izquierda) en “Anything Goes” en el “Little Theatre” |
Con el barítono José Le´Matt |
Es indescriptible la emoción que me embargaba participando en grandes musicales como “Anything Goes”, “Oklahoma” o “Carrousel”. Al fin estaba de nuevo sobre el escenario, retomando la nunca olvidada vocación de artista. Cada día acudía a los ensayos con absoluta devoción. Y no era solo en ese “Little Theatre”, donde actuaba el ballet de “Irma Hart Carrier Studio of Dance”. Llenos de ilusión (y en esas ocasiones, además remunerados), llegamos a participar en varios programas de la incipiente televisión cubana.
Corta era sin duda la trayectoria televisiva cubana pues había sido el 24 de octubre de 1950 cuando saliera a las ondas, desde Unión Radio, Canal 4, la primera emisión oficial. Esos estudios estaban, en un principio, ubicados en la casa de su promotor, Gaspar Pumarejo. He dicho “primera emisión OFICIAL” ya que la gran María de los Ángeles Santana y su marido Julio Vega habían intentado la misma aventura en el ¡año 46!, llegando a emitir, tras ímprobos gastos y obstáculos, espectáculos musicales durante toda una semana.
María de los Ángeles Santana |
En parte patrocinadas por la Cuban American Television estas emisiones se realizaban de 6 p.m. a 1 a.m. desde el Show Room de la agencia de autos Dodge y también desde el estudio-teatro de Radio Progreso en el Centro Gallego. Las imágenes era recibidas tan solo por algunos equipos instalados en comercios e importantes entidades habaneras. Parece ser que, debido a motivos económicos y zancadillas de las grandes empresas radiofónicas, el proyecto se paralizó. Amado Trinidad, propietario de la poderosa Cadena Azul, intentó persuadir a María de los Ángeles para que cejara en su empeño de introducir en Cuba ese “absurdo invento” y al no conseguirlo llegó a rescindir su contrato con dicha cadena.
Carlos Prio Socarras |
Aquella inauguración oficial del Canal 4 en el año 50 consistió en la retransmisión de una gran fiesta en los jardines del chalet de Pumarejo a la cual asistieron artistas extranjeros como Jorge Negrete y figuras cubanas como Raquel Revuelta y Carmen Montejo, culminando el evento con un control remoto desde el Palacio Presidencial y unas palabras del entonces presidente de la República Carlos Prío.
Tan solo meses más tarde, en Radiocentro y bajo la
dirección de Goar Mestre, salía al aire
ese Canal 6 en el que, años después, tendrían lugar cosas importantísimas para
mí, tanto en lo profesional como en lo personal.
La televisión fue inventada por el físico británico John Logie Baird a mediados de la década de los veinte, pero tardaría años en ser de disfrute público. Me ha sorprendido descubrir, en medio de mis indagaciones, que Hitler, durante las olimpiadas de 1936, utilizó ya este sistema, mandando instalar 25 grandes pantallas por todo Berlín para que el pueblo disfrutara de los juegos. Terminados los mismos, el único canal que continuó en funcionamiento emitía tan solo durante 90 minutos y tres veces por semana, como supondréis con fines propagandísticos y políticos. Esto duró hasta la total derrota del país en 1945. A partir de ese año la TV alemana dejó de trasmitir hasta mucho tiempo después.
M. Bujones A.González Rubio V. Martínez
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En Cuba ese aparato, que en España llamamos “la caja tonta”, puso cara a grandes voces de la radio. Formidables actores como Minin Bujones, Alberto González Rubio, Velia Martínez, Alejandro Lugo, Lilia Lazo, Enrique Santiesteban, Gina Cabrera, Carlos Badías, Adela Escatín, Homero Gutiérrez, y tantos y tantos más, penetraban en los hogares convirtiéndose, con esa hospitalidad tan cubana, en parte de las familias. Aunque en el 53 pocos eran aún los hogares que contaban con aparatos de televisión, el problema se solía solventar compartiendo con vecinos menos afortunados el disfrute de determinadas emisiones, llegando a formarse auténticos y divertidos saraos en el salón de la casa anfitriona. Como ya he dicho con anterioridad, esa hospitalidad tan cubana. Aquella Cuba en la que las puertas de los hogares se mantenían abiertas las 24 horas del día.
L. Lazo E. Santiesteban G. Cabrera
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Como era de esperar el teatro burlesco, típico de la isla, ocupaba un importante espacio televisivo. Tres veces por semana se trasmitía un programa llamado El Teatro Polar, (patrocinado por la cerveza Polar), que protagonizaban Garrido y Piñeiro, (Chicharito y Sopeira), Candita Quintana y Alicia Rico. En esos días los televidentes podían gozar de las peripecias de entrañables personajes creados por estupendos artistas, Mimí Cal, Fanny Kauffman (“Vitola, la que se defiende sola”), “El viejito Bringuier”, Manela Bustamante e Idalberto Delgado, (Cachucha y Ramón), es decir, una retahíla de seres divertidos que hacían las delicias de grandes y chicos. Ni en páginas enteras podría incluir los nombres de todos los que deberían ser mencionados.
M. Cal Cachucha y Ramón Vitola
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E. Almirante. J. Félix C. Barba A. Insua
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No puedo olvidar el día en que mi amiga del alma Lucy y yo, ebrias de loco amor y adolescencia, con trece añitos, decidiéramos romper el pequeño círculo en que nos desenvolvíamos para asistir a ese programa que se emitía desde Radiocentro. A escondidas de nuestras familias, como auténticas prófugas, tomamos la guagua, por primera vez las dos solas, atravesamos el puente Almendares y, poco después, nos bajamos en L y 23 completamente aterradas. “¿Lo hacemos o no lo hacemos?” nos preguntábamos la una a la otra mientras formábamos parte de la larga cola de alborotadas muchachitas que esperaban para entrar en el estudio de Los galanes.
La cuestión es que en medio del “que sí, que no”, sin saber cómo, nos vimos empujadas hacia adentro por la juvenil turba. Nuestros corazones latían con desaforo cuando nos encontramos, sin saber como, en la primera fila de la audiencia. A nuestro alrededor aullidos ensordecedores acompañaban la entrada a “escena” de cada uno de los actores. Entre la turbación y la admiración que nos embargaba no puedo recordar cuanto tiempo pasamos allí, embelesadas por tanto “adonis”.
Rolando Barral |
Lo que sí se me quedó grabado con nitidez es la imagen de Rolandito Barral, micrófono en mano y frente a nosotras. "¿Y ustedes que nombre tienen, lindas?" nos preguntó acuclillándose y acercando la alcachofa a nuestras desarticuladas bocas. En ese momento, Lucy y yo nos agarramos de la mano y, ante el estupor general, salimos huyendo como si el mismísimo diablo nos persiguiera, incapaces de sostener un “tú a tú” con una de nuestras ensoñaciones hecha carne y hueso, aterradas de que nuestras familias descubrieran nuestra escapada,
Lo más curioso fue que, en un futuro, mientras compartíamos trabajo, como damita y galancete, en una emisión de Historias Sherwin Williams, Rolandito me sorprendió asegurándome que recordaba a las dos muchachitas que, tiempo atrás, le habían dejado con la palabra en la boca.
Y volviendo al comienzo de esta perorata, es decir, rebobinando hasta mis reflexiones iniciales. Esos primeros tres años de mi vida en Cuba, de 1950 a 1953, estuvieron plenos de experiencias.
Entre aquellas buganvillas y jazmines que no cesaban de brotar, entre aquellas embriagadoras fragancias, empezaron a ocurrir sobre mí cosas que me estremecían, cosas muy importantes. En mi cama, durante las noches, iluminada tan solo por las luces de los astros colándose por mi ventana, en el silencio de la dormida casa, PODIA OIR CRECER mis huesos, podía sentir despertarse y brotar, poco a poco, dos impertinentes cúmulos de carne sobre la hasta entonces planicie de mi pecho, podía sentir como emergían de mi pubis tímidos e inesperados vellos. Toda una serie de cosas que asustaban y a la vez excitaban. Una avalancha de sorpresas y descubrimientos abatiéndose sobre aquel cuerpo impúber que se negaba a seguir siéndolo. ¡Qué desconcertantes años aquellos!
Próximo Capítulo. Cuba en la década de los 50. (Segunda Parte.)
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