"La señora Jenny Yeck, ciudadana alemana que reside en la
isla desde hace años, ha interpuesto una denuncia ante la policía de nuestra
ciudad por el rapto de sus hijas mellizas, las conocidas bailarinas “Las Pfarry
Sisters”, cuyas actuaciones han adornado frecuentemente nuestros mejores
salones y cabarets. Se sospecha que en dicho acto está implicado un ciudadano
español, el hasta el momento respetado copropietario de uno de nuestros más significativos
cabarets. La policía está realizando las pesquisas necesarias para aclarar este
desafortunado suceso. Les mantendremos al tanto.”
Este escrito, publicado en las notas de sociedad de un periódico cubano, a un cuarto de página y acompañado de una foto de las Pfarry Sisters, fue enviado en un sobre a Puerto Rico por las hermanas de Arsenio . El texto, plagado de falsedades, llenó a mi padre de indignación y a las mellizas del dolor de comprobar hasta donde era capaz de llegar aquella madre por y para la que habían vivido tantos años.
La realidad había sido bien diferente. Cierto que mi abuela acudió a la comisaría con dicha acusación pero la policía, tras comprobar que ambas hijas habían cumplido ya 21 años desestimó el caso. El comisario de turno informó a la furibunda denunciante que, siendo mayores de edad, se las consideraba aptas para tomar decisiones y desplazarse sin permiso familiar alguno. Así que el caso no llegó ni a considerarse.
Castillo del Morro de San Juan. P,R, |
Puerto Rico, esa hermosa isla descubierta por Colón en el año 1493 y bautizada como San Juan Bautista, nombre que años más tarde Ponce de León cambiaría por el de Puerto Rico, había vivido, desde tiempos inmemoriales, sumida en revueltas y fluctuaciones políticas. Por ejemplo, en 1812 fue declarada una provincia española lo cual le brindaba todas las libertades que conllevaba el cesar de ser una colonia. Pero la alegría solo duró tres años. Tras la coronación en España del Rey Fernando VII, esas prerrogativas le fueron de nuevo arrebatadas, retornando la isla al estatus colonial. Y en ese quita y pon, que ni los buenos intentos de la Primera República Española pudo detener, se había desarrollado la vida del puertorriqueño, siempre sujeta a los acontecimientos y decisiones de la “Madre Patria”. Hasta que en el año 1898, tras la pérdida por parte de España de la Guerra Hispano Estadounidense, pasó a ser botín de guerra de USA.
El caso es que a la llegada de mi familia a su capital, San Juan, los habitantes de la isla tenían ciudadanía americana y vivían, desde 1917, en territorio oficial de EE.UU.
Bandera cubana Bandera puertorriqueña |
La idéntica cadencia lingüística, el tan parecido sistema
de vida y hasta la tremenda similitud de su bandera con la de Cuba les debió hacer
menos duro el exilio. A poco de llegar ya las mellizas eran estrellas en
teatros como el “Fox”, el “Olimpo”, el “Rialto” y Arsenio hacía planes para el futuro de los tres. Fijarían su residencia en Puerto
Rico y realizarían incursiones por aquellos países de Iberoamérica en los que
mi padre y su amigo, ahora socio, consiguieran provechosos contratos para la “magnífica pareja de
bailes internacionales”. Mi familia
conservó documentos gráficos de aquella época que son realmente interesantes, y
que incluiré a partir de este capítulo.
Durante aquellos años su vida errante llevó al trío a países
y aventuras sorprendentes. En el 31 estaban en Costa Rica, arrasando en los teatros "Raventós” y el “San José"´, con espléndidas críticas y halagos por doquier. Sin duda
aquel país, descubierto por Colón en su cuarto viaje, era el más desarrollado y
culto de América Latina. Tras la Gran Depresión del 29 fue uno de los primeros en aceptar y adaptarse al New Deal ideado por los norteamericanos.
Puesto que alrededor del 60% de sus ingresos eran debidos al cultivo del café,
crearon el Instituto del Café que aseguraba un salario mínimo para todos los
trabajadores agrícolas. Al mismo tiempo existían acciones legales para
ofrecer pequeñas parcelas a campesinos sin tierra. Esta especie de socialismo
liberal convirtió a Costa Rica en uno de los más productivos y pacíficos países de
América Latina, con el índice de analfabetismo más bajo de la
zona hispano parlante.
Muchos meses se mantuvieron las Pfarry Sisters trabajando en aquella tierra centroamericana, sin un solo problema que entorpeciese el desarrollo de ese amor que entre los tres compartían y que, rodeado de “cafesitos”, palmeras y triunfos se iba haciendo más y más profundo y sólido. Pocas veces hablaban del pasado y, cuando lo hacían, un velo de tiempo y olvido comenzaba a suavizar los malos recuerdos, a mitigar las ya de por si tenues ráfagas de culpabilidad que el rompimiento familiar les provocaba.
Cuando decidieron cambiar de plaza Arsenio se desplazó, con el fin de abrir caminos laborables, al país más cercano, Panamá, famoso ya en esos días por su Canal, esa
portentosa obra que los norteamericanos habían iniciado en el 1904 y cuya
finalización, en 1914, dejó tras de sí miles de muertos pero garantizó al país una
prosperidad económica que favorecería la estabilidad política. Allí consiguió
varios contratos para las mellizas. Así que, días más tarde
debutaba la pareja en el "Atlantic Club" de la populosa ciudad de Colón, situada en el extremo del
canal que lindaba con el mar Caribe. Pero hay que admitir que, con excepciones, Iberoamérica
no era una zona demasiado próspera o pacífica en aquellos días.
Bordado indígena |
La presencia de indígenas Ngöbes o Chocoes por las calles de Panamá, vendiendo sus sorprendentes piezas de artesanía, fascinó a las alemanas. Nunca habían visto algo así, ya que en Cuba, Puerto Rico o Costa Rica no se veían por las ciudades indígenas autóctonos, posiblemente porque muy pocos habían logrado sobrevivir a la colonización española. Así que llenaron sus baúles de bellas telas bordadas a mano y sus almas del reciente descubrimiento de civilizaciones antiguas.
La presencia de indígenas Ngöbes o Chocoes por las calles de Panamá, vendiendo sus sorprendentes piezas de artesanía, fascinó a las alemanas. Nunca habían visto algo así, ya que en Cuba, Puerto Rico o Costa Rica no se veían por las ciudades indígenas autóctonos, posiblemente porque muy pocos habían logrado sobrevivir a la colonización española. Así que llenaron sus baúles de bellas telas bordadas a mano y sus almas del reciente descubrimiento de civilizaciones antiguas.
Venezuela |
Varios países más visitaron con éxito, Venezuela, México, haciendo de vez en cuando escala en Puerto Rico,
donde el socio de Arsenio los recibía con esas misivas que la familia de mi padre le enviaba desde Cuba. En sus respuestas Arsenio pedía noticias de su hijo y rogaba que le reiteraran a su esposa
Amanda la petición de divorcio. Pero ni los ruegos ni la inmensa dulzura de mi abuela Gloria, que permanecía en Cuba con sus tres hijas, consiguieron ablandar el corazón de una Amanda que incluso había llegado a no permitirle ver a su nieto Arseñito. Ni siquiera lograron librarla de la sarta de insultos que salían de la boca de aquella mujer ante la
palabra divorcio.
“¡Jamás y sobre mi cadáver!” era la indefectible respuesta. Así seguían las cosas.
En una ocasión les llegó una oferta de trabajo por un mes con motivo de la inauguración del cabaret de lujo “Iris” en la Ciudad de Guatemala. En esos años aquel no era un país demasiado aficionado al arte por lo que no se pudieron hallar más plazas dispuestas a contratar a la "pareja de bailes internacionales", así que al guatemalteco propietario del cabaret se le ocurrió una idea que presumiblemente les daría a todos cuantiosas ganancias, pero en la que había que hacer un importante gasto inicial. Un proyecto que Arsenio comunicó a su socio puertoriqueño y a las mellizas. La cuestión es que todos, jóvenes y entusiastas, quedaron encantados con la perspectiva de una nueva aventura.
La idea era llevar, por los pueblos del interior que no tuvieran cinematógrafo, la proyección de una película al aire libre, finalizando la cual se brindaría un fin de fiesta compuesto por un pequeño grupo musical con vocalista y, de plato fuerte, “Las Pfarry Sisters”. Como esos pueblos eran muchos y diseminados por el territorio nacional, con una promoción previa el negocio se prometía suculento.
Proyector Pathe |
Así que, mientras las mellizas cumplían su mes de contrato en el "Iris", mi padre, su socio portorriqueño y su nuevo socio guatemalteco se dedicaron a comprar una flamante pantalla, un proyector de cine, unos enormes altavoces, un pequeño equipo de luces para el posterior fin de fiesta y una gran carreta entoldada con la que se pudiera trasportar el equipo técnico y el artístico. La tracción tenía que ser animal, pues parte de los caminos rurales que les esperaban no eran transitables de otra manera.
Para las "Pfarry Sisters" la parte romántica de aquella aventura debió esfumarse tras los primeros kilómetros de transitar por un camino de tierra lleno de tales baches que sin duda iban moliendo sus huesos. Ellas, las estrellas del “Sans Souci” de La Habana, del "Olimpo" de Costa Rica, del prestigioso “Teatro San José” de Puerto Rico, nacidas en y criadas para el más cultivado arte, ellas, receptoras de halagos y mimos, viajaban ahora sudorosas y vapuleadas al ritmo de los cascos de dos jamelgos que tiraban de aquella carreta. Emocionadas aún por un viaje anterior a El Petén, situado en la zona Maya, al norte del país, habiendo sido llevadas allí en un lujoso Cádilac y tras quedar boquiabiertas por la belleza y majestuosidad de aquella pirámide de Tikal, sin duda más terrible les resultó el contraste. Sí, la parte romántica de aquel proyecto debió desaparecer para ellas rápidamente.
Y la primera verdadera sorpresa no tardó en
surgir. Una vez llegadas al pueblucho que era su destino comprobaron que la promoción
prometida por las autoridades locales se había limitado a un voceador que, a caballo, iba gritando por las
callejuelas y las granjas cercanas estas palabras; “Hoy noche en el parque, proyección de una
película de cine y después un fin de fiesta con chicas. Tráiganse donde poner
las posaderas.” La cosa no pintaba nada bien. Pero, con las mellizas y el grupo musical esperando
ocultos en la carreta, Arsenio se dedicó a montar, tras comprobar la presencia
de aquel generador que el gerifalte de
la zona había prometido prestarle, unos focos que se colgaron
de árboles, el proyector de cine que, y la gran y alba pantalla que, sostenida por dos tubos de
hierro, se erguía desafiante al fondo de un espacio sin siquiera delimitar. El desánimo
entre la troupe era general. y las mellizas lloraron de desilusión en aquel atardecer
guatemalteco.
Sin embargo, al llegar la noche y con la noticia de que el parque estaba lleno de público, los ánimos se avivaron. Efectivamente más de cien personas habían acudido a la convocatoria, silla en mano, y la algarabía se podía oír a kilómetros de distancia. Las autoridades y el “señor” de la zona se habían reservado la primera fila, prácticamente debajo de la pantalla, haciendo caso omiso a Arsenio que les recomendaba una ubicación algo más alejada, por aquello de la perspectiva. Una vez salvado el problema de reubicar a aquellos que, en su ignorancia, se habían sentado detrás de la pantalla y atendiendo a los numerosos gritos de “¡que empiece!” comenzó la proyección de la película.
Se trataba de un melodrama norteamericano, tan de moda en esos años 30, con una frágil protagonista, un meloso galán y el imprescindible "malo malísimo". En un principio todo transcurrió con la mayor normalidad ante los asombrados ojos de un público neófito, pero hacia la mitad del film, durante una escena en la que el villano acosaba por enésima vez a una pobre protagonista deshecha en lágrimas, se oyó entre el público una potente voz que gritaba “¡cabrón de mierda, deja ya a la chica en paz!”. Aquello fue el detonante de una debacle inimaginable. Docenas de pistolas comenzaron a disparar contra la pantalla dejando aquel inmaculado lienzo convertido en un colador. Naturalmente así acabó la noche. Ni fin de fiesta ni cosa parecida. Cuando las autoridades lograron calmar a la masa y alejarlos del lugar mi padre recogió los bártulos, aquella destrozada pantalla, el dinero de la taquilla, insuficiente para los desaguisados y los gastos, y todos deshicieron el camino de vuelta a la Ciudad de Guatemala con los nervios destrozados. Creo que las enjundiosas palabras de despedida del terrateniente fueron “es que los míos son muy machos”.
Mi padre y sus socios, puesto que ya tenían concertadas varias actuaciones en otros pueblos, tras convencer a mi madre y a mi tía, decidieron darle al proyecto una segunda oportunidad. Se compró otra cara pantalla, se contrató a un trío de guitarristas que cantaban canciones mejicanas, pues el grupo anterior se había negado con rotundidad a ser reenganchado, y se buscó un film que no conmoviera de esa manera los corazones del entusiasta público.
La película fue una de cowboys y el resultado aún más terrorífico, pues cuando aparecieron los "villanos", es decir los indios, bajo el grito de “¡que vienen los malos!” las incontables pistolas comenzaron a retumbar en la noche como si de ametralladoras se tratara, dejando la pobre pantalla hecha girones. Otra vez no hubo ni remotamente la posibilidad de hacer el fin de fiesta.
Viendo que aquella empresa no ganaba ni para pantallas la sociedad se disolvió, mi familia volvió a Puerto Rico, para satisfacción de las mellizas, el guatemalteco siguió con su cabaret, seguramente jurándose no volver a mezclarse con gente de la farándula, y el socio puertorriqueño se dedicó a lamerse las heridas con resignación..
Y así terminó la gran aventura Iberoamericana. Todos
descorazonados y arruinados.
Yolanda, fascinante!
ResponderEliminarYa voy por aqui, me interesa y sigo leyendo
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