Foto Jesús Alcántara |
Como os contaba en el capítulo anterior, la
noche en que Jesús y yo vimos actuar al grupo Elé, la sorpresa y la emoción que
nos embargaron fueron enormes. No solo por la calidad de las polifonías que Lucy había
conseguido en canciones tan conocidas como El
manisero, Siboney, La Macorina o Alfonsina y el mar, sino también por la
divertida e inteligente manera en que los cantantes imitaban el sonido de tumbadoras,
contrabajos y hasta de una armónica que no existían más que en
la garganta de alguno de los integrantes del grupo.
Actuación del grupo Elé |
En un principio el público los recibió con cierta frialdad. Era obvio lo que esperaban de un grupo de jóvenes cubanos: salsa y meneíto. Pero tras un par de interpretaciones los aplausos eran entusiastas. Lo cual demuestra que lo bueno acaba abriéndose paso entre la mediocridad, es decir, que los espectadores, capaces de tragarse casi todo lo que se les echa, en el fondo de sus almas conservan la virtud de reconocer la belleza y la calidad. Solo hay que abrirles las puertas a su disfrute y dejar de adocenarlos con productos basura.
Mi amigo Pedro |
La emoción
con que se enfrentaban a esta experiencia los llenaba de una fragilidad que
me hacía temer por ellos, así que intenté informarles someramente sobre las peligrosas
alucinaciones, los espejismos que la opulencia del capitalismo solían producir. Todo lo imaginable estaba al alcance del pueblo, pero nada era
gratis. Las tensiones que imponía el consumismo eran en realidad frustrantes y
agotadoras. Pero sobre todo quise
abrirles los ojos a la despótica forma en que algunos empresarios trataban a
los artistas de la isla, traídos por medio de un “intercambio cultural” que les
dejaba desprotegidos y explotados.
Por fortuna ellos tuvieron suerte. Salvo el hacerles viajar cada día a una plaza distinta de la geografía nacional, apretados los siete y el representante en una furgoneta con capacidad para seis, el tener que actuar en jardines públicos, polideportivos sin condiciones, centros culturales donde desconocían el significado de la palabra cultura, sin tiempo para un ensayo o para familiarizarse con la megafonía, en el caso que la hubiese, salvo por la dificultad de alimentarse con la escuálida dieta que tenían asignada, ellos se declaraban felices y agradecidos por la experiencia. Sobre todo en los frecuentes casos en que, a causa de las exigencias del público, una representación que debía durar hora y media, pasaba de las dos a consecuencia de bisar y bisar.
CD del grupo |
Por fortuna ellos tuvieron suerte. Salvo el hacerles viajar cada día a una plaza distinta de la geografía nacional, apretados los siete y el representante en una furgoneta con capacidad para seis, el tener que actuar en jardines públicos, polideportivos sin condiciones, centros culturales donde desconocían el significado de la palabra cultura, sin tiempo para un ensayo o para familiarizarse con la megafonía, en el caso que la hubiese, salvo por la dificultad de alimentarse con la escuálida dieta que tenían asignada, ellos se declaraban felices y agradecidos por la experiencia. Sobre todo en los frecuentes casos en que, a causa de las exigencias del público, una representación que debía durar hora y media, pasaba de las dos a consecuencia de bisar y bisar.
Mi Lucy |
En las dos semanas que estuvieron en España tuvimos la oportunidad de volver a verles actuar en Cuenca, con el mismo éxito rotundo. Pero poder gozar de la compañía de Lucy fue imposible. A ellos los tenían demasiado ocupados y para mí el desplazamiento a Zaragoza era imposible. Ya conocéis el forzoso enclaustramiento al que la salud de mi madre me tenía sometida. Cuando marcharon a Cuba en mi alma quedó una mezcla de desazón y alegría. Lucy se había convertido en una estupenda músico y su corazón se conservaba tan cálido y puro como cuando, recién llegada a la isla a finales de los 40, yo descubriera gracias a ella que existían “niñas de chocolate y ojos de miel”.
La cuestión es que, en agosto de 1998, la compañía
en pleno de La rosa tatuada estaba de
nuevo actuando en el teatro Alcázar de Madrid. Pero la zozobra convirtió para
mí los meses que duró nuestra rentrée
en una tortura.
A partir del 88 cumpleaños de mi madre los síntomas de su
depauperación se iban acentuando con una agresividad aterradoras.
La primera constancia que tuve fue comprobar que ya no reconocía a los amigos
de siempre cuando la visitaban. Personas que habían formado parte de nuestras
vidas desde hacía años se convirtieron de pronto en desconocidas para ella.
Pero solo cuando perdió el apetito vi con claridad precipitarse el final. Aquella
mujer que tanto disfrutara de cualquier plato, mientras más picante y sabroso
mejor, comenzó a rechazar la comida. Su
incontinencia urinaria me obligaba a ponerle durante todo el día unos pañales humillantes para ella pues por aquel entonces aún tenía consciencia de lo que le estaba pasando. Su angustia era patente y mi
dolor al no poder ayudarla, una corona de espinas sobre mi corazón.
A consecuencia las horas que debía pasar en el teatro me resultaban una agonía. A pesar de que contratamos una enfermera para que permaneciera a su lado durante mis horas de trabajo, ni un segundo logré recuperar, durante ese periodo, mi usual disfrute del escenario. Los compañeros, conociendo mi situación, intentaban inútilmente solidarizarse con un dolor cuya magnitud les era imposible aquilatar.
Mami y yo en su último cumpleaños |
Yo como Miss Yorke en La rosa tatuada |
A consecuencia las horas que debía pasar en el teatro me resultaban una agonía. A pesar de que contratamos una enfermera para que permaneciera a su lado durante mis horas de trabajo, ni un segundo logré recuperar, durante ese periodo, mi usual disfrute del escenario. Los compañeros, conociendo mi situación, intentaban inútilmente solidarizarse con un dolor cuya magnitud les era imposible aquilatar.
No os debe, pues, sorprender mi alivio cuando Paco
Marsó nos comunicó que a principios de noviembre se disolvería la compañía. Concha
Velasco había decidido terminar antes de tiempo en Madrid y suspender la gira
para irse a rodar la película París-Tombuctú, dirigida por Berlanga,
con Michel Piccoli y Amparo Soler Leal. Eso resultó un palo inesperado para
los compañeros, ilusionados con la promesa de una larga y exitosa temporada de
bolos. Para mí, en cambio, fue un alivio.
El brillante cerebro de Dora comenzó a sufrir micro infartos cerebrales. Hasta dos veces en una semana fue ingresada en urgencias, estabilizada y dada de alta. Pasaba de confundirme con su madre a mascullarme palabras en su idioma natal, un alemán que poco tiempo antes ella aseguraba no recordar en absoluto. Y ni siquiera se daba cuenta. En uno de esos ingresos, durante los cuales yo permanecía sujetando su mano toda la noche, un joven médico, el único que nos había prestado la debida atención, quiso tener una conversación conmigo. Una vez en el pasillo me explicó que los micro infartos de mi madre serían cada vez más frecuentes y devastadores.
Me mostró entonces una radiografía cerebral que me dejó pasmada; de los dos hemisferios en que se divide el cerebro el izquierdo presentaba una imagen mucho más pequeña y arrugada, algo parecido a una nuez seca. Me aseguró estar sorprendido de que la portadora de ese cerebro aún conservara la consciencia y me aconsejó ingresarla en un hospital donde estuviera debidamente atendida durante el poco tiempo que le quedara de vida. Me habló entonces de uno administrado por la Seguridad Social, poseedor de dos plantas especializadas en enfermos terminales y me prometió que, a pesar de la larga lista de espera para los ingresos, él me conseguiría una plaza. Nunca supe por qué, pero aquel muchacho se preocupó por nuestra situación con un interés encomiable. Demasiadas veces había comprobado en esos días la frialdad, cuando no la incompetencia, con que los pacientes eran tratados en Urgencias y aquella actitud me conmovió.
La idea de alejar a mi madre de mí me parecía
espantosa, pero estaba claro que yo no podía atenderla como ella necesitaba y
que ni mi cuerpo ni mi alma eran lo suficientemente fuertes para soportar por
mucho tiempo el esfuerzo físico de manejarla y el desgaste espiritual de verla
irse sin poder hacer nada al respecto.
El hospital
en cuestión se llamaba La Fuenfría. El único problema era que estaba en Cercedilla,
pueblo situado en la sierra de Guadarrama y a sesenta kilómetros de Madrid.
El camino hacia el hospital |
Necrológica.
Los que viajan a Madrid por avión, a partir del 24
de este mes de marzo, ya no aterrizan en el aeropuerto de Barajas, sino en el
de Adolfo Suárez-Madrid-Barajas, homenaje del pueblo y el gobierno español al
que se reconoce, desgraciadamente tras su muerte, como el mejor y más honesto
de nuestros presidentes democráticos.
Adolfo Suárez |
El fallecimiento de este hombre nacido en Cebreros, Ávila, en 1932, ha convulsionado a España entera, uniendo a antiguos detractores y seguidores en un sentido duelo. Las colas frente a Las Cortes madrileñas, lugar donde se veló durante dos días su cuerpo, tuvieron una longitud de varios kilómetros. Todos querían despedir al que fuese artífice y sustento de la afortunada Transición Española.
A pesar de provenir de las entrañas del franquismo, durante los 5 años que se mantuvo como presidente del gobierno, realizó grandes y arriesgadas jugadas que garantizaron para el país un futuro dentro de la democracia. Fue uno de los padres de la nueva Constitución Española, y de la importantísima Carta Magna, refrendada por el pueblo en 1978. Restauró la Generalidad de Cataluña, en la figura de su presidente Josep Tarradellas, limando así graves asperezas con esa autonomía. Y legalizó, tras años de clandestinidad, el partido comunista. Todo esto provocó las críticas y la aversión de la ultra derecha, hasta tal punto que su propio partido, compuesto por una derecha moderada y algunos centristas, UCD, (Unión de Centro Democrático) acabó dándole la espalda.
Pero por lo que será mayormente recordado es por la
valentía que demostró enfrentándose en Las Cortes a las armas de Tejero y sus
secuaces durante el intento de Golpe de Estado militar el 23 de febrero de 1981.
(En la Instantánea 90 hablo extensamente sobre esa intentona).
Tal fue el acoso que soportó de la ultra derecha, de los grupos terroristas ETA y GRAPO y hasta del grupo de la oposición, el PSOE (Partido Socialista Obrero Español), tal fue su desilusión al verse abandonado por el partido que él mismo había creado, que en febrero del 81 presentó su irrevocable dimisión. Para la ultra derecha resultaba demasiado liberal, para los conservadores demasiado joven e inexperto y para los socialistas era demasiado flagrante su pasado franquista.
Todos coinciden en señalar como sus mayores virtudes
un espíritu dialogante y un encanto personal que cautivaba. También su vida
personal estuvo jalonada de obstáculos y tragedias. Su esposa Amparo murió de
cáncer en 2001 y su hija Miriam le siguió tres años después.
Totalmente alejado de la política, se le
diagnosticó una enfermedad de Alzheimer tan agresiva que en poco tiempo había
olvidado incluso su condición de expresidente del gobierno español y de adalid
de la Transición.
Próximo capítulo. Los últimos años del siglo XX. (3ª parte).
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