Foto Jesús Alcántara |
Tras cuatro meses de
exhaustivos ensayos, en enero de 1998, se estrenaba en el teatro Alcázar de Madrid la obra La
rosa tatuada, de Tennessee Williams, bajo la dirección de José Carlos
Plaza, producida por Paco Marsó y protagonizada
por Concha Velasco. El amplio reparto estaba compuesto por Paco
Morales, “Mangiacavallo”, Cristina Arranz, “Rosa”, Paca Ojea, “Assunta”, Fidel
Almansa, “el padre De Leo”, Tina Sainz, “Flora”, Pilar Ballona, “Betsy”, Concha Hidalgo, "Peppina", Yolanda Farr, “Miss Yorke” en los papeles más preeminentes y diez experimentados
actores más en roles secundarios. El estreno fue clamoroso y a él
asistió la flor y nata de la burguesía, del arte y de la política,
incluyendo al presidente del gobierno José María Aznar, quien tuvo a bien subir
al escenario, una vez terminada la función, para felicitar a todo el elenco. Por
cierto, creo que esa fue la primera y última vez que el mandatario acudió a un
estreno teatral. (Y puede que hasta al teatro en general).
Cristina Arranz, yo, Concha Velasco y Paca Ojea en La rosa tatuada |
Pero la reacción del público dejó mucho que desear. Concha se había empeñado en interpretar
aquel dramón con visos de neorrealismo italiano, pero sus admiradores, que eran
muchísimos, preferían verla en esos lujosos musicales a los que últimamente les
tenía acostumbrados y no en la piel de la desgarrada y maltrecha Serafina. No se podría tachar a la obra de fracaso pero sin duda no fue el
éxito al que la gran diva estaba acostumbrada.
Osky Pimentel y yo en La rosa tatuada |
En cuanto al montaje, me
temo que de nuevo los actores fuimos sufridas víctimas de la técnica. Carras
que entraban y salían de los hombros del escenario, otras que avanzaban y
retrocedían, decorados corpóreos subiendo y bajando del telar hicieron que la labor
actoral se viese entorpecida de continuo, sometida a los errores y tropiezos
de la mecánica. Solo cuando Concha y el director decidieron limitar al mínimo
esos movimientos la obra consiguió el ritmo y la fuerza dramática que Plaza
había exigido de los actores durante los ensayos.
Con el director José Carlos Plaza |
Y hablando de José Carlos
Plaza he de confesar que ese director es uno de los pocos con el que nunca
llegué a tener buena comunicación. Su sistema de trabajo, exhaustivo pero
veleidoso, no encajaba conmigo. Su forma de dirigir me resultaba mareante: solía darte instrucciones contradictorias, intentando encontrar, gracias a tu
creatividad y agotamiento, la versión del
personaje que más le gustase. Lo cual, para colmo, no garantizaba una aceptación definitiva pues al día siguiente podía cambiar de opinión y obligarte a recomenzar la
búsqueda. Aquella era una forma de trabajo que algunos directores
utilizaban pero que yo consideraba una gran pérdida de tiempo y energía. Mi
método ideal consistía en analizar el personaje durante el trabajo de mesa e ir
confrontando mis opiniones con las del director. De esto ya he hablado con anterioridad. Pero el
gran prestigio de Plaza hacía que todos,
crítica incluida, respetasen y admirasen su trabajo, así que tal vez mi juicio
sobre su método no tenga valor alguno.
Con Concha Velasco |
Durante esos ensayos pude
comprobar fehacientemente la capacidad de trabajo y la gran disciplina de Concha
Velasco. Siendo protagonista absoluta de la función, salía de cada larga sesión
agotada y a veces hasta deprimida por las exigencias de Plaza. Aun así, al día
siguiente era la primera en llegar al ensayo, llena de la más exultante energía.
Aquello despertaba asombro en el resto de la compañía. Ni siquiera los más jóvenes
podían equipararse a esa mujer en ímpetu y perseverancia.
Yo, Concha Hidalgo y Paco Marsó |
Fueron seis los meses que
duró nuestra primera estancia en el teatro Alcázar, tiempo durante el cual admiré su disciplina en escena a la vez que descubrí su descontrol en los camerinos. La razón de su desequilibrio era que las relaciones
entre Paco Marsó, su marido, y ella estaban en una fase de amor-odio capaz de enloquecer a
cualquiera. Cada vez que tenían una bronca o Paquito llegaba tarde a casa, las quejas más íntimas y los lamentos más fervientes de Concha rebotaban por las paredes de los camerinos sin pudor alguno.
Pero si alguien cometía el error de apoyarla en sus críticas a su esposo se la podía oír gritar indignada, “¡oye, un momento, nadie puede insultar a mi hombre más que
yo!”. Ni soy quién ni pretendo tener la capacidad para juzgar aquella conflictiva relación. Solo intento dejar constancia de la tensión que esos problemas
personales creaban entre los actores.
El primer día de Alex en la casa |
Aquella primavera en casa
sufrimos una pérdida irreparable; nuestro
adorable perro Labrador Alex enfermó de legmaniosis, mal que en aquellos
momentos no tenía ni cura ni posible prevención, así que, tras una serie
de intervenciones quirúrgicas, viendo el patente deterioro físico del que
había sido un potente animal de cuarenta kilos, con el fin de evitarle más sufrimientos
nos vimos forzados a sacrificar a nuestro querido amigo.
Con Alex a los seis años |
Ya que nunca habíamos
tenido una mascota más cariñosa, dócil y alegre, su muerte fue para nosotros, más
que nunca, semejante a la de un familiar. Además mi madre perdió al compañero cálido y sumiso que solía yacer a sus pies,
haciéndole compañía, durante los pocos momentos en que yo me permitía dejarla
sola. Tras ese trauma me juré que, a partir de entonces, definitivamente no
volvería a tener un perro.
Llegado el verano se nos
propuso interrumpir el trabajo durante un mes, renunciando a nuestro sueldo
pero con la garantía de regresar, cumplido ese lapso, al mismo teatro y con las
mismas condiciones del debut. Por supuesto, aunque sin mucho entusiasmo, todos
aceptamos. No estaba la cosa para ser tiquismiquis.
Concha, Paco y sus hijos,
Manuel y Paco junior, deseaban aprovechar ese descanso para hacer un viaje de 15 días a New York, al cual no
podían llevar a su revoltoso Yorkshire enano. Así que, impulsados por la buena
amistad que nos unía a Marsó, Jesús y yo decidimos ofrecerles
una solución; nosotros nos quedaríamos con Leo, la perrita, durante el tiempo
que ellos estuvieran fuera. Pero ni remotamente sospechábamos en lo que nos
estábamos metiendo. Aquel animal, aparte de estar malcriado, tenía un genio demoníaco.
Yo estaba asombrada pues nunca me había relacionado con un perro tan arisco y
caprichoso. La peor de sus manías era que cada vez que mi madre intentaba moverse
por la casa, se colocaba delante de su andador ladrando cual posesa. Aunque
eso a mami, amante de los perros, no la amilanaba mi temor era que en algún
momento el animal le provocase una caída. Así que durante los 15
días que la tuvimos hospedada jamás los dejamos solos, con lo cual quedaron suprimidas
nuestras a visitas a cines o a restaurantes en los cuales estuviera prohibida la
entrada con animales. Tan solo podíamos
acudir a terrazas. Pero eso no era lo peor.
Leo resultó ser una noctámbula empecinada. Durante las horas del día daba gloria verla dormir envuelta en su
largo, dorado y supercuidado pelaje.
Pero al llegar la noche se convertía en Mister Hyde. Cualquier mínimo ruido en
la calle o en la escalera era respondido con una retahíla de agudísimos y
desagradables ladridos a consecuencia de lo cual dormir se convirtió para
nosotros en una misión imposible. Era tan marcada su actitud de “furioso perro
guardián nocturno” que Jesús y yo llegamos a una conclusión; Concha la había
adiestrado de esa manera para saber con exactitud a qué hora de la madrugada
volvía Paco de sus frecuentes escarceos.
En fin que, a la vuelta de la familia Velasco-Marsó,
despedirme de un perro fue, por primera vez en mi vida, una auténtica liberación.
Lucy y yo frente al teatro Alcázar |
Pero algo maravilloso ocurrió
durante esas vacaciones de verano. Después de tantos años Lucy y yo
volvimos a encontrarnos. Había venido a España por
medio de ese “intercambio cultural” del que hablo en mi Instantánea anterior.
El cazatalentos de una
asociación artística zaragozana, durante una visita “de prospección” a Cuba,
descubrió a un grupo musical llamado Elé
y, al quedar prendado por su buen hacer, tramitó de inmediato con el INIT la
contratación. El coro lo componían cuatro chicos y tres chicas que, a capella,
cantaban música cubana e internacional con una depurada polifonía. Pues bien,
la directora, arreglista y una de las sopranos era mi Lucy del alma, a la que
no veía desde mi única visita a Cuba en el año 85. (Ver instantáneas 99 y 100).
Aunque radicando todos en
la ciudad de Zaragoza, donde sus contratantes cumplían con el compromiso de
brindarles hospedaje gratuito, Lucy aprovechó su primera dieta y un par de días
sin actuaciones para venir a visitarme. Y en casa se presentó una tarde dándome la inesperada alegría de poder
compartir con ella momentos que se me hicieron demasiado cortos. Por fin Jesús
conoció a la entrañable persona de la que tanto le había hablado, y mi madre
derramó lágrimas de emoción al volver a ver, hecha una bella mujer, a la
muchachita que, tantos años atrás, había dejado en Cuba.
Al informarnos Lucy que,
unos días más tarde, Elé actuaría de madrugada en
la cercana ciudad de Getafe decidimos estar presentes.
Lucy, yo y Jesús |
Excuso decir que tanto
Jesús como yo ardíamos en deseos por verles actuar. Lo que no podíamos ni
imaginar era el gran impacto que su trabajo iba a tener en nosotros y en un público que, abarrotando
el local, celebró al septeto dándoles una emocionante ovación final, puestos en
pie y llenando la noche de sonoros bravos.
La próxima semana
continuaré con esta emotiva historia.
Próxima Capítulo: Los últimos años del siglo XX. (2ª parte).
Yolanda, tu eres la que actuas en 'Hijos de papa', como vedette que se enamora del protagonista?
ResponderEliminarGracias
No, amigo, yo soy la esposa del protagonista, José Bódalo.
ResponderEliminarAh... sales muy guapa y elegante tb en ese papel.
ResponderEliminarDe la que te hablo, me recordaba a Maria Casanova, pero creo que no debe ser una actriz conocida.
Bódalo era increíble (el favorito de mi mujer). Tenia una capacidad de transmitir el sufrimiento tremenda.
Pq no nos cuentas un poco como fue ese rodaje? No he encontrado info en tu blog
Me emocioné con ésta entrada, imagino como habrá sido ese reencuentro y ese público ovacionando.
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