Foto Jesús Alcántara |
Alejandro,
ese bebé que 21 años atrás yo había sostenido
en mis brazos mientras era ungido con las aguas
bautismales, ese hijo de mi hermana de
sangre, se había convertido en un mozarrón de radiante sonrisa y cautivador
encanto. Cuando, durante una de esas escasas conexiones
telefónicas que se lograban establecer con Cuba, Lucy me había comunicado la
afición de su hijo por el ballet y su deseo de estudiarlo, me sentí
responsable. Pensé que, de alguna manera, yo le había contagiado mi gran y frustrada pasión por ese arte, sufrido y dictatorial
pero cautivador.
Alejandro y yo, cuatro años atrás, durante mi viaje a Cuba. (Ver Instantáneas 99 y 100) |
Y
ahora el muchacho estaba allí, en el aeropuerto de Barajas, frente a mí, emanando aún olor a
galán de noche, a salitre, a palma real,
a sinsonte y tocororo, a Lucy, a los adorados aromas de mi querida Cuba. Todo iba
transcurriendo de forma bella y emotiva hasta que de su boca salieron, casi
musitadas, estas apabullantes palabras; “madrina, necesito exiliarme. Allí me
tienen vigilado. Mi negativa a integrarme, a pertenecer a las
milicias está cerrándome todas las puertas. Me siento presionado y observado hasta
tal punto que temo por mi libertad y por la seguridad de mi familia.” Aquellas
palabras, que podían sonar a paranoia, tuvieron el efecto de penetrar en mi
alma haciéndome recordar los momentos más negros de mi vida cubana, y a consecuencia una explosión de
empatía me conmocionó.
Tenía que ayudar a mi ahijado fuese como fuese
y costase lo que costase. Y debía ser en ese mismo momento pues con toda
seguridad nunca se presentaría una mejor oportunidad. Alejandro estaba ahora en
España y eran mi obligación y deseo conseguir que en ella se quedase, aunque en
realidad no tenía ni idea de cómo lograrlo.
Con
el cerebro convertido en un hervidero de
preguntas sin respuesta lo primero que hice fue buscar un teléfono público y plantearle
a Jesús el atolladero en que nos encontrábamos. Su reacción, tal y como era de esperar conociendo su generoso corazón, fue de total apoyo. Debíamos conseguirle el estatus de exiliado y recogerle en el seno de nuestro hogar el tiempo que fuese necesario.
Esa parte del problema estaba resuelta. Ahora quedaba la más difícil: cómo, dónde
y ante quién se podían hacer las gestiones para la petición de asilo INMEDIATO. Y de pronto vi cerca de
mí al amable policía que unas horas atrás me había facilitado la ilegal
entrada a la zona de tránsito del aeropuerto. Y hacia él me dirigí con mis preguntas.
Alejandro. Foto Jesús Alcántara |
Todo
lo que ocurrió a continuación fue como un milagro. “Yolanda, esta no
es la primera vez que aquí se presenta una situación semejante” fueron las
palabras del buen hombre, “has tenido suerte de que esta noche me tocara
guardia. Hace tan solo unos meses, solucioné un problema idéntico a dos músicos cubanos que viajaban hacia Checoslovaquia formando parte de una orquesta. Atiende;
dentro de este espacio hay dos wáteres públicos, uno ahí cerca y otro hacia la
mitad de ese largo pasillo”, dijo
mientras me los señalaba. “Colocaré un cartel de “fuera de servicio” en el más
cercano, así tu ahijado tendrá una justificación
para alejarse del grupo. Dile que dentro de media hora vaya hacia allí, eso sí,
debe ir solo o no habrá nada que hacer. Le esperaré en la puerta y le llevaré
con disimulo a la comisaría por el acceso del que disponemos en esta sala. En cuanto a ti has de salir y
dirigirte a la entrada principal de la comisaria, decir que vas en mi nombre y esperarnos para hacer el resto
de los trámites. Si todo va bien, pronto nos reuniremos contigo y tras rellenar
unos cuantos formularios es casi seguro que esta noche el joven pueda dormir en
tu casa. El jefe de policía es mi padre. Tanto él como yo odiamos lo que el
comunismo está haciendo en Cuba y nos solidarizamos con los que piden exilio
político. Tendreis unos días para realizar las subsiguientes gestiones.”. Aquello me parecía una locura pero, moviéndome como una marioneta
manejada por los hilos de la excitación, un cuarto de hora más tarde me
encontraba en el despacho del jefe de policía y tan solo minutos después veía
entrar en él a un desencajado Alejandro y a ese ángel de la guarda disfrazado
que Dios nos había enviado para ayudarnos.
A
partir de ese momento, para mi sorpresa, todo comenzó a salir rodado. Tras
firmar unos papeles en los cuales me identificaba con mi DNI, me comprometía a
hacerme cargo económicamente de Alejandro y me responsabilizaba por sus actos
legales en el país, nuestro salvador nos acompañó al coche en el que éramos esperados por Jesús, a quién yo había informado del desarrollo de las gestiones
desde el teléfono de la comisaría. Mientras el guardia nos deseaba “la mejor suerte del mundo” y se alejaba con
el rostro iluminado por una sonrisa de satisfacción, la abrumadora consciencia
del peligro y de la suerte que habíamos tenido me hizo desplomarme sobre el asiento
como si esas cuerdas de marioneta por las que sentía movida hasta un momento antes
se desvaneciesen.
Jesús y mami aceptaron al joven con los brazos abiertos y yo estaba feliz de poder compensar en
algo la gran amistad que su madre, Lucy, me había dedicado durante toda nuestra
infancia y adolescencia.
Mi madre y yo con Alejandro en su primera Navidad española |
Fue
enternecedor mostrar las “abundancias del capitalismo” a un Alex que se detenía
ante los escaparates con la mandíbula desencajada, o enseñarle la majestuosa
arquitectura del Madrid de los Austrias y los enormes rascacielos que bordeaban
el interminable Paseo de la Castellana…Todo le deslumbraba. Cuando llegaron las
Navidades, ansiando compensar la carencia de atención y de afecto que yo había
sufrido durante los primeros meses tras
el regreso a mi patria, (ver Instantáneas 48, 49 y 50), nos dedicamos en cuerpo y alma a hacer de las celebraciones
navideñas algo pleno y feliz para él, algo que pudiese aliviar un poco su inevitable y
dolorosa nostalgia familiar.
Alejandro. Foto Jesús Alcántara |
Sin
duda la España de aquellos tiempos era
distinta a la actual y sus leyes infinitamente más flexibles. El tan latino “amiguismo”
campaba a sus anchas.
Aunque nuestro propósito era legalizar sin fisura alguna su presencia en el país ni siquiera sus primeros trabajos, aún antes de tener en regla los papeles, resultaron un problema. Cuando Alejandro manifestó su deseo de trabajar, se me ocurrió recurrir a un buen amigo coreógrafo que en esos momentos tenía un programa semanal en la tele, Ricardo Ferrante, el cual, tras probarle, me alabó sus grandes condiciones y decidió utilizarle. Así que, cobrando en lo que ahora se llama “dinero negro”, mi ahijado se convirtió, a los dos meses de su llegada, en “bailarín de TVE”.
Aunque nuestro propósito era legalizar sin fisura alguna su presencia en el país ni siquiera sus primeros trabajos, aún antes de tener en regla los papeles, resultaron un problema. Cuando Alejandro manifestó su deseo de trabajar, se me ocurrió recurrir a un buen amigo coreógrafo que en esos momentos tenía un programa semanal en la tele, Ricardo Ferrante, el cual, tras probarle, me alabó sus grandes condiciones y decidió utilizarle. Así que, cobrando en lo que ahora se llama “dinero negro”, mi ahijado se convirtió, a los dos meses de su llegada, en “bailarín de TVE”.
Puesto
que nuestro hogar tan solo tenía dos dormitorios, el de mami y el que
ocupábamos Jesús y yo, durante un corto
tiempo Alex hubo de dormir en el sofá del salón. Poco después Jesús habilitó para él un espacio en su gran estudio de la calle Príncipe, hizo
remozar el cuarto de baño y le entregó a aquel muchacho las llaves de lo que
era su santuario. Hasta allí, y mucho
más lejos, llegó su generosidad. En
compañía de aquel “mulato jabao” iba arriba y abajo por Madrid, a veces presentándolo
a sus amigos, con esa tierna ingenuidad que lo caracterizaba, como su hijo,
broma que yo me encargaba de desdecir pues no nos dejaba a ninguno de los dos en
buen lugar y si llegaba a oídos de la “prensa del corazón” hubiera podido
complicar bastante mi existencia. (Para aquél que desconozca el término; como “mulato jabao” se se conoce en Cuba a personas de piel y cabellos bastante claros
pero con facciones negroides).
Por desgracia no tardaron mucho en surgir entre mi ahijado y nosotros graves desavenencias.
Jesús,
fotógrafo oficial del Teatro de La Zarzuela desde hacía unos años, tenía
influyentes amigos en aquel centro que, por esa
época, albergaba también la sede del CDN, es decir del Conjunto de Danza Nacional. A
cargo de su dirección estaba el coreógrafo y profesor norteamericano Ray Barra.
Un día le preguntamos a Alejandro si no le convendría reanudar seriamente sus
estudios de ballet a lo que accedió no con demasiado entusiasmo. El muchacho, sin
problemas económicos, casa y comida asegurada, estaba disfrutando de su
libertad, del dinero que ganaba en la televisión y tantas
facilidades hacían que comenzara a “perder el norte”. Creíamos que la
disciplina del ballet le devolvería a la realidad y a la importancia que tenía labrarse un futuro. Jesús le consiguió una audición privada con míster
Barra, privilegio inusual, y Alex,
gracias a sus innegables condiciones para el ballet y a esa simpatía
con la que sabía cautivar a la gente, fue no solo admitido en las clases sino
que le prometieron que, pasado un año, sería contratado en la compañía del
Ballet Clásico. Por lo tanto comenzamos a acelerar los tramites para obtener sus imprescindibles papeles
de residencia, recurriendo de nuevo a amigos que tuvieron la habilidad de colocar su solicitud entre las primeras de la lista. Total que en menos de cuatro meses su
situación estaba legalizada.
Alejandro. Foto Jesús Alcántara |
Pero
aquella posibilidad de ser contratado por el Ballet Clásico, que hubiese sido
el sueño de decenas de aspirantes, no le satisfacía. Un día, a principios de los 90, tan
solo unos meses después de haberse integrado a las clases, se presentó en casa a una hora inusual. “¿Qué haces aquí, no estás en horario de lecciones?”, le preguntamos y su absurda respuesta nos dejó boquiabiertos. “Hay
un nuevo director, Nacho Duato, y no me gusta. No estoy dispuesto a aceptar
instrucciones de un maricón, así que me niego a seguir asistiendo”. Ahora resultaba que
mi ahijado era homófobo, ¿cuál podía ser nuestra reacción al respecto?
Alejandro era mayor de edad y supuestamente capacitado para escoger la que iba
a ser su vida. Así que decidimos pasar por alto esa y otras absurdeces suyas,
como aquella afirmación de que “ustedes
los capitalistas me deben todo el tiempo y las cosas de las que no he podido
disfrutar durante mi adolescencia, así que todo lo que hagan por mí es poco”, con
la que en una ocasión nos sorprendió.
Seguimos
acogiéndole e intentando inculcarle nuestro conocimiento de este difícil
mundo lleno de tentaciones materiales que eran meras trampas.
Un
día nos dimos cuenta de que mi amigo el coreógrafo Ricardo Ferrante había
dejado de usarle en su programa. Debido a la amistad que nos
profesábamos decidí llamarle y preguntarle el motivo y no puedo decir que su
respuesta me sorprendiera: “Lo siento, Yolanda, pero la falta de disciplina de
Alejandro y su renuencia a obedecer directrices me estaban causando problemas
con el resto del ballet.”
Paco Marsó |
Así que Jesús recurrió a Paco Marsó, amigo desde muchos años atrás y en aquellos momentos marido y mánager de la gran Concha Velasco. Puesto que la estrella estaba en antena con un programa de variedades llamado Viva el Espectáculo, Paco contrató a Alejandro, ya con sus papeles legalizados, como bailarín fijo y un más que generoso sueldo semanal. Resumiendo, que mi ahijado estuvo casi un año ganando un dinero que le alcanzó hasta para comprarse una moto de alta cilindrada. Pero un día el muchacho dejó caer en el vaso de nuestra paciencia esa famosa última gota que lo derramaría.
Conociendo
su desahogada posición económica Jesús le preguntó cuanto dinero estaba mandando a Cuba para sus padres a lo que el joven respondió, ni corto ni perezoso: “Oigan, cuando
me fui de allá rompí con la isla y con todo lo que hay en ella”. ¡Por supuesto
aquello era intolerable! Si le habíamos recibido, atendido y cuidado durante
tanto tiempo era en homenaje a esa madre suya, Lucy. Entonces Jesús le dijo taxativamente que si él había roto con su familia
nosotros rompíamos con él. Que abandonara el
estudio de calle Príncipe, que alquilara algún otro lugar donde vivir y que se olvidara de
nosotros como él estaba haciendo con los de su sangre.
Y
así fue. Poco volví a saber de él y lo poco era siempre malo. Alejandro, despreciando
las oportunidades que se le habían ofrecido, tomó un camino equivocado.
Solo
lo vimos en otra ocasión, aquella en la que vino a casa para decir que
España era una porquería, que se iba a EE.UU y que le dejáramos dinero para el
pasaje. En lugar de acceder a eso, conociendo ya el percal, le compramos el
pasaje y le pusimos en el avión.
Aunque
nuestra relación se rompió de mala manera no fue así con la que nos unía a su madre y a mí. Informada de todo por amigos de la profesión
que viajaban con frecuencia a Cuba, aseguró no estar en absoluto sorprendida y sus mensajes para mí fueron de
encarecidas disculpas y eterno agradecimiento. Al parecer, Alejandro, que nunca había estado perseguido políticamente, como afirmaba,
era desde la niñez un ser conflictivo, mentiroso y egoísta.
Pero ya está bien de mi ahijado y de aquella frustrante experiencia.
Jesús y yo junto al gran bailaor "El Tano". A la derecha Alex y una amiga |
Nunca he vuelto a tener noticias de él de manera directa. Por Lucy sé que su vida en Estados Unidos ha sido errática y conflictiva y que sigue fiel a su actitud de no ocuparse de su familia cubana. Con un email muy de vez en cuando siente que sus obligaciones para con ellos están cumplidas. Y eso es todo. Mi eterna amiga y yo hemos hecho el pacto de no hablar de un tema tan doloroso para ambas.
El auténtico propósito de este capítulo
es dar constancia de mi primera confrontación con una triste realidad: los años
de tiranía castrista habían corrompido, en una gran parte de la juventud, esos valores tan cubanos
de la lealtad, el honor y la amistad.
Próximo
capítulo. Madrid-New York-Miami-Madrid.
Todo el mundo no es igual, Es inexacto generalizar afirmando que "toda la junventud perdio valores" Aqui en España tambien hay gente engañosa y oportunista.
ResponderEliminarEstimado anónimo, yo siempre evito generalizar. Si revisa usted el final de mi escrito comprobará que mis palabras no son "TODA LA JUVENTUD PERDIÓ VALORES" sino "UNA GRAN PARTE DE LA JUVENTUD"..Con posterioridad a los hecho que narro he conocido a jóvenes cubanos de gran integridad pero a otros muchos que han venido con intenciones nada honestas, Si vive Usted en España y lee los periódicos o ve la televisión recordará varios de estos casos que tanto han dado que hablar. Ciertamente aquí, y en todas partes del mundo, hay gente "engañosa y oportunista", mi sorpresa es no reconocer en esos jóvenes cubanos actuales las extraordinarias virtudes de honestidad ética que poseía aquella juventud que iniciaba su exilio en las décadas de los 60 y 70. La gente más trabajadora y fiel a sus valores patrios que imaginarse pueda.
ResponderEliminarGracias por dejar en mi blog su opinión y le ruego que, siempre que lo desee continúe haciéndolo pues es para mi muy reconfortante la participación de mis lectores. Un abrazo
Tengo que reconocer y con enorme pena, que el caso de tu ahijado no es un caso aislado. La pérdida de valores en mi amada isla es galopante. Eres un ser muy generoso mi querida Yolanda, un abrazo grande!
ResponderEliminarMe imagino que Alejandro leerá tu blog y desde aquí le digo, perdió la oportunidad de su vida al no trabajar con uno de los coreógrafos más sorprendentes de la historia de España. Nacho Duato es la creatividad en estado puro! Pero perdió mucho más, el afecto y la ayuda desinteresada de todos ustedes. Un abrazo Yoly.
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