Foto Jesús Alcántara |
Como
por arte de birlibirloque habíamos llegado al 1992 y, aun bajo el gobierno de
Felipe González y del PSOE, Partido Socialista Obrero Español, España estaba muy ajetreada. Entre los meses
de abril y octubre, tras años de ingentes obras en la isla de La Cartuja, Sevilla
iba a ser sede de la Exposición Universal, con una asistencia
final de 112 países, 23 organismos oficiales y las 17 comunidades autónomas de
España. (En esta mega exposición que se celebra cada vez en un país distinto,
los participantes construyen instalaciones y en ellas muestran sus últimos logros técnicos y
artísticos).
Sello conmemorativo de la Expo con su mascota Curro |
Aquel
evento nos traería grandes mejoras, sobre todo urbanísticas, por ejemplo la
instalación del tren Ave de alta velocidad que une Madrid con la capital de
Andalucía en menos de dos horas y media, carísima obra que, en compensación, ha
producido al país grandes beneficios.
Como si eso no fuese suficiente, en el
mes de Julio, España iba a ser la sede de las XXV Olimpiadas de la Era Moderna.
169 países se reunirían en Barcelona y los gastos anunciados para el
acondicionamiento de la ciudad ascenderían
a 1000 millones de dólares, lo cual, a los españolitos de a pie nos parecía una barbaridad y un
dispendio. (Con posterioridadd nos informarían que el impacto económico superó los
7000 millones de beneficios. Habrá que creerlo).
Y en
medio de todo ese teje y maneje, Alberto González Vergel, el director al que yo
había bautizado, durante el rodaje de la serie televisiva Los Veraneantes, como el
Doctor Jekill y Mister Hyde, (ver Instantánea 93), me ofreció hacer en teatro un musical diferente a
todo aquello en lo que había participado hasta el momento: En un café de La Unión.
En un café de La Unión. (Presentación de mi personaje) |
La acción tenía lugar, durante finales del
siglo XIX, en un pueblo minero de nombre La Unión, situado en la provincia de Murcia. Para
facilitaros una pequeña sinopsis de la trama utilizaré las inmejorables palabras que Lorenzo López
Sancho, el más considerado crítico teatral de aquel momento, dejó escritas a propósito del estreno madrileño: “Con un viento
tibio y perfumado de la Huerta del Segura, con acento caliente y minero,
hierro, plomo y zinc nos trae Vergel una tragicomedia con escenas de café
cantante mientras surgen gentes del bronce, cantaoras flamencas, cupletistas,
chulos, guardias civiles predispuestos al alterne y desvergonzadas cigarreras
al tiempo que se va cebando el drama sordo de los celos.”
En un café de La Unión. Final del tercer acto |
Trabajar
de nuevo con ese controvertido director no hizo sino reafirmar nuestras buenas
relaciones y la estima que por él sentía. Su claridad al definir los matices de cada personaje era notoria y
su firmeza a la hora de indicar cómo
ponerlo en pie, inflexible. Con él no había posibilidad de disentir. Si
aceptabas esa condición los ensayos discurrían como clases magistrales pero, ay
de ti si ponías pegas a sus indicaciones. Sin un grito, utilizando las más
cortantes palabras y la más afilada inteligencia, llevaba a su adversario
contra las cuerdas hasta conseguir su rendición o su auto despido. Realmente le
lograba hacer la vida imposible al disidente.
Final del primer acto. En primera fila, de derecha a izquierda, Perla Cristal, Agata Lys, Roberto Noguera y yo |
Siendo
la función coral los actores éramos muchos; yo, Ágata Lys, Perla
Cristal, Luisa Fernanda Gaona, Avelino Cánovas, Verónica Lujan, Roberto Noguera
y así hasta llegar a quince. También estaba el cuerpo de baile compuesto por seis preciosas muchachas. Un reparto muy amplio y con varios cambios de ropa de toda la compañía, pues la acción transcurría en el mismo café cantante, pero
durante un espacio temporal de tres días. Perla, yo y Ágata éramos las
“artistas” y entre nosotras se desarrollaba un drama que desembocaría, a causa
de los celos, en mi asesinato. Es decir
que se trataba de una
tragicomedia musical escrita por un autor novel, Luis Federico Viudes. Opera prima que le había salido bordada.
El debut en Madrid fue en Mayo del 92.
Gracias a la perfecta conexión que existía entre González Vergel y yo
puedo ufanarme de lo feliz y realizada que me sentí durante los ensayos y las
posteriores representaciones en el Teatro Cómico de Madrid, donde permanecimos
varios meses en cartel. No demasiados, para nuestra desgracia, pues los gastos
del amplísimo vestuario, del hermoso decorado art decó y las nóminas semanales de los artistas y técnicos, hacían
muy difícil, no ya las ganancias, sino hasta la simple amortización.
Roberto Noguera y yo |
Antes del estreno madrileño realizamos varios bolos teniendo lugar el
primero en el precioso Teatro Romea de
Murcia. Pero las funciones más recordadas y apoteósicas para la compañía fueron
sin duda las de Sevilla, donde coincidimos con esa Exposición Universal a consecuencia de la cual la ciudad se mantuvo abarrotada los 6 meses
que estuvo operativa. Día y noche las calles
eran un hervidero de extranjeros y
nacionales que parecían empeñados en convertir el indispensable
acto de dormir en algo casi imposible. Por fortuna fueron solo dos los días
sevillanos. Os aseguro que lográbamos hacer las
funciones gracias a la energía aportada por
la belleza de esa ciudad, por el exuberante sol y la henchida luna flamenca que iluminaban el diario jolgorio y sobre todo por el entusiasmo de un público que hacía
vibrar las paredes del teatro con sus aplausos.
El número con la guardia civil |
Mi
trabajo era agotador, como siempre lo es cuando has de permanecer en escena durante todo el
transcurso de la obra. Tan solo la abandonaba
por segundos en tres oportunidades y estas eran para cambiarme de vestuario. Lo demás consistía en cantar, bailar, lanzar mis parlamentos, jalear durante un par de horas y en hacer lo mismo dos veces cada día. Pero ese cansancio tan solo se experimentaba al finalizar la segunda función. La embriagadora
música y el contacto con los compañeros y con el público conseguían que el
tiempo pasado sobre las tablas transcurriese casi sin sentirlo.
En N.Y. frente al Metropólitan Ópera House |
Así que tras finalizar las extenuantes representaciones de En un café de La Unión, decidí hacerme
un regalo que, además de otras alegrías,
me permitiría, ¡por fin!, afrontar una “asignatura pendiente” de la que hablaré
más adelante. Ahora tan solo os diré que organicé, con el beneplácito de
mami y de Jesús, un viaje
Madrid-NewYork-Miami-Madrid en solitario.
Aquello me proporcionaría el
reencuentro con amigos de siempre, cubanos que habitaban desde hacía años en
ambas ciudades norteamericanas y con los que compartía un indeleble afecto.
Además, comprobar cómo el paso del tiempo deterioraba la salud de mi madre me hizo
cobrar consciencia de que, un día cercano,
desaparecería mi libertad de viajar.
Con Miriam Barredo |
Ese fue el segundo y principal
motivo. Por el momento aún podía dejarla durante el día en compañía de una chica
a la que pagaba para que la acompañase y contaba también con la
presencia de Jesús durante las noches, lo cual me tranquilizaba. Pero cuando la
artrosis la dejara imposibilitada, lo cual parecía inevitable, mi
trabajo a tiempo completo sería estar con ella. Así me lo había propuesto y es
lo que me parecía justo. Solo de esa manera podía compensarla por el amor que me dedicara durante toda su
vida.
Es
decir que, con el fin de acompañar a mi
“hermana” de la infancia Miriam Barredo en el día de su cumpleaños, enfrentándome a un frío que pelaba, el mes de
noviembre del 92 estaba yo en la Gran Manzana, disfrutando con las muestras de
cariño de grandes amigos como Sara Escarpanter, Meme Solís, Carlos Rodríguez,
Sergio González, Georgia Gálvez o Tim
Gómez, a algunos de los cuales no veía desde hacía muchos años.
De derecha a izquierda, con Tim Gómez, con Carlos Rodríguez y con Gladys Triana |
Todos me homenajearon con reuniones y me invitaron a representaciones de maravillosos plays, en especial a esos musicales que por aquellos días ni soñábamos con ver en una España renuente al género de la comedia musical americana.
Con Sara Escarpanter |
Durante los días que permanecí
en N.Y. asistí a un promedio de dos
obras diarias. Devoré con gula las representaciones de Cats, Dancing, El fantasma de la ópera, Los miserables, Guys and Dolls, saliendo
de los teatros deslumbrada. Pero también descubrí el maravilloso
mundo del Off Broadway, lleno de
interesantes montajes, algunos de los cuales, salvo por el lujo y el boato,
podían competir a la perfección con los grandes éxitos de Broadway. Fue una
estancia fabulosa. Incluso tuve la suerte de coincidir con la prestigiosa
exposición de pintura Revealing the Self.
1992, en la cual participaba mi gran amiga Gladys Triana. Comprobar que estaba
escalando la posición que se merecía me llenó de felicidad.
Yo, Ricardo López, Miriam Barredo y Gladys Triana frente a uno de sus cuadros |
Así
que a los ocho días de permanecer como invitada en el Brownstone que Miriam
poseía en la calle 55 de Manhattan, a escasas cuatro cuadras de Broadway, partí
hacia Miami con un doble propósito; ver a mi querida Mequi Herrera y, puesto
que poco tiempo atrás había tenido noticias de su presencia en esa ciudad, tener un
reencuentro con Homero Gutiérrez, aquel mi primer romance de adolescente.
Aunque mi amor estaba desde hacía años dedicado en exclusiva a Jesús, sentía
que entre aquel hombre, que fuese tan importante
para mí en su momento y yo, era necesaria una conversación, una charla por medio de la cual pudiésemos recuperar los largos vacíos de información existentes en
nuestra truncada relación. Para mí aquello era lo que aquí se llama
“una asignatura pendiente”. Treinta años habían pasado desde que nos viésemos
por última vez en la aterradora Cárcel Modelo de Isla de Pinos, Cuba. Treinta años.¡Parecía increíble!
(Los que seguís desde el principio mis narraciones conocéis perfectamente la dramática historia de su encarcelamiento en Cuba y las consecuencias que eso tuvo en mi vida. Los demás, podéis remitiros a las Instantáneas 27 y 28 y disfrutar de una verdadera y trágica “historia de amor”).
Las fotos de En un café de La Unión; Jesús Alcántara.
Próximo capítulo.
Madrid-New York- Miami- Madrid. (Segunda parte).
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