sábado, 18 de enero de 2014

106 - Madrid-New York-Miami-Madrid. (Primera parte).


Foto Jesús Alcántara

Como por arte de birlibirloque habíamos llegado al 1992 y, aun bajo el gobierno de Felipe González y del PSOE, Partido Socialista Obrero Español,  España estaba muy ajetreada. Entre los meses de abril y octubre, tras años de ingentes obras en la isla de La Cartuja, Sevilla iba a ser sede de la Exposición Universal, con una asistencia final de 112 países, 23 organismos oficiales y las 17 comunidades autónomas de España. (En esta mega exposición que se celebra cada vez en un país distinto, los participantes construyen instalaciones y  en ellas  muestran sus últimos logros técnicos y artísticos).
Sello conmemorativo de la Expo
con su mascota Curro


Aquel evento nos traería grandes mejoras, sobre todo urbanísticas, por ejemplo la instalación del tren Ave de alta velocidad que une Madrid con la capital de Andalucía en menos de dos horas y media, carísima obra que, en compensación, ha producido al país grandes beneficios.



Como si eso no fuese suficiente, en el mes de Julio, España iba a ser la sede de las XXV Olimpiadas de la Era Moderna.


169 países se reunirían en Barcelona y los gastos anunciados para el acondicionamiento de la ciudad ascenderían  a 1000 millones de dólares, lo cual, a los españolitos de a pie  nos parecía una barbaridad y un dispendio. (Con posterioridadd nos informarían que el impacto económico superó los 7000 millones de beneficios. Habrá que creerlo).


Y en medio de todo ese teje y maneje, Alberto González Vergel, el director al que yo había bautizado, durante el rodaje de la serie televisiva Los Veraneantes,  como el Doctor Jekill y Mister Hyde, (ver Instantánea 93), me ofreció hacer en teatro un musical diferente a todo aquello en lo que había participado hasta el momento: En un café de La Unión.

En un café de La Unión. (Presentación de mi personaje)
La acción tenía lugar, durante finales del siglo XIX, en un pueblo minero de  nombre La Unión,  situado en la provincia de Murcia. Para facilitaros una pequeña sinopsis de la trama utilizaré las  inmejorables palabras que Lorenzo López Sancho, el más considerado crítico teatral de aquel momento, dejó escritas  a propósito del estreno madrileño: “Con un viento tibio y perfumado de la Huerta del Segura, con acento caliente y minero, hierro, plomo y zinc nos trae Vergel una tragicomedia con escenas de café cantante mientras surgen gentes del bronce, cantaoras flamencas, cupletistas, chulos, guardias civiles predispuestos al alterne y desvergonzadas cigarreras al tiempo que se va cebando el drama sordo de los celos.”


En un café de La Unión. Final del tercer acto

Trabajar de nuevo con ese controvertido director no hizo sino reafirmar nuestras buenas relaciones y la estima que por él sentía. Su claridad al definir  los matices de cada personaje era notoria y su firmeza a la hora de indicar  cómo ponerlo en pie, inflexible. Con él no había posibilidad de disentir. Si aceptabas esa condición los ensayos discurrían como clases magistrales pero, ay de ti si ponías pegas a sus indicaciones. Sin un grito, utilizando las más cortantes palabras y la más afilada inteligencia, llevaba a su adversario contra las cuerdas hasta conseguir su rendición o su auto despido. Realmente le lograba hacer la vida imposible al disidente.
Final del primer acto. En primera fila, de derecha a izquierda, Perla Cristal, Agata Lys,  Roberto Noguera y yo

Siendo la función  coral los actores éramos muchos; yo, Ágata Lys, Perla Cristal, Luisa Fernanda Gaona, Avelino Cánovas, Verónica Lujan, Roberto Noguera y así hasta llegar a quince. También estaba el cuerpo de baile compuesto por seis preciosas muchachas. Un reparto muy amplio y con varios cambios de ropa de  toda la compañía, pues la acción transcurría en el mismo café cantante, pero durante un espacio temporal de tres días. Perla, yo y Ágata éramos las “artistas” y entre nosotras se desarrollaba un drama que desembocaría, a causa de los celos,  en mi asesinato. Es decir que se trataba  de una  tragicomedia musical escrita por un autor novel, Luis Federico Viudes. Opera prima que le había salido bordada. El debut en Madrid fue en Mayo del 92.  Gracias a la perfecta conexión que existía entre González Vergel y yo puedo ufanarme de lo feliz y realizada que me sentí durante los ensayos y las posteriores representaciones en el Teatro Cómico de Madrid, donde permanecimos varios meses en cartel. No demasiados, para nuestra desgracia, pues los gastos del amplísimo vestuario, del hermoso decorado art decó y las nóminas semanales de los artistas y técnicos, hacían muy difícil, no ya las ganancias, sino hasta la simple amortización.

Roberto Noguera y yo
Antes del estreno madrileño realizamos varios bolos  teniendo lugar el primero en el precioso Teatro Romea  de Murcia. Pero las funciones más recordadas y apoteósicas para la compañía fueron sin duda las de Sevilla, donde coincidimos con esa Exposición Universal  a consecuencia de la cual  la ciudad se mantuvo abarrotada los 6 meses que estuvo operativa. Día y  noche las calles eran un hervidero  de extranjeros y nacionales que parecían empeñados en  convertir el indispensable acto de dormir en algo casi imposible. Por fortuna fueron solo dos los días sevillanos. Os aseguro que lográbamos hacer las funciones gracias a la energía aportada por  la belleza de esa ciudad, por el exuberante sol y la henchida luna flamenca que iluminaban el diario jolgorio y sobre todo por el entusiasmo de un público que hacía vibrar las paredes del teatro con sus aplausos.

El número con la guardia civil
Mi trabajo era agotador, como siempre lo es cuando has de  permanecer en escena durante todo el transcurso de la obra. Tan solo la abandonaba  por segundos en tres oportunidades y estas eran para cambiarme  de vestuario. Lo demás consistía en cantar, bailar, lanzar mis parlamentos, jalear durante un par de horas  y en hacer lo mismo dos veces cada día. Pero ese cansancio tan solo se experimentaba al finalizar la segunda función. La embriagadora música y el contacto con los compañeros y con el público conseguían que el tiempo pasado sobre las tablas transcurriese casi sin sentirlo. 

En N.Y. frente al Metropólitan Ópera House
Así que tras finalizar las extenuantes representaciones de En un café de La Unión, decidí hacerme un regalo que, además de  otras alegrías, me permitiría, ¡por fin!, afrontar una “asignatura pendiente” de la que hablaré más adelante. Ahora tan solo os diré  que organicé, con el beneplácito de mami y de Jesús, un  viaje Madrid-NewYork-Miami-Madrid en solitario. 

Aquello me proporcionaría el reencuentro con amigos de siempre, cubanos que habitaban desde hacía años en ambas ciudades norteamericanas y con los que compartía un indeleble afecto. Además, comprobar cómo el paso del tiempo deterioraba la salud de mi madre me hizo cobrar consciencia de que, un día cercano,  desaparecería mi libertad de viajar.

Con Miriam Barredo

Ese fue el segundo y principal motivo. Por el momento aún podía dejarla durante el día en compañía de una chica a la que pagaba para que la acompañase y contaba también con la presencia de Jesús durante las noches, lo cual me tranquilizaba. Pero cuando la artrosis la dejara  imposibilitada, lo cual parecía inevitable, mi trabajo a tiempo completo sería estar con ella. Así me lo había propuesto y es lo que me parecía justo. Solo de esa manera podía compensarla  por el amor que me dedicara durante toda su vida.

Es decir que, con el fin de  acompañar a mi “hermana” de la infancia Miriam Barredo en el día de su cumpleaños,  enfrentándome a un frío que pelaba, el mes de noviembre del 92 estaba yo en la Gran Manzana, disfrutando con las muestras de cariño de grandes amigos como Sara Escarpanter, Meme Solís, Carlos Rodríguez, Sergio González, Georgia Gálvez o  Tim Gómez, a algunos de los cuales no veía desde hacía muchos años.

De derecha a izquierda, con Tim Gómez, con Carlos Rodríguez y con Gladys Triana

Todos me homenajearon con reuniones y me invitaron a representaciones de maravillosos plays, en especial a esos musicales que por aquellos días ni soñábamos con ver en una España renuente al   género de la comedia musical americana.

Con Sara Escarpanter
Durante los días que permanecí en N.Y.  asistí a un promedio de dos obras diarias.  Devoré con gula las representaciones de Cats, Dancing, El fantasma de la ópera, Los miserables, Guys and Dolls,  saliendo de los teatros  deslumbrada. Pero también descubrí el maravilloso mundo del Off Broadway, lleno de interesantes montajes, algunos de los cuales, salvo por el lujo y el boato, podían competir a la perfección con los grandes éxitos de Broadway. Fue una estancia fabulosa. Incluso tuve la suerte de coincidir con la prestigiosa exposición de pintura Revealing the Self. 1992, en la cual participaba mi gran amiga Gladys Triana. Comprobar que estaba escalando la posición que se merecía me llenó de felicidad.

Yo, Ricardo López, Miriam Barredo y Gladys Triana frente a uno de sus cuadros

Así que a los ocho días de permanecer como invitada en el Brownstone que Miriam poseía en la calle 55 de Manhattan, a escasas cuatro cuadras de Broadway, partí hacia Miami con un doble propósito; ver a mi querida Mequi Herrera y, puesto que poco tiempo atrás había tenido noticias de su presencia en esa ciudad, tener un reencuentro con Homero Gutiérrez, aquel mi primer romance de adolescente. Aunque mi amor estaba desde hacía años dedicado en exclusiva a Jesús, sentía que entre aquel hombre, que fuese  tan importante para mí en su momento y yo, era necesaria una conversación, una charla por medio de la cual  pudiésemos recuperar los largos vacíos de información existentes en nuestra truncada relación. Para mí aquello era  lo que aquí se llama “una asignatura pendiente”. Treinta años habían pasado desde que nos viésemos por última vez en la aterradora Cárcel Modelo de Isla de Pinos, Cuba. Treinta años.¡Parecía increíble!

(Los que seguís desde el principio mis narraciones conocéis perfectamente la dramática historia de su encarcelamiento en Cuba y las consecuencias que eso tuvo en mi vida. Los demás, podéis remitiros a las Instantáneas 27 y 28 y disfrutar de una verdadera  y trágica “historia de amor”).

Las fotos de En un café de La Unión; Jesús Alcántara.


Próximo capítulo. Madrid-New York- Miami- Madrid. (Segunda parte).

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