Monforte de Lemos. Principios del siglo XX
María Cristina de Habsburgo, la esposa de Alfonso XII
era la regente de España en 1901, año en que Arsenio nació. No es que eso
tuviera relevancia en la pequeña aldea de Orense en la que vino al mundo, aquel
caserío compuesto de unas pocas chozas y cuyos ocupantes vivían única y
exclusivamente para el cultivo de unas tierras arrendadas a un cacique explotador . La pobre María Cristina había tenido que
cargar con las graves consecuencias que trajeron a España la pérdida del dominio español sobre
Cuba y Filipinas y era notorio el estado de guerra que se iba extendiendo por la península a causa del malestar general y la agitación
obrera.
En el año 1902 Alfonso XIII inició un agitado reinado que duraría hasta 1923. Galicia era, por aquellos días, una región abandonada de la mano de Dios y del rey. En Orense el índice de analfabetismo era del 56%, el sistema de comunicaciones era infame y los habitantes de muchas de las aldeas que poblaban la campiña ni siquiera figuraban en el censo. Sin embargo en Madrid, capital del reino, bajo los auspicios del soberano, el mundo de la cultura estaba experimentando un auge sublime. El ámbito de las letras como el de la música o el de la pintura estaban pariendo, amamantando o viendo desarrollarse a muchos de los grandes genios de ese siglo veinte.
Gracias al impulso de Antonio Maura, presidente del gobierno, en el 1910 se inauguró la Residencia de Estudiantes Madrileña. Pero no nos dejemos influir por el nombre ya que aquel lugar era mucho más que un simple hábitat de estudiantes. Principalmente era el centro de reuniones y conferencias elegido por el mundo artístico e intelectual del momento. Por ella pasaron músicos como Falla, Granados, Albéniz, Turina, pintores como Sorolla, Matilla, Dalí, Picasso y prácticamente todos los escritores de la fecunda Generación del 27. ¡Aquellos encuentros deben haber sido maravillosos!
Pero mientras tanto en Galicia, Emilia Pardo Bazán y Concepción Arenal, luchaban para llevar la más elemental alfabetización a los campos y hasta a muchas ciudades gallegas. Sobre todo, intentaban eliminar aquel conservadurismo tan machista que impedía a las mujeres el acceso a la enseñanza. Y ese era el mundo en que vivía Gloria, futura madre de Arsenio, pero como privilegiada hija de un maestro progresista que le fue trasmitiendo conocimientos hasta en día en que el amor por un hermoso e inculto mancebo la arrancara de sus brazos y de Monforte, Lugo
Por aquellos días Salvador, futuro padre de Arsenio, solía dirigirse a la ciudad cargando con las verduras y frutas que lograba salvar de la rapiña de su arrendatario, ofreciéndolas de casa en casa. Así se conocieron y así se enamoraron, ella imbuida por el romanticismo de la época y por aquellas novelas de la Pardo Bazán y él enajenado por su belleza y por ese halo de cultura que más tarde llegó a detestar. Y tras una boda relámpago y para gran disgusto del padre, a la aldea dirigieron sus vidas los recién esposados señores Mariño.
Agria debió ser la existencia de Gloria en un ambiente tan hostil. Mientras Albeniz componía entre el 1905 y el 1908 su obra maestra, la “Suite Iberia”, el británico William Hoover inventaba la aspiradora, la norteamericana Alva Fisher, en 1910, patentaba la lavadora, ella fue encalleciendo sus manos y pariendo hijos: tres niñas cuyos nombres serían Carmen, Mercedes y Olimpia y un varón, Arsenio, nacido el 19 de Mayo de 1897, el que, como primogénito, cuidaba con esmero de sus hermanas. Ninguno de ellos tuvo acceso a la escolarización pero desde muy temprana edad aprendieron, de manos de Gloria, los rudimentos de la lectura. Al principio, a escondidas del padre, ella solía lanzar las cenizas del fuego sobre el suelo del llar y con su dedo dibujaba las vocales y consonantes de ese idioma gallego que adoraba. Más adelante fueron los textos de Pardo Bazán y Concepción Arenal, libros que había conseguido conservar de su pasado, los que amenizaban las lecturas de ese sector de la familia.
Una noche, Salvador, que solía pasar largas horas en la única tasca de la aldea, llegó a jugarse a su mujer, ebrio de orujo y ludopatía, perdiéndola a las cartas. La tasquera, testigo de aquello e indignada, decidió contar a Gloria lo que estaba pasando y en una carrera tan veloz que casi no hundía sus pies en el fango del sendero, llegó a la morada de los Mariño y lanzó al aire la noticia. Cuentan que la épica imagen de Gloria, perol en mano, destrozando a “perolazos”, ante los impávidos parroquianos, la mesa de juego en la que su marido se había jugado su honor, fue algo que la aldea nunca olvidó.
Otra noche Salvador no volvió a la casa tras aquellas jornadas de sol a sol a las que obligaba el patrón. Tampoco lo hizo esa madrugada. Pero aquello no era inusual. Inusual fue a la mañana siguiente ver al Señorito trotar hacia la casa a lomos de su caballo roano, y espantoso comprobar que aquel bulto que traía a la grupa era el cuerpo acribillado del padre de familia. “Desde hay días sospeitaba que este cabrón roldaba a miña casa e a miña muller. Tedes un día para abandonar as miñas terras”. (“Desde hace tiempo sospechaba que este cabrón rondaba mi casa y a mi mujer. Tenéis un día para abandonar mis tierras”), dijo mientras dejaba caer al fango el agujereado cadáver. Debió ser una imagen impresionante la de aquel momento. Gloria, con su hija Olimpia aún en brazos, dos niñas aterradas, Mercedes y Carmen, agarradas a su falda mientras de sus ojos comenzaba a manar una catarata de lágrimas y, erguido a su lado un frágil muchachito de catorce años, con los puños apretados hasta hacer brotar la sangre de sus palmas en un afán por contener la furia y el dolor. En ese mismo momento Arsenio comprendió que, a partir de entonces, él era el hombre de la casa y que su misión era salvar lo que quedaba de la familia.
A la mañana siguiente, con los pocos hatillos que contenían sus pertenencias, a bordo de una destartalada carreta prestada, se dirigieron a Monforte, a casa de ese padre que años atrás Gloria, cegada de amor e inconsciencia, abandonara. Sin duda fueron bien acogidos. Sin duda aquel buen anciano les brindo cobijo, pero Arsenio, al que la tragedia convirtió en hombre de la noche a la mañana, comprendió que su obligación era ofrecer a la familia la oportunidad de un futuro mejor.
Puedo casi ver la desgarbada figura de un adolescente, gorra en mano como señal de respeto ante las maravillas que sus ojos descubrían, caminando por el Paseo del Prado o deslumbrándose frente al impresionante Malecón.
Y en ese hermoso país, aquel jovencísimo gallego nacido en una aldea de Monforte de Lemos, Lugo y con el alma llena de morriña, dedicó su vida a trabajar en lo que se terciase, de chico de los recados, de amanuense en una fábrica de puros, estudiando al mismo tiempo en los colegios públicos nocturnos, intentando labrarse una posición económica que le permitiera recuperar a la adorada familia. Cosa que logró tras ardua lucha algunos años más tarde. ¡Olé por mi padre!
Próxima Instantánea. Cuba 1926. (Primera parte)
Creo que ya se pueden introducir comentarios.
ResponderEliminarMi primer comentario es... fabuloso! Que interesante todo y que excelente manera de narrar!
ResponderEliminar