Foto Jesús Alcántara |
En octubre de 1979, Juan José Alonso Millán, el ingenioso autor, decidió volver a escribir teatro. Tras estrenar Compañero te doy, en diciembre del 78, se había tomado un
año sabático. Para su regreso quiso que yo participara en el nuevo proyecto, y no tan solo como actriz. Pretendía hacer una obra
dividida en tres historias, todas relacionadas con la actitud de distintos individuos ante el sexo: Los misterios de la carne. Las dos primeras estaban ya escritas pero le
faltaba una idea original y epatante para el último acto, del cual yo sería
protagonista. Así que pidió mi colaboración. Se me ocurrió entonces un tema sobre el
cual estaba bastante informada desde mi participación en el ambiguo
espectáculo del Music-Hall Topless. Mi muy cercana relación con gays y transexuales, entre los que se encuentran gran número de mis
amigos y mis más devotos fans, me había hecho interesarme profundamente por sus
problemas, tanto frente a la sociedad como en lo referente a sus inquietudes personales,
así que pensé que el tema sería interesante y novedoso en
el teatro.
Yeda Brown |
Desaparecido el Topless, gran
parte de la profesión solía asistir a un cabaret llamado Gay Club donde se
representaba con mucha dignidad, a pesar
de los escasos medios, un espectáculo de travestismo. Varios fueron los
presentadores, los bailarines, y hasta los transexuales que trabajaron en él. Y digo HASTA pues fue
por esa época cuando se comenzaron a realizar en España las operaciones de
cambio de sexo. Algunos homosexuales decidieron, con admirable valentía,
pasar por un trance que, en este país, aún estaba en “proceso experimental”.
Yeda Brown, vedette del mencionado Gay Club, fue una de las primeras en tomar
esa drástica decisión. Tras su cirugía sostuve con ella largas conversaciones
al respecto y, aunque me describió con todo detalle en qué había consistido el
proceso, las imágenes son demasiado truculentas para plasmarlas en mi blog.
Desde entonces he podido aquilatar la cantidad de valor y desesperación precisos para que alguien llegue a esos extremos.
Con Carla Antonelli |
Pero fue una persona encantadora y bella la que en realidad me abrió los ojos ante el terrible conflicto que implica tener un alma de mujer prisionera dentro de un cuerpo masculino. Ella es Carla Antonelli, en aquellos tiempos travesti y en la actualidad mujer reconocida legalmente como tal, actriz, activista de los derechos de los LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y personas transgénero) y diputada a la asamblea de Madrid por el PSOE. Un día, en una reunión con sus amigos más íntimos, nos confesó que estaba considerando someterse al cambio de sexo y se me abrieron las carnes. Pero se me rompió el corazón cuando, ante mi pregunta sobre si su pene no cumplía sus funciones y por eso quería prescindir de él, me respondió que aquel no era el problema en absoluto, que la cuestión era que su espíritu se sentía ultrajado al ver su pubis invadido por ese insolente colgajo, para más humillación, poseedor de vida independiente. Que aquello hería su sensibilidad femenina. Nunca olvidaré esas palabras suyas ni las sinceras lágrimas que brotaban de sus ojos al tiempo que las pronunciaba.
Bibiana Fernández |
Un caso muy semejante es el
de Bibiana Fernández, antes Bibí Anderson y antes aún, Manuel Fernández. Fue en
su condición de precioso muchachito que la conocí en Málaga
a principios de los 70. Esta persona, hoy
hermosa mujer donde las haya, comenzó a trabajar como vedette hormonada a
mediados de la misma década. Esa ha sido, durante mucho tiempo, la única
profesión a la que travestis y transexuales han tenido acceso. Bibí llegó a realizar en escena un
número de desnudo integral en el que no se advertían en absoluto sus atributos
masculinos gracias al truco, me imagino que doloroso, de introducir sus genitales entre los muslos, esconderlos
entre nalgas y allí sujetarlos con esparadrapos. Aquel final de su striptease
provocaba un estallido de clamores. Fue su participación en la controvertida
película de Vicente Aranda Cambio de sexo
lo que la lanzó al estrellato. Esto ocurrió en 1977. En la actualidad, sometida desde hace años a
una vaginoplastia, ha conseguido encauzar su vida como mujer, participando en numerosos films y programas
de televisión e incluso contrayendo matrimonio con un cubano. Pero también ella, en sus inicios, sufrió la terrible dicotomía
y hasta las burlas de aquellos que no podían aceptar que, a veces, la
naturaleza comete terribles e injustos errores.
Menciono estos casos porque, al
pertenecer sus protagonistas al mundo del espectáculo, son notorios. Pero sin duda muchas personas sin imagen
pública han pasado por este trance, seres que soportaron durante su vida la
marginación de una sociedad, y hasta de una familia, que les rechazaba llegando incluso a catalogarles como “monstruos pervertidos”. Precisamente sobre
un caso así versaría el rodaje de un
capítulo de la serie televisiva Tristeza
de amor, del cual tiempo más tarde yo sería protagonista. Como el suceso era real, llevé mi
labor de investigación previa hasta el punto de pedir que me fuese facilitado
el conocer en persona a los protagonistas de la historia. Fue una
experiencia sangrante ver como aquel padre empecinado se negaba a aceptar que su “hijo” era en esos momentos
su “hija”, así como la tristeza de ella al sentirse rechazada por su propia
sangre. Gracias a la gran audiencia que tuvo el programa, a la popularidad que
ese medio proporciona y al respeto con el que traté el tema, recibí formidables
críticas y se reafirmó, en una parte del público aquella duda, aquella
pregunta que desde mi trabajo en el Music-Hall había estado pululando por ahí. “¿Es Yolanda
Farr una transexual?” He de aceptar que mi voz grave, la frecuencia con la que, durante
una época, interpreté esos papeles y mis facciones angulosas podían, con unos
gramos de imaginación o unas gotas de mala leche, apoyar esa suposición.
Mi nomramiento como madrina de los homosexuales en el Gay Club. De izquierda a derecha Pierrot, Jorge Aguer, yo y Perla Cristal |
Hasta tal punto fue grande mi popularidad dentro de ese mundillo que el mencionado Gay Club me brindó un homenaje, nombrándome Madrina de los Homosexuales de Madrid. Pierrot, sin duda alguna el mejor y más culto de los presentadores que pasaron por aquella sala, fue el organizador del evento.
Pierrot era un muchacho catalán, inteligente y con
tanta clase que sorprendía verle inmerso en ese ambiente. A pesar de tener los estudios de magisterio y la carrera de periodismo se había sentido atraído por el marabú y
la lentejuela hasta el punto de abandonar todo lo demás.
Pierrot |
Pero no le imaginéis vestido con plumas y lamé. Su indumentaria, su sello de presentación, consistía en un impoluto smoking blanco que favorecía su estilizada figura al tiempo que le hacía resaltar en la pista, aun estando en medio de vedettes semi desnudas y provocativos y amanerados boys.
Grande fue nuestra afinidad desde
que nos conocimos. Siendo periodista,
como única concesión a su pasado publicaba una revista dedicada al
mundo gay llamada como él, Pierrot, y en su portada y páginas interiores
salí con frecuencia, tratada cada vez con mimo y gran respeto. Siempre
recordaré a ese hombre con un afecto que, estoy segura, es recíproco, aunque
tras su regreso a Barcelona nunca volviéramos a vernos.
Y ahora regresemos al momento
en que alguien se ponía en la piel de un transexual por primera vez en el teatro
español. O sea, volvamos al comienzo de este
capítulo y a “Los misterios de la
carne”, la obra de Alonso Millán que estrenábamos en el teatro Valle Inclán en
enero de 1980.
En el primer cuadro del tercer acto de Los misterios de la carne |
Los tres actos de que se
componía estaban protagonizados por el mismo actor; el gran Rafael Alonso. En
cada uno de ellos su personaje era distinto y la actriz acompañante también. El
primero versaba sobre un señor maduro que intentaba conquistar a una jovencita.
Ella era Carmen Roldán. El segundo describía el tedio y la monotonía que muchas veces corrompe el matrimonio y la esposa era Marisol Ayuso, y el tercero trataba sobre un individuo que se llevaba a la cama a una vedette de cabaret sin sospechar
que se trataba de una transexual. El final era sorprendente, ya en la
habitación de un hotel, tras confesarle ella su condición, él reconocía por primera vez en la vida sus
ocultas tendencias homosexuales, estableciéndose así entre ellos una divertida
complicidad.
Con Rafael Alonso en el segundo cuadro del tercer acto de Los misterios de la carne |
El tema, como ya he dicho, fue idea mía. Los diálogos fueron saliendo durante los
ensayos a base de improvisaciones, por supuesto con la cooperación de mi compañero,
y para total satisfacción de Alonso Millán que en esa época estaba pasando
por un momento de vagancia creativa. El resultado fue que
Rafael Alonso estaba genial en sus tres papeles, Carmen y Marisol estupendas en
los suyos y yo había ideado para mí un brillante
personaje y una situación en la cual, tanto el actor como yo, tuvimos
amplias posibilidades de lucirnos.
Nos mantuvimos varios meses
en cartel, celebrados por críticos y público. Lamento decir que, en este caso,
el fallecimiento de la función no fue por causas naturales. Un buen día, a
teatro lleno, el dueño nos anunció que no nos renovaría el contrato pues había
vendido el local. Una sala de espectáculos menos para un Madrid que aún no
había superado el difícil trance de la transición. A pesar de ese abrupto final, me llevé de Los Misterios de la carne una de mis más
gratas experiencias teatrales y una gran admiración por ese gran actor que era
Rafael Alonso.
Y como la vida y
mi carrera continuaban, en el mes de
Mayo de 1980 iba a tener la oportunidad de hacer la deliciosa comedia de
Woody Allen Play it again, Sam bajo
el absurdo título de Aspirina para dos. Más
adecuado hubiese sido el que se utilizó para
la versión cinematográfica, Sueños
de un seductor, pero su adaptador, Juan José Arteche, tuvo esa genialidad
algo surrealista.
Si queréis saber más sobre
mi agitada vida tendréis que esperar a un próximo capítulo. Chao, amigos.
Necrológicas.
Fernando Alonso
Fernando Alonso |
Para finalizar este pequeño
homenaje citaré unas palabras, acertadísimas, de Yuris Norido: “Los maestros
mueren sólo en una dimensión física. Los alumnos son garantía de su
supervivencia.”
Guillermo Álvarez Guedes |
Guillermo Álvarez Guedes.
Famosísimo actor cubano, uno de los primeros en abandonar Cuba tras el nefasto
triunfo de la revolución, falleció en Miami, su patria de adopción, el día 31
de este mes de Julio. Mi amigo Arturo Arias Polo, periodista de El Nuevo Herald, publicó
la noticia acompañada de estas palabras; “con su partida el mundo del
espectáculo hispano pierde una de sus estrellas más versátiles, alguien que
supo traducir el “cubaneo” de sus chistes a un idioma universal.” Poco puedo
añadir a esto, salvo mi personal recuerdo de aquella entrañable persona con la
que alguna vez tuve el gusto de compartir pantalla cuando ambos trabajábamos
en Cuba para Gaspar Pumarejo. Que en paz descanse ese joven de 86 años.
Quiero aprovechar para
agradecer a mis amigos de esa cubanísima ciudad de Miami su gentileza al informarme
de lo que en ella sucede, tanto festivo como luctuoso. En especial a Juan
Cueto-Roig, a Mequi Herrera, a Gelasio Rosales y a Nancy Fernández Novo, quienes, con gran gentileza, se preocupan de
mantenerme al día. Gracias, amigos.
Próxima Instantánea. Especial Vacaciones.
Muy interesante Paqui
ResponderEliminarYolanda, tu sensibilidad y lucidez para tratar cualquier tema me conmueve siempre. Tengo una amiga que recientemente se ha operado y está pasando con sus padres por el mismo problema que relatas. Le encantará tu blog por todo lo que cuentas del mundo del teatro y además, le darás muchas fuerzas. Un saludo afectuoso.
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