sábado, 3 de agosto de 2013

Instantánea 87 - La Farr, ¿transexual?


Foto Jesús Alcántara
En octubre de  1979, Juan José Alonso Millán, el ingenioso autor,  decidió volver a escribir teatro. Tras estrenar Compañero te doy, en diciembre del 78, se había tomado un año sabático. Para su regreso  quiso que yo participara en el nuevo proyecto, y no tan solo como actriz. Pretendía hacer una obra dividida en tres historias, todas relacionadas con la actitud de distintos individuos ante el sexo:  Los misterios de la carne. Las dos primeras estaban ya  escritas pero le faltaba una idea original y epatante para el último acto, del cual yo sería protagonista. Así que pidió mi colaboración.   Se me ocurrió entonces un tema sobre el cual estaba bastante informada desde mi participación en el ambiguo espectáculo del Music-Hall Topless. Mi muy cercana relación con gays y transexuales, entre los que se encuentran gran número de mis amigos y mis más devotos fans, me había hecho interesarme profundamente por sus problemas, tanto frente a la sociedad como en lo referente a sus inquietudes personales, así que pensé que el tema sería interesante y novedoso en el teatro.  

Yeda Brown
Desaparecido el Topless, gran parte de la profesión solía asistir a un cabaret llamado Gay Club donde se representaba con mucha dignidad,  a pesar de los escasos medios, un espectáculo de travestismo. Varios fueron los presentadores, los bailarines,   y hasta los transexuales que trabajaron en él. Y digo HASTA pues fue por esa época cuando se comenzaron a realizar en España las operaciones de cambio de sexo. Algunos homosexuales decidieron, con admirable valentía, pasar por un trance que, en este país, aún estaba en “proceso experimental”. Yeda Brown, vedette del mencionado Gay Club, fue una de las primeras en tomar esa drástica decisión. Tras su cirugía sostuve con ella largas conversaciones al respecto y, aunque me describió con todo detalle en qué había consistido el proceso, las imágenes son demasiado truculentas para plasmarlas en mi blog. Desde entonces he podido aquilatar la cantidad de valor y desesperación  precisos  para que alguien llegue a esos extremos.

Con Carla Antonelli

Pero fue una persona encantadora y bella la que en realidad me abrió los ojos ante el terrible conflicto que implica tener un alma de mujer prisionera dentro de un cuerpo masculino. Ella es Carla Antonelli, en aquellos tiempos travesti y en la actualidad mujer reconocida legalmente como tal, actriz, activista de los derechos de los LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y personas  transgénero) y diputada a la asamblea de Madrid por el PSOE.  Un día, en una reunión con sus amigos más íntimos, nos confesó que estaba considerando someterse al cambio de sexo y se me abrieron las carnes. Pero se me rompió el corazón cuando, ante mi pregunta sobre si su pene no cumplía sus funciones y por eso quería prescindir de él, me respondió que aquel no era el problema en absoluto, que la cuestión era que su espíritu se sentía ultrajado al ver su pubis invadido por ese insolente colgajo, para más humillación, poseedor de vida independiente.  Que aquello hería  su sensibilidad femenina. Nunca olvidaré esas palabras suyas ni las sinceras lágrimas que brotaban de sus ojos al tiempo  que las pronunciaba.

Bibiana Fernández
Un caso muy semejante es el de Bibiana Fernández, antes Bibí Anderson y antes aún, Manuel Fernández. Fue en su  condición  de precioso muchachito que la conocí en Málaga a principios de los 70.  Esta persona, hoy hermosa mujer donde las haya, comenzó a trabajar como vedette hormonada a mediados de la misma década. Esa ha sido, durante mucho tiempo, la única profesión a la que travestis y transexuales han tenido  acceso. Bibí llegó a realizar en escena un número de desnudo integral en el que no se advertían en absoluto sus atributos masculinos gracias al truco, me imagino que doloroso, de introducir  sus genitales entre los muslos, esconderlos entre nalgas y allí sujetarlos con esparadrapos. Aquel final de su striptease provocaba un estallido de clamores. Fue su participación en la controvertida película de Vicente Aranda Cambio de sexo lo que la lanzó al estrellato. Esto ocurrió en 1977.  En la actualidad, sometida desde hace años a una vaginoplastia, ha conseguido encauzar su vida como mujer,  participando en numerosos films y programas de televisión e incluso contrayendo matrimonio con un cubano. Pero también ella, en sus inicios, sufrió la terrible dicotomía y hasta las burlas de aquellos que no podían aceptar que, a veces, la naturaleza comete terribles e injustos errores.
Menciono estos casos porque, al pertenecer sus protagonistas al mundo del espectáculo, son notorios.  Pero sin duda muchas personas sin imagen pública han pasado por este trance, seres que  soportaron durante su vida la marginación de una sociedad, y hasta de una familia, que les rechazaba llegando incluso a catalogarles como “monstruos pervertidos”. Precisamente sobre un caso así versaría  el rodaje de un capítulo de la serie televisiva Tristeza de amor, del cual  tiempo más tarde yo sería protagonista. Como el suceso era real, llevé mi labor de investigación previa hasta el punto de pedir que me fuese facilitado el conocer en persona a los protagonistas de la historia. Fue una experiencia sangrante ver como aquel padre  empecinado se negaba  a aceptar que su “hijo” era en esos momentos su “hija”, así como la tristeza de ella al sentirse rechazada por su propia sangre. Gracias a la gran audiencia que tuvo el programa, a la popularidad que ese medio proporciona y al respeto con el que traté el tema, recibí formidables críticas y se reafirmó, en una parte del público aquella duda, aquella pregunta que desde mi trabajo en el Music-Hall había estado pululando por ahí. “¿Es Yolanda Farr una transexual?” He de aceptar que mi voz grave, la frecuencia con la que, durante una época, interpreté esos papeles y mis facciones angulosas podían, con unos gramos de imaginación o unas gotas de mala leche, apoyar esa suposición.

Mi nomramiento como madrina de los homosexuales en el Gay Club.
De izquierda a derecha Pierrot, Jorge Aguer, yo y Perla Cristal

Hasta tal punto fue grande mi popularidad dentro de ese mundillo que  el mencionado Gay Club  me brindó un homenaje, nombrándome Madrina de los Homosexuales de Madrid. Pierrot, sin duda alguna el mejor y más culto de los presentadores que pasaron por aquella sala, fue el organizador del evento.

Pierrot era un muchacho catalán, inteligente y con tanta clase que sorprendía verle inmerso en ese ambiente. A pesar de tener los estudios de magisterio y la carrera de periodismo se había sentido atraído por el marabú y la lentejuela hasta el punto de abandonar todo lo demás.
Pierrot

Pero no le imaginéis vestido con plumas y lamé. Su indumentaria, su sello de presentación, consistía en un impoluto smoking blanco que favorecía su estilizada figura al tiempo que le hacía resaltar en la pista, aun estando en medio de vedettes semi desnudas y provocativos y amanerados boys.

Grande fue nuestra afinidad desde que nos conocimos. Siendo periodista,  como única concesión a su pasado publicaba una revista dedicada al mundo gay  llamada como él,  Pierrot, y en su portada y páginas interiores salí con frecuencia, tratada cada vez con mimo y gran respeto. Siempre recordaré a ese hombre con un afecto que, estoy segura, es recíproco, aunque tras su regreso a Barcelona nunca volviéramos a vernos.

Y ahora regresemos al momento en que alguien se ponía en la piel de un transexual por primera vez en el teatro español. O sea, volvamos al comienzo de este capítulo y a  “Los misterios de la carne”, la obra de Alonso Millán que estrenábamos en el teatro Valle Inclán en enero de 1980.

En el primer cuadro del tercer acto de Los misterios de la carne


Los tres actos de que se componía estaban protagonizados por el mismo actor; el gran Rafael Alonso. En cada uno de ellos su personaje era distinto y la actriz acompañante también. El primero versaba sobre un señor maduro que intentaba conquistar a una jovencita. Ella era Carmen Roldán. El segundo describía el tedio y la monotonía que muchas veces corrompe el matrimonio y la esposa era Marisol Ayuso, y  el tercero trataba sobre un individuo que se llevaba a la cama a una vedette de cabaret sin sospechar que se trataba  de una transexual. El final era sorprendente, ya en la habitación de un hotel, tras confesarle ella su condición, él reconocía por primera vez en la vida sus ocultas tendencias homosexuales, estableciéndose así entre ellos una divertida complicidad.

Con Rafael Alonso en el segundo cuadro del tercer acto de Los misterios de la carne
El tema, como ya he dicho, fue idea mía. Los diálogos fueron  saliendo durante los ensayos a base de improvisaciones, por supuesto con la cooperación de mi compañero, y para total satisfacción de Alonso Millán que en esa época estaba pasando por un momento de vagancia creativa. El resultado  fue que Rafael Alonso estaba genial en sus tres papeles, Carmen y Marisol estupendas en los suyos y yo había ideado para mí  un brillante personaje y una situación en la cual, tanto el actor como yo, tuvimos amplias posibilidades de lucirnos.

Nos mantuvimos varios meses en cartel, celebrados por críticos y público.  Lamento decir que, en este caso, el fallecimiento de la función no fue por causas naturales. Un buen día, a teatro lleno, el dueño nos anunció que no nos renovaría el contrato pues había vendido el local. Una sala de espectáculos menos para un Madrid que aún no había superado el difícil trance de la transición. A pesar de ese abrupto final, me llevé de Los Misterios de la carne una de mis más gratas experiencias teatrales y una gran admiración  por ese gran actor que era Rafael Alonso.

 Y como  la vida y mi carrera continuaban,  en el mes de Mayo de 1980 iba a tener la oportunidad de hacer la deliciosa comedia de Woody Allen Play it again, Sam bajo el absurdo título de Aspirina para dos. Más adecuado hubiese sido el que se utilizó para  la versión cinematográfica, Sueños de un seductor, pero su adaptador, Juan José Arteche, tuvo esa genialidad algo surrealista.

Si queréis saber más sobre mi agitada vida tendréis que esperar a un próximo capítulo. Chao, amigos.


Necrológicas.
Fernando Alonso

Fernando Alonso
Así, más o menos con esta imagen, conocí a Fernando Alonso, el hombre que, en Cuba, me abrió las puertas al sueño de ser ballerina, aceptándome en la famosísima Academia de Ballet de Alicia Alonso allá por los lejanos finales de 1950. Mis recuerdos de él y de sus lecciones magistrales están tan vívidos en mí como si aquella época de battements y pas de bourrées hubiese tenido lugar ayer. Nuestra relación alumna-profesor fue lo suficiente cercana como para permitirme apreciar su generosidad y condescendencia hacia mis problemas técnicos, provenientes de una mala escuela previa. Sus palabras de ánimo, en los momentos en que Yolanda-adolescente se venía abajo ante la dificultad de corregir su viciada técnica, adquirían un valor superlativo al ser pronunciadas por una persona tan importante. Nunca olvidaré el día en que, tras mi accidente de columna y al ir a despedirme de él y de mis sueños de Copelias y Giselles, me dijo, “mira, gallega, mientras Alicia viva, en Cuba no habrá otra prima ballerina. Y tú, sea en lo que sea, estás destinada a ser la primera”. Mucho he leído en estos días, por internet, sobre su curriculum, pero aquí he querido plasmar un  rasgo de su gran humanidad. Nunca he olvidado, y nunca olvidaré, a ese estupendo profesor y cálido ser humano.

Para finalizar este pequeño homenaje citaré unas palabras, acertadísimas, de Yuris Norido: “Los maestros mueren sólo en una dimensión física. Los alumnos son garantía de su supervivencia.”



Guillermo Álvarez Guedes
Guillermo Álvarez Guedes.
Famosísimo actor cubano, uno de los primeros en abandonar Cuba tras el nefasto triunfo de la revolución, falleció en Miami, su patria de adopción, el día 31 de este mes de Julio. Mi amigo Arturo Arias Polo, periodista de El Nuevo Herald, publicó la noticia acompañada de estas palabras; “con su partida el mundo del espectáculo hispano pierde una de sus estrellas más versátiles, alguien que supo traducir el “cubaneo” de sus chistes a un idioma universal.” Poco puedo añadir a esto, salvo mi personal recuerdo de aquella entrañable persona con la que alguna vez tuve el gusto de compartir pantalla cuando ambos trabajábamos en Cuba para Gaspar Pumarejo. Que en paz descanse ese joven de 86 años.

Quiero aprovechar para agradecer a mis amigos de esa cubanísima ciudad de Miami su gentileza al informarme de lo que en ella sucede, tanto festivo como luctuoso. En especial a Juan Cueto-Roig, a Mequi Herrera, a Gelasio Rosales y a Nancy Fernández Novo,  quienes, con gran gentileza, se preocupan de mantenerme al día. Gracias, amigos.


Próxima Instantánea. Especial Vacaciones.

2 comentarios:

  1. Muy interesante Paqui

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  2. Yolanda, tu sensibilidad y lucidez para tratar cualquier tema me conmueve siempre. Tengo una amiga que recientemente se ha operado y está pasando con sus padres por el mismo problema que relatas. Le encantará tu blog por todo lo que cuentas del mundo del teatro y además, le darás muchas fuerzas. Un saludo afectuoso.

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