Fachada del Shanghai. 1920 |
En 1860 los norteamericanos, considerando ser víctimas de un "superávit" de asiáticos que habían acudido al país durante la larga y sangrienta construcción del ferrocarril intercontinental, decidieron prohibir la entrada a más chinos, y miles de ellos, que intentaban radicar en
California, fueron expulsados. Como en una avalancha, Cuba se llenó de rechazados asiáticos que se traían consigo sus costumbres, sus tradiciones y la respetable
cantidad de dólares ganados en USA "con el sudor de sus frentes".
Cuba ya contaba con una pequeña población china que había acudido a la isla con el fin de trabajar en la Zafra, pero estos nuevos visitantes traían planes y medios económicos para desarrollarlos. Pronto implantaron su ghetto en la calle Zanja, abriendo un sinfín de negocios, legales en su mayoría, pero también promocionando la prostitución, la venta de drogas y el juego. En 1870 aquellos comerciantes crearon una sociedad con el propósito de importar de su país espectáculos, en especial una variante de la “opera cantonesa” y construyeron un teatro al que llamaron "Shanghai" que acogió durante años, en exclusiva, esos sutiles y exóticos géneros teatrales . Y ese fue el antecedente del provocador "Teatro Shanghai" que, durante las décadas de los 30, 40 y 50, sería visita obligada de turistas y nacionales.
Cuba ya contaba con una pequeña población china que había acudido a la isla con el fin de trabajar en la Zafra, pero estos nuevos visitantes traían planes y medios económicos para desarrollarlos. Pronto implantaron su ghetto en la calle Zanja, abriendo un sinfín de negocios, legales en su mayoría, pero también promocionando la prostitución, la venta de drogas y el juego. En 1870 aquellos comerciantes crearon una sociedad con el propósito de importar de su país espectáculos, en especial una variante de la “opera cantonesa” y construyeron un teatro al que llamaron "Shanghai" que acogió durante años, en exclusiva, esos sutiles y exóticos géneros teatrales . Y ese fue el antecedente del provocador "Teatro Shanghai" que, durante las décadas de los 30, 40 y 50, sería visita obligada de turistas y nacionales.
Por motivos económicos el local había pasado a manos de un propietario cubano que lo convirtió en un espacio donde el bufo y el burlesco se fusionaban formando un cóctel erótico que a veces rayaba en lo pornográfico. Pocos, poquísimos cubanitos de aquella época podrán negar su asistencia a ese local, aunque fuese una vez en sus vidas, con el fin descubrir un mundo lleno de imaginación y sexualidad. Cuentan que el espectáculo se basaba en "sketches" sacados de sainetes cubanos, adaptados por Antonio López, muy semejantes a los del "Alhambra", el famoso teatro vernáculo de La Habana, pero aliñados con situaciones más que picantes y frases de intenso color verde. Entre texto y texto se intercalaban números musicales ejecutados, con esa sensualidad que solo las cubanas pueden tener, por provocativas vedettes a las cuales acompañaba desde el foso la orquesta del local. Pero la parte más esperada por el “respetable” era aquella en la que las modelos aparecían en escena cubiertas con una larga capa o por grandes abanicos y tras un redoble de la batería las abrían o los cerraban, según el caso, mostrando al expectante público sus cuerpos totalmente desnudos. Arriba el telón, abajo el telón. Un visto y no visto. Es decir, una especie de “cuadro plástico”.
El número de los conejitos. |
Chicas de Moulin Rouge. |
Había
un número muy aplaudido en el cual las modelos aparecían con sus partes púdicas cubiertas por unas figuras de conejitos de contrachapado que, al finalizar, desplazaban
dejando al descubierto sus rizados y frondosos bosquecillos. Un número erótico semejante a los del famoso Moulin Rouge de París, cabaret
que desde tiempos ancestrales se dedicaba al “burlesque”. De esta manera me ha descrito
el espectáculo habanero un gran amigo cubano cuya jovencísima y prepotente
libido muchas veces se enervó mientras permanecía sentado en aquel patio de butacas del Shangai.
Aunque parezca mentira eso era todo. Al menos en un principio. Pero aquello resultaba más que suficiente para que la audiencia, ya calentada por la picardía de los sainetes, estallara en exultantes bramidos. Ese fue, durante muchos años, el “procaz Teatro Shanghai", un candoroso divertimento en comparación con lo que en nuestros días está al acceso de adultos, adolescentes y hasta niños gracias a internet e incluso al cine y la televisión. Pero ese monstruo de miles de estómagos, cuyo apetito es capaz de devorar sin piedad a sus víctimas, ese tirano, el público, comenzó a exigir alimentos más fuertemente sazonados. Los divertidos sainetes hubieron de volverse más agresivos y picantes y los desnudos más frecuentes y sicalípticos. Dicen que incluso, a mediados de los 50, en aquel escenario un negro levantaba, con su enorme cipote, pesas de varios kilos y que, en función de medianoche, se comenzaron a exhibir películas porno. Cuestión de adaptarse o morir, supongo.
Fachada del Shanghai 1950. |
El sagaz copropietario del atrevido "Teatro Shanghai" era
José Orozco.
Pero escudada en el anonimato, como correspondía a toda señora casada y decente, estaba una mujer que controlaba su reino supervisando el vestuario de las vedettes, el desnudo y las actitudes de las modelos, sin duda con una disciplina alemana que debía ser lo único que le quedaba de sus raíces teutónicas. Mi abuela Jenny Yeck de Orozco.
En los comienzos de los años 30 debutó allí un actor al que, años después, la televisión elevaría a la fama y con el cual, en 1962, yo haría una gira teatral por la isla: Enrique Arredondo. Gracias a él tuve la oportunidad de conocer una hermosa Cuba colonial que, centrada mi actividad en esa moderna ciudad que era La Habana, ni sospechaba que existiera; Sancti Espíritus, Santa Clara, Las Villas, Trinidad, Matanzas ...
Emilio Ruiz. (El Chino Wong) |
El teatro vernáculo se inspiraba en la personalidad de los principales componentes étnicos de la población. Estos eran el gallego (el cornudo), el negrito (el pícaro) y la mulata (el desencadenante) y el chino, (el trapichero). Por cierto que, durante las décadas de los 40 y 50, otro actor, al que la tele también haría popular, trabajó en el "Shanghai": Emilio Ruiz, "El Chino Wong".
Enrique Arredondo Carlos Pous y Natalia Herrera Garrido y Piñeiro
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Cuquita Carballo |
Carmela |
Resultaba muy curioso que los papeles del negrito y del chino jamás fuesen interpretados por personas de esas razas. Era el maquillaje el que los convertía en sus personajes. Eso siempre me sorprendió. Algunos de los más populares “negritos” de la época fueron el ya mencionado Arredondo, Rafael Arango, Leopoldo Fernández, Carlos Pous y Alberto Garrido. Muchas vedettes pasaron por ese escenario, entre ellas Cuquita Carballo, Carmela, y Conchita López la cual, según se dice fue la mejor “stripper” que La Habana conoció.
Poco después de nuestra llegada a Cuba, viviendo ya en Marianao y habiendo comenzado mis estudios de música en el conservatorio Falcón, mi madre solía llevarme por las mañanas a ese teatro. Os contaré el porqué. Ya que no disponíamos de dinero para adquirir un piano, a los casi 10 años mi madre me llevaba allí con el fin de que practicara mis lecciones en el anciano vertical de la orquesta. Para mí era maravilloso volver a introducirme en el mundo de mis nostalgias, atravesar el patio de butacas, sumergirme, aunque fuese a distancia, en el rojo océano del telón de boca.
A plena luz del día y acompañada por el fondo musical de una escoba con la que alguien intentaba barrer los estragos de la noche anterior, la imagen de un teatro debería haber sido algo desangelado y desmitificador pero mi imaginación lograba llenarlo de focos multicolores, de aplausos, de Estrellita Castro, de Imperio Argentina, de las adoradas Pfarry Sisters deslizándose como ingrávidas garzas o apasionadas tigresas por el escenario.
No es pues de extrañar que me sintiera en mi auténtico hogar cuando mamá me dejaba sentada al piano y salía a dar un paseo por la hermosa ciudad habanera de aquellos años, volviendo a recogerme, con esa puntualidad tan germana, una hora más tarde.
Una mañana del mes de noviembre, una de esas mañanas en las que mis ensoñamientos habían detenido el tiempo y paralizado largo rato mis dedos sobre el desgastado teclado, recibí una grata sorpresa: en el escenario surgieron cuatro personas a las que identifique de inmediato como actores en vías de comenzar un ensayo. El grupo lo componían una bella mulata y tres hombres blancos. Comprendí que, sin duda a causa de la penumbra del foso en el que me encontraba, era imposible que repararan en mi presencia, así que me dispuse a disfrutar de aquel regalo, acurrucada en la oscuridad y en el más total silencio.
“Cheo, sube el telón y pon la luz de ensayo”. ¡Bien conocía yo como comenzaba ese proceso! “¡Empieza Cuca!” ordenó segundos más tarde la voz masculina. Y el ensayo empezó.
“
Don Juan, Don Juan, soy doncella, la puntica nada más”, exclamó la mujer, “Nada, nada, toda ella, y los cojones detrás”, fue la airada respuesta de un hombre, pronunciada con exagerado acento gallego.
Don Juan, Don Juan, soy doncella, la puntica nada más”, exclamó la mujer, “Nada, nada, toda ella, y los cojones detrás”, fue la airada respuesta de un hombre, pronunciada con exagerado acento gallego.
Y esto es lo último que pude oír pues mi madre, cual furiosa valquiria con los cabellos flotando al viento, atravesaba en ese momento el patio de butacas dejando tras de sí un remolino de premuras. Agarrándome por un brazo, con las mejillas arreboladas, la alemana me sacó en volandas de mi escondido disfrute, provocando, el desconcierto de los actores.
En un silencio que no me atreví a romper ante su inusitada actitud, hicimos el viaje de vuelta a casa en esa ruta 30 que sería, durante los 18 años que viví en Cuba, mi particular carroza, mi limusina.
Margarita Xirgu en la Doña Inés. |
Una vez allí papá me explicó, al ver mi desconcierto, que, al igual que sucedía en España, Cuba homenajeaba a Zorrilla en el mes de noviembre y que lo que había escuchado era una versión en broma del famoso “Don Juan Tenorio” de Zorrilla. “Si otro día vuelve a suceder lo de hoy debes abandonar de inmediato la sala pues a los actores les molesta muchísimo que alguien vea sus ensayos”, apostilló mi padre. Y así, con el edulcorado pensamiento de que los actores cubanos eran muy ariscos y la información de que en el "Shanghai" se hacían sátiras y parodias, es decir, obras en “broma”, me hube de quedar durante algún tiempo.
En este capítulo de mi blog he intentado describir la “cara” de ese famoso teatro. En el próximo narraré su sorprendente “cruz”.
AGRADECIMIENTOS.
Quiero agradecer la colaboración fotográfica de mi admirada amiga María Argelia Vizcaíno así como sus menciones a mí blog en su Faranduleando y sobre todo a esos ánimos que tanto impulso me dan, al igual que al escritor y crítico Juan Cueto-Roig, generoso revisor de mis textos desde el primer capítulo, sin cuya ayuda me sentiría desamparada. Gracias por el voluntariado.
Próximo capítulo: El Shanghai. Un teatro muy especial.Segunda parte.
Próximo capítulo: El Shanghai. Un teatro muy especial.Segunda parte.
Super interesante, hay tantas historias alrededor de este teatro que hasta se ha convertido en una leyenda, pero aquí hay datos nuevos!
ResponderEliminarLlevo tiempo buscando una foto del edificio que ocupó este antiguo teatro, una de su fachada, no solamente de su taquilla. ¿Tendrá alguna?. Mi email: rmondelob@yahoo.es Muchas gracias, Raúl.
ResponderEliminarExcelentes, como todos los tuyos, este texto y el siguiente donde describes lo que fue y significó el Shanghai. Gracias una vez más por compartir tus recuerdos de una forma tan amena.
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