Valle Inclán |
El lugar bullía con el alegre cacareo de aquellas jóvenes gallinitas, recién regresadas de sus países de origen e impregnadas aún del amor familiar y del espíritu navideño. Como todas eran unas desconocidas para mí, opté por encerrarme en mi particular sala de lectura Y allí permanecí casi toda la madrugada, sumergida en el estudio de esa dramática escena que, a la tarde siguiente, sin duda sería el pasaporte de entrada a mi futuro teatral.
Y la mañana llegó. Y llegó la tarde. Con el cuerpo agotado por la falta de sueño pero con la mente diáfana y los textos memorizados en su totalidad, me presenté en el teatro Bellas Artes.
De nuevo me recibió el ayudante de Tamayo, Díaz Merat, rogándome que esperara en el hall a que llegara mi turno para la audición. Puesto que en los teatros de Madrid tan solo se encendían la calefacción y las luces generales a la hora de la función, el lugar estaba helado y en penumbras. Las voces que me llegaban del escenario, atravesando puertas y cortinas, me sonaban estentóreas y falsas. “Así no es”, pensaba, “no es ese el espíritu de la Pichona, no es lo que Valle quiso contar de esa pobre prostituta”. Pensé que sin duda Tamayo, al oír mi versión, apreciaría el profundo estudio del personaje. La cosa estaba “chupada”.
Jamás olvidaré lo que siguió. Nunca se borrará de mi mente aquel
desconcertante y crucial momento. El escenario estaba iluminado con brillantez pero
en el reinaba una soledad apabullante. Deslumbrada por las luces intenté penetrar, con ojos ansiosos, en el pozo de
espesa sombra que era el patio de butacas. Fue inútil. Después de unos segundos de absoluto
silencio, una extraña voz con una
dicción difícil de entender, rompió las tinieblas dirigiéndome estas palabras:
“¿Está lista, señorita? Los pies se le darán desde aquí abajo. Abra su “separata” y
lea.” De nuevo ese corazón, al que tanto
esfuerzo estaba exigiendo últimamente, comenzó a galopar a marchas forzadas
dentro de mi pecho.
Aquellas eran las condiciones menos adecuadas para hacer la primera audición de mi vida, sola sobre un inhóspito escenario y con la voz sin rostro de mi antagonista brotando desde la helada oscuridad. Con la garganta seca por la emoción y tras contestar “estoy lista, señor”, comenzó una de las más desconcertantes experiencias de mi vida artística. Al finalizar la escena, con la expectación irradiando de todo mi ser escuché de nuevo la tan particular voz que iba a leer mi sentencia: “Muy buena memoria y excelente pinta, señorita, pero tiene usted demasiado acento argentino. Gracias y que pase la siguiente”.
No puedo describir el huracán que azotó mi alma en esos momentos ni como aquellas palabras afectaron la endeble autoestima que por aquellos días tenía. ¡Y para colmo aquel "genio del teatro" tachaba mi acento de argentino! He de anticiparos que, menos de dos años después, durante la Segunda Campaña Nacional de Teatro y dirigida en este caso por Adolfo Marsillach, F.J. Alcántara, crítico del periódico El ideal gallego, a propósito de mi actuación en la misma obra de Valle escribiría; “Yolanda Farr en el papel de La Pichona, dio la impresión de suma naturalidad en la incorporación de su personaje. Sobre todo es de señalar su acierto al añadir a su trabajo el dulce acento gallego.”
Aquellas eran las condiciones menos adecuadas para hacer la primera audición de mi vida, sola sobre un inhóspito escenario y con la voz sin rostro de mi antagonista brotando desde la helada oscuridad. Con la garganta seca por la emoción y tras contestar “estoy lista, señor”, comenzó una de las más desconcertantes experiencias de mi vida artística. Al finalizar la escena, con la expectación irradiando de todo mi ser escuché de nuevo la tan particular voz que iba a leer mi sentencia: “Muy buena memoria y excelente pinta, señorita, pero tiene usted demasiado acento argentino. Gracias y que pase la siguiente”.
No puedo describir el huracán que azotó mi alma en esos momentos ni como aquellas palabras afectaron la endeble autoestima que por aquellos días tenía. ¡Y para colmo aquel "genio del teatro" tachaba mi acento de argentino! He de anticiparos que, menos de dos años después, durante la Segunda Campaña Nacional de Teatro y dirigida en este caso por Adolfo Marsillach, F.J. Alcántara, crítico del periódico El ideal gallego, a propósito de mi actuación en la misma obra de Valle escribiría; “Yolanda Farr en el papel de La Pichona, dio la impresión de suma naturalidad en la incorporación de su personaje. Sobre todo es de señalar su acierto al añadir a su trabajo el dulce acento gallego.”
En primer plano, de izquierda a derecha Luis Prendes, Terele Pávez, Marisa de Leza, el alcalde Paz Sueiro, Yolanda Farr y Julia Tejela |
La cuestión es que al salir aquella tarde del teatro Bellas Artes hecha un guiñapo humano, me sentía incapaz de volver a la Residencia con la carga de mi fracaso, así que decidí llegarme a casa de los Ortega, en busca del consuelo y la comprensión de personas amables.
Doña Rosa y su hija me recibieron con la calidez de
siempre y después de un rato de conversación, ante mi evidente
desánimo, Enriqueta me dijo, “no te preocupes, Yolanda, tengo una amiga muy influyente en la
redacción de la revista Telva que sin duda te conseguirá trabajo en su “staff”.
Y de nuevo tuve que rechazar la oferta. Y nuevamente observé que ese hecho era
recibido con incomprensión y desagrado. No lo podían entender. Con toda la
buena fe que sin duda les guiaba, no podían asimilar que la vida, fuera del
mundo del espectáculo, no poseía sentido alguno para mí. Además, tan solo
llevaba días, largos y dolorosos pero al fin y al cabo tan solo días, en
España. Mi camino en la búsqueda de trabajo acababa de comenzar y la seguridad
de que mi profesión y yo aún teníamos por delante un fructífero intercambio de
experiencias, me hacían desdeñar cualquier otra posibilidad.
Se me ocurrió que, si mi acento era un obstáculo a vencer no tenía más que emprender a la inversa el ejercicio al que me había sometido en Cuba antes de mi debut teatral, es decir pasar del ceceo al seseo y ahora volver al ceceo. Hasta conseguir ese objetivo siempre me quedaba mi experiencia en el musical. Así que decidí que mi próximo intento sería con la revista.
En ese campo era famoso en Madrid el Teatro de la Latina,
dirigido por Matías Colsada. Allí se representaban revistas de
larga duración en cartel y estupenda aceptación del público. Ese sería el próximo paso y así se lo comuniqué a mis interlocutoras. Solo algún tiempo más
tarde comprendí el porqué de la lividez que cubrió los rostros de esas buenas
mujeres al conocer mis planes.
Así que tras buscar aquella noche en un periódico el teléfono de La latina, me dispuse a pedir cita con su director, Colsada. Por desgracia me dijeron que dicho señor estaba fuera de Madrid y que no regresaría hasta finalizar las fiestas navideñas, es decir, hasta después del 6 de enero, aquella fecha entrañable cuya cercanía se me había pasado por alto: Los Reyes Magos.
Cabalgata de Los Reyes Magos, con la Puerta de Alcalá al fondo |
Es decir que nuestra cita se concertó para el día 10. Eso iba a causar que mis planes se postergasen y me obligaba a domeñar mis premuras. ¿Qué haría durante esas jornadas que me parecían eternas ? Seguramente la velada del 5 de enero la pasaría de nuevo en casa de los Ortega y sin duda mi primo Oscar mantendría hasta entonces el silencio y alejamiento que estaba caracterizando nuestra no-relación. Tal vez volviera a ver a mi “primo putativo” Juanjo, y, tal como me prometiera la noche de mi serenata, me acompañara a la guitarra algunas canciones típicas españolas que la “tuna” solía cantar y que yo aún recordaba de mi infancia. Poco más podía esperar de aquella Noche de Reyes que con tanta ilusión había celebrado Cuba entera durante la época pre-castrista. En cualquier caso, ¿en qué ocuparía mis horas hasta entonces?
Celia Gámez, María de los Ángeles Santana, las hermanas Ethel y Gogó Rojo y Addy Ventura |
Como siempre, la colección de periódicos de la residencia fue mi salvación.. Rebuscando en antiguas ediciones encontré valiosa
información sobre las vedettes que triunfaban, o lo habían hecho, en España y me llevé una grata sorpresa.
Entre ellas había muchas extranjeras. Comenzando por la venerada Celia Gámez,
argentina, continuando con mi admirada amiga María de los Ángeles Santana, cubana, con Gogó y Ethel
Rojo, dos hermanas también argentinas, en la actualidad con Addy Ventura, puertorriqueña y con Anne Marie
Rossier, francesa.
PD. Queridos, un amigo gentil donde los haya, Tony Pisani, me ha enviado
un link con un antiguo reportaje sobre el rodaje de la película muda cubana que he
mencionado en anteriores capítulos, “El veneno de un beso”. Deseo compartir con vosotros mi sorpresa: A parte de mi tía Mercedes Mariño, ¡en una breve secuencia aparecen las Pfarry Sisters, mis mellizas del alma! Os paso estas imágenes para que comprobéis que no he exagerado al loar la delicadeza y hermosura de mis madres alemanas.
Como te dije en un correo personal querida Yolanda, lo llevas en la sangre y por eso nunca pudiste luchar contra el gusanillo del arte escenico...Asi lo veo yo.
ResponderEliminarQuerida Yolanda: Dios te dio ademas de la belleza y el talento, algo que yo siempre he dicho a mis hijos, que es primordial en la vida si quieres triunfar en lo que sea: la tenacidad. Segun leo y quiero seguir leyendo cuando te despides cada semana, lo mas destacado de ti, segun lo que he podido saber en estas semanas es la tenacidad, lo cabezota que fuiste, /eres?/...sin esa virtud no se puede triunfar en este mundo. Te deseo que por piedad hagas unos capitulos un poquito mas largos...y en general que sigas teniendo exitos, eres muy joven todavia.
Tu amigo cubano-bulgaro, Rey Gonzalez!
Hoy he tenido que hacer clic en divertido e interesante al mismo tiempo. El video con tus madres debe haberte iluminado el día. Continúo leyendo interesada... Un saludo cara Yolanda
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