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La Puerta de Alcalá |
¡Qué angustia la de aquella nieve cayendo durante tres días, sobre la ciudad de Madrid! En esas nevosas jornadas había podido comprobar cómo el matutino manto, del más impoluto albor, se iba convirtiendo, con el paso del tiempo, las pisadas y las rodadas de los coches, en sucios, resbaladizos y peligrosos pegotes. Pero presentí que aquella mañana el sol, durante tanto tiempo ausente, se dedicaría a limpiar las calles, arrastrando con su calidez, no tan solo la suciedad ambiental, sino también la morriña que me dominaba.
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Matías Colsada |
Aquella chica costarricense, compañera de habitación y, según propia confesión, persona asignada por mi tía como espía de mis actos, era un ser amable y acogedor. Con ella podía tener momentos de comunicación y eso nos convirtió en lo más parecido a dos íntimas amigas. La muchacha tenía “novio oficial”, que también estudiaba en Madrid, y cuando ambos me invitarona un Pub situado justo debajo de nuestra Residencia, desencadenaron un cambio en mi vida que yo no podía sospechar cuán importante iba a llegar a ser.
“Quique”, como el pub se llamaba, era centro de reunión de las estudiantes que vivían arriba, así como de sus pretendientes y amigos. Por un lado la algarabía juvenil que allí reinaba me resultaba molesta pero, por otro, mi alma agradecía esos momentos que espantaban de mí la melancolía.
Entre los asiduos, un hombre era el centro de atención de todas las jovencitas, nenas que pululaban a su alrededor y se beneficiaban de su forma de ser generosa y caballeresca. Su nombre era Ramón García Arana. Su madurez e interesante aspecto hicieron que desde el principio me fijara en él. Y la atracción fue recíproca. Desde que me invitó a su mesa me convertí, sin pretenderlo, en ahuyentadora de los moscones que le asediaba, cosa que afirmaba agradecerme.
Ramón había nacido en España y, tras el triunfo del franquismo, siendo un adolescente emprendió el exilio hacia Chile. La similitud entre nuestras vivencias nos facilitaba largas conversaciones, ora comparando experiencias, ora contándonos cosas sobre nuestras patrias adoptivas. Aquel hombre era un conversador maravilloso. Así que cada tarde yo esperaba con ilusión el momento de nuestro encuentro.
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Jesús Alcántara 1968 |
Y así pasó con más levedad el tiempo de la espera. El día anterior a mi encuentro con el empresario de La Latina ni siquiera aparecí por el pub. Mis nuevos amigos no conocían mi profesión ni, por supuesto, mi cita con Colsada y no estaba segura de poder disimular mi nerviosismo. Por lo intuido en el breve tiempo que llevaba en España, ser artista estaba aquí visto con malos ojos y suspicacias, así que había optado por dejarles creer que yo era una más de aquellas estudiantes latinoamericanas que moraban en la residencia.
La que sí estaba informada de todo, convirtiéndose con ello en mi cómplice, era mi amiga y compañera de habitación. Ese día fue de una tensión insoportable. Dado que yo no tenía ropa adecuada para la audición ella me ofreció uno de sus bañadores, desangelada pero única opción, así que con esa prenda, los zapatos de vestir que pude traer de Cuba, la parte de piano de uno de los pocos arreglos musicales que habían viajado conmigo desde la isla, me preparé para el importante momento que se aproximaba.
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Fachada del Teatro La Latina |
Y de nuevo, el día señalado llegó. El teatro La Latina tenía una fachada estupenda, un hermoso escenario y un patio de butacas amplio y cómodo que a esas horas de la mañana estaba, como es lógico, vacío. El hombre que me había recibido al llegar, tras entregarle yo mi atesorado álbum de recortes, me condujo a un camerino para que pudiese cambiarme. Al ver aquella habitación llena de plumas multicolores y maillots de fulgurantes lentejuelas comprendí lo ridícula que iba a resultar mi imagen en ese gran escenario, acompañada por un piano vertical al cual daría vida algún desconocido pianista y vistiendo un usado bañador que ni siquiera era de mi talla. Pero no era momento para amilanarse. Mi intuición me había dicho que ese día se iba a abrir la puerta que conduciría a mis futuros éxitos, así que, partitura en mano, medio desnuda y tiritando de frío, subí las escaleras que daban acceso al escenario. Y, empujada por una ráfaga de valor, penetré en él intentando caminar como Cyd Charisse y sonreír como Betty Grable, bueno, en realidad, intentando tan solo no desmayarme.
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Betty Grable y Cyd Charisse |
Puesto que en esta audición el patio de butacas estaba iluminado, pude ver
a un grueso individuo sentado en tercera fila, así que a él me dirigí con estas
palabras: “Hola, supongo que usted es el señor Colsada. Gracias por recibirme.
Confío en que le haya sido entregado mi álbum y ya sepa algo de mi trayectoria
en Cuba. Si le parece bien voy a comenzar mi actuación.” Así que me
acerqué al pianista y le entregué aquella partitura de piano perteneciente a un
arreglo para 30 músicos que yo había
grabado en CMQ, allá en La Habana, con la grandiosa orquesta dirigida por Mario
Romeu, y puse toda mi alma en mi trabajo.
Al terminar el número, tras unos suaves aplausos, oí la voz de Colsada diciéndome, “Muy bien, señorita, cámbiese y venga a mi despacho. Allí hablaremos”.
¿Qué se escondía tras esas palabras? Yo había hecho alarde de mis facultades, tanto vocales como "danzantes", en un “Et Maintenent” con un puente musical convertido para la ocasión en un "adagio" lleno de “grand battements y piruettes”. En ese sentido estaba tranquila. Pero la duda volvía a dominarme.
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Posters de revistas de Colsada |
Al llegar al lugar donde se estaba cocinando mi futuro me encontré con el amable señor Colsada y sus descorazonadas palabras. “Yolanda, tienes estupendas condiciones pero no encajan con lo que es en España pedimos de una vedette. Te invito a quedarte a ver la función para que lo compruebes. Además, y muy importante, tendrías que engordar tres o cuatro kilos.” Sin duda los últimos días en Cuba, aquel primer tiempo en mi país, los nervios y la pena me habían hecho perder peso pero sin convertirme, ni mucho menos, en una anoréxica. Así que sus palabras me parecieron absurdas excusas. Pero acepté su invitación y me quedé a ver el espectáculo. Y Dios, vaya si entendí a Colsada.
La vedette, de la que no se podía decir que cantara y mucho menos que fuese bailarina, sin duda se podía decir una cosa; estaba “maciza”. En cuanto al resto del espectáculo, los textos eran inconsistentes y de las vicetiples, para qué hablar. Eso que estaba viendo no era ni remotamente lo que en Cuba considerábamos una revista musical. Así que intenté calmar la desilusión ante mi segundo fracaso diciéndome que aquello en realidad no era para mí, que cosas mejores vendrían. Que, sin duda, cosas mejores vendrían. Pero mientras tanto ¿qué sería de mi vida?
P.D. Queridos seguidores y amigos, me temo que durante un par de semanas os mantendré a dieta. Estamos en plena mudanza a Málaga y entre seleccionar, empaquetar, desempaquetar y colocar no vamos a tener mucho tiempo para escribir. Os ruego paciencia pues lo mejor está aún por llegar. ¿Podreis vivir sin mis historias algunos días? En estás fechas se cumple un año desde que comencé esta aventura. Muchos de vosotros estais conmigo desde el principio, otros os habeis unido a mí lo a largo del camino. Para todos mi agradecimiento. Me encanta comprobar que las entradas han ido creciendo .¡Y ni mencionar la satisfacción que siento cuando dejáis algún comentario en mi blog! Os amo a todos.
Yolanda Farr
Proximo capítulo: Las cosas se precipitan.