Cuba. El comienzo del final


Hablemos de la UMAP



Con Sergio Salom en 1964. 


Aquella noche, en nada diferente a tantas otras, Sergio Salom, mi andrógino amigo, había ido a buscarme a la salida del Hotel Capri, donde yo, como ya he comentado, participaba en un gran espectáculo llamado Los tiempos de mamá y papá. Con una devoción admirable él solía esperar hasta que finalizase mi trabajo en el Salón Rojo  y a veces también  a que terminase mis charlas posteriores con compañeros en la cafetería del hotel, cosa que podía alargarte hasta bien entrada la madrugada. Siempre en un silencio admirativo, sin tener nada que ver con el ambiente artístico, pero aceptando y disfrutando de su condición de oyente. Luego, ya que ni él ni yo teníamos coche, me hacía compañía en la parada de L y 23 mientras esperabamos la ruta 30, esa guagua que me dejaría en la misma esquina de mi casa de Ampliación de Almendares. A veces distraíamos la espera anticipándonos a la llegada del bus, siguiendo su ruta en una caminata a paso de diletante, comunicándonos las mutuas anécdotas del día hasta que el guaguero, siempre el mismo a esas horas, al reconocerme  se detenía a nuestro lado, estuviésemos donde estuviésemos, sin necesidad de que hiciésemos un gesto. 
Aquellos paseos bajo el cielo, envueltos en el silencio amoroso de la madrugada cubana, eran  un baño de sosiego para el cuerpo y el alma tras la responsabilidad de dos shows y la inevitable tensión que las luces, la música y los aplausos me producían. 

Una noche en la que ambos vestíamos pantalón vaquero pitillo y camisa blanca, luciendo una imagen que nos hacía parecer casi gemelos, ambos rubios y delgados, ambos marcadamente femeninos a pesar de nuestra indumentaria, una perseguidora se detuvo a escasos metros y dos individuos armados y mal encarados se dirigieron hacia nosotros. Debo confesar que aquello me tomó por sorpresa, anestesiados como estaban en mí los terribles temores que los uniformes militares me solían causar en la época, no tan lejana, de mi odisea. Al llegar a nuestro lado, tras apartarme de un empujón, inmovilizaron a Sergio contra la pared. Quisiera recordar, secuencia por secuencia, palabra por palabra lo ocurrido pero el terror, de pronto renacido, me tenía idiotizada. Solo fragmentos de conversación y hechos muy puntuales quedaron grabados en mi memoria, pero eso sí, para siempre. Los policías llevaban en las manos unas gruesas naranjas que intentaron introducir por las piernas de los vaqueros de mi amigo y, al no lograrlo, lo zarandearon y a cajas destempladas lo introdujeron en la perseguidora con estas palabras; “vamos, cacho maricón”.Y allí quedé, no sé por cuanto tiempo, estupefacta. Tan solo la llegada  del autobus logró sacarme de mi estado.

El día siguiente por la mañana, superado el shock, me dirigí a la comisaría más cercana al sitio  donde había tenido lugar el “rapto” y narré, con toda la precisión que me fue posible, los hechos de la noche anterior. Para mi sorpresa el policía que me recibió fue un dechado de amabilidad. Me contó que, por órdenes del gobierno, se estaban haciendo redadas, sobre todo nocturnas, de personas sin papeles o en actitudes sospechosas, las cuales eran enviadas de inmediato a las recién instauradas Unidades Militares de Ayuda a la Producción. (¡Vaya eufemismo!, según se comprobó muy pronto.) Yo aduje que, si bien era cierto que Sergio,  a sus 19 años,  no pertenecía ni al ejército ni a las milicias,  nada sospechoso o chocante  hubo en su actitud de la noche anterior y sí en aquella humillante  manipulación con las naranjas a la que había sido sometido. 

Puedo asegurar que había un velo de vergüenza en la voz del policía cuando me aseguró que él nada  podía hacer al respecto y que debía dirigirme al Ministerio del Interior para averiguar el paradero de mi amigo, ya que eran muchas las granjas habilitadas para “acoger a jóvenes que por mala formación e influencia del medio han tomado una actitud equivocada ante la sociedad, con el fin de ayudarlos a que encuentren en el trabajo un camino acertado”, palabras textuales de Raúl Castro. Así intentaban justificar  lo que dramática y vergonzosamente se conoció, desde 1965 hasta 1968, como la UMAP. Unos 25.000 hombres, sin más delitos que los de negarse a hacer el servicio militar obligatorio, ser Testigos de Jehová, ser catalogados como  “lúmpenes”, carecer de un trabajo fijo o ser supuestos homosexuales fueron hacinados en barracas insalubres, ubicadas en campamentos perdidos en medio de la campiña, rodeados de cercas de alambre, a veces electrificadas, vigilados desde torretas por milicianos bien armados y desde tierra por feroces perros. Allí eran sometidos a todo tipo de vejaciones y obligados a hacer trabajos agrícolas en las más inhumanas condiciones. Y esto no es información que me llegase por terceros ya que tuve el dudoso privilegio de visitar una de esas instalaciones y comprobar estos hechos con mis propios ojos.

Raquel Revuelta
No fue nada fácil localizar a Sergio pero gracias a la ayuda de personas de la profesión, identificadas con el régimen pero también conscientes de las injusticias que en esa UMAP se cometían, como por ejemplo la gran actriz Raquel Revuelta, al fin logré ubicarlo y, con el permiso pertinente, visitarlo.

La impresión fue inenarrable. Aquel lugar, que casi en nada difería de los campos de concentración nazis que tantas veces había visto reproducidos en películas, me dejó espantada. Sergio no era ni sombra de él mismo. El campo de trabajo donde estaba, desde hacía tres semanas, estaba dedicado a la siembra y recogida de caña de azúcar. Cuando ví sus manos en carne viva se me destrozó el corazón. Me contó entonces que, por deficiencias en el suministro, aquel trabajo, que debía hacerse con guantes, estaba siendo realizado a manos desnudas y que lo peor era el tener que echar fertilizantes en la tierra, ya que, por ser productos químicos,  quemaban la piel hasta casi el hueso. Me habló de un compañero suyo de infortunios que resultó, por una de esas casualidades de la vida,  haber sido condiscípulo mío de piano en el conservatorio Falcón, Jorge Almunia, un chico que yo recordaba de la época en que ambos coqueteábamos con el Ateneo y los recitales, un muchachito  con grandes condiciones musicales. Me contó que Jorge, al ver sus manos deteriorarse día por día y sintiendo que su carrera pianística estaba perdida para siempre, hacía solo unos días se había suicidado muriendo, entre horribles dolores,  al ingerir parte de ese mismo fertilizante.
Según se supo más tarde muchos fueron los casos de automutilación, de personas que preferían perder una mano o un pie antes que seguir soportando humillaciones, maltratos, hambre, parásitos y enfermedades infecciosas.

Tan solo unos días después, moviendo  todas las influencias que me fue posible, logré sacar a Sergio de ese infierno. Es decir, físicamente, pues su espíritu quedó para siempre contaminado por aquellas sádicas experiencias, convirtiendo a mi dulce amigo adolescente en un ser torturado.

J.P. Sartre y Simone de Beauvoir                 P.P. Pasolini                       Marguerite Duras              M. Vargas Llosas        
A pesar del bloqueo informativo que había, y aún hay en Cuba, la noticia de la existencia de esa UMAP era  imposible de ocultar ante el mundo. Cuando llegó a conocimiento de los intelectuales de varios países del mundo, muchos  organizaron un movimiento de rechazo de tal envergadura que obligó al régimen, en el año 1968, a suprimir dichos campos.  Algunos de esos prestigiosos personajes eran, Simone de Beauvoir, Italo Calvino, Marguerite Duras, Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosas, Pier Paolo Pasolini, Alain Resnais, Jean Paul Sartre…
La indignación que la lectura de las declaraciones hechas en el Portal de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación por Mariela Castro Espín, hija de Vilma Espín y Raúl Castro, en un absurdo intento por justificar el acto de barbarie que fue  la UMAP, me ha inducido a dedicar este capítulo  a  aquellos que experimentaron en sus personas la variedad de actos sádicos que con mis propios ojos vi cometer en aquellos campos de concentración.
Mariela Castro Espín

Estas son parte de las absurdas palabras de la señora Castro: “La cultura homofóbica y machista, heredada del dominio colonial español, condicionó estas decisiones políticas. La creación de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción fue un reflejo del manejo social de esos prejuicios.” Y continúa así; “Fidel no era el genio de la lámpara para descubrir que la homosexualidad no respondía a una patología, como establecía la psiquiatría y otras miradas científicas. Además no hay que olvidar el criterio reinante en aquella época de que el trabajo ayudaba al individuo a hacerse hombre.” Entre otras cosas esta señora olvida mencionar que tan solo un 20% de los “inquilinos” de la UMAP fueron homosexuales. El resto se compuso de ciudadanos culpables tan solo del delito de no ser afectos al régimen. Mariela Castro continúa en sus declaraciones lanzando una afirmación supinamente absurda,  “además, Fidel ni siquiera estaba al tanto de lo de la UMAP”. ¡Señor, lo que hay que oír! Pretender que alguien que haya vivido en Cuba contemple  la posibilidad de que la  mínima acción dentro del país  pasase inadvertida al omnipotente, omnisciente ojo de Fidel Castro es una flagrante tomadura de pelo. 
En fin, uno más de los crímenes cometidos por el castrismo contra el pueblo y el cual, gracias al excelente  sistema publicitario comunista y a la aureola de romanticismo que rodea a Fidel y su revolución antiamericana, se mantiene, aún en estos tiempos, entre nubes de desinformación.

Me ha parecido importante narrar ese periodo, no tan solo como homenaje a personajes conocidos que fueron sus víctimas, como el actor y director Héctor Santiago, el  teatrista, Armando Suárez del Villar, el famoso cantante y compositor Pablo Milanés, Félix Luis Viera, novelista y poeta, el Cardenal Jaime Ortega y muchos otros. Sea, en fin,  éste un homenaje a los más de 25.000 cubanos anónimos que pasaron por la UMAP y para los muchísimos que nunca  salieron de ella.  Sea, así mismo, una  fuente de sincera información para los que, morando fuera de la sufrida Cuba, o desconocen estos hechos o han vivido embriagados por el aroma que emana de la palabra revolución. Ese dulzón olor a flores pútridas que brota de los cementerios mal cuidados.  
El próximo capítulo, amigos, será mucho más divertido ya que mis años de bonanza en la isla aún estaban en su máximo esplendor. Os contaré mis experiencias en el Capri con artistas de la máxima calidad profesional y personal. Oh, Los tiempos de mamá y papá…



 El Capri y Los Tiempos de Mamá y Papá




              Yolanda Farr                                       Germán Pinelli               María de los Ángeles Santana

Todo el que, con la edad pertinente,  estuviese en La Habana en septiembre del 1965 recordará el gran estreno de Los tiempos de mamá y papá en el Salón Rojo del Hotel Capri. El espléndido reparto, dirigido por Joaquín M. Condal, y la buena idea de hacer un recorrido por la música popular más emblemática desde principios del siglo XX, nos aseguraban el éxito. María de los Ángeles Santana, Germán Pinelli, Manolín Álvarez, Joseíto Fernández, (el creador de la Guantanamera, con sus eternas guayaberas  y su sombrero de paja blanco ),  Ruth Dubois, Ana Gloria, Clarita Castillo, el chino Jacobito y yo componíamos el reparto de aquella gran revista. Mis interpretaciones de “La Chelito” buscándose la famosa pulga, que nunca se llegaba a encontrar, la escenificación de la Guantanamera y en ella mi recreación de Lola, la pobre infeliz a la que su amante, en este caso Germán Pinelli, mataba cada día “a las tres de la tarde”, eran  parte de mi aportación a ese gran éxito.
María de los Ángeles Santana

María de los Ángeles estaba magnífica en los cuplés antiguos y divertidísima  cantando con Pinelli una parodia de Lágrimas negras. Bueno,  María era magnífica hiciese lo que hiciese. Su currículo era tan amplio que sería imposible hablar de la historia del teatro y la televisión cubana sin mencionarla hasta la saciedad. En 1940 hizo una gira  de siete años por América y al volver a Cuba se incorporó a la compañía del Teatro Martí. Durante nuestra convivencia teatral y cabaretera, María solía hablarme de sus viajes a España, su adoración por mi abandonada patria y sus grandes éxitos allí como vedette. Lo cierto es que cuando, años después, recién llegada a Madrid yo hablaba de Cuba, los únicos nombres de procedencia cubana que recordaban las personas de la profesión eran el de Machín, el de Bola de Nieve y el de la bellísima vedette María de los Ángeles Santana. 
              Olga Guillot                       Celia Cruz

Me refiero a tiempo antes de que Olga Guillot y Celia Cruz conquistaran el mundo de la música popular en Europa y mucho antes de que Pablito Milanés y Silvio Rodríguez se convirtieran en ídolos de la mal informada “progresía” española. María de los Ángeles había debutado  en el Teatro Madrid de la capital con una obra de Antonio y Manuel Paso, Tentación, que estuvo en cartel durante 2864 funciones ininterrumpidas. Todo un récord. Cuando ella y yo intimamos, durante aquellos largos ensayos de “Los tiempos de mamá y papá”, aún estaban frescos en su recuerdo esos éxitos ya que su última larga estancia en España había finalizado en 1958.
La arquitectura española, aquella Alhambra de Granada, El Palacio del Escorial, El Palacio Real y Los Jardines de Sabatini la fascinaban. Así como la Basílica del Pilar  en Zaragoza, y la ciudad de Toledo, todo un ejemplo de arquitectura medieval, y tantos otros espacios emblemáticos de esta nación.…  En fin, que María de los Ángeles correspondía al aprecio que España sentía por ella con una efusiva  admiración. Aquí estaba María, el año 1956, el día que televisión Española iniciaba sus emisiones regulares desde los pequeños estudios de Paseo de la Habana, Madrid. Emisiones que tan solo pudieron verse en algunos puntos puesto que  unicamente había un parque de 600 receptores en la ciudad.  La mayoría, debido a su inalcanzable precio de 30,000 pesetas, pertenecía la jet set y a altos cargos del franquismo.

Hotel Capri
Pero volvamos al Capri y a algunas de las muchas experiencias que viví durante el  año y medio  que Los tiempos de mamá y papá se mantuvo allí triunfando. Aparte de los importantes personajes internacionales que pasaron por ese cabaret y con los cuales tuve la oportunidad de conversar, (por favor, no confundir  con “alternar”) como ya he contado había momentos  entrañables que solían tener lugar en la cafetería  adyacente  al cabaret,  en   N y 21. Allí nos reuníamos, después del trabajo,  personas pertenecientes al mundo de la farándula.

Cuarteto Los Brito

Mis amigos Alfredo y Julio Brito, descendientes con honores de una prestigiosa familia de músicos, solían venir a charlar conmigo y allí fue que les surgió la idea de formar el cuarteto “Los Brito” que llegaría a ser tan famoso. Alfredo, gran compositor, escribió para mí una canción, Alivio, que estrené en El Jagua de Cienfuegos durante  la que sería mi última aparición pública en el país de mis amores. Pero de mis avatares para conseguir la salida del país hablaré más tarde, pues, a pesar de mi nacionalidad española nunca perdida, aquellos venideros meses estuvieron  de nuevo llenos  de un sufrimiento  y una injusticia imposibles de olvidar.

Cuarteto Los Meme

Sin embargo en los tiempos del Capri el panorama de mi vida era  radiante. Grandes amigos habían llegado, estableciendo sus nidos en mi  corazón; Gilberto Álvarez, con quien Gladys y yo compartíamos prácticamente cada día de risas y muchas noches de “bailongo”, Bobby Jiménez, miembro del cuarteto de Los Meme, ese fulgurante y amoroso mulato cuya luz era tan clara que opacaba, disculpen mi opinión, a todo el resto del elenco.


Caricatura de Fresquito Fresket




También acudía Fresquito Fresket, estupendo dibujante, del que guardo una entrañable caricatura dibujada para mí en una servilleta del Capri, Armandito Sequeira, a quien sus famosos ancestros en el mundo de la música  acomplejaban de tal forma que le hacían despreciar sus grandes valores, hundiéndose y buscándose en lugares nada aconsejables,  así como Julio Gómez, hermoso, sensible y culto,  cuya homosexualidad no fue obstáculo para que nos amaramos platonicamente hasta el día de su muerte, ocurrida no hace mucho en Miami.


Había conocido a Julio durante la preparación del rodaje de Desarraigo y fue tal la empatía que no unió desde el principio que nos convertimos en almas gemelas.Y fue él quien me trajo una canción que marcaría época en la televisión cubana. Now.

Una tarde en que habíamos quedado en la cafetería del restaurante El Carmelo su entrada fue algo pleno de misterio. Con ese sigilo al que las persecuciones políticas nos habían habituado, Julio sacó de su pantalón una cassette que había grabado de forma clandestina. “Acabo de llegar del ICAIC y he visto el pase privado de un documental de Santiago Álvarez que va a levantar roncha. Se trata una serie de  violentas escenas segregacionistas rodadas en USA y montadas sobre una canción de Lena Horne que es una bomba: Now. Tú  tienes que estrenarla  en Cuba, gallega”
Si lo lográbamos aquello rompería con  la absurda orden que prohibía, desde hacía años,  cantar canciones en inglés. La oportunidad no podían pintarla más calva. Para los que no vivieron en Cuba en esos años de vetos y  exacerbados odios antiamericanos, es algo imposible de concebir el hecho de que se pudiesen entonar  baladas francesas, por ejemplo de Gilbert Bécaud, Charles Aznavour o canciones italianas de Domenico Modugno y hasta españolas, (Raphael se convirtió en un autentico ídolo de multitudes) y que, sin embargo, clásicos como Tea for two, Over the Rainbow, Stormy Weather y tantos y tantos blues y canciones norteamericanas solo pudiesen oírse como arreglos musicales sin texto. Con Now podíamos derrumbar esos muros de intransigencia. La canción era hasta tal punto un alegato contra el racismo que los Panteras Negras la habían adoptado como una especie de himno.
 
Había que comenzar a tocar puertas en CMQ a toda velocidad, pues lo ideal era estrenar la canción antes de que se proyectara el cortometraje. Fue entonces cuando  comencé a reunirme con los grandes músicos, Adolfo Guzmán, Armando Romeu, Rafael Somavilla, etc. Como es lógico todos ellos encontraban absurda la prohibición de cantar textos en ingles y admitían que esta era una oportunidad especialmente propicia para romper ese veto.  Así que  escribieron y firmaron una carta apoyando mi proyecto.

El problema estribaba en convencer a los censores de que aquella canción norteamericana era en realidad "antinorteamericana". Y fue mi querido José Urfé, mi negro del alma, el que ideó una solución. Traduje al español el prólogo de la canción y quedó así: Si aquellos grandes hombres revivieran hoy, Washington, Jefferson y Lincoln y les llevaran a la televisión para saber lo que pensaban, estoy segura de que dirían así, “basta de canciones, el momento es de acciones y la hora es ahora; NOW.” Y todo el resto continuaba en inglés. Así quedaba bien clara la intención política de la canción, al menos para el que exigiese verla. Con este pequeño ajuste y un estupendo arreglo musical de José  le presentamos el asunto a quien realmente “cortaba el bacalao” en esas cuestiones; Odilio Urfé, Director General del Consejo Nacional de Cultura y hermano de mi amigo. Y, ¡bravo! conseguimos su aceptación. 

A los pocos días, por primera vez en años, se escuchó en la tele cubana una canción en inglés. Aquello fue un bombazo, no tanto por lo que significaba políticamente Now, no creo que eso interesara demasiado al grueso del público, si no  más bien porque se acababan de abrir las puertas para otras maravillosas melodías americanas actuales y pasadas.
Y fue tal mi éxito con Now que no solo lo interpreté en todos los programas musicales de T.V. habidos y por haber. Cada vez que me llamaban para un acto, aunque comenzase mi actuación con alguna de mis acostumbradas baladas como Et Maintenant o Il Mondo el  público asistente acababa solicitando a gritos aquel  Now. Turbas de gente joven me esperaban a la salida de los teatros o de los auditorios coreando el pegadizo puente musical, “Now is the moment” que, mirándolo bien, así extractado, significaba lo que a cada cual le viniese mejor. Confieso que nunca, ni antes ni después, me he visto vitoreada y hasta zarandeada de ese modo.
Aprovechando el éxito, organicé un concierto de canciones en la Casa de la Cultura Checoslovaca que, como señaló Marta Valdés en su crítica, fue "memorable de asistencia y estupendamente recibido por el público". Mi amigo del alma, Felo Bergaza estuvo al piano, Reynaldo Montesinos a la guitarra y  Papito Hernández al contrabajo.


Y así, entre mis diarias apariciones en el Salón Rojo del Cabaret Capri, los reportajes fotográficos y los incesantes programas televisivos, pasó aquel embriagador 1965, dejando su sitio a un 66 que aún me iba a ofrecer más venturas y triunfos.

El trío inseparable de aquellos tiempos. Yo, Gladys Triana y Gilbeto Álvarez

 ¡Ay, Titón, Titón..! 
(Memorias del subdesarrollo).



Tomás Gutiérrez Alea

Para los que no sepan quién era Titón, ahí va el nombre completo de Tomás Gutiérrez Alea. Para los pocos que aún ignoren a quién me refiero les diré que se trata del más premiado de los cineastas cubanos, uno de los grandes representantes del movimiento ocurrido en la década 60-70, el conocido como Nuevo Cine Latinoamericano.

Entre sus películas más apreciadas y premiadas está Las doce sillas, del año 1962, una tragicomedia protagonizada  por Enrique Santisteban y Reynaldo Miravalles. (Un aristócrata y su chofer buscan unos brillantes que  escondieron en una silla  incautada por el Ministerio de Recuperación de Bienes). También La muerte de un burócrata, rodada en el año 1966, (una sátira de la burocracia cubana y de lo enrevesado que puede llegar a ser conseguir, a consecuencia de la ineptitud y apatía de los funcionarios, cosas aparentemente sencillas).
Daisy Granados                                   Sergio Corrieri                         Eslinda Núñez

Pero sobre todo Memorias del subdesarrollo, considerada la mejor película cubana de aquellos años, protagonizada por Sergio Corrieri, Daisy Granados, Eslinda Núñez y, en un principio, (luego explicaré el porqué de esta afirmación) Yolanda Farr. Sergio, el protagonista, es un burgués que, durante la revolución, ha preferido quedarse en La Habana mientras su esposa, desesperada por la situación política, abandona su patria. Para los lectores españoles, diré que Titón es conocido en este país por su estupenda Fresa y chocolate, 1993, interpretada por Jorge Perugorría y Vladimir Cruz,  la historia de dos seres humanos que buscan su identidad, llegando en ese proceso a una amistad que, por  la homosexualidad de uno de ellos, pone en riesgo la libertad de ambos. Su última obra,  Guantanamera, es una divertida sátira sobre los kafkianos problemas que provoca en Cuba, en el año 1995, el traslado de un cadáver en su ataúd a través de la isla .

Mis recuerdos de Memorias del subdesarrollo son  contradictorios. Todo  pintaba genial cuando, a finales del 66, Gutiérrez Alea me propuso hacer su próxima película, basada en una novela de Edmundo Desnoes. El argumento era interesante y mi papel, sin ser protagónico, era importante y apetecible ya que personificaba algo que desde hacía algún tiempo me rondaba por la cabeza: abandonar Cuba y enfrentarme a los problemas que eso conllevaba. Tenía tres largas y dramáticas escenas que me hicieron sudar sangre durante el rodaje pues Titón, que sabía bien lo que quería, me indicó que ignorara el dialogo escrito para crear una situación más real y humana.
Fotogramas de una de mis escenas en Memorias del subdesarrollo.

Aquellas improvisaciones de horas y horas fueron un masoquista placer y el resultado, que tan solo pude ver en la moviola, resultó tan bueno que el equipo y el mismo director irrumpieron en  aplausos. Al acabar la que  debía ser mi última sesión en la película, Gutiérrez Alea me dijo que quería tener una conversación conmigo a solas. Partimos juntos del set y nos dirigimos a la cafetería del Hotel Capri, en cuyo cabaret, dentro de pocas horas, yo tendría que sumarme al reparto de Los tiempos de papá y mamá, aquel fantástico show que llevaba más de un año en cartel. Y esta fue su proposición. Se le había ocurrido integrar en la película el primer desnudo del cine cubano. Por supuesto sería algo  plástico y breve. Quería que atravesase el cuarto de baño desnuda y de espaldas y así entrara en la ducha para terminar el plano con mi silueta tras la cortina. De momento no supe qué decir. A pesar de ser desde hacia años “una cabaretera” el desnudo integral era algo que me avergonzaba muchísimo. Pero si alguien tenía la labia suficiente para convencer a una jovencita entusiasta del cine, ese alguien era aquel hombre serio y profesional cuya labor yo admiraba.  Mi respuesta queda expuesta en mi fugaz pero absurdo desnudo, una de las pocas constancias  que quedan de mi trabajo en la película. No deja de ser irónico.
Fotograma de Memorias del subdesarrollo

Nunca  pude ver el film en Cuba, puesto que no se estrenó hasta años después de mi exilio. Pasado el tiempo y ya en España, sufrí el shock de mi vida al comprobar que mi imagen  estaba prácticamente eliminada de la pantalla, que casi  solo quedaba mi voz en off sobre “close ups” de Sergio Corrieri y larguísimos planos, "cámara en mano", de nuestra habitación desierta. La divertida secuencia del Conney Island, el famoso parque de atracciones de La Habana, había desaparecido. La dramática escena de mi despedida en el aeropuerto se había convertido en un frío plano que seguía mi espalda mientras subía al avión. Y para colmo, mi nombre había sido quitado del reparto. Aquel agotador papel, aquellas extenuantes  improvisaciones en las que  pusiera toda mi alma,  habían quedado convertidas  en un trabajo de “figuración con frase”.

Escena  en el Conney Island. (Eliminada del film) 

Varias son  las versiones que me han llegado del porqué de esta “traición”: Al yo haber abandonado la isla, el ICAIC decidió presionar a Titón para que me eliminara lo más posible de la película…(Muy posible). Titón había decidido convertir las escenas del matrimonio protagonista, Sergio y yo, en una especie de diálogo interior del marido, desdibujando al máximo el personaje “negativo” de la mujer…(Probable veleidad, viniendo de un “genio”). Habían surgido graves problemas de metraje… (Absurdo que todos los cortes afectaran a mi personaje ). Fuese como fuese, el haber suprimido mi nombre del reparto y el que no se estrenase hasta agosto del 68, bastante después de mi partida, tenían un significado claramente político. Nunca sabré qué pasó en realidad. Nada sobre esos cambios me había comentado Titón en el par de conversaciones que tuvimos posteriores al rodaje.
Tomás Gutiérrez Alea falleció en 1996. Lamento decir que mi desilusión por aquella experiencia   es algo que no he superado. A pesar de que mi nombre, con  posterioridad, fue incluido en los créditos, cortar de esa manera la participación de un actor en una película, sin siquiera una explicación, es más que una ofensa una amputación que se siente como casi física.

Aunque Memorias del subdesarrollo figura como filmada en el 68 la realidad es que se rodó a finales del 66. La prueba irrefutable es mi pasaje de avión, que aún conservo, con fecha de diciembre del 67. Es decir que yo no estaba ya en Cuba en el 1968. Mi opinión al respecto es que el gobierno quiso que pasara un tiempo para que mi público me olvidara antes del estreno.  Es sabida la frágil memoria de la gente. No era buena propaganda que una figura en alza abandonara el “paraíso socialista” y es innegable que yo había tenido unos años esplendorosos.
Pasaje de mi salida de Cuba, (la fecha arriba a la derecha)

Más desmanes originados por un régimen cuyo totalitarismo le convertía en incuestionable dueño “de hombres y haciendas”.

En el próximo capítulo narraré, entre otras cosas,   el por qué brotó en mí la necesitad de abandonar a mis seres amados y de decir adiós para siempre a  Cuba, cortando con eso mi floreciente carrera en mi Patria de adopción.


         Del  tecnicolor al blanco y negro en dos fotogramas.
(1ª parte).


Don Julio Lobo
En enero del 67 un director novel, José González Aguilar, me invitó a rodar Por cuanto, primera parte de una trilogía sobre la ley de nacionalización de empresas. La historia estaría basada en la vida del archimillonario Julio Lobo, el cual iba a ser interpretado por mi buen amigo Helmo Hernández.


Helmo Hernández y yo
camino del rodaje de Por cuanto
Yo haría el rol de su esposa. Julio Lobo fue todo un personaje cubano que merecería un capítulo para él solo pero, como el tiempo me apremia, solo mencionaré cosas muy puntuales sobre ese gran hombre. En Cuba, en la época anterior al castrismo, se le conocía como “El Napoleón de Cuba” o “El rey del azúcar”. Se cuenta que, teniendo en una ocasión a Esther Williams invitada en su mansión, hizo llenar la piscina de champán para que ella nadara. Tambien se comenta que llegó a pedir a Joan Fontaine formalmente en matrimonio.



La cuestión es que Lobo, adorador de su patria y "bon vivant", no pensó en el exilio hasta que un día el Che Guevara le llamó para  decirle: “Te he dejado para ser el último  “siquitrillado” (expropiado)  ya que hemos revisado todas tus cuentas con lupa y no podemos encontrar ninguna irregularidad. Aún así, comprenderás que siendo el máximo exponente del capitalismo no vamos a permitir que permanezcas incólume.” Tras esta conversación el señor Lobo decidió abandonar el país a mediados de 1960, en el mayor de los silencios, dejando tras de sí, aparte de múltiples otras posesiones, 16 ingenios aún funcionando, trabajadores tan adeptos que llegaron a pedir al gobierno no ser nacionalizados y una colección de arte napoleónico  convertida en un importante museo fundado en el año 1961, cerrado  por restauración  en el  2008 y reinaugurado "a bombo y platillo" en marzo del 2011. 
Quién me iba a decir que, en los años setenta y ya  en España, iba a compartir con  Julio Lobo risas y anécdotas sobre aquel  frustrado proyecto cinematográfico, siendo don Julio, en esos momentos y durante años, presidente del Centro Cubano en Madrid.

Era aquella una asociación fundada en 1966 por algunos cubanos residentes en Madrid, con el fin de informar a los gobiernos europeos sobre la realidad de Cuba, tan mitificada, y al tiempo prestar ayuda a exiliados  insolventes. En los primeros años se impartían en su local clases de historia y geografía para niños y de inglés para adultos. También hacía las veces de ropero caritativo. El centro incluso contaba con la asistencia médica del doctor Oscar Gómez, todo de manera gratuita. Una gran labor altruista realizó también el presidente de la Compañía Trasatlántica Española, Don José María Ramón San Pedro, el cual cobraba a lo sumo el 10% del importe del pasaje a aquellos cubanos sin recursos que solicitaran viajar en sus barcos a EE.UU.

Tiempo más tarde, ubicado ya el Centro Cubano en la calle Claudio Coello de Madrid, se inauguró en el local un bar-restaurante que ofrecía, y sigue haciéndolo, auténtica cocina y coctelería cubana. 

En un rincón del bar, sentado a un flamante piano colín, como brotando  del instrumento, la figura de un mulato de edad indefinida y manos prodigiosas desgranaba cada día un surtido de boleros de María Grever,  piezas de Cole Porter, música del folclore español y hasta algún retazo de música clásica, según fuese la petición del público. Pero la más admirable de sus cualidades era su facilidad para “transportar” la canción a cualquiera  que fuese la tesitura de la persona que lo solicitase. La forma en que le oí acompañar, desde a cantantes profesionales hasta al típico y pesado aficionado, era sorprendente.  Eso hacía de  aquel mulato el mejor “pianista acompañante” que he oído en mi vida. 

Como imaginareis establecimos en seguida una amistad y una relación profesional que lo convirtió en mi acompañante cada vez que se me presentaba algún acto musical o alguna “descarga”. En una ocasión me contó que en Cuba, había acompañado en sus inicios a grandes figuras como Olga Guillot, Celia Cruz y Xiomara Alfaro y que había hecho giras en los años 50 por toda Latinoamérica con varias de ellas. Sé que no exagero al decir que él era uno de los alicientes para acudir al bar restaurante del Centro Cubano de Madrid. Su nombre era Alciviades Aguero.  Alci. No era necesario decir más.

 Alci acompañándome al piano en un acto
en celebración del cumpleaños de José Martí

Grandes figuras apoyaron al Centro con su trabajo y con aportaciones económicas, como las ya nombradas Celia Cruz y Olga Guillot, Las Hermanas Benítez y los Rivero. En su piano-bar actuaron, desinteresadamente, Meme Solís, Luisa María Güell, en fin, todo cubano que se preciara de serlo y pasara por España, incluyéndome, cubanita vocacional,  en varias ocasiones.

Pero volviendo a enero del 67 y a la película Por cuanto, resultó que, tras una semana de trabajo en Varadero, recibimos el anuncio de que el rodaje finalizaba de inmediato, así, sin más información. Y nunca volví a saber del proyecto, ni de mis honorarios, ni del director y guionista José González Aguilar

Así que, ante estas anomalías,  llenándome de valor, decidí preguntar a Alfredo Guevara, el director del ICAIC, qué  había sucedido con Por cuanto, y digo llenándome de valor puesto que la mayoría del pueblo cubano vivía con el eterno temor a señalarse hasta con las más inocentes preguntas. Resultó que Guevara se encontraba en esos días de viaje por los "países amigos", (como llamaba el gobierno castrista a los países comunistas de Europa del Este)  pero  la suerte, (no estoy segura si buena o mala), hizo que en las oficinas me encontrara con un amigo y admirador que decidió  contarme algo sucedido en el año 65 y que me atañía de forma muy directa. 

Cuando la película de Fausto Canel, Desarraigo, había sido enviada al Festival de Cine de San Sebastián, donde recibió la Mención Especial del Jurado, los organizadores, enterados de que la protagonista era española, cursaron una invitación directa a Guevara para que Yolanda Farr fuese al festival en representación de Cuba. La respuesta inmediata fue que, por problemas laborales, me era imposible asistir. 

Por supuesto, nunca fui informada de esto. Yo sabía que en Cuba se jugaba impunemente con los ciudadanos pero que hubieran llegado hasta ese estúpido punto conmigo me llenó de una furia cegadora. ¡Jamás se me hubiera ocurrido quedarme en España aquel 1965 de Desarraigo, con mi carrera en auge, mi familia viviendo en la isla, con amigos que me querían y apoyaban! Jamás. No en aquellos momentos. Pero a principios del 67, con esta nueva información, el recuerdo de los terribles crímenes cometidos en la UMAP,  la reciente convicción del poco respeto y confianza que en el ICAIC me tenían, la seguridad de que mi espíritu no soportaría más la mediocridad y el despotismo del gobierno cubano me hicieron comprender que mi capacidad de aguante había terminado. Debía considerar  la idea de reanudar mi vida y mi carrera en mi Patria de origen.
Toda la compañía en el Capri celebrando el primer aniversario

No importaba mi actual éxito en el Capri, que ya duraba más de un año, Los tiempos de mamá y papá, y en honor a cuyo onomástico habíamos realizado una “fiesta de cumpleaños”, patrocinada por nuestro director Joaquín M. Condal, frente a una enorme tarta y con todos los integrantes, artistas y técnicos en feliz “melange”.

Con Manolín Álvarez y Germán Pinelli
(Eran las tres de la tarde cuando mataron a Lola)

Aquel cabaret donde una noche, un jovencísimo mulato se  presentó en mi camerino con una partitura bajo el brazo y, mientras me la ofrecía para que se la estrenara, pasó a contarme que había estado en la UMAP y que ahora necesitaba con urgencia abrirse camino en el mundo de la música. Su nombre era Pablito Milanés.

Tampoco importaba mi reciente y tan alabado trabajo en Lola y la campana, la obra de Jean Vilar que Rubén Vigón había montado en la sala Arlequín. Quiero mencionar cuan emocionante fue subir de nuevo a ese escenario que, a pesar del tanto tiempo pasado, aún rezumaba olores a Homero Gutiérrez,  mi primer y tormentoso amor, (ver Instantáneas 25 y 26.)  y vívidos recuerdos  de mi debut como actriz a los 17 años.

Aquella obra  me permitió conocer y admirar al tenor y actor Miguel de Grandy, al bello y tierno Jorge Cao, con el que tuve una  tierna amistad que aún conservo, aunque sea por internet. (Él es desde hace años una primera figura, especialmente en la televisión colombiana). En fin, aquel trabajo que me dio la oportunidad de admirar a María de los Ángeles Santana como actriz y como compañera mientras sosteníamos  un formidable “tête a tête” en escena.

Fue un hermoso trabajo el que realizamos , pero del que no pude disfrutar a plenitud   pues la terrible decisión  de partir se estaba haciendo inevitable.
 
Yo, Miguel de Grandy y Jorge Cao en Lola y la campana



Del  tecnicolor al blanco y negro en dos fotogramas.
(2ª parte).





Nada más finalizadas las representaciones del show “Los tiempos de mamá y papá” en el Salón Rojo del Hotel Capri, aunque yo aún no había comunicado oficialmente mi intención de abandonar Cuba, comencé a notar cambios inequívocos en el desarrollo de mi carrera. Por ejemplo, aquellas pruebas en colores que me habían mostrado de la portada y contraportada para la revista Romances, mis divertidas fotos vestida de novia frente a la catedral de La Habana, no acababan de salir a la luz. 
Romances, revista para la mujer editada por primera vez en la década de los 50, había conseguido, he de señalar que con gran dignidad, pasar de ser prensa independiente a pertenecer a las publicaciones controladas por el gobierno, las cuales en realidad eran todas.
Reportaje en la revista Romances. De fondo pinturas de Gladys Triana
Vestuario realizado por mi madre y mi tía

En sus páginas se  incluían con frecuencia reportajes  de artistas no vinculadas con el régimen, como era mi caso. Mantenían una página fija dedicada a publicar poesía, en la cual yo figuré con frecuencia, y  que llegó  a incluir obras de mi amiga, la gran poeta Carilda Oliver Labra, personaje que en esos tiempos  estaba muy mal visto por el régimen. 


Pero estaba claro que  mi situación laboral se deterioraba. De repente la televisión dejó de solicitarme y pasaron bastantes días hasta que el I.N.I.T. me asignase un nuevo lugar de trabajo.

I.N.I.T., como he dicho con anterioridad, eran las siglas del Instituto Nacional de la Industria Turística, fundado en noviembre del 1960. Su finalidad era llevar a cabo un proceso de intervención y nacionalización de instalaciones turísticas como “reacción defensiva contra las agresiones del Gobierno de los EE.UU”. (Cito textualmente estas paranoicas declaraciones oficiales). Entre otras muchas cosas, la contratación de los artistas corría a cargo de este Instituto. Ellos te “ubicaban”, según su libre albedrío y su concepto de tu categoría. De este estamento hablaré con amplitud en un futuro capítulo.

Cuando fui enviada al Cabaret Nacional, con Marta Picanes y la vedete Amparito Valencia, en un simple show de variedades, al Cabaret Bahía de Matanzas, en las mismas condiciones o al Jagua de Cienfuegos, con Ricky Orlando y los Hermanos Bermúdez, todos lugares de segundo orden, advertí, con toda claridad, que la información sobre mis intenciones había llegado de alguna forma a las alturas. Las  represalias comenzaban a mostrar sus garras..

Mi padre Arsenio, mi tía Yenny y mi madre Dora 






Mis madres, las mellizas alemanas que tanto me apoyaron en los malos y buenos momentos, mi adorado padre gallego, aquel luchador republicano cuyas ilusiones de igualdad y libertad habían resultado  destruidas por la realidad del comunismo castrista, aunque heridos por  el dolor de contemplar la posibilidad de nuestra primera gran separación, me dieron el definitivo impulso. ¡Debía partir hacia España, naturalmente con el propósito de mandarles buscar lo antes posible!
Fue duro comunicar a mis amigos mi irrevocable y dramática, aunque no sorprendente, decisión pero no habiendo perdido nunca la nacionalidad española todos creíamos que mi partida sería rápida y sin impedimentos, no como la odisea que tenían que sufrir los cubanos cuando solicitaban abandonar el país, y digo textualmente abandonar ya que, una vez fuera de Cuba, el regreso estaba  prohibido. Los solicitantes de ipsofacto  debían dejar sus puestos de trabajo y sus propiedades, por escasas que fuesen, eran inventariadas con el fin de que nada faltase en el momento en que tomaran el avión. Entonces eran enviados a “trabajar al campo” y obligados a realizar durísimas faenas agrícolas mientras llegaba el añorado permiso que podía  tardar  hasta años . Y en esa espera se desgastaban, entre agotadores trabajos físicos, humillaciones, malos tratos, angustias y temores de que sus papeles, por desidia o ex profeso, se perdieran en el maremágnum burocrático. Y todo esto  a pesar de que solo podían pedir la salida aquellos afortunados cubanos a los que algún amigo o familiar  enviarse en dólares, desde el extranjero, el coste de su pasaje de ida y de una vuelta que estaba prohibida. ¡Que ironía!

Como he dicho con anterioridad,  siendo yo española, pensábamos que todo sería más fácil. Así que me dirigí al Consulado de España en La Habana y pedí al  cónsul la repatriación, cosa que, en mi situación, estaba obligado a concederme.

Aquel señor, un venerable anciano, me recibió con sonrisas y halagos y me aseguró que mi problema se solucionaría en un par de semanas y que España estaría feliz de recibir a tan prestigiosa “hija pródiga”. Pero el par de semanas pasó, y pasaron tres, así que decidí regresar al Consulado para preguntar el motivo.

Lo que sucedió entonces podría muy bien ser  la escena de una película muda. Ponedle imaginación a lo que  describo, acelerad la moviola, añadid carteles con los diálogos y os va a resultar tan divertido como para mí fue  dramático.

(La protagonista abre la puerta del despacho y se encuentra frente al anciano cónsul, cómodamente sentado en su buró con un enorme puro H. Upmann en la boca.)

El Cónsul ‑ “Hola, preciosa, que bien que me vuelves a visitar. Entra, entra. ¿Qué puedo hacer por ti?”

(Primer plano del rostro  de Yolanda.)

Yolanda “Buenos días, señor cónsul, pues verá, como han pasado tres semanas sin noticias me he atrevido a venir a molestarle”.

(Plano general del despacho que incluye a los dos actores)

El Cónsul ‑ “Una belleza como tú jamás puede molestar y menos  a un anciano como yo. La  visión de tu juventud me alegra la vida. Acércate y dame un beso”

(La joven se acerca confiadamente, rodea el enorme buró y se inclina para besar la frente del cónsul. Pasamos a primer plano de las huesudas y venosas manos del anciano mientras, con brusquedad, sujeta la cara de la chica intentando depositar un baboso beso en los sorprendidos labios. A continuación, primer plano de la protagonista con los ojos desorbitados mientas, tras forcejear, inicia el retroceso. Saltamos a plano general. El hombre, con una inusitada agilidad para su avanzada edad, brinca de su sillón y comienza a perseguir a Yolanda. Ambos dan varias vueltas alrededor de la gran mesa hasta que, agotado, el cónsul se deja caer en su acolchado sillón. Vamos a primer plano de su libidinoso rostro sudoroso mientras pronuncia estas palabras).

El Cónsul ‑ “¡Por mi parte estás perdida! ¿Sabes lo que te digo? Que lo único que voy a hacer por ti es mandarte cigarrillos a la cárcel”.

(Vemos plano medio de la protagonista mientras, con la cara desencajada y las lágrimas en los ojos, llega a la puerta del despacho, la abre  y desde el dintel dice con voz entrecortada).

Yolanda - “¡Pero si yo no fumo!”.

(La joven  atraviesa la puerta cerrándola tras su inestable paso. Es la imagen misma de la desolación. Sobre el plano de la puerta cerrada vemos  sobre imponerse la palabra FIN.)

Y ese fue  el final de mis relaciones directas con el Consulado de España en Cuba. Si no he mencionado el nombre de ese individuo no es por un respeto que, según mi opinión, no se merece. Sencillamente mi cerebro no lo ha archivado y mi búsqueda en Internet ha sido infructuosa.

En el próximo capítulo os descubriré el turbio porqué de los ocho meses de miedos y espera que tuve que soportar antes de que mis pies se posaran sobre territorio español, es decir, hasta que se hallaran dentro  del avión de Iberia que me transportaría a la incertidumbre de un futuro en una Patria que me era  ajena y amedrentadora.


Próximo bloque. Adiós, Cuba querida.

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