sábado, 26 de octubre de 2013

Instantánea 96 - La mala pata, segunda parte.



Primer cuadro de El Rey de Sodoma
Los días de ese mayo de 1983 pasaban de forma lenta y dolorosa. Encerrada en la casa, imposibilitada  y sufriente, no solo en lo físico, el tiempo se hacía eterno. Tras el diagnóstico médico y sus indicaciones, veinte eternidades de reposo absoluto,  yo había sugerido al director Miguel Narros y a mi compañero José Luis Pellicena que me sustituyeran, a lo que gentilmente se negaron. Bueno, en realidad no estoy segura de si fue por gentileza o porque iba a ser inviable encontrar a una actriz que cantara, bailara y pudiese memorizar ese complicado texto de El rey de Sodoma en menos tiempo del que yo estaba condenada a la inmovilidad.

Los miembros de la compañía me visitaban con frecuencia, ejerciendo sobre mí una sutil presión que tan solo conseguía aumentar mi angustia. “Conozco al  masajista deportivo del Real Madrid. Él puede acelerar tu recuperación”, “Yolanda Podoroska hace una acupuntura milagrosa”, “¿no crees que si eliminamos los zapatos de tacón y los bailes podrías incorporarte antes?”, ante lo que Arrabal alegaba: “¡Joder, eso sí que no,  esa no sería mi obra!”, Y tenía toda la razón.  Por supuesto una semana después del accidente yo estaba ya recurriendo, contra la opinión del traumatólogo, a todo tipo de posible solución alternativa. ¿Masajes? A diario. ¿Acupuntura? En días alternativos. ¿Antinflamatorios? Por un tubo. Pero nada lograba que desapareciese  la hiriente hinchazón que se había apoderado de mi pobre y morado  tobillo. El afamado doctor Guillén, mi médico, me avisaba que el intentar precipitar el proceso de sanación sería  perjudicial. No se trataba solo de conseguir la curación de la zona lesionada, si no de estar seguros que el tobillo no quedaría resentido para siempre. Aun así, confieso que si hubiese podido anticipar mi puesta en pie me habría arrancado esa enorme venda elástica, sin pensar en futuros males. No sería la primera vez que, en situaciones extremas, un artista había superado el mayor sufrimiento físico, la más tremenda desesperación espiritual, para subirse al escenario y enfrentarse incluso a la posibilidad de “morir con las botas puestas”. Pero el dolor era tan terrible que no me permitía ni intentar dar un paso.

En cuanto a la “sutil presión” a la que era sometida, en realidad estaba sustentada por  una lógica irrebatible.

Los Teatros Nacionales tenían dos sistemas de programación: una era producir sus propios espectáculos y la otra ceder a compañías particulares el uso y explotación de sus salas durante un tiempo determinado. Este solía variar entre un mes y dos meses. No importaba si la obra resultaba un éxito o un rotundo fracaso, daba igual si el patio de butacas estaba  vacío o abarrotado, si se trataba de una gran producción o de un simple monólogo. A nosotros, siendo un estreno de Arrabal, un montaje carísimo y una compañía con nombres prestigiosos, el María Guerrero nos dio dos meses para representar El rey de Sodoma: del 5 de mayo al 5 de julio.  Fechas improrrogables e imposibles de cambiar, pues la programación del teatro se preestablecía de año en año.

Es decir que, cada día que yo pasaba yaciendo en mi “lecho de dolor” era un día de ingresos perdido para la compañía y de teatro cerrado.

Con el fin de no regodearme en mi viacrucis y hacerme pesada, sintetizaré mis angustias y pasaré a contaros que, recién cumplidos los 20 días del accidente, me incorporé a los nuevos ensayos y  el   27  de junio, con el tobillo aún hinchado y sujeto por una antiestética tobillera, nuevos zapatos de tacones algo más bajos, atiborrada de paracetamol para soportar el dolor, Yolanda Farr tuvo uno de los más grandes éxitos teatrales de su vida. Es de justicia decir que compartido con su compañero José Luis Pellicena y con el director Miguel Narros. La pieza y  su autor, para nuestra sorpresa, fueron tratados por la crítica con displicencia y, a veces, hasta ensañamiento.
Con Pellicena vestido de mujer en el tercer cuadro



Sin duda el argumento versaba sobre aberraciones sexuales y no faltaban las herejías, pero ese era, y prácticamente siempre había sido, el mundo de Arrabal. Un universo de abierta provocación que el director y el decorador enfatizaron con pinturas casi pornográficas y con la colocación  de grandes falos diseminados por el escenario. En realidad se podía considerar una “obra menor” pero tenía originalidad, humor inteligente  y espectacularidad. Nunca entendimos qué otra cosa esperaba la crítica.


Entre el público, que a pesar de todo llenaba la sala, las reacciones iban de la hilaridad extrema a la indignación, de los bravos  a los insultos, es decir, justo lo que el autor pretendía.


La monja del cuarto cuadro
La parte más epatante  era aquella en la que yo, vestida de monja, bajaba del telar en una especie de trapecio, rodeada de luces cegadoras y flores, remedando  una aparición celestial, y acababa haciendo, sobre el escenario, un semi streaptease mientras cantaba un rock de letra absolutamente  anticlericalista. “La verdadera religión será sexual...”, así comenzaba la letra. Un clásico jueguecito provocador de Arrabal.

La chica bombero. Quinto cuadro
También estaba esa aparición como “chica bombero” que entraba en la habitación aduciendo que desde la calle se veía el humo causado por el fuego de nuestros escarceos pasionales. Según el autor, se trataba de un homenaje al género de la revista.

El mariquita. Cuadro séptimo


Mi transformación más difícil era aquella en la que tenía que convertirme en un mariquita desaforado, gordo y calvo, locamente enamorado de Romeo. Ese era el nombre del personaje interpretado por Pellicena  al que yo, Salomé, explotaba sexualmente. Además de desprenderme del vestuario anterior debía ponerme botargas bajo la ropa de hombre, un enorme culo de cartón piedra, que en un momento determinado mostraba al público,  y una falsa calva en la cabeza. Os aseguro que tan solo las grandes carcajadas que recibían al esperpéntico personaje  me compensaban por tamaño esfuerzo.





Y para finalizar, mi quinto personaje era la bella y bondadosa hermana gemela de la sádica mêtrese Salomé. Mi vestuario entonces era de un blanco resplandeciente, mis cabellos rubios ceniza y mi maquillaje de un pálido angelical. (Todos estos cambios que muestran las fotos debían ser realizados cada uno en alrededor de un minuto). Y este era el final de la obra, la redención de El Rey de Sodoma, lograda gracias al  puro y generoso amor de una celestial criatura dispuesta hasta a dar su vida por él. Como supondréis  los caracteres de la obra estaban parodiados.

Con Pellicena en el cuadro final
Os cuento todo esto para que podáis haceros una ligera idea del argumento  y del estado de agotamiento en el que mi compañero Pellicena y yo recibíamos la caída del telón. ¡Todo este esfuerzo para tan solo el mes y poco que el musical estuvo, a causa de mi “mala pata”, sobre el escenario del Teatro María Guerrero!  Eso  sí, rodeado de escándalo y de halagos personales.

Días antes de terminar las representaciones José Luis Pellicena, su esposa y mánager Olga Moliterno y yo nos reunimos para estudiar la posibilidad de quedarnos con la obra y explotarla en provincias pero, tras hacer muchos números, tuvimos que aceptar  la dolorosa realidad:  el gasto de mover por España ese enorme decorado, que a la larga habíamos comprobado era más que necesario, nos resultaría imposible de afrontar.


Como Salomé con Pellicena en el octavo cuadro
Así que de nuevo hube de asistir a un entierro, solo que, esta vez el muerto, El rey de Sodoma,  estaba aún vivito, coleando y con ganas de juerga, lo cual hizo el asunto mucho más doloroso.

PD. Todas la fotos de El Rey de Sodoma han sido realizadas por Jesús Alcántara.

Necrológicas. 

El día 23 de este mes de octubre fallecía en Benidorm, provincia de Alicante, recién cumplidos los 82 años,  el cantante más representativo de la canción española; Manolo Escobar. Durante décadas, tanto su imagen en el cine como sus canciones,  fueron el mejor reflejo del hombre "tipical spanish"  y aún en la actualidad es muy difícil asistir a un festejo popular o a un banquete nupcial  donde no suenen sus famosísimos temas Mi carro, La minifalda, El porompopero o Y viva España, por citar algunos. Por cierto que este último ha llegado ha ser tan conocido en todo el mundo  que mucha gente lo ha tomado por el Himno Nacional de España. La muerte de Escobar ha entristecido no solamente a la profesión, donde siempre ha sido muy estimado por su carácter bondadoso y su eterna dedicación al mundo del espectáculo, si no a un pueblo que creció bailando y cantando sus melodías. Que en paz descanse este gran luchador.


Amparo Soler Leal, musa del insigne director cinematográfico Berlanga, falleció en Barcelona el día 24 del corriente. Su labor  teatral, en el  que debutó a los 15 años, es notoria. Casada desde joven y divorciada en el 65 de Adolfo Marsillac, contrajo un segundo matrimonio con el también fallecido Alfredo Mañas, prestigioso productor. Su "ceremonia de despedida", según sus deseos, tendrá lugar el próximo martes en su propia casa con una copa de champan y música de Joan Manuel Serrat de fondo. Todo un personaje del mundo de la farándula que también se nos ha ido.



 Próximo Capítulo. Después del escándalo llega la calma.

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