sábado, 12 de octubre de 2013

Instantánea 94 - La "movida madrileña".



Yolanda Farr. Foto Alcántara
Los primeros años que siguieron a la muerte de Franco fueron nefastos para el cine y el teatro españoles. Como ya he comentado, la democracia trajo consigo una epidemia de desnudos y argumentos sicalípticos o insustanciales. No había una película sin altas dosis de desnudos u obra de teatro que no tratase de adulterios o prostitución. Gracias a eso subieron a la palestra un sinnúmero de muchachas cuya auténtica profesión era bien distinta a la actoral. Las actrices de siempre intentábamos consolarnos diciendo que se trataba de  un boom pasajero, que ninguna de aquellas rutilantes jovencitas duraría más de dos años en la profesión.

Salvo honrosas excepciones el vaticinio se cumplió, pero la realidad era que esas seudoactrices fueron ocupando, injustamente, el puesto de las auténticas profesionales. En aquellos años de descontrol de la sexualidad que España vivió entre 1975 y mil novecientos ochenta y pico, los papeles que estas starlets dejaban libres al cumplirse su fecha de caducidad, solían ser capturados por otras preciosidades de iguales características. Con lo cual la usurpación era  continua.
Florinda Chico

¡Hasta donde llegaría esto del desnudo obligatorio que en una ocasión mi querida Florinda Chico, ya entonces mayorcita y entrada en carnes, me comentó acongojada que para trabajar en Cría cuervos, de Carlos Saura,  había tenido que enseñar los pechos ante la cámara! Yo intenté consolarla diciéndole que eso era una epidemia nacional y que también las respetables Concha Velasco, en Yo soy Fulana de Tal, de Pedro Lazaga, Ana Belén en La petición, de Pilar Miró y hasta Carmen Sevilla en La loba y la paloma, de Gonzalo Suárez, se vieron obligadas a ceder ante la presión del “destape”, moda que, por desgracia, me tocó vivir de pleno, entorpeciéndome el camino hacia una carrera seria en el cine.





Pero en 1980 comenzó a cobrar vida en Madrid un movimiento que rompería con cánones estéticos, artísticos y hasta morales: la “movida madrileña”. Su momento cumbre fue el 30 de mayo del 81 con la celebración  del “Concierto de Primavera”, organizado por la Escuela de Arquitectura. Aquel acto duró más de ocho horas y la asistencia fue  de unos 15.000 jóvenes ansiosos por resarcirse de la represión sufrida  durante el franquismo y los siguientes e inseguros años de la transición. Recordemos que estos festejos multitudinarios estuvieron prohibidos durante décadas.

Enrique Tierno Galván
Indudablemente sin la presencia en la alcaldía madrileña del profesor Enrique Tierno Galván y su abierto apoyo, nada de esto hubiese sido posible. “El viejo profesor”, como solían llamarle, era sobre todo un intelectual socialista de pro, un hombre  conciliador y de ideas aperturistas que dedicó gran parte de su vida a investigar y escribir sobre los fenómenos socioculturales de la juventud. En 1979, a pesar de que UCD (Unión de Centro Democrático, partido continuista del franquismo), estaba en el poder, Tierno salió elegido, aunque por escaso margen, alcalde de Madrid. Cómo sería de positiva su labor que, en las siguientes elecciones para la alcaldía efectuadas en el 83, ya bajo el  gobierno del PSOE, Partido Socialista Español, obtuvo una apabullante mayoría absoluta.
Manifestación de duelo en la plaza de la Cibeles
por la muerte de Tierno Galván

Por desgracia  Tierno Galván murió en enero de 1986, aún ejerciendo como alcalde, y la emotiva despedida de su pueblo fue una manifestación popular que abarrotó durante todo un día las calles y plazas de la ciudad. Yo creo, aunque haya opiniones contrarias, que su fallecimiento fue una desgracia para Madrid porque ninguno de los posteriores alcaldes, sin importar su ideología política, ha logrado equiparársele en coherencia y honestidad.  


Esa “movida madrileña” se alimentó más bien del mundo de la música y de la más joven intelectualidad. Los grupos y cantantes surgidos bajo su amparo fueron muchos e importantes. Por ejemplo Farenheit 451, Alaska y los Pegamoides, Los secretos, Nacha Pop o Ramoncín, el Rey del pollo frito.





En el cine, como despistadas luciérnagas brillando en la oscuridad de ese viejo almacén de polvorientos trastos que era la industria, surgieron Fernando Trueba con Opera prima, del 80, Fernando Colomo y su ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?, del 79 y Pedro Almodovar, con su Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón, del 80 y Laberinto de Pasiones, del 82. Por cierto,  pocos saben que los inicios en el mundo de la farándula de este ahora prestigioso cineasta fueron como cantante en el dúo punk-glam paródico,  Almodovar y McNamara.


Y en medio de ese agitado mar cultural, vino a engancharse en mis redes una pieza de incalculable valor; nada menos que el estreno de la más reciente obra del controvertido escritor, dramaturgo, cineasta y uno de los creadores del “teatro del pánico” Fernando Arrabal. Considerado por Franco como uno de los “cinco enemigos públicos del régimen” había fijado su residencia en París desde 1955, pero estaba dispuesto a desplazarse a nuestra ciudad para esa magna ocasión. Aquello sería un hecho de una enorme importancia política y cultural. Autor prolífico, cuyo teatro estaba definido por el Dictionnaire des litteratures francés como “genial, brutal, sorprendente y gozosamente provocativo”, había escrito, en esta ocasión, una obra de teatro musical para dos actores, cada uno de los cuales debía interpretar a cinco personajes distintos. El título era El rey de Sodoma. Mi compañero iba a ser José Luis Pellicena, el director, Miguel Narros y se estrenaría en el Teatro Nacional María Guerrero, el más prestigioso de Madrid, el cinco de Mayo de 1983. Aquello era un sueño de proyecto. Durante dos meses y medio el trabajo fue agotador, pero la sintonía entre director y actores perfecta.



No era tan solo el hecho de aprenderse los endemoniados diálogos de aquellos cinco personajes que me tocaba interpretar, una maîtres y su cándida hermana gemela, una bombero, una monja y un desenfrenado mariquita. Lo más difícil era hacerlos creíbles. Luego estaban  las canciones compuestas para la ocasión por Manolo Díaz y las coreografías de Arnold Taraburelli. Incluyendo en el reparto al decorador Andrea D´Odorico, era obvio que lo mejor de lo mejor se había reunido para la ocasión.

Todo eran bonanzas hasta el momento en que llegamos al escenario para comenzar los tres ensayos generales “con todo” que nos había concedido el María Guerrero. El decorado, con  base estética en el mundo pictórico del famoso Eduardo Úrculo, era espectacular pero de una abrumadora incomodidad para  los actores. Lo peor era la moqueta de largo pelo sintético que cubría la totalidad del suelo y en la cual se enganchaban  los altísimos tacones que me veía obligada a usar. Incluso fue necesario cambiar la coreografía de un número, homenaje a mi época de ballerina, en el cual yo había querido bailar en puntas. Como es fácil de entender, la bendita moqueta imposibilitaba deslizarse y evolucionar sobre zapatillas de ballet. Pero nuestra incompatibilidad llegaría mucho más lejos. Aquella trampa de largos y rosados pelos sintéticos me deparaba uno de los disgustos más grandes que he tenido en mi vida profesional.
Foto del ensayo general de El rey de Sodoma. A mis pies, a medio colocar, la moqueta que menciono.

Próximo capítulo: La mala pata. Primera  parte

2 comentarios:

  1. Este blog tienen algo que no tiene muchos otros, y es que es un autentico testigo de un trozo de nuestra historia, contado en primera persona y respetuoso con el contexto que le tocó vivir. Gracias Yolanda por tan exquisito trabajo. Felicidades.

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  2. Gracias, Manu, por tu opinión. Eso estimula

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