sábado, 27 de abril de 2013

Instantánea 73 - Increíblemente, la vida sigue.





Foto Jesús Alcántara
Una parte de aquel 1973 fue para mí cuando menos monótono. Durante todo el año continué haciendo Sé infiel y no mires con quién, venciendo la rutina de repetir día tras día los mismos diálogos, en el mismo teatro y con los mismos compañeros. Esas cosas que personas no dedicadas a esta profesión aseguran que no podrían soportar. La incesante repetición de unas situaciones y textos, que acababan hasta por sonarnos falsos, nos llevaba a una  lucha por huir de la mecanización que cada cual sostenía a su manera. 


Al llegar la hora de desplazarme al teatro le ponía a mi cerebro el piloto  automático y mis piernas me llevaban, sin que mi voluntad consciente participara, hasta la calle Malasaña. La cuestión es que al penetrar por la puerta de actores,  una vez dentro del teatro Maravillas, el automático se desbloqueaba como por milagro.  El peculiar efluvio que habita en el interior de los teatros, mezcla de polvo, maquillaje y ropa usada,  hacía despertar de nuevo en mí el  amor por las tablas y mi labor escénica se llenaba de una frescura entusiasmada.Y así fue durante casi dos años.

Con alguna frecuencia mi eventual trabajo en televisión rompía la monotonía. En estos casos no era nada fácil levantarse a las 5 y media de la mañana, cuando  aún era de noche, dirigirse a los  lejanos estudios de Televisión Española en Prado del Rey y pasar por el largo proceso de vestuario, maquillaje y peluquería antes de que comenzara la grabación de algún Teatro Estudio o de alguna Novela del Mediodía. Una vez en actividad, el cansancio se evaporaba, los nervios se tensaban y, estoy segura que gracias a mi juventud, así se mantenían durante el tiempo pasado en el plató e incluso a lo largo de las posteriores dos funciones que solían terminar a la una de la mañana. Lo peor era saber que el proceso de la jornada siguiente sería el mismo. 

Pero estas convocatorias televisivas no tenían la suficiente frecuencia y el incremento de los gastos había hecho que los ingresos extra fueran indispensables. Acabábamos de comprobar, tras el fallecimiento de mi tía,  que en este país morirse era más caro que vivir, (ver Instantánea 72). El precio del sarcófago, aunque fuese de los sencillos, era astronómico, la parcela para el entierro casi como la compra de un apartamento y la indispensable lápida de mármol costaba un potosí. Aquellos trámites mortuorios  nos habían dejado el bolsillo tiritando de frío. Era inhumano y desmesurado el negocio establecido a costa de la muerte.

Tras la ausencia de Jenny yo había trasladado a mis padres a un apartamento  en mi mismo edificio. En su anterior vivienda los pobres languidecían rodeados de su espíritu. El pobre parecía no querer abandonar ese lugar en el cual, después de tantos años de sufrimiento y carencias en Cuba, recién había comenzado a disfrutar de su nueva vida. Ahora, lo que restaba de mi familia y yo vivíamos tan solo a unos pisos de distancia.  Con mami salía  a comprar al mercado,  sacaba muchas veces a su perro Bobby a pasear, Jesús y papi se tomaban su chatito o su café en un bar cercano y aquello parecía aliviar en todos el terrible dolor por nuestra  perdida.

Una mañana de aquel verano del 73 recibí una esperanzadora llamada. Un tal Jess Frank, director de cine, me ofrecía el papel protagónico en su próxima película y solicitaba mi presencia en su oficina al día siguiente por la mañana. Ante mi petición de una explicación telefónica más detallada me dijo que el sueldo sería sustancioso, el tiempo de rodaje de 20 días, y los horarios se compaginarían con los de mi trabajo en el teatro, una paliza que estaba dispuesta a soportar. El resto quería hablarlo personalmente conmigo.


Jesús Franco
Al serme desconocido su nombre, aquella tarde pedí a mis compañeros de Sé infiel... referencias sobre ese director. La información fue que su verdadero nombre era Jesús Franco, que estaba en activo  desde largo tiempo atrás , que su obra era muy irregular y de segunda o tercera clase y que abarcaba desde el género de terror hasta el cine musical. Pero puesto que la oferta de veinte días de trabajo era tentadora, a la mañana siguiente estaba yo en la oficina de ese personaje tan especial: Jess Frank.

Su  pequeña  oficina, decorada con afiches de sus películas, era un fiel exponente de su larga trayectoria.  El ver en ellos a  actores de prestigio  como Klauss Kinski o Christofer Lee me tranquilizó. 

Franco, o Jess, como le gustaba ser llamado, resultó ser una persona  encantadora, extrovertida y surrealista. En la larga hora que duró nuestra entrevista me contó casi toda su vida; desde jovencito había sentido un amor fu por el cine, pertenecía a una prestigiosa familia de intelectuales, había trabajado como ayudante de dirección de Orson Wells en Campanadas a medianoche... Al ser un acérrimo detractor de la dictadura franquista, en los años sesenta se había exiliado a París, realizando allí y en Alemania infinidad de películas. Tan extensa era su labor que los productores, para no saturar el mercado con su nombre, habían decidido lanzar al mercado sus obras bajo distintos seudónimos. Pero eso no le importaba pues para él el cine no era un vehículo hacia la fama si no básicamente “una cuestión de amor”. Luego, como colofón de aquel semimonólogo,  me aseguró que moriría “con la cámara al hombro”.

Pero, las palabras que pronunció a continuación me llenaron de desazón;  “ y ya que para mí el cine es una cuestión de amor, he decidido dedicar en mis películas, de ahora en adelante,  al sexo. Quiero rodar un film centrado en el excitante mundo del lesbianismo, “La perversa Emanuelle”, y que tú seas la protagonista. Solo una cosa más, ¿te importaría enseñarme tus pechos?” Mis ilusiones se fueron al suelo como un castillo de naipes azotado por el  sentido  de aquellas palabras. La cosa tenía gracia, la primera vez que un director español me ofrecía una protagonista en el cine, ¡y se le había ocurrido iniciarse en el mundo casi porno precisamente ahora y conmigo!

Como es de suponer rechacé  la oferta. Varias fueron las insistentes llamadas que recibí en días posteriores y siempre mi respuesta fue la misma. No.

Tiempo más tarde supe que Jess Frank había rodado la película en Francia bajo el título de Tendre et perverse Emanuelle.

A pesar de que, como dije en un principio, aquel 1973 había sido para mí monótono, cosas importantes sucedieron en el mundo.


Elvis Presley
En enero Elvis Presley había llevado a cabo el primer concierto trasmitido a todo el mundo en directo vía satélite. En Méjico se inauguraba Televisa, la compañía de comunicaciones más grande en el mundo de habla hispana. Y en EE.UU., el presidente Richard Nixon anunciaba un acuerdo de paz con Vietnam. ¡Al fin terminaría esa cruenta guerra que tantas vidas había segado!

Lanusse y Franco
Alejandro Agustín Lanusse,  aún presidente de Argentina, había visitado España, siendo aquí recibido y agasajado por Francisco Franco. Meses después ganaría las elecciones de ese país Héctor José Campora.

El World Trade Center
En abril se inauguraba en Nueva York el World Trade Center, las torres gemelas que, muchos años más tarde, serían víctimas de uno de los más crueles atentados de la historia. 

Ese mismo mes, la OMS (Organización Mundial de la Salud) excluía a la homosexualidad de la Clasificación Internacional de Enfermedades. ¡Así que hasta 1973  la homosexualidad era considerada una enfermedad.!Increíble.

Salvador Allende y Fidel Castro

En septiembre, Salvador Allende, aquel que fuese gran partidario y apoyo de la dictadura castrista, sufría un golpe de estado militar. Refugiado con sus últimos colaboradores en el Palacio de la Moneda, decidió poner fin a su vida antes que rendirse. Y en Argentina, por las mismas fechas, Juan Domingo Perón era elegido  presidente.

Pero lo más trascendente para España, algo que marcaría el futuro de este país, sucedió en el mes de diciembre. La banda terrorista ETA asesinaba al presidente del gobierno Luis Carrero Blanco. Aquel magnicidio tuvo tal repercusión, despertó tan diversos sentimientos y ocasionó tales cambios políticos posteriores que merece ser relatado mucho más ampliamente. Cosa que haré en el próximo capítulo.

Necrológicas.

Mi amigo Rey González me acaba de enviar desde Bulgaria la noticia de la muerte en Caracas del gran Joaquín Riviera y se me ha encogido el corazón. ¡Cuantos recuerdos de aquella mi vida en Cuba ligados a ese nombre! El Tropicana, el Salón Rojo del Capri, el Internacional de Varadero fueron algunos de los testigos de su gran imaginación y buen hacer. Poco puedo añadir al magnífico reportaje que  Arturo Arias Polo ha publicado en el Nuevo Herald de Miami. Leedlo. Merece la pena. Que en paz descanse ese gran artista, creador de tantos mundos de ilusión, Joaquín Riviera.

Jesús Franco, el director cinematográfico del que hablo en este capítulo, falleció a principios de este mes de abril en Málaga. No pudo cumplir su sueño de "morir con la cámara al hombro" pero en el 2009 había recibido el Goya de Honor por su extensa carrera y se fue con la satisfacción de que Quitin Tarantino declarase que era fiel seguidor y admirador de sus películas.

Próximo Capítulo :España se convulsiona.

1 comentario:

  1. Querida Yolanda, continúo leyendo con tantísima atención la historia de vida, no solo por lo interesante que es, sino porque es un goce leerte.
    Hoy me has recordado además al gran Joaquín Riviera, con quien trabajó mi madre tantas veces. Que su almna descanse en paz. Te abrazo

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