sábado, 29 de diciembre de 2012

Instantánea 56 - El ultimátum.




La noticia de mi rechazo al “importante mánager de artistas”, el señor B, llegó con rapidez a conocimiento de mis tíos costarricenses. Era inevitable. Sin duda Ana Esther, ignorante de las consecuencias que me iba a acarrear, lo había comentado con la familia Ortega y esta, desconociendo los escabrosos detalles de la  humillante oferta de aquel “señor”, comunicaron  mi decisión  al “querido” primo Oscar.  Y así se encendió la mecha, así tuvo lugar la explosión que arrasaría con esa ayuda que se me había brindado durante  menos de dos meses. 

Oscar se apareció  en la residencia  una mañana de mediados de febrero del 1968, pero no para preguntar cómo me iba, no para darme su apoyo o compañía, cosa que nunca hizo, ni siquiera para indagar sobre lo que me había impulsado al drástico rechazo. Tácitamente me comunicó este ultimátum; tenía hasta finales de ese mes para aceptar alguno de los trabajos que se me ofrecieran o mis tíos me retirarían toda ayuda económica. Es decir, que debería abandonar la Residencia para Estudiantes Iberoamericanas y prescindir de las miserables 75 pesetas  que constituían mi asignación mensual. En ese momento hubiese podido explicar a mi primo la causa de mi rechazo a B,  contarle en qué consistían las condiciones de la oferta rechazada, pero una mezcla de vergüenza y amor propio mantuvo mis labios sellados. Por otra parte la duda de que mis palabras tuvieran la facultad de macular el prestigio de aquel “importante mánager”, ese hombre que en su faceta pública y respetable representaba a grandes artistas, contribuyó a un silencio que, tan solo ahora, pasados tantos años, he decidido  romper. La cuestión es que, al marcharse mi primo, en un arranque de orgullo tomé una drástica decisión. Con la inconsciencia de la juventud aquella misma tarde hice mi famélico petate, me despedí de la residencia y sus habitantes, y trasladé mis pocas pertenencias a casa de los Ortega, con la petición de que me las guardaran hasta que pudiera recogerlas. Sin un plan específico, obnubilada por la decepción y la humillación, me lancé a la calle en uno de los febreros más gélidos que en Madrid se recordaba.

Aquella infernal noche la pasé en el metro, recorriendo de norte a sur su línea más larga: la Uno. Bajándome y subiéndome de los trenes según llegaban al final de su trayecto y escondiéndome en el suelo del último vagón cuando, a las 2 de la mañana, cesó el tráfico normal y los trenes fueron a reposar, vacíos y agotados de tanto ajetreo, en los oscuros hangares.

Supongo que, en algún momento, el sueño me vencería, pues lo próximo que recuerdo es la sacudida de una súbita arrancada. Tan solo tardé unos segundos en aquilatar mi situación y recapacitar sobre mi reacción del día anterior. “Dios, qué he hecho, Dios, qué voy a hacer” eran las palabras que martillaban incesantes en mi cerebro. Durante bastante tiempo reanudé aquel subir y bajar de vagones de la noche anterior, esperando una hora prudencial para dirigirme al pub Quique (ver Instantánea 53)  donde mis únicos amigos, Ramón y Jesús, solían desayunar y así poder contarles mis desventuras y mi, cada momento más angustiada, decisión de vivir en la calle.

La primera foto de Jesús y mía
Allí estaban ambos cuando llegué al local. Preocupados por la noticia de mi súbito abandono de la residencia que mi amiga costarricense les había comunicado.  A ellos sí les informé, con pelos y señales, de mis recientes avatares. Fue entonces cuando pude comprobar que mi eterno  “ángel de la guarda” seguía a mi lado.

Al conocer mi infortunio Ramón, como impulsado por un resorte, fue a la barra a pedir el periódico del día mientras el que se convertiría en mi eterno compañero, Jesús oprimía mi mano en demostración de apoyo. Y allí, en la mesa de “Quique”, buscando en las páginas de anuncios clasificados, entre los tres escogimos la dirección de una pensión, basándonos tan solo en su céntrica ubicación; la calle Fuencarral. Ya que todos los teatros y salas de fiesta de Madrid estaban en esa zona, se haría más fácil mi deambular en busca de trabajo. Ramón, que disfrutaba de una desahogada posición económica y que se distinguía por su  generosidad, se brindó a pagarme el hospedaje durante el tiempo que fuese necesario.

Juntos fuimos a casa de los Ortega, recogimos mi único bártulo y nos encaminamos a la pensión que yo pretendía convertir en mi refugio hasta que se normalizara mi situación laboral. Mi hospedaje incluía desayuno y una comida. A pesar de que mi habitación era austera y muy estrecha aquella esa noche dormí como un tronco, arropada por el acogedor calorcillo de la calefacción central. Solo a la mañana siguiente pude  apreciar el lugar donde me encontraba. 

Un solo baño de uso común se hallaba al final de un oscuro pasillo con puertas a ambos lados. Al otro extremo  había un salón comedor donde se servían las comidas. Hacia él dirigí mis pasos en busca de ese desayuno que levantara mis fuerzas y mi ánimo. Solo cinco personas rodeaban la mesa, un matrimonio y tres individuos, ancianos y bastante desarrapados. Ante mi entrada y mi saludo, durante tan solo un segundo, los diez pares de ojos se clavaron en mí con una extraña expresión que no llegué a comprender. Inmediatamente sus cabezas parecieron hundirse en los humeantes tazones de café con leche y, de sus bocas, más que una respuesta a mis buenos días, salió un desganado farfullo.  Pero no estaba yo para suspicacias y detallismos así que ingerí mi frugal desayuno y tomé la puerta de salida, ansiosa por sumergirme en la libertad y la vida de aquella gran ciudad que era Madrid. Cinco días transcurrieron así, cinco jornadas en las cuales, tras mis caminatas por las calles de mi niñez que ahora me eran  desconocidas y tras los diarios encuentros con Jesús en la cafetería Nebraska de la calle Gran Vía,  cercana a mi alojamiento, llegaba a la pensión tan agotada que mi sueño se parecía más a una enfermiza modorra que a un reparador descanso.

Foto de 1969

Ese sábado, la  quinta noche de mi estancia en la pensión,  se convirtió  en una pesadilla. Violentos golpes en la endeble puerta de mi habitación me despertaron sobresaltada y una voz masculina que gritaba “¡ábreme, puta!” me llenó de terror. Acurrucada en mi lecho oí acercarse los gritos de la dueña y poco a poco,  los golpes y el jaleo se fueron alejando. No atreviéndome a abrir permanecí hasta el amanecer sobre la cama, hecha un ovillo. Cuando la siguiente mañana, ya  en el comedor, pedí a la “dueña” explicaciones sobre lo ocurrido, sus burdas evasivas y la sarcástica sonrisa de los huéspedes presentes me hicieron comprender.  Aquello era, los fines de semana, una casa de citas. Eso explicaba el porqué del silencio diurno, de las muchas y pequeñas habitaciones. Así que, ante el temor de que alguna aciaga noche un despistado y enardecido borracho lograra derribar los miserables muros de mi "vetusto castillo", salí de allí tarifando en busca de mis caballeros andantes, Ramón y Jesús, con la confianza de que ellos me ayudarían a solucionar mi nuevo problema. ¡Y   con qué premura lo hicieron!

Foto de 1969
De nuevo con las páginas de anuncios clasificados del periódico sobre la mesa de Quique encontramos esta vez un prometedor anuncio: "señora viuda respetable alquila habitación a señorita de igual moralidad”. Aquello sonaba muy bien. Una habitación para mí sola en casa de una “señora viuda respetable”. Estupendo.  Siendo la dirección de la calle  Hortaleza igual de céntrica que la “pensión” de la calle Fuencarral,  recogimos mis bártulos y hacia mi nuevo albergue nos dirigimos.

La habitación que se me asignó era amplia y con un balcón a la calle que, en mi inconsciencia, me pareció algo maravilloso. Tan solo al llegar la gélida noche invernal pude comprobar como el frío  entraba por los viejos y desajustados batientes. Aquella “señora viuda respetable” resultó tan ahorrativa que no solo no encendía jamás la calefacción central, si no que me prohibía usar un pequeño calentador eléctrico que mis amigos me habían conseguido, a resultas de lo cual pasaba las noches en la cama envuelta en papeles de periódico, remedio usado en invierno por los "sin hogar". Es decir que mi escaso sueño estaba acompañado por el cric-crac de los papeles al moverme. Otro indicio de su férrea economía era que cobraba por el uso de la ducha. A causa de mi costumbre del baño diario  la buena señora me preguntó, algo mosca, si mi necesidad de tanta limpieza obedecía a alguna enfermedad.

Una mañana mi “ángel de la guarda” me susurró al oído, “vamos, Yolanda, levántate, demos un paseo por las calles adyacentes”. Así que, guiada por su mano invisible, comencé a callejear. Sin duda fue él quien me hizo girar por la Calle del Desengaño y quien alzó mi rostro hacia la fachada de aquella casa en cuyo segundo piso lucía un gran letrero que rezaba “Gianinni. Representante Artístico”. Sin duda fue mi ángel pues solo de su divina protección pudo surgir ese impulso, ese hallazgo que cambiaría  mi vida de forma radical.


Próximo capítulo. Nunca llovió que no escampara.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Felices fiestas.

                             Felicidades!!!
Queridos amigos, esta es mi segunda navidad con vosotros. Os aseguro que no imaginé que en  este “folletín” de mi vida, el cual ya cubre 27 años repartidos en 55 capítulos, tantos y tan fieles serían mis seguidores. Nunca dudé de mis cubanitos de siempre, Mequi Herrera, Carlos Rodríguez, José María Salmerón, Álvaro Marrero y Hugo, Tim Gómez, Roberto Cazorla, Miriam, Zoilita, Gelasio, J. Alberto, Alex, Gladys y Lida Triana, etc., esos amados seres coprotagonistas de mi existencia, la mayoría de ellos grandes artistas y todos hermosísimas personas.  A veces unidos a mí en abrazos carnales y espirituales, otras, separados físicamente pero siempre con nuestros corazones ligados por ese amor que tan solo las desgracias  compartidas pueden llegar a convertir en una tela de araña de oro y acero en la que uno se siente tan feliz de estar atrapado. Nunca dudé de su fidelidad.  Mi sorpresa ha sido ver unirse a mi caravana de recuerdos a decenas de personas que ahora considero “amigos del alma” y que tanto me han ayudado, en el arduo proceso de recordar y procesar, con sus comentarios y su estímulo.
Chin - chin...
Nunca llegué a suponer que personajes de la entidad de  Manu Medina, Pepe Martín, Pepa Sarsa, J.J. Valverde, Amparo Climent, Guido González del Valle, Francisco Puñal, desde España y Pedro Martorí, José Taín, Fausto Canel, Iván Cañas, Alejandro Ríos, Marisela Verena, Daniel D. Fernández, Arturo Arias-Polo, María Argelia Vizcaino o Juan Cueto-Roig, desde Miami no solo me prestaran su atención, sino incluso su inapreciable ayuda. Mi querido Juan, que con tanta generosidad pasa por el tamiz de su erudición mis textos, mi admirada María Argelia, que me dio carta blanca de acceso a su estupendo archivo fotográfico, Arturo, que tuvo la gentileza de ponerme en contacto con su hermano Eduardo, cuyos envios de fotos desde Cuba me fueron, en su momento, tan útiles. Pero uno de los mayores obsequios recibido durante este año de "bloguera" ha sido el reencuentro con queridas  personas de mi pasado, seres con los cuales compartí juventud, ilusiones y desengaños en aquella caótica Cuba de los años 60, compañeros en la sufrida profesión de artista, perdidos en la diáspora a la que nos vimos sometidos tantos y tantos cubanos, Esteban Barrio, Puño, Jorge Cao, Carlos Barba, Sonia Calero, Alfredo Brito, Bobby Giménez, Carlos Gacio, Carlos Rodrigue, Yin Pedraza… Y en paquete aparte pero no menos valioso, el regalo de conocer a nuevas personas entrañables como José Pisani, Leonel Méndez, Rey González, Nancy, Alina Galiano, Tenchy Tolón, etc…
A riesgo de que esto parezca un aburrido listín telefónico no puedo pasar por alto a los amigos que me siguen con constancia; Natalia, Pedro y Joserra, Sergio,  Eduardo , Ana,  Inés,   Ángel Enrique, Alex, Carlos Urrutia, Eva Higueras, Isabel María Pérez, Manuel Sanchez Arillo y Jordi Soler, actores y amigos, José Vigoa, María y María Gracia, María Salmerón, Raisa, Mavi, Franchesca, Felo, Vana, Rudy, Vicky, Glays Triana, Mequi Herrera, Tim y Miriam Barredo,    Si alguno de mis seguidores encuentra su nombre a faltar, le ruego mil disculpas. Mis neuronas aún no están a pleno rendimiento tras este tercer exilio. Ya sabeis, mi reciente mudanza a Málaga.
Con vosotros quiero brindar en estas fiestas, esperando que todo lo malo acaecido en este año se diluya entre las burbujas del champan, (o la sidra, según el gusto de cada cual) y que cada campanada del día 31 sea una explosión de amor, salud y bienestar que borre pesares y haga brotar flores perennes en nuestras vidas. (En fin, si los mayas nos lo permiten).
En cuanto a mis Instantáneas, la próxima semana desvelaré cual fue aquel “Ultimatum” y sus consecuencias en mis  azarosos comienzos en España. Paciencia, querido público.

Próximo capítulo. El ultimátum.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Instantánea 55 - Las cosas se precipitan. (Segunda parte).


Mi segunda foto profesional en España
(postizo incluido)
A la mañana siguiente, muy temprano, me dijeron de nuevo que tenía una comunicación telefónica. Me lancé, descalza y en pijama hacia  el teléfono, creyendo que volvería a oír, viajando  desde Cuba, como en un milagro, las voces de los que tanto amaba, pero no fue así. “Hola Yolanda, perdona que te llame a estas horas pero estoy a punto de emprender vuelo hacia Canadá y no volveré en un par de días.  Soy Ana Esther. Nos conocimos este Año Viejo en casa de los Ortega. Quiero que sepas cuanto entiendo y admiro esa fidelidad que le guardas a tu profesión.  Durante mis vuelos, he tenido la oportunidad de establecer contacto con muchas personas, algunas  muy importantes.  Una de ellas es un gran manager de artistas, el señor B. Me he puesto en contacto con él,  le he hablado de ti y quiere conocerte. Dice que ya que tú aún  no te desenvuelves bien por Madrid él está dispuesto a desplazarse a la cafetería Scorpio que está cerca de tu residencia. Si estás de acuerdo le llamo y concierto la entrevista.” ¿Que si estaba de acuerdo? Le dije que incluso estaba dispuesta a besar sus pies como muestra de agradecimiento y que concertara esa reunión para LO ANTES POSIBLE. 

Unos minutos más tarde Ana Esther me comunicaba que el señor en cuestión me esperaría en dicha cafetería el día siguiente a las 6 de la tarde. Aquella era una oportunidad de oro pues yo sabía que tener un manager o un representante, en los países capitalistas, era la mejor manera de introducirse y consolidarse en el mundo del espectáculo. Cierto que ellos se llevaban un jugoso tanto por ciento de tu sueldo pero precisamente por eso eran los más interesados en conseguirte abundante trabajo.

Así que a las seis de la tarde del día siguiente Yolanda entraba en Scorpio con el mejor vestido de su escasísimo guardarropa, el rostro maquillado a fondo  gracias a los productos que su entusiasta amiga costarricense le había prestado,  abrigada con el elegante  abrigo de lana de camello, regalo de doña Rosa y, por supuesto, con su sufrido álbum de recortes bajo el brazo, fuente de información que para ese momento consideraba más que valiosa, imprescindible.

Al entrar quedé  sorprendida al ver que aquel importante “manager de artistas” estaba ya esperándome. No me fue difícil identificarle gracias a la descripción que de él me había dado Ana Esther. Rollizo, de escaso cabello teñido y cincuentón. Mientras me dirigía a su mesa mis piernas temblequeaban de tal manera que temí ser tomada por una borracha. “Una nueva oportunidad, Dios, te ruego que esta sea la definitiva”, aullaba mi corazón.

El señor B y yo estuvimos varios minutos conversando. En un principio todo versó  sobre Cuba y Fidel. Sus preguntas eran simples y mis repuestas cautas, pues en mi cerebro  estaba vigente esa prevención que, a pesar de la distancia, aún coartaba mi libertad de expresión. Pero hasta ese momento todo iba bien. Fue más tarde, al decirme el hombre  que le era importante saber  si tenía novio en España, y tras lanzarme   esta peliaguda pregunta “¿hasta dónde eres capaz de llegar para retomar tu profesión con garantía de éxito?”, cuando el ambiente comenzó a enrarecerse. Pero el colofón lo puso el hecho de que rechazara mi querido álbum con estas palabras; “mira niña, aquí eso no te va a servir para nada, a nadie le interesa lo que hayas hecho en esa isla perdida. Quémalo.” Si, en aquel momento en mi cerebro comenzó a sonar una sirena anunciando el inminente desastre. 

Pero, parece ser que la cara de póquer que conseguí lucir le animó a seguir hablando. “Estoy dispuesto a representarte pero con cuatro inexcusables condiciones. Primera, abandonarás de inmediato la residencia y te trasladarás a un apartamento que yo alquilaré para ti. Segunda, estarás siempre dispuesta, cuando yo te llame, a ser acompañante en Madrid de quien yo te indique y hasta que yo decida. Por supuesto no estarás obligada a realizar el sexo con el individuo en cuestión. Eso lo  harás si quieres y cobrarás o no por ello, según decidas, sin que sea asunto de mi incumbencia. Solo ten presente esto;  es imprescindible que el personaje  quede satisfecho con tu compañía. Tu dominio de varios idiomas puede serte muy útil a la hora de atender a directores, productores o actores extranjeros. A cambio de eso te garantizo trabajo en cine y televisión. Tercera condición, yo seré tu representante en exclusiva, es decir que no tendrás contacto con ningún otro y, si te llaman directamente para algún trabajo,  dirigirás las solicitudes siempre a mí. Y cuarta, lleguemos o no a un acuerdo, todo lo que esta tarde hemos hablado quedará  para siempre entre nosotros. Para demostrarte mi seriedad y eficacia te conseguiré un programa de televisión en días muy próximos. Ah, por cierto yo cobro el veinticinco por ciento de comisión en cada contrato.” Aquello parecía una pesadilla. ¡Esa inusitada proposición!  En un estado de total aturdimiento solo atiné a decirle que aquella era una decisión muy importante y que me diera unos días para pensármelo. Y así nos despedimos.

Huelga decir que aquella noche la pasé en blanco, dudando entre si aquel hombre era  un proxeneta o si ese era el proceso inevitable para conseguir trabajo en la tan denostada por el régimen castrista, “democracia corrupta”. En mi afán por conservar mi profesión, ¿qué precio estaba en realidad dispuesta a pagar? Aquello que B me proponía ¿no era una forma segura de perder  mi libertad y mi dignidad? La situación con mis protectores costarricenses estaba de una tirantez peligrosa (ver Instantánea 53) pero en absoluto me veía soportando el total sometimiento que implicaba la  propuesta del mánager. Por supuesto a nadie conté el resultado de la entrevista. Eso era algo que tenía que decidir por mí misma.

El showman Torrebuno

Para mi sorpresa, al día siguiente recibí una llamada de Televisión Española convocándome a grabar el play back de la canción que yo eligiese para el  programa de Torrebruno que se emitiría el sábado próximo. Escogí  Cae la nieve” (Tombe la neige), que Salvatore Adamo había popularizado hacía poco. Yo la tenía súper probada en Cuba y además encajaba con el estado actual de la climatología y de mi espíritu. B. sin duda era una persona poderosa en el medio y había cumplido su promesa con gran premura, pero,  era  tal la inseguridad y la vergüenza que me provocaba la drástica disyuntiva a la que me veía abocada que no les comuniqué a los Ortega lo de mi próxima aparición televisiva. Tan solo informé sobre ello a Ramón, a Jesús y a la familia Bobadilla, de la que hablaré más adelante, ya que,  a partir de aquella anécdota en el Parque del Retiro, (ver instantánea 54)  había decidido contarles a mis nuevos amigos, con pelos y señales,  la verdad sobre  mi profesión.  Por fortuna  esa verdad fue tomada por ellos con absoluta naturalidad e incluso con admiración. ¡Esas personas sí eran de mentalidad abierta!

La mañana que llegué al plató mi desazón eclipsaba la alegría que mi primer trabajo en la tele de mi Patria debería haberme producido.

Salomé en Eurovisión
Torrebruno era un showman italiano con tanta fama en España que vivía más tiempo aquí que en su país. De simpático físico, buena voz, agradable carácter y pequeña estatura se convirtió en una importante figura de la televisión española. En aquella ocasión la estrella de su programa musical era Salomé, quién un año después ganaría  el Festival de Eurovisión).

También paticipada un joven, novato  y muy meloso asturiano que, acompañado de su guitarra, cantaba composiciones propias, es decir, un cantautor llamado Víctor Manuel. 

Durante el ensayo de cámara aquel joven asturiano y yo nos dedicamos a esperar  nuestro turno inmersos en una amena charla que, en un principio, versó  sobre naderías  pero que, como siempre, finalizó centrándose en Cuba. Él confesó ser un gran admirador de Fidel y  yo me abstuve de hacer comentario alguno al respecto. No era el momento ni el lugar. De todos modos, ya había comprobado, para mi sorpresa, que  Castro estaba idealizado por la mayoría de mis compatriotas. La frase “lo que España necesita es un Fidel" “,  había escandalizado varias veces  mis oídos. El caso es que Víctor Manuel me pidió mi número de teléfono, de lo que  me escabullí con la excusa de que acababa de llegar y aún no lo tenía memorizado. ¡Lo que menos necesitaba yo en esos momentos eran complicaciones sentimentales! (Tiempo más tarde aquel muchachito se convertiría en un gran compositor y amante esposo de la cantante y actriz Ana Belén)

El cantautor Víctor Manuel

Estábamos inmersos en nuestro inocente flirteo cuando oí a uno de los cámaras dirigirse a  otro con estas palabras y en tono socarrón, “¿y esta putita quién es, otra de las “niñas” de B?” Por supuesto se refería a mí. Aquello fue como una bofetada, una afortunada bofetada que  disipó  las dudas que pudiera tener referentes a mi futuro. Yo NO iba a ser la “niña” de nadie. Yo no había viajado tantos kilómetros para convertirme en la “putita” de nadie. Cuando me llegara el momento  sería “la artista” Yolanda Farr. En trabajos pequeños y esporádicos, como  “figuración con frase”, si era necesario, con unas letras diminutas en las carteleras que ya me ocuparía yo de hacer crecer  poco a poco, pero siempre  Yolanda Farr, ni la protegida de…, ni la enchufada por…, ni la comerciante de mi cuerpo y mi libertad.

Al terminar la emisión del programa llamaría al famoso mánager, le daría  gracias  efusivas pero rechazaría su propuesta de un futuro juntos que no me interesaba en absoluto. Confiaba en que no se disgustara demasiado. No quería comenzar mi vida profesional haciéndome un enemigo tan importante.  Nunca había "pagado" por obtener un trabajo más que con mi profesionalidad y no estaba dispuesta a comenzar mi nueva trayectoria faltando a esa regla.

Pero, como ya dije en mi Instantánea anterior, la vida venía empujando con demasiada brusquedad hasta para una “superviviente” como yo.

Próximo capítulo. El ultimátum.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Instantánea 54 - Las cosas se precipitan. (Primera parte).




Mi primer retrato profesional en Madrid
Después del gran pinchazo sufrido con Matías Colsada y su "revista musical"  mi necesidad de apoyo y comunicación me llevó de nuevo a casa de los Ortega. Allí fui recibida  por Doña Rosa, con esa dulzura que la caracterizaba. En esta ocasión estaba sola y tuvimos oportunidad de hablar más larga e íntimamente. El marido estaba atendiendo  su consulta de dentista y la hija, Enriqueta, estaba ausente. Fueron, en un principio,  momentos de una gran ternura. Mientras le contaba a aquella buena mujer mi nuevo fracaso, las lágrimas corrían por mis mejillas  y ella me sostenía en sus brazos con gesto maternal. Y entonces fue cuando pronunció las palabras que me abrieron  los ojos a la situación que estaba viviendo y a la inseguridad de mi futuro inmediato. “Cariño, alégrate de que te rechazaran para la revista. Nos tenías a todos asustados, pues ese es un género muy mal visto y las vedettes son mujeres de mala reputación. Con todo el afecto que siento por ti voy a darte un consejo; reconsidera tu actitud y acepta alguna de las proposiciones de trabajo que se te han brindado. En tus condiciones no debes rechazarlas. Oscarito teme que tu intención sea depender económicamente de la familia de forma indefinida y amenaza con comunicar su opinión a tus tíos. Como ellos  confían  en su juicio, puedes encontrarte ante un grave problema. ” ¡Así que esa era la mentalidad ultra conservadora de mi familia y adláteres! Aquello me hizo sentir como si  la soga que rodeaba mi cuello, desde que tomé la decisión de abandonar Cuba, se estrechara hasta límites insoportables.

Una vez en la oscuridad de mi habitación llegué a pensar que el destino me estaba haciendo la malvada  jugarreta de  despojarme de todo lo que amaba, mi familia, mis amigos, mi querida isla y,  también ahora de mi profesión. Y estaba ya  casi decidida a darme por vencida, a no entablar una lucha inútil con los Hados cuando tuve de nuevo una demostración de que los milagros existían. Oí unos nudillos llamando  a la puerta y una voz que decía, “Yolanda, tienes una llamada de Cuba”.

No sé como lo lograron, pues comunicarse desde la isla hacia el exterior era casi imposible, pero, de pronto, en mi oído estaba resonando el dulce acento gallego de mi adorado padre. Ni siquiera voy a intentar describir aquel momento. No encontraría jamás  palabras con suficiente enjundia. El caso es que, cuando al fin logramos ambos dominar nuestra emoción pasé a narrarle los últimos acontecimientos, mi fracaso con Colsada y las recientes  palabras de Doña Rosa. En ese momento mi padre estalló en una cólera de la que nunca lo hubiera considerado capaz. ¿Cómo era posible que, a escaso un mes de mi llegada, Olimpia me pudiera presionar de esa manera, sobre todo siendo la situación de ellos en Costa Rica más que desahogada? ¿Acaso olvidaba los sacrificios y esfuerzos  por los que él había pasado para poder traer a Cuba a las tres hermanas y a la madre? ¿No recordaba el ahínco con que el jovencísimo Arsenio  logró dar estudios a cada una de las tres, Mercedes, Carmen y Olimpia, así como  un hogar confortable y hasta un buen estatus social? Que ni se me ocurriera abandonar mi carrera, dijo. Que en mis genes estaba el teatro y que renegar de eso sería como hacerlo de mí misma y de mis ancestros. Me afirmó que escribiría a su hermana explicándole todo esto y exigiendo, si fuese necesario, una retribución justa por todo lo que él había hecho por la familia. Y entonces, los diabólicos geniecillos de la telefonía, decidieron cortar la comunicación, dejándonos a ambos el amargo regusto de la frustración pero a mí, al mismo tiempo, el impulso para seguir, pasase lo que pasase, buscando mi lugar en el mundo del espectáculo español.


Fachadas de los Teatros María Guerrero y Español
Así que ocupé  los días siguientes en ir de teatro en teatro con mi consabido álbum de recortes, ya mareado el pobre de tanto ir y venir, rogando porque a alguien no le importara tanto mi seseo como al señor Tamayo o mi delgadez como al señor Colsada. Pero los locales que visité estaban en plena temporada y con obras de éxito. En ellos no había manera de introducirse. Mi intención de establecer contacto  con los directores resultaba vana pues nadie le facilitaba sus direcciones o teléfonos a una desconocida.  Así pasaba el tiempo y, para mi angustia, nada lograba.

Tan solo mis reuniones en Quique con Ramón y Jesús aliviaban mi desesperación. Con el contacto diario llegué a apreciar al joven andaluz que había surgido en mi vida y con la proximidad física empecé a notar que mi aletargada sexualidad se despertaba. Y así comenzamos un flirteo que acabó convirtiéndose en lo que en España llamamos  “magreo”. Es decir, lo más lejos que una chica decente podía llegar con un chico: besuqueos y tímidas tocaciones.

Una  mañana  Jesús se ofreció a llevarme al gran Parque del Retiro. Aquel hermosísimo lugar que junto con La Casa de Campo eran los dos pulmones de Madrid. 

Nuestra romántica ruta por El Retiro
Jesús y yo llegamos al parque agarrados de la mano y recorrimos la preciosa avenida de entrada admirando aquellos grandes árboles cubiertos de nieve, conmocionados por tanta belleza. Su mano aportaba a la mía una tibieza que me llegaba al corazón y  viajaba con alevosía por mi cuerpo hasta entibiar  mi entrepierna.

El lago frente al Palacio de Cristal
Y así llegamos al estanque, frente al majestuoso Palacio de Cristal.  En el agua semicongelada se abrían grietas surcadas por hermosos cisnes blancos y negros y en el cielo unos tímidos rayos de sol se filtraban entre las nubes…Allí, solos ante tanta belleza, sentí brotar en mí el dulce fuego del romanticismo y, sin pensármelo dos veces, comencé a entonar un “Summer time” al estilo de mis admirados Ella Fitzgerald o Sammy Davis Jr., adornado con esos “do-doddle-do” o “wuabara-ba”,  ese scat  improvisado que tanto había admirado en la voz de  aquellos  maravillosos cantantes de Jazz. Jesús me escuchó en un reverencial silencio. Al terminar mi “descarga” le miré con chiribitas de  amor en los ojos. Él  a su vez me dirigió una de sus irresistibles miradas azules, abrió su apetecible boca y me dijo con su encantador acento andaluz, “¡anda niña, que si te tuvieras que ganar la vida cantando...!" Y, ¡crash!, el cristalino globo de mi romanticismo se desplomó sobre la nieve rompiéndose en mil pedazos. Otro batacazo más para mi autoestima.

Ella Fitzgerald y Sammy Davis Jr.
Aun sabiendo que ninguno de mis nuevos amigos conocía mi condición de artista y que en España el Jazz era un género nada apreciado en esos años, que los estilos Dixiland,  New Orleans o,el inspirado scat, eran términos que solo tenían significado para los muy escasos diletantes, aquellas palabras de Jesús me hicieron reflexionar. No es que me molestara su incultura musical, de pronto comprendí que no podía seguir ocultando mi realidad a los amigos ni continuar escondiéndome entre jóvenes estudiantes universitarios. Fuese como fuese debía desprenderme de la falsa protección que me daba la Residencia y afrontar mi profesión y mi futuro sin subterfugios, antes de que aquel ambiente burgués limara las aristas, absorbiera las luces y las imprescindibles sombras que configuraban a una verdadera artista.

Pero la cuestión era que, sin yo saberlo, la vida muy pronto me iba a dar el empujón definitivo. Bueno, he de admitir que un empujón demasiado brusco.


NECROLÓGICA. 

El 24 de noviembre fallecía el amigo de todos los españoles mayores de 50 años, cuyas vidas fueron acompañadas y alegradas por su presencia y  humor: Tony Leblanc. Ese ex jugador de futbol que, apartir de descubrir su afición artística, fue uno de los personajes más asiduos del cine, el teatro y la televisión de España siempre será recordado por su abundante  buen hacer y por haber conseguido que el público masculino se identificara con él y con sus personajes durante toda su prolífera trayectoria artística. Que en paz descanse. 

Próximo capítulo. Las cosas se precipitan. (Segunda parte).