sábado, 21 de abril de 2012

Instantánea 25- Cuba 1959. El amor, la revolución y el desencanto. (Primera parte)

No es que en esos momentos yo fuese proclive a creer en las dádivas divinas, pero ¿de qué otra manera se puede calificar el hecho de estar allí sentada, en la banqueta de la cafetería de CMQ, con mis planes irrevocables de suicidio, y notar  una cálida mano apoyándose  sobre mi hombro mientras  mis entrañas se estremecían bajo el influjo de una hermosa voz  masculina que decía?;  “Yolanda, estoy buscando una chica para montar Gigí. Tiene que ser alguien muy joven, como tú. . La obra está basada en la novela homónima de Collete. He oído que ya no puedes bailar,  ¿has considerado la posibilidad de ser actriz? Yo puedo ayudarte a trabajar el libreto, ¿te interesa la proposición?”



Por Dios Santo, ¿quién me había enviado aquel ser en el momento exacto de mi mayor desesperación? ¿Quién había regalado a su voz tanta armonía celestial? Y a la suave presión de su mano sobre mi hombro, ¿quién la había dotado de una calidez que penetraba mi piel llegándome al alma y comenzando de inmediato a suturar sus heridas, como si de un poderoso láser se tratara? Al darme la vuelta para enfrentarme a mi interlocutor, durante una fracción del segundo más hermoso, solo vi una luz deslumbrante nimbando la figura de un ángel.


Homero Gutiérrez
Era Homero Gutiérrez, uno de los protagonistas de la telenovela Las campanas de Santa Isabela, con la cual  yo había hecho mi última aparición en pantalla antes de mi accidente. Tan solo corteses saludos protocolarios había cruzado con él en esos tiempos, pero, durante las largas esperas en el plató, aguardando el corte publicitario para hacer mi anuncio de “Regalías el Cuño,” muchas veces me encontré admirando  su gallardía y buen hacer. Yo apreciaba infinitamente la labor de los actores que, con tal aparente facilidad, decían cada día diálogos siempre distintos y en aterrador directo. ¡Y ahora resultaba que aquel galán de telenovelas era el ángel de la guarda del cual tanto había renegado tras mi accidente, y que, el muy bendito, me estaba abriendo la puerta a un futuro muy apetecible! Yo misma me sorprendí  al sentir desvanecerse como por ensalmo  mi  propósito de morir. Por supuesto, acepté.

En los días siguientes, cercana ya la navidad del año 1958, cumpliendo su oferta, Homero venía a casa, libreto en mano, y con infinita paciencia me montaba, uno a uno, los “bocadillos” de un texto que no era el de Gigí, pues el proyecto se vino abajo, pero sí el de “Una Choza para Tres” de A. Roussin.

El año anterior, es decir, en el 57, Mark Robson había adaptado esta obra para el cine con el título de The Little Hut,   llevando como protagonistas nada menos que a Ava Gardner, Stewart Granger  y a David Niven. ¡Vaya reto y qué inconsciencia por mi parte! Yo haría, en mi primer papel teatral, el rol de Ava, Homero el de Granger, que por cierto le iba como hecho a medida, y Pedro Pablo Prieto el de Niven. El plan era debutar en la sala Arlequín, de Rubén Vigón, a mediados de febrero del 59. Los muchos días dedicados  a la ingente tarea de corregir mis ceceos y aprender a vocalizar con corrección, siempre bajo su gentil batuta, la ternura que de él emanaba, en contraste con su marcada masculinidad, iban acrecentando mi  admiración y acabaron haciendo que me enamorase de Homero como lo que yo era, una muchachita hambrienta y apasionada. Los sueños de barras y tutús se fueron alejando, llevándose con ellos frustraciones y hasta dolores físicos.

Sentía que era “suya por amor, sin condición ni tiempo,” como reza el bolero. No importaban sus 38 años frente a mis  18. No importaba su condición de hombre casado, aunque alguien se escandalice por esta afirmación. No importaban sus ideas políticas, tan  opuestas a las de mi padre, claramente socialistas, ideas que se fueron desvelando en las controversias  y charlas que aquellos dos hombres inteligentes sostenían con frecuencia en  casa.  Eso sí, siempre con un admirable respeto mutuo.

 Yo  tan solo esperaba, con un ansia desmedida, la llegada de aquel  febrero en el que, aunque fuese sobre el escenario de la sala Arlequín, sus brazos me ceñirían y sus labios rozarían los míos en esos falsos besos a los que obligaban,  en aquellos años, el "respeto a la actriz y al público. Aquella perspectiva de amagos era más que suficiente para mi total virginidad. Señor, con qué intensidad le amaba…Pero el añorado momento, por los motivos que veréis a continuación, se retrasó varios meses.

Como los días se me hacían interminables, decidí reiniciarme  en el mundo de la publicidad, trabajo frío y distante que detestaba, pero que me aportaba una actividad y un dinerito que siempre venía bien. Llegaron a compararme con Norma Martínez, la que sería en un futuro esposa del actor Sergio Corrieri, y con Norka, esposa y musa en aquellos momentos del famoso fotógrafo Alberto Korda, dos estupendas modelos y bellísimas mujeres de las cuales yo me sabía a años luz, pues la objetividad y la autocrítica son cruces con las que he cargado toda mi vida. Pero mi estatura, delgadez  y extrema juventud parecían ocultar, a los ojos de la gente, mi falta de experiencia y mi poco entusiasmo por el modelaje.


Cuando llegó el 31 de diciembre La Habana estaba, como cada fin de año, atestada de turistas y nacionales. Las familias menos pudientes celebraban las fiestas en sus hogares, con turrones españoles y sidra el Gaitero. Los varios casinos de juego de la ciudad bullían de actividad y entusiasmo. Las  celebraciones  en lugares como el Centro Gallego, el Asturiano, el Casino Deportivo, el Yatch Club vertían a las calles riadas de risas y serpentinas y el concierto de pitos y matracas ensordecía hasta a las estatuas. Tan solo los más noctámbulos o madrugadores notaron que una extraña tensión flotaba en el aire, que algo inquietante  subyacía tras la aparente normalidad nocturna.  En fin, que algo tremendo y trascendental estaba  sucediendo en Cuba esa madrugada del 1 de Enero de 1959.
La Habana de noche.1959
. El amor, la revolución y el desencanto. (Segunda parte).





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