sábado, 17 de marzo de 2012

Instantánea 20 - Cuba en la década de los 50. (Primera Parte). La T.V.


Portada Revista Bohemia.
Navidades 1951
Desde nuestro arribo a Cuba, hacía ya tres años, para mí la primavera casi no se diferenciaba  del invierno. Las buganvillas, los jazmines, los “marpacíficos” o Hibiscus, esas flores que,   arrebujadas en los sedosos mantones de sus hojas, de pronto te sorprendían con una eclosión de colores y belleza,  en fin, todos estos arbustos, digo, estaban en diciembre casi tan preñados y fragantes como en primavera. Durante todo el año el sol calentaba el suelo y el ánimo, y tanto los totís como los sinsontes dejaban  sus intrincados bordados sobre el inigualable azul del cielo cubano. Las temperaturas de esa paradisíaca isla poco oscilaban  de estación en estación y el vasto jardín de mi abuela, con su pequeña capilla en el centro, presumía siempre de un verdor esplendoroso. Recuerdo bien que aquel invierno del 51, ese mes de diciembre, fue  para mí inusitado en todos los sentidos.



Las mellizas y yo. 1951


Decían los oriundos que  en el trienio de 1950 a 1953 la isla había gozado de un tiempo  benigno, incluso sin que alguno de esos ciclones, tan frecuentes en el Caribe,  nos amenazara ni  desde lejos. A consecuencia en la primavera del 53, la falta de lluvia abundante produjo una euforia de pólenes que maltrató las narices y los bronquios de muchas personas. Curiosamente este mal parecía afectar en especial a los miembros de la colonia norteamericana. Lo sé porque entre ellos  me desenvolvía desde que, recién cumplidos los 11 años, mi madre me había inscrito en la academia de ballet de Irma Hart Carrier. No es que aquella fuese la escuela idónea para mis sueños de convertirme en una “prima ballerina” pero estaba en Miramar, bastante asequible desde nuestro apartamento de 5 y 12, Ampliación de Almendares y sobre todo, era económica.

En el jardín de la abuela.1952

A decir verdad todo lo que conformaba mi mundo  estaba cercano  en aquellos días. El círculo en el que me desenvolvía abarcaba solo lo imprescindible para mi diario bregar, la academia Cima, mis clases de piano con la señorita Ofelia,  mis amigas Lucy, Miriam, Zoilita y Emilia, las clases de ballet, los cines Metropolitan y San Carlos y, en verano, la playa de La Concha y el Conney Island. ¿Para qué quería más? Poco tiempo después  aquel ámbito se amplió un poco  con el fin de incluir al “Little Theatre and Choral Sociaty of Havana” situado en Miramar.


Se trataba de un   pequeño pero  precioso teatro edificado por y para los americanos. Allí, un amplio grupo de amateurs representaba, con el rigor de profesionales, obras dramáticas, comedias muy actuales e incluso musicales.  Era en estos últimos en los que Mrs. Carrier aportaba su “amplio cuerpo de ballet”, el cual  se componía en realidad de tres chicos y cuatro chicas, sus alumnas más destacadas, entre las que estaba mi amiga Esther Tato, hija de la gran  cantante Esther Borja.

Yo (1ª por la Izquierda) en “Anything Goes” en el “Little Theatre”
Con el barítono José Le´Matt

Es indescriptible la emoción que me embargaba participando en grandes musicales como “Anything Goes”, “Oklahoma” o “Carrousel”. Al fin estaba de nuevo sobre el escenario, retomando la nunca olvidada vocación de artista. Cada día acudía a los ensayos con  absoluta devoción. Y no era solo en ese “Little Theatre”, donde actuaba el ballet de “Irma Hart Carrier Studio of Dance”. Llenos de ilusión (y en esas ocasiones, además remunerados),  llegamos a participar en varios programas de la incipiente televisión cubana.


Corta era sin duda la trayectoria televisiva cubana pues había sido el 24 de octubre de 1950 cuando saliera a las ondas, desde Unión Radio, Canal 4, la primera emisión oficial.  Esos estudios estaban, en un principio, ubicados en la casa de su promotor, Gaspar Pumarejo. He dicho “primera emisión OFICIAL” ya que  la gran María de los Ángeles Santana y su marido Julio Vega habían intentado la misma aventura en el ¡año 46!, llegando a emitir, tras ímprobos gastos y obstáculos, espectáculos musicales durante toda una semana.
María de los Ángeles Santana




En parte patrocinadas por la Cuban American Television estas emisiones se realizaban de 6  p.m. a 1 a.m. desde el Show Room de la agencia de autos Dodge y también desde el estudio-teatro de Radio Progreso en el Centro Gallego. Las imágenes era recibidas tan solo  por algunos equipos instalados en comercios  e importantes entidades habaneras. Parece ser que, debido a motivos económicos y zancadillas de las grandes empresas radiofónicas, el proyecto se paralizó. Amado Trinidad, propietario de la poderosa Cadena Azul, intentó persuadir a María de los Ángeles para que cejara en su empeño de introducir en Cuba ese “absurdo invento” y al no conseguirlo  llegó a rescindir su contrato con dicha cadena.
Carlos Prio Socarras




Aquella inauguración oficial del Canal 4 en el año 50 consistió en la retransmisión de una gran fiesta en los jardines del chalet de Pumarejo a la cual asistieron artistas extranjeros como Jorge Negrete y figuras cubanas como Raquel Revuelta y Carmen Montejo,  culminando el evento con un control remoto desde el Palacio Presidencial y unas palabras del entonces presidente de la República Carlos Prío.



Tan solo meses más tarde, en Radiocentro y bajo la dirección de Goar Mestre,  salía al aire ese Canal 6 en el que, años después, tendrían lugar cosas importantísimas para mí, tanto en lo profesional como en lo personal.


La televisión fue inventada por el físico británico John Logie Baird a mediados de la década de los veinte, pero tardaría años en ser de disfrute público. Me ha sorprendido descubrir, en medio de mis indagaciones, que Hitler, durante las olimpiadas de 1936, utilizó ya este sistema, mandando instalar 25 grandes pantallas por todo Berlín para que el pueblo disfrutara de los juegos. Terminados los mismos, el único canal que continuó en funcionamiento emitía tan solo  durante 90 minutos y tres veces por semana, como supondréis con fines propagandísticos y políticos. Esto duró hasta la total derrota del país en  1945. A partir de ese año la TV alemana dejó de trasmitir hasta mucho tiempo después.
             M. Bujones             A.González Rubio            V. Martínez

En Cuba ese aparato, que  en España llamamos “la caja tonta”, puso cara a grandes voces de la radio. Formidables actores como Minin Bujones, Alberto González Rubio, Velia Martínez, Alejandro Lugo, Lilia Lazo, Enrique Santiesteban, Gina Cabrera, Carlos Badías, Adela Escatín, Homero Gutiérrez, y tantos y tantos más,  penetraban en los hogares convirtiéndose, con esa hospitalidad tan cubana, en parte de las familias. Aunque en el 53 pocos eran aún los hogares que contaban con aparatos de televisión,  el problema se solía solventar compartiendo con vecinos menos afortunados el disfrute de determinadas emisiones, llegando a formarse auténticos y divertidos saraos en el salón de la casa anfitriona.  Como ya he dicho con anterioridad, esa hospitalidad tan cubana. Aquella Cuba en la que las puertas de los hogares se mantenían abiertas las 24 horas del día.

              L. Lazo                        E. Santiesteban                 G. Cabrera

Como era de esperar el teatro burlesco,  típico de la isla, ocupaba un importante espacio televisivo. Tres veces por semana se trasmitía un programa llamado El Teatro Polar, (patrocinado por la cerveza Polar), que protagonizaban  Garrido y Piñeiro, (Chicharito y Sopeira),  Candita Quintana y Alicia Rico. En esos días los televidentes podían gozar de las peripecias de entrañables personajes creados por estupendos artistas, Mimí Cal, Fanny Kauffman (“Vitola, la que se defiende sola”), “El viejito Bringuier”,  Manela Bustamante e Idalberto Delgado, (Cachucha y Ramón), es decir, una retahíla de seres divertidos que hacían las delicias de grandes y chicos. Ni en páginas enteras podría incluir los nombres de todos los que  deberían ser mencionados.

           M. Cal           Cachucha y Ramón           Vitola
Pero me es imposible no escribir sobre aquellos jóvenes y guapos actores, adoración de pepillas y menos pepillas, que batían record de audiencia radiofónica en el programa “De Fiesta con los Galanes”.  Con casi todos ellos, algo más adelante y habiéndome despojado del apellido Mariño e incorporado el de Farr, compartiría   platós y a veces escenarios: Jorge Félix, Rolandito Barral, Jorge Marx, Carlos Barba, Enrique Montaña, Enrique Almirante, Albertico Insúa, Carlos Alberto Badías… (Estos dos últimos víctimas de trágicos sucesos que narraré en su momento).

    E. Almirante.          J. Félix           C. Barba          A. Insua 

No puedo olvidar el día en que mi amiga del alma Lucy y yo, ebrias de loco  amor y adolescencia, con trece añitos, decidiéramos romper el pequeño círculo en que nos desenvolvíamos  para asistir a ese programa  que se emitía desde Radiocentro. A escondidas de nuestras familias, como auténticas prófugas, tomamos la guagua, por primera vez las dos solas, atravesamos el puente Almendares y, poco después, nos bajamos en L y 23 completamente aterradas. “¿Lo hacemos o no lo hacemos?” nos preguntábamos la una a la otra mientras formábamos parte de la larga cola de alborotadas muchachitas que esperaban para entrar en el estudio de Los galanes.




La cuestión es que en medio del “que sí, que no”, sin saber cómo, nos vimos empujadas hacia adentro por la juvenil turba. Nuestros corazones latían con desaforo cuando nos encontramos, sin saber como, en la primera fila de la audiencia. A nuestro alrededor  aullidos ensordecedores acompañaban la entrada a “escena” de cada uno de los actores. Entre la turbación y la admiración que nos embargaba no puedo recordar cuanto tiempo pasamos allí, embelesadas por tanto “adonis”.



Rolando Barral



Lo que sí se me quedó  grabado con nitidez   es la imagen de Rolandito Barral, micrófono en mano y frente a nosotras. "¿Y ustedes que nombre tienen, lindas?" nos preguntó acuclillándose y acercando la alcachofa a nuestras desarticuladas bocas. En ese momento,  Lucy y yo nos agarramos de la mano y, ante el estupor general, salimos huyendo como si el mismísimo diablo nos persiguiera, incapaces de sostener un “tú a tú” con una de nuestras ensoñaciones hecha carne y hueso,  aterradas de que nuestras familias descubrieran nuestra escapada, 



Lo más curioso fue que, en un futuro, mientras compartíamos trabajo, como damita y galancete, en una emisión de Historias Sherwin Williams, Rolandito me sorprendió asegurándome que recordaba  a las dos muchachitas que, tiempo atrás,  le habían dejado con  la palabra en la boca.



Y volviendo al comienzo de esta perorata, es decir, rebobinando hasta mis reflexiones iniciales. Esos primeros  tres años de mi vida en Cuba, de 1950 a 1953,  estuvieron plenos de experiencias.


Entre aquellas buganvillas  y jazmines que no cesaban de brotar, entre aquellas embriagadoras fragancias,  empezaron a ocurrir sobre mí cosas que me estremecían, cosas muy importantes. En mi cama, durante las noches, iluminada tan solo por las  luces de los astros  colándose por mi ventana, en el silencio de la dormida casa, PODIA OIR CRECER mis huesos, podía sentir despertarse y brotar, poco a poco, dos impertinentes cúmulos de carne sobre la hasta entonces planicie de mi pecho, podía sentir como emergían de mi pubis tímidos e inesperados vellos. Toda una serie de cosas que asustaban y a la vez excitaban. Una avalancha de sorpresas y descubrimientos  abatiéndose sobre aquel cuerpo impúber que se negaba a seguir siéndolo. ¡Qué desconcertantes años aquellos!


Próximo Capítulo. Cuba en la década de los 50. (Segunda Parte.)

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